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eligroso Delaware al calor de Texas

Capítulo 10

DEL PELIGROSO OELAIARE Al CALOR DE IEXAS

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Glaciar Kahiltna

Las alas del Cesna 172 rojo se inclinaron sobre el Kahiltna Glacier mientras nuestro piloto se preparaba para aterrizar en el amplio campo del glaciar en la base del campamento. Las grietas se alineaban alrededor del extremo del área de aterrizaje. Los esquíes del avión rayaron la helada superficie mientras avanzábamos hacia el extremo de la pista. Adrián me palmeó el hombro y señaló su ventana. -Allí está.

Asombrado y con los ojos desorbitados, oprimí la nariz contra el vidrio de la ventana, como un niño que observa un accidente desde la seguridad del automóvil de sus padres. La montaña dominaba las inmediaciones, tan gigantesca y maravillosa como siempre me la había imaginado. Una gigantesca nube envolvía la cumbre. Mi corazón se aceleró. ¡Qué lugar tan maravilloso para morir! pensé, mientras cerraba los ojos por unos momentos para afir-

mar mis pensamientos. ¡Anímate, Todd! ¡Ten fe! ¡Ten fe!

Miré mi reloj, le di unos golpecitos, y después lo sacudí

de nuevo. s:15 p.m. ¿Podría ser demasiado tarde? Tendríamos que pasar la mayor parte de la tarde esperando que el clima mejorara para poder aterrizar sobre el glaciar. Este era nuestro segundo intento. Debido a la gruesa nube que lo cubría, el piloto se había visto forzado a regresar a

AL FILO DE LO IMPOSIBLE

Talkeetna, donde esperamos que la tormenta abriera una ventana antes que regresáramos. Finalmente surgió el panorama que esperábamos, y emprendimos el camino una vez más. Esto es, pensé. Esto es. Y esto era en realidad.

Las tiendas de campaña rodeaban las paredes de hielo del glaciar como pequeñas colonias en películas de otro mundo. Los escaladores iban y venían apresuradamente en el campamento base entre el claroscuro del atardecer, haciendo preparativos de último minuto para la gran aventura que emprenderían por la mañana. Un grupo de escaladores de barbas hirsutas, con rostros curtidos por el sol, cansados y agotados, estaba de pie al borde del campo de aterrizaje, esperando abordar el aeroplano y dirigirse a su hogar.

Cada vistazo que le echaba a la majestuosa montaña, desencadenaba un gran asombro dentro de mí. Ya habíamos escalado algunos picos impresionantes, pero este era el mayor, el padre de todos. El monte McKinley separaba a los escaladores serios de los paseantes dominicales.

El piloto aterrizó y se dirigió hacia un grupo de personas que· esperaban. Inmediatamente identifiqué al equipo de reporteros de la NBC/CNN que Lisa prometió que estarían esperándome allí. Cuando una hélice empezó a detenerse me ajusté los lentes para el sol, tomé una respiración profunda, y dibujé una confiada sonrisa para la publicidad.

Alguien abrió la puerta y yo caminé afectadamente por el sendero de nieve. Afectada y cuidadosamente porque el piloto había contado durante el vuelo la historia de un escalador que había caído a una grieta exactamente al salir del avión y había desaparecido.

Un viento helado y tonificante azotó los extremos de mi chamarra. Inhalé el helado viento del ártico. Me sorprendí de hallar que no estaba más frío a los 2.346 metros, pues los informes anteriores indicaban que estaba "helando" en la cumbre. En el campamento base, situado a 5.700

metros de altura, la temperatura era de 40 grados bajo cero y soplaba un viento de 121 kilómetros por hora.

Me puse bajo el ala del avión y saludé a la cámara. Un reportero se me acercó, micrófono en mano. Sepulté mí nerviosismo, y entré en lo que desde hacía varías semanas me había convertido: una persona pública. Curiosos observadores contemplaban la escena mientras el reportero hacía las preguntas de rigor, y yo contestaba con las respuestas esperadas. Mi confianza creció cuando me preguntó: -¿Y qué espera lograr con esta ascensión, además, por supuesto, de establecer un nuevo récord?

Irguiendo los hombros, contesté con una sonrisa, dirigiéndome hacia la cámara. -Más que cualquier otra cosa, quiero enviar un mensaje a todas las personas para decirles que los desafíos de la vida no tienen por qué impedirles que alcancen sus objetivos y venzan sus obstáculos. Por medio de la determinación personal y la fe de que Dios nos dará el poder, los seres humanos podemos vencer cualquier barrera.

