Próxima Estación: Esperanza

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1. Documento Conclusivo Aparecida 143 2. Ibid. 148 3. Ibid. 395 4. Ibid. 396

Espiritualidad POR JOCHA CASTRO VIDELA

Próxima Estación

Esperanza

El Evangelio, lejos de ser el opio del pueblo, debe ser el gran motor del pueblo cristiano, para que ninguno de nosotros descanse hasta ver en la Iglesia a aquellos que se fueron heridos por nosotros, hasta reconocer que nuestra pobreza es nuestra mayor riqueza, y poder amarla genuinamente, hasta que los marginados y vulnerados conquisten sus derechos y participen de una vida digna.

Muchas veces he utilizado la expresión “más largo que esperanza de pobre” cuando me convidan un mate ‘largo’. Sabemos que este tipo de frases encierran cierta sabiduría popular, y entonces me pregunto ¿Por qué la esperanza del pobre es larga? ¿Qué sucedería si la esperanza del pobre fuese corta? El pobre está acostumbrado a esperar en muchísimas situaciones: a que lo atiendan en el hospital público, en la calle con calor para anotar sus hijos en la escuela, en la puerta del poli para anotarse en alguna actividad deportiva o recreativa, que pare de llover para que no se le inunde la casa o la calle de tierra, esperando que baje la sudestada, esperando que el patrón le pague, muchas veces ni en tiempo ni en forma, esperar que se cumplan sus derechos, y así infinidad de veces más. Entonces se me viene a la cabeza la famosa y pesimamente utilizada frase de Carlos Marx, la religión es el opio de los pueblos. Imagino que este pensador se habrá cansado de ver a los pobres esperar sin reclamar o sin luchar por sus derechos, o se habrá cansado de ver a los líderes de las religiones (sean pastores, sacerdotes, rabinos, no importa) predicar a los feligreses la esperanza como contraria a la búsqueda y la lucha por una vida digna, por la conquista de derechos básicos. Pero observemos un detalle, Marx no dice jamás que el Evangelio es el opio de los pueblos, sino que las religiones lo son. Dejando de lado la frase de este intelectual del siglo XIX yo quiero ahondar en este paso (Pesaj) que dio Jesús hace unos días. Él pasó de la muerte a la Vida, inaugurando en medio de nosotros el Reino de vida del Padre1. Entonces la resurrección tiene dos aristas, la esperanza que es certeza de que Yahve lo muerto lo transforma en vivo, y la Buena Noticia de que con la resurrección de Jesús el reino del Padre ha sido inaugurado. Y me surgen dos preguntas:

¿Cómo puede ser que haya gente que no se sienta digna de recibir a Jesús si el transforma lo muerto en vivo, la miseria en presencia, lo indigno en digno? ¿Qué estamos haciendo nosotros como Iglesia sanisidrense, argentina y latinoamericana para plasmar este Reino de vida del Padre que ya ha sido inaugurado? La Pascua es siempre una oportunidad para nosotros, para volver a poner la mirada en la misericordia del Padre y no en nuestros méritos, no es en ellos donde Jesús elige nacer, no es por ellos que Jesús da la vida y resucita. Debo decirlo con claridad: tus peores defectos son el pesebre de Jesús, tus mayores pobrezas son el tesoro de Jesús, tus pecados más secretos son el abrazo más tierno de Jesús. Si nosotros no reconocemos esto nuestra comunión con el Padre será siempre incompleta, no podemos acercarnos a Jesús desde nuestros méritos y aciertos, porque el vino a amar principalmente nuestra parte enferma, no nuestra parte sana. Y he aquí el enorme ejemplo del pequeñito hermano Francisco de Asís, un hombrecito que, siguiendo las palabras de Pablo, fue grande porque fue débil. Pienso entonces en los muchos que abandonaron la Iglesia por sentirse débiles, pequeños, indignos, impuros, que se fueron de nuestros templos y de nuestros salones parroquiales heridos, profundamente heridos. ¿Es que acaso ellos no deberían ocupar los primeros bancos en nuestras celebraciones? ¿No deberían ser ellos los principales testigos del paso de la resurrección de Jesús como lo fue María Magdalena en su momento? ¿Qué hicimos como Iglesia para que estén afuera? ¿Qué Jesús vivimos y predicamos? ¿Es realmente el Evangelio lo principal de nuestra Iglesia? La Pascua es la inauguración del Reino de vida del Padre, en palabras de nuestros obispos latinoamericanos. Y este Reino de vida no puede abandonar la realidad urgente de

El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables desigualdades económicas y sociales” que “claman al cielo”. los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacía un mundo exclusivamente espiritual2. El Padre inauguro un Reino donde aún vemos muchos rostros sufrientes, personas que viven en la calle en las grandes urbes, migrantes que muchas veces son tratados como la escoria de la sociedad, los enfermos, los adictos, los detenidos en cárceles y comisarias, las esclavas sexuales, etc. El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables desigualdades económicas y sociales” que “claman al cielo”3. El Resucitado nos trae un mensaje de Esperanza, ya hemos sido salvados, no por nuestros méritos sino por su misericordia. Una alegría inmensa invade nuestras almas, pero también una profunda tristeza. El Evangelio, lejos de ser el opio del pueblo, debe ser el gran motor del pueblo cristiano, para que ninguno de nosotros descanse hasta ver en la Iglesia a aquellos que se fueron heridos por nosotros, hasta reconocer que nuestra pobreza es nuestra mayor riqueza, y poder amarla genuinamente, hasta que los marginados y vulnerados conquisten sus derechos y participen de una vida digna. Junto al Resucitado y a nuestros obispos los invito a decir: nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio4.


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