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I TEMAS BÍBLICOS
Damos testimonio de Jesucristo
Juan el Bautista fue una figura de gran importancia para la tarea que luego el Señor desarrollaría. Con humildad y plena confianza, fue un testigo de Jesucristo.
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Juan había sido un hijo pedido por sus padres en oración y muy amado. Y Dios oyó esos ruegos. Zacarías quedó sorprendido, al igual que Elisabet, con el anuncio de que iban a tener un hijo, porque ya eran de avanzada edad. Estaban sorprendidos, quizás hasta habían olvidado su oración. Pero Dios escuchó y atendió. Dios siempre oye nuestros ruegos.
Con humildad
Juan nunca se colocó en el centro de la escena. Siempre dejó que el que brillara fuera el Señor. Nosotros debemos obrar de igual manera. El Señor lo es todo. Por gracia, y solo por gracia, podemos ser llamados “siervos inútiles” (comparar con Lucas 17:10), porque simplemente hemos hecho lo que debíamos hacer y fue por gracia del Señor. Al decir “siervo” nos incluimos todos, dado que todos servimos al Señor.
Juan el Bautista, testigo de Cristo
Juan daba testimonio, era testigo del Señor. Y nosotros también podemos serlo. Ser testigo significa andar en la verdad, aunque a veces no la comprendamos. La
verdad de nuestro testimonio se fundamenta en que el Evangelio es el mensaje genuino.
Un testigo es llamado para decir la verdad, no para emitir un juicio. Eso le compete a Dios. Muchas veces nos hacemos preguntas: “¿Por qué sucede tal cosa?”. Otras veces se puede oír la expresión: “Si hubiese un Dios, esto no sucedería…”. Este pensamiento no es nuevo. Sucede que a veces no entendemos al Señor. Nos pueden venir las mismas preguntas que le venían al profeta Habacuc: “¿Hasta cuándo, Señor?” (Habacuc 1:2). Nos hacemos las preguntas, hasta que el Señor nos contesta por su Espíritu, como le contestó al profeta: “Aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”. Es decir: “Yo voy a cumplir”. ¡Confiamos en Él!
Entonces, ¿somos testigos?
Para dar respuesta a esta pregunta, reflexionamos si podemos dar testimonio de que: ■ el Señor se hizo presente cuando no podíamos ver una salida; ■ el Señor nos sostuvo cuando nuestra fe menguaba; ■ nuestra alma queda en paz, cuando siente la palabra “la paz del Resucitado sea contigo”, cuando son limpiados de nuestros pecados; ■ nuestra alma queda deslumbrada cuando nuestros oídos pueden oír la voz del Buen Pastor porque sabemos que viene del Señor ■ nuestro hermano o hermana se acercó, como aquel buen samaritano, para asistirnos cuando nos encontrábamos como muertos y fue gracias a
Dios que nuevamente pudimos levantarnos; ■ nuestras oraciones, ya sean individuales o en la comunidad, son atendidas; ■ el Señor bendice nuestras ofrendas.
Si podemos dar testimonio de ello, seremos claramente testigos con la misma humildad de Juan el Bautista. Con la certeza de que el Señor Jesús lo es todo: el Redentor, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que nos vincula con Dios.
Entonces más allá de nuestros pensamientos y de que no sepamos lo que deberemos enfrentar, viviremos alegría ante la presencia del Señor cuando se nos acerca en la palabra del Servicio Divino, en los Sacramentos, en cada instante.
Como Juan el Bautista, seamos testigos, dando testimonio de Jesucristo, anunciando el Evangelio en palabras y hechos, en verdad, sin temor, aunque a veces no entendamos al Señor. Pues “el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4).
Basado en una Palabra pastoral oficiada por el Evangelista de Distrito Adrián Bolotra
DE LA BIBLIA
“Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”.
Lucas 3: 15-16
“Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”.
Juan 3: 30