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17. ¡En la cumbre

Capítulo 17

iEN LA CUMBRE!

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Transcurrieron varios momentos de silencio. Leí las expresiones de los rostros de Whit, Adrián y Mike, y sentí que estaban luchando. Sabían que si yo decidía regresarme, uno de ellos tendría que regresar conmigo, y quedarían solo dos para completar la ascensión; un necio y peligroso viaje considerando las tormentas que estaban azotando el área. Si nos regresábamos, no habría otra oportunidad para llegar a la cumbre.

Adrián dijo tajantemente: -Muy bien, seguiremos avanzando. En cualquier momento que quieras detenerte o regresarte, lo haremos. -Excelente. Entonces el factor que motive al equipo debe ser que los cuatro lleguemos a la cumbre - dije, mirándolos en busca de respuestas. - ¡Excelente! ¡Continuemos! -murmuraron Mike y Whit.

Durante toda la ascensión al Denali Pass, Mike estableció un ritmo fácil de seguir. Descansamos en la cumbre, luego continuamos por una loma extremadamente congelada. Mientras cruzábamos el área llamada Futbol Field, presumimos que seríamos el único equipo que subiría en el mes de junio. Pero tuvimos que resignarnos cuando otro equipo nos pasó a medio campo.

Al otro lado, me detuve, miré y pregunté: -¿Es eso Pig Hill?

Mike contestó: -Sí, Pig Hill.

Pig Hill, con su empinada loma y filo de rasuradora, sería una cumbre asesina a cualquier altitud. Pero ¿a 6.300

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metros? Parecía imposible. Puedo hacer esto, me dije a mí mismo, tengo que hacerlo.

En el camino de subida por la ladera oriental de Pig Hill, un doloroso adormecimiento me subió por los músculos de la espalda. La pierna me dolía intensamente, y del muñón sufría lo mismo. Empujé el dolor a la parte más profunda de mi mente y me concentré en poner un pie después de otro. Mi cuerpo clamaba por alivio, pero no había dónde detenerse, no había dónde descansar.

Apoyándome en mi hacha para el hielo, pensé: Dios quiere que yo haga esto; el mensaje debe darse. Si yo no lo hago, nadie sabrá jamás.

Antes de mucho, desarrollé una fórmula: Toma tres respiraciones, da un paso, deténte y descansa. Toma tres respiraciones, da un paso, detente y descansa. Una y otra vez repetí este patrón. Tantos pasos ... pasos ... respiración ... alto ... y descanso.

La falta de oxígeno cobró un alto precio a mi cuerpo. La fatiga extrema se hundió profundamente dentro de mí como gelatina congelándose en un molde. Inhalé una gran bocanada de aire.

Sentía la pierna buena como macarrón cocido y el muñón como fideos. No quería ir tan despacio. Mi mente planeaba subir por la pendiente como un niño que escala juegos mecánicos; pero mi cuerpo se burlaba de la idea. Llevado más allá de lo que jamás me había imaginado durante los meses de mi entrenamiento, la perversa pared amenazaba con despedazarme.

Obligué a mis piernas a convertirse en objetos impersonales, desligadas del resto de mí. Tirando del hacha de hielo fuera de los bancos de nieve, la hincaba en otro punto más alto de la pared, y daba otro paso. Mi corazón golpeaba contra mi pecho. Y yo hincaba el hacha contra la montaña otra vez. ¡No me ganarás! la desafiaba yo. ¡No me destruirás! Di otro angustioso paso. A cada paso, apretaba las mandíbulas y repetía: Tengo que llegar a la cumbre.

¡En la cumbre!

Luché contra todos los pensamientos de derrota y muerte en mi mente con la promesa que había aprendido desde niño. "Dios es nuestro amparo y fortaleza". Traté de ver sobrepasada la pared en frente de mí. Las palabras de un compañero escalador resonaron en mi mente. "Pig Hill es de verdad dura, demanda todo lo que tienes, una batalla puramente psicológica de llevarte hasta allá. Una vez que llegas a la cumbre, miras adelante y continúas. Después ves posible cualquier otra ascensión a la cumbre" .

Ganar la batalla era una expresión demasiado cerebral sentado alrededor de la estufa del campamento bebiendo chocolate caliente. Ahora sabía de verdad lo que era el verdadero frío, el verdadero dolor. -No te desalientes. El último esfuerzo es engañador. En realidad no es más que una breve caminata, aun cuando parezca sumamente lejos. Procura pasar Pig Hill, y entonces el resto será fácil.

