Capítulo 20
SOBRE EL RAINIER 1 avión se deslizó y rebotó de lado a lado, luego se enderezó y se elevó en el aire. Di un suspiro de alivio. ¡Finalmente estábamos en camino a Talkeetna y a la civilización! El campamento del Glaciar Kahiltna se hizo cada vez más pequeño mientras más nos elevábamos. Forcé el cuello para captar el último destello de la montaña que había llegado a amar, con todo y sus peligros. El McKinley me había dado tanto. Cerré los ojos y traté de imaginar cuál de las pequeñas conveniencias de la sociedad había echado más de menos. Muchas cosás entraron en mi mente: tener la oportunidad de cepillarme los dientes, de afeitarme. Pero un inconveniente se destacaba sobre todos los demás: no bañarme. Después de 15 días en la montaña, sin nada más que un "baño de saliva", ¡anhelaba un baño caliente! La única limpieza que me había hecho era frotarme con bolas de nieve. Una vez que tuvimos nuestro equipo atado dentro de un gran paquete, listo para el servicio de taxi, que nos llevaría a Anchorage al día siguiente, nos metimos en las regaderas. ¡Apestábamos! Era comprensible, pero esto no lo hacía menos placentero. Durante todo el tiempo que pasamos en la montaña era necesario mantener el calor. Eso significaba que debíamos mantenernos vestidos, aunque sudáramos, y nos ensuciáramos la piel. Y por supuesto, no había manera alguna de lavar ropa mientras estábamos en la montaña. De vez en cuando, podíamos quitarnos los térmicos, si había demasiado calor, luego ponérnoslos de nuevo cuando la tempe-
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