La Jornada Semanal

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La banalización epidemia de la modernidad

X abier F. C oronado ■

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 3 de febrero de 2013 ■ Núm. 935 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Entrevista con R icardo P iglia

Spinoza y la araña, un inédito en español de S igismund K rzyizanowski


bazar de asombros Un retrato de Efraín González Luna: el final de un ideario ( vii de viii )

“...la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”: así lo dice Hanna Arendt, como también lo han afirmado, cada uno a su modo, Chéjov, Cioran, Saramago y Galeano, entre otros: la banalidad, y sobre todo la banalización, hacia cuyos dominios son llevadas lo mismo la cultura que la política, se ha erigido en una suerte de epidemia del intelecto que afecta, incluso, la percepción ontológica que de sí mismos tienen los miembros de la sociedad contemporánea. Sobre esta moderna enfermedad del espíritu versa el lúcido ensayo de Xabier f . Coronado que ofrecemos a nuestros lectores. Publicamos además una entrevista con el narrador argentino Ricardo Piglia, así como un artículo en torno a su obra, y rubrica el número un breve cuento, inédito en español, del escritor ruso Sigismund Krzyizanowski, con nota y traducción de Jorge Bustamante.

3 de febrero de 2013 • Número 935 • Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Ahora, años después de su muerte, asfixiados bajo

Revolución ha sido un activo agente de la reforma

cenarios virtuales”, y victimados por la frialdad

día.” Esta frase contiene su reconocimiento al mé­

el peso de una tecnocracia que sólo ve cifras y “es­ más cínica y torpe, volvemos los ojos a las ideas

que colocaban al hombre como principio y fin de toda actividad del Estado. Con notable clarivi­ dencia, González Luna advierte de los peligros

que nacen de la mentalidad economicista: “Debi­ do al portentoso avance de la técnica en el dominio

de la naturaleza y la universal extensión de los mer­

cados a consecuencia del progreso incesante de las comunicaciones, el dato económico se amplifica

a medida que se deprime el humano.” Anunciaba, deslumbrado y, al mismo tiempo, temeroso ante el

social en México, equivale a negar el sol a medio rito de Madero, nuestro, con permiso de López

Velarde por la atrevida paráfrasis, “último héroe a

la altura del arte”, y a los esfuerzos de revolucio­

narios como don Luis Cabrera, quien siempre pug­ nó por la instauración de una democracia que, ade­ más de la reforma política, incluyera una profunda

reforma social que aboliera los privilegios de una

casta compuesta por políticos deshonestos y cor­ sarios empresariales, y buscara una justa y equili­ brada distribución de la riqueza.

Su análisis de la política social de los gobiernos

mundo de la globalización con todos sus portentos

revolucionarios me parece digno de un estudio a

mensas: “Lo que la sociedad necesita es una sus­

su equilibrio crítico. Coincide con algunos histo­

e injusticias propiciadoras de desigualdades in­

tancial restauración del hombre en sí mismo, en sus relaciones con los demás, en sus relaciones con los

bienes materiales”, afirmaba, y así ponía en su lu­ gar a banqueros y gerentes, empresarios voraces, administradores públicos que esconden sus rudi­ mentarias pillerías tras la careta de la ininteligible

jerga tecnocrática, y filisteos de toda laya, desde la pública hasta la privada.

Hay otro aspecto del pensamiento de don Efraín

que es absolutamente necesario airear y discutir.

Mucho tiene que ver con las utopías que estudió con dedicación entusiasta, mientras que, por otra

parte, hace patente su equilibrado criterio y la ho­ nestidad con que elaboraba sus juicios y proponía reflexiones y revaloraciones. Me estoy refiriendo

fondo, tanto por su implacable lucidez como por

riadores sociales rigurosos cuando nos dice que la reforma social propuesta por la Revolución, “a

pesar de fanfarronerías iconoclastas, ha sido de una lastimosa timidez pequeñoburguesa”. Si pensa­

mos en la retórica oficial al uso en aquellos tiem­

pos, nos percataremos de la ironía implícita de este párrafo. Ironía y pena al ver que los ideales de los

luchadores verdaderos eran desvirtuados por la

consolidación de una nueva casta que, otra vez, señalaba a sus súbditos la obligación de “callar y

obedecer”, tanto en lo político como en todos los otros ámbitos de la enrarecida convivencia social.

(Continuará.)

a sus ideas sobre la Revolución. Advierte que no va a Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

hacer un canto laudatorio, sino una apreciación crítica y comienza diciendo: “Desconocer que la

jornadasem@jornada.com.mx

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ensayo

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Ricardo Guzmán Wolffer

A

Abarcar toda la obra de Saki, como lector, es una

obligación que se desprende del placer de la primera lectura.

perros rabiosos acechándolo y que ver al can lo ha trastornado. El texto cierra con el famoso: “La fanta­ sía sin previo aviso era su especialidad”, para mos­ trar que esa aparentemente inofensiva niña es capaz de inventar cualquier cosa. Lo curioso del cuento no sólo es la forma en que el visitante cree a ciegas en lo relatado por la pequeña, sino cómo llega con carta de presentación a esa casa, por establecer su necesidad de relacionarse socialmente como parte de una cura contra la depresión (como el autor, di­

muerta y el hombre no se ha dado cuenta. En “El sexo que no compra” se burla de la capacidad contempla­ tiva de las mujeres en las tiendas, donde terminan por no comprar a pesar de haberse probado y vis­ to decenas de prendas; también menciona cómo las mujeres consumen productos que se venden lejos, como si entre mayor fuera el recorrido para encon­ trarlos, mejor fuera el objeto. En “Reginald en Ru­ sia” se burla de las mujeres ceremoniosas y dice que, cuando una de ellas llegue al cielo, le dirá a San Pe­ dro: “Le ruego me presente al Buen Dios” y una vez frente a Él, le dirá: “Hablamos de us­ ted con frecuencia en la iglesia de la calle Mi­ llionaya”, a lo que el interlocutor terrenal le contesta: “Sólo los viejos y los clérigos de las Iglesias establecidas saben cómo mostrarse displicentes con gracia.” En “Enemistad mor­ tal en Toad-Water” dos mujeres se pelean por una gallina y por ello toda la familia se enfren­ ta, incluso niños y animales. “La calma en la desgracia no es un atributo ni de las gallinas ni de las mujeres”, explica el autor, y añade: “La señora Crick tenía una extensa familia y estaba, por tanto, autorizada a los ojos del mun­d o para tener poca paciencia.” Como burla añadida a las supuestas practicantes de la religión, dice de la pelea: “Sus pensamien­ tos se materializaron en un lenguaje ‘impro­ pio de una mujer cristiana.’” Y como para las

Saki

pesar de la fama de Hector Hugh Munro (Birmnia, 1870- Francia, 1916), poca gente lo conoce. Casi todos sus lectores lo iden­ tifican como Saki. Hay varias versiones sobre el origen de tal apodo: el más adecuado para la temática burlesca del autor, es que se trata de un mico. Nacido bajo el Imperio Británico en la era vic­ toriana, donde el doble discurso y la opresión moral sobre las colonias estaba en su peor momento, reci­ bió casi toda su educación en Inglaterra. Muchos de sus biógrafos mencionan su carácter amargo debido a la dificultad que tuvo para sobre­ llevar la instrucción académica, lo cual nadie supondría al leer sus muchos cuentos. Para quienes insisten en que la risa es un mecanis­ mo de defensa contra la vida cotidiana y sus difíciles retos, Saki parecería corroborar tal teoría, pues todos sus textos traslucen una mi­ rada lúdica y una concepción crítica del universo para evidenciar que las formas son una necedad social, pues mucha etiqueta no garantiza ni salud ni bienestar, menos ale­ gría; y lo asienta divirtiéndose a costa de sus personajes y de la realidad que representan. Saki es uno de los mejores cuentistas de su tiempo. No sólo por prolífico, sino por el sor­ presivo efecto que logra en cada creación, donde también hay una crítica a la sociedad victoriana que padeció, tanto en su país natal como en la isla británica: el asombro como re­ curso literario. Son muchos los cuentos nota­ bles de Saki. Mencionaremos sólo algunos. Probablemente el más publicitado sea “La ventana abierta”, donde una niña engaña al visitante al hacerle creer que su tía está loca por la pérdida de su esposo e hijos, y que en sus fantasías de dolor los espera con la ven­ tana abierta, como si pudieran volver del más allá. Cuando los parientes efectivamen­ te llegan con su rastreador, la infanta le hace creer al aterrorizado invitado que son fantas­ mas. Al salir despavorido el convidado, la fa­ milia se cuestiona la causa de tal huida. La niña les cuenta que él ha vivido días terribles al haber quedado atrapado en una tumba con

