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20. Sobre el Rainier

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17. ¡En la cumbre

17. ¡En la cumbre

Capítulo 20

SOBRE EL RAINIER

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E1 avión se deslizó y rebotó de lado a lado, luego se enderezó y se elevó en el aire. Di un suspiro de alivio. ¡Finalmente estábamos en camino a Talkeetna y a la civilización! El campamento del Glaciar Kahiltna se hizo cada vez más pequeño mientras más nos elevábamos. Forcé el cuello para captar el último destello de la montaña que había llegado a amar, con todo y sus peligros. El McKinley me había dado tanto.

Cerré los ojos y traté de imaginar cuál de las pequeñas conveniencias de la sociedad había echado más de menos. Muchas cosás entraron en mi mente: tener la oportunidad de cepillarme los dientes, de afeitarme. Pero un inconveniente se destacaba sobre todos los demás: no bañarme.

Después de 15 días en la montaña, sin nada más que un "baño de saliva", ¡anhelaba un baño caliente! La única limpieza que me había hecho era frotarme con bolas de nieve. Una vez que tuvimos nuestro equipo atado dentro de un gran paquete, listo para el servicio de taxi, que nos llevaría a Anchorage al día siguiente, nos metimos en las regaderas. ¡Apestábamos! Era comprensible, pero esto no lo hacía menos placentero.

Durante todo el tiempo que pasamos en la montaña era necesario mantener el calor. Eso significaba que debíamos mantenernos vestidos, aunque sudáramos, y nos ensuciáramos la piel. Y por supuesto, no había manera alguna de lavar ropa mientras estábamos en la montaña. De vez en cuando, podíamos quitarnos los térmicos, si había demasiado calor, luego ponérnoslos de nuevo cuando la tempe203

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ratura descendía. Cada vez que nos metíamos en nuestras bolsas de dormir, el punzante mal olor del cuerpo nos recordaba que necesitábamos bañarnos.

Ahora las bolsas de dormir, la ropa de ascenso, los térmicos ... todo estaba empacado y guardado en bolsas hasta que pudiéramos lavarlos en Spokane.

Finalmente, en las benditas regaderas calientes de la barraca, cerré los ojos, y dejé que el agua pulsara contra mi rostro y contra mi pecho. Pasé varios minutos restregándome para erradicar las capas de mugre y sudor de la piel. Luego vino el cabello. Tres veces me puse champú, y entonces mi pelo rechinó de limpio entre mis dedos. Mientras me afeitaba la barba de quince días, me sentí como uno de los profetas bíblicos que terminaban un ayuno religioso.

Examiné el producto terminado en el espejo, y me reí en serio. ¡Sin la barba, me parecía a un mapache! Estaba bronceado alrededor de los ojos, y blanco donde había estado la barba. Decidí conservar el cabello largo, para mantener la imagen de hombre de montaña que debía tener. Con un par dejeans limpios y una camiseta de la Summit America, estaba listo para encontrarme con el mundo.

Bueno, casi listo.

Apenas podía caminar. El arco del pie me dolía terriblemente. El resto estaba como dormido. Las uñas del dedo gordo, y del dedo que le seguía estaban ampolladas y ennegrecidas.

Me puse un par de calcetines gruesos. No podía tolerar un par de zapatos ni en mi imaginación. Me dirigí a un teléfono y llamé a mis padres para darles las buenas nuevas. Luego llamé a Fred. Su amor y dedicación hacia mí como su amigo habían sido' de mucho ánimo en todo el largo camino.

Fue Fred quien me animó primero: -En cualquier cosa que necesites, te apoyaré en este asunto -había dicho desde el mismo principio.

Cuando escuché su voz, casi sufrí un shock. -¡Lo hicimos, Fred! ¡Lo hicimos!

Inmediatamente contestó: -¡Nunca dudé que podías hacerlo!

Hablamos durante algún tiempo acerca de la ascensión, y acerca de los picos que me faltaban después del McKinley. Le prometí mantenerlo informado de nuestro progreso con las siguientes ascensiones.

Cuando colgué, me dirigí a la tienda para buscar algo de comer. Me resultaba difícil escoger pues, después de comer comida rehidratada durante quince días. todo parecía bueno.

Ese mismo día asistimos a los funerales de los dos coreanos que habían muerto en la montaña. Padres, esposas. hijos y amigos de los dos hombres, apoyados por varios escaladores, se reunieron mientras el pastor de la Iglesia Presbiteriana de Anchorage pronunció unas pocas palabras frente a los féretros abiertos.

