Germen de voces (antologĂa)
Jonatan Gamboa (coordinador)
Germen de voces (antologĂa)
Jonatan Gamboa (coordinador)
Germen de voces (antología) ® © Littera Ediciones Primera edición: 2017 Coordinación: Jonatan Gamboa
Germen de voces (antología) Índice EL JURAMENTO ............................................................................................. 03 Rafael Chávez Morelos EL ENIGMA DE LOS ARETES ........................................................................... 05 María Clara Ferreira Nielsen MI PIANO ...................................................................................................... 09 Irán Danaé Garza Torres FLORES DE INVIERNO .................................................................................... 11 Emmanuel González Gómez UN DÍA PERFECTO ......................................................................................... 13 Emmanuel González Gómez LA VERDAD .................................................................................................. 15 Eduardo López García SIN TÍTULO .................................................................................................. Etna Viramontes
1
17
El juramento Rafael Chávez Morelos mpiezo a desvariar, estoy mareado, aturdido, no oigo nada y todo se ve borroso. De repente, veo a Paco gritándome y vuelvo a entrar en razón, puedo oír cómo me grita. E —¡Francisco!, ¡levántate!, ¡no tenemos tiempo que perder! Ahora lo recuerdo, estamos en medio de la batalla, las balas vuelan por doquier, escucho los gritos tanto de hombres como de caballos, volteo a mi alrededor y lo que veo, por alguna razón, no me sorprende, hay cadáveres por todos lados, veo a un caballo aún vivo cuyas entrañas están fuera de su estómago, y Francisco me vuelve a gritar: —¡Órale wey!, ¡agarra tu fusil y levántate, vamos a emprender retirada! Agarro mi fusil y me levanto lo más rápido que puedo, se escucha el ruido de los cañonazos y los gritos de los pobres diablos a los que les dan, esos horribles ruidos se escuchan por todos lados, apenas puedo correr, creo me dieron justo en la pierna derecha, mi pierna buena, pero eso no me detiene, sólo pienso en salir de este páramo de muerte lo antes posible; no quiero morir aquí, no debo morir aquí, no voy a morir aquí. Tratamos de subir a unos caballos que aún no han muerto, pero en el momento en que estamos bien sentados en la montura, ambos caballos reciben un balazo, el de Paco en una pierna y el mío en la garganta. Los cuerpos de los caballos nos caen encima, no podemos levantarnos, apenas podemos movernos, lo único que somos capaces de hacer ahora es observar cómo tanto nuestros compañeros como los federales, va muriendo de maneras tan distintas, a uno lo alcanza una bala en la cabeza, a otro le clavan un sable en el vientre, todos y cada uno de ellos caen en el polvoriento y destrozado terreno que en estos momentos es la fosa común de cientos de hombres, de distintas partes y familias, es verdad, que en estos lugares, el salir con vida, es el mayor milagro que pueda existir. A duras penas logramos salir de debajo de los cuerpos de los caballos muertos, apenas logramos salir yo le grito a Paco: —Creo que de ésta no nos salvamos amigo. Pero apenas volteo, veo el cuerpo de mi amigo tumbado en el suelo, con parte de la cara desfigurada. Lo alcanzó una bala. Lo único en lo que mi mente se concentra es en la cara de mi amigo, y de repente, cesan el fuego y los gritos, lo único que hay es un imponente silencio. ¿Por qué?, ¿por qué nos matamos entre nosotros?, que no se supone somos de una misma nación, de una misma madre patria por la que murieron nuestros héroes. Mientras estoy parado en este yermo lleno de sangre y tierra, digo: 3
—Juro que esto no va a quedar impune, algún día, algún día veré a ese vejestorio de Díaz caer del trono de este país, recobraré las tierras que por derecho son nuestras y esos asquerosos gringos tuvieron el descaro de quitarnos, ¿¡me oíste Dios!?, ¡juro aquí y ahora que, aunque me cueste la vida pelearé por mis compañeros caídos y mi hogar!, o mi nombre no es…. ¡Francisco Villa!
