La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 1 de junio de 2014 ■ Núm. 1004 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Esquirlas trägicas de la literatura alemana J uan M anuel R oca

Benn Brecht

Strindberg Von Kleist

Trakl

Günderode Grass Hesse

Rilke

Benjamin

Sachs

Krauss

Goethe

Celan

Lasker-Schüller

Hölderlin Döblin

Büchner

A la vista de todos: negación y complicidad, Ricardo Bada El nombre de las piedras, Esther Andradi El murmullo del frío, Carlos Martín Briceño


1 de junio de 2014 • Número 1004 • Jornada Semanal

bazar de asombros Tres momentos y tres miradas a la

nostalgia del líbano

Hugo Gutiérrez Vega

vasta cultura e historia de Alemania: Juan Manuel Roca revisa la literatura alemana desde la perspectiva del sentimiento trágico que habita en ella, incluyendo entre otros a Stefan Zweig, George Trakl, Nelly Sachs, Paul Celan y, por supuesto, Rainer Maria Rilke. Por su parte, Ricardo Bada habla de la reciente aparición del volumen A la vista de todos, de Klaus Hesse y Philipp Springer, en el que se da testimonio gráfico de los horrores vividos en Alemania entre 1933 y 1945. Finalmente, Esther Andradi hace la crónica de un ejercicio ciudadano berlinés actual, enfocado a la recuperación de la memoria histórica con el propósito de afianzar el espíritu de diversidad que caracteriza a una ciudad como Berlín. Completan este número una entrevista con Héctor Herrera, director de la revista Tramoya. Cuaderno de Teatro, así como un cuento de Carlos Martín Briceño dedicado a la memoria de los cuarenta y nueve niños que murieron en la guardería ABC hace cuatro años.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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a primera vez que fui a Beirut fue en el año de 1964. Acompañaba a Agustín Yáñez, a la sazón secretario de Educación Pública, y a su jefe de prensa, Rafael f. Muñoz, autor de la gran novela Vámonos con Pancho Villa y de los cuentos titulados “Fuego en el Norte”. Regresábamos de Irán y de la reunión de la Unesco sobre problemas de analfabe­ tismo, en la cual el maestro Yáñez pronunció una inolvidable conferencia sobre las misiones cultura­ les de su antecesor en la Secretaría, el maestro José Vasconcelos. Yáñez resaltó el hecho de que el llama­ do “maestro de América” fue el primero que echó a andar una campaña de alfabetización en nuestro país. Además, habló de la labor cultural de Vascon­ celos, de sus “libros verdes”, de la reacción de los filisteos ante el programa editorial. No recuerdo ni quiero recordar el nombre del periódico que atacó a Vasconcelos por entregar a los campesinos anal­ fabetas las tragedias griegas, los Diálogos, de Platón y las obras de Tagore. El rudo ataque palideció ante la respuesta que un campesino de Morelos, ya an­ ciano, dio a un reportero que se burlaba porque el viejo llevaba en las manos las tregedias griegas. “¿Para qué quiere ese libro si no sabe leer?”, pregun­ tó el reportero, metiendo aguja para sacar hebra. El viejo esperó un momento y contestó con firmeza: “Lo quiero para mi nieto.” Estas y otras anécdotas, co­ mo la del trato a los muralistas, ilustraron la con­ ferencia del maestro Yáñez sobre los momentos estelares de la educación y de la cultura en México. Fuimos a Líbano en misión oficial y los amables libaneses nos recibieron con los brazos abiertos. El embajador de México, el poeta estridentista Ma­ nuel Maples Arce, nos dio la bienvenida en el aero­ puerto y nos trató con especial cortesía. Nos llevó a Biblos y nos ofreció una gran comida en un restau­ rante de la montaña (recuerdo un mechoui perfec­ to, en el cual la piel del cordero crujía y la carne era blanda y jugosa). Recuerdo además el tabule, el baba-ganush y el hoummous. El pastel de nata que co­ ronó el festín era una obra de arte y una verdadera delicia. En esa época, Beirut era una hermosa ciudad europea en el Mediterráneo oriental. Los hoteles de La Corniche eran lujosos y el casino competía con la Costa Azul y con Las Vegas, tanto en las can­t idades jugadas y perdidas por los jeques de los emiratos, como por los magníficos espectáculos mu­s icales y

dancísticos que se presentaban en un escenario state of the art. Maples Arce ofreció una cena oficial en la residencia de la embajada. Su esposa, una señora de origen belga, nos dio comida mexicana muy bien preparada y moderada en materia de picantes. Esto, que parece irrelevante, es muy importante para el protocolo diplomático, pues algunos embajadores piensan que los europeos se entusiasman ante un platillo picantísimo. Recuerden los lectores el famo­ so pipián verde, cocinado con todos los chiles serra­ nos que el avión pudo cargar, que Echeverría ofreció a la reina de Inglaterra en una recepción oficial. La delicada soberana estuvo al borde del patatús. El especialista en “arreglos” electorales del viejo pri , Rodolfo González Guevara, nombrado embajador en España, en una cena oficial sirvió un caldo tlalpe­ ño en el cual nadaban los chipotles secos y rehidra­ tados. La marquesa de Mondejar, esposa del jefe de la Casa Civil del rey, se metió a la boca un chipotle entero. La pobre señora necesitó auxilios médicos para regresar a una débil normalidad. La señora Ma­ ples, en cambio, fue muy prudente y sus enchiladas potosinas llegaron a la mesa con un discreto olor a chile ancho. Pasamos una semana en Líbano. Ese fue mi pri­ mer contacto con ese hermoso país. Más tarde tuve el honor de ser embajador en Beirut. Ya les contaré en próximos bazares mis aventuras libanesas

Panorámica de Beirut actualmente

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Portada: Exaltar la vida hasta la muerte Collage de Marga Peña

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VOZ INTERROGADA

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La otra obra de Carballido entrevista con Héctor Herrera Edgar Aguilar Tramoya. Cuaderno de Teatro de la Universidad Veracruzana, ha sido por largo

–A Emilio Carballido, como director fundador y posteriormente a mí, no nos pareció necesario hacer mo­ dificaciones. A raíz del fallecimiento de Emilio quisimos darle continuidad, y esa continuidad consiste también en el formato original. Creo que en lo que podemos darle modernidad es con las portadas, con los autores que son jóvenes, aunque hemos tratado de conservar a al­ guna gente que ya participaba. Y claro, el contenido de las obras. Estamos publicando obras actuales que tienen mucho que ver con la realidad, que se puedan montar en escena, sobre todo. A final de cuentas, el contenido es lo que importa, más que el formato. El formato creo que se debe más al gusto del director o a un cambio comercial, y si lo pensáramos como un proyecto comercial pues íbamos a fracasar, porque el teatro en muy contadas ocasiones y las obras de muy pocos autores puede decirse que son comerciales.

tiempo semillero de grandes dramaturgos mexicanos y referente indisociable del teatro en Latinoamérica. Fundada en 1975 por Emilio Carballido (1925-2008) y dirigida hasta el año de su fallecimiento, la publicación universitaria está próxima a cumplir cuarenta años de vida. En 2010 fue galardonada en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, España, por su contribución a las artes escénicas iberoamericanas. Actualmente, Tramoya es dirigida por quien fuera compañero sentimental de Carba­ llido, Héctor Herrera, quien asimismo es director-fundador del Festival Emilio Carballido. Coreógrafo de profesión, Héctor Herrera (Ciudad de México, 1969) estudió en el Ballet Nacional de México y participó en la Compañía Nacional de Teatro. En años recientes ha sido invitado a los festivales más importantes de teatro en el mundo, así como a los distintos homenajes que se le han rendido al dramaturgo veracruzano. Emilio Carballido en 2005. Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada

-A

l morir Carballido te haces cargo de Tramoya. ¿Cómo se dio este cambio? –Yo estaba ya trabajando como subdirector de la revista desde algunos años antes de la muerte de Emilio, además de que viajaba con él a todos lados. Entonces yo era la persona que hacía todos los contactos con los autores y los investigadores que mandaban sus propuestas. Emilio siempre había confiado en mí para manejar la revista y antes de morir me dejó algunas indicaciones, lo que quería que hiciera, no nada más con la revista sino con su obra también. Y en este caso la revista Tramoya creo que es parte de su obra y la dirigió durante una buena cantidad de años. Paralelamente a su teatro, creo que es otro de sus trabajos importantes. –Escasamente se conoce esta labor editorial que realizó Carballido durante poco más de tres décadas.

–Claro, y yo la considero muy relevante porque, aparte de ser la revista de teatro con más longevidad del país, y casi me atrevería a decir que del continente, es una labor que siempre hizo Carballido no nada más por los jóvenes sino también por el rescate de autores olvidados y por dar a conocer otras dramaturgias de otros idiomas, de acercarnos el teatro de Grecia, de Bulgaria, de Yugoslavia, de Serbia o de los autores rusos. –¿Cómo han sido recibidos los números dedicados al teatro de un país en particular? –A lo mejor no ha habido mucha crítica, pero los comentarios de la gente que me he topado a veces caminando, a veces en festivales, es que están conociendo otro teatro que generalmente no conocían, a pesar de hablar un mismo idioma, como en el caso del teatro latinoamericano. No tenemos contacto con Ecuador o con Bolivia, por ejemplo, donde hay muy buenos dramaturgos. En Argentina me dicen que ahora ya hay publica­ ciones de teatro, pero hace diez, quince años nadie apostaba por el teatro. Me he encontrado escritores y actores que me han dicho que se educaron con Tramoya. Siempre ha sido un poco el problema de la distribución, pero de alguna u otra manera les llegaba y tenían noticias o ellos la conseguían. De repente voy a Costa Rica y me encuentro que ellos vienen a México a un viaje de vacaciones o algo, y van a las librerías a buscar Tramoya; o bueno, también a través de uno que va a los festivales y siempre tratamos de llevar ejemplares; casi la mitad de mi equipaje son revistas. –Tramoya conserva el formato y la presentación originales de hace casi cuarenta años, cuando inició la revista. ¿Por qué se ha mantenido prácticamente igual?

–Hay algún rasgo visible en la revista a partir de tu llegada como director? –Sería muy difícil que yo te lo dijera. Pero sí puede ser en el hecho de presentar números dedicados al teatro infantil, a Colombia, a Venezuela; a lo mejor se ha abierto un poco más a algunas dramaturgias; por ejemplo, sí habíamos publicado teatro ruso, teatro griego, algunas obras alemanas, alguna obra belga, pero la idea de Emilio era también dar a conocer los teatros que no eran conocidos aquí. Entonces, en ese caso, quizá un poco más de apertura hacia otros lugares, como Finlandia, que hemos hecho un número sobre este país, y un número también sobre República Dominicana, donde hay un teatro muy interesante. Quizá ésas hayan sido mis aportaciones, si es que hay alguna: abrirnos a nuevas dra­ maturgias que son poco conocidas y que nadie se imaginaría que existen. –¿Qué tanto se lee teatro? –En general la gente no está tan acostumbrada a leer teatro. Puede ser que haya esta pequeña división con la novela o la poesía, pero también en la poesía hay cosas que te tienes que imaginar todavía más, y en el teatro lo único que debes imaginar es la escena donde está sucediendo y punto. –¿Un número en particular que recuerdes? –En general cada número me da mucha ilusión hacerlo. Es un trabajo que hago con mucho gusto. Pero uno en especial, aparte de que ha causado mucho ruido, fue un número de teatro queer que se preparó hace unos cuatro o cinco años, el cual está casi agotado. Me lo pidieron infinidad de personas que yo no me hubiera imaginado nunca que les interesaba el teatro


