Número 353 Septiembre 22, 2013
Nellie Campobello la mujer de manos rojas / ¿Han muerto las ideologías? / El camino ancho y abierto, Marshall Berman / Más armas más homicidios en EEUU
“Juré no callarme frente a la tortura y la barbarie”
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VÍCTOR OROZCO Para Dinorah Rodríguez, en su cumpleaños
J
esús Vargas, investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y Flor García, joven escritora, acaban de publicar su monumental biografía de Nellie Campobello. De vez en cuando se lee un libro fascinante. Este es uno de ellos. Gestado durante un largo tiempo, más de dos décadas, manifiesta la acumulación de datos, experiencias, reflexiones, depositadas como un sedimento tras otro y cuyo resultado es un suelo profundo, denso, propicio para las cosechas abundantes, como las rendidas en esta obra. Dice Vargas en un apéndice explicativo de la génesis y desarrollo del texto, que en 1989 Myrna Pastrana la contó del secuestro y desaparición de Nellie ocurrido desde cuatro años antes. Conocedor previo de algunas de las obras de esta mujer originaria de Villa Ocampo, Durango y avecindada durante su infancia en Parral, la información al parecer lo conmocionó, pues a partir de entonces le dedicó tiempo valioso a estudiar sus libros y el tránsito de sus días. Años después se unió a la ambiciosa empresa intelectual la joven Flor García. Francisca Luna, nombre original de la bailarina-escritora-maestra-amante-adivinadora, pues todo lo fue la Campobello, -inseparable de Gloria, su hermana menores un personaje de novela (arriesgando el lugar común implicado en la frase). Sus biógrafos, como los de Fray Servando Teresa de Mier o de Flora Tristán, deben enfrentar la tarea de recrear vidas tormentosas, tan llenas de acontecimientos. Ora han de explicar una complicada relación amorosa, una pasión arrolladora, una prosa o un poema, el compromiso con una acción trascendente, todo el conjunto enmarcado en un carácter indomable. La circunstancia de mayor influencia en Nellie Campobello, fue la revolución. La vivió en corto. Recuerdo un texto de una contemporánea suya, Alicia Echeverría, quien dice cómo transcurrió su infancia en un lugar de Michoacán por dónde no pasó la guerra. Las revoluciones operan a la manera de torrentes o pequeños arroyos que dejan islas o promontorios secos, en los cuales sus habitantes escapan a la inundación. El de Campobello no fue el caso. Sus regiones, el norte de Durango y el sur de Chihuahua se sumergieron por completo. Allí, la niña-adolescente (nació en 1900), escuchó relatos sin fin sobre los aconteceres de estos soldados-campesinos heridos, valerosos hasta la temeridad, muertos a veces no más porque sí, seguidores incondicionales de caudillos como Pancho Villa, figura de inspiración y apego para la futura escritora. Nunca olvidó los tiempos azarosos resistidos por su madre para sobrevivir a la pobreza y a la violencia, en tanto protegía a sus críos. En La Habana, a donde les llevó la continua vorágine de sus vidas, la bella bailarina le contaba episodios de la contienda a José Antonio Fernández de Castro, periodista cubano y amigo-amante, protector de las Campobello, quien convalecía en un hospital y a quien las mexicanas visitaban con gratitud. Fue él quien casi le demandó la escritura de estos relatos. Fue así como nació Cartucho, vívida novela de la revolución, cultivadora de un estilo directo, sin adornos ni vericuetos. Antes, otro notable Gerardo Murillo, el famoso y contradictorio Dr Atl, la estimuló publicándole su poemario Yo, Francisca. En los años del cardenismo comenzó la relación de Nellie Campobello con Martín Luis Guzmán, a quien puso en contacto
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Nellie Campobello LA MUJER DE MANOS ROJAS
con Austraberta Rentería, -una de la viudas del Centauro y poseedora de los documentos-, para publicar las Memorias de Pancho Villa, quizá la novela de mayor fama del gran escritor. La duranguense a su vez dio a las prensas Apuntes sobre la Vida Militar de Francisco Villa. No obstante estos arrestos de escritora, su pasión vital era la danza. Junto con su hermana Gloria, recorrió estilos, bailes, caracterizaciones y
dio lo mejor cuando fue ganada por la ola nacionalista que invadió la pintura, el cine, la escultura y…la danza. Si Diego Rivera pretendía pintar usando sólo materiales venidos del suelo mexicano, la Campobello buscaba sublimar la danza tehuana, la del venado o el jarabe tapatío. En 1934, finalmente se inauguró el Palacio de Bellas Artes, cuyo uso también sufrió una mutación, pues de la inicial idea con la cual fue
concebido hacia 1904 cuando se inició su edificación, como un teatro y hogar de las bellas artes, se convirtió en un instrumento para la enseñanza y la difusión de la cultura. Las Campobello ingresaron al colosal proyecto revolucionario con pie derecho y naturalidad, gracias al dominio de la danza, en la cual se condensan las otras seis expresiones de la belleza y la creación humana. Recibieron también el impulso
CORREO del SUR de varios grandes de la cultura mexicana. La fundación del Ballet de la Ciudad de México, fue como dicen los autores, la realización de un sueño. Reunió el talento, la creatividad y el ardor de Martín Luis Guzmán, José Clemente Orozco y las dos bailarinas, cuatro vidas entretejidas por el amor y la incondicional entrega a su oficio. A partir de entonces, el público mexicano –y no únicamente el de la capital, pues incluyó por un momento al de Parral, el del barrio del Rayo, donde residió la muchachita escuálida que era entonces Nellie- pudo apreciar los montajes de obras clásicas en las cuales resplandecía el genio de coreógrafos, guionistas y sobre todo el virtuosismo de los bailarines. En el libro pasan lista decenas de nombres, protagonistas del México posrevolucinario como lo fue Nellie Campobello. Imposible consignar en esta nota a todos ellos. Menciono tan sólo a las mujeres: Frida Khalo, Tina Modotti, Antonieta Rivas Mercado, Carmen Mondragón. Es un pequeño grupo integrado también por Consuelo Uranga, Guadalupe Marín, Lupe Vélez, entre otras. Audaces y liberadoras, como todas las pioneras, marcaron con su impronta al México de su época y nos heredaron su actitud iconoclasta, irreverente, emancipadora. La biografiada de Jesús Vargas y Flor García, -al igual que las otrasno podía emerger en la sociedad porfiriana, llena de prejuicios y mojigatería. Son flores brotadas en los surcos abiertos por la lucha revolucionaria. De otra manera su existencia es inconcebible. Hay otro mérito del libro, al cual ya nos tiene acostumbrados Jesús Vargas: la integración de múltiples imágenes, como un regalo para el lector. Están allí las Campobello desde su infancia hasta los trágicos días ancianos de Nellie, secuestrada y drogada por sus verdugos, quienes también aparecen. El desfile es vasto e incluye a numerosos personajes contemporáneos junto con los amores de las hermanas –también de número vasto-. Debe agradecerse esta diligencia de los autores para ofrecer no sólo letras bien pulidas, sino una colección de fotografías poseedoras de un valor en sí mismas. Destaco un valor adicional, no de los menores en el libro: entre las motivaciones para investigar, quizá la de mayor nobleza es la pasión por el tema. Sobresale por encima de aquellas llevadas al cabo para cumplir requisitos académicos o encargos de cualquier tipo. Frente a la epidemia de estandarizaciones obligatorias, que asuela a universidades y escuelas, demos la bienvenida a un texto escrito por amor al arte, ausente el propósito de ganar puntos en alguna evaluación, confiada a la computadora dispuesta para ejecutar sumas de tasaciones preestablecidas, sin parar mientes en la sustancia del trabajo. Una observación crítica: quizá deba evitarse en una futura edición algún traslape o repetición, ocurridos probablemente al coser piezas diferentes de redacción. ¿Y por qué el subtítulo “Mujer de manos rojas”?. Me lo pregunté igual, hasta que leí el bello y desafiante poema de la propia Nellie Campobello colocado en la página 600, la última: “No quiero/manos pálidas/que pidan/ perdón/al cielo;/las quiero rojas/para derribar/cerros./Que venga/el desbordamiento/de fuerza/y de grandeza;/manos rojas para/derribar cerros,/manos que no se/ sorprendan de tener cerebro”. (Jesús Vargas Valdez y Flor García Rufino: Nellie Campobello. Mujer de Manos Rojas, Biblioteca Chihuahuense, Secretaría de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno del Estado de Chihuahua, 2013)
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¿Han muerto las ideologías?