≈
4
El enigma de los aretes María Clara Ferreira Nielsen odo alrededor estaba oscuro, no podía ver nada y estaba en un pequeño espacio, dentro de algo, hasta que empecé a ver una luz, y alguien me sostuvo, miré a Tmi alrededor y no sabía nada, todo temblaba y sentía el aire pasar por mí; después de unos cuantos segundos todo ese temblor se detuvo y me di cuenta de que estaba en algo muy suave. Después de unos segundos empecé a escuchar una voz, parecía que venía del otro lado, un poco lejana. —¿Hay alguien ahí?— dije cuando escuché la voz. —¡Hola!, de seguro eres mi compañero— dijo la voz muy entusiasmado. —Me llamo Luke, te llamaré a ti, Arete 2. —¡¿Arete?!— Dije un poco asustada. —¡Sí, eres un arete! Es un placer, no me conoces, pero espero ser un gran amigo para ti. —Pero, ¿en dónde estoy? —Estás en una oreja. —¿Oreja?, pero, nunca he salido de mi espacio antes, y toda esa luz y el temblor, me ha dejado mareada. —Ah, entonces eres nueva, de seguro Melanie te acaba de comprar. —¿Melanie?, ¿quién es Melanie? —Es la mujer que te compró, estás situada ahora en su oreja derecha, Melanie tiene la rara costumbre de usar aretes diferentes. —Pero, ¿Melanie no te puede escuchar?, de seguro se va a enojar. —Los humanos no nos escuchan, por eso mismo nunca saben lo que sentimos y lo mal que siempre nos tratan, Arete 2. —No me llames Arete 2, me siento rara siendo llamada así. Me podrías llamar… ¡Catalina!, sí, me llamo Catalina. —Entonces Catalina, es un placer, soy Luke. Yo mismo me nombré así, ya que el novio de Melanie se llama Lucas. —Ah, ya comprendo mejor, entonces cada uno se nombra como quiere y tiene sus propias reglas aquí, pero, ¿quién es Lucas? —Es el novio de Melanie, siempre los veo juntos, y muchas veces, lo que hacen no es agradable de ver. Por eso la vida de un arete es tan dura, pero al final te acostumbrarás. —¿No es agradable de ver? —De verdad no quieres saber lo que es… En ese instante Melanie comenzó a caminar rápidamente, casi a correr, fue entonces cuando me empecé a asustar ya que nunca había sentido lo que era caminar o correr antes, para mí el temblor era muy grande. 5
—Luke, ya sé que Melanie está corriendo, pero, este temblor me deja mareada, me están dando ganas de vomitar. —Relájate, de acostumbrarás, Melanie es medio rara y le gusta correr por las tardes, pero es extraño que corra ahora que te acaba de comprar, como si estuviera corriendo de algo. —¿De algo?, ¿de alguien? —No creo, Melanie nunca está con nadie más que su novio y no lo ha visto desde hace una semana. Se escuchaban varías personas gritando, como si necesitaran hablar con ella y en ese mismo instante aún me sentía mareada, me daban ganas de vomitar, entonces Melanie dejó de correr y solamente se escuchaba su respiración, se sentó en una pared. El lugar era oscuro y no se podía ver mucho. —¿En dónde estamos Luke? —En la entrada de su departamento, es un poco escura, pero cuando llegues al elevador podrás ver más. —¿Sabes si realmente Melanie estaba corriendo de alguien?, se escuchaban voces gritando, como si quisieran llamar su atención. —Quien sabe, pero por lo menos ya llegamos a casa, es lo que verdaderamente importa. Melanie subió en el elevador y la luz de éste hizo que yo pudiera ver los alrededores, era algo pequeño, medio viejo y subía muy lento. Después Melanie llegó frente a una puerta que tenía el número “34” y con sus llaves abrió la puerta, entró en el departamento, prendió la luz y corrió rápidamente a la cama. Aún respiraba rápidamente, empezó a respirar profundo para relajarse, Luke y yo aún no teníamos ninguna idea de lo que había pasado, y entonces fue cuando Melanie empezó a hablar, tenía una muy dulce y cansada, se podía escuchar que estaba triste. —Lo tuve que hacer, creo que nunca lo voy a olvidar, tampoco a quienes estaban en la tienda mirándome. Ya no aguanto eso y tampoco lo que está pasando, me dan muchas ganas de llorar y dejar de hacer lo que Lucas quiere que haga, pero es la única forma de obtener dinero para vivir. Me sorprendió escuchar lo que Melanie dijo, “única forma de obtener dinero”, “hacer lo que Lucas quiere”. —¿Luke?, ¿tienes alguna idea de lo que está pasando?, no creo que sea bueno. Se escuchaba que Luke suspiraba. Contestó tristemente. —Yo he sido el arete de Melanie desde hace dos años, hemos pasado por mucho y cuando no estaba con Lucas la veía más feliz, era una niña de sólo dieciséis años cuando me compró, me acuerdo que siempre estábamos juntos y tenía otro arete como yo, pero fue cuando conoció a él, Lucas Morsi. Durante el inicio de su relación todo andaba bien, eran felices, una pareja perfecta, pero esa perfección se volvió en una obsesión masiva, Melanie no podía hacer nada sin él y fue cuando hizo el gran error de dar su propia vida por él, dejó su educación, 6
