Tradición Católica: Abril-junio 2021

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Indice Editorial: Cuando la brecha no deja de abrirse...................................................... 1 No capitular ante este mundo, sino recapitular todo en Cristo.......................... 3 P. Davide Pagliarani

Carta del Padre Pagliarani sobre la importancia de la Tercera Orden de la HSSPX....................................................................... 11 ¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié?........................... 13 P. Guy Castelain

Cómo la CIA cambió a la Iglesia.............................................................................. 25 Juan Manuel Rozas Valdés

Al servicio de las vocaciones sacerdotales y religiosas....................................... 35 P. Patrick Troadec

La primavera del postconcilio................................................................................ 41 L. Pintas

Crónica de la Hermandad en España..................................................................... 44

Le recordamos que la Hermandad de San Pío X en España agradece todo tipo de ayuda y colaboración para llevar a cabo su obra en favor de la Tradición. Los sacerdotes de la Hermandad no podrán ejercer su ministerio sin su generosa aportación y asistencia. NOTA FISCAL Los donativos efectuados a la Fundación San Pío X son deducibles parcialmente de la cuota del I.R.P.F., con arreglo a los porcentajes, criterios y límites legalmente establecidos (10 % de la base liquidable).

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Editorial P

Cuando la brecha no deja de abrirse

or “conservadores” hay que entender los católicos que no aceptan hacer almoneda de nuestra santa fe pero, al mismo tiempo, abrazan, o se resignan a seguir, todas las reformas salidas del Concilio Vaticano II; algunos de ellos (los llamados ralliés) salvo únicamente la litúrgica, ya que, gracias a lo insoslayable para Roma de la resistencia tenaz de nuestro venerado fundador el arzobispo Marcel Lefebvre y su obra, han logrado mantener o recuperar la celebración de la misa y los sacramentos conforme al inmemorial rito romano. Todo lo cual les ha parecido posible, con algunas contorsiones, hasta el papa Francisco. Sin embargo desde los comienzos de este pontificado, y particularmente en ciertas ocasiones -como los dos sínodos sobre la familia, la exhortación postsinodal Amoris laetitia, el sínodo para la Amazonia y especialmente su instrumentum laboris, o el documento de Abu Dabi sobre la fraternidad humana- los conservadores se han sentido cada vez más incómodos. Esto se ha manifestado mediante críticas cada vez más frecuentes, y cuyo origen se ha situado cada vez más alto en la jerarquía eclesiástica: impugnación de Amoris laetitia por diversas peticiones, entre ellas la famosa Correctio filialis, así como por los Dubia de cuatro cardenales; ataques regulares contra documentos o actos romanos por prelados como los cardenales Müller, Brandmüller, Burke o Zen, o como ciertos obispos. Esta oposición es nueva. No hay apenas rastro antes de 2013 y la llegada del actual Sumo pontífice al trono de San Pedro. Hay pues un vínculo claro entre las dos. Todo esto es síntoma de un gran malestar creciente entre los conservadores, el cual sería posible describir con la siguiente imagen: un hombre cuyos dos pies estarían plantados en dos rocas diferentes sobre el abismo. A resultas de los movimientos del terreno, las dos rocas tienden a separarse. Llega un momento en que la brecha es tan grande que no quedan sino tres soluciones: caer al abismo; refugiarse en la roca de la derecha; o pasarse a la roca de la izquierda. Nada más inconfortable que este género de posición. Por desgracia los conservadores empedernidos quieren seguir creyendo que las peñas terminarán por acercarse, de modo que no estarán obligados a elegir. Ciertamente es una posibilidad, si nos situamos en el terreno físico. Una fuerza contraria puede acercar las dos rocas. Pero en el terreno de las ideas, y sobre todo en el terreno de la teología, es completamente distinto. No hay ninguna posibilidad de que el error se acerque a la verdad, o a la inversa. Querer mantener los dos al mismo tiempo nace de una distorsión de la inteligencia. Y si se tiene un mínimo de honradez intelectual, la violencia del desgarramiento resultará cada vez más intolerable. En efecto, desde el Concilio la grieta entre los errores modernos y la Tradición


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Editorial: Cuando la brecha no deja de abrirse

de la Iglesia no ha hecho sino acentuarse, con más o menos intensidad según la personalidad de los papas que se sucedían en la cátedra de Pedro. Por ejemplo, los actos escandalosos de Asís en 1986 bajo el exuberante Juan Pablo II habrían sido normalmente inimaginables bajo el sobrio Pablo VI, por mucho que la responsabilidad de este segundo en la revolución litúrgica fuera mayor que la del primero. Y ciertamente hay que reconocer que esta brecha se ha ampliado profundamente desde 2013, como se explica por el Superior General en la entrevista recogida en este número de nuestra revista. Esta situación tiene el mérito de mostrar con más evidencia que la posición de la Hermandad de San Pío X, que impugna y se alza contra todas las transformaciones padecidas por la Iglesia desde el Vaticano II, descansa sobre fundamentos sólidos. Esto, aunque sea a regañadientes, la línea conservadora no tiene más remedio que reconocerlo. Además, y aunque esto segundo sea todavía más desagradable y no llegue nunca a reconocerse, sin esa firmeza doctrinal de la Hermandad hace mucho tiempo que los conservadores habrían perdido pie sobre una de las rocas, y se habrían visto obligados a cerrar filas con la deriva postconciliar ¡o caer en el abismo! Puesto que si algunos pilares todavía subsisten -si, por recordar un ejemplo, la misa tradicional puede celebrarse hoy con cierta libertad- es gracias a la tenacidad de quienes rechazaron y seguimos rechazando toda componenda con el error. Es pues profundamente contradictorio continuar repitiendo que esta tenacidad nuestra, en realidad meritoria y salvadora, se asemejaría a una obstinación irrazonable o a una culpable falta de docilidad. Y es igualmente contradictorio relegarnos, a quienes hemos conservado la Tradición sin componenda alguna, a las frías tinieblas “fuera de la Iglesia”, de un manotazo o con un gesto de desdén, como siguen haciendo numerosos conservadores que temen ser tomados por extremistas. Hay una sola manera verdaderamente eficaz e intelectualmente satisfactoria de abandonar una posición tan incómoda y decepcionante: tomar francamente partido y declararse incondicionalmente por nuestro Señor Jesucristo y por lo que la Iglesia por Él fundada ha hecho y enseñado siempre. Dando así, y es lo que importa, gloria a Dios y un insigne servicio a las almas. Porque no son las peticiones ni las solicitudes de explicaciones las que restaurarán la Iglesia, sino la profesión pública de la fe, acompañada por los actos que de ella derivan. Con el cisma alemán en vías aparentes de consumación, la creciente puesta en cuestión de los fundamentos mismos de la vida moral, y los rumores cada vez más insistentes sobre la supresión o el ahogamiento de la relativa libertad reconocida por Benedicto XVI a la misa tradicional, la defensa íntegra de la fe es cada vez más urgente. Muy pronto, no habrá ya ni siquiera lugar para poner un pie sobre la roca del Concilio. m


No capitular ante este mundo, sino recapitular todo en Cristo Entrevista con el Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sobre el pontificado del Papa Francisco

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everendo Padre Superior General: han pasado ocho años desde que el Papa Francisco subió al trono de San Pedro. Gracias por tener la amabilidad de concedernos esta entrevista en este aniversario. Para algunos observadores del pontificado de Francisco, especialmente para los que están apegados a la Tradición, parece que ha terminado el combate de las ideas: según ellos, lo que domina ahora es la praxis, es decir, la acción concreta, inspirada en un pragmatismo en todas direcciones. ¿Qué le parece? No estoy realmente seguro de que haya que oponer de esta manera la acción y las ideas. El Papa Francisco es, desde luego, muy pragmático; pero siendo un hombre de gobierno, sabe exactamente a dónde va. Una acción a gran escala siempre se inspira en principios teóricos, en un conjunto de ideas, a menudo dominadas por una idea central a la que se puede y hay que referir cualquier praxis. Hay que reconocer que los esfuerzos

por entender los principios del pragmatismo de Francisco no se hacen sin tanteos. Por ejemplo, algunos creían haber encontrado sus principios de acción en el teologia del pueblo, una variante argentina mucho más moderada de la teología de la liberación... En realidad, me parece que Francisco está más allá de

ese sistema, e incluso de cualquier sistema conocido. Creo que el pensamiento que lo impulsa no puede ser analizado e interpretado satisfactoriamente, si nos limitamos a criterios teológicos tradicionales. Francisco no sólo está más allá de cualquier sistema conocido, sino que está por encima de él.


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¿Qué quiere decir con eso? Con Juan Pablo II, por ejemplo, a pesar de todo lo que podemos lamentar, ciertos puntos de la doctrina católica seguían siendo intocables. Con Benedicto XVI, también nos encontrábamos con un espíritu apegado a las raíces de la Iglesia. Su esfuerzo considerable por lograr la cuadratura del círculo, al reconciliar la Tradición con la enseñanza conciliar o postconciliar, aunque condenado al fracaso, revelaba no obstante una preocupación por la fidelidad a la Tradición. Con Francisco, tal preocupación ya no existe. El pontificado en el que vivimos es un punto de inflexión histórico para la Iglesia: se han derruido para siempre los baluartes que aún existían –humanamente hablando; y al mismo tiempo, la Iglesia ha redefinido, revolucionándola, su misión a las almas y al mundo. Todavía es demasiado pronto para apreciar plenamente el alcance de esta agitación, pero ya se pueden hacer esfuerzos para analizarla. Pecado y misericordia Usted dice que se han derruido los baluartes que aún existían. ¿A qué baluartes se refiere? Pienso en los últimos fundamentos del orden moral sobre los que no sólo se establece la sociedad cristiana, sino cualquier sociedad natural. Tenía que suceder en algún momento, era sólo cuestión de tiempo. Hasta ahora, a pesar

de algunas aproximaciones, la Iglesia mantenía sus exigencias morales, por ejemplo, sobre el matrimonio cristiano, y todavía condenaba claramente todas las perversiones sexuales... Pero estas exigencias se basaban, por desgracia, en

La Iglesia católica está experimentando en las últimas décadas un cambio tan radical que podría calificarse como “revolucionario”, tanto en su concepción de lo que debe ser su papel en la historia de la humanidad, como en su estructura interna. Es lo que Juan XXIII llamó aggiornamento. Desde su llegada al solio papal, Francisco promueve, primero con gestos y declaraciones circunstanciales y ahora en documentos y alocuciones más formales, cambios revolucionarios en las estructuras económicas, sociales y políticas. Es dentro de la propia Iglesia donde más resquemor y perplejidad está creando la nueva línea que plantea este pontificado.

una teología dogmática desviada de su finalidad, y por lo tanto se habían vuelto inestables: era inevitable que, a su vez, algún día vacilaran. Los principios firmes de acción no pueden mantenerse durante mucho tiempo cuando se ha debilitado o distorsionado la idea de su autor divino. Estos principios morales podían sobrevivir durante algún tiempo, unas décadas, pero privados de su columna vertebral estaban condenados a volverse “anticuados” algún día, prácticamente negados. Esto es lo que estamos presenciando bajo el pontificado de


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Francisco, especialmente con la exhortación apostólica Amoris Laetitia (19 de marzo de 2016). Este texto no sólo contiene errores graves, sino que manifiesta un enfoque historicista completamente nuevo. ¿Cuál es ese enfoque? ¿Qué habría determinado su elección? El Papa Francisco tiene una visión general muy precisa de la sociedad contemporánea, de la Iglesia de hoy y, en última instancia, de toda la historia. Me

La razón de la misericordia es siempre considerar el sufrimiento ajeno como propio. El dolor nos conmueve porque participamos de él, es decir, que lo hacemos nuestro. De lo que se trata es de saber por qué hacemos nuestro el dolor ajeno. Existe cierta misericordia natural, humanitaria o filantrópica. La misericordia sobrenatural va mucho más lejos; supone la caridad. El motivo por el cual queremos aliviar el dolor es, en realidad, la amistad que nos liga a Dios mediante la gracia. Por amor a Dios, quiere aliviar a todos aquellos a los que puede afectar el dolor, tanto el espiritual como el corporal.

parece que se ve afectado por una especie de hiperrealismo supuestamente “pastoral”. Según él, la Iglesia debe darse cuenta de algo obvio: es imposible para ella seguir predicando la doctrina moral como lo ha hecho hasta ahora. Por lo tanto, debe decidirse a capitular a

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las exigencias del hombre de hoy y, por lo tanto, repensar su maternidad. La Iglesia siempre debe ser madre, claro, pero en lugar de ser madre transmitiendo su vida y educando a sus hijos, lo será en la medida en que escuche, entienda y acompañe... Estas preocupaciones, que no son malas en sí mismas, han de ser escuchadas aquí en un sentido nuevo muy particular: la Iglesia ya no puede y, por lo tanto, ya no debe imponerse. Es pasiva y se adapta. Es la vida eclesial, tal como se puede vivir hoy en día, la que condiciona y determina la misión misma de la Iglesia, y hasta su razón de ser. Por ejemplo, dado que ya no puede exigir las mismas condiciones que en el pasado para acceder a la Sagrada Mesa, porque el hombre moderno la ve como una intransigencia intolerable, la única reacción realista y realmente cristiana, en esta lógica, consiste en adaptarse a esta situación y redefinir sus requisitos. Así, por la fuerza de las cosas, la moralidad cambia: las leyes eternas están sujetas a una evolución que se vuelve necesaria por las circunstancias históricas, y a los imperativos de una caridad falsa e incomprendida. ¿Cree que el Papa se siente inquieto ante esta evolución? ¿Siente la necesidad de justificarla? Desde luego, el Papa debía haber sido consciente, desde el principio, de las reacciones que tal proceso provocaría en la Iglesia. Probablemente también es consciente del hecho de que ha abier-


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to puertas que, durante dos mil años, habían permanecido cerradas con llave. Pero en él, los requisitos históricos superan cualquier otra consideración. Desde esta perspectiva es donde la idea de “misericordia”, omnipresente en sus discursos, adquiere todo su valor y alcance: ya no es la respuesta de un Dios amoroso, que acoge con los brazos abiertos al pecador arrepentido, para regenerarlo y devolverle la vida de gracia; sino que ahora se trata de una misericordia fatal, que se vuelve necesaria para corresponder urgentemente a las necesidades de la humanidad. Considerándolos ahora incapaces de respetar incluso la ley natural, los hombres tienen derecho estricto a recibir esta misericordia, una especie de amnistía condescendiente de un Dios que, también, se adapta a la historia sin dominarla más. De esta manera, no se renuncia sólo a la fe y al orden sobrenatural, sino también a los principios morales que son indispensables para una vida honesta y justa. Es aterrador, porque refleja una renuncia definitiva a la cristianización de las costumbres: es más, los cristianos adoptan ahora las costumbres del mundo, o al menos deben adaptar –caso por caso– la ley moral a las costumbres actuales, las de los divorciados “que se han vuelto a casar” o las parejas del mismo sexo. Esta misericordia se ha convertido así en una especie de panacea, el fundamento de una nueva evangelización que hay que proponer a un siglo que ya no se

puede convertir, y a los cristianos a los que ya no se puede imponer el yugo de todos los mandamientos. Por lo tanto, en lugar de alentar y fortalecer en su fe a las almas en peligro, se las tranquiliza y confirma en situaciones de pecado.