Pero mis palabras eran más confiables que mis sentimientos. Estaba frente a frente con la barrera más grande de todo el continente.

Después del viaje a la sala de emergencia, descansé todo ese día y la mitad del siguiente. Posteriormente nos dirigimos hacia la casa de mi tío Bill en las afueras de Boston.

Este era el mismo tío que había estado conmigo durante la amputación. Una vez se le había pedido que fuera embajador en Noruega. Posteriormente enseñó historia en la Universidad de Emerson. Aun cuando ya andaba en los ochentas, este típico caballero bostoniano tenía una mente muy aguda. En ese tiempo su yerno acababa de llegar de visita desde Inglaterra.

Hablamos acerca de incidentes ocurridos durante la ascensión y de su reciente enfermedad. Un mes o dos antes de mi visita, había sufrido un ataque al corazón y embolia,

y había muerto prácticamente en la mesa de operaciones. Si bien yo quería darle palabras de aliento, comprendí que había una línea muy delgada entre hablar demasiado y no decir lo suficiente. Recordé las lecciones que había aprendido en la forma más dura después de mi accidente, cuando jalé accidentalmente puntos de sutura y agujas de suero.

Muy temprano por la mañana del domingo siguiente nos pusimos en camino de nuevo. Anticipé ansiosamente las fáciles ascensiones que haríamos en la costa del este y del sur. Tengo suficiente tiempo para sanar. El siguiente pico verdaderamente difícil sería el de Colorado.

Nos dirigimos hacia el pico más alto del estado de Rhode Island, Jerimoth Hill, de 272 metros de altura. En la frontera del estado de Rhode Island tomamos la carretera Hartford Pike. Otros escaladores nos habían advertido acerca del Jerimoth Hill y del hombre que vivía en la boca de la polvorienta carretera que conducía al punto más alto. Si bien Jerimoth Hill es propiedad de la Brown University, la polvorienta carretera que conduce al pico más alto corre a lo largo de la propiedad de un señor muy extraño. Por alguna razón, doquiera el hombre divisara a un escalador, gritaba y amenazaba con llamar a la policía. Y hasta corría el rumor que hasta les había disparado a algunos.

Localizamos la enorme casa del rancho donde vivía el hombre y estacionamos nuestra camioneta al otro lado de una antena de radio, 2 cuadras más allá del final de la propiedad del hombre. El había estacionado un gran furgón de carga en la entrada de la carretera de grava para evitar que la gente entrara allí.

Cuando salimos del vehículo, escuchamos música de órgano que salía de la residencia del hombre. Es domingo de mañana, razoné; es probable que el hombre se esté preparando para ir a la iglesia. Es probable que esté con un espíritu amistoso. Siendo un terapeuta preparado y autonombrado guardián de la reputación de los escaladores de todas partes, tomé la cámara fotográfica, y anuncié:

-Voy a tocar a la puerta y a obtener su permiso. -¿Qué?-Whit me miró asombrado-, no vamos a pasar por su propiedad. ¿Por qué hemos de molestarnos pidiéndole permiso? -Porque es la forma de manifestarle nuestro respeto-. La música salió con más fuerza de la puerta abierta, mientras me acercaba por el camino. Menos confiado en mi capacidad para resolver problemas, Whit miraba al lado del camino. Hice una pausa en el umbral de la puerta y levanté la mano para tocar, cuando pensé: ¡Un momento! ¿qué te hace pensar que el hombre será bondadoso contigo? Muchísimos otros han tratado de ser corteses y respetuosos con este tipo, y ha respondido con amenazas e incluso con balas. ¡Mejor me largo de aquí!

Inmediatamente corrí tan rápido como pude bajando por la vereda. -Vamos -le dije en un susurro a Whit mientras pasaba corriendo por su lado-. ¡Vámonos! ¡Vámonos!

Whit no necesitó una segunda invitación. Corrimos por toda la carretera, rodeamos el tanque que el hombre estaba usando para bloquear la vereda, y subimos por la carretera de grava. No paramos de correr, hasta que alcanzamos el montón de roca que representaba el lugar más alto. Le pasé la cámara a Whit, y me esforcé para controlar mi respiración. -¡De prisa! ¡Toma las fotos!

Me enderecé, dibujé una sonrisa publicitaria, y me congelé. -¡Sácalal -gritó Whit-. ¡Ten!

Me pasó la cámara. Cambiamos lugares y repetimos el procedimiento. -¡Fuera! -grité, metiendo la cámara en mi bolsa canguro que llevaba a la cintura-. ¡Vamos! ¡Larguémonos de aquí!