El resto es fácil. El resto es fácil. Procura pasar Pig Hill. El resto es fácil. Apretando las mandíbulas, mantuve los ojos fijos en el sendero, y mi mente en la tarea de dar el siguiente paso. Paso tras paso, tras paso, me encaminé hacia la cumbre de aquella pared. Con cada paso durante los últimos 80 metros, una granada de dolor había explotado en mis piernas. Luego me hundí en un hoyo y caí.

Duele respirar el aire helado; me quemaba las narices como los tubos que me habían quemado después de mi accidente del bote. Respirar por la boca hacía que se sintiera como llena de algodón. Se me congelaba la nariz en la máscara de mi cara. ¡No me rendiré! ¡No me rendiré! Luché para ponerme sobre mis pies y me apoyé con ambas manos en una nieve que me llegaba hasta las rodillas. ¡Tengo que hacerlo! ¡Tengo que hacerlo no importa lo que cueste! ¡Si no lo hago, el mensaje que Dios me dio nunca se escuchará!

Con cada paso, un nuevo espasmo de dolor me explotaba en el pie. Y un dolor como fuego me calcinaba el mu-

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ñón. Mis pulmones amenazaban con explotar con cada respiración. El ritmo de mi corazón, se escuchaba como tambor en mis sienes al ritmo de mi dolor.

En el momento en que no podía dar un paso más, Whit señaló hacia adelante y anunció: -Allí está la cumbre. Allí está.

Miré asombrado lo que estaba allí cerca. La cumbre parecía indomable. -¿Todavía tenemos que subir todo eso? -pregunté.

Fue entonces cuando recordé las palabras del escalador: "No es más que una caminata sencilla y fácil".

Y lo fue. Ya fuera porque el ascenso se hizo más gradual, o porque la adrenalina comenzó a circular por todo mi cuerpo, mantuve un paso lento, pero continuo, a lo largo del risco a los 6.600 metros. Un mundo de luz del sol, cielo azul, y chispeante nieve blanca, se extendía ante mí.

Mientras caminaba, identifiqué las diferentes cadenas de montañas, desde la zona plana de Alaska hasta la cordillera, el monte McKinley y el tazón. Atrás estaba el pico del norte, 283 metros más bajo que el pico del sur, hacia el cual nos habíamos dirigido. Separado por el Glaciar Harper, los dos picos se elevan a más de 5.600 metros.

Al occidente de nosotros, un banco de nubes abultado, se movía sobre el horizonte. Si bien parecían amistosas, sabía que al transcurrir solo treinta minutos podíamos estar atrapados en una situación de vida o muerte. A esa altura, no había misericordia. Sin embargo, me aferraba a la convicción de que la tormenta no nos alcanzaría.

El exquisito escenario me infundía una nueva energía para seguir andando. Paso tras paso, la tensión crecía dentro de mí cuando veía que la cumbre estaba más cerca. Mi pierna artificial resbaló fuera del sendero. Luché por ponerme en pie y continué subiendo. Más arriba, Mike se volvió y levantó los brazos en señal de triunfo. Había alcanzado la cumbre.

Yo aceleré mi paso.

¡En la cumbre!

-¡Aquí está! -gritó Mike.

Yo me lancé a caminar los últimos metros de la montaña. Mis ojos captaron la imagen de las banderas dejadas por las expediciones previas. anunciando el punto más elevado de Norteamérica. -¡Hurra! ¡Gracias a Dios! -fue mi grito que llenó cada grieta y cañón del Denali National Park.

Embriagado por la altitud y la victoria, hice una profunda respiración. El cortante aire frío penetró mis pulmones y luego salió de nuevo. ¡Lo había hecho! Había alcanzado mi objetivo: ¡Había conquistado los picos más altos y las más difíciles de las montañas!

Si llegara a vivir 125 años. nunca olvidaría el momento en que alcancé la Cumbre del Sur. Embriagado de emoción, posé para las fotografías. ¡William Todd Huston! ¡Lo hiciste! Por la gracia de Dios, había vencido al enemigo. Una oleada de emoción me invadió, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Tragué saliva y miré más allá de Mike. Incluso después de haber inhalado varias veces. todavía no podía yo controlar todas mis emociones y sentimientos. ¡Yo estaba de pie en la cima del monte McKinley, sobre la cumbre más alta de todo el territorio estadounidense!

Capítulo 18

El DIFICIL DESCENSO

Hasta donde la vista podía ver, el sol teñía la nieve con una progresión de azules, grises y blancos. Como no quería olvidar la experiencia, traté de imprimir en mi mente la increíble escena de centenares de kilómetros cuadrados que se extendían a mis pies, de montañas y conos nevados que dominaban el horizonte.