AUGUSTO KLAPPENBACH*
E
n 1989 Francis Fukuyama, asesor del presidente de los Estados Unidos, publicó un artículo titulado El fin de la historia que tuvo una repercusión a mi entender inexplicable, teniendo en cuenta el bajo nivel teórico de su argumentación, tomada de un Hegel mal leído. Más de diez años después insistía en la misma tesis, argumentando que los hechos no habían desmentido su hipótesis. Decía Fukuyama que estamos asistiendo “al último paso de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal como forma final de gobierno humano”, poniendo en el mismo plano la democracia, el capitalismo liberal, la economía de mercado y hasta los derechos humanos, todos ellos constitutivos del “estadio definitivo del pensamiento humano”. En adelante podrá haber nuevos acontecimientos, pero lo que se ha terminado es “la evolución del pensamiento humano”: una afirmación sin duda verdadera si se refiere a la evolución del pensamiento del propio Fukuyama, pero ridícula si pretende abarcar a la humanidad en su conjunto. Resulta curioso que los profetas del fin de las ideologías —Fukuyama no es el único— siempre anuncien la muerte de todas ellas menos de la propia, que sigue gozando de buena salud. Al calor de este apocalípsis se acuñó la expresión “pensamiento único” para señalar el dogma neoliberal entendido no solo como un sistema económico sino como una concepción global de la vida social. Este dogma sería el único a quien se le ha concedido la inmortalidad. Ignoro si Fukuyama sigue sosteniendo su tesis: probablemente lo haga, ateniéndose al dicho “si las teorías no coinciden con los hechos, tanto peor para los hechos”. Pero un vistazo al mundo de hoy implica un desmentido radical a esta “unidad de destino en lo universal” que proclaman los defensores del fin de las ideologías. Cada día queda más claro que la democracia y el capitalismo actual, que el autor considera como partes integrantes del estadio definitivo de la humanidad, son incompatibles entre sí. Si bien es verdad que el capitalismo nació junto con el sistema democrático de gobierno, también lo es que resulta cada vez más evidente que el supuesto gobierno del pueblo postulado por la democracia resulta ampliamente superado por grupos de presión que toman las decisiones en anónimos despachos repartidos por todo el mundo. Un ejemplo claro lo tenemos en Europa: el modesto estado de bienestar que habíamos elegido como modelo social está siendo
desmontado progresivamente para sustituirlo por la gestión privada de los servicios sociales, sin que haya mediado ninguna consulta a los ciudadanos sobre el tema. La justificación de estas medidas es claramente ideológica: se apoya en una concepción de la libertad como una posesión del sujeto individual y no como el resultado de decisiones colectivas. La competencia se convierte en el eje de la organización de la sociedad y no la solidaridad entre sus miembros. La propiedad y gestión privada de los servicios se considera preferible a la gestión pública. Todo esto puede discutirse, por supuesto. Pero lo que resulta indiscutible es la imposición de este modelo a la sociedad saltándose todos los procedimientos democráticos. En esta situación, afirmar que se ha llegado al definitivo triunfo de la democracia y el capitalismo como partes integrantes de un mismo paradigma resulta por lo menos insólito y en cualquier caso una opinión claramente ideológica. Se suele aducir que no existe otro modelo alternativo. Según los que proclaman el fin de las ideologías las leyes del capitalismo son tan indiscutibles como las leyes de la naturaleza y el fracaso de las políticas colectivistas de la Europa del Este constituiría la demostración de ese dogma. Pero si de fracasos se trata, habría de contabilizar los innumerables fracasos de la historia del capitalismo: si aceptamos que el éxito de un sistema económico se mide por su capacidad para satisfacer al menos las necesidades básicas de la población, hay que recordar que en este momento menos de una cuarta parte de la población mundial tiene acceso a lo que hoy consideramos derechos fundamentales de bienestar y que la distancia entre el minoritario mundo desarrollado y la mayoría de los habitantes de este planeta no deja de crecer, mientras millones de personas siguen muriendo de hambre cada año. Entre tanto, los activos financieros dedicados a la economía especulativa alcanzan cifras astronómicas cuya gestión escapa a cualquier control democrático y que no se invierten precisamente en responder a las necesidades reales de la gente. Por no hablar de las periódicas crisis que azotan incluso a los países que aceptan dócilmente las recetas neoliberales. ¿Y estos fracasos, la mayoría frutos del capitalismo, no se consideran argumentos que demuestren la ineficacia de ese sistema mientras que el colapso de los modelos socialistas se supone que descalifican cualquier intento futuro de gestión democrática de la economía? Lo que está claro es que a lo largo de la historia de la humanidad se han sucedido muchos sistemas productivos, cada uno de los cuales fue visto seguramente por sus contemporáneos como el sistema definitivo. No imagino a un señor feudal previendo la emancipación de los esclavos y la variación de las primas de riesgo. Suponer que el capitalismo liberal constituye el punto de llegada de la historia constituye la apoteosis del pensamiento ideológico antes que su superación. Y desde otro punto de vista tampoco parece que la democracia liberal capitalista pueda arrogarse la condición de modelo final de la historia. El mundo árabe está lejos de aceptar el paradigma occidental y los intentos de establecer sociedades islámicas están proliferando en el mundo. Las luchas étnicas, las guerras entre países y las guerras civiles no muestran signos de desaparecer. China, probablemente la primera potencia mundial dentro de unos años, parece decidida a desarrollar sus propias pautas culturales, políticas y económicas. El deterioro de un planeta sobreexplotado sigue su curso. Ante este panorama ¿alguien puede atreverse a predecir o siquiera a imaginar el destino de la humanidad en los próximos siglos? Afirmar, como lo hace Fukuyama, que “la historia es direccional, progresiva y culmina en el moderno Estado liberal” constituye una muestra más de esa necesidad humana de encontrarle sentido a la historia, aunque sea a costa de fundamentalismos irracionales. Los chimpancés no necesitan ocuparse de estas cuestiones: la madre naturaleza les regala las respuestas a estos problemas. Pero los seres humanos tenemos el costoso privilegio de inventar nuestra organización social sin que ningún “espíritu objetivo” pueda elegirla por nosotros. De ahí que las ideologías, entendidas como la manera en que una sociedad se piensa a sí misma y decide cómo quiere organizarse sean tan persistentes como nuestra propia especie. *Escritor y filósofo.