El

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nombre

Esther Andradi i

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am Tom, dice. Ha venido de Inglaterra con la mayor parte de la familia, gente joven. Pero él ya está viejo, le cuelgan los pantalones sobre sus piernas delgadas. Su nariz enrojece; sus ojos, detrás de gruesos cristales, esconden alguna lágrima. Una gorra le cubre la cabeza. Parece un primo de Woody Allen, pero es un berlinés. Nació en el edificio de esta esquina, destruido por los bombardeos durante la guerra como casi todas las viviendas de este barrio de Berlín, y en su lugar se construyeron departamentos sencillos durante la postguerra. Aquí vivían el físico Albert Einstein y también la editora Lisa Matthias, por quien Tucholsky perdió la cabeza, y la poeta Else Lasker Schuler y la cantante Claire Waldorf. Todos ellos, como tantos otros, se vieron obligados a emigrar en 1933, cuando Hitler fue ungido canciller. Los que no se fueron a tiempo fueron asesinados. Hace ochenta años. La familia de Tom y algunos vecinos nos hemos reunido en la esquina donde se van a colocar las placas de metal que recuerdan a los Meyer, arrancados de sus viviendas y asesinados en Auschwitz. Stolpersteine se denominan en alemán: piedras para tropezar, piedras para recordar. En cada pieza, de diez centímetros por lado, se graba el nombre de la persona, la fecha de nacimiento, el día de la deportación, el lugar del asesinato. Colocarlas es casi tan arduo como el ejercicio de la memoria. Se quitan algunos pocos adoquines de la vereda, se hace un colchón de cemento y luego se incrustan las placas. Se adhieren al piso como huellas que se resisten a borrarse. Hay lugares donde se siente el temblor de tantos pasos perdidos. Cinco acá. Ocho allá. Tres más adelante. ¿Cómo hicieron para no verlos? ¿Cómo, para no darse cuenta? Es triste lo que les voy a contar, dice Tom, pero es la historia. Aunque tampoco es tan triste, porque aquí no ha muerto nadie. Sólo se muere alguien cuando ya no se le nombra. Y ahora nombramos a mi abuela, a mis tíos, a mi primo. Son los Meyer. Hoy aprendí la palabra “primo” en alemán, dice Tom. Mi padre nos educó en el idioma inglés. Somos ingleses, nos dijo. Pero, Tom insiste, somos mul­ tinacionales, multiculturales. Y repite. Sólo se muere alguien cuando se le olvida. Nuestra familia estuvo largo tiempo dispersa. Ahora estamos otra vez todos juntos. En Berlín, en Inglaterra, en el mundo. Le alcanzan una rosa, él la coloca sobre la piedra. Con todo mi amor y mi recuerdo, dice. En alemán. Y se le quie-

bra la voz. Me estalla un dolor en la garganta. ¿Dónde quedó la familia de mi abuelo? ¿Dónde sus hermanos? ¿Dónde los que naufragan? Gracias al mar, que no se tragó a mi abuelo. Cada baldosa, cada piedra, cada casa, todo puede recordar lo que ya no está, lo que alguna vez fue, lo que ha sido. “Cualquier piedra que levantes, des­ nudas, renuevan el entramado desde hoy”, escribe Paul Celan. En 1933 vivían en Berlín unos 170 mil judíos alemanes. Al principio de 1940 quedaban apenas ochenta mil. En 1941 comenzaron las deporta­ ciones. En 1943 sólo eran 27 mil 500; en abril, 18 mil 300; en junio, 6 mil 800. Puesto que miles es una cifra vaga pero que en­ cierra nombres y destinos únicos, hace más de una década el artista plástico Gunter Demnig decidió instalar en una vereda de Berlín las primeras Stolpersteine con el nombre y apellido y la edad y el día de la deportación de cincuenta personas. Fue en mayo de 1996, en una iniciativa organizada por la ngbk , la Nueva Sociedad de Artistas Visuales Berlineses. Desde entonces la acción se volvió colectiva. Ya son miles las piedras que tienen nombre en setecientos lu­ gares de toda Europa. Instituciones, familiares de los desaparecidos, vecinos de los edificios, se ocupan de indagar el destino de cada uno de los ciudadanos deportados y asesinados en los campos de concentración. Una vez que se conoce la historia de cada uno de los habitantes desaparecidos del edificio, se graban las piedras y se instalan en las veredas. ii Mi abuelo llegó a Buenos Aires en un barco. Se embarcó en Trípoli como polizón, escondido en la bodega con otros refugiados como él, para arribar a Marsella, donde logró blanquear a medias su situación. Venía de Siria, a principios del siglo xx , cuando esos territorios estaban ocupados por el imperio otomano. Mi abuelo no tenía pasaporte. Su nombre fue cambiando según el capricho, el idioma o la ortografía de los empleados de migración de los puertos donde anclaba. No sé nada de él. No hay un registro de su llegada al país, no estuvo en el Hotel de Inmigrantes como yo creía, no tuve edad para preguntarle cuando lo conocí. Pero me

acuerdo que aspiraba a perpetuar su apellido. Todo –o casi todo– salió al revés. El apellido que me legó mi abuelo es el itinerario de su migración. iii No fue fácil indagar la historia de quienes nos precedieron en esta casa de Berlín donde vivo. Porque los inquilinos y propietarios judeoalemanes de este edificio –como de otros también– no fueron arrastrados de un día para otro a los campos de concentración. Las familias eran trasladadas a un lugar “de tránsito”, donde se decidía su destino, “catalogados” según sus características: los ancianos, los enfermos, los discapacitados, los niños, los jóvenes y los adultos con aptitud para trabajar. Durante la guerra, el edificio fue alcanzado por una bomba incendiaria que destruyó gran parte de los techos y provocó el derrumbe de los muros. El ascensor quedó intacto. Y como los cimientos eran suficientemente sólidos, lo reconstruyeron. La señora Hertel, que vive en la planta baja desde principios de los años setenta, se encargó de la investigación. Puso anuncios en el periódico, en la web y en el museo del distrito. Buscó incansablemente en los catastros de la mu-


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de las piedras:

memoria y diversidad Stolpersteine en Berlín y Roma. Fotos tomadas de : www.stolpersteine.com

viii origen. Pero la mayoría no volvió. Bien porque no pudieron hacerlo, o porque ya no lo deseaban, o porque trajeron a su familia y los hijos se asimilaron. Hoy, cuarenta por ciento de los jóvenes menores de veinte años que viven en esta ciudad tiene un progenitor oriundo de otro país, o ambos padres. O él mismo ha nacido en otro país. La diversidad que un día fue destrozada está otra vez aquí. vi La diversidad destrozada. Así se llama la exposición permanente que circuló por todo Berlín durante 2013. Cada barrio, cada plaza, cada vereda, evocaba los ochenta años de la entronización del nazismo en este país –el 18 de enero de 1933. En el Museo Histórico y en cada lugar estratégico se instalaron columnas con historias de vidas truncadas por el exilio o el asesinato, para evidenciar la destrucción de la diversidad durante los años del nazismo.

nicipalidad. Y al cabo de dos años dio con los nombres de quienes no habían podido escapar de la telaraña nazi. En el legajo figuraba Abreise. Partida. Era el eufemismo para ocultar el transporte definitivo. La solución final.

Mis padres están de vacaciones en Corea pero yo, aunque ya no vivo aquí, no quise dejar de venir. Esta casa es mi infancia y mi juventud. Y esta es mi ciudad. Aunque muchos creen que soy chino. O coreano. O japonés. Pero soy berlinés. Eso dice el joven que ha venido en representación de su familia. Y aquí estoy yo, viendo a mi abuelo que huye del Medio Oriente antes de que su país se convirtiera en la lengua de fuego que se traga a sus padres. Y a mis abuelos que vinieron de Italia arrasados por hambrunas. Tantas sangres confluyen en este momento en la vereda, mientras el artesano afirma meticulosamente las placas. ix Entonces habla la señora Hertel. Cuenta de su peregri­ naje por un sitio y otro hasta encontrar respuesta a sus preguntas. Quienes vivían aquí eran personas con nombre y apellido. Una vida de la que poco o nada sabemos. Poseían frazadas y abrigos que debieron entregar, aunque era invierno. Son cinco. Pero no son un número. Son personas con una vida, una familia, sueños, una historia truncada. Ida Julie Auerbach, que ya era una anciana, y sus hijos adultos Alfred y Hans. Sigfried Meyer, del que poco o nada se sabe. Y la más joven del grupo, Ida Hellmann, de treinta y un años. Antes del Abreise debían declarar sus pertenencias. Ida Hellmann declaró: “Nada”. Ya nada poseía. Ni siquiera una manta. La historia de estas personas está en el legajo que guardaron los asesinos. Los administradores del régimen registraron con meticulosidad el despojo. Nombrar a las personas, contar la vida, fue un momento único. No exagero si digo que las lágrimas llegaron a nublar la mirada del vecindario. Aunque hayan pasado ochenta años. x

iv Estaba soleado el día que pusieron las placas en la vereda de esta casa donde vivo. v En el edificio vive una familia coreana. Llegaron después de la guerra, los hijos nacieron en Berlín, pero sus rasgos siguen siendo orientales. De dónde vienes, cuánto tiempo hace que estás aquí, cuándo te regresas, son las preguntas de rigor para los extranjeros o los que portan rostros diferentes. Cuando, en los años sesenta, y dada la escasez de mano de obra, Alemania invitó a trabajadores de diversos países, se pensó que más temprano que tarde regresarían a sus lugares de

Esa diversidad que ahora ha vuelto a poblar las calles de Berlín. La diversidad, que significa libertad. vii La colocación de cada placa es un arte. Hay que afir­ marlas muy especialmente, para que nadie venga por la noche a arrancarlas, como ya han hecho en algunos lugares. O a profanarlas. El procedimiento toma su tiempo. Los vecinos hemos sido citados a las 11 de la mañana y estamos todos. Los del primer piso y los del segundo, los del tercero, los del cuarto.

Todos los días llegan a Berlín refugiados que huyen de la guerra civil de Siria. Familias enteras, niños, mujeres. O los africanos que ya no tienen lugar en Lampedusa. Los distritos disponen escuelas y centros deportivos como alojamientos temporarios; las iglesias y grupos ciudadanos organizan cadenas de solidaridad. Pero también hay fanáticos neonazis que realizan violentas manifestaciones para amedrentar a la población de los barrios donde residen los refugiados. La libertad, como la diversidad, es un bien precario. Ser libre es como ser feliz. No hay tiempo para dormirse en los laureles. La diversidad destruida en 1933 retornó, pero hay que defenderla todos los días. Como las piedras de la memoria, que hay que pulir una vez por semana para evitar que el metal se deteriore


A la vista

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Ricardo Bada

l 20 de noviembre de 1945, a poco más de seis meses desde el 8 de mayo, fecha de la capitulación in­ condicional de la Wehrmacht, comenzaron en Nuremberg los procesos contra los principales res­ ponsables del Holocausto y los demás crímenes nazis. Hace poco tuve la curiosidad de volver a ver el dvd de la película cuyo título original era cien por ciento neutral, El juicio de Nuremberg, pero en España se conoció con otro que significaba una toma de posición: Vencedores o vencidos. En 1961, la censura franquista consideraba todavía que aquello no fue un proceso, que fue una venganza, la justicia del vencedor. Y me abismé de nuevo en ese filme de Stanley Kramer donde deslumbran luminarias como Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Judy Garland, Marlene Dietrich, Maximilian Schell (que recibiría el primer Oscar otorgado a un actor alemán tras de la guerra) y Montgomery Clift, quien también hubiera debido recibirlo por su interpretación, por más que su aparición en pantalla se reduce a unos escasísimos siete minutos, pero posiblemente sean los siete minutos más desgarradores de la historia del cine. Y luego de revisar la película, luego de volverme a conmover con tal escena, y con la de Judy Garland (a pesar de que Monty, que presenció su filmación, le dijo a Kramer que Judy lo había hecho todo “al revés”), y con tantas otras de ese filme inolvidable para quienes aún creemos que puede hacerse justicia contra la infamia... Me puse a hojear de nuevo los dos libros que son los verdaderos prota­ gonistas de este artículo. Hay libros buenos y malos, y los hay que no importa si son buenos o malos, sino que sean sencillamente necesarios. La cabaña del Tío Tom puede ser un cabal ejemplo de libro malo pero necesario. Por suerte, el primero de los dos que voy a comentar, además de muy necesario, es un libro excelente. Se titula Vor aller Augen, es decir, A la vista de todos, y contiene una documentación fotográfica implacable, inapelable, y que para sus protagonistas, además, debiera –debería– ser insoportable. Este libro alemán aparecido a fines de 2001 en la editorial Klartext, en la ciudad de Essen, en plena cuenca minera del Ruhr, el antaño corazón industrial del país, es un mentís rotundo y testimonial en contra del “yo no sabía”, del “nunca vimos nada” y del “aquí no teníamos idea de eso”. Contra esas manos limpias de Poncio Pilatos lavándose en la jofaina, que fueron las manos alemanas inmediatamente después del fin de la segunda guerra mundial. ¿Cómo es posible, nos hemos preguntado muchas veces, que el pueblo alemán no estuviese enterado, desde 1933 a 1945, de lo que fue la maquinaria criminal del régi-

men nazi? ¿Cómo es posible que la gente sencilla, el hombre de la calle, no tuviese idea de lo que era la sádica persecución de los judíos, de los gitanos, de los homosexuales, de los trabajadores extranjeros y esclavizados, y por si todo eso fuese poco, de los alemanes que se compadecían de ellos? ¿Estaban todos ciegos, no salían nunca a la calle? Este libro, gracias a los dioses del Walhalla un libro alemán, demostró inequívocamente que esa gente sencilla sí sabía. Sus dos autores, Klaus Hesse y Philipp Springer, llevaron a cabo una paciente, insobornable labor de búsqueda de testimonios fotográficos de la persecución y el castigo nazis a quienes el régimen con­ sideraba enemigos. Persecución que se efectuaba a la luz del día en cada ciudad, en cada pueblo, con asistencia documentada de sus habitantes. Castigos que se ejecutaban en público, en la plaza principal de cada ciudad, de cada pueblo, y con asistencia documentada de sus habitantes. Persecución y castigos a la vista de todos, como justamente se titula el libro. Bastaría su portada para sentir vergüenza hasta en el último rincón del tuétano del alma. Son tres fotos fechadas el 7 de febrero de 1941. En la de arriba se ve a una ciudadana alemana llamada Martha, de treinta y un años, sentada en una silla, maniatada, y del cuello le cuelga un gran cartel donde puede leerse, to­davía en caracteres góticos, lo que subraya el sabor medieval de la escena: “Ich bin aus der Volksgemeinschaft ausgestoßen” (He sido expulsada de la comunidad). En la segunda foto, la de en medio, pueden verse esa misma silla y su ocupante arriba de una tarima y en el centro de un círculo de ciudadanos curiosos, en una plaza del lugar donde se la expone a la picota pública. Y en la tercera foto, abajo, un personaje que parece salido de las más tenebrosas imágenes del cine expresionista alemán –incluido el inevitable som­ brero– le corta el pelo a esa mujer llamada Martha hasta dejarla completamente rapada, es decir, definitivamente marcada frente al resto de su pueblo, de sus conciudada-