En ese momento Mike se acercó a mí: -Esto hace que todo el esfuerzo valga la pena, ¿no?

Busqué en mi cerebro el gesto o la palabra adecuados para expresarme. Y no pude encontrar nada que se aproximara al sentimiento de felicidad que me tenía aturdido. Este elevado lugar representaba tantos objetivos y ambiciones, que apenas podía pensar en forma coordinada. Sentía que compartir la profundidad de mis emociones en ese momento sería algo así como una invasión de mi privacidad.

Mi momento de introspección se disipó cuando el resto del equipo se nos unió. Adrián me dio un puñetazo en la espalda: . -Lo hiciste. La montaña más difícil está vencida. Tienes una gran oportunidad de romper mi récord.

El tenía razón. Mis oportunidades de éxito con los picos que faltaban eran mucho mejores ahora que tenía la experiencia de escalar el monte McKinley: la montaña más alta, no solo de Alaska, no solo de los Estados Unidos, sino de toda la América del N arte.

Entusiasmados por nuestra victoria, los cuatro danzamos y gritamos en la nieve como un equipo universitario de fútbol después de meter un gol en la portería enemiga en el juego de regreso a casa.

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Quizá no era más que la excitación, pero repentinamente descubrí que no tenía frío en lo absoluto. -Yo esperaba que estuviera mucho más frío aquí arriba -le dije a Mike.

El miró el termómetro de su bolsa: -No está demasiado malo. Solo diez grados. -¿Arriba o bajo cero? -pregunté. -Bajo cero. -Tienes razón, Todd. Siento que está más caliente que eso -dijo Whit, pasándose el reverso del guante por la nariz; encontró que las secreciones de la nariz se le habían congelado en la cara-. Creo que está bastante frío, después de todo.

Comencé a temblar por el sudor que había producido durante la ascensión, sudor que ahora estaba enfriando mi cuerpo. Quizá un lugar hermoso, pero no amigable para el hombre o para la bestia, pensé. -Haríamos mejor en no detenernos demasiado tiempo aquí -dijo Mike, hundiendo su hacha en la nieve a sus pies-. Tomemos algunas fotografías más, y descendamos antes de que la próxima tormenta nos ataque.

Nos tomamos varias fotografías unos a otros, sosteniendo las banderas de la victoria en nuestras manos, así como de la cumbre y del espectacular panorama que nos rodeaba. Cada dirección hacia donde mirara me producía una nueva corriente de emociones. Si tan solo pudiera durar este momento. No quería que este momento se borrara nunca de mi memoria.

Quince minutos después de nuestra llegada, la frígida temperatura comenzó a filtrarse a través de nuestra bien probada vestimenta ártica, convenciéndonos de que éramos visitantes, no residentes. Era tiempo de iniciar el largo camino de descenso hacia la civilización.

Eché un último vistazo de 360 grados al mundo de la cumbre del Monte McKinley. Se me empañaron los ojos para igualar mi sonrisa que se extendía de oreja a oreja.

Momentáneamente mudo, miré el congelado mundo, que se extendía en mudo esplendor debajo de mí. Por un momento, nada más ocurrió. Respiré profundamente, luego dejé que el aire saliera lentamente, mientras la soledad de la montaña me envolvía. El gemido de una ligera brisa suavizó mis sentidos, arrullándome en una exquisita sensación de contentamiento y paz. Era como si todo el mundo estuviera en suspenso por causa de nosotros.

Todos los meses de duro trabajo - para mí, para Lisa, para Whit- habían valido la pena. Tanta gente había estado orando por mí. ¡Gracias, Señor, por contestar todas aquellas oraciones!

Pero toda aquella excitación que experimentaba por haber conquistado el pico más alto de Norteamérica, no significaría nada si no regresaba vivo a la civilización. Y en realidad, aquí, solo estaba a medio camino. Todavía tenía que descender la montaña. Y con mis energías drenadas y las piernas en mal estado, no sería fácil.

El viaje de regreso sería mucho más corto; solo dos días, comparados con los doce días que nos había tomado el ascenso.

Yo no me daba cuenta de lo grave de mi agotamiento, hasta que di mi primer paso hacia abajo. Si antes creía que mis piernas eran como macarrones cocidos, ahora tenía una definición completamente nueva de dolor y puré.

Mi muñón gritaba de dolor a cada paso. Los músculos de mi otra pierna respondían en perfecta sincronización. Apretando los dientes, enfoqué mi atención en la tarea de dar un paso después de otro, uno a la vez.

