Número 350 Septiembre 1, 2013
Tengo un sueño El legado democrático de Salvador Allende Siria
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CORREO del SUR
El nuevo marco internacional Mariano Kestelboim* a crisis internacional, iniciada en 2008 y que aún padece la Unión Europea, exhibió un significativo cambio de las relaciones de fuerza globales. Apenas veinte años atrás, luego de la caída del Muro de Berlín, que había consagrado a Estados Unidos como el gran ganador de la Guerra Fría, era absurdo pensar que un vasto país asiático predominantemente agrario, muy atrasado tecnológicamente y sin abundantes recursos naturales, sería capaz de incidir en una desestabilización del orden global de relaciones de poder. Sin embargo, China consiguió un espacio relevante entre las potencias sobre la base de su creciente mercado interno y poderío industrial. En un escenario de muy elevada financiarización del consumo y liberalización comercial, el crecimiento del gigante asiático tuvo dos impactos principales. En primer lugar, una influencia mucho menor de las economías centrales sobre el nivel de actividad de la periferia. En segundo lugar, una mayor precarización laboral que, siendo funcional a la estrategia de producción de empresas multinacionales, no contó con la imposición de grandes obstáculos a las importaciones de bienes industriales, incluso por parte de los países más afectados por el ingreso de esas
donde la era del consumo basado en el endeudamiento ha conducido a un largo período en el que los hogares deben saldar deudas contraídas con anterioridad”. El nuevo esquema productivo implicó un progresivo proceso de fragmentación y deslocalización de la fabricación industrial masiva en países “emergentes” con mano de obra abundante y barata. En tanto, la fabricación de los componentes de mayor valor agregado de las cadenas de valor fue conservada por Estados Unidos, Europa y Japón, aunque China avanza progresivamente en esas áreas también. Esta distribución mundial de la producción impulsó un rápido crecimiento asiático, que lideró la inserción de trabajadores precarizados al mercado. Hasta 2003, los salarios promedio de los obreros industriales en China eran de menos de 0,70 dólares por hora, según el Departamento de Trabajo de Estados Unidos. Si bien esas remuneraciones llegaron a 1,74 dólares por hora en 2009 (último dato disponible), la brecha siguió siendo demasiado grande con la mayoría de los países de Occidente. Por caso, el salario industrial promedio en España y en Grecia, los dos países más afectados por el desempleo con una tasa superior al 27 por ciento, fue de 27 dólares y de 19 dólares por hora, respectivamente, en 2012. Además, se consolidaron nuevas zonas de asfixiante explotación en
La población saltó de 5200 millones de habitantes, en 1989, a más de 7000 millones, en 2012. El 35 por ciento de ese crecimiento provino solamente de India y China e implicó una rápida urbanización. Asimismo, la nueva organización de la producción incitó la mayor expansión histórica del comercio mundial. Las exportaciones totales (en valores constantes de 2010) pasaron de 4,9 billones de dólares en 1989 a 16,4 billones de dólares en el año en que estalló la crisis internacional. Así, el comercio sobre el Producto mundial representaba un 15,5 por ciento y saltó a un 26,3 por ciento. Tanto en la Revolución Industrial como en el esquema neoliberal surgido en los ’70 y consolidado en los ’90, los sistemas de comunicación también registraron grandes cambios. Mientras en el primer proceso, la expansión de la marina real británica y el desarrollo del telégrafo fueron determinantes de la apertura de los mercados, en la nueva era, el surgimiento de internet se constituyó en el avance tecnológico que más revolucionó las telecomunicaciones. El diseño de cadenas globales de valor, dirigidas por crecientes firmas transnacionales, se apoyó en la gran red y en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (Tics). La modernización de los sistemas informáticos permitió expandir el negocio finan-
mercaderías. Este segundo efecto, sumado a un de-sarrollo tecnológico que facilitó la concentración económica, agudizó los problemas de distribución del ingreso. La OIT, en su Informe Mundial sobre Salarios 2012/2013, advierte que “desde el decenio de 1980, la mayoría de los países han experimentado una tendencia a la baja de la participación de los ingresos del trabajo, lo que significa que se ha destinado una proporción menor de la renta anual a la remuneración de la mano de obra y una proporción mayor a las rentas procedentes del capital”. El informe agrega que esa dinámica “podría hacer peligrar el ritmo y la sostenibilidad del futuro crecimiento económico al restringir el consumo de los hogares basado en los salarios”. Y remarca que esto “es particularmente cierto allí
países al sudeste de China, como en Bangladesh, donde hay cuatro millones de confeccionistas textiles que cobran salarios de apenas 38 dólares por mes. El efecto de la reorganización de la producción de las últimas dos décadas fue de tal magnitud que puede compararse con las consecuencias generadas por la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII y principios del XIX. En ambos casos se verificaron cambios radicales en variables tan significativas como son el crecimiento demográfico, el comercio y las comunicaciones. El historiador Eric Hobsbawm en su libro La era de la revolución, 1789-1848 describió que, en esa oportunidad, el fenómeno también se había concentrado fundamentalmente en los países de mayor dinamismo de la época: Gran Bretaña, Holanda y Francia.