Dios es incomprensible, y hay en Él abismos de los cuales ni siquiera sospechamos su existencia. Pudo habernos salvado sin Jesús, gracias a su poder absoluto. Todos los medios que pudo haber elegido para redimirnos deben ser muy valiosos para nosotros; sin embargo, ¿qué medios de salvación pueden aparecer al mismo tiempo como dignos de la grandeza de Dios y del amor de los hombres como nuestra redención llevada a cabo por Jesucristo? El derramamiento de su Sangre proviene de la libertad de su amor. Era, de una manera misteriosa y real, el modo de redención más digno de su adorable Majestad, y el más natural para provocar el afecto de los hombres.

Obrando así, el guardián de la fe está aboliendo incluso el orden natural: ya no queda nada. Lo que subyace a estos errores es la ausencia total de trascendencia y verticalidad. Ya no hay ninguna referencia, ni siquiera implícita, a lo sobrenatural,


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al más allá, a la gracia y, sobre todo, a la Redención de nuestro Señor, que ha concedido definitivamente a todos los hombres los medios necesarios para su

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mas. Esto es por una razón muy sencilla. Con el Concilio, la Iglesia quería adaptarse al mundo, “actualizarse” a través del aggiornamento que promovieron Juan XXIII y Pablo VI. El Papa Francisco prosigue esta adaptación al mundo, pero en un sentido nuevo y extremo: ahora la Iglesia se adapta al propio pecado del mundo, al menos cuando tal pecado es “políticamente correcto”; entonces se presenta como una auténtica expresión del amor, en todas las formas admitidas en la sociedad contemporánea y permitidas por un Dios misericordioso. Siempre caso por caso, pero estos casos excepcionales están destinados a convertirse en la norma, como ya estamos viendo en Alemania. Utopía del Papa Francisco Además de esta aniquilación gradual de la moral tradicional, ¿propone el Papa Francisco valores que hay que cultivar? En otras palabras, ¿sobre qué base cree usted que quiere construir el Papa? Resulta una pregunta muy pertinente, a la que el propio Papa respondió en su última encíclica Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), ofreciéndonos “aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. [...] Este es el verdadero camino hacia la paz (1)”, escribe. Esto se llama utopía, y es lo que les sucede a todos aquellos que se separan de sus raíces: el Papa, rompiendo con la Tradición divina, aspira a una perfección ideal y abstracta, desconectada de la realidad. Desde luego, se defiende a sí mismo, y en el mismo texto, admitiendo que “sus

Según Mons. Carlo María Viganò, «una lectura somera del texto de Fratelli tutti daría la impresión de que fue escrita por un masón en lugar de por el Vicario de Cristo. Todo lo que en ella se dice está inspirado por un vago deísmo y una filantropía que no tienen nada de católico».“¿No hacen eso también los gentiles?” (Mt. 5, 47).

salvación. Ya no se predica ni conoce la eficacia perenne de estos medios. ¡Ya no se cree en ellos! Por lo tanto, todo se reduce a una visión puramente horizontal e historicista, en la que las contingencias prevalecen sobre los principios, y donde sólo cuenta el bienestar terrenal. ¿Este punto de inflexión que usted ha mencionado sigue estando en consonancia con el Concilio, o pertenece ya a un Concilio Vaticano III que no habría tenido lugar? Hay al mismo tiempo una continuidad con las premisas establecidas en el Concilio, y una superación de las mis-


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palabras se verán como fantasías”, aclara los cimientos sobre los que piensa basarse: “el gran principio de los derechos que surgen del mero hecho de poseer la naturaleza humana”. Pero precisamente, el Apocalipsis y la Tradición nos enseñan que la naturaleza humana no es autosuficiente. Como dice Chesterton, “si quitamos lo sobrenatural, sólo queda lo que no es natural”(2). Sin Dios, la na-

La conversión de Chesterton al catolicismo causó un revuelo semejante al que provocó la del cardenal John Henry Newman o la de Ronald Knox. La fe católica se complace también en afirmar la profunda armonía entre lo natural y lo sobrenatural, así como entre el alma y el cuerpo en el ser humano. Dios ha creado, en efecto, la naturaleza humana y la ha redimido en Jesucristo, ya que en Cristo se da una doble naturaleza, divina y humana. Al descubrir esto, Chesterton no puede dejar de alabar lo que él llama “el divino materialismo” de los sacramentos católicos. Y al entender ese valor sagrado de lo corporal y de los seres materiales, entiende también más a fondo el sentido de la liturgia y de los ritos, así como el valor que merecen las fiestas populares, las imágenes de los santos, las reliquias y todo ser material, según el espíritu que él tanto admiraba en san Francisco de Asís.

turaleza por sí sola tiende a convertirse, en la práctica, en “antinaturaleza”; porque llamando y elevando al hombre al orden sobrenatural, Dios ha ordenado la naturaleza a la gracia, de modo que la naturaleza no pueda apartarse del orden sobrenatural sin introducir un profundo desorden en sí misma. El sueño de Francisco es profundamente naturalista. Otra señal de este carácter utópico es que su sueño adquiere un alcance universalista: se trata de imponerlo a todos, y de una manera autoritaria y absoluta. Como se han concebido artificialmente, los sueños sólo se pueden imponer de una manera artificial... Pero, ¿en qué consistiría la utopía del Papa Francisco? En perfecta armonía con las aspiraciones del hombre moderno, imbuido de sus derechos que reclama, y desvinculado de sus raíces, se resume en dos ideas: las de ecología integral y fraternidad universal. No es casualidad que el Papa haya dedicado dos encíclicas clave a estos temas, que según él caracterizan las dos partes principales de su pontificado. La ecología integral de Laudato sì’ (24 de mayo de 2015) no es más que una nueva moral propuesta a la humanidad entera, sin tener en cuenta la Revelación y, por lo tanto, el Evangelio. Los principios son puramente arbitrarios y naturalistas. Se alinean a la perfección con las aspiraciones ateas de una humanidad apasionada por la tierra donde vive, y anegada en preocupaciones puramente materiales. Y la fraternidad universal de Fratelli tutti, defendida por el Papa de una manera muy solemne durante la Declaración de Abu Dabi, cofirmada por el Gran Imán de Al-Azhar (4 de febrero


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de 2019), no es más que una caricatura naturalista de la fraternidad del cristianismo, basada en la paternidad divina común a todos los hombres redimidos por Cristo. Esta fraternidad es material-

«Si no estamos convencidos de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo no tendremos bastante fuerza para mantener esta fe ante la creciente invasión de todas las religiones falsas en las que Nuestro Señor Jesucristo no es Rey ni se le afirma como Dios, con todas las consecuencias que esto significa en la moralidad general: moralidad del Estado, moralidad de las familias y moralidad de los individuos. A causa de la libertad religiosa que se halla afirmada en los textos del concilio y que va en contra del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, ya que coloca todas las religiones en pie de igualdad y se otorgan los mismos derechos a la verdad y al error, ya no se considera a Nuestro Señor Jesucristo como la sola Verdad y como fuente de la Verdad [...] Es una falta de fe profunda y muy grave, pues en ese caso, basta muy poco para que se alejen de la Iglesia, no practiquen su religión y su moral se vuelva deplorable.». Mons. Lefebvre

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mente idéntica a la de la Masonería, que, durante los últimos dos siglos, sólo han sembrado odio, especialmente contra la Iglesia, en un feroz deseo de reemplazar la única fraternidad realmente posible entre los hombres. No es sólo la negación del orden sobrenatural, reduciendo a la Iglesia en las dimensiones de una ONG filantrópica, sino que también es ignorar las heridas del pecado original, y olvidar la necesidad de la gracia para restaurar la naturaleza caída y promover la paz entre los hombres. ¿Cómo podría, en este contexto, distinguirse el papel de la Iglesia del de la sociedad civil? Hoy en día, la Iglesia Católica ofrece la imagen de un poder sacerdotal al servicio del mundo contemporáneo y sus necesidades sociopolíticas... Pero este sacerdocio ya no tiene como objetivo cristianizar las instituciones o reformar las costumbres que se han vuelto paganas; sino que se trata de un sacerdocio trágicamente humano y sin ninguna dimensión sobrenatural. Paradójicamente, la sociedad civil y la Iglesia se encuentran, como en los días de la cristiandad, unidos en la lucha codo a codo para lograr objetivos comunes... pero ahora es una sociedad secularizada la que sugiere e impone a la Iglesia sus propios puntos de vista y su ideal. Es algo aterrador: el humanitarismo secular se ha convertido en la luz de la Iglesia y en la sal que le da su sabor. La disolución doctrinal y moral de los últimos años refleja este complejo de inferioridad que los hombres de la Iglesia mantienen frente al mundo moderno. Y, sin embargo –este es el misterio de la fe y es nuestra esperanza– la Iglesia es


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santa, divina y eterna: a pesar de las tristezas de la hora presente, su vida interior, en lo que es más alto, sigue siendo ciertamente de una belleza que deleita a Dios y a los ángeles. ¡Hoy, como siempre, la Iglesia dispone de todos los medios necesarios para guiar y santificar! Necesidad de Cristo Rey En su opinión, ¿cómo puede la Iglesia deshacerse de estos errores y regenerarse? Primero, hay que renunciar a las utopías y volver a la realidad, o sea, volver a las raíces de la Iglesia. Se podrían identificar tres puntos clave que la Iglesia ha de recuperar y reanudar la predicación sin concesión y sin complejos: la existencia del pecado original y sus efectos (la triple concupiscencia de la que habla San Juan en su primera Epístola) –contra cualquier forma de ingenuidad naturalista; la necesidad de la gracia, el fruto de la Redención, que es el único remedio –pero un remedio todopoderoso– para superar estos efectos devastadores; y la trascendencia de un fin último que no está en esta tierra, sino en el Cielo. Recordar esto significaría empezar a “confirmar a los hermanos”(3). Sería volver a predicar la verdadera fe, que es la condición necesaria de toda vida sobrenatural; que es también la guardiana indispensable de la ley natural, también divina en su origen, eterna e inmutable, y la base necesaria para conducir al hombre a su perfección. Estos tres conceptos pueden resumirse en un ideal: el de Cristo Rey. Él es el objeto de nuestra fe. Él es el autor de la gracia. Él es el autor de esta ley natural que inscribió en el corazón del hombre al crearlo. El legislador divino

no cambia. No renuncia a su autoridad. Del mismo modo que no se puede alterar esta ley sin alterar la propia fe, no se puede restaurar sin devolver a su legislador divino el honor que se le debe. En resumen: no capitular a este mundo, sino “recapitular todo en Cristo”(4). En Cristo Rey y por Cristo Rey la Iglesia cuenta con todos los medios para derrotar al mundo, cuyo príncipe es el padre de la mentira(5). Ya lo ha hecho por la Cruz de una vez por todas: “Yo he vencido el mundo”(6). ¿Tendrá la Santísima Virgen un papel especial en esta victoria? Si esta victoria es la de Cristo Rey, necesariamente será la de su Madre. La Santísima Virgen está sistemáticamente asociada con todas las batallas y victorias de su Hijo. Quedará asociada con Él de una manera muy especial: nunca, como hoy, se ha visto el triunfo de errores tan perniciosos y sutiles, causa de una devastación tan extendida y profunda en la vida concreta de los cristianos. Sin embargo, entre los títulos más hermosos que la Iglesia atribuye a la Virgen se encuentran los de “Destructora de todas las herejías” –aplasta la cabeza de quien los concibe– y el de “Auxilio de los cristianos”. Cuanto más definitiva sea la victoria sobre el error, más gloriosa será la victoria de la Santísima Virgen. m Entrevistado en Menzingen, 12 de marzo de 2021, en la fiesta de San Gregorio Magno, Papa (1) Fratelli tutti, nº 127 (2) Herejes (3) Véase LC 22.32 (4) Ef 1.10 (5) Jn 14.30 y Jn 8.44 (6) Jn 16.33


Carta del Padre Pagliarani sobre la importancia de la Tercera Orden de la HSSPX

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ueridos fieles y amigos de la Hermandad de San Pío X, Esta carta está dirigida a todos aquellos que aspiran a la santidad; a todos aquellos que buscan un camino fácil y una ayuda eficaz para llegar al Cielo; a todos los católicos que aman sinceramente a la Hermandad de San Pío X y que quieren estar más unidos a ella. Sobre todo, está dirigida a todas las almas sinceras que aman a Nuestro Señor y que quieren demostrárselo dándole “algo más”. En este caso, no estoy hablando del sacerdocio, ni de la vida religiosa, sino de otro medio que la Iglesia da a los fieles para ayudarles: la Tercera Orden. Todas las grandes órdenes religiosas tienen una Tercera Orden, y si Monseñor Lefebvre quiso fundar una para la Fraternidad, fue porque lo consideraba un poderoso medio de santificación. La Tercera Orden es una de las “ramas” de la Hermandad. Por tanto, ser miembro de la Tercera Orden significa pertenecer a la familia de la Hermandad, en la misma medida que los sacerdotes, hermanos u oblatas. Significa entrar en su vida, en su combate, en sus alegrías y preocupaciones; significa apoyar a todos los otros miembros a través de la propia fidelidad y, a su vez, ser ayudado por todos cuando la lucha se vuelve agotadora y falta el coraje. Este es, en

definitiva, el dogma de la Comunión de los Santos, tan hermoso y consolador, ¡vivido todos los días! Este 1 de noviembre de 2020, fiesta de Todos los Santos, se cumplen exactamente cuarenta años desde que nuestro fundador escribió la Regla de la Tercera Orden de San Pío X. Al igual que su vida, esta regla es discreta y concisa, pero sumamente rica y profunda; y si se sigue fiel y generosamente, traza un camino claro hacia la santidad. Al leerla, descubrimos que no exige nada extraordinario, nada que sea muy difícil, nada que asuste: oración matutina y vespertina, rezo del rosario, asistencia a Misa, algunos días de ayuno y abstención de actividades de esparcimiento moralmente peligrosas. ¿No es esta la vida normal del cristiano, a la que se comprometió desde su bautismo? Sin embargo, se podría objetar: ¿Una Tercera Orden no está reservada para una élite, para aquellos que están avanzados en la vida espiritual? Esto incluso podría hacernos llegar a pensar legítimamente: ¡La Tercera Orden no es para mí! Si acaso la Tercera Orden está reservada para una élite, es una élite de amor. Lo que la hace tan grande y, al mismo tiempo, fácilmente accesible, es que el espíritu que la anima no es diferente del de la Iglesia misma, del Corazón


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Carta del P. Pagliarani sobre la importancia de la Tercera Orden de la HSSPX

de Nuestro Señor: un espíritu de amor por Dios y por las almas. Y la llama de este amor arde, se reaviva y se mantiene viva simplemente al pie del altar, por la asistencia al sacrificio de la Misa con un corazón ardiente, atento, generoso. Por tanto, la Tercera Orden está abierta a todos, grandes y pequeños (a partir de los doce años, si los padres lo autorizan), fuertes y débiles, fieles y pecadores: siempre y cuando estén dispuestos a amar a Aquel que los ama con un amor tan grande que descendió del Cielo para subir al Calvario y morir en la Cruz. Son muchos los beneficios de los que gozan los miembros de la Tercera Orden. El primer beneficio es su propia santificación: participando en el tesoro espiritual de la Hermandad, en todas las riquezas sobrenaturales adquiridas por los miembros, reciben personalmente una mayor abundancia de gracias. Cada Misa celebrada diariamente en todo el mundo, cada oración recitada, los sacrificios y los méritos de todos; todo esto les pertenece y pueden beneficiarse libremente de ello. Pero eso no es todo: cada terciario goza del inmenso consuelo de poder ayudar directamente a la Hermandad en su apostolado, en su combate: a través de los esfuerzos realizados diariamente para cumplir sus compromisos, y mediante las oraciones y sacrificios que ofrece a Dios, aumenta este tesoro

espiritual y sostiene poderosamente a la gran familia de la que forma parte. ¡Cuánto deben animarlos todas estas consideraciones, queridos fieles, a comprometerse con este humilde ejército de la Hermandad tan querido al corazón de Dios! Su quincuagésimo aniversario, que hoy celebramos, es una magnífica oportunidad para dar el paso y decidir personalmente, o incluso en familia, alistarse ardientemente bajo la bandera de Cristo Rey. “Dominus Rex noster, ipse salvabit nos! El Señor es nuestro Rey, Él es quien nos salvará” (Antífona de las Vísperas de Cristo Rey). Consulten con los sacerdotes de sus prioratos: ellos les explicarán cómo inscribirse para convertirse en terciarios de la Hermandad. ¡Qué alegría para el Corazón de Dios, qué apoyo para la Iglesia, qué honor para ustedes y qué ayuda para la Hermandad, si este año llegaran muchos miembros nuevos, y si todos los miembros antiguos se volvieran más fervientes y más santos! Este es uno de mis deseos más encarecidos. Lo encomiendo al Corazón ardiente de Nuestro Señor Jesucristo, y les agradezco su generosidad. Muy gustosamente los bendigo a todos. m Menzingen, 1 de noviembre de 2020 Don Davide Pagliarani, Superior General


¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié?* P. Guy Castelain

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Introducción: ¡Señor, danos santos sacerdotes!