Corrimos por el camino hacia abajo y cruzamos el tanque. Mientras cruzaba la carretera, corriendo a toda ve-

locidad tratando de llegar a nuestro vehículo, el hombre salió de su cochera. Whit y yo corrimos a todo lo que nos daban las piernas, rumbo a nuestra camioneta.

Al parecer, todavía no nos había visto, porque corrió para cruzar la carretera y saltó a su van. Fue cuando se dio cuenta que éramos escaladores, porque nuestra camioneta estaba llena de equipo de montañismo.

Por la expresión de su rostro, podríamos decir que intentaba cerrarnos el paso para que no hiciéramos la ascensión. Yo dije en voz alta: -Deberíamos quedarnos aquí un momento para que se dé cuenta que llega tarde.

Whit también se río: -Sí, dejemos que el tipo piense que todavía no hemos hecho la ascensión. -No, tenemos muchas montañas más que escalar, amigo.

Eché a andar el motor, y dije: -Vámonos de aquí.

Imaginé a aquel tipo murmurando con respiración agitada mientras iba a la iglesia: "¡Ajá, buena lección les enseñé a los escaladores de hoy! ¡Ojalá aprendan la lección esos confundidos montañistas, que vienen aquí a molestarme!" El acento de Whit imitando a los de Nueva Inglaterra, me hizo reír a carcajadas.

Nos dirigimos hacia una caseta de peaje por el turnpike (carretera de paga). Nuestro destino, el pico más alto de Massachusetts, de 1.170 metros de altura, llamado monte Greylock. En esta ocasión, se nos unieron para la ascensión un reportero y un fotógrafo ¡para hablar acerca de la ascensión en el lugar de los hechos! En la cumbre, subimos la torre de granito de 30 metros de altura, un memorial de guerra construido en 1933. Tomamos algunas pocas fotografías de las aldeas del valle que lo rodeaba, luego nos dirigimos a la cafetería y tienda de regalos del hotel Bascomb Lodge.

Del peligroso Delaware al calor de Texas

De allí, bajamos por la frontera entre Massachusetts y Connecticut hacia el monte Frissell, de 797 metros de altura. Parecería extraño detenerse a tres cuartos de la cumbre y ver allí el letrero que decía que era el punto más alto. Lo que pasa es que la montaña es compartida por los dos estados, y la cumbre del pico está del lado de Massachusetts. Pero como ya habíamos escalado el punto más alto de ese estado, no teníamos por qué seguir adelante. - ¡Tres montañas en un día! ¡Vamos muy bien! -le pasé la cámara a Whit-. Vámonos, derechito a nuestra camioneta.

Cuando bajábamos, saludé a algunos montañistas ancianos que me reconocieron por las fotos que habían visto en una revista. Una vez más, compartí mi mensaje de vencer los desafíos por la gracia de Dios y nuestra propia determinación. Ellos dijeron que la edad era su desafío.

El tiempo que nos llevaba ir de un pico a otro nos hacía pasar por hermosos paisajes. Y ahora era tiempo de relajarnos, antes de volvernos hacia el oeste.

Whit y yo pasábamos el tiempo hablando y escuchando la radio. Por lo general, uno manejaba mientras el otro dormía. No teníamos tiempo para perder, si habíamos de romper el récord. Siempre tenía en el fondo de mi mente a los estados del oeste, y al eternamente presente monte McKinley.

Ya era tarde cuando llegamos a Wilmington, Delaware. Afrontamos un verdadero peligro en el pico más alto de Delaware.

Llegamos a la Ebright Road, sin ninguna dificultad. El punto más alto de Delaware, Ebright Azimuth -de 141 metros de altura- es, literalmente, un "mantoncito" en medio de la calle, como lo definió Whit.

Lo que arriesgamos fue la vida en medio del tráfico para tomarnos las fotografías, pues era enorme el tráfico de la ciudad. ¡Fue lo más cerca que estuve de que me atropellara un automóvil!

Después de una noche de sueño en Pennsylvania, tomamos un buen desayuno en un restaurante menonita; luego nos dirigimos hacia el oeste. Pasamos por las granjas Amish donde los granjeros aran sus tierras con arados de mano; mientras sus esposas, vestidas de negro, con bonetes de algodón, colgaban ropas recién lavadas en cordeles en los patios de las casas. Pasamos frente a familias sentadas en coches pintados de negro, que llevaban sus caballos alazanes al pueblo; y niños vestidos de azul y blanco que llevaban cajas con su almuerzo de camino a la escuela. Era como regresar un siglo o más en el tiempo.