nos. Tanto o más que si llevase marcada a fuego la a mayúscula de adulterio con que los puritanos de Nueva Inglaterra estigmatizaban a sus pecadoras. Nunca, dicho sea de paso, a sus pecadores. ¿Y cuál había sido el delito de Martha, ese invierno del año 1941? Nada menos que haber tenido relaciones íntimas con un polaco. Unas 335 fotos integran el apabullante testimonio de este libro. Fueron hechas por particulares, por gente sencilla, por el hombre de la calle, y en casi todas ellas están presentes los ciudadanos del lugar, gente tan sencilla como el fotógrafo de turno –o como usted y como yo–, asistiendo estólidos o sonrientes, indiferentes o participativos (en algún caso cooperativos), a la escritura en vivo de un nuevo capítulo de la historia universal de la infamia. Repasando a fondo las páginas de este libro revulsivo y necesario, acudió a mi recuerdo aquella frase cínica y ponciopilatesca de algunos argentinos al enterarse de que una persona de su entorno había sido “desaparecida” por la dictadura. Se limitaban a comentar: “Por algo será.” Una década más tarde, cuando era absolutamente claro hasta qué abismos de degradación moral se había asomado, e incluso desplomado, la vesania de los Videlas, Masseras y Astizes, cierto día apareció un graffiti en una pared de Buenos Aires, en el que elocuentemente podía leerse: “Vos sobreviviste: por algo será.” Sí, por algo será. Siempre debe ser por algo, que no sé lo que es, pero sí sé que me provoca pánico, que los ciudadanos de a pie, la gente sencilla, como usted y como yo, nos quedamos tan tranquilos mientras a nuestro lado siguen escupiéndole y dándole patadas al honor del ser humano. Ese mamífero dizque superior... a condición de que sea ario. Y a ser posible, rubio. Con lo cual llegamos al segundo libro que quiero comentar aquí, otro de la misma editorial Klartext (lite­ ralmente, “texto claro”; metafóricamente, “más claro, el agua”), una editorial que sigue haciendo honor a su nombre de pila. Y este segundo libro se titula Adolf Hitler en el “Rhin alemán”: la elite nazi vista por un fotógrafo amateur, y en él se recogen 141 fotos hechas por un aficionado, Teo Stötzel, que era amigo personal de Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler. Con la llegada al poder, en 1933, los nazis descubrieron la buena vida. Y no se privaron de ella. Uno de los meridianos de la buena vida pasaba por Bad Godesberg, al sur de Bonn y frente a las Siete Colinas y la Roca del Dragón, todo un entorno muy nibelungo, dicho sea de paso. En Bad Godesberg, a la orilla del Rhin, el hotel Dreesen era una de las direcciones preferidas por la high society alemana, y al menos desde 1933 a 1936, los más altos jerarcas del partido y el Estado hicieron visitas regulares a tan distinguido albergue. Hitler, entre ellos. Hitler siempre viajaba con su fotógrafo áulico, Heinrich Hoffmann, quien era la única persona autorizada para retratarlo de una manera oficial. Pero Teo Stötzel, prevaliéndose de su amistad con el delfín del régimen, y del hecho de vivir en Rüngsdorf, el barrio de Bad Godesberg donde sigue estando el Dreesen, siempre aparecía por allá con su cámara y, que se sepa, nunca hubo nada en


de todos:

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negación y complicidad contra de que fotografiase: se sospecha que además por ser amigo de Rudolf Hess, también porque el alcalde de bg y el director del hotel estaban interesados en retratarse con la haute volée. Estas fotos permanecieron lógicamente inéditas por los días en que fueron hechas, y hasta mucho después, ya muerto el matrimonio Stötzel. Por último, su hijo regaló los cuatrocientos negativos a un periodista, y a partir de ese momento estaba programado que algún día fueran publicadas. Es el libro del año 2003 que tengo en las manos. Se trata de un documento gráfico interesantísimo, porque los jerarcas aparecen aquí despojados de ese hieratismo patético-ridículo que es una característica de la gestualidad nazi. La cámara los sorprende en sus momentos de expansión humana, en un ambiente distendido, entre amigos... que todavía eran entre sí, ya vendrían más tarde los sangrientos ajustes de cuentas. Reseñaré sólo tres fotos de las 141. En la primera se ve al matrimonio Terboven sentado con Goebbels alrededor de una mesa baja, como si fuera del bar del hotel. Terboven llegaría a ser en 1940 comisario del Reich en Noruega, y se suicidó al capitular Alemania en 1945. Aquí lo vemos a la izquierda de la foto, y a su joven, bella, rubia y aria esposa a la derecha, y Goebbels está en medio. Lo espectacular de la foto es la mirada engolosinada de Goebbels, fija de un modo casi ensoñador en el escote de Frau Terboven. La segunda foto que deseo describir es la de Hitler en la cubierta de un barco de recreo de los que recorren el Rhin, y saludando brazo doblado en alto, como era su costumbre (que parece siempre un jugador de baloncesto a punto de lanzar el balón hacia la canasta). ¿Y a quién está saludando? Pues a los pasajeros de otro de esos barcos de recreo, en este caso uno neerlandés que se llama Juliana, princesa de los Países Bajos, y lo curioso del caso es que esos pasajeros, la mayoría, también lo saludan brazo en alto y algunos hasta en posición de firmes. Ay, estos neerlandeses de vacaciones, de qué cosas no serán capaces... Y la tercera... ah, es otra joya. Es la foto de una foto, hecha también durante ese mismo crucero por el Rhin. En la esquina inferior izquierda, recostado en la borda, está Goebbels. En primer término, también abajo, a la derecha, de espaldas, Hoffmann en el momento de retratar a Hitler, quien ocupa el centro de la mitad inferior del cuadro, de uniforme y con gorra de plato, con el mentón carismáticamente alzado en dirección a la orilla derecha del Rhin y con las manos cruzadas delante de la entrepierna como los jugadores de la barrera en el lanzamiento de un tiro libre. El resto del fotograma lo llenan el Rhin, “el Rhin alemán”, con su Führer al centro y la orilla izquierda (Bad Godesberg y el hotel Dreesen) en el borde superior. Hasta las olas de la estela del barco se confabulan para hacer de esta foto una imagen histórica, y en la que no se sabe qué admirar más, si la profesionalidad de Hoffmann o la astucia de Stötzel. Viene luego otra foto divertidísima y que yo creo que le hubiese costado un buen rapapolvo de la Gestapo, en la que se ve a Hitler sentado en la popa del barco, con los codos apoyados en los brazos de la silla y las manos semi-

cerradas y recogidas entre las piernas, ¡pero, sobre todo! con el labio superior fruncido hacia el bigotito como si estuviese oliendo caca, como si se hubiera hecho en los pantalones. Por último, quiero dejar testimonio fehaciente de que desde mucho antes de encontrarla documentada en este libro, todos los días, al asomarme al telediario y registrar con qué avidez la mirada del político entrevistado rastrea el entorno para descubrir cuál es la cámara que lo está filmando, me saco el sombrero (o séase, la boina) delante del precursor de todos ellos en el arte de posar. Él fue quien los orientó en la dirección del Big Bastard, de ese Hitler liliputiense (aunque no siempre: recordemos a Pol Pot, Idi Amin, Milosevic) que se les autoinstala a los políticos cuando llegan al poder, y es el clandestino Mr. Hyde detrás de sus respetables apari­ ciones como Dr. Jekyll. Después de lo cual me entra a caminar por el pecho una indecible angustia. Pero ésa es ya sólo cosa mía

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vendría la persecución nazi, el miedo, el exilio antes de su suicidio en Brasil. Zweig escribió en La lucha contra el demonio algo muy certero sobre el derrotero de Kleist que parece ser también el camino, el rechazo y la atracción del propio escritor austríaco y de tantos otros escritores alemanes: “Sabe perfectamente a dónde lo empuja esa fuerza desconocida, al abismo, pero lo que ya no sabe es si verdaderamente huye de ese abismo o si marcha a su encuentro.” Páginas después, en el mismo estudio sobre la vida del autor de Pentesilea, agregaría que Kleist “es el gran poeta trágico de Alemania, no por su propia voluntad, sino porque forzosamente su naturaleza fue trágica, y su existencia, una tragedia”. ¿No podría decirse lo mismo de Hölderlin? ¿De Trakl? ¿De Paul Celan? Y entre los narradores, ¿no podía decire lo mismo de Alfred Döblin, escritor expresionista y socialista del grupo Espartaco que acompañó a Rosa Luxemburgo? Tras huir de la Alemania nazi y recorrer como refugios de paso a Suiza, Francia y algunos lugares de América, retorna tras la caída del nazismo a morir, solitario y sin esperanza, en un hospital del sur de su país. Quizá la mayor parte de los rasgos de tragedia que recorren la literatura alemana provengan de una fisura entre el individuo creador, el que no tiene señorío en un mundo hueco y calcáreo, y los pases magnéticos de la uniformidad social, de la resignación y la construcción colectiva de ese edificio sin bases que es la satisfacción. Karl August Horst, estudioso de los caracteres y ten­dencias de la literatura alemana del siglo xx , señala que Thomas Mann sentía como una suerte de litigio el que raramente hubiera “correspondencia entre el genio y la sociedad”. Esa escisión es de entrada un aspecto trágico que si bien

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ermoso como para matarse”, fue la expresión del poeta romántico Heinrich von Kleist cuando escuchó a Henrie­ tte Vogel cantar. Con ella habría de suicidarse tiempo después a orillas de un lago en el camino de Postdam, no sin antes negarse a cenar y tras dejar una escueta nota en la pieza del hotel en el que se alojaban. “Cenaremos mejor esta noche”, escribió en la esquela, como si la muerte fuera un banquete de bodas, como si la muerte fuera un secreto de suave mis­ terio compartido. Esta rara e inquietante expresión, “hermoso como para matarse” tiene sin duda un sesgo profundamente germánico, el sentimiento de lo trágico, la honda pasión alemana que exalta la vida hasta la muerte en casi toda su literatura y en casi toda su lírica. Marcel Brion, el agudo germanista de La Alemania romántica, habría de reincidir no pocas veces en ese aspecto cuando recuerda las palabras del poeta August von Platen, un aserto que parece dar continuidad a la expresión de Kleist tras escuchar el canto de Henriette Vogel: “Quien haya contemplado con sus ojos la belleza está ya consagrado a la muerte.” Por momentos, la de Kleist y la de otros creadores alemanes parece la misma estirpe de los empecinados alquimistas que buscaban el hallazgo de la moneda de una sola cara. La cara oculta del trasmundo y de lo escondido, cierta vocación ocultista que aparece en las obras de Hoffmann o de Novalis, quien reafirma sus pesquisas cuando dice que “todo lo visible descansa sobre un fondo invisible; lo que se oye, sobre un fondo que no puede oírse, lo tangible sobre un fondo impalpable”. Kleist, tras acometer sin tregua cientos de peregrinajes por todos los rincones de Alemania, un poco al garete, como judío errante albergado en sí mismo, al igual que en su desazón frente a la vida social o en sus equívocos encuentros amorosos, daba la impresión de alguien que sentía el paso de la vida y del tiempo mientras miraba con impaciencia su necrómetro. Stefan Zweig, el escritor austríaco que escribiera tan agudas semblanzas de escritores alemanes, fue otro escritor marcado con tizne por la tragedia. Hubo de padecer la primera gran guerra europea de 1914, una guerra que sólo terminó para que Alemania entrara, con Adolfo Hitler a la cabeza de un ejército exultante de necio patriotismo, a una nueva y feroz confrontación. Luego

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Juan Manuel Roca

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asedia a todas las culturas y sociedades, tiene un acervo en Alemania que puede ir de Goethe o de Strindberg o de Georg Trakl a Gottfried Benn. Este último, que alguna vez fue atraído por el nazismo, no dejó de recalar en su “preo­ cupación angustiada por el destino trágico del hombre”. Hay tragedia en Nelly Sachs, alguien que llevaría al plano de sus poemas rasgos de la trágica tradición de la Biblia y, por supuesto, del Holocausto del pueblo judío: “Estamos tan lastimados/ que creemos morir/ si la calle nos arroja una palabra maligna./ La calle no lo sabe,/ pero ella no soporta tal carga;/ no está habituada a ver que se descerraje sobre ella/ un Vesubio de dolores.” (“Estamos tan lastimados”). Hay tragedia en la obra de una solitaria del movimiento expresionista, Else Lasker-Schüller, en sus poemas escritos durante su exilio, poemas untados de una feroz melancolía y de una visión desgarrada del mundo: “En casa tengo un piano azul,/ y no conozco, sin embargo, una sola nota.”