En la crisis de la Iglesia que vivimos, un católico bien nacido está normalmente deseoso de recurrir a un pastor digno de ese nombre. Como esos pastores son cada vez más raros, es urgentísimo pedir a Dios: “¡Danos sacerdotes, danos santos sacerdotes, danos muchos santos sacerdotes!” Nota del traductor: Los dos artículos que aquí se han refundido se publicaron originariamente en francés en la revista Le Combat de la foi catholique (Le Moulin du Pin). Por ralliement se entiende en francés unión o adhesión a un régimen o posición; es término muy cargado de connotaciones políticoreligiosas desde los tiempos del papa León XIII y la III República francesa y, por ello, falto de buena traducción al español. «Se llama “ralliés” a las comunidades, los sacerdotes y los fieles que, habiendo elegido en un primer momento la defensa de la Tradición después, a partir de las consagraciones del 30 de junio de 1988 y la excomunión fulminada contra Mons. Lefebvre, Mons. de Castro-Mayer y los cuatro obispos consagrados, eligieron ponerse bajo la dependencia efectiva de la jerarquía actual al tiempo que conservaban la liturgia tradicional. Se unieron pues a la Iglesia conciliar. Por extensión, el vocablo “ralliés” designa a las comunidades, los sacerdotes y los fieles que conservan la liturgia tradicional pero aceptan los principales errores conciliares, así como la plena validez y la legitimidad del novus ordo de Pablo VI y de los sacramentos promulgados y editados por Pablo VI» (Padre François-Marie Chautard, Catecismo de las verdades oportunas: los “ralliés” (vistos por Mons. Lefebvre), en Tradición Católica, núm. 266, enero-marzo 2019, p. 17).

Es evidente que hoy a la Iglesia le haría falta un ejército de “curas de Ars”. San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars es, en efecto, el tipo mismo de “santo sacerdote” pero, felizmente, no tenemos que esperar nuevos “curas de Ars” para poder recurrir a “santos sacerdotes”. Podríamos tener que esperar mucho tiempo… Cuando hablamos de “santos sacerdotes”, es de suma importancia saber de qué hablamos. No se trata de juzgar a tal o cual sacerdote para saber si es ”santo”, hablando subjetivamente. Tampoco se trata de estimar a un sacerdote por sus cualidades personales de bondad, de simpatía o de afabilidad. Los sacerdotes modernistas son a menudo expertos en la materia. No se trata de juzgar al sacerdote en base a sus capacidades de relación, en base a su celo por las almas o en base a su elocuencia pastoral. El problema no está aquí: nos quedaríamos en lo subjetivo. Cuando hablamos de “sacerdotes santos” hay que entender esta expresión en el sentido en que la Iglesia la entiende. Un sacerdote santo es un sacerdote que predica la doctrina católica sin alteración y que da los sacramentos sin adulterarlos. Es un sacerdote que predica la verdad y denuncia el error, que enseña y practica la virtud y condena los vicios. Es un sacerdote sin componendas con el mundo y sus errores. Es un sacerdote tal


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como la Iglesia lo desea. Es precisamente por lo que trabaja la Hermandad de San Pío X desde hace cincuenta años. Mons. Lefebvre, en su Itinerario espiritual, mostró cómo la necesidad de tener santos sacerdotes había obsesionado a su alma episcopal: “Si el Espíritu Santo permite que redacte estas consideraciones espirituales antes de entrar, si Dios quiere, en el seno de la Bienaventurada Trinidad, me habrá permitido realizar el sueño que me hizo entrever un día en la Catedral de Dakar: frente a la degradación progresiva del ideal sacerdotal, transmitir en toda su pureza doctrinal y en toda su caridad misionera, el sacerdocio católico de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo transmitió a sus apóstoles, y tal como la Iglesia romana lo transmitió hasta mediados del siglo veinte.” “¿Cómo realizar lo que me parecía entonces la única solución para renovar la Iglesia y la Cristiandad? Era todavía un sueño, pero en el cual se me presentaba ya la necesidad, no solamente de transmitir el sacerdocio auténtico, no solamente la “sana doctrina” aprobada por la Iglesia, sino también el espíritu profundo e inmutable del sacerdocio católico y del espíritu cristiano, ligado esencialmente a la gran oración de Nuestro Señor que expresa eternamente su sacrificio de la Cruz.” “La verdad sacerdotal depende totalmente de esta oración; y por eso he estado siempre obsesionado por este deseo de señalar los caminos de la verdadera santificación del sacerdote según los principios fundamentales de la doctrina católica de la santificación cristiana y sacerdotal” (op. cit., Voz en el desierto, 2005, pp. 9-10). Para ser fiel a esta gracia recibida

en Dakar, la Providencia divina dio a Mons. Lefebvre la ocasión de fundar la Hermandad de San Pío X, a la cual se unen numerosas comunidades ami-

Sin duda alguna, toda la vida de San Juan de Avila de sacerdote y apóstol la dedicó a conseguir la reforma que la Iglesia necesitaba en momentos de profunda crisis. Es una de las figuras más centrales y representativas del siglo XVI. Destacó por la calidad de su doctrina teológica y la sabiduría de sus consejos como guía espiritual en una época de grandes confusiones. En el Concilio de Trento, al que mandó sus Tratados de reforma, puso todo su empeño en la renovación de las costumbres clericales, estableciendo colegios, parecidos en alguna manera a los seminarios, y haciendo que los sacerdotes, como soldados formados para todo, saliesen bien preparados en toda ciencia y virtud.

gas, a fin de dar a la Iglesia “sacerdotes santos” tales como el obispo los había entrevisto. Mons. Lefebvre formó a sus sacerdotes en la pureza doctrinal y la caridad misionera, transmitiéndoles la “sana doctrina aprobada por la Iglesia” y “el espíritu profundo e inmutable del


¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié? sacerdocio católico”. Quienes no creyeron en su misión providencial, quienes prefirieron la letra de la ley contra su espíritu, quienes cedieron al canto de las sirenas conciliares de Ecclesia Dei, creyeron, después de las consagraciones de 1988, que no era ya posible que Mons. Lefebvre formase “sacerdotes santos”. Pero la historia mostrará, y lo ha hecho ya, que Mons. Lefebvre es el salvador del

La Comisión Pontificia Ecclesia Dei fue un dicasterio de la Curia Romana fundado en 1988 por el motu proprio Ecclesia Dei del Papa Juan Pablo II, a raíz de la consagración de obispos en el seno de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X contra la voluntad expresa del Papa. La estructura de la comisión fue refundida por el motu proprio Ecclesiae unitatem del 2 de julio de 2009, vinculándola estrechamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe. El 17 de enero de 2019, mediante una Carta Apostólica en forma de Motu proprio, el Papa Francisco, considerando que las cuestiones que quedaban abiertas eran principalmente de carácter doctrinal, suprimió la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, cuyas competencias se atribuyen plenamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe. En la fotografía, Mons. Guido Pozzo, antiguo secretario de Ecclesia Dei.

sacerdocio y de la santa Misa. La cuestión crucial hoy es pues la de saber si se puede, con plena seguridad de conciencia, recurrir al ministerio de cualquier sacerdote al margen de la Her-

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mandad de San Pío X y de sus comunidades amigas, especialmente al sacerdote Ecclesia Dei. La respuesta es importante, pues la fidelidad al buen combate está en juego. ¿Qué digo? La salvación de nuestras almas está en juego. Algunos han creído poder contentarse con menos que un sacerdote de la Hermandad de San Pío X o de una comunidad amiga. La experiencia ha mostrado que, después de cierto tiempo, no se tenía ya ningún problema con la misa nueva, sino que se empezaba a tenerlo con los “lefebvristas” y los “integristas” … “Dime con quién andas y te diré quién eres…”. Es infalible. No hay pues que equivocarse cuando se plantea el siguiente problema: ¿Dónde están los “santos sacerdotes” de la Iglesia católica? Y para no equivocarse hay que plantear el problema objetivamente y no subjetivamente. Vamos a examinar aquí una cuestión más importante de lo que parece. Para comenzar, a fin de cortar de raíz toda crítica sobre la oportunidad de tal cuestión, recordemos lo que Mons. Lefebvre, el fundador de nuestra Hermandad de San Pío X, pensaba sobre la frecuentación de los medios ralliés. Lo expresó, entre otras veces, en una entrevista exclusiva publicada en Fideliter [la revista del distrito francés de la Hermandad] nº 79 de enero-febrero de 1991, por lo tanto algunos meses antes de su muerte. He aquí lo que decía: “Dicen también: la misa está bien, vamos a ella. Sí, está la misa.


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Está bien, pero hay también el sermón; hay el ambiente, las conversaciones, los contactos antes y después, que hacen que suavemente se cambie de ideas. Es pues un peligro y por ello, de manera general, estimo que eso forma un todo. No se va solamente a misa, se frecuenta un medio. Hay evidentemente gente atraída por las bellas ceremonias, que van también a Fontgombault, donde se ha retomado la misa antigua. Se encuentran en un clima de ambigüedad que, a mi modo de ver, es peligroso. Desde el momento en que se encuentra uno en ese ambiente, sometido al Vaticano, sometido en definitiva al Concilio, se termina por convertirse en ecumenista.”

2. Contra los hechos … Para confirmar este juicio de Mons. Lefebvre, he aquí algunos hechos que prueban que tenía razón. Primero de todo, un antiguo superior del distrito de Francia, al comenzar su mandato, quiso averiguar en qué se convertían los fieles de la Hermandad de San Pío X que frecuentaban los lugares de culto ralliés. Comprobó que, después de cierto tiempo, ya no tenían problema con la misa nueva. Además, hemos sido testigos del hecho de que un sacerdote del Instituto de Cristo Rey redujo a la nada, en pocos minutos, todo el trabajo de formación sobre la misa nueva hecho en un retiro en nuestra casa del Moulin du Pin. Finalmente, una persona que iba todos los días a misa de los ralliés en Versa-

lles fue amonestada por hacerlo así en lugar de ir a su parroquia. Esta persona, que quedó escandalizada, se cuenta hoy entre los terciarios de la Hermandad de San Pío X. Añadamos que, en el mayor número

¿Cuál es el programa de la Revolución en la Iglesia? Consta de tres puntos. El primer punto es excluir el gobierno de Cristo Rey: no debe hablarse de Jesucristo en el Estado, las cruces deben ser retiradas de las escuelas y hospitales, no debe haber más signos católicos. ¡La secularización, la laicidad! Segundo punto: a favor de esta secularización, suprimir la misa. Lo hicieron, en el Concilio, con la nueva misa, la misa secularizada. Y, en tercer lugar, todo ello con el fin de suprimir definitivamente la vida sobrenatural de las almas, de quitársela para convertirlas en almas naturales, profanas, seculares. Este es el programa liberal, el programa de la Revolución. Monseñor Lefebvre tomará este programa y le dará la vuelta para hacer su programa católico de reconstrucción en tres puntos.

de los casos, cuando un fiel de la Hermandad de San Pío X se casa con una ralliée, es el fiel de la Hermandad quien cede y el matrimonio se celebra en la comunidad ralliée. Y a continuación se termina por callarse sobre los problemas de la crisis para salvar la paz familiar. Prueba de que la frecuentación de los ralliés provoca casi siempre un debilitamiento del combate de la fe y pone en peligro a las almas en la crisis de la Iglesia.


¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié? 3. El sacerdote rallié

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toral, no se trata de juzgar a las personas o a un sacerdote en particular. Hay ciertamente sacerdotes ralliés llenos de cualidades personales, quizá incluso de buena fe. La cuestión no está ahí. Los problemas de pastoral descansan sobre los principios, es de la mayor importan-

Se oye decir que los sacerdotes ralliés son “sacerdotes católicos”, que enseñan la fe y la moral católicas, que son “tradicionales” en su doctrina, que celebran los sacramentos según la liturgia de 1962. En el mejor de los casos, se oye decir también que no están contra la Hermandad de San Pío X, que no están muy alejados de la misma, que aceptan celebrar los sacramentos “como en las capillas de la Hermandad de San Pío X”. Es verdad que algunos de esos sacerdotes ralliés comenzaron su formación, o fueron ordenados, en Écône y que veneran a Mons. Lefebvre. ¿Todo esto basta para poder ir a confiar el alma a tales sacerdotes? Las cuestiones que se plan- Primer punto: devolver la misa a los católicos, la verdadera misa, la actualización del sacrificio de la Cruz en el tean son las siguientes: ¿los sa- altar de forma incruenta. Un misterio, pero una realidad cerdotes de las comunidades fecunda para nuestras almas, una fuente de agua viva. Luchar por devolver a nuestras almas la verdadera misa por ralliées pueden ser sacerdotes razones doctrinales y no sólo por razones sentimentales. de buena doctrina? Además ¿los No es que la prefiramos, sino porque es la misa católica expresa el dogma católico y no nos obliga, como la fieles de la Hermandad de San que nueva misa, a doblar la cerviz, a actuar en contra de la verPío X y de las comunidades ami- dad y a contradecir los principios. Como todo fluye de la restaurar la verdadera misa era el primer punto del gas pueden, con plena seguridad misa, programa del arzobispo Lefebvre y, para ello, por supuesde conciencia, confiar el cuidado to, dar sacerdotes y establecer seminarios. de su alma a esos sacerdotes? Fi- Segundo punto: con esta verdadera misa, reconstituir una élite católica, una élite de fieles católicos, y por tanto nalmente ¿hay obligación en con- familias, instituciones cristianas, escuelas católicas. ciencia de asistir a la misa de esos Tercer punto: con esta élite católica, devolver a Nuestro Señor su corona, es decir, su reinado social. sacerdotes, incluso para cumplir Como se puede ver, Monseñor Lefebvre tomó el prograel precepto dominical, cuando no ma liberal, pero lo puso en el lugar correcto, como debe Primero la misa, luego una élite católica que viva en se puede ir a la misa de un sacer- ser. gracia, es decir en estado de gracia porque muchos crisdote de la Hermandad de San Pio tianos hoy ya no viven en estado de gracia sino en estado de pecado mortal, y, en tercer lugar, con esta élite, devolX o de una comunidad amiga? ver su corona a Cristo Rey. 4. Un juicio objetivo ¿Se puede confiar el alma a un sacerdote rallié - a fortiori conciliar? Cuando nos planteamos esta cuestión muy pas-

cia resolver la cuestión en función de los principios. ¿Cuáles son estos, si queremos responder a la pregunta con plena seguridad de conciencia? De manera general, la Iglesia juzga


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¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié?

a las personas sobre su pertenencia oficial. Hay pues una presunción que deriva del foro externo. Algunos ejemplos. Un sacerdote católico se reputa católico. Un pastor protestante se reputa protestante, por lo tanto hereje. Un pope ortodoxo se reputa separado de Roma, por lo tanto cismático. Un imán musulmán se reputa musulmán, por lo tanto infiel. Un rabino se reputa judío (de religión), por lo tanto “pérfido” (en el sentido teológico del término). Un monje budista se reputa discípulo de Buda, por lo tanto pagano. Y esto hasta prueba en contrario, es decir hasta la abjuración del error y la profesión de la fe católica. En consecuencia, y es una verdad de Perogrullo, un sacerdote rallié se presume rallié, por lo tanto vinculado a la Iglesia conciliar, hasta prueba en contrario. Es decir hasta que rechace públicamente la misa de Pablo VI, la libertad religiosa, el ecumenismo y el sincretismo del Vaticano II.

do y continúan la misión que les había asignado la comisión Ecclesia Dei en su tiempo. Continúan con el mismo impulso, aunque la comisión no exista ya. Recordamos a nuestros lectores que dicha comisión fue creada para hacer creer que la Hermandad de San Pío X era “cismática” y para apartar explícitamente a los fieles de la obra de Mons.

