LOS "SIN VOZ" Los animalitos, si bien no están dotados de voz propia, sí tienen 'voz'. Esa voz son los llamados espíritus grupales, que son las voces colectivas de cada especie y que se manifiestan a través de los denominados instintos. Y esos son espíritus muy sabios que manejan la evolución de la vida que anima a sus miembros a cargo de ellos y evolucionan debido a y con ellos. Se preguntarán, entonces, por qué en muchos casos sus
destinos son casi siempre crueles, dolorosos y triste, sobre todo por qué la devastadora suerte de aquellas especies a las que el hombre acorrala y alimenta para luego comerlas y usarlas en su provecho, de muchas formas, como son los depredados ganados bovino, porcino caprino, ovino, etc., las aves, conejos, patos y demás animales de corral, en general las especies 'comestibles' (incluida allí la fauna marina). Bueno, la respuesta radica en que siendo el hombre un ente inteligente, dotado de raciocinio y elección propia, poco razona y utiliza el buen juicio, aunque sí su libre albedrío y autonomía, como espíritu individual que es. El ser humano, impulsado gregariamente por las costumbres alimentarias impuestas, arrastrado inconscientemente por su propio proceso evolutivo y por una escala de valores distorsionada, ocasiona profundo dolor, muerte y destrucción en el reino animal y lesiona cruelmente a la vida en general. Los espíritus a cargo de los animales no pueden, en general, intervenir ante tanta maldad, codicia y egoísmo y frente a la potestad cósmica entregada a ese otro animal “racional”, el terrícola, quien en esta carrera selectiva y de progreso de esta oleada de vida, está destinado a ser el amo de esta creación, a pesar de tanta equivocación y ferocidad que ha desplegado y de tantas desproporcionadas y supinas atrocidades mostrada por las sociedades de todos los tiempos, y se convertirá alguna vez en un creador sabio , amoroso y compasivo, como lo son ahora las jerarquías que ministran la gran Obra del Padre. Muchas personas, motivadas por un verdadero espíritu de
humanidad y solidaridad para con sus hermanos menores, como por ejemplo los perritos de la calle rescatados por almas caritativas y altruístas, deben ser emuladas y objeto de admiración y motivarnos a que dejemos las ataduras de la desconfianza, del egoísmo y de la sospecha, aun a riesgo de parecer naifes o ingenuos y de ser engañados o que se crea que otros se aprovecharon de nosotros. Hay que dar de manera inteligente, por cierto, pero dándonos al hacerlo, entregando el corazón en cada acto. Quien da todo, completamente, sin medida y con amor, sin miedo y sin esperar recompensa de ninguna naturaleza, ha dado verdaderamente y entonces se producen los milagros. Lo otro, la dádiva calculada, el obsequio cicatero, la entrega con desprecio y demora o falsa condescendencia con el desfavorecido y que produce humillación a quien recibe, son vanidad y egoísmo embozados que poco ayudan al crecimiento espiritual.
José Mejía. 11 de Septiembre de 2013