ENTIERRENME RAPIDO
Había dormido bien esa noche. ¿Te digo la verdad? Pensé que iba a estar más nervioso. Estaba motivado, metido en el partido. No me había quedado a concentrar con los changos, a esta edad ya no estoy pa esos trotes, uno prefiere dormir en su casa, su colchón, con su señora. Los changos porque son changos, si no concentran se desvelan o se van de joda. Si! Créeme que sí, aunque sea el clásico del pueblo. Hoy, con el diario del Lunes, te digo que no estábamos preparados. Más que un equipo de fútbol éramos una murga, y una murga a contramano te digo la verdad. Pero siete, siete es mucho. Hacía calor, el sol quemaba, pero eso acá pasa 250 días al año por lo menos. Llegamos al estadio de El Tabacal, un césped hermoso. Si te ponías a pensar en la cancha de la Misión, donde nosotros entrenamos, te duelen los ojos. No podes creer que no haya cascotes por toda la cancha. Estábamos tranquilos, algunos jodian. Yo? En silencio, concentrado. Un poco nervioso si. En el vestuario, veíamos la jaula con los botines de los jugadores del equipo dueño del estadio, ellos compiten en el Federal B. Adidas, Nike, todos botines originales. Los ojos de los changos se agrandaban como platos, más de uno habrá pensado en romper el candado. Nada que ver con los botines que el Club nuestro compraba en Bolivia cada seis u ocho meses, pobrecitos esos botines, en un mismo finde lo usaban los de la sub-14, sub-16, reserva y primera. El profe dio la lista. Me pareció raro. El 6 que venía jugando lo mandó al banco, me puse contento porque creo que no estaba pa jugar en primera. Puso de 6 y de 8 dos “jugadores experimentados”
que nunca habían venido a entrenar. ‘Apuesta a la experiencia’ pensé, es cierto que la mayoría de nuestros titulares de primera no pasan los 21 años, y pa estos partidos necesitas experiencia. Armó un 4-3-3. La 10 de la dio a Kevin, como venía haciendo, yo pensé que ese vago tenía unos 18, 19 años, jovencito pero bue, era la debilidad del técnico. El Lunes después del partido me enteré que tiene 15 años, me quería matar. Bueno, que te decía? Ah, si. 4-3-3, nunca habíamos jugado con tres delanteros, no sé qué quiso inventar el profe, y justo en el clásico. Al arco Torrez, Maxi de dos, el seis no se ni el nombre, Diego de tres y yo de cuatro. Choro de cinco, Chuqui de ocho y Kevin de 10, arriba iban Cigarro, Nico y Facu. Un planteo arriesgado, ofensivo, suicida. Empezó el partido, gracias a Dios no había mucha gente, la hinchada nuestra no había ido, menos mal. En total, unas 300 o 400 personas en las tribunas, mucha familia. El sol en lo alto, calor fuerte, el pan de cada día por estos nortes. Ellos agarraron la pelota, tenían jugadores con experiencia, que habían militado en el Federal C este año, que ya habían ganado la Liga del Bermejo hace unos años. La pelota iba y venía, horizontal y vertical, nosotros la veíamos, cada tanto cortábamos y ensayábamos tres o cuatro pases, sin profundidad. Empezaron a llegar. Un cabezazo del Coya que se fue por arriba del travesaño, un disparo de Zanahoria que atajó nuestro arquero, y así, se venían. El ocho nuestro, este Chuqui, parado como semáforo en esquina. No se qué edad tendrá, acá muchos parecen más viejos, pero se notaba que no estaba entrenado. Yo de cuatro lo sufría, sin ocho, me hacían el dos-uno bastante seguido. La cancha, con el correr de los minutos se hacía más ancha y más larga. Llegó el primer gol de ellos. Ni sabía yo cuantos minutos íbamos jugando, pero al toque después del gol lo echan al Chuqui. La estrategia del profe, que no funcionaba, se vino a pique enseguida. Íbamos jugando solo 15 minutos. Espere las indicaciones, el grito, pero nada. La media hora restante jugamos como pudimos, mejor dicho, no sé si