5. ¿Rallié a qué? Un sacerdote rallié está precisamente unido de manera oficial, públicamente pues, por medio del instituto al cual pertenezca, a la excomisión Ecclesia Dei (afflicta). Desde enero de 2019 esta comisión ya no existe, pero fue la que dio nacimiento a la posición ralliée y engendró y “legitimó” a todos los institutos que se vincularon a la misma: la Fraternidad de San Pedro, el monasterio del Barroux, los Canónigos de la Madre de Dios, el Instituto de Cristo Rey, los dominicos de Chéméré-le-Roy, el Instituto del Buen Pastor, el Instituto San Juan María Vianney de Campos etc. Ahora bien, esas comunidades ralliées siguen existien-

El cardenal Darío Castrillón fue Nuncio apostólico y Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), de 1983 a 1987 y Presidente, de 1987 a 1991. En 1992, fue promovido a la sede metropolitana de Bucaramanga. El 21 de febrero de 1998 fue designado Cardenal y en 2005 participó en el cónclave que eligió a Benedicto XVI. En el Vaticano, ocupó el cargo de Presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y Prefecto de la Congregación para el Clero, hasta que Benedicto XVI aceptó su renuncia en 2006. El 8 de julio de 2009 se retiró de sus labores. Falleció en 2018, a la edad de 88 años.

Lefebvre; que esa comisión descansaba sobre los hombros de la excomunión de Mons. Lefebvre, puesto que el nombre de tal comisión, erigida a continuación de las consagraciones de 1988, comen-


¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié? zaba con las palabras latinas que quieren decir “la Iglesia de Dios se aflige”, se entiende que “se aflige porque un obispo católico, a saber Mons. Lefebvre, ha creado un cisma en la Iglesia consagran-

El Instituto del Buen Pastor (IBP) es una sociedad de vida apostólica de sacerdotes y seminaristas católicos tradicionalistas, erigida el 8 de septiembre de 2006 por la Congregación para el Clero. Tiene su casa madre en la parroquia de Saint-Eloi en Burdeos y, desde 2013, su secretaría central en Courtalain, Eure-et-Loir. Aquí reside su fundador y superior general emérito, el padre Philippe Laguérie, así como el actual superior general, el padre Luis Gabriel Barrero.

do obispos”. Pero sabemos que Mons. Lefebvre no creó ningún cisma y que la excomunión fue inválida. Con lógica y piedad, un antiguo superior del distrito extraía con buen juicio esta conclusión en una Carta a los amigos y bienhechores del distrito de Francia: “La propia existencia de la comisión Ecclesia Dei, levantada sobre la condena de nuestros obispos, que reagrupa a quienes abandonaron el movimiento de

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Mons. Lefebvre (entrevista al cardenal Castrillón, 6 de agosto de 2007) se encuentra viciada desde el origen. Aceptar ser parte de la misma es una bofetada a la memoria de una persona que nos es sagrada. No es en modo alguno asunto de susceptibilidad … El origen mismo de esta comisión pontificia, como su nombre, invitan textualmente a los fieles a liberarse del combate de los únicos obispos que se atrevieron a levantarse para defender la doctrina tradicional, nos son odiosos y bastan para desacreditarla a nuestros ojos” (Carta nº 71, diciembre de 2007, p. 21). Para conservar las ideas claras, también hace falta decir que cada vez que un fiel de la Hermandad de San Pío X termina por frecuentar las comunidades ralliées, es una victoria de la Roma conciliar sobre la obra de Mons. Lefebvre, victoria que es fruto del motu proprio Ecclesia Dei afflicta. 6. Una garantía de catolicidad Sabemos que la posición oficial de la Hermandad de San Pío X (y de las comunidades amigas) es la que sigue: reconocer al Sumo Pontífice reinante actualmente y aceptar rezar por él públicamente; rechazar seguirle cuando se aparta de la Tradición católica, particularmente en materia de libertad religiosa y de ecumenismo, así como en todas las reformas que son nocivas para la Iglesia; admitir que las misas nuevas celebradas no son todas inválidas, pero afirmar que, en razón del carácter protestante del nuevo rito (incluso en el texto latino), de las malas traducciones en lengua vernácula y de los fantasiosos modos de celebración diversos y variados, el peli-


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gro de invalidez, en la práctica, es muy grande, y que este rito es de suyo malo; comprometerse a no celebrar jamás este nuevo rito, incluso bajo la amenaza de penas eclesiásticas, y a no aconsejar jamás a nadie, de manera positiva, participar activamente en la misa de Pablo VI. Este compromiso se pronuncia por todo ordenando al sacerdocio en la Hermandad de San Pío X. Y es una condición sine qua non requerida por los superiores. Sabemos también que los sacerdotes de la Hermandad de San Pío X hacen, antes de la ordenación sacerdotal, la Profesión de fe de Pío IV y el Juramento antimodernista. Esto hace que cualquier fiel, al frecuentar la obra fundada por Mons. Lefebvre, goce de una garantía de catolicidad en el sacerdote a quien va a dirigirse y pedirle el ministerio sacerdotal. ¿Tiene el fiel la misma garantía dirigiéndose a un sacerdote rallié? He aquí la cuestión. Es el lugar adecuado para recordar que la posición ralliée implica: 1) que el sacerdote se desolidariza de la obra de Mons. Lefebvre, 2) que se acepta, por principio, el concilio Vaticano II y sus reformas, 3) que se acepta, por principio, la nueva misa, 4) que esta aceptación sea públicamente conocida, 5) que la celebración de la misa antigua no perjudique a la aplicación de la reforma de Pablo VI. Estas condiciones remontan al indulto del 3 de octubre de 1984, pero han seguido siempre en vigor hasta hoy para poder gozar de la misa de San Pío V. Podemos añadir que la comisión Ecclesia Dei tuvo también por finalidad, ciertamente no explícita pero muy real, la de hacer aceptar por los fieles: 1) la noción de “Tradición viva” (evolutiva), y 2) la sumisión incondicional y silenciosa a las autoridades conciliares.

7. Sin garantía Al recurrir a los sacerdotes ralliés, no tenemos ninguna garantía de catolicidad tradicional. a) En cuanto a las personas Los sacerdotes unidos a los institutos Ecclesia Dei no presentan en modo alguno las garantías que presentan los sacerdotes miembros de la Hermandad de San Pío X. A este propósito, se podrá releer Le Chardonnet nº 340 de julio-

Examinando la trayectoria de los grupos tradicionales que pactaron con el Vaticano, se encuentra que todos ellos tuvieron que dar algo a cambio del derecho a celebrar la misa tradicional o a erigirse en abadías, administraciones, etc. Tuvieron que aceptar el Vaticano II, sus ritos, sus santos, su misa. Todos ellos cambiaron bruscamente su lenguaje y su actitud hacia todo lo que produjo el Concilio y el post-concilio. En Campos, Dom Fernando Rifan terminó por concelebrar la nueva misa, así como por la total aceptación de toda la “espiritualidad” vaticana, ya sea el nuevo Rosario o la devoción al liberal Escrivá de Balaguer.


¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié? agosto de 2018: Catéchisme des vérités opportunes: les ralliés vus par Mgr Lefebvre, del padre François-Marie Chautard [hay versión española publicada en Tradición Católica y citada más arriba en la nota del traductor]. Nos limitaremos pues a algunos argumentos

El 30 de junio de 1988, Dom Gérard Calvet, fundador del monasterio benedictino del Barroux (Francia) asistió a la ceremonia de las consagraciones realizada por Mons. Lefebvre, pero días después, el 8 de julio, escribió una carta a Juan Pablo II, pidiendo su “regularización”, separándose definitivamente de la Hermandad de San Pío X. El 25 de julio llegó la respuesta que concedía el estatus canónico al monasterio, firmada por los cardenales Mayer y Joseph Ratzinger. El decreto de erección como abadía del monasterio de Sainte-Madeleine se firmó el 2 de junio de 1989, fiesta del Sagrado Corazón, y el 18 de junio se promulgó en el monasterio el decreto de erección y el nombramiento del primer abad: Dom Gérard tomó posesión del cargo. En septiembre de 1990 fue recibido en audiencia privada en Roma por Juan Pablo II. Falleció en febrero de 2008.

entre muchos otros. Dom Gérard (+), fundador y abad del Barroux, concelebró la misa nueva el 27 de abril de 1995; Mons. Wach, Superior del Instituto de Cristo Rey, el 21 de diciembre de 1991; y Mons. Rifan, del Instituto de San Juan María Vianney, el 8 de diciembre de 2004. Han defendido la nueva misa de una manera u otra: la

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revista Sedes Sapientiae (nº 101, otoño de 2007, p. 8) de los dominicos de Chéméré-le-Roy; el padre Ribeton, quien fue superior del distrito de Francia de la Fraternidad de San Pedro (intervención en el Forum catholique del 13 de noviembre de 2006); y el padre Guillaume de Tanoüarn (su legitimidad, en Valeurs actuelles nº 3653, 1º de diciembre de 2006) y el padre Philippe Laguérie (en Le Mascaret nº 290, noviembre de 2007, pp. 6-7), ambos del Instituto del Buen Pastor. Dom Gérard dio, el 4 de marzo de 1998, su imprimatur a la tesis de su monje, el padre Basilio osb, a favor de la libertad religiosa del Vaticano II. El Instituto del Buen Pastor acepta la interpretación clásica (conciliar) del subsistit in de Lumen gentium del Vaticano II (Le Mascaret nº 281 de julio-agosto de 2006, pp. 6-7). b) En cuanto a los sacramentos Todos estos institutos están obligados a aceptar los óleos necesarios para la administración de la extremaunción y de la confirmación consagrados según el nuevo rito, lo cual deja pesar una seria duda positiva sobre la validez de esos sacramentos, sea en razón de una materia defectuosa, sea en razón de la deficiencia del rito (si se utiliza el nuevo rito). ¿Son válidos estos dos sacramentos cuando se administran en las comunidades Ecclesia Dei? He aquí otra cuestión importante en nuestro problema. En efecto, en materia de sacramentos, ni el ministro ni el fiel pueden aceptar la duda. No está permitido. Y ello es un principio elemental de la teología y de la moral sacramental católicas.


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c) En cuanto a la moral Los ralliés, en particular, están obligados a afirmar que la misa de Pablo VI “no es mala” (de hecho les está prohibido afirmar lo contrario), sino que sencillamente es “menos buena”. Un ejemplo va a iluminar esta afirmación y las consecuencias prácticas que implica. El señor Mengano o Zutano, que practica habitualmente en la Hermandad de San Pío X, tiene un pequeño ahijado que va a hacer su primera comunión, pero en una misa nueva. Por comodidad de distancia, frecuenta de vez en cuando un instituto anteriormente vinculado a la excomisión Ecclesia Dei. El domingo que precede, se confiesa en ese instituto y, movido por cierta inquietud de conciencia sobre lo que debe hacer en esas circunstancias, expone su caso al confesor rallié: “Padre, debo asistir a la primera comunión de mi ahijado que va a hacer su primera comunión en una misa nueva. Creo que ese pequeño no comprenderá si no voy y, si voy, no comprenderá que yo no participe en la ceremonia, todavía menos que no comulgue al mismo tiempo que él. Por otro lado ello me entristece mucho … ¿Qué piensa usted?” El confesor responde: “Querido señor, comprendo muy bien su inquietud, que es legítima. Hace bien en abrirse conmigo al respecto. Es verdad que la misa antigua es mejor y que la misa nueva es menos buena, pero ello no quiere decir que sea mala. Puesto que el rito de Pablo VI está aprobado por la Iglesia, no es un pecado asistir al mismo ni participar en él. Y si se puede asistir y partici-

par, es que usted puede comulgar en el mismo, al menos excepcionalmente, en las circunstancias con que se encuentra. Vea usted, hay que ser caritativo antes que nada y no entristecer a su ahijado. Entonces vaya en paz ¡y duerma tranquilo, como se suele decir!” ¡Y he aquí la conciencia de este fiel de la Hermandad de San Pío X falseada por este sacerdote rallié sobre un punto importante! Si puede comulgar una vez en la misa nueva ¿por qué no dos? ¿Por qué no tres?

Los “ralliés” quieren preservar la Tradición (liturgia tradicional) al mismo tiempo que la obediencia a las autoridades actuales autoridades y sus principios, especialmente los principios innovadores del Concilio Vaticano II Concilio Vaticano II, aceptando la legitimidad y la corrección doctrinal del Novus Ordo. Guardan silencio sobre puntos de la doctrina tradicional, como el precio que se paga por ser para ser reconocido en la Iglesia de hoy. En este grupo se incluyen el Barroux, los Fraternidad de San Pedro, el Instituto de Cristo Rey. Ellos son los que abogan por la la “misa de indulto” y el bi-ritualismo, es decir, la legitimidad de los dos ritos, el de la de la misa tradicional y de la nueva misa. En la fotografía, Mons. Gilles Wach, fundador del Instituto de Cristo Rey.

