Correo Del Sur No 356

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Número 356 Octubre 13, 2013

Eric Hobsbawm. Un tiempo de rupturas “Iglesia de los pobres”: La prueba para el Papa reformador

F.A.U.L.K.N.E.R El escritor de la A a la Z Un maestro inservible Alice Munro Premio Nobel de Literatura


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Eric Hobsbawm. Enrique Semo

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espués de una larga vida en que Eric Hobsbawm escribió sobre casi todos los grandes problemas de la humanidad, quiso dejarnos un libro póstumo que se publicó algunos meses después de su muerte, casi simultáneamente en inglés y en español. El libro en cuestión se llama Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX. Se trata de una obra en la cual el tema básico de su vida, vuelve a aparecer: la sociedad como un todo, pero esta vez vista desde la cultura y más específicamente, el arte. Si en sus libros de historia, la cultura era tratada como una parte del todo social, en Un tiempo de rupturas, aparece como un catalejo a través del cual se explora la totalidad social. En el primer párrafo de la Introducción plantea las tesis fundamentales que darán unidad a los ensayos, muy diversos. Ese párrafo aparece al primer contacto, como una provocación que aviva el interés por lo que viene. “Este libro –escribe Hobsbawm- trata sobre lo que ha sucedido con el arte y la cultura de la sociedad burguesa una vez que esta se desvaneció, con la generación posterior a 1914, para no regresar jamás. Versa sobre un aspecto del terremoto global que la humanidad viene experimen-

tando desde que la Edad Media terminó repentinamente, para el 80 por 100 del globo terráqueo, en la década de 1950, y hacia los años sesenta, cuando los gobiernos y las convenciones que habían regido las relaciones humanas –seguimos citando a Hobsbawm- se desgastaban a ojos vistas en todas partes. Este libro, por lo tanto, trata también sobre una era de la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo milenio, mira hacia delante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, con más perplejidad e inquietud de lo que yo recuerdo en mi larga vida.” (Eric Hobsbawm, Un tiempo de Rupturas, p. 9) Tres tesis en desacuerdo con doctrinas pasadas explotan en las manos del lector antes de iniciar la lectura del último libro de Hobsbawm. ¿Serán un estratagema, un truco publicitario para producir un shok, una ruptura con los sentidos anteriores de las palabras capitalismo, Edad Media, y la creación de un nuevo concepto: una Era sin norte, un nuevo milenio que mira hacia adelante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, para producir, como dice el título, una ruptura en el pensamiento del lector de los otros libros de Hobsbawm, que le permita aceptar una concepción modificada del mundo a la cual indudablemente ha llegado Eric en los últimos días de su larga vida? Una nueva interpretación

para adaptar una corriente señera a una realidad que parece escapársele y que este hombre de 95 años de edad nos regala antes de retirarse dignamente. El historiador, es decir, el especialista en el pasado, se despide de sus lectores que seguramente esperaban un adendum a sus memorias, con algo que podría llamarse un manifiesto sobre un futuro incierto. La primera tesis afirma que “la Edad Media terminó en la década de los 50´s.” ¿Qué querrá decir? Después, viene una aclaración que será ampliada en los artículos que siguen “cuando en la década de los sesenta, los gobiernos y las convenciones que habían regido las relaciones humanas se desgastaban a ojos vistas en todas partes”. Sin duda quienes hayan seguido en la televisión la serie Downton Abbey, en la cual la vida se desarrolla alrededor de la aristocrática familia del conde Grantham, su madre, su esposa, sus tres hijas, en su espléndido castillo, así como sus numerosos criados a principios del siglo XX. Específicamente antes y durante la primera guerra mundial, constata que la Edad Media, en la aristocracia inglesa y en la servidumbre de sus palacios, no solo no está muerta sino que vive en la tradición, enraizada en las mentes y los corazones, en los valores y en la conducta de los de arriba y los de abajo, de los señores y los criados. Un feudalismo apenas mecido por vientos capitalistas. La base económica de la familia es un antiguo mayorazgo sobre una gran extensión de tierra que aporta el duque, y la fortuna de una heredera norteamericana. La Condesa madre reprende a su nieta entusiasmada por el recién ganado derecho al voto de la mujer: -¡Las mujeres antes de casarse no deben interesarse por la política y después de casadas tendrán las ideas políticas de su esposo! Y una de sus hermanas no entiende qué significa que su chofer esté enamorado de ella, y qué relación tiene eso con la vida real. ¿Se imagina el chofer que podrá codearse con la alta sociedad que frecuenta su familia, o bien, se imagina que ella descienda a su medio proletario? La Edad Media no son solo siervos y señores feudales, son tradiciones, costumbres, estilos y relaciones humanas, y es cierto que solo murieron con los cambios acaecidos durante y después de la Segun-

