La felicidad y la experiencia1

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FELICIDAD (Ó EUDAIMONÍA) Y LA EXPERIENCIA Creemos en forma equivocada, como aquella figura del animalito siguiendo embobado la apetitosa zanahoria que le cuelga adelante, que el objeto fundamental de nuestras vidas, es la búsqueda y consecución de la felicidad y este concepto aparece como el juicio epistemológico más importante y la meta fundamental del devenir humano, el que incluso es mencionado en algunas declaraciones de principios como la de Estados Unidos de Norteamérica. Esa es la programación que se ha vendido desde siempre y una aspiración muy deseable en las sociedades, cuyo seguimiento y consecución al tenor del llamado bien vivir ideal se apoya en varios razonamientos tales como, por ejemplo, la Declaración Universal de los derechos Humanos Emergentes, cuyo preámbulo reza así: “Nosotros, ciudadanas y ciudadanos del mundo, miembros de la sociedad civil comprometidos con los Derechos Humanos, formando parte de la comunidad política universal,….. e inspirados por los valores de respeto a la dignidad del ser humano, libertad, justicia, igualdad y


solidaridad, y el derecho a una existencia que permita desarrollar estándares uniformes de bienestar y de calidad de vida para todos [...] Se nos ocurre que no es así en última instancia, si juzgamos desde la visión cosmológica del ser. La felicidad, considerada como tal desde la concepción aristotélica, es decir como el culmen de la virtud y la perfección, puede ser una consecuencia del verdadero propósito y razón de esta infinita aventura. El objeto fundamental de la evolución es la experiencia y el conocimiento derivado de ella. Su aplicación, ya depende del sujeto consciente, de sus circunstancias y del acicate de su libre albedrío y la evolución opera impersonalmente según los "planes" cósmicos (palabreja que no gusta a algunos como Aume). Ocurre que el eje vertical de esta programación divina está orientada, al parecer, hacia el bien y la felicidad, pero no como objetivo, sino como consecuencia, al menos en los planos y dimensiones que entendemos y operamos. Y el paso no es puntual y para siempre, infortunadamente, sino que un procedimiento perfeccionable en el tiempo, como perfectible es el hombre. Este debate presente se ha originado precisamente por el lamento y queja de un amigo de otro foro, cuando reclama, esencialmente, la necesidad de dolor y pesar (ausencia de felicidad) en el proceso evolutivo hacia la divinidad, siendo que tenemos la eternidad para ser perfectos. Y así ha quedado planteado. Este, su servidor, no ha implicado a la felicidad en sus razonamientos como el bien superior del destino humano, tal como lo plantea Aristóteles, aunque las coincidencias conceptuales son más que las discrepancias.

Creo necesario extenderme apenas un poco más a propósito de este asunto, y sin el ánimo de cansar repasar lo que rezan los libros de filosofía sobre este tema: FELICIDAD O Eudaimonía, según Aristóteles y otros filósofos afines, Es el Bien Supremo del hombre.


Puesto que la felicidad (o placer) es aquello que acompaña a la realización del fin propio de cada ser vivo, la felicidad que le corresponde al hombre es la que le sobreviene cuando realiza la actividad que le es más propia y cuando la realiza de un modo perfecto; según él, es más propio del hombre el alma que el cuerpo por lo que la felicidad humana tendrá que ver más con la actividad del alma que con la del cuerpo; y de las actividades del alma con aquella que corresponde a la parte más típicamente humana, el alma intelectiva o racional. Como en el alma intelectiva encontramos el entendimiento o intelecto y la voluntad, y llamamos virtud a la perfección de una disposición natural, la felicidad más humana es la que corresponde a la vida teorética o de conocimiento (por ello el hombre más feliz es el filósofo, y lo es cuando su razón se dirige al conocimiento de la realidad más perfecta, Dios), y a la vida virtuosa. Finalmente, y desde un punto de vista más realista, como es la de la visión contemporánea, Aristóteles también acepta que para ser feliz es necesaria una cantidad moderada (¿?) de bienes exteriores y afectos humanos. (Diccionario de Filosofía Aristotélica).

En esencia, el filósofo Aristóteles hace consistir la felicidad en la adquisición de la excelencia (virtud) del carácter y de las facultades intelectivas, lo que apunta a razonar que el bien, el amor y los demás modos probos electivos, más no el mal, los vicios y actividades dirigidas a la destrucción caótica y al hedonismo pasional, parece ser que constituyen el mejor camino hacia la perfección deseada.

Por otro lado, y creo que lo que viene a continuación aclara un poco más lo que el ser humano debería perseguir, siempre por el camino del bien y de la solidaridad: “en ese camino hacia la felicidad, Aristóteles la describe en los términos de “una teoría del equilibrio“, el afán por evaluar con el auxilio del entendimiento la opción más correcta; esto es, el justo medio entre dos extremos. El hombre feliz, es profundamente racional, prudente, reflexivo; alguien capaz de tomarse el tiempo necesario para medir las consecuencias de su acción.


Antes de actuar debe aprender para decidir, para optar, para elegir lo bueno, lo correcto; sus armas son el logos (raciocinio) el ethos (conciencia moral) y el habitus (lo que se adquiere). Actuar bien, moralmente bien, éticamente bien, es hacerlo teniendo en cuenta el “bien común“, el bien de todos. (OJO y OREJA). Este es el tránsito ideal. En el ínterin, solemos acertar o equivocarnos muy frecuentemente y esas experiencias crean el conocimiento suficiente para ir perfeccionando y puliendo los instrumentos con el propósito de acercarnos y ser actores merecedores de los que la Eudaimonía o felicidad aristotélica pregona.

Como complemento a lo de Aristóteles, personalmente me oriento mucho hacia la concepción platónica de que la felicidad es posible cuando el hombre puede contemplar las esencias de las cosas que son las ideas de Dios. Es decir cuando el ser humano ha logrado sentir con el cerebro y pensar con el corazón, más allá de la ilusión que nos ofrecen nuestros sentidos.

José Mejía R. 04-2013


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