Uno de los guardabosques se conmovió mientras leía un poema para su amigo, el instructor coreano que había muerto en el accidente. Miré a los apenados rostros, y pensé en los dos hombres -jóvenes, vigorosos, saludables- cuya vida había terminado tan abruptamente. Fuera de ser más experimentados que yo en la ascensión de montañas, no eran muy diferentes de mí. Una vez más, agradecí a Dios por haberme ayudado a regresar con seguridad.

Cuando los dolientes salieron, di algunas vueltas en el pequeño cementerio, leyendo los nombres de famosos escaladores que habían muerto en la montaña. En muchos casos, sus cuerpos todavía permanecían en la montaña. en alguna grieta sin fondo o algún aislado glaciar.

Por buena fortuna, el montañista polaco, de quien Jim el guardabosque del campamento base de los 4,700 metros me había hablado, estaba en el pueblo. Hicimos arreglos para comer juntos. Frente a un buen plato de sopa vegetal.

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la cara roja y redonda de Christoff se animó cuando me habló de su prueba en "El Grande": -Tres días me atacó la tormenta. Pensé que moriría. Como efectivamente ocurrió ... -dijo, mirando hacia sus piernas, luego otra vez hacia mí-. Efectivamente, perdí ambas piernas por debajo de la rodilla.

Habló de tal manera que no pude menos que admirar su espíritu.

Pronto nos hicimos amigos. Le conté acerca de mi vida y propósito de batir el récord de escalar los cincuenta picos. Hablamos sobre el impacto emocional que nuestras amputaciones habían tenido en cada uno de nosotros y cómo habíamos hecho frente a tales pérdidas. -Así que, Christoff, a dónde irás cuando salgas de aquí? -Si todo va bien, me propongo volver a escalar el próximo año. Su rostro resplandecía de gozosa anticipación. -Oye, eso es grande, amigo. Y mirándole, sinceramente creía que lo haría.

Durante la comida, un reportero vino a entrevistarme acerca de la ascensión. Miré a Christoff durante la entrevista, y noté huellas de tristeza en su rostro, porque no era él quien estaba siendo entrevistado por haber hecho el ascenso.

Hicimos arreglos para reunirnos de nuevo en Anchorage, para una genuina comida polaca en su hogar. Al día siguiente nos dirigimos hacia Anchorage, donde le dijimos adiós a Adrián. Luego con Christoff y sus amigos compartimos una comida polaca de repollos estofados y papas. Más tarde disfrutamos una deliciosa comida japonesa en el hogar de los amigos de Mike. Nos estábamos reponiendo de todas aquellas comidas rehidratadas que habíamos consumido en la montaña.

Cuando finalmente regresamos a Spokane y descargamos nuestro equipo, se hizo bien claro desde el principio que el primer asunto que teníamos que tratar era el lavado de toda nuestra ropa. En algunos casos fueron nece-

Sobre el Rainier

sarias, al menos, tres lavadas para que el olor del cuerpo se esfumara de nuestra ropa interior de polipropileno, de nuestros pantalones y de nuestras camisas.

Cuando olí aquella ropa, no pude entender si todavía apestaban o si el mal olor se había quedado impregnado en mi mente.

Todavía rengueando a causa de mis dedos heridos, me maravillaba cada día de estar caminando en la cocina, de que estaba en una casa de verdad, andando en un firme fundamento.

Durante los siguientes dos días luché con el pensamiento de detenerme. Todavía había varias montañas a las cuales debía subir, algunas de ellas, difíciles, y no estaba seguro de querer continuar. Y ya no estaba seguro de poder batir el récord.

No tienes por qué seguir adelante, me decía a mí mismo. Puedes detenerte ahora mismo. ¿Para qué ponerte en peligro otra vez? McKinley es un logro suficientemente grande. ¿No puedes estar satisfecho con él?

Solo en mi cuarto, oraba: "¿Qué quieres que yo haga, Señor? Sé que me amas. Sé que me protegerás, pero dime, ¿debo desertar ahora?"

Tan orgulloso corno estaba por haber escalado el monte McKinley, todavía anhelaba batir el récord. Había estado diciendo a todo el mundo que nuestro objetivo era establecer un nuevo récord y probar que se podía vencer cualquier obstáculo.

El plan maestro de Summit America era que el ascenso se llevara a cabo en tres etapas: los picos fáciles primero; luego, el McKinley; y al final, las montañas difíciles del oeste.

El siguiente obstáculo era el punto más alto del Estado de Wáshington, el monte Rainier.