da Guerra Mundial. Y hablando de México, acaso no se necesitaron varias crisis económicas y una que otra revolución, para que la casa chica pasara a la historia; todavía hoy el campesino indio no piensa ni viste como el ciudadano de la gran urbe, y en 2013, el Estado trata a los maestros como si fueran peones iletrados y no el sujeto principal de su sistema educativo. La segunda idea, a primera vista indefendible, es que -como escribe Hobsbawm- el arte y la cultura de la sociedad burguesa se desvaneció con la generación posterior a 1914, para no regresar jamás. ¿Pero no vivimos acaso en el capitalismo, un capitalismo salvaje? ¿Cómo es posible admitir que la sociedad y la civilización capitalista haya terminado a principios del siglo XIX. Pero más adelante Hobsbawm lanza audazmente la respuesta esclarecedora: “El argumento básico de las conferencias reunidas en este libro es que la lógica tanto del desarrollo capitalista como de la civilización burguesa en sí estaba destinada a destruir sus cimientos: una sociedad y unas instituciones gobernadas por una élite minoritaria y progresista.” El capitalismo del siglo XIX ha destruido sus cimientos, la civilización burguesa que parecía haber asegurado el progreso sin fin, ya no está. Lo que Marx llamó la destrucción creativa ha destruido las bases del capitalismo tradicional sin que se haya producido una alternativa. El capitalismo de hoy es un capitalismo que apunta a la barbarie, porque la resquebrajadura de las bases del capitalismo pujante del siglo XIX, no ha producido a su sepulturero. [El capitalismo] no pudo resistir el triple golpe –escribe Hobsbawm-combinado de la revolución científica y tecnológica del siglo XX –que transformó las viejas formas de ganarse la vida, antes de destruirlas-, de la sociedad de consumo de masas generada por la explosión en el potencial de las economías occidentales y, por último, el decisivo ingreso de las masas en la escena política, como clientes y como votantes. El siglo XX –o, para ser más exactos, su segunda mitad- fue el del hombre occidental común y corriente; en menor medida, también el de la mujer. El siglo XXI ha globalizado el fenómeno.” (Eric Hobsbawm, Un


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Un tiempo de rupturas tiempo de rupturas, p. 12) Dice Hobsbawm que el capitalismo tradicional ha muerto, y es cierto. ¿Acaso es el mismo, el capitalismo industrial del siglo XIX y el capitalismo financiero del siglo XXI? ¿El dominio del capital productivo es análogo al imperio despótico del capital financiero, mundializado, de nuestra era? Y lo mismo vale para la cultura. ¿La alta cultura que se elaboraba para una pequeñísima minoría de universitarios, artistas, megalómanos, de fines del siglo XIX, puede compararse al arte de masas que ha surgido en la segunda mitad del siglo XX con la radio, el cine, la televisión, los eventos masivos, los aparatos de transmisión digitales, que llegan a cientos de millones de personas hoy día, no solamente en el mundo Occidental sino hasta los últimos rincones de los cinco continentes? ¿Es lo mismo la música ambiental que nos persigue en las grandes tiendas departamentales que un concierto de la filarmónica de Berlín, con un programa de Beethoven, Stravinsky y Prokófiev, en una sala de conciertos con dos mil asientos? El grupo pop ultramillonario tiene mucho más público que los mejores tenores de ópera, que se ven obligados a participar en conciertos masivos de música popular para subsistir. Recordemos la familia Buddenbrook, cuya historia nos relata Thomas Mann en una obra de 1901, que es un espléndido cuadro de la vida burguesa en Alemania en el siglo XIX. La vida del gran comerciante de Hamburgo y su familia, cubre un arco marcado por los grandes sucesos políticos y militares que transformaron profundamente a Alemania. La revolución de 1848, el establecimiento del Imperio Alemán, se asoman en el trasfondo sin influir directamente en la vida de los personajes y nos refieren al surgimiento y ascenso de la civilización burguesa. Las causas de la quiebra de la empresa familiar de los Buddenbrook son transpa-

casamientos y muertes, se ven a través del destino de la empresa que se transforma en una especie de fetiche. Faulkner dice que “es la novela más grande del siglo y guardaba religiosamente su ejemplar firmado por el autor en su casa.” Pero la obra de Mann no tiene mucho que ver con la civilización burguesa del siglo XXI. Vista desde la actualidad es una novela histórica. La literatura, el cine que recoge los aspectos humanos de la crisis de 2008, nos pintan una realidad totalmente diferente. En Tiempos de crisis, Margin Call en inglés, que incluye artistas del tamaño de Jeremy Irons, Kevin Spacy y Demi Moore. Todo el personal de un gigante de las finanzas, desde su ejecutivo más alto, que tiene un salario de varias decenas de millones al año, hasta los operadores que son pagados en comisiones sobre sus ventas, son empleados, no propietarios. En toda la película los accionistas no aparecen; no sabemos quién es aquí el capitalista. La quiebra se inicia dos semanas antes de que los ejecutivos se den cuenta y solo un complicadísimo modelo matemático la revela. Sin informar a nadie de la quiebra, se decide vender en una mañana las acciones de la firma que en realidad no valen nada, son acciones chatarra. El hundimiento de la empresa produce la ruina de