Oksar Matzerath (el actor David Bennent), personaje de El tambor de hojalata, pe


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Karoline Günderode , Walter Benjamin, Georg Trakl , Heinrich von Kleist, Gottfried Benn y Alfred Döblin

El oscuro sentido La discrepancia de los grandes creadores con su época, se dirá, no es propiedad de las letras alemanas, pero pocos como Nietzsche y el propio Mann han señalado con mayor agudeza la soledad del hombre libre y su deseo de crearse una moral particular, pudiera decirse que privativa de su genio, propia e irrevocable. Podría hablarse de una suerte de pleitomanía de las letras alemanas en cuanto a la aceptación de su realidad social, no obstante que como nación se viera pastoreada por los pases hipnóticos de un mefítico caudillo. Es trágico el suicidio de Karoline Günderode y trágica su poesía en donde “puede doler la dicha”, o el exilio de Hermann Hesse durante la primera guerra mundial; es prematura la amargura de Döblin, como es amarga la huida de Walter Benjamin de la Alemania nazi hacia el suicidio, o la mirada penetrante de Bertolt Brecht en torno a la miseria humana y la duda de cantar al árbol en tiempos sombríos, como recordándonos que en él, además del fruto, puede pendular el ahorcado. Es de la misma materia su “Epitafio”: “Escapé de los tigres,/ a las chinches alimenté,/ pero fui devorado/ por las mediocridades.” Trágicos, amargos, son los versos de Paul Celan. Y trágica su muerte. Tras beber la “negra leche del amanecer” y padecer el sentimiento de que “la muerte es un maestro

de Alemania” que “silba a sus judíos” y los “hace cavar una fosa”, termina por arrojarse a las aguas del Sena. Trágicas son las palabras de Rilke: “El que ahora no tiene casa, no la construirá jamás,/ el que ahora está solo, lo seguirá estando largamente,/ y velará y leerá y escribirá extensas cartas,/ cuando las hojas sean arrastradas por el viento.” Miedo y locura, sentimiento de “caída” y exasperación, conforman la vida de Georg Trakl. Su atormentado devenir que lo espera desde los resquicios del sueño y la droga, su inclinación incestuosa hacia su hermana Gretl (“hermana del tempestuoso desconsuelo”), la melodía interior que se le impone como un oscuro llamado, su creencia de per­ tenecer a una “raza maldita” y a la caída de Occidente, el ritmo de un espanto creciente frente al mundo, el abandono paulatino de la razón que hará metástasis tras la batalla de Grodek, son signos de honda e inevitable tragedia, de inevitable fatalismo crepuscular. Al estar obligado en su condición de enfermero del ejército, él, que podría haber sido el camillero de sí mismo, sin valor para mirar heridas sin ser herido por ellas; al estar impelido a asistir a un centenar de soldados moribundos, sufre un acceso de locura y con ello un primer intento de suicidio que poco tiempo después cumplirá en un hospital de Cracovia tras una sobredosis de cocaína. Ni siquiera tras esa batalla que terminó siendo una batalla contra su vulnerada sensibilidad, lo abandona la lu-

lícula basada en la novela homónima de Günter Grass dirigida por Volker Schlondorff en 1979

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cidez lacerada que es la materia de sus versos: “La noche abraza/ a guerreros moribundos, la queja feroz/ de sus bocas destrozadas.” Esas señales de su doloroso poema conforman el cuadro clínico de su pérdida de la razón. “Todas las calles confluyen en negra podredumbre”, dijo en uno de sus más estremecedores poemas. Y otra vez Rilke, que contradiciendo a los viajeros que llegaban exultantes a París, diría:“¿De modo que aquí vienen las gentes para seguir viviendo? Más bien hubiera pensado que aquí se muere.” El sentido de lo oscuro, de los espacios vejados, de una geopatía de paisajes lacerados, es una fuente muy germana para la creación literaria y la pintura. No es que sea la única, pero sí posiblemente la más constante en sus letras. Ya lo decía María Luise Kashnitz, señalando el ámbito trágico de la historia alemana enmarcada en la europea: “Este continente arruinado,/ patria de la intranquilidad, del odio entre hermanos,/ de la revuelta, del pecado.” Lo mismo ocurrirá con la poesía de Nelly Sachs. ¿No la suya es tragedia en el sentido griego del canto heroico? Es una lírica que canta con dolor el padecer del pueblo judío a la llegada de Hitler: “los colores sin patria del cielo cuando anochece”. No es que la literarura alemana sea una coral cantando la misma tonada. Es que hay, más allá de espurios nacionalismos, esos rasgos trágicos muy germanos en su poesía y en su literatura. Repito: no es que la tragedia sea privativamente un tema de las letras alemanas, pues es un asunto secular en toda la literatura. Pero creo advertir que uno de los más poderosos de esos rasgos es el sentido de lo trágico, de la inminencia del dolor y la caída. “El que ríe no ha recibido la terrible noticia”, afirmaba Bertolt Brecht. Desde Goethe y Hölderlin. Con Hofmann y Georg Büchner, el impaciente que retomaba de la Revolución francesa la frase libertaria de “¡Paz a las chozas! ¡Guerra a los palacios!” Desde sus raíces medievales y aun sin tomar a Kafka co­ mo alemán, desde Lichtenberg hasta Walter Benjamin, con Karl Krauss y Gotttfied Benn, con Heinrich Böll o más recientemente con Hans Magnus Enzensberger (basta leer su dramático poema de largo aliento “El hundimiento del Titanic”), las letras alemanas no escamotean la tragedia y la miseria humanas, con humor y con ironía no pocas veces, como aparece en los retablos esperpénticos de El tambor de hojalata, quizá la obra cimera de Günter Grass. La tragedia, sí, vive a cualquier hora y en cualquier lugar del mundo preguntando por el domicilio del hombre. A lo largo de su magnífica y miserable historia ha sido un tema fundamental para el arte. En todo ese encabalgamiento de angustias y frustraciones, de señales escritas desde el laberinto, se asiste a la persistencia del sueño y de las utopías, aunque, de nuevo, estas resulten una y más veces trocadas en pesadilla. Pudiera colegirse que en algún amplio capítulo de una historia universal de la tragedia, los escritores alemanes llenarían un amplio espacio de la tormentosa escena. Ellos fueron, al mismo tiempo que corresponsales del sueño, severos e incansables estafetas que anunciaban el correo de la muerte, algo que la humanidad asocia con el espíritu trágico. Pero también, en muchos casos, fueron quienes más buscaron en los siglos xix y xx un espacio liberatorio en el sueño de ver al hombre libre de servidumbres. “Si un día –decía Heinrich Heine– la libertad tuviera que desaparecer de la superficie del mundo, un soñador alemán la reencontraría en el fondo de sus sueños.” A lo mejor es esa búsqueda la que nos recuerda que en casi todos los ámbitos la libertad permanece amortajada


LEER Falsa liebre, Fernanda Melchor, Almadía, México, 2013.

Periodista de formación y oficio, la veracruzana Melchor es asimismo narradora, y de las consistentes: ha publicado relatos en diversos medios impresos, ganó algo llamado virtuality literario hace siete años –es decir, cuando ella tenía veinticinco de edad–, y obra suya ha sido antologada, por ejemplo, en la Breve colección de relato porno editada en 2011. Amén de todo lo cual, y como ampliando naturalmente los horizontes de su voz narrativa, en esta que es su primera novela pone de manifiesto una evidente capacidad fabuladora pero, sobre todo, una vocación de estilo que sabe ponerse al servicio de aquello que se cuenta –y no al revés, como sucede con buen número de narradores contemporáneos, aparentemente más preocupados por sonar bonito que por contar bien y, lo peor, incapaces de distinguir la diferencia. En este caso, la suerte infame de un grupo de personajes a contracorriente de cierta tendencia temática muy actual: en lugar de ir en busca de sí mismos, Andrik, Zahir, Vinicio y Pachi, los personajes, más bien parecen estar escapando de quienes han sido.

La sombra de la sombra, Honorio Robledo, Instituto Veracruzano de Cultura/Gobierno del estado de Veracruz/ Conaculta, México, 2014.

Con ilustraciones de Efrén Maldonado, este libro de gran formato escrito por el también caricaturista Robledo cuenta la historia de Paqui Totopo, pero no sólo de él, sino de un personaje que el lector, muy probablemente menor de edad, pero no sólo eso, sino que lleve más bien poco tiempo de haber aprendido a leer, pero no sólo ese lector, sino cualquier otro aunque lleve más bien mucho tiempo de haber aprendido a leer... un personaje, pues, que ese lector que es muchos lectores descubrirá, como al propio Paqui Totopo le sucede descubrir en este cuento en el que mucho cuenta la imagen, salida del trazo juguetón de Maldonado, pero no sólo de eso, sino de las palabras de Robledo, que se ve que sabe dibujar personajes, pero no sólo eso, sino también escribir acerca de ellos... y no sólo eso, sino hacerlos tan entrañables como es Paqui Totopo, pero no sólo él, sino el otro personaje que siempre pero siempre lo acompaña.

1 de junio de 2014 • Número 1004 • Jornada Semanal

Lectura de Foucault, Miguel Morey Sexto Piso, México, 2014. Escritos sobre Foucault, Miguel Morey, Sexto Piso, México, 2014.

LA SENDA DE FOUCALT RICARDO GUZMÁN WOLFFER La enorme obra de Michel Foucalt puede ser abordada de muchas formas. Morey plantea dos: escribir a partir de las lecturas de la obra, buscando que esa lectura generadora llegue a la mayor profundidad posible. De tal esfuerzo nace en 1983 Lectura, y más de treinta años después se toma no sólo la obra misma (en lo abarcado en el primer texto), sino también la forma en que esa creación de múltiples materias ha sido recibida por los usuarios de los conceptos de Foucalt. El esfuerzo del autor logra sus objetivos. Incluso para quienes no conocieran ningún aspecto de la obra de Foucalt, la temática y sus aproximaciones sin duda siguen funcionando y, por lo menos, llaman a la reflexión a partir de lo escrito por Morey, quien de su propio texto refiere: “En estas páginas no ha hablado más que un profesor de filosofía, que no dice lo que piensa sino que se pregunta qué es lo que hoy puede ser pensado. Y cómo.” La complejidad de los temas y alcances de la obra de Foucault es conocida, más si se toman como punto de reflexión los libros de Morey, pues no sólo expone sino que también propone. Un mínimo ejemplo es retomar los siete puntos que Foucault estableció en El Anti Edipo. Introducción a la vida no fascista. Cada uno sería perfectamente aplicable a la política mexicana. Conceptos como “la paranoia unitaria y totalizante” se aplica a esos militantes o dirigentes que tiñen de prejuicios las acciones de la oposición, al menos en el discurso; “el vínculo del deseo con la realidad” es lo que posee la fuerza revolucionaria; “utilizad la práctica política como un intensificador del pensamiento y el análisis como un multiplicador de las formas y dominios de la intervención de la acción política”; “el grupo no debe ser el vínculo orgánico que une a individuos jerarquizados, sino un constante generador de desindividualización”; “no te enamores del poder” y otros. Uno vería esos siete puntos como un ideario político y antipartidista, pero, en general, El Anti Edipo... se desglosa a partir del psicoanálisis. Otro tema que el texto expone es la experiencia literaria. ¿Cómo comprender lo leído si hay una distancia con su representación y hay subjetividad en su interiorización y, luego, en su exposición? “Hablar no es ver”, machacan el escritor y el filosofo para replantearnos la escritura, pero, sobre todo, la lectura. Se propone el peso del instrumento: “las palabras que decían la verdad, pertenecieron a los poetas: sus palabras daban a ver lo que nadie jamás había visto”. En un discurso tan fluido como complejo, el análisis de este “hablar” termina por ser sólo eso, ni ver ni hablar. Morey pasa a la experiencia fotográfica para explicar un para-

lelismo entre la palabra y el instante congelado de la fotografía, como una creación en sí misma (nadie logra captar ese momento fijo, el ojo no tiene esa función): lo que lleva al arte cinematográfico para establecer “otra forma de lo nunca visto”: “Probablemente, el pensamiento sea el habitante nómada de esa distancia que separa hablar y ver.” En estos tiempos, cuando la opinión pública gusta de conocer a los “probables responsables” como delincuentes y a los famosos (políticos o artistas) que también terminan por llegar a la prisión, el análisis de Foucault sobre la historia y la eficacia de la celda son tan vigentes como en la fecha de su aparición. Si la eficacia del encarcelamiento como representación en el imaginario colectivo puede sustentarse por la publicidad lograda en filmes y novelas, en su mayoría gringas, su aproximación a partir de “la economía del poder” no es menos eficaz. En México, más que encerrar a los ladrones, nos bastaría que devolvieran lo robado y se fueran a otro país. ¿Por qué pagarles la estancia carcelaria por unos cuantos años o meses si no recibiremos de vuelta el dinero saqueado desde los cargos políticos o privados? Al observador le quedará claro que la causa penal de la exlíder sindical apenas es por unas cuentas y apenas por unos años, ¿y el resto de la millonada extraviada? La prisión ha sido señalada como ineficaz casi desde su instauración en el siglo xix , pero Morey desglosa la claridad de Foucault para explicar su reiteración en los sistemas donde está el “modelo de ejercicio de los sistemas de dominación burguesa”. Y conste que no habla de la impunidad en tal ineficacia. Dos libros notables para replantearnos a un filósofo, a un escrutador de su obra y muchos temas de actualidad y de importancia • Limbo, Agustín Fernández Mallo, Alfaguara, España, 2013.

