VAGAMUNDO
AMOR JUNTO AL MOLDAU
[Último párrafo del capítulo anterior: Cada día de los que compartimos el desayuno se repitió la escena completa: la diligencia madrugadora de Günther, sus golpes a la puerta del amigo, el estruendo que provenía del cuarto de baño, el remoloneo de Helmut, sus carreras en chancletas por el pasillo y sus siete minutos para presentarse, y cinco minutos después, es decir a los doce exactos desde el momento en que Günther consultaba su reloj, meneaba la cabeza con desconsuelo resignado y se dirigía a golpear la puerta de Helmut, el último en levantarse, la aparición de Klaus, su saludo militar, las bromas, su seriedad ofendida y el estallido generalizado de carcajadas festejando la broma, al que desde la cocina hacía contrapunto amable Frau Cicmirová. Así durante una semana, el mismo tiempo que duró mi amor.]
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16 Capítulo II
El caballero de la voz de trueno que la había saludado al entrar se le acercó. Era enorme, con un pecho y un vientre tan amplios y abultados que empujaban hasta las axilas las solapas de su redingote. Cuando se reía, y lo hacía con carcajadas como cañonazos, por ejemplo cuando festejó su propia alusión a las almas candorosas, el chaleco parecía incapaz de contener la expansión eólica de las cavidades del tórax y del abdomen, y los botones hubieran saltado a no ser por la mano que apoyaba abierta sobre el pecho, mano gigante que parecía querer dar fe con ese gesto de la sinceridad de su alegría y que de paso colaboraba con la penosa obligación de los botones de mantener el chaleco cerrado. Este caballero sanguíneo ofreció guiar a Anezka hacia los salones interiores. Con el pretexto de orientar sus pasos le apoyó la mano sobre el talle que desapareció bajo la masa carnosa. La mano, que además de ser grande y de intenciones explícitas era de una bastedad que los cuidados de la manicura no lograban disimular, se demoró en la cintura ostensiblemente y, sobre todo, la recorrió con torpeza, revelando una avidez que su dueño no sabía ocultar, como tampoco la rudeza de sus maneras que no habían logrado asimilar el refinamiento de los códigos de los salones. Atravesaron unas puertas vidriadas y penetraron en un salón más recogido a donde, tal vez, no tenían acceso todos aquellos que pululaban en la primera habitación. En esta la concurrencia se paseaba, formaba grupos, parloteaba, se contemplaba mutuamente desde los sillones, prestaba una atención distraída a la música que ejecutaba un conjunto de cuerdas en medio del murmullo complejo formado por la superposición de palabras pronunciadas VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
17 en idiomas diferentes; predominaban los sonidos guturales de las lenguas germanas, se le entremezclaban los registros amplios del inglés, algunas melodías mediterráneas y a veces, con menos frecuencia, emergían las filosas consonantes eslavas. Estas apenas presentes, incluso las del checo que parecía confinado a una misión auxiliar, de servicio, administrativa: órdenes a lacayos, recomendaciones de una especie de maestro de ceremonias dirigidas a las jóvenes damas que florecían con ingenuidad bajo la observación apreciativa de los asistentes, quienes fijaban en ellas sus miradas duras. Miradas que en caso de los viejos dejaban traslucir un empeño determinado, ya que tanta renuncia, ruindad y fracaso de la conciencia para conseguir el poder y el dinero los convencía de su derecho a ser compensados con frutos palpables, y rápidos, porque se les acababa el tiempo. Viejos que negaban el día cercano en que su mirada trocase la fijeza por la ansiedad y saltara sin sosiego de uno a otro objeto, de uno a otro instante, envenenada por el miedo a la muerte. El hombrón no supo ocultar su alarma cuando del otro lado de las puertas se encontró con el personaje del kimono de colores, tal vez un embajador, que se inclinaba saludándolos ceremoniosamente, exagerando ante ellos su aparente obsecuencia oriental; y sobre todo con una de las damas que habían estudiado con sus impertinentes a Anezka cuando entraba al salón principal, y que ahora volvía a hacerlo con una sonrisa irónica que más parecía aludir al caballero que a la joven.