su vida y sus padres. Era sólo una niña… No sé porque dio su vida a este chavo. Empezó a llorar y se podía escuchar el dolor de su voz. —Tenía un futuro, quería ser una doctora, tenía una familia y la dejó por él, que la agrede y la hace llorar, la hace robar, Melanie no merece eso, si pudiera hablar con ella como Gina y decirle el error que está cometiendo. El ambiente se puso muy tenso y no supe que contestar, pero traté de consolar a Luke. —Luke… Perdóname, no puedo ayudarte con esto, pero, talvez si gritamos muy alto Melanie nos podrá escuchar. Me da mucha tristeza y no imaginé que el asunto fuera tan grave. —Está bien Catalina, y si gritamos no nos podrá escuchar, no sabes lo tanto que he intentado, nunca lo logré, y nunca lo podré lograr… —No digas eso Luke, encontraremos una solución. En ese momento, Melanie se levantó, y me quitó de su oreja, fue cuando el temblor comenzó otra vez, me sostuvo y me dejó en una superficie de madera, parecía una mesa. Unos segundos después, quitó a Luke de su oreja y por primera vez, pude ver a Luke. Era un arete atractivo, negro y muy brillante, lo dejó cerca de mí. —¡Mira quién es!— dijo Luke —No creía que ibas a ser tan atractiva y dorada Catalina. Me puse roja y avergonzada. —¡No digas eso Luke!, yo no soy bonita… pero gracias. —Cuando quieras. Dijo Luke. Al observar a Luke, me di cuenta de que ya lo había visto antes, en algún lugar, algún momento, mi memoria estaba medio borrosa, también que necesitaba salvar a él y a Melanie. Melanie tenía que volver con su familia y darse cuenta del error que había cometido. —Luke, lo lograremos. —¿De que hablas Catalina? —De salvar a Melanie de esa relación tan mala. —No sabes cuantas cosas he tratado y ya está oscureciendo, si queremos decirle algo, tiene que ser ahora, porque Lucas llegará en una hora o dos. —No te preocupes, pensaremos en algo, nosotros somos aretes y no creo que sea imposible poder hablar con Melanie. —Ahora que lo dices… ¿te acuerdas del arete del que te conté antes?, se llamaba Gina y fue mi mejor amiga hasta que en una de esas veces que Melanie salió a robar, la perdió. Ella pudo hablar con Melanie una vez, pero no se dio cuenta hasta después cuando Melanie preguntó quién le estaba hablando tan alto. —¿Y que fue lo que hizo? —Más que gritar, cambió su tono de voz, ella empezó a hablar con un tono muy grave, pero ya he tratado de hablar así muchas veces y nunca ha funcionado. —¿Así?— Dije en un tono grave. 7
—¡Exactamente así! En ese instante Melanie miró alrededor del departamento y preguntó. —¿Quién está ahí? Fue cuando me di cuenta que realmente, ¡Melanie me escuchaba! —¡Aquí!— dije muy fuerte. Melanie miró otra vez alrededor y se dio cuenta que la voz venía de la mesa. —Pero no hay nada en la mesa… ¿quien habla? —¡Yo!— grité otra vez —¡El arete! Melanie me empezó a mirar de cerca y se dio cuenta que realmente le estaba hablando. —¡Ah!— gritó Melanie —Me estás hablando, pero… pero, ¿como? —Yo tampoco tengo idea, pero escúchame, tienes que volver con tu familia y dejar a Lucas, te está lastimando; deja de robar Melanie, deja la agresión, vuelve a casa. Melanie empezó a llorar y se dio cuenta de lo que realmente había hecho, empezó a correr por el pequeño departamento y agarrar todas las ropas que eran suyas y a ponerlas rápidamente en una maleta; hacía todo a la carrera, porque sabía que Lucas pronto iba a llegar. También me sostuvo a mí y a Luke y nos volvió a poner en esa superficie tan suave que era su oreja. Se escuchó la puerta abrir y se dio cuenta que Lucas había llegado. La vio haciendo su