ESCRIBIR PARA ENCONTRAR JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ Son muchos los casos de escritores que, una vez encontrada una fórmula exitosa, se apegan a ella para sus siguientes trabajos. Esto resulta por demás comprensible: ya se conoce el camino que se debe seguir para continuar sumando éxitos a su carrera literaria. Hay, incluso, quien lo justifica hablando de un asunto que parece irrefutable: el estilo. Así, no es que los escritores no se reinventen sino que han encontrado un estilo propio y, en consecuencia, le son fieles al mismo. Esto no sucede con Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967). Al menos no del todo. Su trilogía Proyecto Nocilla le cosechó reconocimientos por doquier. En ella utilizaba una forma particular de narrar. Más que eso, una forma diferente de encadenar historias que parecían disímiles por completo. Intercalaba relatos que no siempre se relacionaban con los otros pero que le conferían un gran ritmo a la lectura al tiempo en que generaban angustia en el lector. A decir verdad, su proyecto funcionaba al tiempo en que proveía a la novela de un respiro sobre las técnicas experimentales ocupadas en innovar antes de contar. Con Limbo, Fernández Mallo ha decidido separarse del proyecto que lo llevara a la fama. Al menos, es lo que

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LEER

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parece durante la lectura. Un capítulo 0 hará que el lector recuerde al científico que está detrás de la pluma. No por nada cuenta una breve biografía de Heisenberg, uno de los físicos más importantes de todos los tiempos. Pero esas cuartillas iniciales son sólo un pretexto para adentrarse en lo que verdaderamente le interesa: el Limbo. No nos confundamos: no habla de ese lugar que ha desaparecido la Iglesia. No. Es, por el contrario, el espacio existente entre el principio y el fin; aquello que no le interesa a la mecánica cuántica. La historia se divide en varias partes. La primera y más extensa es una novela de viaje. Ella conduce, él lee. La motivación es la búsqueda del “Sonido del fin”, algo tan abstracto como inexistente. Mientras la relación se desbarranca, ella recuerda el tiempo en que estuvo secuestrada. La segunda parte habla de los experimentos de un par de músicos encerrados en un castillo en Francia. Graban sonidos cotidianos para hacer una música que podría salirse de todo parámetro. La última parte se asemeja a Proyecto Nocilla en tanto da cuenta de historias separadas: son recortes de periódico donde se reportan hechos que, tangencialmente, tocan las historias previas. Fernández Mallo confiesa que escribe de forma compulsiva, sin saber a cabalidad hacia dónde se dirige. Tal vez eso es lo que vuelve tan atractiva su literatura: sabe de dónde parte (busca responder al planteamiento de Heisenberg) pero ignora a dónde llegará. Así, su búsqueda se vuelve la de todos los lectores, seducidos por ese caudal de pequeñas historias que se van acumulando en una mucho mayor. A veces, prescindir de la fórmula e intentar nuevas formas de narrar es un acto de sinceridad mayor al de conservar un estilo propio a como dé lugar. A fin de cuentas, de éste nunca se puede prescindir • Malcriadas miniatura, Tania Plata Nitro/Press, México, 2013

ANA Y OTRAS MALPORTADAS JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ Dos cosas pasaron por mi mente mientras leía Malcriadas miniatura, de Tania Plata (Ciudad de México, 1983): la inquietante forma en que los personajes de sus cuentos se comportan, y la facilidad con la que el lector descubre la repetición en las estructuras. Una es buena, la otra es un error fatal. El libro está compuesto por doce cuentos que parten de la misma premisa: protagonistas femeninas, adolescentes, que se enfrentan a un aspecto de su vida. Los relatos son apenas un vistazo a la vida de estos personajes, cuyos problemas se refieren a la transición de una etapa en la que ya no podrán comportarse como adolescentes. Sobra

decir que no existen tramas e historias malas (recordemos que Ulises es la historia de una persona que recorre Dublín a lo largo de un día): es el tratamiento en donde hay fallas. Sin embargo, Plata tiene una virtud al ver historias en donde otros verían berrinches. El problema radica en que no explota esas situaciones: los personajes son cínicos. No existe un conflicto en ellos que los haga dudar de sí mismos, ni de la manera en la que llevan su vida. Por eso el título del libro es tan correcto: ofrece lo que nos venden, Malcriadas miniatura. Sobresale un cuento. Dentro de esta estructura ya conocida del personaje femenino enfrentándose al crecimiento, Plata presenta en “El día libre de Ana” una pequeña predicción para el resto de sus personajes. Aquí no nos encontramos al tipo ordinario de protagonistas en el libro, sino a una mujer mayor que se casó con Pablo, uno de sus profesores de la universidad. La vida que ellos llevaban estaba marcada porque a él le gustaba vestir a su esposa con ropa de niña. La perversión del hombre, paralítico después de un accidente años después de que se conocieron, pone en contraste a la narradora: una cougar. Un espejo entre los dos personajes del cuento, la persona madura con un fetiche por chicas jóvenes, y la mujer mayor que tiene aventuras sexuales con los más jóvenes: “Anoche mientras me revolcaba con un chico de veinte, brindé por tu perversidad. No sé por qué tratabas de mantener esa ilusión conmigo […] No te voy a mentir, me encantaba ser parte de tus fantasías sucias, en algo se parecían a las mías. Me gustaba verme como colegiala, que mi cabello largo y negro, sujetado por dos moñitos, cubriera mis senos y ver tu cara y tu piel estremecer cuando ponía cara de niña buena mientras jugueteaba con la orilla de mi falda. ¿Lo recuerdas?” La narradora sigue hablando: confiesa que es infeliz, que es infiel, que sabía lo dañina que era su relación. Habla a una persona que, como el lector, no puede contestar. Muy en el fondo le reclama que ella se volvió él y que justo ese día, el día libre de Ana (la empleada doméstica que ayuda en el cuidado de Pablo), ella despierta cruda sólo para cuidarlo. Por desgracia, “El día libre de Ana” es la excepción en un libro que tiene una premisa interesante: la descomposición interna conforme las personas crecen. La pregunta queda en el aire: ¿todos somos malcriados desde que nacimos? O ¿eso lo determina sólo nuestro nivel socioeconómico? Es difícil no leer Malcriadas miniatura como una crítica a las clases sociales con mejor posición económica (no hay un sólo indicio de que alguno de los personajes sufra de falta de comida, por ejemplo). Tania Plata atina al no repetir tipos de narrador en cuentos donde lo narrado es prácticamente idéntico. El libro es juvenil e irreverente, a la vez que monótono: aciertos de la inventiva de la autora; fallas en la ejecución de la técnica •

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

SAUL STEINBERG: exilio desde la Novena Avenida

Leandro Arellano

Los oídos del ángel, Tomás Segovia, Ediciones Sin Nombre/unamDirección de Literatura, México, 2013.

Conocido y reconocido que siempre fue Tomás Segovia en su calidad de poeta, Lugarcomún tiene razón cuando afirma que la faceta narrativa del fallecido hace poco menos de tres años ha quedado atrás, a la sombra, muy mal conocida y, en consecuencia, insuficientemente valorada. Empero, quien ha tenido la fortuna de leer, entre otros, el libro de relatos Personajes mirando a una nube, no puede sino tener la certeza de que Segovia no era solamente un poeta y ensayista de primera línea, sino un narrador ídem. Aquí está el presente volumen confirmando lo anterior, lo mismo para los ojos de quienes tuvieron noticia previa del también novelista, como para los de quienes por primera vez se acercan a un Tomás Segovia intonso, por decirlo así. Publicada de manera póstuma, esta novela fue entregada por el autor a la editorial poco antes de su partida de este mundo, y puede considerarse el complemento de un díptico conformado también por Cartas a un jubilado. Ternura, Ileana Garma/ Extraños de ánimo, Alejandro Stilman, unam-Dirección de Literatura, México, 2013.

He aquí a los ganadores del certamen Caza de Letras, uno más de los ya innumerables premios literarios a los que se convoca en nuestro país. El primero de los títulos corresponde al género de poesía y el segundo al de cuento. Garma, la autora del poemario premiado, es una yucateca nacida en 1985; Stilman, firmante del cuentario que ganó, es un bonaerense nacido en 1954. A ambos los distingue –si se atiene uno sólo a la respectiva noticia que de ellos se da en los volúmenes– el hecho de haber obtenido previamente una buena cantidad de premios. Lo que llama la atención es una postura tan premiocrática: de los autores pareciera más importante decir qué han ganado y no qué han escrito. Lástima que la unam esté compartiendo esa idea según la cual quien no concursa y no gana no sólo no vale sino que quizá no existe. Flaco favor a este par de libros, por cierto bastante buenos, con o sin premio de por medio.

próximo número La Jornada Semanal

@JornadaSemanal

Inconformidad y escritura (El cuarteto de Lima), Luis Rafael Sánchez


1 de junio de 2014 • Número 1004 • Jornada Semanal

Naief Yehya

alapiz2000@gmail.com

naief.yehya@gmail.com

Los discursos de amor en la obra poética de José Francisco Conde Ortega (v y última) Más allá de boleros, modernismos y erudiciones, con los cuatro mencionados, ya son suficientes los enigmas: ¿hacia dónde apuntan otoño, arena, ángeles, alcohol y el intruso corazón? A la indecible y parcial biografía de un órgano en el que los latinos quisieron colocar los impulsos de los sentimientos amorosos y eróticos, a la certeza de que “no se manda en el corazón” porque mi rival es mi propio corazón, por traicionero. Lo que sus impulsos traicionan es el orden de los otros, de quienes no son yo ni tú, así como la propia idea racional de que hay jerarquías, instituciones, horarios, oficinas de Hacienda, embotellamientos de tránsito, clases de redacción y fumarolas en el Popo: el corazón se vuelve intrusivo porque trastoca el principio de realidad, el deber ser, el superyó y el ámbito de la superestructura para arriesgarse en esa empresa, no por cotidiana menos virginal y renovada, del erotismo y del amor, la más célebre de sus enfermedades. Esto puede volver a decirse de la siguiente manera, si uno quisiera transvasar al poeta en formatos impíos: el corazón introduce en el ánimo, contra los sustos de la moral, cierta borrachera y un amor por los ángeles ante los que la arcilla de los hombres se yergue en el otoño. Una antología personal tiene algo de recuento, de subrayar ciertas líneas temáticas, de privilegiar algunos textos y de colocarse en el papel de emisor y receptor de una obra. El inevitable lector de su propia obra en que termina convirtiéndose un autor, puede colocarlo a la par de la sensibilidad de otros lectores, o en contra suya, y ese ya sería un tema adicional para el análisis de la crítica literaria y de la teoría de la recepción porque, desde el principio, toda antología está determinada por el gusto personal del antologista. En el poemario más reciente de Francisco Conde, que es una antología personal, se confirman y modifican las obsesiones del autor, tanto en los territorios temáticos como formales. Espina del tiempo prosigue en Cuaderno de febrero la trayectoria poética amorosa de los poemarios previos, salvo que este poemario transforma el erotismo de poemas anteriores en formas de una emoción amorosa más profunda, más íntima, si cupiera decirse. Los estados de enamoramiento y deseo, de fascinación visual y táctil que fueron parte de la estrategia poetizadora desde los primeros libros de Conde, pasaron a formas mucho más serenas, pero no menos intensas (aunque lo dicho parezca una contradicción), como lo muestra el siguiente texto: “Digo tu nombre/ para que nazca el día.// He plantado las semillas/ de sus letras/ en la zona más fértil de mi cuerpo.”

A LÁPIZ

Enrique López Aguilar

Ninfomaníaca, de Lars von Trier (ii y última) Pornografía e hipersexualidad La pornografía tiene como función estimular la libido al crear una ilusión esquizofrénica del sexo: mostrarlo en close up de forma hiperrealista pero a la vez en improbables narrativas fantasiosas, donde todas las mujeres están siempre disponibles y deseosas. Lars von Trier reconstruye estos clichés en su controvertida Nymph()maniac mediante la adicción al sexo de la protagonista, Joe (Charotte Gainsbourg), pero los actos sexuales mostrados (explícitamente con dobles de cuerpo) rara vez son apetecibles o, si resultan excitantes, su atractivo radica precisamente en que a menudo carecen de emociones, son dolorosos, desesperados y parecen empujar la narrativa hacia la tragedia. Más que una gozadora insaciable, la joven Joe parece una administradora de recursos, siempre fría, calculadora y pragmática. Von Trier enfatiza que el título se refiere a una condición médica: el estado de deseo permanente, denominado también furor uterino, que ha sido definido desde su descubrimiento-invención en el siglo xviii como una condición patológica de la mujer, cuyo deseo sexual es por fuerza monstruoso, perverso y pérfido, por tanto representa una amenaza contra el orden patriarcal.