¿Qué pensaba Mons. Lefebvre de esta cuestión? La Misa de siempre da la respuesta: “Pues bien, la nueva misa conduce al pecado contra la fe, que es uno de los pecados más graves y más peligrosos… Equivale a concluir que una


¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié? persona que fuera consciente y estuviera al corriente del peligro de esa misa [lo cual es habitualmente el caso de los fieles de la FSSPX, ndlr] y que fuera a ella, cometería por supuesto al menos un pecado venial. ¿Por qué, me diréis, por qué no dice usted un pecado mortal? Porque creo que asistir una sola vez a esa misa no constituye un peligro próximo [podemos legítimamente suponer que Mons. Lefebvre habla aquí de las misas de Pablo VI “bien dichas” y no celebra-

El nombre de Pablo VI está asociado para siempre a la reforma litúrgica. A partir de febrero de 1964, bajo la dirección de Annibale Bugnini, un Consilium para la Ejecución de la Reforma Litúrgica se comprometió a aplicar la Constitución conciliar sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, promulgada el 4 de diciembre de 1963.

das de manera sacrílega, ndlr]. Creo que el peligro se vuelve grave y, por consiguiente, se vuelve motivo de un pecado grave, por la repetición. (…) El pecado se vuelve grave si una persona consciente y que está al corriente va de todos modos regularmente y dice: “A mí me es igual, ¡oh!, no tengo ningún temor en cuanto a mi fe”, siendo que sabe perfectamente que es algo peligroso” (op. cit., ed. Voz en el Desierto, 2012, pp. 369-370). Ahora bien, todo el mundo sabe que nadie puede dar permiso para cometer un pecado incluso venial…

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d) En cuanto a la doctrina El sacerdote rallié tiene pues una presunción en contra. Oficialmente, celebra la misa antigua por compromiso o acomodo, no por un motivo de fe, sino por sensibilidad tradicional y preferencia sentimental. Oficialmente, no predica nunca sobre las verdaderas causas de la crisis: el concilio Vaticano II. No tiene derecho a denunciar oficialmente los errores conciliares, las reformas conciliares, el mal conciliar. No aparta de la nueva misa y la permite. Es incluso capaz de falsear la conciencia de los fieles sobre puntos graves en el confesonario. Da el sacramento de la extremaunción utilizando quizá una materia inválida. Presenta a los niños a la confirmación de un obispo (conciliar, modernista o conservador) que quizá va a utilizar una materia inválida. Cuando este sacerdote había frecuentado un seminario de la Hermandad de San Pío X, una de dos: o bien fue expulsado, o bien se marchó por desacuerdo. Generalmente, incluso, abandonó Écône antes del subdiaconado, es decir durante el cuarto año como muy tarde. Ahora bien, a esas alturas de la formación sacerdotal, si se ha terminado la filosofía, el seminarista acaba de comenzar el primer año de teología. Tanto como decir que no ha recibido la parte esencial de la formación sacerdotal. Cuando ha abandonado la obra de Mons. Lefebvre después de la ordenación, generalmente es porque no está ya de acuerdo con su posición doctrinal o moral, y la firmeza del combate católico frente a la Roma conciliar. Los institutos ralliés pretenden for-


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¿Se puede confiar el cuidado del alma a un sacerdote rallié?

mar a sus miembros siguiendo a Santo Tomás de Aquino. Nosotros respondemos que es imposible ser formado en la doctrina de Santo Tomás de Aquino y mantener la posición ralliée, aunque solo fuese sobre la nueva misa y los sacramentos. Habría que añadir todos los errores conciliares: libertad religiosa, ecumenismo, colegialidad, moral conyugal, disciplina del matrimonio, aceptación de los nuevos “santos”, ideas nuevas etc. Esos sacerdotes conocen quizá a Santo Tomás de Aquino, pero no se comportan según los principios de Santo Tomás: no es posible. Sobre el culto de los santos, sería interesante verificar si en las escuelas ralliées no se encuentran clases o promociones que llevan los nombres de “San Juan Pablo II” o “San Juan XXIII”… 8. Conclusión: una solución equitativa Ante estas múltiples faltas de garantías, hay pues una evidencia: que un fiel de la Tradición (FSSPX y comunidades amigas) no puede confiar el cuidado de su alma a sacerdotes ralliés. Cuando éstos hayan pronunciado públicamente la Profesión de Pío IV y el Juramento antimodernista, cuando hayan adoptado claramente la posición de la Hermandad de San Pío X, tal y como aquí precisada más arriba, entonces serán dignos de ser abordados con confianza por los católicos de la Tradición fieles al combate de Mons. Lefebvre. No hay ninguna duda de que la excomisión Ecclesia Dei y las comunidades salidas de la misma o que se unieron a ella no presentan ninguna garantía de catolicidad para los fieles. Esas institu-

ciones engañan, y engañan gravemente a los fieles sobre lo que pretenden transmitir y aportar en materia de fe y de moral. Esas comunidades son pues un peligro para todo católico que quiera permanecer fiel al buen combate de la fe. Y este peligro es suficiente para privarse de frecuentar tales comunidades en general e, incluso, de la misa dominical en particular, cuando no se pueda hacer otra cosa. ¿Desean una prueba de teología moral que autorice a mantener esta opinión pastoral fundada sobre principios? Hela aquí, extraída del Précis de théologie morale de Héribert Jones, libro que se encontraba en la biblioteca de Mons. Lefebvre: “Se está dispensado de la asistencia a misa por cualquier motivo medianamente importante, como en el caso de una indisposición seria o cuando se expondría uno mismo o a otro a un perjuicio espiritual o temporal” (nº 198). Ahora bien, está claro que se impone considerar el peligro para la fe y la moral que presentan las comunidades Ecclesia Dei y sus sacerdotes como un perjuicio espiritual más que medianamente importante: es un perjuicio espiritual grave. Por lo tanto ampliamente suficiente como para evitar a las comunidades Ecclesia Dei y huir de las mismas. No cabría pues ninguna obligación de asistir a misa en esas comunidades, incluso cuando no se tiene otra cosa a mano… Hay incluso cierta obligación en conciencia de evitar a esas comunidades. Es una cuestión de prudencia fundada sobre los principios. De acuerdo con el juicio de Mons. Lefebvre citado al comienzo… Así se encuentra resuelta la cuestión pastoral que nos ocupa, y ello objetivamente, en plena verdad y caridad, y sin juicio temerario. m


Cómo la CIA cambió a la Iglesia Juan Manuel Rozas Valdés

I

ntroducción

Hace más de cinco años que se publicó en los Estados Unidos de América un gran libro (grande porque voluminoso y, a la vez, importante) y que, sin embargo, entre nosotros, e incluso en una consideración más amplia, ha pasado casi inadvertido: John Courtney Murray, Time / Life, y la proposición americana: cómo el programa de guerra doctrinal de la CIA cambió a la Iglesia católica(1). Libro salido de la investigación y pluma de David Wemhoff, columnista de la revista Culture Wars (South Bend, Indiana), abogado y profesor universitario. Una obra sólida, documentada y muy notable, sobre la historia del catolicismo en los Estados Unidos del siglo XX y su influencia en las transformaciones sufridas por la Iglesia universal. ¿Sería inadecuado darle eco en estas páginas, por tratarse de un asunto demasiado singular o enfoque demasiado erudito, fuera de lugar en una modesta revista de apostolado, actualidad y formación como

Tradición Católica? Me inclino a creer que no, por lo mucho que el libro de Wemhoff explica, aunque eluda reconocerlo a las claras, sobre el desastre que el concilio Vaticano II supuso para la Iglesia y sus relaciones con el mundo. Y por su intensa conexión con España, sobre la cual volveré más adelante. Wemhoff dedica casi mil páginas de investigación minuciosa a demostrar su tesis: que una acción concertada de la Agencia Central de Información (la célebre CIA, fundada en 1947), y otros organismos gubernamentales y paragubernamentales de los Estados Unidos, junto con el jesuita de ese país John Courtney Murray, principalmente, y otros autores del liberalismo de signo católico a ambos lados del Atlántico, y junto con el magnate de la prensa Henry Luce, editor de las revistas Time, Life y Fortune, tuvo un papel muy influyente en lo que Wemhoff llama “la conquista de la Iglesia por el americanismo”: esto es, el abandono de la doctrina tradicional sobre el Estado católico (o Ciudad católica, si tenemos cuidado de evitar la confusión entre la comu-


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nidad política en general y su moderna forma estatal) y la conversión a la cultura política de la Ilustración. O dicho sea con otras palabras, que son las de la 80ª y última proposición condenada del Syllabus (1864) de Pío IX, la reconciliación del Romano Pontífice “con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna” (2). El jesuita John Courtney Murray La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, proclamada el 4 de julio de 1776, es un texto fundamental de la cultura política de la Ilustración, todavía entonces templada por la afirmación (después en gradual declive, hasta haber sido hoy aniquilada) de que existen “leyes de la naturaleza” y existe “el Dios de esa naturaleza”. Al modo de ver de esos padres fundadores, la vida en sociedad podía y debía organizarse sobre esos solos pilares naturales, esto es, sin aceptación política de ninguna religión en particular y por ello, nos toca añadir, sin sometimiento político, claro está, a la Iglesia católica como custodia de la Revelación y de la ley natural. Lo cual fue posteriormente explicitado en la primera enmienda (1791) a la Constitución de los Estados Unidos: “El Congreso no aprobará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente…”. Puesto que existen “leyes de la naturaleza” y existe “el Dios de esa naturaleza”, así se sostienen como evidentes en la Declaración de Independencia “estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que

para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados ...”. Es la tesis o proposición americana: “Sostenemos como evidentes estas verdades…”. Y fue por ello el título (We Hold These Truths: Catholic Reflections on the American Proposition) elegido

John Courtney Murray, S. J. (1904 - 1967), fue un sacerdote jesuita y teólogo estadounidense, especialmente conocido por sus esfuerzos por conciliar el catolicismo y el pluralismo religioso, centrándose en particular en la relación entre la libertad religiosa y las instituciones de un Estado moderno estructurado democráticamente. Durante el Concilio Vaticano II, desempeñó un papel clave para convencer a la asamblea de los obispos católicos de que adoptaran la innovadora Declaración sobre la Libertad Religiosa del Concilio, Dignitatis humanae.

en 1960 por el jesuita estadounidense John Courtney Murray (1904-67) para reunir en un libro los artículos que, durante una larga campaña de casi veinte años a favor de la libertad religiosa y la neutralidad religiosa del Estado, había


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dedicado a exaltar esas tesis, en lugar de las verdades católicas sobre el reinado social de Cristo, y propugnar su plena adopción por la Iglesia. A propugnar pues el abandono de las enseñanzas tradicionales sobre las relaciones entre religión y comunidad política que, todavía en aquellos años 50 del pasado siglo, Pío XII reafirmaba sin vacilar en el terreno de los principios: que aquello “que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno ni a la existencia, ni a la propaganda, ni

El P. Murray hizo una importante contribución en el Concilio Vaticano II en la Declaración sobre la Libertad Religiosa: «Las declaraciones de Gaudium et Spes [La Iglesia en el mundo moderno], como las de Dignitatis Humanae [Declaración sobre la libertad religiosa], representan un aggiornamento. Y son programáticas para el futuro. Desde ahora, la Iglesia define su misión en el orden temporal en términos de realización de la dignidad humana, de promoción de los derechos del hombre, de crecimiento de la familia humana hacia la unidad y de santificación de las actividades seculares de este mundo».

a la acción” (Ci riesce, 1953)(3), y que la Iglesia “mira como ideal la unidad del pueblo en la verdadera religión y la unanimidad de acción entre ella y el Estado” (Vous avez voulu, 1955)(4). Murray había recibido la ordenación sacerdotal en 1933, se doctoró en teología en la Universidad Gregoriana en 1937 y desde entonces enseñó en los

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Estados Unidos en colegios y universidades de la Compañía de Jesús, y hasta brevemente en Yale, donde fue el primer sacerdote admitido como profesor. En 1941 se hizo cargo de Theological Studies, una nueva revista de los jesuitas, y en sus páginas y otras publicaciones hizo enteramente suya, desarrolló con brillantez y divulgó con extraordinario acierto y éxito la afirmación nuclear del americanismo, en lo que toca a las relaciones entre religión y comunidad política, que León XIII había condenado: “se evitará creer erróneamente […] que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de buscarse en Norteamérica o que universalmente es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados al estilo norteamericano” (Longinqua oceani, 1895)(5). Pues bien, Murray sostenía, de modo diametralmente opuesto, que muy lejos de los caducos tiempos de la antigua Cristiandad, muy lejos de la alianza entre los tronos y el altar, “el modelo ideal de la situación de la Iglesia” ciertamente había de buscarse en los Estados Unidos, y que universalmente era lícito y conveniente que “lo político y lo religioso estuviesen disociados y separados al estilo norteamericano”: no al modo francés de Estado preceptor y ajeno a todos los cultos, históricamente enfrentado a la Iglesia y cuyo lugar ha querido ocupar, sino al modo norteamericano de gobierno que no profesa ningún culto en particular pero descansa sobre todos y con todos coopera, no tanto secularista como basado en el pluralismo religioso. De este modo tuvo Murray un papel protagonista, quizá sólo inferior a Jacques Maritain, en la preparación próxi-


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ma del viraje o inflexión que se produjo en diciembre de 1965 con la aprobación por el concilio Vaticano II de la constitución pastoral Gaudium et spes y la declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa: - Del ideal nunca renunciado (aunque sujeto a acomodamientos prácticos) de los deberes del Estado para con Cristo Rey y su Iglesia, sin perjuicio de la eventual tolerancia de los demás cultos; - A la Iglesia abrazada y sometida, sin ninguna reserva, al derecho común de la libertad religiosa en el Estado indiferente en religión y únicamente obligado, a ojos de la Iglesia, por la ley natural. Aunque hasta la ley natural vendría a casi desaparecer en el lenguaje eclesiástico y diluirse en sus modernos sucedáneos: la dignidad de la persona y los derechos humanos o fundamentales, con cuya garantía ha pasado a confundirse el bien común. Entre bambalinas del episcopado estadounidense, Murray llegó a participar en los debates conciliares. Y aunque sobrevivió poco más de año y medio a la clausura del último concilio ecuménico, pues murió en agosto de 1967, tuvo tiempo de expresar sus dudas sobre si él, y quienes habían pensado como él, no habrían errado ¡y tanto que se equivocaron! al dar por sentado que una laicidad benevolente a la manera norteamericana, no secularista sino basada en el pluralismo religioso, conservaría suficiente vigor como para que se mantuviera cierto respeto político por el orden natural.