rentes, no representan una catástrofe universal. Es la decadencia de una familia, de Thomas Buddenbrook y su hijo Hano, la tragedia de su hija Anthony, cuya vida fue modelada por las exigencias de la empresa, se definió en función de ella y se hunde con ella. Todos los sucesos, nacimientos,

las vidas de los ejecutivos. Los de más edad han dedicado sus vidas a crear una riqueza multiforme, que desaparece en algunas horas. Y se preguntan ¿Qué dejaré como señal tangible, visible, de mi existencia? La riqueza del banco de inversiones era en gran medida ficticia y de ella no queda ningún

vestigio. Ninguna relación con la quiebra de la empresa familiar de los Buddenbrook. Eric Hobsbawm nos quiere llamar la atención sobre los inmensos cambios sucedidos dentro del mismo sistema. Sobre el tiempo diferente de cada uno de esos cambios. Sobre lo insondable del futuro del capitalismo actual que ha destruido

desde 1800. Los dos artículos versan sobre el breve esplendor de la cultura alemana, con alta participación del talento judío de la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Esa época, que terminó con el triunfo nazi, fue el fundamento de la adolescencia y juventud de Hobsbawm, hijo de una familia secular judía, inmersa en

sus propias bases y como decíamos al principio, no cuenta con un enterrador idóneo. Lo mismo sucede con la cultura, cuya relación con la economía y la sociedad es por demás compleja, dice Hobsbawm. En la cultura de masas contemporánea, ¿Qué intereses de clase dominan la música pop, que en inglés es una contracción de popular music, compuesta básicamente para ser comercializada? Música mestiza por excelencia en la cual es difícil encontrar las fronteras que separan el jazz del rock and roll, el blues del doo wop, el country del folk y sus orígenes nacionales. La distinción entre la obra maestra y el best seller de escritores que producen ambas cosas y cuyo éxito de taquilla está totalmente a favor del best seller, no siempre es fácil de discernir para el gran público. La novela que fue fruto de una larga hibernación ¿Puede ser tan accesible al gran público como los best sellers escritos por contrato año tras año? Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX contiene una variedad de artículos que están en parte ligados a la experiencia vital de Eric Hobsbawm. Así sucede con Los judíos y Alemania, e Ilustración y logros: la emancipación del talento judío

el idioma y la cultura alemana. Cada suceso de ese asombroso periodo, marca indeleblemente a nuestro autor. Los judíos, una minoría insignificante de la población europea de aquel periodo, quizás el 2% del total, vivía en un ghetto impuesto y voluntario a la vez. La discriminación forzada por el mundo cristiano que ponía a prueba su existencia y su identidad cotidianamente; los progrom periódicos de la Rusia zarista y Polonia, trazaban un círculo de fuego a los judíos impedidos de participar en la gran revolución cultural que fue la Ilustración y la revolución francesa. Su mundo era el del estudio de la ley y la especulación alrededor de la Cábala, los negocios pequeños y grandes. El escenario de las discusiones, era el shuljan aruj (la mesa puesta para los rabinos para la discusión mística). Emancipados los judíos, la abandonan, para entrar con apasionamiento en la ciencia y la cultura centroeuropea, en porcentajes mucho mayores a su participación en la población total. Ciudades como Viena, en las cuales el porcentaje de judíos es de 10% pero la clase media es predominantemente judía, cuentan con una vida cultural de una creatividad avasalladora en la cual participan Sigmund Freud, Karl Kraus, Franz Kafka, Martin Buber y Franz Werfel. Las fuerzas y debilidades, las posibilidades desaprovechadas y el trágico final en los hornos crematorios de gran parte de esa cultura, influyen profundamente en el joven Eric Hobsbwam, que emigra a Inglaterra para sumarse a una generación brillante de historiadores marxistas y vivir apasionadamente los cambios tempestuosos de su época y dejar profuso registro de ellos. Ilustraciones: foto del autor Enrique Semo Calev


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“Iglesia de los pobres”: La pru Hans Küng