maleta, la miró con mucha ira y fuertemente dijo. —¡¿QUÉ HACES MUJER?! Melanie comenzó a respirar rápidamente y supo que tenía que huir, tenía que salir de ese departamento lo más rápido posible. —Nada Lucas, Nada, nada más estaba guardando mis cosas. —¿Existe el vestidor sabías?, no estas tratando de huir… ¿verdad? Se veía el gran nerviosismo de Melanie y sus ganas de llorar, pero finalmente, enfrentó a Lucas. —Sí Lucas, me voy, estoy harta de ti y no sé si son las drogas que me haces tomar, pero ese maldito arete dorado que traigo en mi oreja me dijo que ya es hora de volver con mi familia, cometí el peor error al creer que pudieras ser algo mejor. Lucas se puso tan enojado que trató de darle a Melanie en la cabeza con la botella de cerveza que traía en la mano. Melanie por suerte logró esquivarlo y se fue corriendo del departamento. Corría tan rápido que me estaba muriendo de frio, ya era noche y aunque el clima estaba fresco, el aire que pasaba por mí gracias a la velocidad que Melanie corría era muy frio, Melanie corrió tanto que se cansó, luego, levantó su cabeza y miró al frente, fue entonces cuando vio algo familiar, su casa. Era algo pequeña y azul, al observarla más de cerca mi memoria volvió. —Me llamo Gina. Luke me escuchó y afirmó —Ya lo sabía, bienvenida a casa.
≈ 8
Mi piano Irán Danaé Garza Torres
M
e encontraba caminando por las calles atestadas de gente. El viento azotaba contra mi cara y me hacía temblar de frío. Sentía un ardor en mi pecho que no había sentido hacía mucho tiempo. Traté de evitar que lágrimas salieran de mis ojos en público, sabía que en cuanto llegara a mi casa no podría contenerlas, pero no las dejaría salir frente a esas personas desconocidas. La desesperación me invadía. No sabía cómo parar lo que estaba sintiendo y una parte de mí no quería pararlo porque me hacía sentir vivo significaba que los sentimientos que yo creía se habían esfumado seguían ahí, pero aun así me quería morir, sentía como si mi corazón estuviera siendo quemado y no sabía cómo evitarlo, me sentía impotente, sin poder alguno. Si una simple mirada podía hacerme esto, ¿cómo se suponía que continuara con mi vida como si nada hubiera pasado? Los pensamientos bullían sin control en mi cabeza y estaba comenzando a marearme de tantas ideas que se acumulaban en mi mente sin darme tiempo de analizarlas correctamente. Sin darme cuenta comencé a correr, necesitaba llegar a mi hogar cuanto antes, el nudo de mi garganta era ya demasiado grande como para mantener el autocontrol por más tiempo, pasé calles y calles hasta que por fin vi una puerta de color rojo que conocía muy bien. La abrí rápidamente, ansiando sentir el calor de mi hogar y entré a ese pequeño apartamento en el que se encontraban los mejores recuerdos de mi vida. Me tiré sobre el sofá y cerré los ojos, tratando de tranquilizarme y mantener la mente en blanco, lo único que de verdad quería, además de aquello que no podía tener, era no pensar, quizás dormir, apagar esa sensación apabullante que me consumía. Sin poder evitarlo comencé a llorar. Hacía mucho tiempo que no lloraba, desde el fatídico incidente, cuando me quede solo. Al recordar la razón por la que mi corazón se estaba rompiendo en pedazos una vez más, una especie de ansiedad me invadió. Quería correr, gritar, destruir mi apartamento piedra por piedra, lo que fuera con tal de concentrarme en otra cosa que no fuera la imagen de aquella persona que no parecía querer salir de mi cabeza. Me acerqué al librero que contenía todas mis historias favoritas, y con una desesperación terrible empecé a tirar mis libros uno a uno, lanzándolos con furia contra las paredes. Al dejar los estantes vacíos mire a mi alrededor, buscando algo más que destruir, mis ojos se centraron en mi piano, la única cosa que me importaba de verdad. Me acerqué lentamente al instrumento y me senté en el banquillo, consciente de que tocar sería la única cosa capaz de calmarme, dejé que mis manos se acercaran a las teclas y mis dedos comenzaron a moverse 9