Si esas dudas le asaltaron entonces, cuando el divorcio causal era todavía, allí donde se había reconocido, por lo general difícil e infrecuente ¿qué habría llegado a pensar en un mundo como

Fueron los obispos americanos quienes defendieron el nuevo texto del P. Murray sobre la libertad religiosa, un texto liberal que vino a sustituir el esquema ortodoxo ya elaborado bajo la dirección del Card. Ottaviani sobre la tolerancia religiosa. El 7 de diciembre de 1965, la Dignitatis Humanae se convirtió en el último de los dieciséis documentos aprobados por el Concilio y en el documento que es como la corona del Concilio. Cuando el cardenal Bea había venido a Nueva York como delegado ecuménico del Papa para preguntar a los judíos de la B’nai B’rith qué deseaban como fruto de la celebración del Concilio, los judíos habían respondido: “Queremos la libertad religiosa”. En la fotografía, del 31 de mayo de 1963, el cardenal Augustin Bea se reúne en Nueva York con el rabino Abraham Joshua Heschel (1907-1972), representante de B’nai B’rith.

el actual donde el divorcio por simple mutuo acuerdo, o incluso unilateral, ha desquiciado y casi destruido la institución familiar, y donde se han aceptado legal y socialmente el aborto voluntario, la sodomía y el sedicente matrimonio entre homosexuales, la fecundación artificial y la maternidad subrogada, los cambios de sexo y la eutanasia, y donde se vislumbra ya la fusión entre los hombres y las máquinas? Cuando hasta


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la jerarquía de la Iglesia ha renunciado al reinado social de Cristo y abrazado el naturalismo político, Dios permite que las sociedades se sacudan los últimos vestigios de respeto por la ley natural: como escribió Chesterton, “eliminad lo sobrenatural, y lo que queda es lo antinatural”(6), no lo natural. Contra la Ciudad católica Para León XIII “hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”(7). Y en palabras de San Pío X “la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica”(8). Pero para el americanista Murray los tiempos de la Ciudad católica no sólo habían pasado para siempre, sino que, sobre todo, no fueron nunca los más conformes al Evangelio ni los más favorables a la civilización. Murray mantuvo por ello una polémica de muchos años contra la Ciudad católica, esto es, contra el Estado que reconoce la fe católica como única religión verdadera y se somete a Cristo Rey y su Iglesia. Y en esa polémica tuvo enfrente a algunos pocos teólogos que en los Estados Unidos se atrevían a defender, con sabiduría y firmeza, la realeza social de Jesucristo y los principios del derecho público cristiano. Entre esos defensores estadounidenses de la recta doctrina sobre las relaciones entre religión y comunidad política hay que recordar sobre todo a Joseph Fenton, alma de la American Ecclesiastical Review, y también a George Shea y el redentorista Francis Connell. Aunque incluso estos defensores de la verdad católica en el terreno de los principios no dejaban de trufarlos

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con homenajes a la democracia y libertades estadounidenses. Entre los católicos de esa inmensa nación, por mucho que se aceptase y profesara la tradicional doctrina católica cuando la Iglesia la poseía y enseñaba pacíficamente, o se la acepte y profese hoy por quienes, firmes en la fe, resisten en medio del marasmo postconciliar, ha sido siempre muy excepcional, apenas visto, que esa ortodoxia llegue hasta poner en duda la excelencia práctica de la constitución y el modo de vida norteamericanos. En ese contexto se enmarcan la amistad, las intensas relaciones intelectuales y los empeños comunes que unieron a Murray con el magnate de la prensa Henry Luce, editor de las poderosas revistas Time, Life y Fortune, y con su mujer Clare, conversa a la fe católica y algunos años embajadora ante la República italiana en la Roma de la Democracia Cristiana, mucho antes de que los Estados Unidos abrieran embajada ante la Santa Sede. Tanto Murray como los Luce y sus influyentes revistas ilustradas fueron colaboradores de las campañas culturales urdidas durante la guerra fría por la CIA y otros organismos gubernamentales y paragubernamentales, en defensa de la posición mundial de los Estados Unidos y de su modo de vida inspirado por el espíritu capitalista, contra el comunismo soviético y chino, principalmente, pero también contra los vestigios eclesiásticos, políticos e intelectuales de la vieja civilización cristiana. Contra el comunismo, la confluencia era total con la Iglesia de Pío XII. Pero contra la vieja civilización cristiana se produjo en cambio la llegada en 1960 del primer católico (por nominal que fuese), John F. Kennedy, a la presidencia de los


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Estados Unidos, previa profesión expresa del credo americanista, sin reserva alguna, y promesa de que sus creencias religiosas no afectarían en nada a su acción de gobierno. Y fue precisamente Murray, a pesar de su preferencia por los republicanos y no obstante tener a Kennedy por demasiado secularista, quien estuvo tras su decisivo discurso en Houston, ante un grupo de pastores protestantes, cuando el candidato presidencial hizo esa profesión expresa y renuncia a toda sombra y cualquier atisbo de catolicismo político. Aquella campaña contra la Ciudad católica no dejó de tener incidencia en el centro de la Iglesia. Hay que mencionar primero la resistencia romana (firme pero ineficaz) al americanismo doctrinal, que no a la hegemonía de los Estados Unidos (anticomunismo obligaba), en tiempos de Pío XII y grandes cardenales como el declinante Pizzardo y Ottaviani en su cénit. Vinieron después las aguas turbulentas del concilio Vaticano II, la constitución pastoral Gaudium et spes que Joseph Ratzinger llegará a definir como “contra-Syllabus”(9), y la confusa(10) (y a la postre, en sus efectos, nefasta sin paliativos) declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, en cuya génesis y elaboración tanta parte tuvo Murray, aunque no llegara a conformarla totalmente. Hasta llegar al completo triunfo postconciliar del mismo americanismo antes condenado, pues nadie negará que prevalece hoy entre pastores y fieles la errónea convicción de que, con arreglo a las enseñanzas y los deseos católicos, “el modelo ideal de la situación de la Iglesia” debería “buscarse en Norteamérica”; y que universalmente sería lícito o conveniente que lo político y lo religioso

estuviesen “disociados y separados al estilo norteamericano”. Dado que el subtítulo del libro (Cómo el programa de guerra doctrinal de la CIA cambió a la Iglesia católica) rin-

Henry Robinson Luce (1898 - 1967) fue un magnate estadounidense de las revistas que fue llamado “el ciudadano privado más influyente de la América de su tiempo”. Lanzó y supervisó de cerca un conjunto de revistas que transformaron el periodismo y los hábitos de lectura de millones de estadounidenses. Time resumía e interpretaba las noticias de la semana; Life era una revista ilustrada de política, cultura y sociedad que dominaba la percepción visual de los estadounidenses en la época anterior a la televisión; Fortune informaba sobre los negocios nacionales e internacionales; y Sports Illustrated exploraba el mundo del deporte. Contando con sus proyectos radiofónicos y noticiarios, Luce creó la primera corporación multimedia. Preveía que Estados Unidos alcanzaría la hegemonía mundial y, en 1941, declaró que el siglo XX sería el “siglo americano”.

de tributo a lo simple y atractivo que se aconseja para semejantes cosas, alguien podría entender equivocadamente que el libro de Wemhoff pertenece al género conspiracionista. Pero no es así, ya que en modo alguno se pretende por el autor


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que las transformaciones padecidas por la Iglesia desde el último concilio general hayan obedecido, ni exclusivamente ni siquiera de modo principal, a la acción cultural de la CIA. Lo que se relata y acredita es que esa acción cultural, en torno a personajes como Murray, los Luce (y las revistas gráficas Time y Life) y muchos más a ambas orillas del Atlántico (Walter Lippmann, C.D. Jackson, prelados como Spellman y Montini –después Pablo VI, Jacques Maritain, los jesuitas Leiber y Weigel, los dominicos Morlion y Bruckberger etc.), acompañó y contribuyó eficazmente a aquellas transformaciones, singularmente al abandono de la tradicional doctrina católica sobre las relaciones entre religión y comunidad política y la conversión al americanismo. España como contra-modelo: el Estado católico España está presente, de manera frondosa y muy relevante, en las páginas del libro de Wemhoff, porque en aquellos años posteriores a 1945 la España del Generalísimo Franco constituía, frente a la proposición americana, el contra-modelo de Estado católico que era forzoso rechazar y derribar. Las presiones norteamericanas (del gobierno y de la prensa) a favor de la propaganda protestante en nuestra patria; las pastorales del cardenal Segura en defensa de la unidad católica; el concordato de 1953 (un concordato de tesis en pleno siglo XX); las polémicas entre Murray y teólogos españoles de la Com-

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pañía de Jesús que no se apeaban entonces de la ortodoxia católica; la oposición, los recelos, las dudas, la claudicación final de los obispos españoles en relación con el cambio de paradigma político de la Iglesia; la introducción en España de la libertad religiosa en 1967, la apostasía constitucional de 1978, la consecuente ruina espiritual de nuestro pueblo; todo

El debate sobre la cuestión de la libertad religiosa durante la tercera sesión del Concilio Vaticano II había sido tumultuoso. Al iniciarse la última sesión, el 14 de septiembre de 1965, se enfrentaron dos “bandos” opuestos e irreconciliables. El bando tradicionalista, liderado por el cardenal Alfredo Ottaviani, era una poderosa minoría que sostenía que el Estado estaba obligado a dar culto a Dios según la religión católica. Los reformistas, siguiendo el pensamiento de John Courtney Murray, S.J., sostenían que la Iglesia podía y debía apoyar la libertad religiosa en los Estados laicos. Los resultados de esa falsa doctrina no tardarían en aplicarse.

ello desfila por las páginas del libro de Wemhoff. No se subrayará bastante la importancia del caso español en esta historia. Cuando Murray tomaba las armas contra la Ciudad católica y a favor del americanismo, cuando los programas de guerra cultural de la CIA y las revistas de Henry Luce exaltaban y propagaban por el mundo el modo americano de vivir y gobernarse, ni la jerarquía de la Iglesia ni ningún católico sensato ha-


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bían reclamado nunca el establecimien- presentantes, y como la mayoría de los to inmediato de un Estado católico en la jueces del Tribunal Supremo, son catópatria de Washington y Lincoln. Habida licos, algunos nominales, otros (como la cuenta del abigarrado pluralismo reli- juez Amy Coney Barrett) privadamente gioso que caracterizaba desde sus oríge- fervorosos y apegados a la antigua consnes a esa sociedad (la tierra incluso del titución en sus estrictos términos origi“church hopping” - de iglesia en iglesia), narios, pero todos americanistas. Hace la tradicional doctrina católica daba per- más de cincuenta años que, en palabras fecta cuenta y razón de lo inevitable allí de David Wemhoff, la Iglesia fue conde un poder político no católico, el cual quistada por el americanismo; no Amédebería conformarse al rica por la Iglesia. menos a los preceptos de la ley natural. El triunfo de Pero algunos prola libertad religiosa testantes se inquietaban por el crecimiento ¿Cómo escoger alde la población católica gunas citas notables en en los Estados Unidos, obra tan voluminosa? tanto por la inmigraMe quedaré con dos: ción como por causa “Años más tarde, de su entonces mayor las ideas de Murray natalidad, y hasta llese abrirían camino en gaban a conjeturar con el concilio Vaticano la espantosa hipótesis II. Como resultado, el de una futura mayoría Vaticano II lanzó una David A. Wemhoff católica que aspirase a concepción del hombre convertir aquel país en ¡horror! algo se- que incluía la búsqueda de verdad y limejante a la España de Franco. El repro- bertad, y una dignidad humana sin deche clásico a los católicos era que invo- finir que llegó a validar cualquier deseo caban y se acogían a la libertad religiosa y la idea de que los Estados Unidos de donde estaban en minoría, como en los América eran realmente católicos en su Estados Unidos, pero donde estaban en corazón. Connell creía que los católicos mayoría establecían regímenes católicos podían ser buenos estadounidenses a y a lo sumo concedían cierta tolerancia pesar de la libertad religiosa y de la sepaa los demás cultos. Hacía falta que la ración entre la Iglesia y el Estado, pero Iglesia renunciase a la Ciudad católica, Murray y Luce pretendían que un catóhasta en el terreno de los principios, y lico podía ser un buen estadounidense que en una misma bandeja se ofreciesen adhiriendo a esas ideas americanas”(11). al mundo, en lugar de la cabeza del BauY una triste reflexión de Fenton, el tista, tanto la doctrina tradicional como principal antagonista de Murray, en la España católica. tiempos ya del concilio ecuménico, soPuede valer la pena señalar que hoy bre la esterilidad de la condena de las tanto el Presidente Biden como Nancy tesis de Murray por el Santo Oficio en Pelosi, al frente de la Cámara de Re- 1954, que se había mantenido siempre


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reservada: “No ha habido nunca nada menos eficaz en la Iglesia que una condenación secreta de un error”(12). Lo condenado reservadamente bajo Pío XII venía a ser públicamente aprobado por Pablo VI(13) y, a partir de él, por todos los papas y casi todo el episcopado mundial. Una sola objeción importante a libro

Aprobada por una abrumadora mayoría, la declaración Nostra Aetate fue sin duda el comienzo de un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia. En 1990, el entonces presidente del American Jewish Committee, Sholom Comay, declaró que, en lo que respecta a las relaciones entre católicos y judíos, el Vaticano II puso en marcha “uno de las grandes éxitos del siglo”. En 2005, con motivo del 40º aniversario de dicha declaración, el rabino Gilbert S. Rosenthal, director del National Council of Synagogues, dijo que “los puntos principales de la declaración Nostra Aetate representan una revolución copernicana en el pensamiento católico sobre la religión y el pueblo judío”.

tan recomendable: su empeño por salvar a toda costa la pretendida continuidad entre Dignitatis humanae, al menos en su estricta literalidad, y el magisterio precedente, como si debiera constituir necesariamente, y de hecho lo constituyera a todas luces, un desarrollo homogéneo y accidental de la tradicional doctrina católica. Wemhoff afirma que no cabría otra interpretación católica, ya que, de admitirse que pudiera haberse deslizado algún error en la literalidad

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de ese documento, ello sería incompatible con la infalibilidad de la Iglesia. Por ello exculpa de todo error literal a la declaración, y carga las culpas sobre el así llamado espíritu del Vaticano II y la hecatombe postconciliar. Pero Dignitatis humanae no tiene la irreformable autoridad infalible de una definición solemne, ni del constante magisterio ordinario y universal, sino la ínfima de una declaración pastoral que ha llegado a calificarse como un sermón de los años 60 del pasado siglo. Un sermón confuso al margen de lo que la Iglesia había hecho y enseñado desde al menos el siglo IV, puesto que, como escribió dom Guéranger, desde aquel siglo la Iglesia no había “dejado de recordar a los príncipes la obligación en que están de servir a la realeza de Jesucristo, empleando su autoridad para proteger la religión”(14). De todos modos, esa interpretación del autor sería más convincente si su libro no terminara, justa y precisamente, con el capital discurso de Benedicto XVI a la Curia el 22 de diciembre de 2005, donde se ocupó de Dignitatis humanae en gran armonía con las ideas de Murray, y a cuyo propósito escribe Wemhoff: “No entendió, sin embargo, que lo que acababa de decir era un cambio o una ruptura, o podía verse como tal. La interpretación de Joseph Ratzinger acerca de los asuntos y dinámicas más importantes, quizá, del concilio Vaticano II, era el resultado de la colaboración de John Courtney Murray con Time, Inc. y el programa de guerra doctrinal del gobierno de los Estados Unidos (espe-