Cuando llamé a Lisa esa noche, ella me preguntó por mi programa de ascensos planeado, para que pudiera coordinar la cobertura de los medios de comunicación.

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-Un representante de Hooked on Phonics quiere estar en el ascenso del Mauna Kea, en Hawai.

La mera mención del Mauna Kea, el último pico que debía escalar, me produjo mariposas en el estómago. Yo había estado soñando en ese día durante tanto tiempo. ¡Una vez que hayamos escalado el monte Rainier, estaremos libres para volver a casa!

En Spokane, nos detuvimos en una tienda REI para gastar otros 1.200 dólares en equipo, incluyendo botas plásticas necesarias para ascender a la nieve y al hielo. En nuestro viaje de Spokane hacia el campamento base, la mañana siguiente, dimos la vuelta a una curva, y allí estaba el que inspira asombro: el monte Rainier.

Destellos de luz iluminaban la nieve dándole un color blanco vibrante, contrastando con el intenso color azul del cielo y el verde de las hayas gigantes. De 4.830 metros de altura, la exquisita belleza de la montaña me dejó sin aliento. Una vez más las palabras del salmista vinieron a mi mente: "Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra" .

Una vez había escuchado que por ayuda el autor quería decir fortaleza, una vitalidad espiritual que viene por la fe en Dios y en los propósitos de uno para la vida. Cuán apropiado, pensé. Necesito toda la fortaleza que pueda obtener para aceptar el desafío de esta increíble montaña.

El monte Rainier, o monte Tacoma, como lo llaman los nativos estadounidenses locales, está clasificado como un volcán durmiente. Dormido, no extinto. Las tormentas que soplan del océano Pacífico y las violentas ráfagas que se producen en la montaña misma, hacen que la ascensión sea azarosa en cualquier época del año. El doctor George Draper, famoso psicólogo, dijo una vez: "El hombre muestra lo peor de sí mismo cuando se opone al hombre. Y muestra lo mejor de sí mismo cuando se opone a la naturaleza". Al mirar la rugosa majestad de la monta-

Sobre el Rainier

ña, supe que el monte Rainier, exigiría lo mejor que había en mí.

Una vez que llegamos al hotel que está al principio del sendero, pregunté a todos los que encontré, si podían recomendarme un equipo al cual pudiera unirme o algún montañista solitario que pudiera unirse con nosotros. Lisa había hecho arreglos para la cobertura de los medios, de modo que mientras buscaba un montañista, di un par de entrevistas a periodistas en el hotel, y conocí a los guardabosques. Cuando no pude hallar a nadie que pudiera: subir con nosotros, mi estrés se multiplicó.

Pasamos la noche en el hotel Lee Whitaker. (Lee Whitaker fue una leyenda en el mundo del montañismo y su hermano fue el primer estadounidense que subió al Everest.)

Cuando bajé de la camioneta para registrarme la siguiente mañana, oré: "Por favor, Señor, envíamos otro escalador. Quiero que esta ascensión sea segura". Ni Whit ni yo teníamos suficiente experiencia en rescate de grietas, ni siquiera después del monte McKinley.

Iniciamos nuestra ascensión al monte Rainier desde Paradise Inn. Encontramos a numerosos escaladores que subían en el Skyline Trail. Muchos de ellos eran escaladores casuales de un día, que no se proponían pasar más allá del Muir Snowfields.

Varias horas más tarde, llegamos al Muir Camp a los 3.300 metros de altura. Whit tiró su equipo sobre una litera para dormir. Yo elegí una cercana a la suya, enrollé mi bolsa de dormir y saqué mi grabadora para registrar los acontecimientos del día. Apenas acababa de estirarme para descansar cuando un extraño entró precipitadamente por la puerta de la barraca, diciendo: -Entiendo que hay dos tipos que andan buscando un socio para escalar.

Me puse alerta: - Somos nosotros. Me llamo Todd Huston -dije, extendiendo la mano para saludarlo. -Hola, soy Jim. ¿Les importa si me uno a ustedes?

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-Definitivamente, no.

Luego, al pensar otra vez, me puse cauto: -¿Ha hecho usted muchas ascensiones?

El tipo se encogió de hombros, al responder: -Algunas. He escalado en los Himalayas y en los Alpes. -Eso es suficiente para mí - dije sonriendo y luego le estreché la mano de nuevo-. Bienvenido al equipo.