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el cuentista

rían varios). El cuento, además del eficaz e ines­ perado desenlace, conlleva un señalamiento para aquellos victorianos que eran incapaces de tolerar la depresión derivada de las supuestamente útiles y rígidas normas sociales. Los textos de Saki muestran varios blancos favo­ ritos. Si existiera la figura del bulliyng literario, este misógino sería de los grandes. En varios cuentos las mujeres son puestas como seres con mínimo con­ trol emocional. En la “La reticencia de Lady Anne” el marido hace todo lo posible por quebrar el silencio en que se ha sumido su cónyuge, dando por hecho que, como ella gusta de hacer berrinchazos silentes, simplemente no le habla para molestarlo y eviden­ ciar su enojo y su repudio a él. Después de muchas promesas e intentos, se va cierto de que ella no vol­ verá a hablarle. Y así es, pues la mujer lleva dos horas

peleas entre mujeres sirve más recordar los malos momentos familiares, como si eso demeritara a la fémina, las peleoneras acudie­ ron a la “cálida memoria: cuando todo se des­ vanece volamos hacia ti”. Otro blanco de sus cuentos es el hombre tonto. En “El sanjak perdido” un hombre to­ ma el lugar de otro para fingir la propia muer­ te, pero es acusado del asesinato de sí mismo. Al ser detenido pretende acreditar su verda­ dero nombre, pero es cuestionado sobre asuntos de geografía, la localización de la provincia de Novi­ bazar, pues se le tenía por erudito del tema. Al no recordar el lugar de tal región, pierde la posibilidad de demostrar su identidad y es ejecutado. Bueno, un olvido geográfico cualquiera lo tiene. Abarcar toda la obra de Saki, como lector, es una obligación que se desprende del placer de la prime­ ra lectura. La sensación es la de entrar a un dulce país de sorpresas literarias donde lo mismo veremos muertes, torturas o, simplemente, respuestas y des­ cripciones ingeniosas, que nos llamarán a seguir leyendo a este autor de mirada triste e inteligente. Como una peculiar ironía, en los dibujos japone­ ses animados (manga y ánime) un personaje feme­ nino adolescente que ve el aura también se llama Saki: una burla que el autor habría apreciado •


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Erick Jafeet

Kafka

en la obra de Ricardo Piglia Foto: Susanna Sáez Los escritos kafkianos tuvieron su origen en pesadillas José Rafael Hernández

S

uponer a Ricardo Piglia como único gran lec­ tor de Kafka sería reducirlo a un obseso de la obra del checo, lo mismo que ensalzarlo por encima de agudos lectores. Quienes han leído la obra de Piglia podrán sostener que el escritor ar­ gentino, que ha erigido con maestría variaciones de leer la lectura, ha sido un lector trascendente de Kafka. No es para menos tal afirmación dado que parte sustancial del contenido de su obra, cuyo per­ sonaje principal es la lectura, atiende escrupulosa­ mente a Kafka. ¿En quién si no en este enigmático y camaleónico escritor podría febrilmente interesarse un explorador que urde sus expediciones lecturales más arriesgadas y ambiciosas en pos del Descubri­ miento? Desde que capturó que “saber leer es saber asociar”, no pudo resistirse a andar, desandar y vol­ ver a andar por las simas, los relieves y entrelíneas de la escritura y de la vida kafkianas. Voy a conside­ rar únicamente dos obras, Respiración artificial (1980) y El último lector (2005). En esta última se da cuenta que Kafka descubrió un nuevo modo de leer. ¿Quién si no Piglia podía hacerlo, del mismo modo que Borges leyó la filosofía como literatura fantástica, o como Pitol soñó la reali­ dad? Esa innovación de leer estriba en que la litera­ tura le da forma a la experiencia vivida, la constituye como tal y la anticipa, dice Piglia; enseguida añade que Kafka busca la realidad que pudo haberse deposi­t ado en el texto. En lugar de una interpreta­ ción, tenemos el relato de lo que está por venir; ade­ más, allí encuentra Piglia la justificación del Diario y de que sea un gran escritor de cartas: sólo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito; escribe para que el otro lea el sentido nuevo que la narración ha producido en lo que ya se ha vi­ vido, respectivamente. Piglia concluye que esa es la

lección que debemos extraer para leer la literatura de Kafka. Todo ello proveniente de una correlación se­ creta que debemos reconstruir, dice, y que cree que no ha sido analizada. En su descubrimiento de 1980, Tardewski, per­ sonaje de la novela, espía los andares de un Hitler desertor del ejército, refugiado en Praga y frecuente visitante del café Arcos, lo que devino hipotético en­ cuentro con Kafka. Si las pistas-pruebas que absor­ be y revela son fidedignas (alusivas anotaciones en el Diario y una supuesta carta a su amigo Brod) estamos hablando de que el nazi halló, como señala Piglia, al que sabe oír. Otros, como Esther Cohen (narradores de Auschwitz), han leído que el escritor de Praga ora fue precursor de Hitler, ora vaticinó el Holocausto o prefiguró con sus relatos los campos de concentra­ ción. Lo que lee Tardewski es a un Hitler precursor de Kafka; dice que el nazi narró a Kafka la utopía atroz de un mundo convertido en una inmensa colonia penitenciaria. Luego advierte que el genio de Kafka reside en haber comprendido que si esas palabras po­ dían ser dichas, entonces podían ser realizadas. Leamos, en El último lector, la clave de Kafka: pri­ mero establece un enlace enigmático y luego encuen­ tra sentido. La correlación de la que Piglia hablaba, y explica con la interpretación ulterior que hace Kafka de “La condena” ‒el relato está ligado a Felice, pero el propio Kafka desconoce la razón, la extraña conexión se aclarará meses después‒ y con un poe­ ma chino que envía a Felice, del cual Piglia supone que con la intención de atraerla, prevenirla o bien para anunciarle lo que está por venir. Advierte, ade­ más, lo consciente que Kafka era de los distintos pa­ sos y transformaciones de la escritura; ya no sólo por­ que lo refiere con respecto al proceso de pasar a la máquina de escribir los manuscritos, sino del destino de tal escritura. Este descubrimiento de Piglia, un Kafka que escribe desconociendo las causas que impelen tal escritura (aunque después las halle: “La conde­ na” y el poema chino), lo hace desde la conciencia del

devenir de sus palabras. En Respiración artificial esta consciencia adquiere un tinte siniestro, puesto que lee y escribe a un Kafka pensando que es posi­ ble que los proyectos imposibles y atroces del nazi lleguen a cumplirse y que el mundo se transforme en eso que las palabras estaban construyendo. ¿Kafka, judío, escuchando, creyendo, entre ate­ rrado y fascinado a un hombrecillo ridículo y fa­ mélico, como lo llama Piglia, y luego empecinado en transcribir todo aquello como una suerte de desig­ nio? Aquí no cabe contemplar lo que enseña Piglia: después de la escritura se revela el sentido; por el contrario, Kafka luce como una especie de copista de Hitler. ¿Origen de El proceso? En esta obra, dice Tar­ dewski, Kafka supo ver hasta en el detalle más pre­ ciso cómo se acumulaba el horror. Guillermo Sán­ chez Trujillo, en El crimen de Kafka, señala a éste como un plagiario de Crimen y castigo, de Dostoievsky, para la creación de El proceso. Marthe Robert arguye que se debe a la ruptura de su compromiso matrimo­ nial con Felice. Si bien no hay certeza, Reiner Stach concluye: El proceso, de Kafka, es un monstruo. Kafka es un monstruo o encarna una inmensa Ino­ cencia. ¿Un hombre destructivo, consciente de que escribía al servicio ulterior de la muerte masiva; sien­ do judío, un hombre más demencial que Adolf? Y esto no nos lo dice Tardewski, ni Renzi, ni Piglia incluso tras resaltar que Kafka le cree al nazi y que Kafka hace en su ficción, antes que Hitler, lo que Hitler le dijo que iba a hacer. Entonces, dado que el mismo Franz ase­ guró a Brod que todo lo que había representado iba a ocurrir verdaderamente, ¿la imaginación de Hitler y la escritura de Kafka; escribió Kafka y lo implementó Hitler? Hitler quemó la obra de Kafka. ¿Qué es lo que realmente ha leído Piglia en Kafka? De éste, en otro párrafo de El último lector, se lee que su metáfora es la guerra, la vida militar. Que la guerra le sirve para describir su relación con la literatura. No obstante que Piglia circunscribe al lenguaje tal supuesto, no sé cómo leerlo •


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Es un verdadero privilegio para el lector en castellano que un narrador y estudioso de la talla de Ricardo Piglia (Androgué, 1941) se halle al frente de una serie de narrativa (serie del recienvenido, colección Tierra Firme), auspiciada bajo un sello editorial mexicano, el FCE, que ve la

voz interrogada

Narradores desde Argentina entrevista con Ricardo Piglia Raúl Olvera Mijares

luz en Argentina pero se distribuye también en otros lugares del mundo de expresión hispana. Existe el precedente de Papeles del recienvenido (1929) de Macedonio Fernández. Con un epígrafe de éste, por cierto, da comienzo Nanina, de Germán García.