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CORREO del SUR
RIGOBERTA MENCHÚ, LÍDER INDÍGENA GUATEMALTECA, PREMIO Aquí cuenta su lucha en Guatemala, una nación signada por el genocidio de los años ’80. Relata su vida, la desaparición y muerte de buena parte de su familia y cómo se convirtió en militante. También revela lo que le falta hacer. SONIA SANTORO
“H
emos ayudado a recuperar credibilidad, entonces algo tiene que ocurrir para que los ciudadanos asuman su responsabilidad individual. Sean mayas o no mayas, mujeres u hombres, lo más importante es que tengamos esa conciencia de un quehacer ciudadano”, propone Rigoberta Menchú Tum, enfundada en el típico huipil con el que se la ve recorrer el mundo allí donde es necesario escuchar las voces de los oprimidos. La Premio Nobel de la Paz dice, sin embargo, que a 30 años de la etapa más violenta de lo que se conoce como genocidio guatemalteco, su país vive “una etapa difícil”: incluso la impunidad hoy continúa. “No creo que dure pocas décadas esta situación, porque los hijos de los perpetuadores del genocidio nunca lo van a reconocer. Los victimarios no lo van a reconocer, los fascistas tampoco y la gente está con su verdad y la verdad está ahí. Esto es Guatemala.” –¿Qué aprendió de su padre? –Mi padre dejó muchas huellas. Uno era porque él tuvo la capacidad de estar al frente de un gran movimiento campesino. Fue parte del Comité de Unidad Campesina (CUC). El lo lideró, estuvo presente. Luego estuvo muy vinculado al reclamo de la tierra. Mi padre veía la tierra como nuestra madre la gran selva. Luego buscaba siempre maneras de producir allí sin que lesionara toda la tierra. Buscaba mucha tecnología campesina para ver cómo mejorar sin vender la tierra como si fuera un negocio. Mi padre también era un catequista cristiano fiel a la Iglesia. Trabajaba en una militancia en la Iglesia Católica. Era alguien que abría una brecha. En sus búsquedas a veces nos incluía. Nos llevaba a la comunidad, aunque yo creo que más lo acompañaron mis hermanos a él. Eran muchos hombres los que andaban con él pero siempre nos incluían a alguna de nosotras las mujeres. –¿Y su mamá?, ¿ella era partera? –Ella es otra tendencia. Era partera, veía nacer los niños, las niñas. A cualquier hora que venían a buscarla de una selva, una montaña, agarraba sus cosas y se iban. Pero también tenía un proceso para sus pacientes. Las veía desde los tres meses de embarazo. Muchas de ellas daban a
luz en las montañas más lejanas y, desde lo que recuerdo, mi madre nunca tuvo un paciente que se le haya ido, muerto. Ella también usaba mucho las plantas medicinales, la medicina ancestral, el trato a las mujeres en un espacio sagrado que tenemos que se llama temazcal. –¿Usted aprendió la partería? –Sí, es una de las cosas que a mí me da mucho gusto. Porque cuando tú tienes una maestra enfrente no te das cuenta de que tienes una maestra y no te das cuenta de que cada cosa que hace es una enseñanza, pero cuando tú pierdes esa maestra te das cuenta de todo. Entonces mi padre por supuesto tiene un liderazgo, es indiscutible que el liderazgo de mi papá lo mamé un poquito. Me enseñó a hablar, a tomar decisiones. Me llevaba con él cuando tenía 5 o 6 años. En cambio mi madre hacía posible ir a buscar las plantas, procesarlas para que le preparáramos las condiciones en algunos casos, la acompañáramos a desvelarnos toda la noche, acompañando desde otro lugar, porque las señoritas nunca están presentes en un parto. Pero estábamos cerca. –¿Tuvo a su hijo en esta tradición? –No, porque la vida que tenemos actualmente las mujeres es una vida de muchas presiones y mi embarazo era de harto riesgo y tuve cesárea. –¿Cuando era chica pensaba en qué quería ser cuando fuera grande? –Yo admiraba muchas cosas. En mi tierra pasaba un avión y todo el mundo salía a ver si alcanzaban a verlo en el horizonte. Siempre se cuestiona uno porque no había televisión, no había luz eléctrica, no había carretera, la ciudad para nosotros había sido siempre un monstruo. Entonces nunca tuvimos mucha cercanía con la ciudad, hasta los 16 años. Tenía esa edad cuando partí primero a casas de monjas. Pero después a casas particulares. Es otra vida increíble, una se hace prisionera en la casa del patrón, es así. Casi toda la experiencia de las mujeres que trabajan en casas particulares... no salen más que al mercado que está cerca de la casas y hacen lo mismo todos los días. No se aprende mucho si no te dan oportunidad de aprender más. Donde yo aprendí más fue en el convento, porque ahí me enseñaron la alfabetización, después me gané una beca. Después saqué de primero a cuarto grado en un programa de
educación de adultos y el siguiente año saqué quinto, sexto. Y cuando murieron mis padres estaba en secundaria. –¿Qué edad tenía? –23 años. –¿Y cómo se sobrevive a tanta tragedia? –La espiritualidad maya es profunda. La primera regla es estar en paz con los difuntos, y para eso hay que trabajar mucho en lo interior. Tu calidad mental, espiritual, junto a saber que uno debe ser feliz con poco. Porque los rencores, los odios, es la propia inconformidad del ser humano. Querer reparar los hechos. Yo juré no callarme frente a la tortura, la desaparición forzada, la barbarie. Entonces estuve detrás de la denuncia pública, de hablar públicamente, de buscar los medios de comunicación, de decir mi verdad. Muy consciente de que la verdad mía no es sólo mía, es la verdad de otros. Entonces esa misión social con que yo asumí la barbarie que le pasó a mi familia: mi hermano Patrocinio, que hasta ahora no encuentro sus restos; mi hermano Víctor, que sé que fue fusilado en público pero hasta ahora no encuentro sus restos; de mi madre que fue secuestrada, torturada, humillada, yo nunca podría pensar que esa humillación aguantaría yo. Y por lo tanto, tengo que estar indignada frente a eso. O sea, la indignación, la potencia, la poca capacidad de resolver las cosas me hizo a mí ir a los organismos mundiales, a los medios, sobre todo los medios mexicanos me dieron la gran oportunidad de trascender junto con mi gente, con la historia de Guatemala. –Eso lo hizo desde el exilio... –Sí. Catorce años de mi vida realmente dedicados a la denuncia. Fueron terribles esos años porque peleaba contra un monstruo, un sistema, unos poderes fácticos muy asesinos. Entonces me ayudó mucho pensar que no sabía dónde estaba el resto de mi familia. Incluso pensé que mi hermana Anita había muerto, tal vez mi hermana Lucía y mi hermano Nicolás también. Si yo hubiera sabido que ellos estaban vivos tal vez me hubiera frenado, porque uno no quiere poner en riesgo a una persona más, después de todos los riesgos que se habían corrido. –¿Cuándo supo que estaban vivos? –Diez años después. Pero antes fueron ocho años de haberme ido y de dedicarme a hacer denuncias públicas. En Ginebra, hay tantos archivos de denuncias que hice por lo menos cinco veces al año, año tras año, en la Comisión de Prevención de Discriminaciones, en el Grupo de Trabajo de Comisiones Indígenas, en el Comité contra el Racismo y la Discriminación, o sea, en todos los órganos de la ONU. En Nueva York comparecí año con año en la Asamblea General y no tenía ningún respaldo del go-