ciero y controlar la logística de crecientes corporaciones. Así lograron optimizar su producción a nivel global y se pudo relegar las actividades industriales de mano de obra intensivas en países periféricos, en desmedro del empleo en los desarrollados. Entre 2002 y 2009, China sumó a sus industrias 13,1 millones de trabajadores y el grupo de potencias económicas reunidas en el G-7 perdió 7,6 millones de empleos manufactureros. Los renovados sistemas de monitoreo de la producción profundizaron la relevancia de las economías de escala como ventaja competitiva. Este fenómeno provocó que cada vez fuese más necesaria y posible una mayor concentración económica. Esta dinámica consolidó una estructura de competencia mundial oligopólica a través
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CORREO del SUR de bloques productivos regionales. La reciente crisis manifestó la importancia de la dimensión de esas asociaciones y especialmente de los mercados internos como medio de absorción de los flujos de producción rechazados por los mercados internacionales. Este fenómeno representa uno de los sustentos principales de la Unión Europea, más allá de sus dilemas internos, del beneficio de los grandes grupos financieros, de las desigualdades que provoca y del costo de adaptación de las economías más atrasadas del bloque. La nueva organización de la producción afectó particularmente a América del Sur. La demanda asiática de minerales, alimentos y energía tuvo un gran aumento. Ello modificó los términos de intercambio en favor de las exportaciones de recursos naturales. La repercusión de esas subas fue heterogénea y los niveles de aprovechamiento de las naciones sudamericanas para avanzar en transformaciones estructurales también registraron significativas diferencias. En los países que se presentaron los mayores incrementos de los precios de sus productos tradicionales de exportación, como Chile, Perú y Brasil, se acentuó la primarización económica; sólo en Argentina se aplicaron políticas que lograron redirigir parte de los recursos extraordinarios a sostener un proceso de recuperación industrial, con precios de sus recursos naturales que aumentaron menos de la mitad que en las otras economías. El crecimiento del poder adquisitivo de América del Sur incrementó su capacidad de negociación y las economías de la región pudieron articular una política común con creciente autonomía. La negativa a la propuesta de Estados Unidos de conformación del ALCA en 2005 y la constitución tres años más tarde de la Unasur expresaron este cambio. En el mismo sentido, el nuevo esquema de organización mundial se manifestó en el surgimiento del G-20, que incorporó a los Brics y a la Argentina, entre otras naciones en desarrollo, y logró anular al G-7 como único núcleo en la toma de decisiones. China se posicionó a través del desarrollo de una estrategia de acumulación de poder que logró explotar los vericuetos del sistema. Así se rebeló ante las presiones de Estados Unidos que, en los últimos años, le ha estado reclamando una desregulación de su economía a favor del libre movimiento de capitales. La construcción del poder del gigante asiático contó con un Estado que, con un alto accionar represivo, reguló y planificó la actividad productiva y generó alianzas políticas y económicas con naciones influenciadas positivamente por su dinamismo. Por su parte, el desmantelamiento de los aparatos estatales de administración de las economías sudamericanas desde los años ’70 también fue funcional al crecimiento de China, ya que facilitó la comercialización de los recursos naturales necesarios para sostener su gran ritmo de crecimiento. En este marco internacional, donde los principales grupos de poder financieros exigen mayores compromisos de ajuste para liberar recursos al pago de la deuda de los países en crisis, la tendencia a una mayor concentración del ingreso, al agravamiento de la precariedad laboral y de la marginación social es un hecho. Sin bien el proceso de crecimiento industrial asiático fue una pieza necesaria, el desmantelamiento de grandes eslabones de la industria en Estados Unidos y Europa, que ocasionó problemas de desempleo y distribución del ingreso, podría haberse evitado sin recetas mágicas. Simplemente, como en el pasado o como siguen aplicando en sus sectores agrícolas, deberían haber regulado más el comercio, y promovido una participación estatal más activa en la producción de sus economías y en la distribución del ingreso. Evidentemente, no fue neutral en esta estrategia de pasividad estatal que el fantasma del comunismo se fuera extinguiendo. Los resultados de las políticas aplicadas revelan que el interés político por encontrar algún equilibrio en la lucha de clases perdió vigor en favor de los intereses de las grandes corporaciones financieras. Frente a este panorama, tras la convertibilidad, en la Argentina el cambio de paradigma con políticas de mayor intervención estatal a partir de estímulos al desarrollo de la capacidad productiva, de una administración comercial más atenta a las necesidades de generación de puestos de trabajo y políticas de reparación del tejido social debe revalorizarse y fortalecerse mucho más. *Coordinador del Departamento de Política Económica de SIDbaires @marianokestel