Mi primer día en Praga fue intenso. Sentí el cansancio de caminatas interminable con el placer ascético que experimenta el deportista que vence su VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
18 límite de resistencia corporal y prolonga la actividad con el sobreesfuerzo, o con
el
goce
del
monje
que
lee
sus oraciones y medita
girando
despaciosamente alrededor del claustro. La larga jornada reunió una combinación vivificante de placer moral por el esfuerzo, satisfacción estética y ejercicio intelectual. Sentía la elasticidad saludable de muslos y pantorrillas, y el efecto benéfico del trabajo espiritual para satisfacer mi avidez tras tantos años de espera. Me deslicé bajo las arcadas de la plaza de la Ciudad Vieja y encontré con dificultad el pasaje recóndito que lleva a la puerta de Nuestra Señora de Týn. Allí comprobé con desilusión que la iglesia estaba cerrada y sólo abría a horas precisas y por espacios breves, según me informó un amable vendedor de baratijas que tenía su comercio ambulante instalado junto al pórtico. Volvería. Paseé por la plaza disfrutando del espectáculo de los cafés tradicionales, los edificios de fachadas barrocas, el lado gótico con los soportales bajo los que había buscado la entrada de la iglesia, los buhoneros, las terrazas repletas de turistas con todas las fisonomías de la tierra y los ojos embobados en algún punto perdido de sus propias preocupaciones. De aquí y de allá de la plaza venían acordes diversos, en general ejecutados por buenos músicos: solos de violín o de flauta travesera, conjuntos de cuerdas, un excelente grupo de jazz, y hasta una banda de coyas vestidos con los ponchos y los gorros típicos que tocaban aires del altiplano junto a la torre del Ayuntamiento. Allí fui uno más en la multitud embelesada que levanta la cabeza cuando el gong anuncia que el reloj va a dar la hora y los autómatas se preparan a representar una vez más su pantomima. Desfilan los apóstoles y Jesús, otros monigotes representan las vanidades, las plagas y los peligros que VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
19 amenazan a los hombres probos; cambian los nombres y las apariencias pero ha variado poco la calidad de las asechanzas. Y por fin la Muerte que hace sonar una campana para reclamar atención y que, blandiendo una guadaña y agitando un reloj de arena para simbolizar el paso del tiempo, se burla de los mirones desde hace cinco siglos. Me dejé llevar por la intuición, el rumor, los pasos de la gente, hacia la calle Karlova. Allí se reproducía el espectáculo de la plaza de la Ciudad Vieja pero con otra actitud, menos estática, más itinerante. Estaban los dueños de la calle, los que gobernaban su actividad, no los propietarios de las tiendas que retirados detrás de las vitrinas contemplaban la vida del mercado ambulante con la actitud establecida de los comerciantes que representan una tradición, sino las fuerzas vivas del mundo sumergido, de la transacción negra, del tráfico canalla: mercachifles clandestinos de divisas, distribuidores mayoristas de chucherías folklóricas, vendedores al menudeo de drogas más o menos benignas. Tenían paradas, oscilaban junto a ellas lentamente, susurraban, y después recorrían la calle con rapidez, cubriendo itinerarios fijos y dirigiéndose a destinos precisos. La corriente se remansaba en rincones, en huecos de la calle donde los curiosos se detenían ante los tenderetes. De las cervecerías venían las risas de los bebedores que hablaban a gritos, sentados junto a largas mesas, y las ventanas abiertas exhalaban el perfume amargo de la madera impregnada de cerveza. Al fondo vi aparecer la torre que da acceso al puente Carlos, y aquí, en la calle Karlova, y del otro lado del puente, en la calle Mostecká, advertí los ojos que me vigilaban desde las cercanías de los locales de cambio donde se aglomeraban los turistas. Era la policía política que controlaba mis pasos. Tuve VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
20 la tentación de pensar que era la policía política y que yo estaba al otro lado del telón de acero, para continuar mi paseo nostálgico por el pasado. Pero no era la policía política, porque el telón se levantó definitivamente para que la representación continúe y Le Carré está fuera de moda. Las miradas existían y eran aviesas, pero pertenecían a los integrantes de las pequeñas mafias urbanas, como las de cualquier ciudad occidental, al acecho para cometer estafas y perpetrar robos en escala reducida aprovechándose del visitante ingenuo o descuidado. Observan buscando la presa, pero empleaban una táctica contradictoria, complotando en voz baja y riendo escandalosamente, y parecían implicar a los paseantes de modo oblicuo, con miradas y alusiones. Se burlaban y provocaban a sus víctimas en vez de procurar el anonimato estratégico que protegiera la acción porque necesitaban desafiar para sentirse omnipotentes. Pero antes de llegar al barrio barroco de Malá Strana por la calle de