Dejamos el hotel alrededor de medianoche, detrás de otro equipo de escaladores. Al dejar que tomaran la delantera, ellos abrirían el sendero a través de la nieve en favor nuestro, ahorrándonos tiempo y preocupaciones de tomar una ruta equivocada. La luna estaba llena, así que podíamos escalar sin lámparas.

Después de cruzar el Cowlite Glacier y las rocas sueltas de la Catedral de las Rocas, subimos al Ingraham Glacier, un campo de nieve y helados filos en ambos lados de grandes grietas. Al pie de una masiva pared de hielo, nos detuvimos para descansar. -Este es el lugar -nos advirtió el montañista, donde el pedazo de un glaciar se rompió, cayó por la pendiente y mató a un numeroso grupo de escaladores de escuela secundaria.

Miré la pared de hielo roto. Era como una ameRaza lista para caer sobre nosotros en cualquier momento.

Pasamos el glaciar hasta la base de Disappointment Cleaver. Luego siguió el empinado sendero de grava suelta. Con nuestras hachas para el hielo y los garfios de trepar; tratamos de abrirnos paso en la oscuridad para seguir una senda abierta en las resquebrajaduras de la roca.

Un sendero largo y empinado conducía al cráter de la cumbre. Finalmente cruzamos el cráter lleno de nieve a la verdadera cumbre: Columbia Point.

Un viento de más de 96 kilómetros por hora azotaba a nuestro derredor, obligándonos a ponernos un rompevientos extra para mantenernos abrigados. Localizamos

Sobre el Rainier

el afloramiento de las tres rocas que marcaban la cumbre oficial, y registramos nuestro ascenso.

Después de tomar las inevitables fotografías, localicé el monte Adams al sur de nosotros; lo que había quedado del monte Santa Helena; y el monte Hood de Oregón, nuestro próximo destino.

En nuestro camino de bajada de la montaña, me encontré con escaladores que habían escuchado acerca de mí en la radio, en los periódicos o en la televisión. El arduo trabajo de Lisa estaba dando buenos resultados. Llegamos a un puente de nieve y decidimos, para estar seguros, que cruzaríamos atados a una roca. Probamos cada paso con nuestras hachas de hielo, buscando puntos blandos, que pudieran ser grietas ocultas. Miré hacia adentro de varias grietas de color verde-azul tratando de ver el fondo.

Cuando llegamos a una ladera suave, no muy empinada, caí sentado. ¡Deslicémonos, pensé, como niños en un tobogán!, y me deslicé hasta el campo de nieve que estaba al fondo.

Hacia el fin del descenso me encontré con un joven aparentemente desprovisto de motivación para aprender. Aparentaba indiferencia en el estudio para obtener buenas calificaciones o participar en las actividades de la escuela. Mientras caminábamos, le hablé acerca de la aventura del ascenso a las montañas y lo que había llegado a significar para mí. Compartí con él mi fe erÍ Dios y cómo Dios había hecho posible mi éxito. Le dije: -Yo sé que no puedes verlo ahora, pero la escuela es importante. Si alguna vez quieres tener un empleo bien pagado o llegar a hacer algo en la vida, debes obtener una buena educación.

Siguiéndome hasta dentro del hotel, hizo muchas pre- · guntas acerca de mi vida y del porqué estaba haciendo aquello. Me sentí muy bien de saber que había alcanzado su corazón, al menos en alguna forma muy sencilla y humilde.

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Fui en busca de un teléfono público para llamar a Lisa. Yo sentía que el monte Hood iba a ser más que la aventura que yo había imaginado.

A pesar de mi incertidumbre, le dije a Lisa: - El resto va a ser como un paseo. Rainier era el último gran obstáculo. -¿Cómo vas en la búsqueda de un guía para el monte Hood? -No he tenido suerte hasta este momento. He llamado a todos los servicios de guías en las páginas amarillas de Portland, y nadie subirá la montaña esta semana.

Me pasé las manos sobre los ojos al decirme a mí mismo: "Estamos tan cerca de batir el récord. Hood es el pico número cuarenta y siete. Tiene que haber alguien".

Yo sabía que escalar el Hood sin un tercer miembro del equipo sería una necedad. Como en el monte Rainier, Whit y yo carecíamos de la experiencia necesaria en técnicas de rescate.

Llamé a las oficinas de una empresa de guías que me habían recomendado y hablé con el dueño. Le hablé acerca de mi propósito para batir el récord actual de los cincuenta picos, luego revisé con él las rutas que deseábamos seguir. Su respuesta hizo que el corazón se me fuera a los pies. -Si subes esa montaña, camarada, haces un viaje hacia la muerte.

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