El globo rojo

Page 1

El globo rojo

Lola se crió en un orfanato. Estuvo allí de los 0 a los 14 años. Su madre, una adolescente, la abandonó una mañana lluviosa de noviembre en un portal y por la tarde se fue a una discoteca de ésas que no ofrecen alcohol, como si nada hubiera pasado, como quien tiene algo de fiebre por la mañana pero luego se encuentra un poco mejor para quedar con las amigas. Durante su estancia con las monjas, no tuvo ninguna figura adulta a la que admirar, o que la arropara por las noches, o que le dijera te quiero sin motivo alguno. Las hermanas cumplían su justa función y todo lo demás eran extras que no entraban en su forma de ser. Lola, por el contrario, se hablaba con todo el mundo pero nunca quiso ser adoptada. ¿Motivo? Ella elegiría con quién estar, no al revés. Aún así, a Lola le gustaba hablar por los codos y reía. Sobre todo cuando conoció a Silvia, su compañera de juegos en aquella cárcel-monasterio. Ah, eso sí, ella elegía, ella siempre elegía con quién. Y siempre era junto a Silvia. Más que feliz, ella se conformaba con lo poco que le daba la vida. O lo mucho, porque Lola no tendría familia, pero sí que tenía un puñado de amigos. Algunos los hizo en el orfanato, como Silvia, y a otros en el Instituto, como Pablo, Jordi, Raquel y Blanca. Para su 18º cumpleaños, su mejor amiga se BCN para que le organizaran a Lola la mejor merecía. No tenían mucho presupuesto, pero una fiesta increíble. Sobre todo, Silvia les restaurante de globos rojos.

puso en contacto con Mundofiestas de las fiestas, pues su amiga se lo la empresa organizadora les montó remarcó que llenaran la sala del

“¿Por qué un globo y por qué rojo?”, le preguntó la comercial de Mundofiestas a Silvia. “No lo sé, le gustan, simplemente. Nunca me ha dado una razón y yo no le he querido preguntar”, le contestó la amiga de Lola encogiendo los hombros. “Pues se lo deberías preguntar. Seguro que hay una bonita historia detrás”. Silvia volvió a la residencia de estudiantes donde compartía habitación con Lola. Las dos acababan de empezar a cursar la carrera de Medicina. Era duro pero las dos desde pequeñas querían dedicarse a curar gente y a salvar vidas. Lola estudiaba en su habitación cuando entró Silvia. Lola se giró. “Dime” “Nada, que te quiero, amigüita” Lola sonrió y asintió. Silvia salió.


Días más tarde, Lola no podía parar de llorar cuando sus amigos la llevaron a ciegas a una sala de restaurante llena de globos rojos. Lola nunca había llorado. “Vaya, nunca te había visto llorar”, balbuceó una también emocionada Silvia “Nunca había merecido la pena” Las dos amigas se abrazaron. Se conocían desde los 8 años. Silvia fue dejada en el orfanato a esa edad tras morir sus padres en accidente de tráfico y, como era mayor, nadie la había querido adoptar después. Tras bajar un poco la emoción, todos se sentaron a la mesa. Silvia no dejaba de mirar a su amiga. No la había visto nunca tan sonriente. “¿Te puedo preguntar una cosa?” “Claro” “Siempre te han gustado los globos rojos... ¿por qué?” Lola se la quedó mirando. Sonrió agradecida. “Por ti” “¿Por mi?” “Si. Antes de que entraras tú en el orfanato, nadie se preocupó de preguntarme cómo estaba. Tú me lo preguntabas cada día. Y casi siempre estabas alegre, aunque tu situación era igual o más dura que la mía. Tú tenías padres y luego los perdiste. Yo nunca los tuve. Entonces, un día te acercaste con algo en la mano”. Silvia hizo memoria. “Un globo rojo. Ahora recuerdo. Me quedaba uno que me había comprado mi padre, pues los veranos hacíamos guerra de globos de agua. Ese día lo inflé, lo até a una cuerda y te lo di”. “Pues ese globo rojo significó para mi mucho: que podía confiar en ti, que siempre estarías ahí, que nunca me dejarías. Que tenía una amiga”.

FIN

Autor: J.Julio García


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.