El discurso amoroso de Conde adquirió otra dirección en Fiera urgencia del día, cercana al expresado en Rosa de agosto, pues el poemario se inscribe en el tono elegíaco y se dirige a la invocación de personas que fueron cercanas al autor, pero que han muerto; así, busca el recuerdo y, a la vez, su permanencia en el afecto, dilatado mediante la arquitectura de los versos. No se trata de monumentos funerarios sino de instantáneas donde la persona prosigue su experiencia de vida, o del repaso desde una mirada memoriosa para mantener una conversación que, con el poema, no se acaba. Así lo muestra el siguiente soneto, donde el poeta recurre a los centones (inspirados en títulos de poemarios) para invocar a César Rodríguez Chicharro, en un poema homónimo donde la huella, la aguja y la mano son las señas de reconocimiento con el profesor, el poeta y el amigo muerto hace treinta años, con quien prosiguen las lecciones de vida y literatura: “Dejas así, la huella de tu nombre/ escrita en una aguja de marear,/ y una mano en el ancla. Eres el hombre/ que no sabe del miedo de cruzar.” Es arduo desbrozar tantos años de trabajo poético en unas apretadas y fatigosas cuartillas porque, finalmente, es inevitable que cada lector pueda seleccionar temas y poemas distintos de entre los doce poemarios que José Francisco Conde antologa en Espina del tiempo. El libro es fiel a su práctica de lupus sapiens eroticus, cuya conciencia es la de una gregaria soledad en una obra homogénea y diversa, firme y seductora. Para recordar lo que sugiere su Práctica de lobo, la autoantología condesiana incita, entonces, a que otros lobos se adiestren con el Lobo, a que lean sus poemas y abandonen la manada, y a que cada lector inicie su práctica de lobo en las lecciones donde se espina el tiempo •

Mea vulva, mea maxima vulva Joe de joven, interpretada por la asombrosa Stacy Martin, es parte de un grupo de jóvenes que desprecian el amor y prometen no sucumbir nunca a esa pasión, ni siquiera tener sexo con la misma persona dos veces, ya que el amor es sólo “deseo más celos”. Su lema es mea vulva, mea maxima vulva. Mientras el sexo promiscuo es un intercambio eficiente y gratificante en la economía emocional, el amor es confuso y representa la verdadera esclavitud; de ahí que cuando Joe se enamora y tiene un hijo, pierde su única certeza: el orgasmo. La contraparte de las relaciones amorosas, representadas por un frágil y desolado Shia Lebouef, es el sádico profesional interpretado por Jamie Bell, cuyos golpes son usados como terapia de choque por Joe para recuperar las sensaciones.

Argucias y genialidades Podríamos pensar que la idea de dividir el filme en dos partes o “volúmenes” es una argucia comercial, un gancho más para hacer pagar dos boletos al espectador, pero hasta cierto punto hay una división atmosférica entre las dos partes que las hace independientes y a la vez conceptualmente antagónicas, ya que la primera es principalmente ligera, humorística y sexy, mientras que la segunda es oscura y sórdida. Curiosamente, en la primera parte hay dos escenas de una intensidad asombrosa y cruel, en las cuales intervienen actores hollywoodenses a los que sitúa en los lími-

tes de su potencial: Christian Slater, en el papel del padre de Joe, y Uma Thurman como la furiosa esposa de uno de los enamorados de Joe, en una escena de celos histórica.

Como moscas Seguramente, nada divierte más a Von Trier que la indignación de aquellos que critican a Nymph()maniac por ser una cinta sobre sexualidad femenina hecha por alguien que ni la entiende ni ultimadamente le importa. La metáfora de la pesca con mosca es particularmente relevante, porque se trata de un forma de engañar a los peces con el movimiento del anzuelo para que crean que es una mosca. Muchos ven aquí al sexo como el anzuelo y al público entusiasta como esos crédulos peces. Algunos han acusado al cineasta de haber querido contarse a sí mismo una historia masturbatoria, indulgente, monotemática, wikipediesca, repleta de chistes privados y claves que no revelan nada, y que no es más que mala pornografía. Además, Von Trier deja pasar acentos lingüísticos torpemente fingidos (quizás porque sucede en un país que parece Inglaterra pero es un territorio fantástico) y se cita a sí mismo al evocar la secuencia de Anticristo, en que un niño pequeño camina hacia un balcón atraído por la nieve que cae.

Filosofía del tocador Von Trier parece haberse liberado del pesimismo y la depresión de sus filmes recientes. Aquí ha recuperado la ironía metafílmica de sus primeras películas y sus lúdicas estrategias narrativas (como las tipografías en pantalla y la división del filme en capítulos, como de novela dieciochesca). La realidad es que esta serie de confesiones van de la comedia a la filosofía del tocador, y como la novela de Sade de ese título, la cinta está armada por diálogos en los que eventualmente triunfa la crueldad. En la siniestra recámara de Seligman lo que realmente se debate es la condición de una sociedad hipersexual, informatizada, en la que libertinos desaforados y reprimidos son torturados por sus deseos al tiempo que sus dispositivos digitales se han convertido en eficientes altares al hardcore •

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JORNADA VIRTUAL

ARTE Y PENSAMIENTO ........


........ ARTE Y PENSAMIENTO

Germaine Gómez Haro

Alonso Arreola @LabAlonso

germaine@pegaso.net

Grandes maestros en el Museo Nacional de San Carlos

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L MUSEO NACIONAL DE San Carlos presenta actualmente dos exposiciones que el público no se debería perder: El manierismo. El arte después de la perfección (reseñada en este espacio el 18/v/2014) y El reino de las formas: Grandes maestros. Museo Franz Mayer, Museo Nacional de San Carlos, y Museo Soumaya. Ambas muestras están integradas por obras que difícilmente se ven en nuestro país en el contexto de guiones curatoriales que permiten al espectador captar la evolución, convergencias y divergencias del arte europeo del Renacimiento, manierismo, barroco y neoclasicismo. La primera está enfocada exclusivamente al período manierista que se desarrolló en Europa en el siglo xvi y su consecuente interpretación en la Nueva España, mientras que la segunda abarca un amplio panorama del arte en el Viejo Mundo, es decir del siglo xiv al xviii . El reino de las formas es un proyecto sin precedentes en el que se han unido dos museos privados –Franz Mayer y Soumaya– y el Museo Nacional de San Carlos, para presentar un conjunto de obras selectas de sus colecciones en el espléndido marco de Museo de San Carlos. La muestra está integrada por cincuenta y ocho pinturas y dos tallas en madera de las escuelas española, italiana, flamenca, holandesa, francesa, alemana e inglesa. El público puede recorrer cinco centurias de arte europeo y disfrutar pinturas de autores reconocidos, como los germanos Lucas Cranach (el Viejo y el Joven); los italianos Paolo Caliari (el Veronés), Andrea Vaccaro, Luca Giordano; los españoles Francisco de Zurbarán, Alonso Cano, José de Ribera (el Españoleto), Bartolomé Esteban Murillo; los flamencos Jan Brueghel (el Joven) –cuya portentosa pintura sobre la historia de Adán y Eva es, a mi parecer, una de las más hermosas de la muestra–, Ferdinand van Kessel, Antón van Dyck; los franceses Charles Vernet, Marie Louise Vigée Le Brun y el célebre retratista inglés Sir Joshua Reynolds, entre muchos otros quizás menos conocidos. La muestra se desarrolla a partir de dos núcleos temáticos que nos presentan los grandes tópicos del arte de esos tiempos: la tradición religiosa, que incluye temas marianos, cristológicos y pasajes de las vidas de santos, y la tradición civil, que se refiere a paisajes, retratos y alegorías. Varias pinturas medievales sobre tabla son los ejemplos más antiguos, y entre éstas destacan dos de las escuelas italianas de Siena y Florencia: Madona con el niño y dos ángeles ( s . xiv ) y Virgen y el niño ( s . xv ). Se trata de representaciones marianas que denotan el refinamiento técnico y estilístico que alcanzaron los maestros italianos. En el libro-catálogo que acompaña la

muestra, Alejandra González Leyva escribe un luminoso ensayo titulado “Una mirada por las formas del arte europeo de los siglos xiv al xviii ” en el que desarrolla una descripción detallada de la complejidad de las técnicas pictóricas que se originaron en el Medievo y que hoy en día poca gente observa por falta de conocimiento. En tono ameno y lenguaje claro, el ensayo de González Leyva arroja muchas luces y resulta una gran herramienta para que el público no especializado pueda apreciar la pintura antigua en toda la extensión de sus valores plásticos. En el texto se explica el tratamiento de las tablas a base de capas de yeso y cola, la finísima aplicación de los fondos de oro y plata, la sofisticación del estofado, la elaboración de los pigmentos, el uso del temple de yema de huevo, en fin, los preceptos de Cennino Cennini en El libro de arte que fue el tratado fundamental que todos los artistas de la época tenían que seguir al pie de la letra en el desarrollo de su oficio. Asimismo, González Leyva hace un recorrido pormenorizado por los entresijos de la pintura europea a lo largo de los cinco siglos que abarca esta exposición. En la misma publicación colabora la doctora Teresa del Conde con el ensayo “La materia visible”, en el que realiza una serie de comentarios cruzados y analogías sobre algunas de las pinturas de la exhibición y otras relevantes en la historia del arte, estableciendo vasos comunicantes entre ellas. “Las comparaciones no son odiosas. Son inevitables”, expresa Del Conde, y tomando en cuenta esta premisa, me parece que la selección ecléctica que hicieron los curadores invita al espectador a recorrer la muestra con la mirada abierta a captar los vínculos que unen a artistas y obras de diferentes períodos y procedencias, y que en su conjunto ofrecen un panorama del devenir de la pintura europea previa al advenimiento de la modernidad •

Conchita Wurst, la mujer barbuda que incomodó a Europa

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ABE NUESTRA LECTORA, NUESTRO lector, quién es Conchita Wurst? ¿Ha oído hablar del concurso Eurovisión? Se trata de una especie de Eurocopa del canto que goza de gran popularidad en el Viejo Continente, aunque nunca ha tenido demasiado eco en el nuestro. Recientemente, sin embargo, las cosas cambiaron. El sábado 10 de mayo el certamen fue ganado por la representante de Austria, Conchita Wurst, de veintiséis años, cuyo nombre verdadero es Thomas Neuwirth. Hablamos de un travesti (drag queen dirán algunos, aunque no es lo mismo) cuya biografía ficticia presume nacionalidad colombiana y un marido en el mundo del burlesque. ¿Por qué hablar sobre ella este domingo? ¿Por qué sucumbir ante un fenómeno mediático rebosante de morbo? No sólo porque es una buena entertainer con talento real en garganta y escenario, sino porque ha causado una polémica gracias a la cual quedó al descubierto el oscurantismo al que ha vuelto –o del que nunca salió– buena parte de Europa (sobre todo del este). Diatribas en radio, televisión y periódicos, reclamos de líderes religiosos y políticos, agresiones en redes sociales, son algunas de las acciones que han encabezado Bielorrusia, Rusia y Ucrania en contra de Conchita y Eurovisión, argumentando que, de seguir así, estarán a un paso de la sodomía. Francamente cómico. Celebridad bien conocida en su patria y particularmente en la ciudad de Viena, Thomas lleva años participando en grupos vocales, programas de televisión y proyectos en los que muestra su oficio como cantante, decorador y experto en moda. Empero, no fue sino hasta 2011 cuando creó al personaje de Conchita para el concurso de talento Die Große Chance, en el que se llevó el sexto lugar y con el que un año después obtuvo el segundo sitio en las eliminatorias austríacas para Eurovisión. Muchos supusieron que su invención terminaría allí y que, por muy políticamente correctos que fueran los productores, no le darían más espacio. Pero se equivocaron. Volvió en 2014 para comerse el pastel completo con su tema “Rise Like a Phoenix”, perfecta alegoría de su transformación. Ahora bien, ¿qué es lo que tanto molesta a sus detractores? Entre otras cosas, que Conchita no se muestre plenamente“disfrazada”sino que a su bello y femenino rostro le deje crecer una barba cerrada, obsesivamente recortada, en contraste radical con un cuerpo esbelto, ataviado a la usanza de Hollywood. Además, no podemos soslayar que su apellido significa “salchicha”. Una doble afrenta para las mentes cerradas. Digamos que, a nivel global, es la más amplificada representante de la mezcla hombre-mujer que haya tenido la música. Su presencia se agranda no tanto por cruda o atrevida (si de eso se trata busque, verbigracia, al mexicano Lukas Avendaño), sino porque ha dinamitado la red. Asunto que nos llama la atención: ni siquiera por morbo los programas de televisión mexicanos han dado

José de Ribera, La vista; Arriba: Lucas Cranach el Viejo, Adán y Eva

espacio al triunfo de Conchita. Se le ha mencionado pero –parece que se ha decidido en altas esferas– no se ha puesto el tema sobre la mesa. Nos divierte imaginar lo que piensa el arzobispado azteca de semejante quimera. Seguro se trata de una postura diferente a la de buena parte de la Iglesia de Viena que, junto a famosos como Elton John, David Bowie y Julio Iglesias, le dieron su apoyo. Y es que, por favor, observe detalladamente la fotografía que nos ilustra. No es difícil notar que Conchita ostenta muchos de los rasgos que más molestan al conservadurismo ignorante: el color de su piel, su tipo de inmigrante, la homosexualidad, el travestismo, el exhibicionismo y, claro, algo que no se ve pero se escucha en sus apariciones públicas: la inteligencia. Allí radica la bomba en que se convirtió el personaje de Thomas. Sin perderse en falsas profundidades, la Wurst da entrevistas diáfanas en las que señala el carácter lúdico de su hacer, así como lo que representa en términos de tolerancia y comunión entre personas diferentes. Este hecho fue el que poco a poco convirtió a la crítica, jurado, competidores y audiencia de Eurovisión en verdaderos admiradores de su trabajo. Y es que sí, sabemos que personajes como Conchita Wurst siempre han existido y seguirán existiendo. De los muxes de Oaxaca a los hijras de India (sea por la razón que sea) los hombres vestidos de mujer y con ellos los gays, transgénero, transexuales, intersexuales, bisexuales, travestis, drags, lesbianas y demás variantes de la preferencia, forman parte de la realidad humana. Que se integren a la “normalidad” en que vive el resto es señal de tiempos mejores. Buen domingo. Buena semana. Buenos vestidos •

BEMOL SOSTENIDO

Jornada Semanal • Número 1004 • 1 de junio de 2014

ARTES VISUALES

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

1 de junio de 2014 • Número 1004 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Ana García Bergua

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ARLOS MARTÍN BRICEÑO ES un narrador que cuenta ya con notables reconocimientos en un terreno bien difícil, en el que se ha mantenido con singular destreza y soltura. Sus cuentos podrían definirse como tragicomedias amargas muy bien urdidas que enganchan y arrastran al lector. Su prosa límpida y sin embargo rica en resonancias y sugerencias es muy atractiva, y muy interesante su manera de construir personajes masculinos tórpemente deseosos, absolutamente creíbles en su franqueza y su fragilidad.