-¿D

to unitario. El mal menor (1996), de Carlos Eduardo Feiling, en su luminosa elaboración del relato de te­ rror, dialoga con los géneros menores que son uno de los caminos centrales de renovación de la novela moderna. Valen por sí mismos y por su novedad y también por su diálogo con obras escritas mucho tiempo después. En ese sentido, también son recien­ venidos a una lectura que ellos mismos han contri­ buido a definir.

por cierto, no es privativo de la profesora Molloy: usted mismo y el propio Borges son creadores y críticos. ¿Cuál es el valor literario más destacable de la obra, más allá de ser una valiente defensa de las preferencias alternativas?

‒En Sylvia Molloy me ha deslumbrado su capaci­ dad para instalar una voz narrativa muy íntima de gran belleza e intensidad. Muchas veces he pensado que las mejores novelas nos cautivan porque quere­

el título de aquella obra procede acaso el nombre de la serie o existen otros elementos que usted desearía destacar?

‒El nombre efectivamente es un ho­ menaje a Macedonio Fernández y busca subrayar la novedad que implica cada nueva lectura. Los libros son siempre recién venidos y la sensación de reen­ cuentro y de descubrimiento de los textos es un ele­ mento fundamental de la literatura en toda la historia. Se trata de una colección de reediciones que intenta –modestamente– contraponerse a la destructiva lógi­ ca contemporánea, según la cual los libros quedan fue­ ra de uso después de un par de meses en el mercado.

–Entiendo que se trata de reeditar una gama de autores que abrieron las brechas de la nueva literatura argentina, la serie arranca con Nanina (1968), de Germán García, una novela de iniciación, donde un joven cuenta sus andanzas en la gran urbe en su doble exploración del medio cultural y las mujeres, obra cercana tanto en la forma como en la atmósfera a De perfil, de José Agustín y Gazapo, de Gustavo Sáenz, y En breve cárcel (1986), de Sylvia Molloy, una novela corta de ambiente intimista que aborda la relación lésbica de tres mujeres, una escritora, una mujer mayor de cierta solvencia económica y una mujer más joven y apetecible. ¿Cuáles son las próximas entregas de la serie, por una parte y por otra, por qué elegir estos autores tan diversos, con casi veinte años de diferencia en las fechas de primera publicación?

‒Nos interesa hacer ver que esos libros, publica­ dos en distintas épocas, más que anticipar, actualizan poéticas literarias de nuestros días: Nanina está en diálogo con el auge actual de la autobiografía y la literatura del yo; En breve cárcel, como usted ha seña­ lado, instaura –y renueva al mismo tiempo– las his­ torias de amor y la pasión entre amantes de un mismo sexo que hoy son una línea muy visible en nuestra narrativa. En cuanto a Oldsmobile 59 (1962), de Ana Basualdo, creo que retoma la gran herencia de los libros de cuentos que se construyen como un conjun­

Foto: flickr/ artstudiomagazine

–En el conciso, brillante e ilustrativo prólogo a Nanina (En breve cárcel tiene otro que no le va a la zaga), usted escribe que Germán García, al apostar por la narrativa de gran aliento, representa un agudo contraste respecto del cuento de 5 mil palabras que preconizaba Borges. ¿Dónde estarían las diferencias entre Nanina, De perfil (1966) y Gazapo (1965), por un lado y, por otro, expresiones de narrativa contemporánea en español como las de Juan Goytisolo, digamos con Señas de identidad (1966) o bien Reivindicación del conde don Julián (1970), y de Severo Sarduy con De dónde son los cantantes (1967), dos propuestas abiertamente distintas de los argentnos que se caracterizan por el empeño en el lenguaje?

‒Estos libros nos dejan ver algo que ya sabemos pero que es nítido en las grandes novelas; no se tra­ ta sólo de narrar sino –sobre todo– de escribir. En Argentina, la cuestión Borges ha sido siempre cómo desafiar los concentradísimos registros de su fic­ ción. Borges nunca escribió nada que tuviera más de quince páginas y la calidad de su escritura de­ pende de esa distancia y de su manejo maravilloso de la forma breve.

–En el caso de En breve cárcel, la novela que Sylvia Molloy, cuya familia, como en el caso de la de Borges, es en parte inglesa, llama la atención la figura de un académico con una vocación por la narrativa que,

mos seguir escuchando la voz que relata. En breve cárcel es una de esas grandes novelas: en el libro una historia perturbadora y personal está narrada por una inolvidable e invisible narradora en tercera persona a quien nosotros –los lectores– no quisiéra­ mos nunca tener que abandonar. –Finalmente, como estas obras de literatura argentina van a circular también en México, ¿qué lectura se esperaría usted que se efectuase de ellas en nuestro país? ¿Cuáles diría usted que son las características actuales de la literatura argentina que la distinguen de la mexicana y la española?

‒Bueno, debemos insistir en la necesidad de romper la balcanización que sufre actualmente la literatura en América Latina. Nos cuesta encontrar los libros de los contemporáneos que escriben en nuestra lengua. En Argentina, nos hemos sentido siempre muy cerca de la tradición experimental y abierta de la narrativa mexicana (Rulfo, Fuentes, Pitol, Del Paso, Salvador Elizondo, José Emilio Pa­ checo) y de la narrativa española (Rosa Chacel, Juan Benet, Juan Goytisolo, Javier Marías, Antonio Mu­ ñoz Molina, Enrique Vila-Matas); hay muchos cruces y muchas intersecciones entre nuestros escrito­ res y es de esperar que en el futuro nuestros libros puedan leerse al mismo tiempo en México y en Argentina •


Samurái

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Leandro Arellano

Escena de Los siete samuráis de Akira Ku­r osawa

personales sobre aquel país (Una interpretación del Japón). Concluye el capítulo La religión de la lealtad, señalando que en la tumba de Asano, donde yacen también los restos de los cuarenta y siete, el humo de incienso no cesa de elevarse a las alturas desde en­ tonces... Los hispanohablantes tenemos el privilegio de conocer esa epopeya mediante el majestuoso relato de Borges: “El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké.” Basada en un suceso real, la leyenda narra cómo en el invierno de 1702, los cuarenta y siete vengaron la muerte de su señor, Asano Naganori. Había trans­ currido poco más de un año antes de que consuma­ ran la venganza, lapso durante el cual los cuarenta y siete fingieron haber olvidado el incidente de su maestro, por lo cual recibieron mofas y humillacio­ nes. Al final los cuarenta y siete hicieron prevalecer el espíritu samurái sobre el derecho del shogun, por lo cual fueron condenados a seguir a su señor a la tumba. Los 47 ronin –título con el que se populariza actualmente en Occidente– no desconocían su sino, pero el sentido del sacrificio era menor a la restitu­ ción del honor por la muerte injusta de su señor. No hay japonés que desconozca la leyenda, re­ producida en filmes, teatro, marionetas, videojue­ gos y mangas. Pertenece al folclor más apreciado del país pues ejemplifica el espíritu del bushido. Ku­ rosawa contribuyó también a la leyenda. Los siete samuráis abona el mito de la valentía, del honor y de la nobleza de aquellos caballeros. Ubicada hacia el siglo xvi , los samuráis habían perdido ya los privi­ legios de sus orígenes y deambulaban por el país en busca de un amo a quién servir. En la película sirven a una comunidad campesina indefensa y pobre, aso­ lada por los bandidos. El filme muestra las virtudes de los varones que acceden a darles protección y al