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l Papa Francisco demuestra ser valiente: no sólo por su aparición audaz en las favelas de Río. También por la inclusión de un diálogo abierto con los no creyentes críticos . Así, le responde al líder de los intelectuales italianos Eugenio Scalfari , fundador y editor durante muchos años del diario romano liberal de izquierda “ La Repubblica “ . Entre las preguntas que esta le hace me parece que la cuarta tiene una relevancia especial para una dirección de la iglesia abierta a las reformas. Para Jesús su reino no era de este mundo. “ Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios “. Pero precisamente la Iglesia Católica habría sucumbido demasiado a menudo a la tentación del poder terrenal y reprimido, a favor de la mundanidad la dimensión espiritual de la Iglesia. Scalfari pregunta: “ ¿Representa el Papa Francisco por fin la prioridad de una Iglesia pobre y pastoral sobre una institución eclesial secularizada?” Atengámonos a los hechos: El Papa Francisco renunció desde el principio a la pompa pontifical y ostentosa y busca el contacto espontáneo con la gente. En sus palabras y gestos se ha presentado no como el señor espiritual de los señores, sino como el “siervo de los siervos de Dios” ( San Gregorio Magno ). Cara a numerosos escándalos financieros y a la codicia de ciertos hombres de de la iglesia ha iniciado reformas del Banco Vaticano y del Estado Pontificio y exigido transparencia. Hizo hincapié, con el establecimiento de una comisión de ocho cardenales , en la necesidad de la reforma de la Curia y de la colegialidad de los obispos.

Pero la prueba de que si es un papa reformador aún la tiene por delante. Que los pobres en los suburbios de las grandes ciudades estén para los Obispos latinoamericanos en el primer plano, es comprensible y positivo. Sin embargo, no puede un Papa de la Iglesia universal, no ver que en otros países hay otros grupos de personas que sufren de otras formas de “pobreza” , y esperan mejorar su situación. Ya en los evangelios sinópticos es reconocible la ampliación del concepto de pobreza. En el Evangelio de Lucas, la bienaventuranza de los pobres significa obviamente, sin calificación ninguna a las personas realmente pobres, los pobres en el sentido material. En Mateo, sin embargo la bienaventuranza de los “pobres de espíritu “, es decir, los que sufren pobreza en su espíritu , que como mendigos ante Dios son conscientes de su pobreza espiritual. Significa así en el mismo sentido de las demás bienaventuranzas no sólo a los pobres y hambrientos, sino a todos los que lloran, a los que la vida a privado de muchas cosas, a los marginados , los excluidos , rechazados , los explotados y los desesperados . Y así se multiplica mucho el número de personas pobres, que esperan ayuda. Ayuda directamente del Papa, cuando gracias a su ministerio el puede ayudar más que cualquier otros. Ayuda de él como representante de la institución eclesiástica y de la tradición significa algo más que consolar y alentar con palabras, significa actos de misericordia y amor. Espontáneamente le viene a uno a la mente tres grupos inmensos de personas que se encuentran en “ situación de pobreza “ dentro de la Iglesia Católica. En primer lugar, los divorciados: Hay en


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ueba para el Papa reformador muchos países millones de personas, que son excluidos de los sacramentos de la Iglesia de por vida por haberse vuelto a casar. El aumento de la movilidad, la flexibilidad y liberalidad en las sociedades actuales, y esperanza de vida mucho mayor confrontan a las parejas a mayores exigencias frente a un compromiso de por vida. Ciertamente, el Papa defenderá vigorosamente aun en estas circunstancias la indisolubilidad del matrimonio. Pero no se comprenderá esta ley como una condena apodíctica de quienes fracasan y no pueden esperar ningún perdón. También se trata aquí de un mandamiento que apunta a una meta y que exige la fidelidad para toda la vida, lo que de hecho también es vivido por innumerables parejas, pero no puede ser garantizada absolutamente . Precisamente la misericordia exigida por Francisco permitiría la admisión de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos si lo desean fervientemente. En segundo lugar, las mujeres que debido a la actitudes de la Iglesia en materia de la anticoncepción, el aborto y la reproducción asistida son condenadas por la Iglesia y a menudo padecen sufrimientos morales. También de estas hay millones en todo el mundo. La prohibición papal de anticonceptivos “artificiales “ no es tenida en cuenta sino por una ínfima minoría de católicas y se practica la reproducción asistida por muchas con la conciencia tranquila. El aborto no debe ser trivializado o incluso servir de medio de control de la natalidad. Pero las mujeres que, la mayor parte de veces experimentando graves conflictos de consciencia, deciden por razones serias practicarlo merecen comprensión y la compasión.