Montezuma’s Revenge y otros deleites es un cuentario lleno de ironía: los protagonistas de estos cuentos se van involucrando poco a poco en situaciones aparentemente no buscadas, en las que sus propios deseos –los más carnales, los más inmediatos: el sexo y el hambre– los atrapan sin remedio. Por la fuerza de las circunstancias terminan involucrados en otra cosa mucho más compleja, dolorosa, a veces patética, a veces quizá mortal, que nunca sospecharon. El cuento que lleva el nombre de “Montezuma’s revenge” obtuvo el premio internacional Max Aub hace dos años. Su protagonista, enamorado dolorosamente de una inglesa llamada Paige que a cada paso lo utiliza y lo desprecia, va construyendo un odio muy eficaz. Es este un cuento sobre los límites del amor y del deseo y su colindancia con sentimientos peores, mucho menos edificantes. También, de alguna manera, es un cuento sobre el racismo y las ambivalencias de nuestra relación con los extranjeros que vienen a visitar las tierras cálidas y las playas del sureste mexicano. Paige, la inglesa brumosa, es para el protagonista y narrador de este cuento admirable en su avance y estructura, una especie de horizonte huidizo, frío y esquivo y a la vez urgente, que lo arrastra a sus peores límites, a una felicidad satisfecha en la venganza. En general, a los personajes de estos cuentos les pasan desapercibidos los límites, una raya tenue entre sus vidas y las posibilidades de otras vidas, como aquel hombre del tragicómico “Caprichos”, que va a pedir a la apetitosa vecina que le baje a la música, obligado por su aséptica mujer, y se ve envuelto en una situación ambivalente en la que el hijo de la vecina lo obliga a su vez a presenciar su número musical con fondo de Timbiriche, perdido en su propia debilidad, todo un poco en el absurdo. O aquel otro que cree haberse ligado a un muchachito de la edad de su hijo en el supermercado para darse un gusto rápido en “Autoservicio” y se lleva una tremenda sorpresa. O el ingeniero que va a hacer un gran negocio ilegal con un político corrupto en “Zona libre” y de regreso decide acceder a la mujer vestida de rojo que en el camino se le había ofrecido. Y el pobre oficinista de “Quizás, quizás”, convertido en la parte central de un sándwich entre la hipersensual asistente del jefe a la que ha perseguido hasta los precipicios más elevados de la calentura. En general, la calentura, azuzada por el calor y la humedad tropical, arrastra a

estos personajes a tirarse por distintos abismos y sus matrimonios no suelen funcionar, pues el deseo aparece donde no debe, se desencuadra, y tan sólo en “Dios los cría”, donde el marido y padre devoto es despreciado por su esposa actriz, capaz de todo por su carrera, el destino está ribeteado de tragedia. En general las parejas casadas y establecidas de estos cuentos son frías, desoladas, como el matrimonio de “Hacer el bien”, que por gusto de la esposa acoge a un huerfanito para que pase con ellos la Navidad y le dé a ella la fantasía del hijo que no tuvieron. O la pareja que acompaña a la cuñada a abortar, en el durísimo “Deleites”, dedicado a Mónica Lavín, en el que la comida juega al final como una especie de detonante de terribles verdades. O el que ve morir a su amigo en “Matrimonio y mortaja”, mientras la futura viuda finge un falso dolor. Hablaba del papel de la comida como una especie de terreno alterno al cuerpo desatado, la comida y las cervezas que aparecen en muchos de los cuentos.“Made in China” es un relato un tanto distinto a los demás, donde la comida juega un papel preponderante. Trata de un abogado que es enviado a China con la encomienda de investigar las condiciones de trabajo en la fábrica que proporciona los enseres de plástico que la poderosa cervecería para la cual trabaja regala a sus clientes, a precios ridículamente baratos, con la finalidad de cuidar la imagen de empresa “socialmente responsable”. El abogado contrasta en su interior los animales vivos que se ofrecen para ser cocinados en un lujoso restaurante (entre ellos los koalas) y los trabajadores de la fábrica, explotados hasta lo animal para poder producir más baratas las baratijas, quienes ya pueden comer arroz y huevos. El otro mexicano que medra con esa fábrica le dice, para convencerlo, que antes comían cucarachas y gatos, cosa no muy distinta a fin de cuentas de lo que se ve en el restaurante. “Made in China” es un cuento muy lúcido, de final escalofriante, sobre la explotación, la domesticación y nuestra condición de animales que devoran a otros animales. Múltiples interpretaciones, relaciones y resonancias despierta la lectura de estos cuentos de Carlos Martín Briceño, que parecen estar escritos con una navaja de disección. Su doloroso filo se interna en la frágil carne de sus personajes y en el desasosiego de los lectores, que en ellos reconocemos los turbios límites de nuestra propia naturaleza •

¿Qué clase de funcionario es usted?

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RABAJA USTED, O DICE hacerlo, en alguno de los muchos niveles de la administración pública?, ¿es usted, en groseros términos, uno de los millones de burócratas que habitan ese kafkiano laberinto de oficinas y jefaturas, comisiones y subsecretarías que aterraría al mismísimo Josef k? ¿Y es usted llamado, aunque sea incapaz de hacer una división con decimales o de leer el párrafo de un ensayo sin que le piquen los dedos para apresar el control remoto de la tele y ver el fut o un programa del estercolero que algunos llaman farándula,“licenciada” o “licenciado” y aunque desde luego lejos haya estado usted

jamás de matricularse, ya no digamos llegar a la meta de graduarse en una universidad? ¿Goza usted casi sexualmente el ejercicio de su cuotita de poder aunque sea infinitesimal? ¿Siente mariposas en el estómago cuando a su vez ve venir a su propio inmediato superior “licenciado” por el pasillo de la oficina? Y en la oficina, ¿se droga usted a escondidas con “activo”? ¿También mastica la estopita o prefiere papel de baño? ¿Está bueno el agarrón? ¿Le llevan coca a escondidas? ¿Usa la computadora para elaborar informes y síntesis informativas (para que a su vez el licenciado o la licenciada no tengan que leer párrafos completos y se pongan bizcos de aburrimiento) o para jugar Solitario, Angry birds o, más llanero y carnal, para ver pornografía? ¿Le pagamos los ciudadanos y contribuyentes del país, además del sueldazo (o merecida compensación, remuneración adecuada, lo que sea que evita en usted retirarse, como con inusitada jovialidad sentenció Nietzsche en una carta a su querido Erwin Rohde en la Basilea de 1874, “a la más desvergonzada existencia individual, miserablemente sencilla, pero digna”), alguna prodigalidad que quisiera confesarnos, quizá un auto de lujo, un relojazo de a millón, una casa como un palacio, el yate del que ya se arrepintió, un racimo de viajes a Las Vegas (o, como es usted más culto que otros, a Nueva York), las tetas de silicón de su amante, el botox de su insoportable señora, el bypass gástrico de su tripudo señor esposo, los implantes capilares de su maestro de tenis? Cuente, ande. Díganos si se abanica con billetes de quinientos a manera de inocente broma de niño rico pendejo y luego humildemente renuncia a su puesto público, ganado a pulso en el concurso de yúniors mamones que imperan en la sociedad mexicana, para volver alegremente a su negocio familiar. Todos simpatizaremos con su generosa franqueza y no faltará nunca el de hundida autoestima que le buscará el salu-

do cuando entre usted, con ese inconfundible aire de gerifalte con que traspone el umbral de su restaurante favorito, de su casino preferido, de la cafetería del club deportivo y le seguirá diciendo “licenciado”, con la esperanza de que ante un eventual regreso al erario se acuerde usted de él. ¿Es usted elegante, bien plantado, mejor vestida?, ¿gusta de ropas finas y tiene buen gusto en accesorios que sería una verdadera pena esconder nomás porque es usted representante de una presunta (puro montaje electorero, claro está, pero hay que hacer el circo para el que se nos paga, ¿verdad?) Cruzada contra el hambre? (¿ya vio usted?, no contra el analfabetismo, la explosión demográfica, la tuberculosis, el sida, los embarazos adolescentes, simplemente la obesidad o el analfabetismo, si usted misma(o) es analfabeta funcional: contra el hambre, deliciosamente ambigua, históricamente variopinta y vagamente sinonímica de miseria, pobreza, votos en venta, ¡qué afortunado maridaje de mercadotecnia y política!) y en esa cruzada, decíamos, suele abundar el peladaje que ni idea puede tener de cuántos miles de pesos cuesta ese chaleco, ese maravilloso par de zapatos, ese ajustado vestido que la hace sentirse tan Yenni Rivera a la hora de posar con esos pelados para la foto que a ellos, bien sabemos, no les va a quitar el hambre pero a usted, mañana que se vea en la tele, qué bonito le va a inflar el ego… Pero póngase abusado, sea cauta: hay mucho cabrón rencoroso en este país, entre sus subalternos hay falsos lambiscones, compañeros traidores que no dudarán un instante en capturarlo con una cámara de cinco megapixeles para convertirle, por ese inusitado, desgraciado desliz, en la sensación semanal de internet y en un requiebro fatal hasta de los medios de veras, para hacer de su carne escarnio y de su infortunio gozo de los ardidos sociales, que forzarán su pase a la posteridad con apodos como Lady Sedesol, Mirrey Abanico o Lady Salchicha •

CABEZALCUBO

Las venganzas de Moctezuma

PASO A RETIRARME

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


........ ARTE Y PENSAMIENTO

Orlando Ortiz

¿Realismo o prejuicio ideológico?

A

PESAR DE LAS TURBULENCIAS, sacudimientos y brutalidades que estamos viviendo por todas partes –en el mundo entero, no sólo en el país– siento que políticamente estamos en el ojo de la tormenta. (Aquí cabe aclarar que, en contra de la idea más difundida y creencias de los más, el ojo de un ciclón o tormenta no es la parte más agitada y devastadora, sino lo contrario: es un momento de mucha calma, es el tiempo que hay entre la primera parte del huracán, cuyos vientos, por decirlo de manera simple, van de izquierda a derecha, y la segunda parte, cuyos vientos van de derecha a izquierda.)