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Siria: ante la inminente intervención militar
Marcelo Justo
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a famosa frase de Marx –la historia se repite primero como tragedia y después como farsa– merecería ser reformulada. En el caso sirio, el ataque será una tragedia sin ninguna de las sonrisas que suelen acompañar a una farsa. Pat Thaker, directora de Africa y Medio Oriente de la Unidad de Inteligencia del semanario británico The Economist, analizó las alternativas que se abren para Siria y la región. –La ofensiva militar parece inevitable. ¿Cuál es el escenario más posible de ataque militar? –Una acción breve y contundente. El momento y la duración son claves. No vamos a ver la intervención militar que vimos en Irak. Los objetivos serán instalaciones militares o vinculadas con los militares. No creo que haya ataques directos sobre instalaciones de armas químicas, por el riesgo a liberar agentes tóxicos. Habrá que ver cuál es la reacción de Siria y de sus aliados. Y ver qué impacto tendrá sobre la región en su conjunto. Una de las opciones que tiene Siria es involucrar a Israel en el conflicto lanzando un misil o activando el frente sur de Líbano a través de su aliado, Hezbolá. También podría lanzar un ataque contra el sur de Turquía y Jordania. Habrá que ver también la reacción de Irán y Rusia ante un conflicto. Ambos tienen consejeros militares en Siria y han advertido que puede haber consecuencias. En el caso de Irán, hay un nuevo gobierno que está enfrentando su primer gran reto diplomático. –¿Cuáles son los riesgos de una intervención “breve y contundente”? –En estas intervenciones siempre mueren civiles inocentes. Esto puede tener un fuerte impacto sobre la región. Tampoco se puede descontar que las defensas sirias puedan alcanzar la fuerza aérea de los aliados. Es un conflicto que viene ocurriendo hace tiempo, de manera que uno pensaría que es una alternativa que ya está contemplada, lo que no quiere decir, por supuesto, que no tenga riesgos. Pero, además, la intervención va a abrir una nueva fase en la guerra civil. Estados Unidos tiene muy claro que no es para remover a Assad, pero es evidente que será percibido como un intento de removerlo o de forzarlo a negociar su propia sustitución. La guerra civil siria ya ha tenido impacto en el Líbano, en Irak, en Jordania y hasta
en Turquía. Con este ataque es de suponer que el tema de los refugiados se agravará. –En el Reino Unido, ex jefes militares, como el del ejército británico, el general Lord Robert Dannatt, han señalado que no hay una estrategia muy clara. Un temor es que esta intervención va a reforzar la posición de los grupos vinculados con Al Qaida que luchan contra el gobierno de Assad, lo que sería cuanto menos una ironía, una intervención militar estadounidense que termine virtualmente aliada a Al Qaida. –Es una de las preguntas clave. Nadie sabe bien cómo está conformada la oposición armada a Assad. Una parte es Al Qaida. De modo que cuando se arma al movimiento rebelde se está armando a Al Qaida. Este hecho tiene su contraparte en que es necesario enviar un mensaje claro sobre los ataques químicos. Pero es evidente que un debilitamiento del régimen de Assad que conduzca a su caída va a profundizar el conflicto, con una enorme incertidumbre a mediano plazo y un fuerte peligro de regionalización. –La mera posibilidad de un ataque militar ha tenido un claro impacto económico con el alza del precio del petróleo y la inestabilidad de los mercados bursátiles. ¿Puede este conflicto pinchar la tímida recuperación que se está viendo en Estados Unidos, Japón y la Eurozona? –El mercado está reaccionando a esta posibilidad inminente de ataque y se ajustará siempre y cuando el suministro petrolero no se vea afectado. Si el ataque no produce una inestabilidad regional, el impacto económico no será serio a nivel global. Pero esto es un gran interrogante. No sabemos qué va a pasar. De manera que a corto plazo habrá inestabilidad. Después depende de cómo salga la intervención militar y cuánto dure. Hay dos factores que moderan el impacto económico. La guerra civil siria no es un nuevo fenómeno y Siria no es un importante productor de petróleo. Además, todos los cambios que se han producido en el mercado petrolero por el petróleo de esquisto y el hecho de que Estados Unidos va a pasar de importador a exportador neto del producto son factores que estabilizan el mercado. El suministro ya no depende tanto de Medio Oriente, lo que ayuda a neutralizar el impacto de esta inestabilidad regional. Página12, Jueves, 29 de agosto de 2013.