En tercer lugar, los sacerdotes que tuvieron que renunciar a su cargo porque se casaron : Su número llega en los diferentes continentes a decenas de miles de personas. Y muchos jóvenes adecuados no son sacerdotes a causa de la ley del celibato. Un celibato como opción libre para los sacerdotes, sin duda seguirá teniendo su lugar en la Iglesia Católica. Pero un celibato obligatorio para quien ejerce un ministerio eclesial contradice la libertad garantizada en el Nuevo Testamento, la tradición ecuménica de la Iglesia del primer Milenio y los derechos humanos modernos. La abolición del celibato obligatorio sería la medida más eficaz contra el verdadero espíritu de la catastrófica escasez de sacerdotes y el colapso asociado del cuidado pastoral. Si el celibato obligatorio se mantiene , no hay ni que pensar en la ordenación de las mujeres para el sacerdocio, a pesar de que es deseable . En su extensa entrevista del 20 Septiembre publicada en la revista jesuita “ La Civiltà Cattolica “ Francisco Papa reconoce la importancia de temas como la anticoncepción, la homosexualidad y el aborto. Pero él se opone a que estas preguntas ocupen demasiado el centro de la proclamación. Él llama con razón, a un “nuevo equilibrio” entre las cuestiones morales y los principales impulsos del propio Evangelio. Sin embargo, este equilibrio sólo puede lograrse si por fin se implementan las reformas tanto aplazadas , para que estas cuestiones básicamente secundarias de moral no le roben “ la frescura y el atractivo “ a la proclamación del Evangelio. - Hans Küng, teólogo Fuente: Neue Zuericher Zeitung http://alainet.org/active/67875


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Un maestro inservible Ignacio Echevarría

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ecía Faulkner: “El día en que los hombres dejen de tener miedo, volverán a escribir obras maestras, es decir, obras perdurables”. Y uno, extrañado, se pregunta a qué tipo de miedo debía de referirse. ¿Miedo a la muerte? ¿Miedo al fracaso, al daño, a la miseria? Quizá miedo a las palabras, simplemente. Y no sólo a las grandes palabras -esas que Faulkner no tenía empacho en emplear-, sino también a las palabras todavía sin pulir, ásperas, enrevesadas, oscuras; a aquellas que se adentran en zonas de sombra donde no llega la luz de la razón, a menudo ni siquiera la relativa claridad de la sintaxis, y que por eso mismo despiertan quizá confusión, y entrañan dificultad y zozobra. “Requeriría una ardua labor y cálculos muy precisos lograr que las combinaciones verbales expresen lo que Faulkner pretende que expresen... Es cierto que su nuevo estilo le ha permitido verter impresiones con más exactitud que antes; pero los pasajes ininteligibles por culpa de una profusión de pronombres, o que hay que releer por deficiencia de la puntuación, no son resultado de un esfuerzo por expresar lo inexpresable, sino los efectos de un gusto indolente y una labor negligente.” Así se expresaba Edmund Wilson a propósito de Intrusos en el polvo. Pero ésta es sólo una de los centenares de declaraciones -muchas provenientes de lectores tanto o más excelentes aun que Wilson, entre ellos algunos de los más grandes escritores contemporáneosque integran el abultado dossier relativo a la dificultad de Faulkner, a la irritante proliferación de sus “imposibles estruendos bíblicos” (Nabokov). A la vista de ese dossier, y de sus displicentes o exasperados dictámenes, cuesta explicarse el enorme ascendiente de Faulkner sobre la narrativa americana y europea de la segunda mitad del siglo XX. Un ascendiente que cobra, en el ámbito de la lengua castellana, proporciones sencillamente asombrosas, pero cuyo rastro cuesta muchísimo

detectar en la actualidad. Para justificar ese ascendiente, hay que considerar el prestigio del que gozó durante unas pocas décadas lo que alguna vez se ha llamado “estética de la dificultad”; un prestigio asociado a los resplandores de la alta cultura en un momento histórico marcado por el acceso masivo a la cultura letrada de nuevas capas de población que hasta hacía bien poco habían permanecido al margen de ella. El descrédito galopante de esa “estética de la dificultad” convierte a Faulkner en un viejo maestro cuyo poder de irradiación parece quedar fuera de esta época. De hecho, ya lo parecía cuando Wilson lo señalaba como una especie de “primitivo”, extraño a “las técnicas de la novela moderna, con su ideal de eficiencia tecnológica y su especialización de los medios para alcanzar el fin”. Puede que el magisterio de Faulkner sólo pueda ser asumido cabalmente por parte de quienes están dispuestos a adentrase con armas y bagajes en el mismo territorio selvático y ruinoso que él exploró. Puede que la marca de quienes se deciden a ello sea la de ejercer, como el propio Faulkner, un magisterio intimidante y dislocado, absorto. Baste pensar en Juan Carlos Onetti y en Juan Benet, en la posición tan indiscutible y a la vez tan obviada que ocupan en sus tradiciones respectivas. Por los tiempos en que Faulkner emergía como narrador, Adorno alertaba sobre la rebaja del pensamiento que conlleva el sacrificio de la complejidad sintáctica; la claudicación implícita que él reconocía en las pretensiones de lucidez, de dureza objetiva, de claridad que profesan tantos escritores modernos. Faulkner atribuía a esta rebaja del pensamiento una profunda dimensión ética. Su estilo es el campo de batalla en el que, exponiéndose valientemente a la derrota, la palabra pugna por abrirse camino hacia esas “grandes verdades fundamentales” a las que él mismo se orienta. El miedo al que él se refiere, ese miedo que a su juicio impide a los nuevos narradores escribir obras maestras, es -por decirlo con palabras de Ador-