rápidamente, dejando que una melodía muy familiar fluyera por toda la estancia. Las lágrimas volvieron a fluir sin que me diera cuenta. —Marco...— escuché un susurro. Me sorprendí tanto que dejé de tocar. Busqué con la mirada a alguien que pudiera haber dicho esas palabras, pero no encontré nada. —Sé que te duele, pero no puedes dejar que destruya tu vida de esta manera. Me paralicé. La voz provenía del instrumento que tenía frente a mí. —¿Cómo es que hablas? ¿Estás vivo? –le pregunté al objeto con temor. Me estaba volviendo loco. Rio suavemente e hizo caso omiso de mis preguntas. —He estado contigo desde hace años y jamás te había visto así, excepto por el día en el que ella te dejó, ese día igual tiraste tus libros favoritos y también me tocaste con agresividad, pero decidí no decir nada porque tenías que pasar por eso tu solo. Más lágrimas salieron de mis ojos, recordando aquel día. —Perdí al amor de mi vida— sollocé. —No todo está perdido— me respondió el piano —aún puedes hacer que vuelva, todo está en ti. A pesar de esas palabras de apoyo, me sentía igual de desolado que antes, por lo cual hice lo único que se me ocurrió. Abracé a mi piano sin dejar de llorar. Me sentía como un niño pequeño buscando consuelo, necesitaba desahogarme. Una dulce melodía salió del instrumento, consolándome. Y así me quedé por lo que restó del día, llorando, abrazando a mi piano mientras éste me consolaba.
≈
10
Flores de Invierno Emmanuel González Gómez
A
ún no puedo entenderlo, mi mente está vacía y sólo divaga en estupideces. Mi cuerpo está, pero mis pensamientos hace tiempo que se han escabullido entre los abismos de mi cabeza. No sé bien en dónde estoy y he perdido la cuenta del tiempo. Todo es demasiado confuso, no presto ni la mínima atención a mi alrededor; pareciese que, por unos minutos, mi mundo se ha puesto en blanco como esas letras que observo mirando hacia abajo. Entre mi locura y mi demencia las cosas parecen aclararse, empiezo a recordar personas que han sido muy importantes para mí: mi hermano, algunos amigos, la abuela y mis padres. Tantas personas que he conocido se marchan, como estrellas fugaces atravesando mis cielos. Daría lo que fuera por revivirlos. Pero las cosas no siempre fueron malas, aún recuerdo esas tardes de verano jugando a la pelota con mi hermano y aquellos amigos; las veces que caminaba con mi madre, que me tomaba de la mano, en el centro de la ciudad mientras escuchábamos las historias maravillosas de mi padre; la deliciosa comida de mi abuela y sus emocionantes anécdotas. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro, pero poco a poco, segundo a segundo, mis recuerdos se vuelven a tornar grises. Entre la densa y oscura tiniebla que habita en mi mente se puede observar la silueta de una mujer, a la que reconozco de inmediato. Se acerca lentamente: tan hermosa como siempre, su rostro asemeja a la porcelana más fina; delgada, casi rozando la perfección, sus ojos son del mismo color que el invierno; sus mejillas son de la misma tonalidad que las rosas de primavera. Con su dulce y tierna voz pronuncia mi nombre, nervioso me acerco a ella. Mi mirada se empapa de ilusión por volverla a tener tan cerca. Frente a frente, nuestros labios a escasos centímetros, me hipnotiza el color claro de sus pupilas. Por estos breves momentos soy el hombre más feliz sobre la tierra. Pasa el tiempo y seguimos mirándonos, nuestras manos siguen entrelazadas, intentando no alejarnos el uno del otro. Trato de tatuar su silueta en mi retina antes de que tenga que irse, pero eso no importa porque por ahora estamos de nuevo juntos, como antes. Ninguno ha dejado escapar una sola palabra, solamente nos concentramos en las facciones del otro, por si ésta es la última vez que nos vemos. De pronto, nuestras sonrisas se apagan, su cara se torna borrosa, mis ojos se nublan, todo obscurece. Miro desesperadamente a los lados intentando buscarla, pero es inútil, ella se ha marchado. De la nada, pequeñas y frías gotas de amargura y tristeza caen sobre mí y las cosas se ponen claras; toda esta gente vestida de negro a mí alrededor, todos mirándose cabizbajos. La razón vuelve a mí y una lágrima desesperada recorre mi mejilla. Aún no me hago a la idea de que se haya ido…
≈ 11
12
Un día perfecto Emmanuel González Gómez
E
