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Editorial: “Traditionis custodes”, en nombre del Concilio Vaticano II

Editori al“Traditionis custodes”, en nombre del Concilio Vaticano II El 8 de septiembre de 2021, un gran número de personalidades laicas adscritas a la misa tradicional escribieron una Carta a los católicos del mundo entero, en la que piden al “Papa Francisco reconsiderar su decisión, derogando Traditionis custodes y restableciendo la plena libertad de celebración de la Misa Tridentina”, citando el versículo del Evangelio según San Mateo: “¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?” (Mt 7, 9) En esta carta se puede leer: «La intención declarada por el Papa Francisco, en el Motu Proprio Traditionis Custodes del 16 de julio de 2021, es que desaparezca la celebración de la misa de la Tradición de la Iglesia. Esta decisión nos sumerge en la consternación. »¿Cómo entender esta ruptura con el Misal tradicional, realización ‘venerable y antigua’ de la ‘ley de la fe’, que ha fecundado a tantos pueblos, a tantos misioneros y a tantos santos? ¿Qué daño hacen los fieles que simplemente desean rezar como lo hicieron sus padres durante siglos? »¿Podemos ignorar que la misa tridentina convierte a muchas almas, que atrae a asambleas jóvenes y fervorosas, que suscita numerosas vocaciones, que ha hecho surgir seminarios, comunidades religiosas, monasterios, que es la columna vertebral de muchas escuelas, obras juveniles, catequesis, retiros espirituales y peregrinaciones?». Todas estas consideraciones espirituales y pastorales son muy correctas, pero ¿se puede evitar la cuestión doctrinal? La misa tridentina es la de la teología tradicional expresada por el Concilio de Trento, como escribieron los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci en su Breve Examen Crítico de 1969, denunciando la heterodoxa ambigüedad de la Nueva Misa: «El Novus Ordo Missae, si se consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa, cual fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los ‘cánones’ del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del misterio». Los autores de la Carta a los católicos del mundo entero declaran con firmeza: «Afirmamos solemnemente, ante Dios y ante los hombres: no permitiremos que nadie prive a los fieles de este tesoro [la misa tridentina] que es ante todo el de la Iglesia. No permaneceremos inactivos ante la asfixia espiritual de las vocaciones que prepara el Motu Proprio Traditionis Custodes. »No privaremos a nuestros hijos de este medio privilegiado de transmisión de la fe que es la fidelidad a la liturgia tradicional”. Esta exigencia es legítima, pero

¿no ganaría fuerza si se basara en una crítica doctrinal al Concilio del que surgió la Nueva Misa?».

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En efecto, como reconoce el Padre Claude Barthe en la Res novæ del 1 de septiembre: «La misa tridentina cristaliza así la existencia de una Iglesia dentro de la Iglesia, porque representa una lex orandi antecedente y, por tanto, anticonciliar. »Se pueden hacer compromisos con los excesos de la Iglesia alemana que, en el peor de los casos, son demasiado conciliares, pero no se puede tolerar la antigua liturgia que es anticonciliar. Vaticano II con todo lo que se desprende de él, ¡no se puede discutir! »De manera muy característica, la Carta que acompaña a Traditionis custodes infalibiliza el Concilio: la reforma litúrgica se deriva de Vaticano II; sin embargo, este concilio fue un “ ejercicio solemne del poder colegial” ; dudar de que el Concilio se inserta en el dinamismo de la Tradición es, por tanto, “dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia».

Por tanto, afirma el Papa Francisco en el Motu proprio: “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano ” (Art.1).

Y justifica la severidad de sus nuevas disposiciones en la carta de acompañamiento del Motu Proprio, con estas palabras: “Es precisamente el Concilio Vaticano II el que ilumina el sentido de mi decisión de revisar la concesión permitida por mis Predecesores ” . Entonces, ¿cómo no criticar al Concilio criticando el Motu proprio que se basa explícitamente en él?

El “ aumento insoportable del mundo tradicional, tanto más visible cuanto que se produce en medio del colapso general” , es lo que Francisco y los prelados que le aconsejan quieren frenar a toda costa, porque tal aumento marca la derrota de las reformas en las que quieren creer obstinadamente.

Pero, ¿pueden los sacerdotes y los fieles apegados a la Tradición contrarrestar eficazmente esta progresiva ofensiva de retaguardia, sin remontarse a la causa doctrinal del colapso general y, por tanto, sin cuestionar al Concilio que autorizó estas reformas?

Esforzarse por hacer desaparecer los síntomas sin atacar la raíz del problema, poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias (en las célebres palabras de Vázquez de Mella), significa correr el riesgo de ver reaparecer tarde o temprano los efectos de una causa que no ha sido erradicada. m

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