Odio y amor

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ODIO Y AMOR

“NO HAGAS A OTRO LO QUE NO QUIERAS QUE TE HAGAN A TI”

(“Vuestra ceguera es admirable, vuestra hipocresía es criminal, vuestra bajeza formidable”).


Sabemos que el odio, la envidia, la maledicencia, el engaño, el revanchismo, las imprecaciones e injurias a terceros, la injusticia, el asesinato, el engaño, robo, los pensamientos negativos y la indiferencia ante el dolor y desgracias ajenas, etc., son sentimientos y actos que pueden infringir y acarrear pesar o angustia y son parte integral de las sombras o zonas negativas del ser humano, la llamada maldad en su variadísima manifestación, que extendida en innumerables formas y matices termina esencialmente en la utilización manifiesta y alterna de un poder circunstancial o pseudo poder que puede asistir o que se genera en un individuo o en un grupo social para satisfacer sus necesidad de alimentar aspectos inferiores de su personalidad o estructura.

Son estigmas íntimos que deberán superarse en el tiempo, pero cuyo ejercicio hacia terceros puede crear placeres y certidumbres falsas y pasajeras que decantarán en consecuencias pesarosas a nivel individual del gestor y que colectivamente extendidos, como ocurre en la actual sociedad, eclosionará en regímenes estructuralmente viciados a nivel social, que perentoriamente se destruirán, por aquello de la ley de causa y efecto, y que brotan generalmente como producto del desamor de las vidas involucradas. Son soterradas carencias internas, angustias y soledades muchas veces permanentes y más aún, un resultado de karmas individuales y/o colectivos no saldados. Entonces, como una réplica por lo general inconsciente, surge el egoísmo y la maldad que son una continuada fuente que alimenta aquella manera de actuar atrabiliaria, violenta, de los hombres en formación. Notemos, sin embargo, que no hay ser humano suficientemente bueno que no tenga este tipo de reacciones y sombras alguna vez, ni lo suficientemente malo para que no carezca de espacios y sentimientos de bondad que, por tanto, analice, concientice o supere esta etapa gris de su comportamiento y en cierto momento de su existencia busque la verdadera Luz.


Es una gran verdad también que nada en el Universo ocurre sin que hayan razones espirituales que preceden a los acontecimientos, por grandes o pequeños que éstos sean, derivaciones arquetípicas que animan los hechos en este plano fenoménico y por ende no es solamente el hombre que autónoma, libremente articula su destino y espontáneamente le eclosionan este tipo de pasiones, sino que detrás existen frondosas causas y razones para que esto ocurra y luego de ello, del peso retributivo, se manifiestan necesariamente estos acontecimientos. Además, un “aparataje” muy complejo de poderosas fuerzas espirituales, entidades blancas y grises que son parte importante en este plano de manifestación, son las que se alimentan, desarrollan y alientan estos hechos en el momento oportuno, pues muchas de ellas evolucionan gracias a estas emociones, pasiones y sentimientos y actos, positivos y negativos, voluntarios o incontrolados, aislados u orquestados en esta conglomerado humano. De allí la relatividad de nuestro denominado “libre albedrío” en ciertas circunstancias. Nos podemos dejar arrastrar por las tendencias y seguir creando cargas kármicas negativas o alimentar nuestros tesoros estelares si superamos las tentaciones en un momento determinado.

Por lo tanto, es nuestra responsabilidad conocer cómo funciona e influencia en nuestro desarrollo este mundo astral o de las emociones y deseos, cómo operan las leyes morales y espirituales del Universo y sus consecuencias directas en nuestras vidas. No es nada fácil domeñar la personalidad inferior a efectos de ir puliendo esa naturaleza propia de nuestras imperfecciones. Pero se logra pulir la piedra tosca de nuestra personalidad y se puede convertirla en radiante diamante con el ejercicio de la voluntad, la persistencia y la tenacidad orientadas hacia metas superiores. Por cierto que es de mucha ayuda en el camino espiritual el evitar el hechizo de doctrinas que pregonan la satisfacción de los deseos indiscriminadamente so pretexto de seguir peligrosos cultos como aquel que enaltece el decreto de “HAZ TU VOLUNTAD”, como égida del mal entendido libre albedrío a ultranza,


radicalmente y como una protección o escudo para las acciones indiscriminadas. Hay que nutrir el corazón y la mente de mejores y más sabias doctrinas y enseñanzas. Pero, todo eso, tampoco es suficiente. En el libro: “Enseñanzas de un Iniciado”, el autor Max Heindel, nos dice lo siguiente:

“… Aun el más profundo saber en cuestiones de religión o de ocultismo no es sabiduría, como nos lo enseña San Pablo en aquel hermosísimo capitulo trece de la Primera Epístola a los Corintios donde dice: "Aunque yo tuviese todo el saber para poder penetrar todos los misterios, y no tuviera amor, yo no sería nada”. Sólo cuando el saber se une al amor, los dos producen la sabiduría verdadera, es decir, la expresión del principio de Cristo, la segunda fase de la Divinidad. Respecto a este punto conviene emplear gran prudencia y discreción. Nosotros podremos saber distinguir entre lo que es oportuno para el logro de cierta finalidad y lo que lo impide, y podemos optar a favor de males presentes para lograr ventajas venideras, pero aún en esto no obramos necesariamente como sabios y juiciosos. Conocimientos, prudencia, discreción y sentido común son todos hijos de la mente; de por sí no son más que lazos tendidos por el mal del cual Cristo en el Padrenuestro nos enseñó a rogar para que se nos librara de ellos. Solamente cuando estas facultades nacidas de la mente están templadas por la facultad del amor, nacida del corazón, el producto mezclado de ambas se transforma en sabiduría. Si leemos el capitulo trece de la Primera Epístola a los Corintios y substituimos la palabra sabiduría por las de caridad o amor, entonces comprenderemos lo que es esta gran facultad que deberíamos todos desear con tanto ardor”…

¡Cuán sutil y delicada es la línea que separa el bien y el mal, el odio y el amor, el altruismo y la vanidad personal! De allí que la oración y la súplica de orientación por luz verdadera a nuestro Yo Superior es fundamental.

Y luego continúa: “En vista de que la naturaleza del hombre es compleja, la enseñanza que ha de ayudarle para purificar y elevar esta naturaleza debe ser también múltiple en su aspecto. Cristo siguió este mismo principio cuando nos dio aquella hermosa oración dominical, la cual, en sus siete estrofas toca la nota-clave de los siete vehículos humanos y los une todos en este acorde sublime de perfección que llamamos el Padrenuestro. Pero ¿cómo podremos enseñar al mundo esta maravillosa doctrina recibida de los Hermanos Mayores? La contestación a esta pregunta es ahora y será siempre ésta: "viviendo la vida". Se ha dicho en elogio eterno de Mahoma que su esposa se convirtió en su primer discípulo, y es cierto que no fue sólo su enseñanza, sino la vida que llevaba en su casa, día tras día, año tras año, por lo


cual se ganó la confianza de su compañera hasta tal extremo que se dispuso a deponer en manos de su esposo su destino espiritual. Es relativamente fácil hallarse en presencia de personas extrañas que no conocen nuestra vida e ignoran nuestros defectos y predicarlas durante una hora o dos cada semana, pero es totalmente distinto predicar las veinticuatro horas del día en su propia casa como Mahoma debió hacerlo viviendo la buena vida. Si queremos tener con nuestra propaganda el éxito que él obtuvo, debemos, cada uno de nosotros, empezar en nuestra propia casa, comenzar por demostrar a aquellos con los cuales vivimos juntos, que las enseñanzas que nos sirven de guía son verdaderamente enseñanzas de sabiduría. Se dice que "la caridad empieza por uno mismo". Esta palabra hubiera debido traducirse por "amor" en el capítulo trece de la Primera Epístola a los Corintios. Cambiemos ahora esta palabra por la de sabiduría y digamos por consecuencia: la propaganda de la sabiduría empieza por casa. Así, pues, hagamos que nuestro lema para siempre sea: "Viviendo la vida en nuestra casa haremos mucho más por nuestra causa que de cualquier otro modo…”

Hay dos mandamientos que fueron difundidos por El Maestro Jesucristo: “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.” Y “Ama a tu prójimo”, los que nos orientan definitivamente hacia rumbos seguros y a “vivir la vida”. Si seguimos estos edictos, seguramente iremos por la senda del amor y de la luz. Somos hijos de la Luz y del Amor, de la alegría, del bien y de la sanidad. Lo otro, su antípoda, como el oído, la maldad y la muerte son penosamente necesarios mientras se busca la perfección, mientras se regresa a las mansiones del Padre. Autor: José Mejía R. Junio, 19 de 2013


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