Completamos la primera parte del descenso rápidamente y con relativa facilidad. Luego comenzamos a bajar la infame Pig Hill (Colina del Cerdo). Unos pocos pasos, entonces, ¡¡zaz!! Mi pierna artificial se hundió en la nieve. Antes de que yo pudiera recuperar el equilibrio, el sendero se descalabró otra vez, lanzándome fuera, hacia la pared.

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Hice aparatosos movimientos para asir la cuerda que estaba atada a mi cinto de escalador. ¿Qué si la cuerda no me hubiera sostenido? Podía sentir mi cuerpo caído agarrar velocidad. ¡Nieve-cielo-nieve-cielo! Es lo que veía mientras caía cada vez más rápido. -¡Cuidado! -oía gritar a mis compañeros de equipo.

Todo se acabó, pensé, en un momento de indiferencia, ¿así es como se siente ... ?

De repente la cuerda se tensó con brusquedad. Yo patiné para detenerme y, por un momento, me quedé viendo la cascada de nieve suelta que caía al valle. Recuperando mis sentidos, clavé el hacha de hielo en la nieve, y me elevé como pude para volver al sendero.

Demasiado cansado para exaltarme, descansé por un momento, con la respiración entrecortada, por el agonizante esfuerzo repentino que había hecho. El dolor penetró mis piernas cuando intenté ponerme en pie. Con mucho esfuerzo levanté mi pierna artificial y di un paso, luego otro. Un paso después de otro, uno después de otro.

De repente, me hundí en la nieve otra vez. Y otra vez caí fuera del sendero. Me di vuelta y luché para ponerme de pie una vez más, solo para caer de nuevo. Mi mochila colgaba pesadamente sobre mis hombros. Un paralizante dolor recorrió todos mis músculos de arriba abajo. El pequeño dolor en los ojos se incrementó a niveles industriales. Ansiaba detenerme, tomar un respiro.

La luz del día había ablandado la nieve del sendero, de modo que casi a cada paso mi pierna artificial se hundía a través de la costra, echando mi cuerpo fuera del sendero, hacia la ladera de la montaña. Después de cada caída, luchaba para ponerme de pie, enfocando mi atención en el sendero que había frente a mí. Anhelaba orar pidiendo fortaleza, pero el dolor de mi cuerpo había alterado mi pensamiento.

Sabía que no podía detenerme ... menos ahora. No con el reconocimiento de que había llegado a la cumbre, de que había vencido mis dudas, que había librado una gue-

rra contra mí mismo: una guerra contra los clamores de protesta de mi cuerpo, que exigía rendición incondicional.

Sonreí a través de mi dolor. El doloroso paso continuó. Los músculos de mi pierna buena me dolían como los infectados nervios de un absceso dental. El punto de contacto entre mi muñón y la pierna artificial me molestaba con un dolor tan intenso que temía dar cada paso.

Solo un paso más, me dije a mí mismo. Pero cuando lo di, mi pierna artificial se hundió de nuevo, haciéndome caer de bruces sobre la nieve. Mojado de sudor y en agonía, me volteé y me quité la nieve de los ojos desorbitados por el esfuerzo. Miré hacia el cielo azul zafiro que estaba frente a mí, como derrotado.

No quiero levantarme nunca más, pensé. No puedo, Señor. No puedo avanzar ni un centímetro más. A través de mis ojos empañados, vi los interminables picos coronados de nieve de las montañas. Fue allí cuando otro texto que había memorizado desde niño llegó, como una brisa refrescante, a mi mente: "Clama a mí en el día de la angustia, y yo te libraré". ¿Libraré? ¿De la montaña? ¿En qué? ¿En un helicóptero extraterrestre? ¿Como el carro de E/fas? Eso es lo que se necesitaría, Señor.

Por encima de mí podía escuchar las voces de Adrián y de Mike. -Todd, ¿estás bien? ¿Te fracturaste algo? ¿Qué te pasa?

Pero una voz más fuerte, más insistente, disipaba las preocupaciones de ellos. ''.Alzaré mis ojos a los montes ... mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero". ¿Resbaladero? ¿Resbaladero, Señor? ¡Eso es lo que he estado haciendo desde que estoy subiendo esta montaña: resbalando, cayendo, levantándome, solo para volver a resbalar y caer de nuevo! "No dará tu pie al resbaladero". El mensaje era claro y distinto. Desde lo más profundo de mi mente, lleno de desesperación, clamé: ¡Oh, Dios, ayúdame, ayúdame ahora!

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