no- el “miedo suscitado por el mercado, el miedo al cliente que no quiere esforzarse y al que fueron adaptándose primero los redactores y luego los escritores”. Un miedo que entretanto ha sido a tal punto interiorizado por la mayoría de éstos, que ya ni siquiera lo experimentan como tal, y les mueve -a ellos y a sus lectores- a ver a Faulkner y a sus seguidores, cada vez más escasos, como excéntricos representantes de una especie en extinción, digna de ser protegida y contemplada quizá con veneración, pero con curiosidad arqueológica, apenas concerniente. Publicado en El cultural, | Publicado el 06/07/2012


CORREO del SUR Alejandro Gándara

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lcohol. La bebida no construye el estilo, pero lo acompaña. Hay una sinuosidad detectable, una longitud de párrafo, una bruma que espesa la sintaxis, una elaboración de imágenes que nunca definen sus contornos y que se suceden y encabalgan mediante asociación libre. El alcohol huye de la literalidad y permite la fuga a mundos alternativos que se sienten verídicos, irrefutables. No es fácil escribir mientras se bebe. Sólo en algunos casos escogidos el alcohol y la literatura funden sus propósitos. Amor. “Entre la pena y la nada, me quedo con la pena”. Bondad. Las hay de varias clases y todas ellas peligrosas. Confiere dignidad y dolor a un tiempo. Coro. La inspiración que proporcionan las tragedias griegas tiene una larga tradición. Las sociedades disponen de un alma que rebasa y no necesariamente coincide con la de los individuos particulares. El coro antiguo es el canto común de las leyes aceptadas y de la moral compartida. No es una invención, sino una atenta observación de la realidad. Los ciudadanos que se reúnen de manera casual en los bares y en las verandas producen ese alma y en ocasiones fatales la imponen con inconsciencia. A menudo sin piedad. Dios. Producto del fatum humano, no hay más Dios que el que los hombres hacen. La consecuencia es que se manifiesta imponderable, inescrutable y la conciencia individual no lo abarca. Los hombres no necesitan creer en Dios para saber que existe. Saben que existe porque es de su exclusiva competencia, es su obra. Empatía. La novela no es tesis, ni fotografía de un mundo, ni Historia. Es un acto voluntariamente deformante de una realidad compartida que intenta ponerse en el lugar de lo que se ha quedado mudo: personas, sociedades, culturas. No hay pretensiones de salvación, justificación o redención. Sólo cuenta el acto de empatía. No es dar cuenta, es darse cuenta. Faulkner, William. Nacido en Albany en 1897 y muerto en Byhalia en 1962, con el apellido Falkner. La “u” que le añadió tiene motivos imprecisos, pero se corresponde con el sistema de investimiento que todo escritor lleva a cabo para borrar su rastro. A William le parecía más aristocrático y en una sola letra creyó concentrar su sentido de la distinción. Ya se sabe que el creador empieza por crearse a sí mismo. Geometría moral. “Antes había honor y sacrificio. Ahora sólo hay ángulos”. Guerra de Secesión. Nadie ganó, a pesar de las crónicas y de las soflamas. Solamente impuso un horizonte de incertidumbre moral que dura hasta hoy. Las heridas de la carne no fueron más que la apariencia de las heridas irrestañables del espíritu. Infierno. A diferencia de Sartre el infierno no son los otros, sino nosotros. Flem Snopes desciende a los infiernos: -¿Qué le habéis ofrecido?- preguntó (el Príncipe). -Las gratificaciones. -¿Y? -Las tiene. Dice que para un hombre que sólo masca tabaco, cualquier escupidera sirve. -¿Y luego? -Las vanidades. -¿Y...? -Las tiene. Ha traído una gruesa en la maleta, hecha de amianto especialmente para él, con broches que no se funden. -Entonces, ¿qué es lo que quiere?- gritó el Príncipe¿Qué es lo que quiere? ¿El Paraíso? Y el anciano servidor se le quedó mirando, y el Príncipe creyó primero que era porque no había olvidado la burla anterior. Pero pronto descubrió que no era ese el motivo. -No- dijo el anciano servidor- Quiere el Infierno. Látigo. Cuando el sureño lo levanta para descargarlo es por un cierto sentido de la pedagogía y por obediencia a un mandato superior, que no está escrito, pero que él cree haber leído. Mal. Es la herencia de las generaciones. Pasa de unas a otras, no se detiene. Una vez se ha puesto en pie, sigue su curso. Es lo que nos reúne con nuestros antecesores, lo que hace del tiempo un único instante. Una forma de religare mortal, fuera de toda mística. Estructura del alma. Miseria. Una forma de fanatismo de la propia impotencia. Necesaria como la fe. Su proliferación es la prueba de que existe la divinidad y de que nos escucha. Muerte. La presencia constante. A veces, buscada. Alistamiento en la RAF durante la Primera Guerra Mundial. Ya había sido rechazado en Estados Unidos por su corta estatura. Amenazó con enrolarse en el ejército alemán si