bierno. Pero sí éramos un equipo de guatemaltecos, de distinguidas personalidades que promovimos las resoluciones, que año con año persuadimos a los países para que patrocinaran las resoluciones condenatorias de lo que se vivía en Guatemala. Entonces ocho años después recibí una carta del Movimiento Insurgente en Guatemala, de sus altos mandos, para decirme que mi hermana Anita había fallecido, que había caído. Yo la lloré por dos, tres meses y después me llegó otra nota diciendo que se habían confundido de persona, no era ella. Qué lindo cuando te resucitan un ser querido cuando tú lo das por muerto. No sólo que ocho años después no sabía de ella y que la primera noticia que recibo es que había muerto y que después me dijeron que estaba viva, fueron como resurrecciones raras. Y cuando me dieron el Premio Nobel tuve la oportunidad de que se acercara a mí mi hermano Nicolás, mi cuñada Juana y sus hijos. Entonces estaban vivos. O sea, los vi por primera vez después del Premio Nobel. Igual mis dos hermanitas se trasladaron a México, ya con hijos e hijas. Entonces ya volvimos a reconstruir la familia y un poco antes conocí a mi esposo Angel, entonces empezamos a vivir, trabajar juntos, y a pensar en una familia que parecía no clara al principio hasta que tuvimos un hijo un año después, Mash, que nos cambió la vida realmente. –¿Qué significa Mash? –Su nombre completo es Mash Nahual Ja, que quiere decir “espíritu del agua”. Y el Mash lo pusimos en homenaje a los ancestros, porque en maya hay muchas interpretaciones. En maya yucateca, Mash es “mono”, y en el calendario maya el mono es el destino, es el tiempo. Y del abuelo, mi padre, su signo en el calendario maya es el tiempo, que está simbolizado por el mono. Tiene mucho contenido. –¿Cómo es la situación hoy en Guatemala después de tanta lucha? –Lo más grande que hicimos es haber culminado el conflicto armado interno. Nada se puede hacer en un país en guerra, en un país con emboscadas, en un país donde el crimen está a flor de piel, sea por tu posición, sea porque piensas distinto a una dictadura, y eso lo vivimos en Guatemala. Entonces finalizar el conflicto armado es uno de los más grandes legados que dejamos. Segundo, recuperar la dignidad de todas las personas. No sólo de las víctimas de abuso, de violencias, sino de todos los guatemaltecos. Porque estamos vistos como el país más criminal, más violento, el país donde se cometieron los grandes crímenes contra la humanidad en silencio. Porque el caso nuestro se destapa todo después de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de las Naciones Unidas,
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O NOBEL DE LA PAZ después del trabajo que hace monseñor (Juan) Gerardi y al que asesinan después del informe “Guatemala: Nunca más”. Cuando veníamos denunciando desde los años ’80 y parecía que nadie nos creía y parecía que creían que inventábamos historias. Entonces la dignificación de todos nosotros, por la verdad de las víctimas y de todos los guatemaltecos, es una etapa muy difícil. Incluso la impunidad hoy continúa. No creo que dure pocas décadas esta situación, porque los hijos de los perpetuadores del genocidio nunca lo van a reconocer. Los victimarios no lo van a reconocer, los fascistas tampoco, y la gente está con su verdad y la verdad está ahí. Esto es Guatemala. Ahora, ningún pretexto hay para que no volvamos a recuperar desde las familias hasta lo que podemos hacer como ciudadanos mayores de edad. Por lo tanto no comparto cuando la gente se queda quejándose como la víctima para siempre. En las comunidades tiene que haber diálogo, tiene que haber participación, tienen que ser responsables con su voto porque hemos luchado mucho para que la gente vote. Porque el Estado había perdido mucha credibilidad y el Tribunal Superior Electoral perdió mucha credibilidad a lo largo de tantos años que permitió golpes de Estado, que permitió una enorme cantidad de quebrantamientos del Estado de derecho. Hemos ayudado a recuperar esa credibilidad, entonces algo tiene que ocurrir para que los ciudadanos asuman su responsabilidad individual. Sean mayas o no mayas, mujeres u hombres, lo más importante es que tengamos esa conciencia de un quehacer ciudadano para que nuestro sistema sea totalmente normal. –¿Qué se recupera con esa dignidad de la que habla? –Guatemala es bellísimo, el paisaje, nuestra identidad. Los mayas tenemos más de 180 variedades de tejidos hechos por las mujeres, estamos incursionando fuertemente con los tejidos en el mercado internacional. Creo que hay que abrir una puerta a los artistas, o sea, recuperar la dinámica de un país rico, muy paradigmático en la región porque tenemos muchos idiomas y hemos conseguido gracias a nuestras luchas, por ejemplo, la oficialización de nuestros idiomas. –¿Se aplica? –Si no se utiliza es porque no lo invocamos. Porque es cierto que las leyes son letra muerta si sólo proclaman y no hay protocolo de aplicación o no hay presupuesto para aplicarlas. Entonces creo que tenemos que nivelar el presupuesto para que se hagan las cosas que dicen las leyes que se tienen que hacer en favor de un país pluricultural, multiétnico y multilingüe. –Guatemala es uno de los países con más femicidios, ¿qué se está haciendo contra esto? –Hay mucho trabajo de las organizaciones de mujeres. Desde las mujeres declaradas como movimiento feminista que tienen una gran labor educativa, jurídica. Hay participación de mujeres muy distinguidas como Helen Mack o Norma Cruz, mujeres que están en la palestra porque están directamente vinculadas con la asesoría de las mujeres que sufren violencia. Tenemos a Claudia Paz como fiscal general del Ministerio Público, que es el que persigue los delitos. Ella ha tenido los ataques que sufre una mujer cuando se coloca en los espacios de poder, presión, denigración en los medios. Lo sufren todas. Incluso la
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“Juré no callarme frente a la tortura y la barbarie”
jueza que juzga el caso de Ríos Montt es una mujer extraordinaria, que hay sufrido los ataques más terribles. Hay machistas que se supone que son doctores pero son fascistas y anti mujer. Pero es cierto que Guatemala es el escenario de la crueldad porque la crueldad implicó terrorismo de Estado, tortura, desapariciones forzadas, denigrar la mujer como mensaje de violencia. Hay mujeres de las que se han encontrado sus restos divididos en distintos puntos y la imagen te produce una guerra psicológica de miedo. Yo como mujer, por miedo a que me critiquen, no participo; por miedo a que digan que abandoné mi hogar, mejor no participo; yo como mujer no puedo denunciar porque van a decir que estoy inventando. Y hasta la ley. Actualmente si yo denuncio una violación tengo que demostrar la violación. –¿La víctima tiene que demostrar que es víctima?
