5 escalones
Pablo no tenía enemigos. Todo lo contrario: su carácter amable, divertido y educado, siempre dispuesto a ayudar a los demás, le había granjeado muchas amistades. Además, no le gustaba meterse en problemas e intentaba llevarse bien con todo el mundo. Pero en este mundo de cemento había 5 elementos que no le dejaban en paz. Eran los cinco escalones que daban acceso a la Facultad de Medicina. Pablo tenía 18 años y quería ser médico, pero debido a una Tetra-amelia, un mal congénito muy raro, nació sin piernas. Temiendo que su madre pudiera sufrir una postración nerviosa al ver los defectos físicos de su hijo, los médicos no le dejaron ver al niño durante un mes. Sin embargo, cuando su madre le vio, lo primero que dijo fue: “Es encantador”. Así pues, Pablo necesitaba una silla de ruedas para desplazarse, para vivir su vida y poder disfrutarla al máximo de sus posibilidades, como desean la mayoría de las personas. Con el apoyo de sus padres y no sin tener que vencer varias dificultades, Pablo recibió su educación desde pequeño en escuelas públicas, a diferencia de la mayoría de los niños con graves limitaciones físicas. Tanto los maestros como sus compañeros de clase procuraron desde el principio buscar maneras de que Pablo pudiera participar en la mayoría de las actividades escolares como uno más. Pero lo ayudaban sólo cuando era absolutamente necesario. Sin embargo, esa etapa había acabado y debía empezar una nueva. Era un obstáculo más, como muchos que se había encontrado a lo largo de su vida. Esta vez, sin embargo, lo que le daba rabia era el silencio de la administración. Por las noches no soñaba con la chica de sus sueños, que la tenía (Natalia: morena, linda, muy extravertida y muy divertida) sino con una rampa, lisa y estilizada que sustituyera a esos 5 escalones. A veces se despertaba empapado en sudor. ¿Por qué no podía estudiar en la Universidad que él quería? Le habían ofrecido otras opciones que sí estaban adaptadas a sus necesidades pero él quería ir a esa Facultad. Él quería ser el mejor médico y para ello necesitaba ir a la mejor Facultad de Medicina del país. No iría a otra que no fuese ésa. De hecho, su orgullo se lo impedía y ya habían pasado 3 meses desde que se iniciara el curso. “Tendrás que hacer ruido”, le dijo un día Lola, su mejor amiga, al ver su desesperación. Había sacado un 9 en la selectividad y no podía ir al centro que él había escogido en primera opción. “¿A qué te refieres?” “Si el rector no te recibe, tendrás que plantarte en su despacho. Podríamos acampar delante de su oficina y leer un escrito con tu petición cada hora. Por allí pasa mucha gente. El tema empezará a escucharse y al final tendrás tu rampa”. Poco tiempo necesitó Pablo para escribir su discurso. Sabía lo que decir y cómo tenía que decirlo.