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El legado democrático Fernando de la Cuadra, Adital
El próximo 4 de septiembre se conmemoran 43 años desde que el candidato socialista, Dr. Salvador Allende venciera las elecciones presidenciales liderando una coalición de fuerzas de izquierda y centro izquierda denominada Unidad Popular. El triunfo de Allende fue apretado –obtuvo solamente o 36,2% de los votos válidos– y representó la cuarta tentativa de elegirse presidente. Allende venció las elecciones con un programa de gobierno que incluía transformaciones importantes en la estructura económica, política y social en un marco do respeto a las instituciones democráticas vigentes en el país, sin apelar al de la violencia revolucionaria (vía armada) y sin rupturas dramáticas de la convivencia nacional. Este proyecto de transformación de la sociedad por un camino legal-institucional y democrático llegó a ser conocido como la “vía chilena al socialismo”.
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a ratificación de Allende como presidente en el Congreso Nacional tampoco estuvo libre de conflictos y tensiones. Pocos días antes de la votación en el parlamento, el Comandante en Jefe del Ejército, General René Schneider, fue asesinado por un grupo de civiles y ex-militares de ultra-derecha, como una forma de presionar a los sectores de la Democracia Cristiana para dar su apoyo al candidato que consiguió la segunda mayoría, Jorge Alessandri, representante de la derecha tradicional y que había obtenido el 34,9% de los votos válidos. El proceso de cambios emprendido por Allende y los partidos de la Unidad Popular fue, como es ampliamente conocido, interrumpido abrupta y dramáticamente después de casi 1000 días de gobierno, en el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Por lo tanto, ya se cumplirán cuatro décadas de esa cruenta jornada. Cuando afirmamos que esa jornada fue cruenta, no estamos construyendo una entelequia, pues durante el mismo día del Golpe, varios partidarios del gobierno que defendían el Palacio presidencial La Moneda murieron en combate y el propio presidente Allende inmoló su vida cuando las fuerzas militares irrumpieron en su despacho. La represión y el revanchismo sangriento desatado después de ese día fueron de una enorme ferocidad y dejó una secuela de ejecutados, detenidos desaparecidos, torturados, prisioneros en campos de concentración, exilados y desterrados que aún hoy ronda como una sombra sobre la memoria de miles de chilenos.[1]Y no solamente eso, el propio proyecto socialista iniciado por el gobierno da Unidad Popular es un tema que hasta ahora divide a gran parte del país, principalmente de aquellos que vivieron esa experiencia pionera. La historiografía se interroga hasta nuestros días con respecto a las condiciones que hubieran hecho posible -o no- la continuidad del gobierno popular. Una tesis postula que dicha permanencia se consolidaba a través de una gran coalición entre la izquierda y los sectores progresistas del centro, conformando aquello que precisamente a partir de la tragedia chilena, Enrico Berlinguer llegó a teorizar como el “bloque histórico”. Es decir, la construcción de una amplia alianza entre el conjunto de fuerzas que impulsan las transformaciones necesarias para obtener una mayor justicia social. Este pacto se produciría por medio de un compromiso histórico, en el cual se preparase el tejido unitario de la “gran mayoría del pueblo en torno a un programa de lucha por el saneamiento y la renovación democrática de toda la sociedad y el Estado.”[2] Al contrario de una aquiescencia sobre esta perspectiva, la implantación de la “vía chilena” fue siendo diseñada y alimentada por diversas lecturas con relación al curso que debía tomar la revolución chilena, un camino que era inédito, con características nacionales y tal como decía el propio Allende, tenía que ser una revolución “con sabor a empanada y vino tinto”. Entretanto, existía una contradicción fundamental entre las fuerzas políticas que le daban sustento al proyecto de la Unidad Popular. El principal embate entre estas concepcio-
nes polares se encontraba entre aquellos sectores que tenían una plataforma de inspiración republicana del proceso de transformaciones, subordinando a un segundo plano el ideario revolucionario guevarista. Estos segmentos consideraban que era necesario mantener las garantías democráticas y respetar las instituciones de la república, negociando y ejecutando paulatinamente las primeras 40 medidas que constaban en el programa de la coalición de izquierda. Entre estas acciones, la mayoría moderadas, destacaban la entrega de medio litro de leche diario para todas los niños; la instalación de consultorios materno-infantiles en todos los barrios; medicina gratuita en los hospitales públicos con entrega gratuita de medicamentos; supresión de los altos salarios de los funcionarios de confianza; una profundización y aceleración de la Reforma Agraria; becas para os estudiantes de la enseñanza básica, media y universitaria; creación de un sistema previsional universal solidario con fondos estatales; creación del Ministerio de protección de la familia. La nacionalización del cobre y de otros minerales no figuraba entre estas primeras 40 medidas, a pesar de que ya existía un amplio consenso sobre su imperiosa necesidad para aumentar