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urante semanas estu­ vo expuesta en el Museo Nacional de Antropo­ logía la exhibición Samurái. Te­ soros del Japón. Quien la haya vi­ sitado advirtió con seguridad, además de la geometría sutil y armoniosa de las armaduras de los guerreros, el airecillo acera­ do que privaba en el ambiente. El samurái representa no sólo una de las más elevadas muestras del folclor y la tradición japonesas, Foto antigua sino también de su sensibilidad y de samurái de su estética. En Japón el samurái encarna los ideales del caba­ llero medieval de las literaturas de Occidente: honor, lealtad, valor. El arquetipo de la vida guerrera se fundaba en la disciplina personal y la exaltación de virtudes espartanas. En el siglo x la familia Fujiwara se adueñó del poder y de la Corte y, con distinto nom­ bre, lo mantuvo hasta mediados del xix . Aquel pe­ ríodo se caracterizó por la declinación de las institu­ ciones chinas y el debilitamiento del poder central, frente a la elevación de los señores feudales de pro­ vincia. En ese ambiente se impuso el guerrero hábil en el arco y el sable y con armadura metálica. Samurái –bushi en Japón– es la denominación co­ lectiva de la casta guerrera que a partir de entonces ya puede identificarse como un estamento diferen­ ciado tanto en lo social como en lo económico y mi­ litar (Wolfgang Schwentker, Los samuráis). Al evo­ lucionar se agruparon en distintas federaciones, estructuradas en un orden jerárquico. El perfil so­ cial de esas asociaciones variaba: bandas de saquea­ dores y ladrones, otras al mando de funcionarios provinciales, mercenarios, grupos rebeldes... Sus armas consistían en la espada, el arco, flechas, lanza y alabarda. La espada representó un símbolo nacio­ nal y sobrevive como insignia imperial. La armadu­ ra, vistosa e imponente, contenía los siguientes ac­ cesorios: casco, máscara, coraza, hombreras, guantes y polainas. Historias, anécdotas y leyendas sobre los samuráis son incontables en Japón. Aca­ so la más popular, la más conmovedora y reverenciada es, con distintos nombres, la de “Los cuarenta y siete samuráis”. La­ fcadio Hearn la re­ fiere en uno de sus libros más

No escasean en Occidente los aficionados a los mitos del samurái y del bushido.

final destaca el sacrificio de los guerreros: sólo dos sobreviven. No escasean en Occidente los aficionados a los mitos del samurái y del bushido. Ocurre que la casta guerrera japonesa posee ideales y valores que agre­ gan al espacio del honor, la nobleza y la lealtad idea­ les una adición. En Japón, sin la atadura religiosa del pecado, el guerrero llevaba al límite el valor y la preservación del honor mediante la muerte ritual. Con ella (cuyo nombre propio es seppuku y no haraki­ ri), el samurái aseguraba honor y fama. El bushido es el código moral de los guerreros y posee un fuerte acento religioso. Hacia el año 552 la Corte de Yamato adoptó oficialmente como religión el budismo, que habían llevado los embajadores co­ reanos. La fusión de elementos del budismo y de la doctrina confuciana infundió en los guerreros una es­ piritualidad que, con los siglos, se tornaría una prác­ tica recogida por toda la población. Siendo el bu­ dismo una religión pacífica, no deja de sorprender la enorme atracción que ejerció en los samuráis. Mas fueron las técnicas de liberación mental del zen –fi­ losofía proveniente de China en la que sus adeptos buscan la armonía para acceder a una aprehensión directa del mundo– las que sedujeron a los caballeros armados. Luego las enseñanzas del bushido se idealizaron en una suerte de doctrina apologética de la existen­ cia del guerrero en una sociedad pacificada, dando paso a la imagen del samurái como educador social y garante del orden público. La crónica de Takeda, que establece dicha preceptiva, casaba muy bien con las virtudes confucianas. En el período Edo, bajo el sho­ gunato de Tokugawa (1600-1868) se impuso un or­ den confuciano que les aseguró enorme autoridad espiritual y un poder temporal comparable al de los funcionarios letrados. Con los misioneros portugueses llegaron también los moscardones y empezó el fin de aquella casta. Al mediar el siglo xix los samuráis sumaban el cinco o seis por ciento de la población ‒alrededor de un mi­ llón y medio‒ y constituía la clase más improductiva y costosa de sostener. Luego, en 1853, aportó en cos­ tas niponas la escuadra del Comodoro Perry y se desencadenó el proceso que culminaría con la Restau­ ración Meiji, en 1868. Con ella comienza la nueva era japonesa, en la que los samuráis des­ aparecen. Los guerreros se dedica­ rán entonces a los negocios y otros asuntos •


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crónica

Las mascadas de SanBartoloméQuialana Alessandra Galimber-

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as mascadas que las mujeres de San Bartolomé Quialana portan sobre sus cabezas no están elaboradas fina y artesanalmente en telares de cin­ tura, ni son de fibra natural; son simples pañoletas de forma cuadrada y tela sinté­ tica que están hechas de manera industrial. Y sin embargo, constituyen la insignia in­ discutible de este pueblo indígena que, anclado en los Valles Centrales de Oaxaca, se rige ancestralmente por usos y costum­ bres y conserva todavía muy viva su lengua prehispánica zapoteca. En vez de las hojas sagradas del maíz que se cultiva cuidadosamente en las millpas; de los dioses de antaño que se evocan sincréti­ camente en las fiestas patronales o de los ritua­ les propiciatorios que se celebran puntual­ mente todos los años en el mes de enero en el cercano cerro tutelar del Picacho, los motivos recreados en las telas consisten en profusas y co­l oridas flores estampadas, discreta­ mente remarcadas con un hilo delgado de tono dorado, cuya estética se antoja mucho más cercana a lo kitsch de las tiendas orienta­ les por doquier en todas las ciudades que a las grecas típicas de los palacetes señoriales precolombinos. Y es que, efectivamente, tal como se desprende de las pequeñas etique­ tas co­sidas a máquina en el reverso, las toqui­ llas son fabricadas en serie, por millones o millares, en las lejanas maquilas de la distan­ te China. No es necesario desplazarse hasta allá para hacerse de una. Las mascadas son hijas de la globalización o tal vez, mejor dicho, sus ante­ cesoras; por ello hoy en día se pueden adquirir en las casas particulares de las doñas del pue­ blo o, a un precio un tanto más elevado, en las tiendas aledañas al gran tianguis que se ins­t ala todos los domingos en Tlacolula de Matamo­ ros, donde las mujeres de Quialana acuden a trabajar subcontratadas por un irrisorio jor­ nal en los puestos de verduras, pan o barbacoa, propiedad de las rollizas comerciantes mes­ tizas. No es de extrañar esta asimetría ya que, totalmente conforme al lamentable mapa étni­ co-económico aún vigente en el país, San Bartolomé Quialana a la vez que es reconocido y catalogado como comunidad indígena, engruesa la triste lista de los municipios que se distinguen por su alto grado de marginación y sus niveles de pobreza. No se es indígena porque se es pobre, todo lo contrario. La pobreza, pareciera, constituye el precio no negociable que han de pagar

todas aquellos pueblos que han optado por mantener a lo largo del tiempo su propia identidad cultural, diferenciada de la na­ cional. ¿Y el derecho a la diversidad? Las mascadas claman por ella, por la mul­ tiplicidad y por la complejidad y, de paso, por la libertad. No representan un camufla­ je del estado de penuria en el que viven los habitantes del poblado, sino un hito en la ya larga historia de migración que carac­ teriza a esta comunidad. Las señoras cuen­ tan que empezaron a utilizarse en los años cincuenta o cuarenta, o inclusive antes ‒ya empieza a diluirse en la memoria‒, cuando los hombres que, habiendo tenido que par­ tir, radicaban en Los Ángeles, California, y empezaron a enviarlas como obsequio a sus esposas que habían permanecido en la co­ munidad. A partir de ahí se generalizaron, se incorporaron al atuendo tradicional y su uso empezó a transmitirse de generación en generación. Mamás, abuelas e hijas, todas ellas, hacen actualmente alarde de ellas. Al­ gunas con más fervor, como quien porta so­ bre el pecho un crucifijo o sobre su hombro un tatuaje, y otras, sobre todo las jóvenes como Carmela, mujer de veinte años que gusta ju­ gar con su mascada al aire como si fuera papalote, con más ligereza o, lo que es lo mismo, con esa sabiduría que impreg­ na una práctica desenfadada y lúdica que transita como guiño entre las presio­ nes hegemónicas nacionales, las pres­ cripciones sociales locales y los deseos personales. De esta manera, las pañoletas apare­ cen íntimamente vinculadas, no sola­ mente con los procesos culturales trans­ fronterizos, dictados por la experiencia comunitaria de la diáspora indígena, no solamente con el consabido papel fe­ menino en la actualización de los sig­ nos visuales/vitales de las comunida­ des diferenciadas, sino también con los procesos dinámicos de reacomodo y renovación de identidades étnicas en ebullición. Se trata de identidades que, a la vez que fuertes y sólidas, se muestran abiertas y flexibles; todo lo contrario, como diría el libanés Amin Maalouf, de las identidades duras (¿como las proclamadas todavía por los Estados-nación?) que terminan, en su afán por sobrevivir y engullirse al otro, destruyéndose y carcomiéndose a sí mismas. Las primeras están destina­ das a perdurar y las segundas seguramente a sucumbir •


8 Lo banal, vano y venal No hay nada más terrible, insultante y

deprimente que la banalidad.

