Los melocotones

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León Tolstói ♉

LOS MELOCOTONES EL ZAR Y LA CAMISA

23 de abril de 2012


LOS MELOCOTONES Tijón kuzmitch era un campesino que, al regresar cierto día a su aldea procedente de la ciudad, llamó a sus cinco hijos y les dijo: —¡Mirad qué regalo os traigo de parte del tío Efim! Cuando los niños acudieron presurosos, el padre abrió el paquete. —¡Qué lindas manzanas! –exclamó Vania, un muchacho de seis años–. ¡Mira, María, qué rojas son! —No, es probable que no sean manzanas – dijo Serguey, el hijo mayor–. Mira la corteza, parece cubierta de vello. —Son melocotones -dijo el padre-. Nunca habíais visto esta fruta. El tío Efim la ha cultivado en su invernadero, porque los melocotones solo maduran en los países cálidos y aquí sólo pueden conseguirse en los invernaderos. —¿Y qué es un invernadero? —dijo Volodia, el tercer hijo de Tijón.


—Un invernadero es una construcción de paredes y techo de cristal. Según me dijo Efim, se construye así para que el sol pueda calentar más las plantas. Y en invierno, se mantiene la misma temperatura por medio de una estufa. Y volviéndose hacia su esposa, dijo: —Toma mujer. Para ti el melocotón más grande, y los demás para vosotros, hijos míos. Al llegar la noche, Tijón preguntó: — ¿Qué os ha parecido la fruta del tío Efim? —Tiene un gusto fino y es muy sabrosa -dijo Serguéi-. Quiero plantar el hueso en una maceta. Quizás salga un árbol. —Probablemente serás jardinero, ya que se te ocurre pensar en cultivar árboles. —Y yo -dijo el pequeño Vania- he encontrado el melocotón tan bueno que le he pedido a mamá la mitad del suyo. Pero he tirado el hueso. —Tú todavía eres demasiado joven-murmuró el padre-.


Y Vasili, el segundo de los hijos dijo: —Vania tiró el hueso pero yo lo recogí y lo rompí. Estaba muy duro, y dentro tenía una cosa cuyo sabor se asemejaba al de la nuez, pero más amargo. En cuanto a mi melocotón, no me lo comí. Lo vendí por diez copeks. Creo que no valía más. Tijón movió la cabeza: “Demasiado pronto empiezas a negociar. Tú serás comerciante”. —Y tú, Volodia, ¿Qué me dices? -preguntó a su tercer hijo-. ¿Tenía buen gusto tu melocotón? —¡No sé! —respondió Volodia. —¿Cómo que no sabes? –replicó el padre–. ¿Acaso no te lo comiste? —Se lo he llevado a Gricha –respondió Volodia–. Está enfermo. Le conté lo que nos dijiste acerca de la fruta. Lo miraba, pero no quería cogerlo. Entonces se lo dejé y me fui. El padre puso una mano sobre la cabeza del niño y dijo: —Dios te lo devolverá.



EL ZAR Y LA CAMISA Una vez había un zar que se encontraba enfermo y dijo: —Daré la mitad de mi reino a quien me cure. Entonces todos los sabios se reunieron y celebraron una junta para curar al Zar, mas no encontraron medio alguno. Pese a todo, uno de aquellos sabios dijo que él podía curar al zar. —Si sobre la tierra se encuentra un hombre feliz -dijo-, quítesele la camisa y que se la ponga el Zar, con lo que éste será curado. El Zar hizo buscar en su reino a un hombre feliz. Los enviados del soberano se esparcieron por todo el reino, mas no pudieron descubrir a un hombre feliz. No encontraron un hombre contento con su suerte: el uno era rico, pero estaba enfermo; el otro gozaba de salud, pero era pobre; aquél, rico y sano, que-


jábase de su mujer; éste de sus hijos; todos deseaban algo. Cierta noche, muy tarde, el hijo del Zar, al pasar frente a una pobre choza, oyó que alguien exclamaba: —Gracias a Dios he trabajado y he comido bien. ¿Qué me falta? El hijo del Zar se sintió lleno de alegría; inmediatamente mandó que le llevaran la camisa de aquel hombre, a quien, a cambio, había de darse cuanto dinero exigiera. Los enviados se presentáron a toda prisa en la casa de aquel hombre para quitarle la camisa; pero el hombre feliz era tan pobre, que no tenía camisa.


a

Novelista ruso ampliamente considerado como uno de los más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial. Sus más famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo.

ies Fernando de los ríos Fuente Vaqueros - Granada


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