ra un día fresco, un poco menos para ser junio, un día que comencé con el pie derecho. Un buen desayuno: hotcakes como los de mi madre y un buen café de olla, suficiente para empezar bien el día. Al dar las nueve, en camino a mi trabajo, decidí tomarme el día; hoy es perfecto para relajarme. Fui a uno de mis lugares favoritos, el mirador. Pensaba estar sentado en esa banca en la que me he quedado a dormir, pero al verla, no estaba vacía, había una chica que me pareció conocida, era Roxanne, la mujer que amé durante la secundaria. Me armé de valor y me senté junto a ella, que atendía su celular, yo con la intención de hablarle lo dejé a un lado. Estaba nervioso, no podía respirar del todo bien, sentía que me ahogaba, estaba sudando por todos lados, no pude disimular mis nervios, hasta que salió de mi boca: —Hola, ¿qué tal estás? Ella volteó a verme y con una mirada penetrante de unos hermosos ojos azules, me contesto: —Bien gracias, ¿te conozco? Y con todo el nerviosismo del mundo le conté la historia de mi amor por ella en la secundaria, empezó a reír ya que no me reconocía. Al parecer estaba muy incómoda, así que le di una excusa y me retiré. Llegué a mi casa, tenía 17 llamadas perdidas del trabajo, decidí ignorarlas. Cené un poco de huevo con tocino y me acosté a dormir. Podría decir que fue un día perfecto.
≈
13
14
La verdad Eduardo López García
T
rato de abrir los ojos, estoy cansado, no dormí bien anoche; lo siento todas las noches, no sé qué es y posiblemente nunca lo sabré. Cada noche es lo mismo, primero me sueño en una gran oscuridad, una bastante extraña, en ella me siento seguro, es cálida, profunda, y me abraza suavemente; luego, empiezo a sentir un miedo inexplicable y siento que algo se acerca cada vez más y más, hasta que escucho un susurro, no sé lo que dice, entonces el miedo desaparece y de repente, me despierto. Observo detenidamente mi cuarto, todo está oscuro, pero no como en mi sueño, esta penumbra es fría y clara; miro el reloj y son las 4:00 am, cierro los ojos, y vuelvo a dormir hasta la mañana siguiente. Así han sido todas las noches de mi vida desde hace algunos años y jamás he sabido porqué. Me despierto una vez más, ahora son las 11:00 de la mañana, es sábado; por fin tengo el día libre, así que me dispongo a ir a la biblioteca para tratar de encontrar la respuesta a lo que perturba mi sueño todas las noches; me levanto, me visto y me despido de mi abuela. Ella me dice: —Cuídate allá afuera—, le respondo que lo haré. Mi mamá, que apenas se está levantando, me pregunta con quién hablo, y le respondo: —Con la abuela, por supuesto, ¿con quién más?—. Salgo de la casa, corriendo a la biblioteca. Después de varias horas de exhaustiva lectura me harto de no poder encontrar una respuesta, de buscar entre cientos de libros, desde mitos, leyendas, cuentos, fábulas y simplemente no encontrar lo que estaba buscando. Así que me rindo y regreso a casa, llego justamente para la cena, me percato de que mi abuela no está en la cocina, es raro, es la primera vez que no la veo, así que le pregunto a mi madre en dónde está, a lo que ella me responde que yo ya lo sé, que me deje de bromas y vaya a lavarme las manos. Confundido, voy hacia el cuarto de mi abuela y la veo en su silla frente a la ventana, junto a ella su reloj marca las 3:15, como lo marcaba el 4 de abril de 2005, fecha curiosa, me parece recordar algo de ella, pero no sé qué es. No le doy mucha importancia y le hablo; le digo que mamá actuó algo extraña cuando la mencioné y le pregunto si sabe algo al respecto, entonces me dice: —No te preocupes, sin importar lo que pase yo siempre voy a estar contigo, mi pequeño. De pronto mi abuela desaparece, me quedo en shock, no sé lo que está pasando, inconscientemente miro al reloj y viene a mi memoria otra vez la fecha. Entonces lo recuerdo todo, en esa fecha, a esa misma hora, mi abuela murió, y con su muerte, el reloj se detuvo; lágrimas brotan de mis ojos, ahora
15
sé la respuesta a mi pregunta, siempre la tuve frente a mí, pero no quise aceptarla; en mi interior lo sabía, pero quería que ella aún estuviera conmigo, a mi lado al dormir; y entonces recuerdo sus palabras y siento paz, pues acepto la verdad: ella nunca va a dejarme, nunca estaré solo.