los recursos fiscales destinados a financiar la política social del Estado. Como siempre afirmaba el mismo Allende, el cobre era “el salario de Chile”. Allende era un buen negociador y consiguió al inicio de su gobierno contar con el apoyo del principal partido de centro, la Democracia Cristiana, con la cual había pactado un “Estatuto de Garantías Constitucionales”, donde el gobierno se comprometía a realizar las transformaciones anunciadas dentro del total respeto a la Constitución y a las instituciones democráticas. Por lo mismo, los partidarios del gobierno insistían en caracterizar la vía chilena como un “proceso” de reformas graduales que arribarían finalmente al socialismo a través de una senda democrática. Para eso, era fundamental planificar correctamente la aplicación de cada medida del programa, lo que requería de equipos muy competentes y preparados técnicamente para efectuar esas funciones. En el cronograma de gobierno la expropiación de las industrias, fábricas y de las haciendas improductivas con una superficie superior a 80 Hectáreas de Riego Básico (HRB)[3], tenía que ser realizada de forma gradual, controlada y planificada, bajo el supuesto de que la incorporación de tales empresas al área de propiedad social solamente debería ser puesta en práctica después que la adquisición y expropiación de los bancos y de las empresas de capital extranjero ya estuviesen concluidas, “para de esa forma dividir, aislar y neutralizar a los sectores más privilegiados de la burguesía nacional durante la transición para el socialismo.” La reforma agraria que fue planificada desde la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) tuvo que dar cuenta de las presiones de los sindicatos de trabajadores rurales e “inquilinos’ y experimentó una aceleración de tal magnitud en el proceso expropiatorio que ya a mediados de 1972 se encontraba prácticamente con-
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o de Salvador Allende
cluida.[4]O sea, muchos procesos adquirieron un ritmo que contradecía la idea que sustentaba Allende, para quien “los procesos revolucionarios exitosos transcurrían bajo una dirección férrea, consciente, no dejados al azar. Las masas no podían exceder a los dirigentes, porque estos tenían la obligación de dirigir y de no se dejar dirigir por las masas.”[5] Por otro lado, se situaban aquellos sectores que visualizaban con pesimismo la realización de las transformaciones socialistas en el marco de la “institucionalidad burguesa” y reprochaban el modelo instaurado como siendo el de una revolución burocrática, “desde arriba”, sin poder popular real. Para estos grupos y movimientos, lo fundamental era avanzar sin negociar con las entidades representativas de la clase dominante- enquistadas en el parlamento, en el poder judicial, en las
empresas y en los gremios profesionales-, para formas concretas de propiedad social radicalizando y acelerando la expropiación de industrias, haciendas y otras formas de propiedad privada existentes en el país. Al contrario de lo que pretendía Allende y su gobierno, lo que se observaba en el fragor de la lucha cotidiana por el socialismo, era que las directrices del gobierno y la intención de conducir los cambios en forma paulatina y progresiva fueron totalmente sobrepasados por la acción directa de los trabajadores más radicalizados y sus sindicatos, de los campesinos y obreros rurales, de los estudiantes, de los pobladores, de los pueblos originarios. Cuestionando frontalmente el llamado de Allende -y de un sector de sus seguidores- a los principios democráticos, esta vertiente revolucionaria postulaba que la democracia poseía un valor estrictamente
táctico, instrumental, solo era la base necesaria para instaurar un régimen socialista. Según esta visión la democracia política a pesar de ser útil a la causa de las masas populares, no sería más útil como forma de organización social, debido a su propia naturaleza de clase, como modalidad de dominación de la burguesía para continuar obteniendo las granjerías y privilegios generados por la explotación capitalista. Esta perspectiva enfatizaba el protagonismo popular y la inevitabilidad del enfrentamiento con las fuerzas reaccionarias, razón por la cual las fricciones con los sectores “contra-revolucionarios” eran imprescindibles para permitir que Chile enrumbara consistentemente hacia el socialismo: la revolución tenía que ser realizada por el pueblo, “desde abajo”. En la tercera parte de la trilogía “La batalla de Chile” realizada por el documentalista Patricio Guzmán – y que se llama justamente El Poder Popular- existe una escena emblemática en que se aprecia a un funcionario del gobierno intentando dar explicaciones en una reunión con dirigentes y operarios de un “cordón industrial”[6], respecto de la necesidad de realizar las reformas acatando los convenios internacionales suscritos por el gobierno, desacelerando de esa manera el ritmo de las transformaciones emprendidas por las autoridades. Frente a esa explicación del representante oficial, un dirigente le responde: “En este momento estamos cuestionado la institucionalidad y legitimidad del gobierno, ahora estamos entrando en una etapa de toma del poder por parte de las clases trabajadoras, porque el poder legal ha sido superado y debemos luchar hasta aplastar a la clase enemiga, la clase de los explotadores.” La naturaleza y convicción de este discurso revelan el grado de radicalidad a que habían llegado algunos sectores con respecto a lo inevitable del enfrentamiento con las fuerzas contrarias al proyecto allendista. Sin embargo, esta posición no tenía ninguna correlación con una política efectiva de defensa ante la inminencia
