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I TEMAS BÍBLICOS

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I DE LA BIBLIA

I DE LA BIBLIA

¿Quién quiere Dios que yo sea?

“Yo soy el Señor tu Dios. No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Acerca de este tema, nos comparte sus reflexiones el Apóstol de Distrito e.d. Norberto Passuni.

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En esta ocasión quiero trasmitir algunos pensamientos en primera persona, porque corresponden a una reflexión sobre dos sucesos que dejaron huellas en mi espíritu. No fui el protagonista de estos hechos. Aunque ocurrieron hace bastante tiempo, sin embargo, en sus aspectos esenciales están presentes en mi memoria. Paso a comentarlos.

Un hombre de negocios, de esos que sin lugar a dudas llamamos exitoso, contó que siendo un niño el padre lo puso sobre la mesa de la cocina y a pesar de las protestas de la madre le pidió a su hijo que saltara, que nada malo le pasaría. El niño saltó y lógicamente sufrió las consecuencias de un buen golpe. Cuando todo se hubo tranquilizado el padre le dijo: “Si quieres tener éxito, no debes confiar ni en tu padre”. Y no lo engañó el padre, logró una fortuna. Eso sí, ahora estaba solo. En la edad que impone mirar desde una perspectiva más amplia, sus palabras traslucían el resultado de un balance existencial distinto a los números de su patrimonio…

El otro caso corresponde a lo confesado por un amigo de muchos años. Había alcanzado notoriedad en sus actividades y los medios se ocupaban con frecuencia de él. En una conversación privada me dijo: “Cuando trasciendes a la vida pública todo cambia. Te interesa cualquier cosa que se dice acerca de ti. Dejas de ser la misma persona, te obsesionas en cuidar la imagen tuya que proyectan los medios. Se convierte en una adicción. Y lo peor llega cuando dejas de interesar como noticia, se produce un vacío doloroso. Por eso comprendo a los que con tal de conseguir algo de vigencia hacen cualquier cosa”.

Quiero explicar por qué estas experiencias dejaron una huella profunda en mi espíritu. Muchas veces he

meditado sobre estos sucesos y otros parecidos. Los dos protagonistas no hicieron comentarios fruto del pensamiento abstracto, no hablaron incluso de sus logros o momentos estelares, sino del costo irreversible de absolutizar ciertos objetivos, de dejarse deslumbrar por ellos. Quise comprender todo esto desde la fe, esa fe que debe ofrecer respuesta a esta y todas las preguntas que en cada tiempo interpelan al ser humano.

Si efectuamos la reducción de estos hechos a sus aspectos esenciales llegamos a conclusiones que en parte son sorprendentes. Normalmente al hombre creyente le oponemos el hombre ateo. ¿Y si la verdadera alternativa no fuera esa? ¿No será que el que rechaza al verdadero Dios es proclive a caer en la idolatría? ¿No quiere protegernos de ese peligro el primer mandamiento? Cuando abandonamos la relación con Dios, nos abrimos a las otras relaciones. Tal vez no debamos pensar que existen ateos y creyentes, sino más bien idólatras y creyentes, estos últimos también tentados a la idolatría. No es un riesgo exclusivo de los que se destacan en algo. Cuando apartamos la mirada del Dios verdadero y la volvemos hacia lo creado es cuando acecha la idolatría.

Quiero aclarar que no estoy pensando en la idolatría en sus formas antiguas como culto a objetos, hechos de la naturaleza, etc, que han perdido interés en nuestro tiempo. Tampoco a las supersticiones que perduran actualmente en forma de amuletos, talismanes, consulta a adivinos, lectura de cartas, etc.

Para el cristiano hoy la idolatría podría sintetizarse en el culto al éxito, al gozo del dinero, al poder a toda costa. Son los dioses de la sociedad moderna. Estos dioses tienen su propia liturgia. Y son estrictos en los sacrificios que reclaman. Un ejemplo puede ser oportuno: la importancia y complejidad de la economía monetaria actual era inimaginable en tiempos del Apóstol Pablo, sin embargo y a pesar del estado embrionario del tema, pudo decir: “El amor al dinero es la raíz de todos los males”. No el dinero, sino su “culto”. Sobran los ejemplos de las amarguras producidas entre amigos, familiares, etc, por priorizar el interés sobre las cosas que debieran tener más espesor en la vida. Lo mismo vale para lo demás.

Es importante en el mismo orden de ideas analizar también un tema de tanta actualidad como la libertad, que se exige como en ninguna otra etapa en el curso de la historia humana, no solo con respecto a leyes sino también a costumbres y referencias que en otras épocas eran incuestionables. La historia muestra cómo el derecho a la libertad ha ganado espacio en el mundo. Sin embargo vemos hoy también su fragilidad cuando constatamos la forma en que se guía y orienta la La búsqueda de plenitud propia del vida de las personas meser humano solo en Dios encuentra diante las técnicas que las la única respuesta válida siguen incluso en su esfera privada. Formas sutiles que no dejan de ser opresivas. En estos casos la vida se diluye en el impersonal, deja de ser auténtica. Cuando la libertad se distancia de la verdad entonces se asumen valores que destruyen el delicado equilibrio de la vida humana. Al principio comenté dos experiencias de vida que con diferencias solo de grado reflejan la realidad de muchos. Dos personas inteligentes y decididas, lograron lo que se propusieron. Tampoco sus decisiones merecen objeciones morales. El entorno social los considera realizados, los toma como ejemplos. Pero ¿es este el juicio definitivo? Seguro que para ellos no. Y para ellos en lo íntimo de su ser no hay una respuesta agradable para la pregunta: ¿valió la pena? La opinión de los demás, tan importante en otro momento, a la hora de la verdad ni siquiera les sirvió de consuelo. La idolatría que tan duramente se rechaza en las Escrituras no es un tema del pasado, sigue siendo la tentación del hombre que se aparta de Dios. El cristiano no niega valor al dinero o a las gratificaciones que producen los logros merecidos, porque confía que al decidirse por el Señor no renuncia a nada, eligió el todo. En otros términos: la búsqueda de plenitud propia del ser humano solo en Dios encuentra la única respuesta válida y en ninguna otra opción. La clave implica entonces un cambio de perspectivas: antes de preguntar ¿qué quiero hacer de mí? corresponde formular la pregunta más importante ¿quién quiere Dios que yo sea? Apóstol de Distrito e.d. Norberto Passuni

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