–Exactamente, es como que tendría que ser violada de vuelta delante del juez para que crea que soy víctima. Todo eso lo hemos ido enfrentando. Ya hay un conjunto de normas que están por aprobarse o se han aprobado. El acoso sexual ya es penalizado, ya hay instancias que reciben denuncias de violencia familiar, ya se exige a los hombres que den mantenimiento a los hijos en caso de que haya una separación. Y el hecho de que estamos discutiendo en tribunales, ya no en denuncias paralelas. –¿Cómo es el caso del dictador Efraín Ríos Montt? –Muchas personas dicen que es un fracaso. Para nosotros no. –¿Aunque se haya anulado la sentencia? –La sentencia que ya se dictó es sin precedentes. Se siguió un proceso donde se escuchó a las víctimas, donde se recogieron testimonios, sea cuales fueren los planes de la Corte Constitucional para ocultar
el hecho, es imposible de ocultar porque formalmente las instancias de la Justicia guatemalteca recibieron la información. No se puede decir “saquen esas cajas con testimonios y tírenlas porque el juicio no continúa”; en todo caso lo archivarán con todo. Eso es lo más importante. Los peritajes, los testigos, la antropología forense, el rostro de la tragedia guatemalteca está en la mesa del sistema legal. Entonces, ya que lo engaveten no es nuestro problema. –¿Qué se ganó con el juicio? –Se ganó muchísimo y yo gané más porque durante muchísimos años dijeron “Rigoberta Menchú es mentirosa”, dijeron que yo inventaba los hechos. En ésta no fui yo la actora principal, fueron las mujeres, las que dijeron: “Miren, a mí me violaron 20 soldados cuanto tenía 13 años”. http://rigobertamenchu123.blogspot. mx/2010/11/imagenes-de-rigoberta-menchu.html
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Todo lo sólido se desvanece en el aire El 11 de septiembre de 2013 falleció a los 72 años Marshall Berman, escritor y filósofo autor de libros como La política de la autenticidad, Aventuras del marxismo y Todo lo sólido se desvanece en el aire (1982) Berman, quien nació en el Bronx neoyorquino en 1940, fue reconocido por sus trabajos sobre economía, arte y cultura los cuales, influidos por su temprano acercamiento a la obra de Karl Marx. Realizó sus estudios profesionales en la Universidad de Columbia, la de Oxford, en Inglaterra, y la Universidad de Harvard. Fue catedrático en Stanford, Nuevo México, Harvard y la New School. Berman pertenecía al consejo de redacción de la revista Dissent. Como homenaje a su memoria, ofrecemos el prólogo a la edición inglesa de Todo lo sólido se desvanece en el aire. Correo del Sur MARSHALL BERMAN
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n Todo lo sólido se desvanece en el aire, defino el modernismo como el intento que realizan los hombres y mujeres modernos por convertirse a la vez en sujetos y objetos de la modernización, asumir el control del mundo moderno y hacer de él su hogar. Es una idea del modernismo más amplia e incluyente que la ofrecida por lo general en los textos académicos. Implica una manera amplia y abierta de comprender la cultura, muy diferente del enfoque conservador que fragmenta la actividad humana y coloca cada uno de estos fragmentos en una casilla separada, rotulándolos según el tiempo, el espacio, el lenguaje, el género y la disciplina académica correspondiente. La perspectiva amplia y abierta es sólo una entre muchas posibles, pero tiene grandes ventajas. Nos permite ver todo tipo de actividades artísticas, intelectuales, religiosas y políticas como parte de un proceso dialéctico único, y desarrollar interrelaciones creativas entre ellas. Crea las condiciones para un diálogo entre el pasado, el presente y el futuro. Atraviesa el espacio físico y social: revela solidaridades entre los grandes artistas y la gente ordinaria, entre los residentes de lo que desmañadamente llamamos el Viejo, el Nuevo y el Tercer Mundo. Une a las personas superando las fronteras de la etnia y la nacionalidad, el sexo, la clase y la raza. Amplía la visión que tenemos de nuestra propia experiencia. Nos muestra que nuestras vidas son más ricas de lo que imaginamos y comunica a nuestra cotidianidad una nueva resonancia y profundidad. Ciertamente no es esta la única manera de interpretar la cultura moderna, como tampoco la cultura en general. No obstante, tiene sentido si deseamos que la cultura sea una fuente de alimento para la preservación de la vida y no un culto de la muerte. Si consideramos el modernismo como la lucha por hacer de un mundo que cambia constantemente nuestro hogar, advertiremos que ninguna de las modalidades del modernismo puede ser definitiva, las construcciones y logros más creativos están condenados a convertirse en prisiones o en sepulcros blanqueados de los cuales nosotros o nuestros hijos nos veremos obligados a escapar, o a los que habremos de transformar para que la vida continúe. El personaje principal de Memorias del subsuelo de Dostoievski lo sugiere en el interminable diálogo que sostiene consigo mismo: Ustedes, señores, ¿creen quizás que estoy loco? Permítanme defenderme. Admito que el hombre es primordialmente un animal creativo, predestinado a luchar conscientemente por un ideal, y predestinado a la ingeniería, esto es, a construir eterna e incesantemente nuevos caminos, dondequiera que conduzcan (...) Al hombre le agrada crear caminos, esto está fuera de duda. Pero... ¿no será quizás... que instintivamente teme alcanzar su ideal y completar el edificio que construye? ¿Cómo saberlo? Quizás sólo le agrade contemplar el edificio a cierta distancia y no de cerca, quizás sólo le agrade construirlo y no desee habitaren él. Cuando viajé al Brasil en agosto de 1987, en ocasión de una discusión en torno a este libro, experimenté dramáticamente el conflicto de los modernismos y de hecho participé en él. Mi primera escala fue Brasilia, la capital creada ex nihilo por un mandato del presidente Juscelino Kubilschek exactamente en el centro geográfico del país, a fines de la década de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Fue planeada y diseñada por Lucio Costa y Osear Niemeyer, discípulos izquierdistas de Le Corbusier. Desde el aire, Brasilia parecía una ciudad dinámica y excitante: en efecto, había sido construida a semejanza del jet desde el cual prácticamente todos los visitantes la observábamos por primera vez. A nivel de la tierra, sin embargo, donde la
El camino ancho y [1] abierto
gente realmente vive y trabaja, [50] resultó ser una de las ciudades más lóbregas del mundo. No es este el lugar para hacer una descripción detallada del diseño de Brasilia; no obstante, la impresión general que produce —confirmada por todos los brasileros que conocí— es la de inmensos espacios vacíos en los que el individuo se siente perdido, tan solo como el hombre en la luna. Hay una ausencia deliberada de espacios públicos donde la gente pueda reunirse y conversar, o sencillamente mirarse unos a otros y pasar el rato. La gran tradición del urbanismo latinoamericano, donde la vida de la ciudad gira en torno a una plaza mayor, fue rechazada explícitamente. El diseño de Brasilia se hallaba quizás en perfecta consonancia con la dictadura militar; una capital gobernada por generales que deseaban mantener la gente a distancia, aparte, subyugada. Sin embargo, como capital de una democracia es un escándalo. Si Brasilia ha de perseverar en la democracia, sostuve en discusiones públicas y en los