de un golpe de Estado y hoy sabemos perfectamente como las fuerzas de apoyo al gobierno fueron pulverizadas desde el mismo día 11 de septiembre. Lo que se siguió a esa jornada fue un genocidio sin precedentes en la historia política chilena. La experiencia chilena ha continuado durante muchos años suscitando innumerables debates sobre cuáles eran probablemente los caminos más pertinentes para conquistar el socialismo en Chile. Con la derrota del gobierno popular por medio de un golpe, la tesis de que Allende fue sumamente ingenuo al confiar en los militares ganó mucho aliento y fue predominante entre gran parte de la izquierda. Esta interpretación fortaleció la idea de que el gobierno tenía que armar al conjunto de la población para resistir a la agresión militar. No obstante, con el decurso del tiempo fue ganando una posición destacada aquella interpretación que insistía en la importancia de la conformación de un bloque o alianza histórica entre todos los sectores políticos empeñados en realizar cambios en las estructuras económicas, políticas y sociales imperantes en el país, utilizando para ello los instrumentos y las medidas que eran permitidos en el marco de una convivencia democrática. Aún más, el proyecto de Allende y la vía chilena era una experiencia pionera, inédita, no existía ningún modelo histórico que podía dar indicios del camino a ser recorrido en una transición pacífica, institucional y democrática para el socialismo. El sistema presidencialista imperante en Chile le permitía a Allende poseer un cierto grado de libertad para comandar el proceso de transformaciones estructurales, entretanto, durante el transcurso del mismo fue quedando cada vez más evidente, que tanto en la división interna de la coalición gobernante como en las vehementes e intransigentes fuerzas contrarias a tales transformaciones, el programa de la Unidad Popular comenzó a descomponerse y el Ejecutivo solamente consiguió A PÁGINA 6
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administrar una crisis que aumentaba diariamente. Esta crisis no se expresaba en términos electorales, pues a pesar de todos los problemas enfrentados por el gobierno (desabastecimiento y acaparamiento, mercado negro, enfrentamientos entre partidarios y detractores, huelgas, paros generales, etc.) el desempeño en las urnas de los partidos de la Unidad Popular durante las elecciones parlamentarias de 1973 (44,1%), fue mejor que el resultado obtenido por Allende el año 1970 (36,2%). A pesar de aumentar la adhesión del electorado, el conglomerado de gobierno no consiguió obtener la mayoría electoral que fortaleciera su proyecto ante el conjunto de las fuerzas políticas y sociales del país. No obstante, en todos los conflictos suscitados durante su gobierno Allende intentó permanentemente encontrar las salidas y los acuerdos que le permitiesen seguir impulsando su programa sobre bases democráticas, y de esta forma, interpelar a todos los sectores en la manutención del diálogo y evitar los enfrentamientos, que finalmente pudieran determinar el fin de la vida republicana. El día del golpe, “colocado en un tránsito histórico”, Allende fue convidado para unirse a las fuerzas que resistían la embestida golpista en uno de los cordones industriales de Santiago. El presidente electo, coherente con su trayectoria democrática declinó el ofrecimiento y decidió morir en el Palacio de La Moneda, tal como lo había prometido en sus diversos mensajes y discursos al pueblo chileno: “Yo les digo a ustedes, compañeros, compañeras de tantos años, se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás y que lo sepan, dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera (...) no tengo otra alternativa, solo acribillándome a balazos podrán impedir mi voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo.”[7] Independiente del dramatismo de las circunstancias en las cuales fue derrocado el gobierno de Allende, su gesto de morir en el Palacio presidencial, remarca su férrea convicción de concluir el mandato para el que fue electo, en el lugar que simbolizaba el centro del poder político, en el local que representaba la síntesis de los valores democráticos y republicanos abrigados durante tantos años en la historia política chilena. Allende tenía claro que su mandato concluía en noviembre de 1976 y aún cuando seis años de gobierno parecían pocos para la magnitud de la obra a ser construida, el presidente confiaba en el entusiasmo de un conjunto de fuerzas progresistas que se inclinaban por apoyar dichas transformaciones. En ese sentido, el proyecto de mudanzas que Allende anhelaba para el país no era una utopía surgida de una mente alucinada, sino por el contrario, se sustentaba en una lectura consciente de la realidad, en la certeza de que era posible utilizar las instituciones y las leyes del país para alcanzar el conjunto de medidas incluidas en su programa de gobierno, entre ellas la reforma agraria, la nacionalización de los recursos naturales y la estatización de la banca y el sistema financiero.