a. p. Chéjov

No hay referencia en los diccionarios etimológicos a que “banal” tenga raíces en “vano” (del lat. vanus), aunque en sus significados se podrían equiparar: lo vano está falto de sustancia o entidad; y banal es un adjetivo de origen francés (banal, que procede de ban, bando público), definido como trivial, co­ mún e insustancial. “Banalidad” es lo que tiene cualidad de banal, y “banalización” es la acción y efecto de banalizar, es decir, el resultado de tratar algo de manera trivial. En momentos determinados, la banalidad puede cumplir una función de entretenimiento saludable, para distraernos o relajarnos. Algo diferente suce­ de cuando lo banal invade otros espacios de forma indiscriminada. Cioran ve una faceta positiva en lo banal cuando afirma que “a menudo es de una bana­ lidad, y no de una paradoja, de donde surge una re­ velación” (Del inconveniente de haber nacido, 1973), pero resulta difícil descubrirla cuando los síntomas de la banalización se manifiestan en muchas ex­ presiones de la vida pública y privada.

partir de la publicación del libro de Vargas Llosa, La civilización del espectáculo (2012). Básicamente, el escritor peruano desarrolla un artículo del mismo nombre que había publicado anteriormente (El País, 6/ix /2008), donde nos comunicaba su preocupación por las consecuencias, en la esfera cultural, de una serie de tendencias sociales y económicas. Un deba­ te que filósofos y sociólogos ya habían establecido durante el siglo pasado. La sociedad se ha ido banalizando de manera global y varios pensadores apuntaron esa tenden­ cia. En 1947, m . Horkheimer y t h . w . Adorno, al acuñar el término “industria cultural” para desig­ nar los productos y procesos de la cultura de ma­ sas, señalaron que la tecnología y la ideología del capitalismo monopólico trasformaban la cultura en un producto mercantil con tendencia a homo­ geneizarse. También, el polifacético Guy Debord publicó, en 1967, un interesante libro, La sociedad del espectáculo, de título casi homónimo al que aca­ ba de escribir Vargas Llosa. En su texto, Debord apunta con gran lucidez que “el espectáculo se mues­ tra a la vez como la sociedad misma, como una par­ te de la sociedad y como instrumento de unifica­ ción. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatiza­ da por imágenes”.

La banalización Xabier F. Coronado

La diferencia entre la inteligencia y la estupidez

reside en el manejo del adjetivo, cuyo uso no

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diversificado constituye la banalidad.

e . m . Cioran, Breviario de podredumbre

ivimos tiempos en los que todo se difunde de manera global. En esta época, cualquier evento se divulga por el planeta en unos segundos y prácticamente la totalidad de las personas podemos llegar a conocerlo. Esto sucede gracias a la red digital que nos envuelve y en la que, de alguna forma, es­ tamos atrapados. Todo se replica de modo superficial en un oleaje continuo de titu­ lares ambiguos o tendenciosos. Quienes se interesan en ir más allá de la frase de reclamo se encuentran con que la letra pe­q ueña apenas profun­ diza y muchas veces es incoherente o falaz. Gran parte de la información se plantea con un enfoque banal, manipulador y viciado de origen. La banalidad se impone tanto en asuntos de en­ treten ­ imiento como en temas considerados más trascendentes: política, educación, arte y otras ma­­n ifestaciones de la cultura. El efecto final es que la banalización se extiende como una epi­ demia que contamina y todos, queramos o no, tenemos que so­b revivir en ese miasma de trivia­ lidad que se respira.

Actualmente, la banalización domina nuestro en­ torno y convivimos en el paisaje banal de la apa­ riencia; el mundo cultural, político, económico y social están sujetos a un mismo canon doloso que permite justificar cualquier cosa. En la era de la ba­ nalización todo es venal, en su doble acepción de ven­ dible y sobornable. La banalidad se vende como mar­ ca de moda en los medios de comunicación masivos que, al mismo tiempo, imponen una seudo cultura a base de insistencia y publicidad. Sólo hay competen­ cia entre quienes aceptan sus reglas; se elimina o se niega cualquier voz disonante. La banalización fo­ menta el consumo y lo liga descaradamente a la feli­ cidad. “Tanto ganas/ tanto compras/ tanto tienes/ tanto vales”, es el estribillo de la canción del éxito; el coro de la banalidad está dirigido por la todopode­ rosa economía neoliberal, que mercantilizó la cultu­ ra para convertirla en industria del entretenimiento. Como ejemplo tenemos lo que pasa en México: en este país pareciera que sólo existe lo que programa el duopolio televisivo, única vía de información y esparcimiento para la mayoría de la población, y mo­ delo de vida para la sociedad. Así es como se mani­ pulan conciencias y preferencias.

Banalización de la cultura No quiero ser apocalíptico, pero el espectáculo ha

tomado el lugar de la cultura. El mundo está convertido

en un enorme escenario, en un enorme show.

José Saramago, Otros cuadernos de Saramago

En el último año, el tema de la banalización de la cultura ha dado mucho de qué hablar, sobre todo a

En su planteamiento, Vargas Llosa no se detiene a profundizar sobre la influencia del sistema econó­ mico y educativo en todo este proceso de banaliza­ ción; en cambio manifiesta que la “democratización de la cultura” produjo un efecto de “trivialización y adocenamiento de la vida cultural donde cierto faci­ lismo formal y superficialidad en los contenidos cul­ turales se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios”. Asimismo, la hace responsable de la desaparición de la “alta cul­ tura”. En su exposición, el reconocido novelista no distingue con claridad la cultura popular de la cul­ tura de masas, las mezcla en un mismo concepto y deja aparte a la alta cultura. Actualmente, “cultura popular” es un concepto usado en forma confusa y contradictoria. Eduardo Galeano la define como un complejo sistema de sím­ bolos de identidad que el pueblo preserva y recrea, mientras que para el sociólogo Mario Margulis la cultura popular es una cultura solidaria: producto­ res y consumidores la crean y la cultivan (“La cul­ tura popular”, 1986). Por el contrario, la cultura de masas, diseñada y difundida por gestores que atien­ den a intereses principalmente económicos, sólo se consume. El aporte de Vargas Llosa a este debate es critica­ do por otros autores, entre ellos Jorge Volpi (“El úl­ timo mohicano” en El País, 27/ iv /2012), que lo tilda de elitista por defender la alta cultura. Vargas Llosa concluye que esta tendencia a la banalización es irre­ versible y cree que la cultura, como él tuvo el privi­ legio de conocerla, va a desaparecer; a lo que Volpi comenta: “acierta al diagnosticar el fin de una era: la de los intelectuales como él”.


3 de febrero de 2013 • Número 935 • Jornada Semanal

Por otro lado, la banalización venal también afec­ ta a la vida política. Para Galeano (El libro de los abra­ zos, 1989), “la cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cum­ plen una función decorativa”. En palabras de Fidel Castro (Selección de discursos), “la política ha dejado de ser la ilusión de arte noble y útil con el que siempre soñó justificarse, para convertirse en entreteni­ miento banal y desprestigiado”. La cibercultura tampoco se salva de la banaliza­ ción. Al principio se trató de una cultura minoritaria, pero con la popularización de internet se ha transfor­ mado en cultura de masas. Por supuesto que existe una manera equilibrada de usar la red digital, pero el contagio de lo banal es evidente. Además de con­ vertirse en imprescindible herramienta de trabajo, internet ganó espacio a otros medios que se repartían la atención dedicada al tiempo libre; ahora ocio y ne­ gocio se condensan en un mismo dispositivo. Para muchos, estar sin conexión es inconcebible y tener acceso a internet ya se considera un derecho uni­ versal, a pesar de los muy cuestionables contenidos y niveles de utilización. Las denominadas “redes sociales” crecen a ritmo exponencial, llegan a cualquier rincón del planeta y ya nadie duda del potencial que poseen. No hay

explicar la falta de reflexión, sobre las consecuen­ cias de sus actos, de quien comete crímenes al acatar órdenes; circunstancias que, según Arendt, no lo liberan de culpa sino que lo hacen motivo de otra forma de juicio. Actualmente, este concepto se utiliza para descri­ bir el mal como algo que no nace del individuo sino del sistema al que obedece. En consecuencia, la ba­ nalidad del mal, como sumisión total a la autoridad, ha sido y es utilizada para cometer delitos contra la humanidad. El poder se escuda en la barbarie, la ba­ nalización de la violencia y de las actitudes discri­ minatorias que justifican la intolerancia.

Preguntas y respuestas Los períodos reaccionarios se convierten de un modo lógico en tiempos de evolucionismo banal.

