LA AVENTURA
MUSICAL DE MI HIJO Joaquín Rivera Larios
Cuando veo a mi hijo, involucrado en el arte musical, vuelvo a envidiar el cariño y el aprecio que gozan los artistas, generalmente no es una ocupación muy rentable, pero genera ganancias emocionales que no tienen precio. A veces pienso que alentar su vocación, lo puede conminar a la pobreza material, pero confío que adquirirá el maravilloso poder de tocar sentimientos, y con ello ayudará a rescatar la alegría y mitigar el dolor en su entorno cercano, además le será útil como herramienta de socialización y le servirá de terapia para relajarse o sosegarse, mediante la liberación de las tensiones, el mal humor y las malas emociones. A través del esfuerzo de Joaquín Eduardo, he reconfirmado que la música como cualquier otro arte, más que chispazos de genialidad, son horas de esfuerzo en solitario procurando capturar los ritmos y armonías apropiados. Si bien el artista sale al mundo a recolectar insumos, motivos de inspiración, es en el aislamiento, y la separación del mundanal ruido, que y pule sus destrezas, confecciona y perfecciona su obra. Referentes artísticos La primera vez que le mostré a Joaquín Eduardo un vídeo de The Beatles, habrá tenido unos seis años, me dijo que no le agradaban, que su vestuario era ridículo, que parecían mariachis. Unos años más tarde lo ví con su MP4, oyendo “Yesterday”, “Let it be”, “Something”. Una de las múltiples ocasiones que lo llevé a clases de teclado, le pregunté si no soñaba con llegar a ser como Paul McCartney, me contestó que era muy difícil cantar y tocar como los grandes maestros, pero que haría lo posible.