Subimos manejando a la cumbre del monte Davis, de 1.076 metros de altura; luego caminamos hacia la gran roca, a pocos metros de la torre de observación, para tomar nuestras fotografías, de pie en el punto oficial más alto.

A medida que me relajaba, comencé a darme cuenta de cuánto me había estado exigiendo el estrés. Mientras nos dirigíamos hacia Maryland y al siguiente pico más alto, la montaña Backbone, de 1.126 metros de altura, me di cuenta que tenía más confianza y menos temor. Ahora estaba disfrutando de nuestro método.

Whit y yo decidirnos tomar rutas diferentes para llegar a la cumbre. Yo llegué a la cumbre varios minutos antes que él. Cuando lo vi venir, me escondí detrás de un gran árbol. Cuando pasó, brinqué ante él y aullé. No tenía la menor idea de que yo ya estaba allí, así que le di un gran susto. Rodamos por el suelo riéndonos. -Ya me las vas a pagar a su debido tiempo, amigo -su voto me hizo reír de buena gana otra vez. -¿En qué vida? -le dije, ahogado por la risa.

Descendimos el cerro, rumbo a la camioneta, y nos dirigimos al suroeste, hacia Virginia Occidental.

La mayor parte del ascenso al monte Spruce Knob, de 1.630 metros de altura, lo hicimos en la camioneta. Viajamos por Maryland, cruzarnos una porción de Virginia, hacia el Monongahela National Forest y la zona de recrea-

ción del Spruce Knog. Siendo que ya habíamos viajado mucho en auto, ambos deseábamos caminar un poco a lo largo del sendero que lleva a la cumbre. Whit tomó un sendero, y yo tomé otro.

Yo caminé a través de un claro lleno de arbustos de arándano, junto a unos fresnos enanos de montaña, hasta una roca que daba a un valle. Sentado en una roca, pensé en los lugares donde habíamos estado y a dónde teníamos todavía que ir. En mi mente planeé el resto de la ruta. Hice una lista de los problemas que debían resolverse antes que volviéramos al oeste para escalar los montes Gannet, Hood, Rainier y McKinley.

Primero, necesitaba un guía para escalar el monte McKinley. Mi primera elección fue Adrián, el que llevaba los registros. Luego necesitaríamos apoyo adicional. Mike, militar que era y un montañista experimentado, fue altamente recomendado por otros montañistas. Pero él no podía unirse a nosotros, a menos que obtuviéramos una carta firmada por un senador o congresista, para solicitar un permiso de salida de tres semanas. Sin ese asunto resuelto, tendríamos que pensar en otro. Pero yo no quería hacer eso.

Chuck, un ingeniero a quien conocimos mientras escalábamos, se había ofrecido voluntariamente a ponerse en contacto con su amigo el Congresista Lewis, en Wáshington: -Cualquier cosa que yo pueda hacer por ustedes, solo díganmelo.

Quizá es tiempo de que Lisa se ponga en contacto con Chuck, pensé. Bueno, de todos modos no puedo hacer mucho desde aquí. Con un ojo puesto en la tormenta que se aproximaba desde el oeste, reemplacé los pensamientos medio tristones que me dominaban con otras preocupaciones más inmediatas.

Nuestros siguientes picos más altos pasaron como un documental de Charles Kuralt: El monte Rogers de Virgi-

nia, de 1.920 metros de altura; Black Mountains de Kentucky, de 1.389 metros; y el Clingrnan Dome de Tennessee, de 2.226 metros. Nos quedarnos sin gasolina en nuestro camino rumbo al Mount Mitchel, de Carolina del Norte, de 2.240 metros. Luego hacia las Montañas Sasafras de Carolina del Sur, de 1.193 metros; y el Brasstown Bald, de 1.603 metros, en el Surnpter National Forest, de Georgia.

El centro de visitantes del Brasstown Bald, incluyendo los baños, ya habían cerrado ese día, para cuando nosotros llegarnos. Habíamos estado viajando sin parar, para completar cuatro montañas en un día. El lugar estaba desierto. Incapaz de esperar hasta que bajáramos de la montaña para usar el baño, me metí al patio de lo que parecía ser una cabaña de troncos abandonada que estaba por allí.

En ese momento, una mujer abrió la puerta del frente de la cabaña y salió al patio. Cuando vio lo que yo estaba haciendo, se metió más que de prisa a su casa. Sin quererlo, había elegido el patio de su casa corno instalación sanitaria.