León Trotski, La revolución permanente

Para terminar, las preguntas clave: ¿de dónde nos viene la banalización? ¿Trae la vida, en sí misma, la banalidad? ¿Somos los humanos seres banales? Para buscar respuestas, consultamos algunos pen­ sadores que no padecieron esta enfermedad. El controvertido Cioran escribe: “Te encuentras en

el seno de la vida siempre que dices, con toda tu alma, una banalidad.” (El ocaso del pensamiento, 1940). Otros autores también escribieron que la banalidad puede ser inherente a la condición hu­ mana, como Gorki cuando narra: “Todo era banal y corriente en su existencia, pero esta sencillez y banalidad eran el fardo de una innumerable canti­ dad de seres sobre la tierra” (La madre, 1907); o Pes­ soa en su obra póstuma, El libro del desasosiego (1982), este homem banal representa a banalidade da Vida. Ele é tudo para mim, por fora, porque a Vida é tudo para mim por fora. Para Charles Baudelaire, esa tendencia a lo banal está en nuestra esencia. En Las flores del mal (1857) nos dejó estos versos: “Si la vio­ lación, el veneno, el puñal, el incendio,/ todavía no han bordado con sus placenteros dibujos/ la urdimbre banal de nuestros tristes destinos,/ es porque nuestra alma, ¡fatalmente! no es bastante audaz.” En cambio, para Guy Debord (1967) la cul­ pa es del sistema que nos globaliza: “La produc­ ción capitalista ha unificado el espacio, que ya no está limitado por sociedades exteriores. Esta uni­ ficación es, al mismo tiempo, un proceso extensivo e intensivo de banalización.” La epidemia de la banalización se extiende y pa­ rece contagiar a gran cantidad de individuos en el planeta. Lo banal es como una bacteria que está la­

epidemia de la

modernidad

La banalidad del mal … la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el

pensamiento se sienten impotentes.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: un informe

sobre la banalidad del mal

A comienzos de la década de los años sesenta se ce­ lebró en Israel el juicio a Adolf Eichmann, un mando medio encargado de organizar el transporte de per­ sonas a los campos de concentración nazis. La po­ litóloga y filósofa Hannah Arendt cubrió el evento para la revista The New Yorker y el resultado de esa experiencia dio lugar al libro Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal (1963). De este trabajo surge el controvertido término, “banalidad del mal”, que Arendt registra por primera vez para

Ilustraciones de Huidobro

El poder se escuda en la barbarie, la banalización de la violencia y de las actitudes discri­minatorias que justifican la intolerancia.

límite de edad para engrosar sus listas: niños, jóve­ nes y adultos se comunican a través de ellas. El in­ tercambio de imágenes o mensajes banales es habi­ tual y la circulación de noticias, videos y demás ocurrencias, obsesiva. Resulta casi heroico resistir­ se a Twitter o Facebook; sólo si estás registrado exis­ tes, porque entonces puedes acceder a los conteni­ dos, opinar y ser reconocido. El auténtico reto está en utilizar esas redes cibernéticas sociales de forma consciente y equilibrada. En definitiva, la banalización es una realidad alar­ mante que apenas deja espacio para la creatividad y la auténtica cultura; todo lo desvirtúa, hace perder los puntos de referencia y resulta difícil distinguir lo genuino de lo adulterado.

tente y en épocas propicias se reproduce y se mani­ fiesta en la banalización. ¿Será posible vacunarse? Quizás sí, con un tratamiento a base de atención y voluntad para ejercer control sobre el consumo, ser selectivos, exigirse y exigir. Como colofón, unas palabras del escritor Miguel Delibes que pueden ayudar a ubicarnos: “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vi­ vos, comparados con los muertos, resultamos in­ soportablemente banales.” •

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3 de febrero de 2013 • Número 935 • Jornada Semanal

Escritos y conferencias 2. Hermenéutica, Paul Ricoeur, Siglo xxi Editores, México, 2012. Este es el segundo volumen de los Escritos y conferencias del filósofo francés, publicados de manera póstuma luego de su muerte, hace ocho años, tiempo durante el cual su figura sigue ocupando un sitio preponderante en la comunidad intelectual de todo el mundo. En palabras de Adolfo Castañón, traductor del volumen, el lector encontrará en estas páginas “una especie de recorrido de las principales vetas reflexivas y líneas de pensamiento crítico recorridos por Paul Ricoeur a lo largo y ancho de una obra abierta por definición al diálogo y resuelta a medirse, desde la filosofía y, en específico, desde la hermenéutica, con los desafíos y perplejidades de nuestro tiempo”. Preparados por Daniel Frey y Nicola Stricker, a cuya cuenta corren también las notas a pie de página y, en el caso del primero, la presentación, esta segunda entrega de los Escritos y conferencias de Ricoeur se estructura en cinco grandes capítulos: El problema de la hermenéutica; La metáfora y el problema central de la hermenéutica; ¿Lógica hermenéutica?; Hermenéutica de la idea de revelación y, finalmente, Mitos de salvación y razón. Relectura o primer acercamiento, según el caso de cada lector, el goce intelectual brindado por este pensador de primerísimo orden será la mejor manera de conmemorar el primer centenario de su nacimiento.

Jinetes en el cielo, Mario Roberto Morales, Vaso Roto Ediciones, España, 2012. Miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, Premio Nacional de Literatura en su país de origen, este prolífico narrador guatemalteco permanece, al menos en México, bajo un anonimato al mismo tiempo injusto y absurdo. Autor, entre otras, de las novelas Los demonios salvajes, Señores bajo los árboles y Los que se fueron por la libre, en estos Jinetes en el cielo refrenda no sólo su exquisita eficacia a la hora de contar historias sino, igual de importante, su notable capacidad para llevar a la ficción, como si de radiografías se tratara, hechos y personajes emanados de la realidad analizados a fondo y sin concesiones. La presente novela se verifica “en los días previos a la firma de los Acuerdos de Paz de 1996” y habla “sobre la red de complicidades generada por la política y los intereses económicos”. En su “Advertencia oportuna”, el propio autor sugiere que “no resulta pertinente equiparar la ficción […] con los hechos y Sigue en la página 11

El huerto y la ceniza, Leonardo Iván Martínez, Instituto Mexiquense de Cultura, México, 2012.

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Limo y luz. Estampas luminosas de la Ciudad de México, Luis María Marina, Ficticia/Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, México, 2012.

EL OFICIO DEL OLVIDO

UN EXTRANJERO MEXICANO

EDGAR AGUILAR

ANTONIO SORIA

l huerto y la ceniza es básicamente un libro de amor. Sobre el amor fidedigno y su culminación (prolongación) en el poema. Sobre los deleitosos frutos del amor y su inevitable pérdida o consumación final. Es también un libro gozoso y apasionado que puede revelar mucho de su autor (y por lo tanto del lector), pues son poemas que fluyen con naturalidad y claridad. No hay tensión, ni versos oscuros, borrosos o fatuos, aunque sí, como en el destacado poema “Bonzo”, cierta fatalidad: “¿Qué razón, Señor, para el incendio de mi carne?/ ¿Qué funeral, Señor, me espera/ si ya en ceniza se ha tornado tanta furia?” Y más adelante: “Y ahora que me incendio,/ dime tú, Señor,/ si me confundo con el sol:/ ¿hallarán consuelo mis carnes después de tanta llama?” ¿Un guiño a la poesía religiosa de Santa Teresa de Jesús o, más cercana a nosotros, de Concha Urquiza? De ser así, se trata de un guiño afortunado. Leonardo Iván Martínez (Ciudad de México, 1982) asume por principio, en este su primer libro, que en poesía nombrar lo esencial en la vida de cualquier hombre o mujer es el mayor de los atributos de todo acto genuinamente poético; que el oficio de poeta entraña asimismo mucho de sus experiencias más vitales; que los “temas” de la poesía y en la médula de la palabra son y serán la mayoría de las veces dolorosos. Proclives son algunos poetas a cantar sus vicisitudes más hondas y sus sentimientos más acendrados. Y a esta casi extinta estirpe, a veces incluso burlona o taimadamente (“Non sé si quier compaña/ Non sé si ello preciso/ Non sé si yo indeciso/ Me pierda en tanta maña.”), parece pertenecer este joven poeta. Estructurado en cinco apartados de variado registro (Los pies del crisantemo, Soplo, Dicen que la muerte, El huerto y Sonetos), seguidos de un epígrafe donde podemos hallar diversas influencias (desde Roberto González, Roque Dalton, Rubén Bonifaz Nuño, Attilio Bertolucci y José Gorostiza, hasta Rockdrigo González o el Cantar de los cantares), El huerto y la ceniza combina las figuras cerradas con el verso libre. Es, sin embargo, digno de llamar la atención cómo las primeras se manifiestan más excelsamente que el segundo. Por ejemplo, “El quinteto de vientos”, que aparece en Soplo, es de una hechura notabilísima; lo mismo sucede con los sonetos “Miguel habla a Federico” (Dicen que la muerte), “Adán y el fruto verdadero” (éste en versos alejandrinos y que aparece en El huerto), y los sonetos finales. Contrariamente, los poemas en verso libre (salvo los aquí citados de manera fragmentada) los pasamos en general desapercibidos. Entonces la pregunta: ¿Por qué no volver a las formas tradicionales? Si, como afirmó Víctor Hugo, el amor es un ardiente olvido de todo, Leonardo Iván Martínez parece entenderlo a cabalidad: “No aprendas, corazón, el oficio del olvido:/ deja que se marche en sigilosa zaga/ la compañera amante del trigal oscuro/, la candorosa dama de abrazo lubricante/ y la doliente viuda que secó sus ojos/ en los lazos con que anudas tu coraza” •