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cialmente, la CIA). Casi cuatro décadas después de las muertes de Henry Luce y John Courtney Murray, sus ideas, propagadas por las revistas Time y Life, así como por el programa estadounidense de guerra ideológica y su maquinaria de combate psicológico, se repetían con aprobación por el jefe de más de mil millones de católicos. La Iglesia católica había sido conquistada y se había acomodado a su cautividad americana. El éxito americano era, y permanece, verdaderamente fenomenal”(15). Porque ¿quién mejor que el teólogo Joseph Ratzinger, perito conciliar y largos años prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después Benedicto XVI, para darnos la interpretación auténtica de Dignitatis humanae? Una interpretación contraria a la Ciudad católica y en concordancia, muy precisamente, con las ideas de John Courtney Murray. m (1) David A. Wemhoff, John Courtney Murray, Time / Life, and the American Proposition: How the CIA´s Doctrinal Warfare Program Changed the Catholic Church, Fidelity Press, South Bend, Indiana, 2015. (2) Pío IX, Syllabus, catálogo de errores modernos, 8 de diciembre de 1864, núm. 80 (Doctrina pontificia, II Documentos políticos, BAC, Madrid, 1958, p. 38). (3) Pío XII, Ci riesce, discurso del 6 de diciembre de 1953 a la Unión de Juristas Católicos Italianos, núm. 17 (Doctrina pontificia, II Documentos políticos, op. cit., p. 1013). (4) Pío XII, Vous avez voulu, discurso del 7 de septiembre de 1955 al X Congreso Internacional de Ciencias Históricas. (5) León XIII, encíclica Longinqua oceani (1895), núm. 6 (Doctrina pontificia, III Documentos sociales, BAC, Madrid, 1959, pp. 390-391). (6) G.K. Chesterton, Herejes (1905), ed. Acantilado, Bar-

celona, 2007, p. 74. (7) León XIII, encíclica Immortale Dei (1888), núm. 9 (Doctrina pontificia, II Documentos políticos, op. cit., p. 202). (8) San Pío X, Carta Notre charge apostolique sobre “Le Sillon” y la democracia (1910), núm. 11 (Doctrina pontificia, II Documentos políticos, op. cit., p. 408). (9) “El texto de Gaudium et spes desempeña el papel de un contra-Syllabus en la medida en que representa una tentativa de reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal y como se presentaba desde 1789” (Joseph Ratzinger, Les principes de la théologie catholique, esquisse et matériaux, ed. Téqui, París, 1982, p. 427; hay versión española, Teoría de los principios teológicos, ed. Herder, Barcelona, 1985). (10) Al comienzo del documento se dice que se deja íntegra la “doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo“; se trata de una frase añadida por Pablo VI en la recta final de la deliberación. “Algunos Obispos hispanizantes que hasta ese momento habían votado non placet dijeron entonces: “¿Cómo no votar ahora placet? Además, el número 1 nos recuerda que queda a salvo la doctrina tradicional sobre los deberes del Estado hacia la Iglesia”. Monseñor Lefebvre protestó contra esa actitud: Sí –decía-, Pablo VI añadió esa breve frase, pero no tiene ninguna incidencia en el texto que dice lo contrario ¡Es muy fácil dejar pasar el error con una breve frase!” (Bernard Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre, la biografía, ed. Actas, Madrid, 2012, p. 435). (11) Wemhoff, John Courtney Murray…, op. cit., p. 459. (12) Wemhoff, John Courtney Murray…, op. cit., p. 682. (13) “¿Y qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, las potencias de la tierra, qué os pide hoy? Os lo dice en uno de los textos de mayor importancia de su Concilio: no os pide más que la libertad: la libertad de creer y de predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y servirlo; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida” (Pablo VI, Mensajes del Concilio a la Humanidad, Mensaje a los gobernantes, núm. 4, Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC, Madrid, 1965, p. 732). Nada más que libertad para la Iglesia, ningún servicio del Estado a la realeza de Jesucristo. (14) Dom Prosper Guéranger, “Pour l´honneur du ChristRoi”, en la revista L´Ami de la Religion, 17 de marzo de 1860; artículo recogido en la reciente recopilación de sus artículos sobre Cristo Rey que lleva por título Jésus-Christ roi de l´histoire (ed. Association Saint-Jérôme, Saint-Macaire, 2005, p. 167). (15) Wemhoff, John Courtney Murray…, op. cit., p. 901.

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Al servicio de las vocaciones sacerdotales y religiosas Entrevista al P. Patrick Troadec Tras 23 años a la cabeza del seminario Santo Cura de Ars en Flavigny (Francia), al Padre Patrick Troadec, actualmente prior de Brest (Bretaña francesa), en una entrevista concedida para DICI, se le preguntó acerca de las lecciones aprendidas durante sus muchos años consagrados a la formación de los futuros sacerdotes y hermanos de la Fraternidad San Pío X.

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esde 1996 hasta 2019 ocupó el cargo de Director del Seminario de Flavigny. Durante este largo período conoció a una cantidad impresionante de seminaristas y hermanos, ¿no es así? Efectivamente, durante mi mandato recibí a 459 seminaristas y hermanos, un promedio de 20 jóvenes por año. ¿Podría darnos algunos detalles sobre el origen de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa? El Seminario de Flavigny, como todos los otros seminarios de la Fraternidad, es internacional. Esta no es una palabra hueca. De hecho, si bien las tres cuartas partes de los seminaristas y hermanos son franceses, los demás provenían principalmente de Suiza e Italia, pero también de otros países europeos como Inglaterra, Irlanda, Escocia, Polonia, España y Portugal. También recibí a africanos, estadounidenses e incluso a un joven de Sri Lanka.

¿Existe algún tipo de familia en específico donde se originan las vocaciones? Los seminaristas provienen de fa-

milias de 6 hijos en promedio. Las tres cuartas partes de los franceses recibieron su formación en escuelas totalmente católicas y la gran mayoría tienen madres que se dedicaban a sus hogares. La Iglesia siempre ha favorecido las

familias numerosas y ha alentado a las madres a que permanezcan en sus hogares. Además, siempre ha instado a que los niños asistan a escuelas esencialmente católicas. El análisis del origen de los candidatos al sacerdocio y la vida religiosa confirma la validez de estas prescripciones. ¿Dónde ejercen su ministerio los nuevos sacerdotes? Casi un 40% de ellos ejerce su mi-


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nisterio en el extranjero, repartidos en 18 países. La mitad están en Europa y el resto en otros continentes. Hay algunos en los Estados Unidos, Canadá, México, Argentina, Gabón, Kenia, Sudáfrica, Zimbabwe, Singapur, Australia y Nueva Zelanda. Con su sentido católico, Monseñor Lefebvre quería que la Fraternidad acudiera en ayuda de los fieles de todo el mundo, solicitando su presencia para garantizar la salvación de las almas. ¿Notó alguna diferencia entre los jóvenes que recibió en los últimos años y aquellos que formó hace 20 años? La mayoría de los seminaristas recibieron gracias excepcionales durante su infancia y adolescencia, que les permitieron desarrollar armoniosamente la gracia de su bautismo. A menudo han sido protegidos del mundo. Sin embargo, son jóvenes de su época y el mundo ha dejado su huella en algunos de ellos. Cuando yo era seminarista, Monseñor Lefebvre solía decir que el liberalismo prevaleciente nos había afectado. De la misma manera, hoy, el modo de vida de nuestros contemporáneos se refleja en parte en nuestro entorno. Al llegar a Flavigny, identifiqué una “mentalidad de comida rápida” que afectó a algunos seminaristas, es decir, una dificultad para captar temas difíciles. Ya desde entonces era necesario expresarse de una manera sencilla para hacerse entender. Ocho años más tarde, me encontré con lo que podría llamarse una “tendencia de zapping”, es decir, el deseo de permanecer poco tiempo en el mismo tema, vinculado a un deseo recu-

rrente de cambio, y durante aproximadamente ocho años, algunos de nuestros jóvenes se han visto afectados por lo que llamaré “la era del clic”, es decir, el deseo de tener una respuesta inmediata a todo. Los campesinos saben que hay un tiempo entre la siembra y la cosecha, pero, hoy en día, todo el que esté familiarizado con Google olvida este hecho fundamental de la naturaleza. Afortunadamente, el entorno geográfico excepcional del Seminario de Flavigny hace posible que los seminaristas vuelvan a la realidad, viviendo lejos del mundo informático y envueltos en un ambiente propicio para la contemplación.

¿Cuál es la característica particular del primer año del seminario? Las reglas del seminario fueron diseñadas por la sabiduría de la Iglesia para forjar temperamentos equilibrados. El objetivo principal del primer año es la búsqueda de una unión íntima con Dios. Una de las condiciones para adquirir esta unión es el silencio. Dios habla en el silencio; el ambiente del seminario es un ambiente silencioso. El silencio del seminario no es un vacío, sino una plenitud. Además, el silencio hace posible unir las ventajas de la soledad con las de la vida comunitaria.


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Otra característica de la vida del seminario es la vida litúrgica. Como dijo San Pío X, la liturgia es la primera fuente del espíritu cristiano. Hay gracias específicas para cada fiesta. Los seminaristas están en la mejor posición para recibirlas. Otro elemento importante para los

futuros sacerdotes es la vida comunitaria. La Fraternidad San Pío X es una sociedad de vida en común. Los seminaristas se capacitan en la práctica de las virtudes a través del apoyo mutuo. El hecho de vivir con otros jóvenes animados por los mismos ideales es una ayuda valiosa para los seminaristas. Entre ellos, hay una gran diversidad, una fuente de enriquecimiento: algunos tienen dieciocho años, otros son mayores; algunos solo estudiaron el bachillerato, otros tienen estudios avanzados; algunos nacen en la Tradición, otros son conversos. Hay, como dije, franceses y extranjeros. Existe, por lo tanto, una amplia gama de seminaristas y hermanos, lo que hace que la vida sea muy placentera. Ahora bien, no debemos idealizar la vida del seminario. No hay vida mística sin vida ascética; no hay unión con Dios sin renuncia. Para ser feliz en el seminario, se debe ser generoso y darse a sí mismo sin reservas. Se tienen que hacer concesiones para llevarse bien con per-

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sonas que son tan diferentes, porque aunque las diferencias entre los seminaristas pueden ser una fuente de enriquecimiento, también pueden generar desacuerdos. Además, Monseñor Lefebvre nos dejó este inestimable consejo: “[Los seminaristas] se esforzarán por dar a cada uno la misma estima, la misma devoción, especialmente durante la recreación y las salidas. Siempre tendrán primero en cuenta aquello que los une en vez de aquello que los separa... El hombre no puede vivir de ilusiones, esta felicidad se compra a través de la obediencia, la abnegación, la humildad, el olvido de uno mismo y el verdadero celo por el reinado de Nuestro Señor”. Ha hablado de conversos entre los seminaristas. ¿Los casos de los jóvenes conversos que llaman a la puerta del seminario son regulares? ¿Cómo saben de nosotros? Luego de un período en el que el reclutamiento se realizó casi exclusivamente dentro la Tradición, desde hace unos diez años, los jóvenes que no nacieron en la Tradición han llamado a la puerta del seminario regularmente. La mayoría nos descubre gracias a Internet, y muchos han llegado a través de comunidades de Misa Tridentina patrocinadas por obispos diocesanos.

¿Qué atrae a estos jóvenes a querer formar parte de la Fraternidad? En general, los dos términos que vienen espontáneamente a la mente de los seminaristas del Seminario Santo Cura de Ars para justificar su ingreso en la Fraternidad son: “coherencia” y “Mon-


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señor Lefebvre”. Los jóvenes que llaman a la puerta del seminario aprecian el rigor doctrinal de la Fraternidad y la libertad con que denuncia los errores que se han infiltrado en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II y que continúan en la actualidad. Además, después de haber escuchado los sermones de Monseñor Lefebvre o haber leído algunas de sus obras, han sido conquistados por su espíritu de fe, así como por la profundidad y simplicidad de sus palabras. Ven en él a un hombre de Dios elegido por la Providencia para guiar a las almas en el camino al cielo en el contexto doloroso de la crisis por la que la Iglesia ha atravesado desde hace 50 años. Mencionó anteriormente que alrededor de 20 seminaristas y hermanos ingresan cada año al seminario. El número de vocaciones parece estancarse, al mismo tiempo que hay más estudiantes en las escuelas de la Fraternidad hoy en día que hace 20 años. ¿Cómo puede explicar la dificultad para fomentar las vocaciones? Hay varios parámetros que explican este estancamiento. El factor más importante, sin duda, es el acceso a Internet, que distrae a las almas de lo esencial encerrándolas en lo secundario, lo superficial, lo efímero, lo accidental, lo inmediato, etc. La invasión digital produce desastres entre nuestros contemporáneos. Impide el desarrollo de la vida interior. A esto hay que agregar, desgraciadamente, el importantísimo problema de la impureza que contamina a tantos adolescentes, e incluso a niños, con imágenes impropias y provocativas

en tantas películas y anuncios. Cuanto más cedemos a la vida de la carne, más recortamos la vida del espíritu. San Pablo dice que “el hombre sensual no percibe estas cosas que son del Espíritu de Dios” (I Cor 2:14). Otro gran obstáculo para el surgi-

miento de las vocaciones es la crítica. Los franceses son muy críticos. El criticismo de los sacerdotes elimina en el adolescente el deseo de entregarse a Dios. El niño cree y obedece; el adolescente admira y elige. Pero el criticismo de los sacerdotes mata la admiración entre los jóvenes. Las dificultades internas que ha experimentado la Fraternidad ciertamente han contribuido a frenar el impulso de los jóvenes hacia el seminario. Aunque esto no es cuantificable, es innegable. El demonio es el gran divisor; depende de nosotros no caer en su juego. ¿Qué consejo le daría a los padres de familia para alentar las vocaciones en sus hogares? Me parece que los dos puntos esenciales para favorecer las vocaciones se resumen en el espíritu de piedad y sacrificio. El espíritu de piedad nace naturalmente en el niño cuando ve que Dios ocupa el primer lugar en su familia.


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Cuando el niño descubre que las grandes decisiones de sus padres se toman bajo la mirada de Dios; cuando ve que las pruebas se soportan con un espíritu sobrenatural; cuando se da cuenta de que sus padres tienen en alta estima a las vocaciones sacerdotales y religiosas; cuando los ve siendo respetuosos con los sacerdotes; cuando los escucha decir cosas buenas; todo esto engendra naturalmente en los niños una estima por las vocaciones. Al respirar el perfume sobrenatural desde una edad temprana, el niño adquiere un instinto sobrenatural, lo que facilita enormemente su receptividad a la llamada de Dios. Por supuesto, la oración familiar, tan aconsejada por el Papa Pío XII, es parte de esta guía, así como las peregrinaciones, la asistencia a las ceremonias de ordenaciones o toma de sotana, y también la lectura diaria de libros sobre la vida espiritual. En este espíritu de piedad, es importante que los jóvenes también se unan en un espíritu de sacrificio. Los padres deben comunicar este espíritu siendo firmes ante los caprichos de sus hijos e incitándolos a renunciar no solo a las cosas prohibidas, sino también a ciertas cosas permitidas en un espíritu de expiación por tantos pecados cometidos en el mundo. La falta del espíritu de sacrificio hace al hombre vulnerable y lo deja sin resistencia, especialmente ante los vicios impuros. Paul Claudel le dijo a su amigo Jacques Rivière: “Se dice que la juventud está hecha para el placer; en realidad, está hecha para el heroísmo”. La juventud no está hecha para el placer, porque el placer no es un fin en sí mismo. Tan pronto como el hombre busca autocomplacerse, empieza a buscarse a

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sí mismo, alimenta su egoísmo, busca satisfacerse y gradualmente se hunde en el narcisismo. El hombre no está hecho para tomar; está hecho para dar; está hecho para darse a sí mismo siguiendo el ejemplo del buen Pastor que dio su vida por sus ovejas. Por eso los seminaristas y sacerdotes fieles a sus vocaciones son tan radiantes. Desarrollemos en nuestros jóvenes el espíritu de piedad y sacrificio para permitirles resistir el mal y encontrar su felicidad en Dios. La asistencia al santo sacrificio de la Misa es el medio por excelencia para promover el espíritu de piedad y sacrificio. Ver todo lo que Nuestro Señor ha soportado por nosotros durante Su Pasión, verlo inmolado en nuestros altares, nos alienta a seguirlo en el camino de la virtud, que es el camino al Cielo.