Sentí la necesidad de explicarle y toqué la puerta de su casa. Cuando ella me contestó, le expliqué que éramos escaladores que habíamos venido a escalar aquel pico, y que no podíamos encontrar la placa que lo marca. -Yo les mostraré dónde está -dijo ella y nos dirigió hacia un portal cerrado, que conducía hacia una escalera de piedra-. Está allá. Si uno no sabe dónde buscar, nunca lo encontrará. -¿Cómo podremos pararnos allí para tornar nuestras fotografías? -preguntó Whit, examinando la marca. - Creo que conozco una forma -dije estirando la pierna a través de las barras de acero y las toqué con el pie-. ¡Allí está! Torna la fotografía.

Hablarnos con la mujer unos momentos más. Nos contó cómo había venido a vivir en Brasstown Bald: - Después que mi esposo murió y mis hijos crecieron, necesitaba encontrar una nueva vida para mí. Hacer tra-

bajo voluntario en diferentes parques nacionales me permite viajar y realizarme.

Ella habló del desafío de soportar la muerte de su cónyuge: -Estuvimos casados durante muchos años. Tuve que hacer frente a la depresión diaria el primer año después que murió.

Ella comprendió mi mensaje perfectamente.

Durante los siguientes días subimos al punto más alto de Mississipi, Woodal Mountain, de 270 metros de altura. El punto más alto de la Florida, sin nombre, el más bajo de todos los picos altos de Norteamérica, mide ll5 metros. Allí me sentí tentado a ponerme ropa para la nieve y tornar así la fotografía, aunque hacía demasiado calor.

Me encantó el panorama que se observa desde la cima del punto más alto de Alabarna, el Cheaha Mountain, el lugar donde se llevó a cabo la Guerra de los indios Creek en 1813, pero no me gustó la humedad que había allí. Conocí allí a una familia de afroestadounidenses que se estaba cambiando para un nuevo lugar. Los niños expresaron su temor de que tenían que hacer nuevos amigos y asistir a la escuela. Hablarnos de nuestra fe en Dios y de corno él nos ayuda.

Dormirnos en la cumbre de la montaña esa noche. Grandes nubes que se movían rápidamente pasaban sobre nuestra cabeza, dándonos ocasionalmente fugaces vislumbres de la luna. La siguiente mañana, ya de regreso a la camioneta, nos dirigirnos rumbo a la Taurn Sauk Mountain en Missouri, luego de regreso rumbo al sur hacia el Ozark National Forest y la Signal Hill, sobre la cima de la montaña Magazine, de 922 metros de altura.

Pasarnos la noche en la casa de Jack Longacher en Mountain Home, Arkansas. Jack, un hombre muy activo y buen conversador, es el presidente de High Pointers Club of Arnerica. También escribe un boletín con noticias de los High Pointers y conserva las estadísticas de las ascensiones.

Después de una comida de la auténtica cocina del sur, frijoles y pan de maíz, compartimos nuestros recortes con él, y él nos mostró recuerdos importantes de toda la historia de ascensiones a los picos más altos.

Con un calor de 40 grados nos dirigimos hacia la Driskill Mountain, de 179 metros de altura, en Louisiana. No teníamos aire acondicionado en la camioneta. Ascendimos de noche, para evitar el calor. Llegó un momento en que ya no podíamos soportar más el calor, así que nos acercamos a un lago y chapoteamos un rato, hasta que nos refrescamos.

Bien destacado en el otro extremo de Texas estaba el Guadeloupe Mountains National Park, donde Gerónimo, el jefe de los apaches, se enfrentó a la caballería de los Estados Unidos. El sol ya se había puesto cuando llegamos al Guadelopue Peak, de 2.932 metros de altura. -Perfecto -dije-. Caminaremos ahora que está más fresco.

Sí, estaba más fresco, solo 30 grados.

Dormimos en la cumbre, en el aire fresco, a solo unos metros del borde de un risco de unos so metros de alto. Tuvimos que poner rocas alrededor de nuestras bolsas de dormir, para no rodar hacia el desfiladero mientras dormíamos.

Nos despertamos muy temprano y esperamos que el sol saliera. Tan pronto como aclaró el horizonte, empezamos a bajar por la vereda. En pocos minutos la temperatura comenzó a ascender de nuevo. Mientras bajábamos, sentíamos que entrábamos a un horno. Cuando nos pasaron muchos montañistas rumbo a la cumbre, deseé que tuvieran mucha agua para la ascensión.

Nosotros teníamos una cita con otro pico más alto, uno especial en esta ocasión, el de mi Estado natal.

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