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spañol de nacimiento, el autor de las crónicas-ensayos que integran este volumen debe ser consciente –muchas de sus líneas así lo sugieren o francamente lo confirman– de su pertenencia a un grupo de autores ecléctico por partida múltiple: en lo profesional y en lo cronológico, para empezar pero, grupo al fin, unificados por dos gestos del espíritu, el primero de ellos causa y el segundo consecuencia. A ese conjunto pertenecen lo mismo Bernal Díaz del Castillo que Alexander von Humboldt, y quien se sobresalte ante la mención de nombres así de inalcanzables descubrirá, cuando se interne en este Limo y luz, que sin lugar a dudas su autor comparte con aquéllos ese primer gesto espiritual antes mencionado, consistente en el deslumbramiento, el enamoramiento, la fascinación genuinas que en ellos ha provocado, para el primero, la Gran México-Tenochtitlan, y para el segundo “la muy noble y leal Ciudad de México”, dicho sea precisamente con las fórmulas aquí más adecuadas. Que comparte, como no podría ser más obvio, el segundo gestoconsecuencia, es decir, el impulso, la necesidad, el placer de dar cuenta de tal cautivación, y hacer que conste por escrito. Limo por el remanente lacustre, luz por la manera en que ésta sabe pasear desde siempre en el Valle del Anáhuac, mismos que Marina supo apreciar mientras el desempeño de su labor diplomática le hizo vivir aquí, en la primera capital mexicana, esa peculiarísima relación que un miembro de servicios exteriores suele tener con la noción de (des)arraigo. Pero mucho más que eso, es decir, mucho más de lo abundante o escaso que puede abrevarse durante un lapso, para el caso, de cuatro años, es lo que Marina percibe, siente, sabe y comparte en sus Estampas luminosas: dicho de modo tristemente inevitable, conoce de México y lo mexicano –y no se habla nada más de la Ciudad y aquello que la identifica– claramente más de lo que innumerables mexicanos, chilangos o no, sabemos o podríamos mencionar si alguien nos preguntara. Ejemplos de lo anterior abundan en el libro, como podría dar fe la multitud que, teniéndolas al alcance de un pesero, jamás visitó ni por equivocación las muchas librerías de nuevo y de viejo que pueblan el De Efe, ni sabe dónde está la precisa esquina que albergó a la primera imprenta en el Continente Americano; que ignora la ubicación y hasta la existencia de la Casa Luis Barragán, cuya impronta urbana, la del arquitecto, enorgullece a tantos pese a la ignorancia supina inclusive de su nombre. El extranjero, como se autonombra desde la primera línea, tiene y aprovecha la ventaja de no mirar la realidad “a través de la lente plana y cómoda de la costumbre”, esta realidad/cotidianidad que nos rodea y de la que somos parte y que en los ojos, en las letras de Marina, recibe un agradecible baño de novedad desde la perspectiva de todos aquellos que, tan acostumbrados a ver, van perdiendo la capacidad de observar •

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Jornada Semanal • Número 935 • 3 de febrero de 2013

El cine actual: estallidos genéricos, Jorge Ayala Blanco, Conaculta/Cineteca Nacional, México, 2013.

EL ESPECTADOR OMNÍVORO CARLOS BONFIL

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a nueva faena de Jorge Ayala Blanco, que consiste en reunir las 350 películas extranjeras vistas, valoradas, criticadas, desmontadas y remontadas por él en el período de 2007 a 2010, se suma a ese vasto proyecto suyo que desde hace cinco décadas acaricia, construye y afina constantemente: proponer a lo largo de una treintena de títulos una verdadera summa de la crítica cinematográfica que permita a sus lectores apreciar lo mismo el cine nacional que el realizado en el extranjero, lo mismo las vertientes más populares del primero y el segundo, que las realizaciones más exquisitas de los dos. El afán omnívoro y totalizador de Ayala Blanco presta la atención más meticulosa a todo tipo de cine, desde el más menospreciado por su mercantilismo y ramplonería, hasta el más justam e n t e re c o n o c i d o p o r s u s e x i g e n c i a s , búsquedas y hallazgos estéticos, y no tiene equivalente alguno en el oficio de la crítica de cine. Cada reunión de textos es un malicioso intento por atizar y poner a prueba la inteligencia o la paciencia del lector, invitándolo a encontrar las claves cifradas en esas taxonomías que el crítico utiliza para organizar sus críticas, y que bien pueden ensamblarse a través de verbos nucleares, constituir un juego de estructuras, recurrir a palabras clave o seguir un orden de abecedario temático para dar cuenta, a su muy peculiar manera, de la oferta de cine extranjero, del más comercial hasta el llamado cine de arte, que se ha visto en México en los últimos cincuenta años. Para sus lectores, pero de modo especial para los investigadores e historiadores, se trata del mayor registro de la exhibición fílmica en México, sobre todo si se complementa ese esfuerzo con la monumental tarea que constituye La cartelera cinematográfica que, en colaboración con María Luisa Amador, ofrece en versión impresa y en versión digital el maestro Ayala Blanco. Todo esto es de todos bien conocido, aunque no siempre apreciado en su justa dimensión. Jorge Ayala Blanco no sólo ha sido un crítico de cine mordaz e inclemente, inevitablemente incómodo; ha sido y sigue siendo un valiosísimo formador de conciencias críticas, particularmente en el campo de la docencia; un maestro de críticos, guionistas y cineastas; un incansable fustigador de las complacencias y acomodos burocráticos; un feliz detonador, también, de la curiosidad y el entusiasmo cinéfilo. El cine actual: estallidos genéricos registra las novedosas mutaciones de los géneros narrativos tradicionales, el surgimiento y desaparición de subgéneros atentos a la moda o al entusiasmo pasajero, híbridos que combinan

terror y comedia de modo a menudo irreverente, imprevisibles muestras de una antisolemnidad jocosa que sigue acumulando adeptos, o expresiones también de un cine de autor cada vez más personal e intransigentemente contemplativo. El autor ennumera las vertientes múltiples: cine antes documental, hoy de no-ficción; cine feminista y cine de la diversidad sexual; cine de itinerario o de travesía; cine edificante, y también cine del terruño, o las combinaciones y metamorfosis que la sofisticación tecnológica vaya imponiendo a las narrativas cinematográficas en los años venideros. Esos estallidos genéricos conducen ciertamente a una subversión fílmica, aun cuando el autor se pregunta qué finalidad puede tener dicha subversión en una sociedad tan conformista como la nuestra. En cada crítica se consignan las características de esa diversidad de sublevaciones estilísticas, siempre a través de “una vivisección apasionada y placentera de sus ejemplares más recientes”. Este trabajo de vivisección no establece distinción particular entre buenas o malas películas, siendo toda película interesante en el momento de desmontarla y someterla a un riguroso análisis crítico. El análisis se vuelve entonces un producto totalmente nuevo, en un nivel parecido al de la obra misma. Se trata así de dos trabajos de creación –uno fílmico, otro de tipo literario– que se afrontan continuamente y del que cabría esperar un beneficio mutuo. En realidad, el beneficiario mayor de este posible diálogo entre cineasta y escritor sería, una y otra vez, un lector atento que a su vez fuera espectador exigente de las cintas analizadas. A ese lector le queda la tarea de reflexionar sobre el estado actual del cine a nivel mundial y valorar, de paso, el papel que juega el cine mexicano en esa configuración global. También le queda la posibilidad de analizar de modo crítico la manera en que el cine, entendido fundamentalmente como entretenimiento, se disocia cada vez más de la cultura, y hasta qué punto las instituciones encargadas de preservar y difundir la cultura cinematográfica se ven orilladas a admitir como natural, o inevitable, dicho distanciamiento. De igual modo, le queda preguntarse si no existe hoy, por parte de buena parte del público de cine, un creciente abandono de todo impulso de resistencia cultural cuando considera también inevitable que la hegemonía de un cine comercial, mayoritariamente estadunidense, dicte de una vez por todas qué cine vale la pena ver y en qué condiciones deba verse. Se dirá que el cine cambia constantemente y con él los gustos de los espectadores. Que hemos pasado de modo apenas perceptible del viejo cenáculo del cine de autor a un mainstream proteiforme que todo lo incorpora y lo regula, y que los espacios mediáticos que alguna vez permitieron trabajos críticos como los de Ayala Blanco, hoy se ven reducidos a emitir recomendaciones para espectadores pasivos o fanfarronamente incultos. Por incómoda que sea, la labor de nuestro villano favorito en la crítica de cine es en realidad el revelador máximo de nuestra escasa cultura en materia fílmica, de nuestra poca curiosidad intelectual y artística, y de nuestra actitud pasiva ante el creciente arrinconamiento de lo que en este país aún queda de verdadera cultura cinematográfica •

