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Dejad que los niños se acerquen a mí

Las observaciones que siguen están tomadas de un hilo de comentarios en un foro de internet (Le Forum Catholique). Sin dar por siempre justificadas todas las quejas que allí se expresan, como si no existieran matices o disculpas, la ocasión nos ha parecido impagable para volver a llamar la atención sobre el decoro y el respeto que todos debemos guardar en la casa de Dios ¡Buen provecho!

Se acostumbra a considerar magníficas esas familias numerosas que asisten en gran número a la misa tradicional. ¿Puedo advertir que entre ellas se encuentra un cierto número de niños mal educados, vale decir no educados en absoluto, en todo caso no educados para oír misa?

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Un ejemplo entre tantos otros: ese niño a quien se lleva al retrete apenas instalado en su banco. ¿No se puede prever razonablemente el llevar a toda la patulea al retrete antes de salir de casa para misa? ¿Haríamos lo mismo para un largo viaje en coche, o para ir a un espectáculo o diversión?

Tener muchos hijos está bien, es hermoso, es admirable. Educarlos es prestarles un servicio. Es también el mejor medio para no atraernos comentarios incómodos pero merecidos. ¡Y es usted, un padre de familia numerosa, quien nos lo dice! Completamente de acuerdo con su opinión, aunque no tenga progenitura, por lo que estoy mucho menos legitimado que usted para emitirla… Me parece que hace años Nemo [seudónimo de un habitual del foro] se había expresado aquí en ese sentido y había dicho que se le había replicado agriamente a su descontento con el célebre Sinite parvulos: “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mt 19, 14), como si la misa fuera el único momento para hacer que nuestros niños gritones se acerquen a Dios…

De hecho fue peor que eso [aclara el aludido Nemo], fue el propio celebrante quien, en una gran iglesia parisina, había advertido desde el púlpito que los berridos y desplazamientos de algunos niños molestaban a la asamblea, al coro y a su recogimiento. Entonces una mujer le respondió desde la mitad de la iglesia y en voz alta “Sinite parvulos venire ad me”, lo cual creó una incomodidad palpable entre los fieles. El pobre sacerdote creyó que no debía insistir.

Pero hay que reconocer que hoy se entregan objetos a los niños, en el peor de los casos un manojo de llaves, que caen regularmente desde los bancos, y que los niños toman los pasillos por pistas de carreras y se mueven en plena misa para ir del padre a la madre. Estos mismos padres guardan un ademán impasible, tomando como rehenes a buena parte de los fieles.

A menudo esas personas, habiendo adquirido en casa la costumbre de un continuo desbarajuste, no hacen ya ningún caso y no tienen ninguna idea de lo que exige fijar la atención, concentrarse para cantar un gradual o un ofertorio. Lo mismo, aunque ahí yo tenga menos experiencia, en cuanto a la concentración

Opinión: ¿cuáles son los “valores de Occidente” frente a Rusia? del sacerdote en el canon de la Misa.

Da mucha pena. En mis recuerdos de infancia, yo no tenía derecho a rechistar ni una palabra, menos todavía a dejar mi sitio. Por lo demás, nadie se permitía moverse una vez la ceremonia comenzada. Lo que no se tolera en el concierto o en el cine ¿debería convertirse en la norma en las iglesias?

Incluso en las misas entre semana hay que soportar a niños que lloran o parlotean… Al ver la manera en que sus padres se ocupan sin cesar de esos niños (juguetes, comida, bebida ¡todo esto durante la misa!), parecen haber perdido totalmente o ignorado siempre el silencio y la meditación... Hay también (rara vez, pero por ello tanto más meritorio) niños muy bien educados a quienes no se oye y que no se mueven durante toda la celebración de la misa. Bravo a los padres que prueban así que es posible.

A menudo no prestamos atención a los niños que se portan bien, precisamente porque no pasamos el tiempo paseando nuestra mirada sobre la asamblea… Generalmente, entre un gran número de fieles se cuentan rara vez más de dos familias ruidosas y descuidadas.

Por supuesto que el silencio total es difícil de obtener, y es importante felicitar a los padres que hacen todo lo posible para conseguirlo. Lo que subleva no son los niños, sino los padres que les dejan hacer, que no hacen en cambio ningún esfuerzo y que, todavía peor, no dudan en replicarte “¿no le gustan los niños?” si uno expresa una ligera reprobación (lo cual no hago desde hace mucho tiempo, ya que sé que es inútil, se puede educar a los niños pero mucho más difícilmente a los padres).

Pongamos las cosas en su sitio. Hay un mundo entre quien, después de tres cuartos de hora o una hora de coche para venir a misa, lleva a sus hijos al retrete apenas llegado a la iglesia, y quien deja a su niño pasearse por el pasillo principal hasta el altar durante la consagración. Y hay un mundo también entre el sacerdote que, con toda razón, interrumpe su sermón porque los berridos (o los caprichos) de un niño hacen inaudibles sus palabras, y el que no soporta el primer grito. Y el que pega una bofetada a su chiquillo, sigue siendo otra cosa distinta. En resumen, todo es cuestión de medida. Sí a la educación, pero… ¡los niños siguen siendo niños! Y la gente que llega tarde, se sientan delante o casi y molestan a toda la fila, sacan el misal de una bolsa de plástico haciendo ruido… En suma, no son sólo los niños. Mis palabras no se dirigían contra los niños, que no son responsables de la educación que se les da, o más bien que no se les da. Son más bien los adultos quienes son los primeros responsables de esas misas ruidosas, a causa de su inacción o de su incapacidad para conservar el control de la situación (a veces porque están simplemente desbordados por una progenitura demasiado importante para sus espaldas, lo cual empieza a veces con el primer niño…). Familias que utilizan el rincón de la pila bautismal, bajo la tribuna, como una guardería: ¡es el infierno para mí como organista! Y todo el mundo hace como que no se entera… Hay un cierto liberalismo en la educación de las familias actuales: exigen enormemente de los profesores, pero dejan hacer cualquier cosa a sus hijos. ¿Curioso, no? Pero reconozco que hay también familias irreprochables, a Dios gracias. m

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