medios de comunicación, precisa de un espacio público donde la gente pueda acudir de todas partes del país y reunirse con libertad, hablar unos con otros y dirigirse al gobierno —después de todo, siendo una democracia, se trata de su gobierno—, para discutir sus necesidades y deseos y expresar su voluntad. Al poco tiempo, Niemeyer comenzó a responder. Después de algunos comentarios desobligantes acerca de mí, hizo una declaración de mayor interés: Brasilia era el símbolo de las aspiraciones y deseos de los brasileros; atacar su diseño era ofender al pueblo mismo. Uno de sus seguidores añadió que yo había revelado mi vacuidad interior al presumir de modernista mientras que atacaba una obra considerada como una de las encarnaciones supremas del modernismo. Todo esto me hizo vacilar. Niemeyer tenía razón en una cosa: cuando Brasilia fue concebida y planeada, a fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, realmente encarnaba las esperanzas del pueblo brasilero y, más específicamente, su deseo de modernización. El abismo existente entre estas esperanzas y su realización pareciera ilustrar el argumento del hombre del subsuelo: para el hombre moderno, puede ser una aventura creativa construir un palacio y una pesadilla verse obligado a vivir en él. El problema se torna especialmente agudo para un modernismo que excluye el cambio o le es hostil; o mejor, un modernismo que busca un gran cambio único y nada más. Niemeyer y Costa, siguiendo a Le Corbusier, creían que el arquitecto moderno debía utilizar la tecnología para encarnar materialmente ciertas formas ideales y eternas. Si era posible hacerlo para una ciudad entera, tal ciudad sería perfecta y completa; sus límites podrían extenderse, pero nunca se desarrollaría desde su interior. Al igual que el Palacio de Cristal, tal como es concebido en Memorias del subsuelo, la Brasilia de Costa y Niemeyer dejó a sus ciudadanos, y a los de todo el país, “sin nada que hacer”. En 1964, poco después de inaugurada la nueva capital, la dictadura militar puso fin a la democracia brasilera. Durante los años de la dictadura, a la que se opuso Niemeyer, la gente se encontraba más preocupada por los atroces crímenes que se cometían que por los defectos que pudiera tener el diseño de la ciudad. Sin embargo, una vez recobrada la libertad a finales de la década de los años se-
CORREO del SUR tenta y comienzos de los ochenta, resultó inevitable que muchos llegaran a resentir una capital que parecía diseñada para mantenerlos en silencio. Niemeyer hubiera debido saber que una obra modernista que privaba a la gente de algunas de las modernas prerrogativas fundamentales —hablar, reunirse, discutir, comunicar sus necesidades— habría de suscitar necesariamente antagonismos. Con ocasión de mis intervenciones en Río, en Sao Paulo, Recife, descubrí que servía de conducto para expresar una difundida indignación en contra de aquella ciudad donde, como me lo manifestaron tantos brasileros, no había lugar para ellos. Y sin embargo, ¿qué culpa le cabe a Niemeyer? Si algún otro arquitecto hubiese ganado el concurso para el diseño de la ciudad, ¿no es probable que hubiese construido un escenario tan enajenante como el actual? ¿No es cierto que los aspectos más desvirtuados de Brasilia surgen de un consenso mundial acordado entre urbanistas y diseñadores?
tica Popular de Praga? La respuesta más sencilla es que deseaba ver publicado Todo lo sólido se desvanece en el aire en el transcurso de mi vida. Esto significaba que debía decidir, en un momento dado, detener el libro más bien que terminarlo. Por lo demás, nunca fue mi intención escribir una enciclopedia de la modernidad. Esperaba más bien desarrollar una serie de concepciones y paradigmas que pudieran permitir a la gente explorar su propia experiencia e historia con mayor detalle y profundidad. Deseaba escribir un libro abierto que permaneciera abierto, un libro al que los lectores pudieran añadir sus propios capítulos. Algunos lectores pueden pensar que despaché de prisa la enorme acumulación de teorías contemporáneas acerca del postmodernismo. Este discurso se originó en Francia a finales de la década de los años setenta, promovido en gran parte por los desencantados rebeldes de 1968 que se hallaban en la órbita del post–estructuralismo: Roland Barthes, Michel
Fue sólo en las décadas de los años sesenta y setenta, cuando la generación que construyó proto–Brasilias en todo el mundo —y no en menor escala en las propias ciudades y suburbios de mi país—, tuvo la oportunidad de habitar en ellas cuando descubrió cuántas carencias tenía el mundo construido por los modernistas. Luego, al igual que el hombre del Palacio de Cristal, los miembros de esta generación y sus hijos comenzaron a protestar y a abuchear, llegando finalmente a crear un modernismo alternativo que afirmara la presencia y dignidad de todas las personas que habían sido excluidas. El sentimiento que tuve de las deficiencias de Brasilia me condujo de nuevo a uno de los temas centrales de mi libro, un tema que consideraba de tal relevancia que no lo formulé con la claridad con que hubiera debido hacerlo: la importancia de la comunicación y el diálogo. Pareciera que no habría nada específicamente moderno en estas actividades; se remontan a los comienzos de la civilización e incluso contribuyen a definirla. Sócrates y los Profetas las ensalzaban como valores humanos primordiales hace más de dos mil años. Creo, sin embargo, que el diálogo y la comunicación han adquirido un peso específico y una particular urgencia en nuestra época, pues la subjetividad y la interioridad se han enriquecido y desarrollado con mayor intensidad y, a la vez, se tornan más solitarias y aisladas que nunca. En un contexto semejante, el diálogo y la comunicación se convierten en una necesidad desesperada y en una fuente primaria de deleite. En un mundo en el cual los significados se desvanecen en el aire, estas experiencias constituyen una de las pocas fuentes de sentido con las que podemos contar. Una de las pocas cosas que pueden hacer de la vida moderna algo digno de ser vivido es la mayor oportunidad que nos ofrece —y en ocasiones incluso nos impone— de hablar unos con otros, de abrirnos a los demás y comprenderlos. Debemos aprovechar al máximo estas posibilidades; deberían moldear la manera que tenemos de organizar nuestras ciudades y nuestras vidas*. *Este tema sugiere conexiones con pensadores tales como Georg Simmel, Martin Buber y Jürgen Habermas. Muchos de los lectores se preguntan por qué no escribí acerca de todo tipo de personas, lugares, ideas y movimientos que parecieran adecuarse al proyecto general que presento igual o mejor que los temas que elegí. ¿Por qué no Proust, o Freud, Berlín o Shangai, Mishima o Sembene, el expresionismo abstracto de Nueva York o la Plás-