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F.A.U.L.K.N.E.R El escritor de la A a la Z

no le dejaban pilotar en combate. Su primera hija muere a los nueve días. La entierra en solitario, cargando hasta el cementerio con su pequeño ataúd. Narrador. Hasta cuando se identifica, el narrador no es otro que la tierra, muy por encima de la precariedad y de la mortalidad humana. Hay una lengua y un relato que está por encima de nosotros. Es la voz que prefiere Faulkner, la que no es de nadie. La que afecta a todos. Pero no es omnisciente, por la sencilla razón de que no sabe. Habla porque busca, no porque conozca el desenlace ni los misterios del corazón. Una voz sabia, a fin de cuentas, porque conoce todo lo que ignora. De ahí su fondo poético, su elección del pneuma en vez del logos, su profunda paciencia. Naturaleza. Naturaleza. Blancos, negros, mujeres, niños animales, tierra. Todo habla a la vez y todo lo hace con la misma voz. Y todos cumplen su misión de entonar el canto y el relato. Es la forma en que el autor escucha la música de su mundo. Niño. Es el padre del hombre. Nunca dejamos de ser lo que fuimos. La idea no pertenece al campo de la psicología, sino al de nuestra forma de estar en la tierra: es el destino al que servimos. Siempre somos los de antes. Nobel (discurso). “El hombre prevalecerá por su espíritu capaz de compadecerse y sacrificarse y soportar el sufrimiento”. Novela. Género en extinción, último gran aliento de las antiguas palabras y de los antiguos relatos. Por ello mismo, el género más adecuado para tratar con lo que se extingue: los viejos valores y sentimientos de un Sur derrotado, legítimamente derrotado. Sin nostalgia, sin retórica para la Historia. Paraíso. El mito reiterado y constitutivo de la humanidad entera. Es el mito de la expulsión eterna. Siempre estamos yéndonos del Edén. Pero nadie lo ha conocido. Su fuerza práctica reside tanto en su falta de evidencia como

en la contundencia con que es trasmitido de generación en generación con palabras invariables. No hay versión posible. Forma parte de la realidad palpable. Progreso. Es un empujón regresivo. Siempre marcha hacia atrás. La memoria del pasado histórico es más que una invención: es una herramienta de la identidad, la consagración del grupo, la tribu o la sociedad. Cumple funciones de adiestramiento e integración. De ahí que “la memoria crea antes de que el conocimiento recuerde”. Religión. El jinete oculto del Apocalipsis. Propagadora del fatalismo, del pesimismo existencial, intelectualmente aberrante y espiritualmente la visión del hombre como animal caído, siempre proclive a una abyección mayor. Ruido (y furia). “La vida no es más que una sombra andante, jugador deficiente, que apuntala y realza su hora en el escenario y después ya no se escucha más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada.” Lo escribió Shakespeare en su Macbeth, pero era de Faulkner. Sur. Violencia en todas direcciones, expresada como una fuerza de la naturaleza, pero construida con manos humanas. La creación divina también está implicada. Hay una destrucción intrínseca en todas las criaturas y en todo lo creado. Todo tiende a una epifanía dolorosa y Dios es el Supremo Artífice. El Sur es la obra directa de Dios. Yoknapatawpha. Condado imaginario, no ficticio, diseñado como un infierno de almas. Puede situarse al noroeste de Mississippi, pero en cuanto tal imagen carece de pertenencia exclusiva y puede trasladarse donde se quiera. Lo propio de las imágenes son su permanencia y su desarraigo, en particular cuando proceden de la literatura. Tal vez la literatura sea en sí misma una forma de desarraigo de aquello que resulta demasiado cercano, concreto, aislante. El cultural, 06/07/2012