Mostecká, y de haber pasado bajo las dos torres que vigilan su entrada desde el puente Carlos, me paseé entre las estatuas que lo flaquean y que desde sus balaustradas contemplan, con la indiferencia de las miradas vacías de quienes ya han visto demasiado, el curioso proceso de puesta al día que se desarrolla a sus pies. Por cierto que allí abundaban los consabidos músicos, solistas o integrantes de dúos, tríos, cuartetos y hasta de orquestas casi completas; eran hombres y mujeres de todas las edades, muchos apenas adolescentes e incluso niños. También estaban los vendedores de baratijas iguales a las que llevaba viendo desde la plaza de la Ciudad Vieja, en particular las marionetas. Aunque, de éstas, las más bellas no se exhibían al aire libre sino en pequeñas tiendecitas oscuras, alineadas bajo los soportales de las calles cercanas al VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
21 puente, con el taller en la trastienda. En la penumbra, los muñecos abigarrados adoptaban poses dignas o ridículas y me miraban con expresiones sombrías o cómicas, dramáticas o burlonas. Adquirían movimiento al impulso de los dedos de las almas de los viejos titiriteros que vagaban prisioneras de esos muros desmesurados que no las habían dejado volar en busca de descanso. Las marionetas me espiaban desde sus rincones tenebrosos, pendientes de las vigas del techo, balanceándose en las corrientes de aire húmedo y encerrado que parecía provenir de galerías subterráneas que comunicaran con el río. Músicos, vendedores, miembros de corrillos que demostraban estar apasionados por los temas que debatían, llevaban ropas de un estilo homogéneo aunque pasado de moda. Sólo se diferenciaban unos pocos rockeros que tenían un aspecto asimilable al de sus colegas del oeste y los integrantes de los conjuntos de jazz, todos hombres maduros, que pertenecían al pasado y que parecían obreros a la salida de la fábrica. Los demás se habían puesto de acuerdo para recubrirse de túnicas vaporosas, camisas floreadas, chalecos flotantes, pantalones atados con cordeles, calzar ojotas y llevar pelos alborotados. Se respiraba una atmósfera suelta y libre aunque fuera premeditada; no existía la opresión de cueros tachonados, de cinturones de hebillas macizas, de muñequeras amenazadora, de zapatos de punteras metálicas. Tampoco las miradas eran fieras y desafiantes como las de los miembros de las tribus urbanas occidentales. Por el contrario, eran soñadoras, un poco volubles, traslúcidas, y rehuían, no recelosas sino con naturalidad, como si la mirada fuera el modo de expresión de la convivencia, no de la agresión, la fijeza competidora de las miradas extranjeras sintonizadas en otro tiempo. Es que el suyo era otro tiempo. Advertí con ternura que con su VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
22 apariencia y sus actitudes estos jóvenes, y los que ya no lo eran y se les mezclaban sin fricciones, se reincorporaban al proceso histórico en una etapa que ellos habían contemplado de lejos y por la que sentían añoranza, ya que se vestían y se comportaban como los hippies. Era como si el acontecer humano se hubiera congelado y la moviola recuperara el movimiento a partir de la primavera del sesenta y ocho. Hasta descalzos andaban algunos pese al frío de los adoquines, desafiando el peligro de los zapatos panzer a la moda que podían triturarle los dedos. Dejé el puente y abordé la calle Mostecká donde estaban los otros grupos, más atentos al presente, que nos vigilaban. Habitaban en la misma ciudad y convivían con los hippies, sin embargo evolucionaban por su cuenta, de modo más realista. Eran más elásticos, más miméticos, más veloces; se adaptaban con facilidad. No reflexionaban; enganchaban ágilmente su vagón a la cola del tren de los Tiempos que pasaba frente a ellos sin detenerse a hacer resúmenes. Sobrevivirían. Caminé durante horas por Praga el día de mi presentación a la ciudad. Nos entendimos bien porque desde el principio respeté sin reservas mentales su verdad y su quimera. En un espacio de luz tierna confluyen con delicadeza las proyecciones de otros tiempos y conviven personajes y seres de carne y hueso. Un hombre de barba gris sin recortar, que vestía un sobretodo de corte antiguo largo hasta los tobillos y que caminaba absorto en sus pensamientos, desaparecía por una puerta trucada que daba sobre un callejón que era un decorado. Por la esquina de una callejuela estrecha avanzaba como una sombra presagiada por el repiqueteo de los cascos del caballo sobre el empedrado un coche guiado por un cochero de librea. Del aire venía el tañido VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