Foucault, Jacques Derrida, Jean–François Lyotard, Jean Baudrillard y su legión de seguidores. En la década de los años ochenta, el postmodernismo se convirtió en la materia prima de todas las discusiones estéticas y literarias adelantadas en los Estados Unidos. Puede decirse que los post–modernistas desarrollaron un paradigma opuesto al que se presenta en este libro. He argumentado que la vida, el arte y el pensamiento modernos tienen una capacidad perpetua de auto-crítica y de renovación. Los post-modernistas, por el contrario, sostienen que el horizonte de la modernidad está clausurado, sus energías agotadas —en síntesis, que el modernismo es passé. El pensamiento post–moderno desprecia todas las esperanzas colectivas de progreso social y moral, de libertad personal y bienestar público que nos fueron legadas por los modernistas de la Ilustración del siglo XVIII. Tales esperanzas, afirman los post–modernistas, están en bancarrota. En el mejor de los casos, son vanas e inútiles fantasías; en el peor, maquinarias de dominación y de monstruoso sometimiento. Presumen de haber denunciado las “grandes narrativas” de la cultura moderna, especialmente “la narrativa de la humanidad como heroína de la libertad”. La señal de la más sofisticada post–modernidad es “haber perdido incluso la nostalgia de la narrativa perdida”. En su reciente libro. El discurso filosófico de la modernidad, Jürgen Habermas expone con incisivo detalle la debilidad del pensamiento post–moderno. El año próximo, me propongo escribir algo más desde esta perspectiva. Lo único que puedo hacer por ahora es reafirmar la visión general de la modernidad que presento en este libro. Los lectores se preguntarán quizás si el mundo de Goethe, Marx, Baudelaire, Dostoievski y otros, tal como lo he concebido, difiere radicalmente del nuestro. ¿Habremos superado realmente aquellos dilemas que surgen cuando “todo lo sólido se desvanece en el aire”, el sueño de una vida en la cual “el libre desarrollo de cada individuo es la condición para el libre desarrollo de todos”? No lo creo. Sin embargo, espero que con este libro los lectores dispongan ele mejores instrumentos para emitir sus propios juicios. Hay un sentimiento moderno que lamento no haber explorado con mayor profundidad. Me refiero al difundido y a veces desesperado temor frente a la libertad que ofrece la época moderna a cada individuo, y el deseo de escapar a la libertad (como acertadamente lo expresó Erich Fromm en 1941), por todos los medios posibles. Dostoievski fue el
Domingo 22 de septiembre de 2013
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primero en describir esta oscuridad típicamente moderna en la parábola del Gran Inquisidor ( Los hermanos Karamazov, 1881). “El hombre prefiere la paz”, dice el Inquisidor, “e incluso la muerte, a la libre elección en el conocimiento del bien y del mal. No hay nada más seductor para el hombre que su libertad de consciencia, pero nada le causa mayor sufrimiento”. Luego abandona el escenario de su novela, que ocurre en Sevilla en la época de la Contrarreforma, y se dirige a sus contemporáneos de fines del siglo XIX: “Ahora, por ejemplo, la gente está persuadida de ser más libre que antes, sin embargo, nos han traído su libertad y la han depositado con humildad a nuestros pies”. La lúgubre sombra del Gran Inquisidor se extiende sobre la política del siglo XX. Un sinnúmero de movimientos demagógicos y de demagogos han obtenido el poder y la adoración de las masas por aliviar de la carga de la libertad a los pueblos que gobiernan. (El santo déspota que actualmente domina el Irán se asemeja incluso físicamente al Gran Inquisidor). Los regímenes fascistas de 1922–1945 pueden llegar a ser tan sólo el primer capítulo de la historia en desarrollo del autoritarismo radical. En efecto, varios de estos movimientos ensalzan la tecnología moderna, las comunicaciones y las técnicas de movilización de masas, y las utilizan para aplastar las libertades modernas. Algunos de ellos han obtenido un decidido apoyo de parte de los grandes modernistas: Ezra Pound, Heidegger, Céline. Las paradojas y peligros inherentes a todo esto son profundos y oscuros. Me hacen pensar que un modernista honesto debe contemplar durante largo tiempo y con mayor profundidad este abismo de lo que yo mismo lo he hecho hasta ahora. A comienzos de 1981, experimenté esa sensación con gran intensidad. Todo lo sólido se desvanece en el aire estaba en la imprenta y Ronald Reagan llegaba a la Casa Blanca. Una de las fuerzas más poderosas de la coalición que llevó a Reagan al poder fue el anhelo de eliminar toda huella de “humanismo secular” y convertir a los Estados Unidos en un Estado policivo y teocrático. La militancia en favor de tal tendencia, frenética (y pródigamente financiada), convenció a muchas personas, incluyendo a sus más apasionados opositores, de que era la ola del futuro. Ahora, sin embargo, siete años más tarde, los fanáticos inquisidores de Reagan han sido decididamente rechazados en el Congreso, en las Cortes (inclusive en la “Corte de Reagan”), y en la corte de la opinión pública. Los norteamericanos pueden haberse engañado hasta el punto de votar por él, pero ciertamente no están dispuestos a poner sus libertades a los pies del Presidente. No están dispuestos a abandonar el debido proceso judicial (aun cuando sea en nombre de la guerra contra el crimen); ni los derechos civiles (aun cuando teman a los negros y desconfíen de ellos); ni la libertad de expresión (aun cuando les desagrade la pornografía); ni el derecho a la privacidad y a la libertad de elección sexual (aun si censuran el aborto y tienen horror de los homosexuales). Incluso aquellos norteamericanos que se consideran profundamente religiosos han retrocedido ante una cruzada teocrática que los obligaría a vivir de rodillas. La resistencia ante la “agenda social” de Reagan, manifestada incluso por sus seguidores, evidencia la profundidad del compromiso de la gente ordinaria con la modernidad y con sus más profundos valores. Muestra también que la gente puede ser modernista sin haber escuchado jamás esa palabra en su vida. En Todo lo sólido se desvanece en el aire intenté abrir una perspectiva desde la cual todo tipo de movimiento cultural y político sea visto como parte de un proceso único: los hombres y mujeres modernos que afirman su dignidad en el presente, incluso en un presente desdichado y opresivo, y el derecho a controlar su futuro; que luchan por abrirse campo en el mundo moderno, por hallar un lugar donde se sientan a gusto. Desde este punto de vista, las luchas por la democracia adelantadas en todas partes del mundo contemporáneo son fundamentales para el sentido y poder del modernismo. Las masas de personas anónimas dispuestas a ofrendar su vida —desde Gdansk hasta Manila, desde Soweto hasta Seúl— están creando nuevas formas de expresión colectiva. “Solidaridad” y “People Power” son avances tan asombrosos como La tierra baldía o Guernica. El libro está lejos de clausurar las “grandes narrativas” que presentan “a la humanidad como la heroína de la libertad”: nuevos personajes y actos aparecen a todo momento. El gran crítico Lionel Trilling acuñó una frase en 1968: “Modernismo en las calles”. Espero que los lectores de este libro recuerden que es en las calles, en nuestras calles, donde debe estar el modernismo. El camino abierto conduce a la plaza pública. http://tijuana-artes.blogspot.mx/2005/03/modernismo-y-posmodernismo-m-berman.html