“En un cuento de Alice Munro caben novelas completas”. Muñoz Molina

Alice Munro Premio Nobel de Literatura E

l escritor Antonio Muñoz Molina sintió hoy “una alegría gigantesca, enorme” al saber que había ganado el Nobel de Literatura la canadiense Alice Munro, una mujer “prodigiosa que tiene la virtud de comprimir el tiempo y la vida en el espacio de un cuento”.”En un cuento de Alice Munro caben novelas completas”, aseguró a Efe el escritor español. “Es muy raro que haya tanta justicia como se ha hecho hoy”, sobre todo porque la nueva Nobel de Literatura es “una persona que tiene tan pocas pretensiones intelectuales, en el sentido de que no es el tipo de escritor que a la gente que rige la moda le llame la atención”. Munro, prosiguió el novelista español, “ha hecho lo que ha querido toda su vida”, y eso se nota tanto en sus cuentos de hace cincuenta años como en los de ahora. “Ella ha ido cambiando cuando no le hacían mucho caso y también cuando sí se lo han hecho, y siempre ha ido evolucionando con soberanía …”Es el escritor que más confianza me ofrece. Jamás la he visto desfallecer, siempre es extraordinaria, y, además, de una manera tan poco llamativa. Es muy

discípula de Chéjov y en sus relatos hay también ese tono en apariencia menor”, añadió. Una de las historias “más impresionantes” de Munro es la que dio título a su libro “Demasiada felicidad”, una novela corta que trata de la vida de una matemática rusa: “Es como una novela rusa de 500 páginas comprimida en setenta páginas, porque ella tiene la virtud de comprimir el tiempo y la vida en el espacio de un cuento”. El autor de “El jinete polaco” también destacó “esa manera tan sutil” que tiene la escritora canadiense de retratar lo femenino y las relaciones de unas mujeres con otras mujeres, así como la maestría que posee para reflejar “el cambio de los tiempos, lo que ocurre cuando se compara el ayer y el ahora”. “Munro es una mujer que viene de un mundo rural, muy atrasado, y en los años sesenta vivió el gran cambio de las costumbres y de la economía. Al final de su juventud vivió el salto del puritanismo extremo a la liberación sexual, pero no al estilo de los hippies de California sino de una familia de clase media de Canadá. Su último libro, “Mi vida que-

rida”, “es prodigioso, de una calidad excepcional” y en sus páginas se refleja “la categoría que Munro tiene como persona y como escritora”. EFE ¿Quién es Alice Munro? Alice Ann Laidlaw, nació en Ontario, Canadá el 10 de julio de 1931. Vivió primero en una granja al oeste de esa zona canadiense, en una época de depresión económica; esta vida tan elemental fue decisiva como trasfondo en una parte de sus relatos. Conoció muy joven a Michael Munro, en la Universidad de Western Ontario; ejerció trabajos manuales para pagarse sus estudios. Se casó en 1951, y se instalaron en Vancouver. Tuvo su primera hija a los 21 años. Luego, ya con sus tres hijas, en 1963 se trasladó a Victoria, donde llevó con su marido una librería. Se divorció en 1972, y al regresar a su estado natal se convirtió en una fructífera escritora-residente en su antigua universidad. Volvió a casarse en 1976, con Gerald Fremlin. A partir de entonces, consolidó su carrera de escritora, ya bien orientada. En 1950 comenzó a escribir

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cuentos, publicó dos recopilaciones de relatos y una novela. Antes de 1976, escribió “Dance of the Happy Shades” (1968), sus primeros cuentos, algunos muy tempranos en su vida; pero también la importante novela “Las vidas de las mujeres” (1971), y los relatos entrelazados “Something I’ve Been Meaning to Tell You” (1974). Luego, publicó nuevas colecciones de relatos, “The Beggar Maid” (1978), “Las lunas de Júpiter”, “The Progress of Love” (1986), “Amistad de juventud y Secretos a voces” (1994). Ya había sido traducida al español en esa década, pero empezó a ser conocida definitivamente en nuestro siglo, con los relatos de “Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio” (2001) y luego con los de “Escapada” (2004). Se había mantenido como una escritora algo secreta. En “La vista desde Castle Rock”, 2006, hizo un balance de la historia remota de su familia, en parte escocesa, emigrada al Canadá, y describió ampliamente las dificultades de sus padres. Su libro se alejaba un punto de su modo expresivo anterior. Por entonces, habló de retirarse, pero la publicación del

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excelente “Demasiada felicidad” (nuevos cuentos, aparecidos en 2009), lo desmintió. Además, en 2012 ha publicado otro libro de relatos —con el rótulo “Dear Life” (Mi vida querida)—, son cuentos más despojados y más centrados en el pretérito. En su última sección se detiene en un puñado de recuerdos personales, que pueden verse como una especie de confesión definitiva de la autora, pues son “las primeras y últimas cosas -también las más fieles-, que tengo que decir sobre mi propia vida”. Munro, que no se ha prodigado en la prensa, ha reconocido el influjo inicial de grandes escritoras —Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor, Carson McCullers o Eudora Welty—, así como de dos narradores: James Agee y especialmente William Maxwell. Sus relatos breves se centran en las relaciones humanas analizadas a través de la lente de la vida cotidiana. Por esto, y por su alta calidad, ha sido llamada “la Chéjov canadiense”. Acostumbra pasar largas temporadas de vacaciones en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, donde ha escrito varias de sus novelas.


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