¿Qué le diría a los jóvenes para ayudarlos a discernir la voluntad de Dios? Primero los invitaría a tener un director espiritual. De hecho, una de las mejores maneras de ayudar a los jóvenes a discernir la voluntad de Dios es la dirección espiritual. Esto los ayuda a descubrir la belleza de una vida de unión con Dios y a poner en práctica una estrategia para luchar contra el hombre viejo.


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También animaría a los jóvenes a participar en buenos movimientos juveniles. Estos ayudan a desarrollar la entrega y generan celo misionero. Finalmente, les aconsejaría que realicen un retiro espiritual al menos cada dos años. El ambiente de los retiros es propicio para el desarrollo de la vida interior y ayuda a ponerse en las condiciones más favorables para escuchar la voz de Dios. Ha hablado usted de las vocaciones sacerdotales. Pero en Flavigny, también tenía la responsabilidad de la formación de los hermanos. ¿Cuál es su espiritualidad? Los hermanos son religiosos. Hacen los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y son asistentes de los sacerdotes. Comparten su vida de oración y comunidad y los relevan en distintas tareas, como la responsabilidad de la sacristía, la dirección del coro, el jardín o los diversos trabajos que se realizan en la casa. Entre los que yo he recibido, hoy hay 35 hermanos profesos, el 30% de los cuales están en el extranjero. Son muy valiosos, especialmente en las escuelas, pero también en los prioratos e incluso en los seminarios. Por su regularidad, son un gran apoyo para los sacerdotes. En la escuela, son excelentes intermediarios entre los niños y los sacerdotes, y permiten que estos últimos tengan un efecto más profundo en los estudiantes. En el priorato, apoyan mucho la vida de oración y son muy apreciados por los sacerdotes. Siempre me ha causado una gran alegría sacerdotal ver el desarrollo de las vocaciones de los hermanos en la Fraternidad. Incluso hoy en día, los jóvenes tienen las cualidades necesarias para ser excelentes hermanos, pero no ingresan

a esta forma de vida porque ignoran la naturaleza de esta vocación o porque temen no adaptarse a las demandas de este estado de vida. Es cierto que el espíritu de independencia que se respira en el mundo tampoco fomenta el surgimiento de este tipo de vocaciones. Espero sinceramente que los sacerdotes y los padres de familia valoren más la be-

lleza de esta vocación para fortalecer en la Fraternidad el espíritu religioso que Monseñor Lefebvre quiso transmitirle. Afortunadamente, también tenemos la gracia de contar con las Hermanas de la Fraternidad cuya ayuda también es muy valiosa. Dejó el seminario por un priorato. ¡Debió de ser un gran cambio para usted! Sí, es verdad. Desempeño un cargo similar al que ocupé antes de estar en Flavigny, pero como la misión principal de la Fraternidad es el sacerdocio y todo lo que se relaciona con él, transmitiré a Brest, a las familias y a los niños los elementos básicos, los cuales permitirán, espero, la aparición de nuevas vocaciones entre los jóvenes. Por lo tanto, mi misión está dirigida hacia el sacerdocio y a su razón de ser, el santo sacrificio de la misa, del cual recibimos todas las gracias de la redención. m


La primavera del postconcilio L. Pintas

l Descomposición acelerada. El 15 de marzo, la Congregación para la Doctrina de la Fe, al dubium “¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo?” respondió “Negativamente”. La oleada de rechazo a esta respuesta tan obvia incluyó al cardenal arzobispo de

Viena, Christoph Schönborn (“No me gustó”, Der Sonntag, 24 de marzo), al presidente de la conferencia episcopal alemana y obispo de Limburg, Georg Bätzing (“Esto no ayuda”, Redaktionsnetswerk Deutschland, 16 de abril), al obispo de Amberes, Johan Bonny (“Me avergüenza mi Iglesia”, The Brussels Times, 17 de marzo) o al obispo de Coira, miembro del Opus Dei, Joseph Bonnemain (“Una provocación”, SRF [Radiotelevisión Suiza], 10 vor 10, 10 de mayo), por citar solo algunos de los más agresivos. El 10 de mayo, como para dejar claro quién manda en la Iglesia, decenas de sacerdotes alemanes bendijeron a cientos de parejas homosexuales en templos

de todo el país, ante la pasividad o complacencia de sus respectivos obispos. l Salvar al soldado Biden. Joe Biden, católico de bautismo, se ha comprometido a proteger e impulsar el derecho al aborto incluso un minuto antes de que nazca el niño. Esto supone un problema para la conferencia episcopal estadounidense, dado que el actual inquilino de la Casa Blanca, que presume de devoto del rosario y va a misa, no ve obstáculo en comulgar. Una mayoría de los obispos (entre ellos, su presidente, José Gómez, arzobispo de Los Ángeles) son partidarios de declarar que un cargo público que favorece el aborto no puede hacerlo, por la manifiesta profanación del sacramento y el escándalo que supone para los fieles e incluso los infieles. Por el contrario, una minoría de obispos quiere dejar correr el asunto y no indisponerse con quien en estos momentos ocupa el Despacho Oval. El caso es que el obispo de Fort WayneSouth Bend, Kevin Rhodes, defensor del respeto al sacramento, solicitó formalmente que el tema se aborde en la próxima asamblea, y conforme a los estatutos que rigen la conferencia el tema debería abordarse. “¡Horror!”, debió pensar alguien en el Vaticano, donde tanto han hecho para acabar con el presidente más provida de la Historia y apoyar al más abortista. Y se tocó a rebato. El 7 de


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mayo, el cardenal Luis Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (sí, ese mismo que escribe “responsum” que sirven a los obispos alemanes para poner en la jaula del pájaro) escribió una florentina carta al arzobispo

tado en la próxima asamblea. Cuando se escriben estas líneas, el arzobispo de Los Ángeles no parece dispuesto a capitular, dado que la petición de monseñor Rhodes reúne todos los requisitos para ser tratada. Por si no cede a la presión, en la Santa Sede ya están pensando en mandarle a Tom Hanks, todo con tal de “salvar al soldado Biden”.

l Obligados al ecumenismo. Pocos obispos diocesanos hay en el mundo que planten cara al ecumenismo, pero a la Santa Sede no le basta con eso: quiere entusiasmo. Por eso el Pontificio Card. Luis Ladaria Consejo para la Promoción de la Gómez sugiriéndole que una toma de Unidad de los Cristianos publicó el 4 de posición oficial “tendría que expresar un diciembre un Vademécum Ecuménico verdadero consenso de los obispos sobre dirigido a los obispos para compromeel asunto, observando al mismo tiem- terlos más en ese camino, con instrucpo el requisito previo de que cualquier ciones prácticas y concretas sobre lo disposición de la Conferencia en este que tienen que hacer. Son muchas, así ámbito respete los derechos de los ordi- que solo nos detendremos en dos: los narios individuales en sus diócesis y las matrimonios mixtos y la communicatio prerrogativas de la Santa Sede”. La pe- in sacris. En cuanto a los matrimonios tición es contradictoria en sí misma (al mixtos (n. 35), ya no son mirados como exigir consenso y al mismo tiempo reco- un riesgo para la fe del cónyuge católico nocer que no lo habrá) y con la tenden- y de sus hijos: “Los matrimonios mixtos cia postconciliar de primar que las de- no deben considerarse como problemas, cisiones de las conferencias episcopales ya que a menudo son un lugar privilese impongan sobre “los derechos de los giado donde se construye la unidad de ordinarios individuales”. (Claro, que eso los cristianos”. ¿Tal vez porque facilitan valía para imponer las reformas que han la conversión del cónyuge no católico? hundido a la Iglesia: si se trata de salvar No, eso ni se plantea. Al revés, lo bueno al Cuerpo de Cristo de ser profanado por de los matrimonios mixtos es que sirven un político infanticida, entonces el “con- de pretexto para justificar la existencia senso” episcopal ya no vale.) El caso es de la burocracia ecuménica. Dicho más que, por pura casualidad, unos días des- finamente (es decir, más disimuladapués de la carta de Ladaria, 67 obispos mente): “Se debe hacer un esfuerzo esde los 434 que hay allá, 274 en activo, pecial para involucrar a estas familias en escribieron una carta a monseñor Gó- las actividades ecuménicas parroquiales mez para pedir que el asunto no sea tra- o diocesanas. Las reuniones entre pas-


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tores cristianos, destinadas a apoyar y mantener estos matrimonios, pueden ser una excelente ocasión para la colaboración ecuménica”. En cuanto a la communicatio in sacris (n. 36), no solo se admite sino que puede llegar a aconsejarse: “De modo excepcional y con ciertas condiciones, puede autorizarse o incluso recomendarse la admisión de cristianos de otras iglesias y comunidades eclesiales a estos sacramentos… La communicatio in sacris está permitida para el cuidado de las almas dentro de ciertas circunstancias, y cuando éste sea el caso debe ser reconocida como deseable y recomendable”. El argumento es que “la eucaristía es alimento espiritual para los bautizados que les permite vencer el pecado”. Y es cierto, pero, claro,

para que la eucaristía ayude a vencer el pecado… ¡hay que rechazar el pecado! La ayuda de la eucaristía consiste precisamente en darnos fuerzas para rechazarlo. Pero ese rechazo es algo que el no católico, por definición (tanto más si está en el error de forma inculpable), no se plantea, porque si se lo plantease, podría renunciar a su error, confesarse y recibir a Cristo en gracia, sin arriesgarse a recibir indignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor (cf. 1 Cor 11, 27).

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l ¡Marchando una de delirios covidianos! Y terminamos con lo que empieza a ser un fijo en esta sección: la pérdida de todo criterio, ya no solo católico, sino de sentido común e incluso de simple respeto a uno mismo, en la que han caído las autoridades de la Iglesia a costa del virus chino. Tenemos al arzobispo de París, Michel Aupetit, anunciando el 7 de abril un procedimiento canónico contra el párroco de Santa Eugenia y Santa Cecilia por no haber respetado, “en una celebración del sábado 3 de abril, las medidas sanitarias en vigor para luchar contra la pandemia”. Pero ¿a quién se le ocurre, hombre de Dios? ¡Al menos, los párrocos alemanes que bendicen parejas gays se ponen la mascarilla y se ahorran procesos canónicos! ¡Lo que tiene no saber valorar lo que es importante y lo que no…! Ese párroco francés podría aprender covidianismo de su compañero Michael Sullivan, de la parroquia de la Preciosísima Sangre en Monmouth Beach (Nueva Jersey, Estados Unidos), que el 28 de marzo anunció el fin de algunas restricciones al culto y decidió que volvería a admitir a confesión a los penitentes… ¡pero solo a los que estuviesen vacunados! (National Catholic Register, 30 de marzo). En este caso, a diferencia de París, fue el obispo el que impuso sensatez y le obligó a rectificar. No han tenido tanta suerte con su prelado, sin embargo, los fieles de la diócesis de London (Ontario, Canadá), porque monseñor Ronald Fabbro, tras ordenar el cierre de las iglesias el 17 de abril, dictaminó que, mientras dure el confinamiento, “se desaconsejan los bautizos” (¡!) y “se desaconsejan las confesiones”, aunque estas últimas


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pueden atenderse “si el pastor determina, caso por caso y solo con cita previa, que hay una seria necesidad”. Pero ¿qué entenderá este obispo por “seria necesidad” en el caso de un sacramento que nos perdona los pecados que pueden llevarnos al infierno? ¿O es que antes, cuando la gente se confesaba normalmente, real-

mente era innecesario? Y ¿cómo sabrá el sacerdote si hay “seria necesidad” de confesarse… antes de la confesión? En fin, que lo peor que te puede pasar si quieres confesarte en Norteamérica es tener unos pecadillos de tres al cuarto y no estar vacunado: entonces sí que no hay clero que te saque del apuro. m

Crónica de la Hermandad en España El sábado de Pasión 27 de marzo volvimos a celebrar, después de la interrupción del pasado año a causa de la epidemia, el tradicional Viacrucis en el cementerio de los mártires de Paracuellos del Jarama, lugar santo donde en noviembre de 1936 se derramó gloriosamente la sangre de una multitud de nuestros antepasados, muertos por Dios y por España. Honramos a los mártires y pedimos la gracia de que cada cual y nuestras familias cumplamos con los deberes y servicios para con la religión y la patria que Dios nos demanda. El acto religioso terminó con unas devotas palabras y la bendición del Reverendo Padre Jorge Amozurrutia, nuevo Superior de la Casa de España y Portugal. Y fue seguido por una agradable comida de hermandad en un merendero a orillas del río Jarama.


La muerte de la cultura cristiana John Senior John Senior era perfectamente consciente de que para sanar a un enfermo que languidece, antes han de identificarse los motivos que lo condujeron a languidez. Por ese motivo, unos años antes de la publicación de La restauración de la cultura cristiana (1983), escribió el presente ensayo, en el que identifica los orígenes del colapso de nuestra civilización, la católica: el industrialismo deshumanizador, el desprecio de la filosofía realista, la sucia inmoralidad del modernismo, la autosuficiencia racionalista, la mentalidad científico-técnica… No lo hace, sin embargo, con ese tono decadente que caracteriza al pesimista. En su diagnóstico, que aúna rigor y belleza, exhaustividad y lirismo, subyace un poso de esperanza. Así, Senior está convencido de que todo lo valioso que la modernidad (o sus múltiples subproductos) ha echado a perder puede recuperarse. Y de que hacerlo sólo depende de nosotros. “Rigurosamente, paso a paso, durante los últimos cuatrocientos años, desde el triunfo del racionalismo y del liberalismo, y ahora del modernismo, la persona de Cristo ha sido retirada de nuestra experiencia. Las generaciones crecen en un vacío religioso, en una atmósfera cargada, por así decir, con su ausencia. No sorprende que no sea conocido y que su nombre sea usado sólo como antigualla en comedias musicales vulgares que pretenden ser liturgias en las iglesias” (John Senior).

Pueden hacer su pedido a nuestra dirección. Precio: 22 €


Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid

Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa rezada

(cantada en ciertas solemnidades)

19 h.: misa rezada Laborables: 19 h.

Vitoria

Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Más información: 91 812 28 81

Granada

Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: S3 1er domingo de cada mes, Siervas de Jesús Sacerdote misa a las 11 h. GRIÑÓN Sábado precedente, misa a las 19 h. Domingos: misa a las 10 h. Más información: 91 812 28 81 Semana: misa a las 8’15 h. Exposición Stmo. Domingos: 19 h. Jueves: 19 h. Valencia Más información: 91 814 03 06 Consultar dirección: 91 812 28 81 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h.

Barcelona

Capilla de la Inmaculada Concepción Salamanca C/ Tenor Massini, 108, 1º 1ª Consultar dirección: 91 812 28 81 Domingos: misa a las 11 h. Viernes y sábados: misa a las 19 h. 2º y 4º domingo de cada mes, misa a las 18 h. Más información: 91 812 28 81

También se celebran misas en:

Oviedo, Córdoba, Palma de Mallorca, Murcia, Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.

Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado y lugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81, o escribir al correo electrónico: info@fspx.es Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929


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