Más armas más homicidios en EEUU JAVIER SALAS
E
l debate sobre el control de armas de fuego y las muertes asociadas a su uso es algo común y cíclico en la sociedad de EEUU, y hoy ha vuelto a despertarse después de que un tiroteo acabara con la vida de doce personas en Washington. Sin embargo, se desconoce con certeza cómo funciona realmente esta relación. Los políticos no cuentan con información suficiente para saber si las comunidades más armadas son más seguras o no, si las armas con mayores cargadores de munición provocan más muertes violentas o si las pruebas estrictas para comprar armas reducen la mortalidad. Sencillamente, no hay suficiente información y los estudios concluyentes en muchos campos asociados a las armas brillan por su ausencia o están demasiado acotados a un lugar o un tiempo concreto. Con el objetivo de aportar información valiosa para el debate público, la revista American Journal of Public Health acaba de publicar el mayor estudio que se ha realizado nunca sobre la posible correlación que pudiera darse entre la tenencia de armas y el aumento de los homicidios causados con este tipo de armas. Las conclusiones no pueden ser más claras: “Se ha encontrado una fuerte relación entre mayores niveles de tenencia de armas y mayores tasas de homicidios por armas de fuego que no se explica por medio de otros factores”, concluyen los autores. La importancia del estudio se basa en sus dos principales fortalezas. La primera, que ha estudiado de forma exhaustiva datos de las tres últimas décadas (entre 1981 y 2010) y en los 50 estados del país. La segunda, y quizá más importante, que han analizado la influencia de otros
20 factores que podrían causar confusión en el resultado final. Es decir, los investigadores se han cuidado de que variables como la tasa de pobreza, alcoholismo, presencia de minorías étnicas, licencias de caza, desempleo o desigualdad no distorsionaran la auténtica relación de los homicidios y la tenencia de armas. “Es el mayor estudio hasta la fecha. Se han hecho otras investigaciones similares en el pasado, pero ninguno fue tan completo como éste en cuanto a la calidad y cantidad de datos estudiados”, explica a esta Materia su autor principal, Michael Siegel, del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Boston. La “sólida correlación” de la que habla se expresa así: por cada punto porcentual que aumenta el ratio de tenencia de pistolas y rifles, el número de homicidios causados con estas armas de fuego aumenta 0,9 puntos porcentuales. Correlación y causalidad “Es un buen estudio, muy competente y bien hecho. Los resultados son consistentes con otros estudios previos que hallaron una relación amplia y fuerte entre la disponibilidad de armas y los homicidios con armas”, concluye David Hemenway, del Departamento de Salud Pública de Harvard, ajeno al estudio de Siegel y posiblemente el mayor experto en este ámbito. Consultado por esta redacción, Hemenway llama la atención sobre un detalle: la correlación se da entre la tenencia de armas fuego y los crímenes ejecutados con este tipo de armas pero no con los homicidios de otro tipo en los que no se pegaron tiros. Sin embargo, queda una duda en el aire: como es sabido, correlación implica causalidad. ¿La correlación que
CORREO del SUR Director General: León García Soler
demuestra este estudio implica también la existencia de causa-efecto entre armas y homicidios? Sincero, Siegel reconoce que en la actualidad no somos capaces de determinar de forma concluyente la dirección de esta asociación. “Es posible que una mayor presencia de armas de fuego conduzca a más homicidios con armas de fuego. Sin embargo, cabe la posibilidad alternativa de que en los estados con mayores tasas de homicidios con armas de fuego, las personas sean más propensas a armarse”, reconoce. Hemenway no se muestra tan moderado y defiende que “existe una alta probabilidad de que la relación se deba a causa y efecto”. “La presencia de armas de fuego provoca que las interacciones hostiles sean mucho más letales”, resume. Mientras no se pueda afirmar rotundamente qué provoca qué, sólo queda una cosa clara: una mayor presencia de armas de fuego no reduce las muertes violentas en ningún caso. Ausencia de datos por culpa del ‘lobby’ ¿Cómo es posible que un asunto tan controvertido como el de las armas de fuego carezca de estudios como este u otros más específicos? “Una de las razones principales es que el Congreso prohibió la financiación pública de investigaciones sobre armas de fuego”, apunta Siegel. En 1996, con George W. Bush en la Casa Blanca, el poderosolobby de las armas de fuego en EEUU consiguió que el poder legislativo vetara el estudiode estos asuntos por tratarse de una inversión “partidista”. Sólo organizaciones privadas podían dedicarse a recabar información sobre un problema que le cuesta la vida a más de 30.000 personas cada año. Desde entonces, el dinero invertido en saber, por ejemplo, cuántas armas hay realmente en el país ha ido menguando cada año. Y los investigadores dedicados a estos temas se ha reducido a un pequeño puñado, como reconocen ellos mismos. El actual presidente, Barack Obama, consiguió que se levantara este veto, que duró 17 años, en enero de 2013, aprovechando la especial sensibilidad de la población tras la masacre de Newtown (Connecticut). Ahora ya es posible investigar sobre la materia con fondos públicos, pero no será sencillo convencer al Congreso para que esta posibilidad se haga efectiva. En el marco del renovado interés por el asunto que demostró Obama, se encargó a la Academia Nacional de Ciencias que realizara un informe sobre el estado de la cuestión y las necesidades más urgentes en las que comenzar a investigar. En junio, el Instituto de Medicina publicó su informe: es necesario un programa nacional de investigación sobre la violencia armada que aborde el problema desde una perspectiva de salud pública, como en el caso del consumo de tabaco y los accidentes de tráfico. [Artículo publicado originalmente en Materia]
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