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Picacho” Huanca

MERLY YACHACHÍN

Mientras Sergio Castillo fuerza su mirada tratando de admirar completamente los cuadros de Josué Sanchez, aún recuerda los maravillosos años que vivió al lado de Picacho, como cariñosamente él lo llama. Sergio habla con firmeza, ahora su mirada está poblada de recuerdos, esos recuerdos que aún permanecen vigentes en su corazón.

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José María Arguedas escribió alguna vez sobre la infancia de Don Víctor Alberto Gill Mallma, Picaflor de los Andes. Cuenta que esta había sido dura, atormentada; que, como chofer, había recorrido las carreteras de los pueblos, por las que Ayacucho y Huancayo reciben o envían mercadería, esas carreteras por donde van y vuelven los migrantes. “Sus canciones, todas ellas, son del pueblo. Y si bien cuentan con muy pocas decoraciones poéticas, nunca encontrarás una canción del Picaflor, vacía de sentimientos”. Cuando Picacho llegó a Lima, no fue para cantar, sino para tra- bajar. Lima es un gran monstruo, siempre sediento; solo los que saben luchar logran hacerse con el corazón de la bestia.

Como todo artista, vivió muy rápido e intensamente, sus cancio- nes fueron el producto de su expe- riencia y de las distintas etapas de su vida; preocupado por el males- tar de su pueblo, entregó su cora- zón y su alma a cantarle al amor, a la injusticia y a la tierra querida.

Uno de los episodios que mo- tiva la creación de sus canciones e intensifica su imaginación, fue su etapa como chofer, mientras recorría las carreteras él silbaba, y recuerda, que quizá es ahí donde aprendió a cantar: silbando, melodía tras recuerdo, recibiendo inspiración de los cerros, del camino polvoriento, del sufrimiento de las personas, del sacrificio humano y del día a día que lo encerraron entre sus composiciones. /Caminito polvoriento, carretera de mis penas; con tus curvas y abismos estremeces toda mi alma, en ti guardas los recuerdos de mi vida peregrina (…)/ estos versos serían parte de la estrofa de una composición que después se volvería el himno de todos, Carretera de mis penas,que es como él llamó a esta canción.

Su identidad huanca fue determinante en su carrera artística, pues Yo soy huancaíno, compuesta por Zenobio Dahga Sapaico, sería una sus interpretaciones más célebres y la que lo catapultaría como un ícono huanca. “Nadie cantaba como él, o silbaba, él vivía simplemente, cada una de sus canciones”.

Pero su iniciativa de hacer arte, más no solo “arte por el arte”, iba mucho más allá de entretener y expresar su descontento o alegría, sino que siempre tuvo un compromiso con la gente de su pueblo.

Sergio recuerda con nostalgia algunas anécdotas en las que El Picaflor era el primero que detenía el transporte para ayudar en la lucha a los mineros; pero este no fue el único medio que utilizó. Sus composiciones eran –literalmente- la voz del pueblo, es así que canciones como El proletario serían creadas en conmemoración y apoyo a la lucha de los hombres que dejaban su vida en las minas de la sierra peruana. /Tienes mi sangre y llevas mi nombre dios te bendiga/ o /ahora te cuido que nada falte en tu existencia, contra los males contra la pobreza está mi pecho junto con mi brazo/ o /Mi chiquitín (…)/

Cada melodía, cada estrofa, cada canción; es el recuento de la prodigiosa vida de nuestro Picaflor de los Andes, así como de cada persona que guarde en su corazón la presencia y la sentida emoción de reconocerse huancaíno o peruano. Picaflor era el Perú enterito… Con montañas y valles.

CORTESÍA / MARCIAL PORRAS

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