23 de campanas de una torre oculta y las horas goteaban con la misma parsimonia de hace dos siglos. En mi caminata me asaltaban cordialmente rincones inesperados de quietud que estaban a la vuelta de una esquina, a dos pasos de las calles más frecuentadas por los visitantes. Me sentaba en un banco y frente a mí una viejecita levantaba la vista de su libro y me dirigía una sonrisa y una frase amistosa, sin pretender que la entendiera y sin aspirar a entender mi respuesta. Esa noche volví a casa de pani Cicmiravá con necesidad de contar mis experiencias, pero todo cuanto pude decir fue Gute Nacht a mi casera. Me costó conciliar el sueño, pese a mi cansancio, tal vez porque en el deslinde de la conciencia me seguían habitando las imágenes luminosas de la ciudad. Hacia media noche oí, a través de mi puerta, a los tres amigos de Düsseldorf que conocería al día siguiente, en especial el timbre espeso y cálido de la voz de Klaus. Estaba excitado, y cuando la casa se quedó en silencio, frente a mis ojos, en la tiniebla, siguieron pasando las visiones recientes y vívidas de Praga: Nuestra Señora de Týn la esquiva, el reloj agorero del Ayuntamiento, la casa de Franz Kafka, la sinagoga Vieja-Nueva, el puente Carlos, Malá Strana, las calles en pendiente, románticas y solitarias, de Hradcany, el barrio del Castillo, y el Castillo, en lo alto, vigilando la ciudad con la mirada amenazante que descubrió Kafka, y sobre él, dando respaldo sagrado al poder temporal, la cúpula y las flechas de la catedral de San Vito. En el sueño que me iba ganando de a poco interfería, a intervalos, un sonido proveniente de la ciudad nocturna: eran los tranvías. Cada ciudad tiene su propia música de fondo que suena como una orquesta sobre la que predomina el instrumento solista: en Buenos Aires ya no se oye la descarga VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
24 repentina con la nota de cobres mal afinados de las persianas de chapa acanalada que protegían las vidrieras hasta los años cincuenta del siglo pasado. Eran estallidos de trompetas violentas separados entre sí por escasos minutos, segundos a veces, en el hueco de silencio del Centro abandonado por los oficinistas. Lo reemplazó el ruido a cangilón gangoso que se desmorona despaciosamente de las persianas nido. La música de las ciudades ya no está compuesta, al menos las primeras voces, por la charla de la gente y los pregones, como en el París proustiano. En algunas sobreviven testimonios auditivos del pasado, como en Bilbao el siseo inquietante de las fundiciones, que recrea las imágenes de los torsos sudorosos iluminados por el fuego líquido y de las caras tiznadas de hollín de la Comuna. Pero en este comienzo de milenio gobernado por técnicas distantes y silenciosas, y trastornado por el desasosiego ambulatorio, los sonidos que predominan en las ciudades pertenecen a máquinas traslativas. Así, en Barcelona, rasgan el silencio nocturno los mugidos angustiados de la descarga de los frenos de aire de los autobuses y, en Buenos Aires, del fragor general emerge el aullido desesperado del cambio de marcha automático de los colectivos. En Praga, el zumbido del tranvía que subía y bajaba por la avenida Revolucni, y a lo largo de la jornada se confundía y formaba una masa indistinta con el estruendo de los autos, las sirenas, la maquinaria vial, la de las construcciones y el bullicio general de la ciudad, por la noche, cuando todo había enmudecido, incluso las voces de pani Cicmirová y las de Günther, Helmut y Klaus, ascendía como un rumor lejano que proviniera de las catacumbas. Trepaba el ronquido cual una bengala que ascendiera en el vacío de la ciudad callada, hasta volverse estela filiforme, cola delgada de ratón que se escabullía por un agujero de la noche VAGAMUNDO – Amor junto al Moldau - Jorge Andrade Página autoral en Facebook – Jorge Andrade
25 frente a mi ventana y emergía del otro lado, alejándose transformada en una carraca atronadora. Este sonido que tardé en reconocer como del tranvía –sólo su repetición a intervalos regulares y su uniformidad me hicieron abandonar la sospecha acerca de las máquinas procelosas del golpe de estado- se incorporó a mi duermevela hasta que desapareció, porque me dormí o porque el tranvía había terminado el horario de servicio, y fue la primera señal auditiva de la vigilia que reapareció introduciéndose en mi sueño cuando aún no había amanecido, y su lamento mecánico que crecía hasta la crispación bajo la ventana me produjo el mismo escalofrío que me produce la madrugada de todas las ciudades oscuras que reinician el ciclo disciplinado de la producción. Continuará
Jorge Andrade, escritor, economista, crítico literario y traductor. Ha publicado numerosas novelas, entre ellas, Desde la muralla, Vida retirada, Los ojos del diablo (premio internacional Pé rez Galdó s, Españ a); libros de cuentos como Nunca llega a amanecer y, recientemente, Cuentos subversivos; y el volumen de ensayos Cartas de Argentina y Otros ámbitos. Fue colaborador del diario El País y de las revistas El Urogallo y Cuadernos Hispanoamericanos de Españ a, así como del diario La Nació n de la Argentina. Para contacto periodístico y notas de prensa contactarse con: Nadia Kwiatkowski nadiakiako@gmail.com
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