jugamos, corrimos como pudimos, atrás de ellos y la pelota. El primer tiempo terminó 2-0. En el vestuario, silencio atroz, nadie atino a decir nada. Algunos se quitaron los botines, otros se acostaron en el piso. Hacía más calor ahí adentro que afuera, imagínate, no corría aire. El único que empezó a hablar, a dar indicaciones, fue Chuqui, si, el expulsado. ¿Podes creer? No se si alguien lo habrá escuchado, yo ni me calenté. Enseguida entró Caitu, el presidente del club, a él el único partido que le interesa ganar es el clásico, después podemos perder todos los demás que no hay drama, eso decía y repetía. Y claro que lo putio al Chuqui. Por fin empezó a hablar el profe, cero indicaciones tácticas, intento animarnos, convencernos de que el empate o el triunfo eran posibles, la verdad que el primer tiempo no había sido tan disparejo. Nos lo creímos. Y si, me dirás que soy un boludo, pero en esas situaciones no te queda otra, no podes salir al segundo tiempo, con uno menos, a aguantar y que no te llenen la canasta de goles. Ahora me doy cuenta que hubiera sido mejor, sacar un delantero y poner un volante tapón, cuidar el arco, el honor. Pero en el clásico del pueblo no te podes colgar del travesaño a cuidar un 0-2, es ridículo. El tema es que teníamos uno menos, no teníamos ni táctica ni estrategia y no teníamos la pelota, empatar el partido era una ilusión cuasi estúpida. No importa, salimos a la cancha los 10 soldados que quedábamos. No sé qué llegó primero, si el tercer gol de ellos o la expulsión de Choro, nuestro 5. Un 5 guerrero, pateador, exquisito. Volvió a pegar esa patada que siempre tira luego de un quite, doble amarilla y al vestuario, un pelotudo. En ese momento creo que ninguno de los 9 en cancha queríamos seguir jugando. Todo bien con el verso de que es el clásico, que muchos se matan por salir a la cancha a
defender estos colores, que somos unos privilegiados y la mar en coche. Váyanse a la concha de su madre, íbamos 3-0 abajo con dos jugadores menos, nadie quiere estar ahí. Lo que pasó después no tiene sentido contarlo. Ya me duele el pecho mientras te lo digo a vos, imagínate. ¿Viste ese dolor de pecho? ¿Cómo que se te achica la caja torácica? Bueno, así me sentí ese día y así me siento cuando te lo cuento a vos. Siguió el paseo, ellos con la pelota, a sus anchas, tocaban, llegaban, no tenían actitud sobradora pero no iban a perdonarnos nada. Nuestro profe mudo, los espectadores mudos, yo no quería ni mirar de costado a nuestra tribuna. Quería desaparecer, tirarme en un pozo, meterme en mi casa y no salir, cambiarme el nombre, mudarme de barrio, que se yo. Y los goles siguieron llegando, los dos jugadores de más de ellos se hacían sentir, estábamos a 5 metros de la pelota en cada jugada. No teníamos ánimo para nada, ni siquiera para armar una trifulca de esas que te hacen quedar como un machito bárbaro frente a la tribuna, como demostrando que uno tiene sangre en las venas y no se va a bancar ese resultado, ni eso nos podía salvar. Faltando 15 minutos nuestro 2 pide el cambio. ‘Hijo de puta’ pensé, todos nos queríamos ir, pero hay que tener la dignidad de hundirse con el barco, quedar adentro los eternos 90 minutos. El profe además hizo otro cambio, entro Terón, otro de “los experimentados” que nunca vino a entrenar, otro que no se podía mover, pone a un cono mejor la puta que te parió forro. Finalmente la agonía terminó. Lo peor es que tocaba enfrentarse con la dura realidad de la vida cotidiana luego de perder por goleada el clásico a la vista de todos. Qué se yo. Dicen que andamos por la vida buscando sentirnos vivos. Pero a veces sentirte vivo duele mucho, como siete puñaladas en el pecho. Qué se yo, si semejante humillación es estar vivo, entiérrenme rápido.