CORREO del SUR Trágicamente, el proyecto allendista no logró ser comprendido cabalmente por los mismos partidos que formaban la Unidad Popular y la “soledad intelectual” de Allende fue siendo cada vez más patente en un escenario donde la polarización de la sociedad era vertiginosa y su corolario funesto se anunciaba como el epilogo inevitable de un país dividido por el odio y la intolerancia. Este será en parte el drama de la experiencia chilena, el distanciamientoin crescendoentre visiones y estrategias políticas contrapuestas, en que la capacidad de Allende para arbitrar estas disputas iba disminuyendo progresivamente, quedando paulatinamente más aislado en su ideario de construir un socialismo por vía democrática. Hoy, cuando se conmemoran 40 años del fin de esa experiencia original y abortada en la ferocidad de las armas y el crimen, el pensamiento de Allende y su camino al socialismo emergen como un gran legado para las futuras generaciones. Ello significa pensar que socialismo y democracia no solamente son posibles y deseables, sino que además ambas dimensiones son esencialmente imprescindibles. Y no lo es en un sentido meramente teórico, lo es sobre todo en una praxispolítica de un modo dialécticamente nuevo de concebir esa relación. Tal como ha sido revelado en la feliz síntesis de Carlos Nelson Coutinho: “Sin democracia no hay socialismo y sin socialismo no hay democracia”. Notas: [1] Para no olvidar estos trágicos acontecimientos, actualmente un importante acervo de documentos, testimonios e informes de ese período tenebroso se encuentra expuesto en el Museo da Memoria y los Derechos Humanos, inaugurado por la presidenta Michelle Bachelet en enero de 2010, poco antes de concluir su mandato. [2] Enrico Berlinguer, Democracia, Valor Universal. Marco Mondaini: selección, traducción, introducción y notas, Brasilia/ Rio de Janeiro: Fundación Astrojildo Pereira/Editora Contraponto, 2009, p. 82. [3] HRB representaba una medida de superficie que combinaba aspectos de productividad de la tierra (calidad y tipo de suelo), área geográfica, proximidad a carreteras y facilidad de acceso a los mercados. Durante la Reforma Agraria una HRB consistía en una hectárea de tierra bajo riego con un suelo clase I, localizada en el Valle del Maipo (región central) y próximo de la Carretera Panamericana (principal vía y columna vertebral del país). [4] Efectivamente, a esa fecha más del 70% de las expropiaciones programadas por el gobierno ya se habían realizado, siendo que el propio presidente Allende pensaba en concluir dicho proceso solamente al final de su mandato de seis anos. [5] Peter Winn, A Revolución Chilena; traducción de Magda Lopes, São Paulo: Editora UNESP, 2010, p 102. [6] Los “cordones industriales” eran agrupaciones de industrias y fabricas que coordinaban tareas de producción de una misma región o zona. Representaron junto con los Comandos Comunales, los Comités de Vigilancia y las Juntas de Abastecimiento Popular (JAP) los fundamentos del poder popular durante ese período. [7] Frida Modak (coord.), Salvador Allende: pensamiento y acción, FLACSO-Brasil/CLACSO, Buenos Aires: Ediciones Lumen, 2008, pp. 83-84.
Martin Luther King, Jr. Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington, 1963
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stoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país. Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra. Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cier-
to sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de “fondos insuficientes”. Pero
nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia. También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad. Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, “¿Cuándo quedarán satisfechos?” Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que “la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”.
