VIVA EL OFICIO,
CUADRADOS Y ÁNGULOS
Casas enfiladas, casas enfiladas, casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada, ideas en fila y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima, Dios mío, cuadrada.
Bodegón
Habito nombres de hombres enmarcados por las esquinas y pienso cuántos hombres con sus nombres soportan nuestras rutinas piezas de una naturaleza muerta que nosotros no pintamos.
Entre siglos
Entre el meme y el dolor veo a mi generación en terapia preventiva.
El algoritmo cree saber de qué color son los ojos que lo miran, tan despiertos como dormidos, curándose a me gustas heridas colectivas.
Entre la desidia y la ambición
veo a mi generación endeudada con los días. Números rojos, dolor de espalda, ley de la selva, sonrisa en la cara.
Vivimos en directo nuestro propio secuestro negociando con el tiempo más horas productivas.
Entre el egoísmo y la razón
veo a mi generación en mitad de la partida.
La barbarie se abre paso segregando purpurina y el destello de los flashes nos achica la mirada.
Las encuestas pronostican la derrota aunque somos mayoría.
Cómo razonar con piedras
Cuánto cuesta el costo de los cuerdos.
Quién remienda el roto de la realidad.
Cuántos corazones caben en una caja.
Quién puede pedir para después pasar.
Madrugada madriguera
Habito el bostezo que asoma en punta por las horas muertas del trabajo, tedio del café, amargado del atasco, intestino de la prisa eterna en las horas punta.
La ciudad se mueve como se despereza.
Y en las comisuras del día por todas las bocas de metro asoma el bostezo.
Crematorio
Hoy se me ha muerto un pensamiento que nació prematuro.
Desconocía su origen y su fin y ahora solo recuerdo su ausencia.
Ayer aborté un puñado de manera virtual, pantalla en mano como nueva caja tonta del tonto amaestrado en ver para no mirar.
Mi estado mental oculta las cifras oficiales de pensamientos fallecidos.
Y por si acaso los encuentro, mi dedo autómata, agente doble de mi razón y mi adicción, se anticipa. Hago scroll... y me olvido.
La cara oculta de la luna
De todos los efectos secundarios que los humanos provocamos al levantar nuestras ciudades, sin dudarlo, uno de los más fascinantes que conozco es el reflejo de la luz del sol en sus edificios. Es el mismo efecto que nos regala la luna en sus noches llenas, sacando de la más absoluta oscuridad a la tierra que la mira. Es el efecto bajo el que escribo estas palabras a la luz que rebota y se cuela en mi salón desde la otra orilla, fachada opaca de revoco blanco. En la mañana, parece un espejo cuando esta casa todavía no ha sido escudriñada por unos rayos curiosos que a la tarde tratarán de llevar lo más adentro posible, al antojo de la inclinación terrestre, el escrutinio de un sol justo. A través de las lamas verdes de los porticones de madera nos observa, nos calienta, llena de tarde nuestras habitaciones occidentales y se marcha tras los mismos edificios que a la mañana siguiente nos advertirán de su llegada. Siempre puntual, siempre a la hora que le toque estar.
Y sin embargo, en esta ciudad, en todas las ciudades, hay demasiadas casas que nunca han oído hablar de él. Un pasado abigarrado y un presente codicioso suelen ser cómplices del mismo engaño. Y a pesar de nuestros errores de cálculo o de nuestros excesos, el sol nos sigue
encontrando allí donde nos ha dejado. A nosotros, su luz indirecta nos despedirá somnolientos por la mañana, y a la tarde nos esperará paciente en un salón anaranjado por su presencia. Y si no llegamos a tiempo, seguramente, nos pillará distraídos en las mismas calles, plazas y parques donde, por necesidad, otras personas lo buscan a diario. Es allí donde el sol vuelve a encontrarlas, porque nunca ha podido visitar sus casas, abrigar sus siestas, acompañar sus lecturas o alimentar a sus plantas. Un sol que sabe que al reflejarse en las fachadas afortunadas será capaz de llegar a más rostros. Hay muchas casas que miran a otras casas para pasar el invierno. Y a pesar de sus esfuerzos, hay otras muchas que no encuentran esa suerte ni de rebote. Decimos que nunca hemos visto la cara oculta de la luna y, sin embargo, la pisamos cada día en nuestras calles. Ha estado ahí todo el tiempo, pero, quizás, no la queríamos ver, traspapelada en el cajón de las cosas pendientes.
La luz siempre es honesta, nos muestra el privilegio de tenerla y la miseria de no alcanzarla.
Ellos no Yo soy pero puedo no estar.
Habito la burocracia de existir rodeado de gente obligada a declarar su existencia para poder habitar.
Yo soy pero puedo no estar. Ellos están pero no pueden ser.
Abriles
Otro abril me alcanza y la piel duele tras tanto invierno.
Corazones en lata, dos bocas enjauladas en pompas de cristal.
Somos una corazonada sin aliento.
El cielo es rosa pero la ciudad no nos deja verlo.
Y, sin embargo...
Otro abril me rozas y la piel se me espina.
Venden gente de plástico para flores sin tiempo y nosotros que nunca tuvimos reloj no compramos sus mitos.
El cielo es rosa lo sabemos porque lo pintamos cuando nos fuimos.
Bajo tu ala
Lejos del asfalto
bajo tu ala refugio de sábanas tibias besar tu piel caliente y fresca, paredes de nube, techos de panza de barco navegar y perder la noción de cualquier coordenada.
Lejos del bullicio bajo tu ala en trayectorias aleatorias memorizar tu geografía, las manos amasan el pan y amagan las bocas furtivos mordiscos merendar cada pedazo que encuentre mi hambre tu mirada.
Lejos del reloj
bajo tu ala fotograma de sudor y dopamina atrapar un conato de aliento, capote rosa para entrar a morir y matar fundido en negro resucitar
allí donde suelo confundir tu vientre con mi almohada.
Qué alegría, qué paz despertar volando bajo tu ala.
¿?
¿Cómo le digo a mi madre que no quiero trabajar?
Quiero tener un oficio, sí no arrasar el bosque para hacer una silla donde sentarme a mirar los árboles que me faltan para tener el salón que el catálogo promete.
Ecos
En los ecos del sábado sabemos que no somos tan fuertes, tan listos, tan guapos, tan buenos y sin embargo pasarán seis días y otro sábado nos pillará bailando hasta olvidar lo que sabemos.
Verbena
Le quité la capa al superhéroe y la puse de mantel.
A la mesa mis vecinas y en la calle una verbena.