≈
16
Sin título Etna Viramontes
S
e sentía como estar en un mar sin saber nadar. La desesperación, el dolor, la amargura, la resignación, un sentimiento de amor por la vida casi nulo y sin esperanza, todos unidos para llegar a una conclusión nada más y nada menos que obvia: el ahogarse. El sentir cómo los propios pulmones van dejando escuchar un último silbido de aire casi mudo, puro e inmaculado; lentamente, pero apresurados; cansados, pero con mucha fuerza. Y ahí me encontraba yo, tendida y derrotada sobre un líquido en el que no se podía distinguir en dónde empezaban las lágrimas y en dónde terminaba la sangre. Mezcla encantadora de masas distintas, de viscosidad casi perfecta. Y era fría, fría como la cantera en un día de sol. Era fría, era fría. Los ojos hinchados, en un tono arnatista, cerrándose por el terrible veneno de las lágrimas. Sentía cómo éstas caían, causando un picor familiar pero casi olvidado, resbalándose por mis mejillas y llegando a mi boca. Salado encuentro con mis labios, pero de amargo ardor en mi corazón. Los brazos tan sueltos a los costados que ni siquiera sentía su presencia, pecho tierra, la cabeza girando hacia uno de los lados y el estómago cansado de evitar mis tremendas ganas de devolver. Era un verdadero desastre, digno de llamarse patético. Ahí me encontraba yo, acompañada por un latido casi adormecedor, lento como las olas del mar cuando cae el sol, perdida en el inmenso universo de unos ojos marrón ya muy lejanos. Esos ojos que se van sin extrañar ni recordar los coqueteos de una noche de luna llena en nuestras pupilas o el dulce calor que resultaba de ese encuentro. Se alejan, sonorenses, serranos, ingratos, de mí… Y se pierden en la belleza del sueño de vida, de su sueño de vida. Se pierden en la felicidad, entre neblina y sol, de él y mía. Entonces abrí los ojos. Te veías como cuando te vi por primera vez. Te veías como nuestro primer beso, te veías como la primera vez que tomé tu mano. Traías el pelo negro como un pedacito de carbón, rizado, tan suelto, tan libre… La piel blanca como porcelana pura, te meneabas y dabas vueltas entre florecitas tan pequeñas y de tantos colores, mirabas al cielo, reías. Reías tan bello y tan puro, que aún siento algo recorrer mi espalda cuando traigo tu recuerdo de vuelta… Reías, y de pronto, notaste mi presencia. Mi corazón se aceleró, mis respiros eran inexistentes. Por dos segundos, parece, tus ojos vidriosos me miraban, pero ya no sonreían. Te acercaste, lento, suave, con pasos que parecían llevarte suspendido en el aire, y me acariciaste la cara, tus manos eran tibias y con la suavidad de una flor misma. 17
Tu belleza era abrumadora, y se sentía como estar en un mar en donde no sabías nadar. No sabía qué estaba ocurriendo, pero estaba sumergida en la tranquilidad de tu borrosa mirada. Y en ese momento, eso bastaba. Te encontrabas sin ninguna preocupación, te encontrabas tan tú. Y al verte, me encontraba tan yo. Jamás creí en que uno veía su vida entera antes de morir, pero yo sí vi la mía.
≈
18
Este cuadernillo se terminó de imprimir el 21 de abril de 2017 en el Tecnológico de Monterrey Campus San Luis Potosí con un tiraje de 50 ejemplares. El cuidado estuvo a cargo de Jonatan Gamboa.