CORREO del SUR
Domingo 1 de septiembre de 2013
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Tengo un sueño Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador. Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza. Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño “americano”. Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significa-
do de su credo: “Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”. Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia. Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán
llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres. Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, “Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad”. Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad. Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la li-
bertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! “De cada costado de la montaña, que repique la libertad”. Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: “¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!” Washington, DC 28 de agosto de 1963
Siria
o cómo aprender de los errores
Tica Font y Pere Ortega
E
l uso de armas químicas es, desde luego, condenable, y merece duras sanciones de la comunidad internacional el país que las utilice. En Siria, se acusa tanto al gobierno de Bachar Al Asad como a los rebeldes de haberlas utilizado. Pero esa información aún no ha sido certificada por los inspectores de la ONU. Y, no se debe olvidar, que ese tipo de informaciones sobre el uso de armas de destrucción masiva fueron las mentiras utilizadas para atacar a Irak en 2003. Por tanto, se trata de una información que busca el apoyo de la opinión pública mundial a la decisión de bombardear Siria. El portavoz de la Casa Blanca ha informado que un ataque inminentemente sobre Siria no tiene como objetivo derrocar el gobierno de Al Asad, sino que el objetivo es forzar la negociación del régimen con los insurgentes. Es decir, no habrá una invasión por tierra como en Afganistán e Iraq. Tampoco como en Libia, para ayudar a los rebeldes a alcanzar el poder. Pues esas decisiones se saldaron con fracaso. Además, hay desconfianza fundada de que entre las fuerzas rebeldes actúan diversos grupos yihadistas. Entonces EEUU, tan solo pretende forzar a las partes enfrentadas militarmente a negociar un nuevo reparto del poder político que incluya a los grupos no presentes en el régimen actual. Se puede afirmar, que el anuncio de lanzar ataques sobre Siria solo es un cambio de estrategia y la novedad, tan solo radica en los medios a utilizar. Ahora se prepara
un ataque unilateral por parte de EEUU y algunos aliados, seguramente bajo el paraguas de la OTAN. Mientras que anteriormente lo que se había intentado fue presionar al régimen para que aceptara una negociación con los disidentes e insurgentes armados. Los dos años de guerra civil transcurridos han puesto de relieve la debilidad de los países implicados en el conflicto de Siria, que son muchos y potentes. A saber, en favor de los rebeldes, Arabia Saudí, Catar, Jordania, Turquía, la comunidad sunita de Irak, Reino Unido, Francia y EEUU; por el contrario, en favor del gobierno de Al Asad, estaban Irán, la milicia de Hizbollah y Rusia. Y neutral, pero muy preocupado con el desenlace final, Israel. En el terreno militar la manera de presionar a las partes en conflicto fue decretar un embargo de armas que no ha sido respetado. Rusia e Irán han facilitado armas al gobierno de Al Asad; y Arabia Saudí y Catar a los insurgentes, mientras que EEUU, Reino Unido y Francia les prestaban ayuda militar. En definitiva, al igual que en la Guerra Fría cada país ha dado apoyo a uno de los bandos. Se buscaba equilibrar la fuerza militar, que las dos partes enfrentadas llegaran al convencimiento que mediante el uso de la fuerza no ganarían. Que podían prolongar la guerra, pero que nadie saldría vencedor de la misma. En esta fase llevamos dos años con más de cien mil muertos, más de dos millones de desplazados y la guerra continua. En el ámbito político, la comunidad internacional, no hizo los esfuerzos suficientes para hacer confluir una propuesta de negociación. Cierto es, que con semejante
CORREO del SUR Director General: León García Soler
multitud de actores implicados, no era fácil llegar a una conferencia de paz en Siria. Pero no imposible. Si no se consiguió fue porqué EEUU no aceptó la propuesta de Rusia de incluir a Irán en la conferencia. Por tanto, no hubo una voluntad real de resolver el conflicto, pues vetar la presencia de Irán, el aliado principal de Siria, mientras que por el otro lado estaban multitud de países contrarios a Al Asad era tanto como abortar la conferencia. Ahora de manera unilateral y seguramente de manera ilegal, se propone un ataque que seguramente no contará con una resolución favorable del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, por la oposición segura de Rusia y China. Se podrá bombardear instalaciones estratégicas del régimen, con el objetivo de humillar al gobierno de Al Asad y forzar a que negocie con los insurgentes. Esta actuación no tiene asegurado el éxito, los bombardeos pueden disminuir la capacidad militar de las fuerzas gubernamentales, pero Al Asad no quedará derrotado y no tiene por qué aceptar una negociación. Sobre todo si continúa teniendo el apoyo de Rusia, Irán e Hizbollah. ¿Entonces qué se debe hacer? Alternativa hay, y es la misma para todos los conflictos. Conseguir el consenso internacional entorno a la necesidad de negociar una salida a la guerra civil de Siria. Ban Ki Moon, secretario general de Naciones Unidas lo dijo ayer: La paz es posible. Se debe abrir de nuevo una negociación de todas las partes en el conflicto sin exclusiones que conduzca a una Conferencia de Paz de todos aquellos actores que tienen capacidad para encontrar una solución pactada.
Suplemento dominical de Director: Adolfo Sánchez Rebolledo
Diseño gráfico: Hernán Osorio