En otras ocasiones he escrito que está haciendo falta un nuevo Carlos Marx, que llegue a redefinir y sentar las bases de una nueva teoría socioeconómica. En su momento lo hizo Lenin en Rusia, que debió adecuar los planteamientos de Marx –dirigidos a una sociedad industrializada, con una clase obrera amplia y combativa– para que fueran aplicables a una sociedad como la rusa, cuya formación social era campesina. Podrían responderme que México ya no es un país rural. En efecto, pero tampoco somos un país industrializado ni nuestros obreros son una fuerza organizada y combativa –el Estado ha sabido controlarlos y hasta someterlos a través de cooptación y corporativización–, de ahí que no correspondería a los planteamientos marxistas originales. Y la idea de un partido de clase como vanguardia es, a estas alturas, algo obsoleto, pues la gangrena del capitalismo ha rebasado al proletariado y alcanzado otras clases. Por otra parte, la marcada dependencia económica respecto de Estados Unidos sería un factor más que debería incorporarse a los análisis, así como también tendrían que tomarse en cuenta las cuestiones ecológicas, el papel de la delincuencia organizada y, en fin, todas las situaciones y elementos nuevos que inciden en la vida económica y en la sociedad actuales. Sólo de esa manera se partiría de una realidad concreta. Y tampoco debe descartarse el grado de democracia, poca o mucha, que se haya alcanzado o –para no andarnos por las ramas– que no se ha alcanzado en México. La urgencia es evidente, pues de pronto la sociedad politizada se está quedando “agarrada de la brocha”, pues, aunque hay quienes opinan lo contrario, el capitalismo clásico y el neoliberal han sido incapaces de solucionar los problemas; únicamente han polarizado a la sociedad, incrementado la concentración de la riqueza, acentuado de manera superlativa la explotación, el hambre y la miseria. Cada vez son más los pobres más pobres y menos los ricos más ricos. Objetivamente, podría decirse que el capitalismo, sea salvaje o neoliberal, ha fracasado escandalosamente. Esto es lo que no se quiere ver, que el capitalismo no ha demostrado ser superior o mejor que el socialismo. En cambio, no faltan los comentaristas que denuncian voz en cuello que el socialismo ha fracasado definitivamente. Que en ningún país que sea o haya sido socialista se han resuelto los problemas económico-sociales. En los Ilustración de Juan G. Puga

que se llegó al poder a través de un movimiento armado, el fracaso se debió a una práctica totalitaria, y los que llegaron por la vía democrática, no han superado los problemas porque el socialismo es una utopía, algo que no se puede alcanzar. Lo que salta de inmediato es la duda. ¿Esos gobiernos socialistas no han salido adelante o no los han dejado salir? Planteo esto porque no se puede negar que desde Rusia hasta Cuba han debido enfrentar hostigamientos múltiples, guerra fría, bloqueos, embestidas de las agencias de espionaje, zancadillas, en fin, argucias de todo tipo para impedir que la sociedad socialista pudiera demostrar su capacidad para lograr una mejor y más equitativa distribución de la riqueza. Para concluir, me gustaría decirles que actualmente son numerosos los que piensan –y opinan, con sorna mal disimulada, en los medios– que el socialismo ya caducó, pues nunca pudo constituirse con éxito, desde que en febrero de 1848 apareció el Manifiesto del Partido Comunista. Lo da por muerto antes de que cumpla los doscientos años. El surgimiento del capitalismo es anterior y tampoco podría decirse que ha resuelto los problemas de nuestra sociedad. Es más, llevando el razonamiento a otro plano, pero desde mi punto de vista válido: el cristianismo lleva más de dos mil años y tampoco ha logrado constituir alguna institución verdaderamente cristiana. ¿Por qué, entonces, descalificar una “utopía” que podríamos decir apenas está en pañales? De ahí que me pregunte si la descalificación es una actitud realista o una cuestión ideológica •

Luis Tovar Twitter: @luistovars

El Ariel 56 (tenerlos y cacarearlos)

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L PASADO MARTES 27 de mayo se llevó a cabo la quincuagésima sexta entrega del Ariel, premio a lo mejor de la cinematografía nacional que siempre está volviendo por sus fueros –es decir ambos: la cinematografía y el Ariel, cuya suerte, otra vez de ambos y no precisamente por casualidad, corre parejas desde hace un rato, puesto que a una y a otro les ocurre lo mismo: en términos de verdad masivos se les conoce poco y mal. Sin embargo, y sin que la verificación del reciente par de éxitos mexicanos de taquilla haya conseguido revertir una inercia que data de años, pocos de quienes forman parte de ese público masivo pierden oportunidad para expresarse de uno y de otra en términos que, si no son francamente despectivos, suelen ser cuando menos ninguneantes. Ese desdén se origina en una combinación insidiosa: un honesto desconocimiento y un prejuicio adquirido, manifiesto en aquello de que al cine mexicano se le considera malo hasta que demuestre lo contrario. Empero, las condiciones actuales de distribución y exhibición vuelven imposible ir en contra de la permanencia de dicho prejuicio. El proceso ha sido devastador: la no muy lejana época durante la cual apenas pudo hablarse de producción cinematográfica mexicana provocó que, en términos mediáticos, la entrega del Ariel haya sido y siga siendo un acto poco menos que clandestino, por lo escasa o nulamente promocionado, ya no se diga transmitido. Al mismo tiempo, el hecho de que hasta hace relativamente poco tiempo solía contarse con poquísimos filmes, pésimamente distribuidos y e x h i b i d o s, q u e e r a n una incógnita antes de ser nominados y/o premiados con el Ariel, y también después, ha tenido como consecuencia que la proporción del público que ha visto una cinta mexicana nominada o ganadora de algún Ariel –y que lo sabe, que le impor te o le diga algo– sea históricamente ínfima.

Algo es algo Algunos elementos han cambiado: para empezar, la producción cinematográfica de 2013, es decir la que se tomó en cuenta en la pasada ceremonia del Ariel, consistió en 126 largometrajes entre ficción y documental, cifra sólo comparable a lo que fue costumbre en las mejores épocas de nuestro cine, cuantitativamente hablando. Puesto que de esa centena y cuarto sólo han sido exhibidas exactamente la mitad, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas ( amacc ) hizo lo correcto al insistir, a lo largo de toda la ceremonia –y en presencia del titular de Conaculta, que bien haría en tomar nota y no quedarse sólo en eso–, en la ne-

cesidad urgentísima de corregir las tremendas distorsiones que hay en materia de distribución y exhibición. De otro modo, tanto el Ariel como aquello de lo que se hace eco seguirán siendo elementos, por decirlo así, de un universo repleto de materia oscura. Por eso también hizo lo correcto la amacc –aunque claramente no basta– en mejorar sustancialmente la ceremonia misma, en conseguir que se transmitiera televisivamente, aunque no en vivo sino diferida un par de horas, así como en ampliar y transparentar sus procesos de selección, nominación y de premiación misma. Hizo bien, finalmente, porque a despecho del prejuicio, del desconocimiento y de la escasa visibilidad contra la cual deberán seguir trabajando, tanto el cine nacional en su conjunto como la amacc en particular con el Ariel, sucede que en esta edición la competencia fue, para decirlo sin tacañerías, bastante fuerte considerando el buen nivel general de lo nominado. En términos clásicos, la gran ganadora fue La jaula de oro, que de catorce nominaciones obtuvo nueve trofeos, incluyendo casi todos los más importantes: a mejor película y ópera prima, guión original, fotografía, edición, música original, sonido, actor y coactuación masculina. De su lado, la gran perdedora sería Heli, que de sus también catorce sólo obtuvo el Ariel para Amat Escalante como mejor director, aunque suerte similar corrieron cintas cuya calidad no iba de ningún modo a la zaga, por ejemplo Los insólitos peces gato, que de siete sólo se quedó con el Ariel a coactuación femenina para Lisa Owen; o No quiero dormir sola, que de cinco nada más ganó Adriana Roel por mejor actriz; o Tercera llamada, que de ocho posibilidades salió sólo con el Ariel a guión adaptado; o Workers y Halley, con cinco nominaciones respectivamente, y sólo la última obtuvo el premio a maquillaje. Quiera el futuro que a la siguiente ocasión haya similar nivel de competencia y que se sepa masivamente. En otras palabras, que sea como con los huevos: hay que tenerlos pero también saber cacarearlos •

CINEXCUSAS

Jornada Semanal • Número 1004 • 1 de junio de 2014

PROSAÍSMOS

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ensayo

1 de junio de 2014 • Número 1004 • Jornada Semanal

In memoriam de los cuarenta y nueve niños fallecidos en el incendio de la guardería abc

A

quí está otra vez el frío. Viene de mi interior, lo sé. Desde ese día no he vuelto a ser la misma, aun cuando en esta ciudad la temperatura sobrepase los cuarenta grados, esta hiriente sensación no me abandona, me recorre el cuerpo, se adentra en mi torrente sanguíneo y, aunque han pasado dos años, me obliga a recordar a diario los hechos, a rememorar la mañana, la mala hora en que te dejé en aquella trampa. Nada más escuchar el timbre del reloj despertador y despegar los párpados, lo primero que hago es mirar tu rostro; alzo la mirada y busco tus ojos en el retrato colgado en la pared. ¡Qué me importa que lo desaconseje el psicólogo! Estás sonriendo, a punto de soplar las velas de tu pastel del Hombre Araña. ¿Recuerdas? Cumplías tres años y, quién iba a imaginar. Tu cuarto está como si el tiempo no hubiera pasado: los peluches encima del buró; los cochecitos, ordenados por tamaños, en sus repisas; la cama bien puesta, con la colcha de Spiderman que tanto te gustaba. “¿Por qué no convertimos el cuarto del niño en cuarto de tele? ‒me insiste la abuela‒, con recordar eternamente no se gana nada.” Estoy segura de que ella también sufre. Está desesperada de tanto verme llorar y trata de sobreponerse. “El hubiera no existe. Lo que pasó ya no tiene remedio, es necesario darle vuelta a la hoja. Deje de echarse la culpa.” ¿Qué carajos puede saber el psicólogo de esta congoja implacable prensándome el pecho? Ni siquiera cuando estoy en el supermercado frente a mi caja registradora, metida en el trabajo, olvido. Cada vez que una señora se acerca con su carrito de compras y descubro un niño de tu edad montado en él, antes de soltar, de rigor, la sonrisa, y el encontró-todo-lo-que-buscaba, obligado, con esa voz amable que nos exigen, debo apretar los labios para no llorar, sintiendo caer sobre mí sus miradas, flechas hirvientes que envían mis compañeros: desde la jefa de área, harta ya de mis lloriqueos, y a la que debo rogar, mes a mes, que me deje salir temprano a llevarte flores al cementerio, hasta los insolentes “cerillos” que parecen burlarse con sus despreocupadas sonrisitas. Cuando me avisaron estaba en pleno corte. Fue uno de los “viene-viene” quien me lo dijo, llegó corriendo desde el estacionamiento y lo soltó a voz en cuello, como para que no quedara duda: ¡Se está quemando la guardería donde tienes a tu hijo, Sandrita! Me engarroté. Aturdida quise abandonar todo y salir corriendo a buscarte pero la mirada de la jefa me lo impidió. ¡Cómo he de temerle que ni siquiera por saberte en peligro dejé mi caja al garete! Respiré hondo, así como nos enseñan en los cursos de capacitación, ordené mis ideas y recordé que había una manera, una sola, autorizada por la dirección, para cortar caja en situaciones de riesgo. Temblores, siniestros y cosas por el estilo. Al terminar, busqué a la supervisora con la mirada y asintió con la cabeza. Me pareció que ya sabía, y quién sabe desde qué hora. La recabrona.

El murmullo del frío Carlos Martín Briceño

Ilustración de Juan GabrielPuga

Cuando por fin llegué aquello era una locura. Mucho humo y gente por todas partes. Había un olor insoportable, mezcla de hule y carne chamuscada, tan intenso que hasta ahora no se me quita de la nariz. Por eso no me da hambre, como de a poquitos, nada más para darle gusto a tu abuela. Los bomberos no me dejaron pasar, habían acordonado el área y cerrado las rejas. Me colgué de los barrotes, gritaba tu nombre, como esperando que aparecieras de un momento a otro en medio de todo ese revoltijo. Me amaché queriendo cruzar la barrera y tuvieron que detenerme entre tres. Forcejé, rogué, pedí que me soltaran. ¡Ahí está mi hijo! ¡Pónganse en mi lugar! Ninguno hizo caso. Durante el forcejeo me tocó ver claramente cómo iban sacando cuerpecitos carbonizados, otros tatemados, llenos de quemaduras en los brazos, en la cara, las ropas tiznadas de tanto hollín. En medio de mi desesperación, rogaba a Dios que no estuvieras entre ellos. Quizá segundos o minutos. No sé cuánto tiempo fue. Lo cierto es que cuando estaba a punto del desmayo, alguien dijo que el muchacho de la llantera cercana había logrado sacar a varios niños antes de que el techo se les viniera encima. Corrí hasta donde me indicaron y fue cuando te vi. Te distinguí enseguida, no por tu cara, pues estabas lleno de hollín como la mayoría, sino por tu pijama rojo de Hombre Araña. Ibas, junto con otros cuatro niños, adentro de una ambulancia, listo para ser trasladado al hospital. Un paramédico les daba los primeros auxilios. ¡Déjenme pasar! ¡Soy mamá de aquél!, grité, el índice apuntando, abriéndome paso a empellones entre las demás personas que también buscaban a los suyos. El paramédico me miró compasivo. No tuvo que decir media palabra. A diferencia de los otros que no dejaban de gritar, desgarrados de dolor, estabas quietecito, quietecito, como ángel dormido. “Había mucho humo espeso, empecé a tentar, tenté carnita y lo agarré. Junto a él había una niña, estaba toda quemada, no hacía nada; no lloraba, tenía los ojos grises. Nomás se me quedó viendo, nada más abría la boca y la cerraba, como los peces.” Así me lo describió, días después, el empleado de la llantera, el joven que te sacó, cuando fui a darle las gracias y le pedí que me contara cómo fue tu rescate. Cerré los ojos y agradecí a Dios que a ti te hubiera llevado rapidito, que nada más el humo te hubiera envenenado el cuerpo, no como aquellos niños que alcancé a ver, que iban todos descarapelados, como cuando a un tomate se le quita el cuerito. Desde entonces, por más que me abrigue, este frío no me abandona. Se cuela terco, insolente, entre los resquicios de mis ropas, de mi abrigo y cala hondo hasta mis huesos. En el autobús, la gente no me quita la vista de encima. Algunos se han atrevido a preguntar. No entienden nada, no imaginan que con tu ausencia te llevaste todo el calor de mi cuerpo y debo procurármelo con este grueso abrigo •

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