EL NAUFRAGIO DE LA CULTURA: educación y curiosidad Fabrizio Andreella

El espectáculo del presente, Gustavo Ogarrio

In memoriam Marcel Sisniega

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las personas que la inspiraron”, y menos aún “tratar de establecer grado alguno de veracidad histórica en las inevitables coincidencias” aunque, al final de la lectura, eso sea precisamente lo que el lector acabe haciendo, casi invariablemente, máxime si, como es el caso, el personaje que protagoniza la historia es, como en la realidad sucede tantas veces, un periodista, pero uno probo y con convicciones, quizá por variar.

Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México, Carlos Monsiváis, Ediciones Era/Conaculta/ Museo del Estanquillo, México, 2012. Tiene razón el autor de la cuarta de forros del volumen: “El elenco de cazadores de imágenes que Monsiváis hace desfilar ante nosotros es notable: Sotero Constantino Jiménez, los Casasola y los Mayo, Gabriel Figueroa y Manuel Álvarez Bravo, Héctor García y Rogelio Cuéllar; también Pedro Meyer y Rafael Doniz, Armando Herrera y Daisy Ascher, Francisco Mata y Francis Alÿs y Spencer Tunick; y Lourdes Grobet y Yolanda Andrade, y Lola Álvarez Bravo y Graciela Iturbide y Mariana Yampolsky… y varios más.” Desde luego, notable no es únicamente dicho elenco sino la capacidad del siempre recordado Monsi para abarcar, con su mirada de afanes panópticos, el trabajo de prácticamente todos aquellos creadores de la lente que con sus fotografías hicieron –en el caso de los ya idos– o siguen haciendo el registro visual, estético y plástico de nuestra idiosincrasia. Como lo hace, naturalmente, el propio Monsiváis en los numerosos ensayos que dedicó al tema, muchos de los cuales nutren el presente volumen. Veintiséis son los textos aquí rescatados, del cúmulo innumerable de colaboraciones en torno a la fotografía que el autor de Días de guardar, con su capacidad mítica para multiplicarse, dio a manera ya de prólogos –por ejemplo, a Nueva grandeza mexicana, de Héctor García–, ya de artículos para diarios y revistas.

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arte y pensamiento ........ MENTIRAS TRANSPARENTES Buenas costumbres A mediodía papá llegaba a comer y eso nos ponía tensos. Saludarlo era una obligación. Apenas entraba había que correr y darle un beso. Nos amontonábamos. Mamá nos manejaba con alzar las cejas. Luego servían la sopa, y en ese momento sonaba el teléfono; para él. Si no le pasábamos la llamada se enojaba; si se la pasábamos también. No sabíamos qué hacer. En aquel tiempo todavía no había teléfono en el comedor; contestábamos en el pasillo. Entonces, ahí íbamos a contestar y pues a veces no le encontrábamos por dónde, no era fácil. Las llamadas eran para él. Entonces, le decíamos Papá, te llama Zutano, quien fuera; pues no le parecía. Estoy comiendo, decía. Y si no le pasábamos la llamada decía que era muy importante, ¿no? Las llamadas eran siempre para él, pero no le encontrábamos por dónde. ¿Por qué no se levantaba a contestar? Era parte del ritual, me parece. Él decía que para eso nos había educado; que era cosa de buenas costumbres •

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com

AL VUELO Plagios Yo siempre he tenido un respeto enorme por mis manos. ¿Qué haría sin ellas? No podría juzgar a una mejor que a otra. Imposible decir: prefiero a la izquierda o me llevo mejor con la derecha. Negar a una u otra es negarme a mí mismo. Son parte de mi cuerpo, este saco de piel y huesos que me transporta de un lado a otro, sin cobrarme peaje. Pobre de aquel que establece fronteras entre sus manos, o entre sus dos ojos, siquiera. O si queremos ser más metafísicos: pobre de aquel que pone linderos entre cuerpo y alma, ética y estética. Lo que hagan mis manos es culpa mía, y lo que hago yo mismo las perjudica a ellas. Si mi boca insulta a un policía, mis manos van a dar a la cárcel también. Se juzga al conjunto, y no nada más a una parte. ¡Qué injusto!, bufarán. Y a la inversa: si mi mano izquierda plagia artículos periodísticos, se lleva entre las patas a mi mano derecha, escritora de novelas o cuentos, que nada tenía que ver. Y no sólo eso: de paso se lleva a mis piernas y hasta mi sombra, que se verá entre las rejas gracias a la luz de la luna. No podemos dividirnos, pues, por más esfuerzos y argucias que hagamos. Y más nos valga •

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

FERNANDO VALVERDE Y LA MIRADA DEL PELÍCANO Cuenta el poeta español Fernando Valverde (Granada, 1980) que en un viaje que realizó por mar en su adolescencia pudo percatarse de la forma en la que los pelícanos cazaban peces: alzaban el vuelo y, al divisar a su presa desde las alturas, se dejaban caer como lanzas sobre su objetivo saliendo del agua, casi siempre, con un pez en el pico. Valverde relacionó esa compleja forma de la cacería con la actividad del poeta: mirar y dar en el blanco con la precisión de la palabra. Un marinero complementaría la revelación que a Valverde se le había manifestado: “con el tiempo, los pelícanos pierden la vista a fuerza de tanto golpear sus rostros contra el agua y, al quedar ciegos, mueren”. La crudeza del hecho hizo que el poeta se estremeciera y comprendiera que el poeta también sacrificaba, en muchos casos, su visión para poder alcanzar el prodigio de la experiencia poética. De esa percepción surgió el título del libro Los ojos del pelícano (publicado recientemente en México por Círculo de Poesía y el Consejo de Cultura de Puebla), en donde Fernando Valverde nos muestra el mundo que mira desde su temprana madurez poética: “Hay tanta dignidad en el vacío,/ tanto amor en sus vuelos,/ que en el último instante escogen el silencio./ Sólo queda/ el golpe de sus cuerpos/ contra el agua/ como un rumor de viento imperceptible.” Los ojos del pelícano es un conjunto de poemas cuya temática varía pero que se relaciona con el tema del mar y la forma en la que el hombre se relaciona con él. El mar visto como un símbolo, como la metáfora de lo insondable. El poeta y sus palabras como un marinero y su barca, recorriendo el misterio continuo e inagotable de esa fuerza salada que el hombre ha querido descifrar a lo largo de una historia construida por puertos, faros y escolleras, como en el poema “El faro”: “Aquel niño soñaba con mirar desde el faro/ lo que había detrás del horizonte,/ el lugar al que iban los barcos que zarpaban/ bajo la luna quieta.” Fernando Valverde es un poeta que nos conmueve desde un tono confesional y un estilo bien pulido: “Hay un lugar en mí que reconoce el fuego/ pero empiezo a temer/ los labios con sabor a madrugadas,/ el frío inevitable de los vientos.” Elige sus palabras y las coloca de manera precisa en la estructura de cada uno de sus poemas en donde los temas siempre se corresponden con la marea que nos habita al leerlos. Por ello no creo exagerar al decir que la poesía de Valverde se inscribe, con Los ojos del pelícano, en una tradición poética consciente de su peso verbal, de su transparencia y su oscuro abismo. Sólo la poesía es capaz de librarnos de las terribles crueldades de nuestro tiempo y como ejemplo se alza, en medio de tantas voces, la escritura de Fernando Valverde •

BITÁCORA BIFRONTE

Felipe Garrido

3 de febrero de 2013 • Número 935 • Jornada Semanal

Cuando… Mijalis Ktasarós

Cuando oigo que hablan del clima cuando oigo que hablan de la guerra cuando oigo ahora que el Egeo se vuelve poesía que inunda los salones cuando oigo que sospechan de mis ideas y las ordenan en una ventanilla cuando te oigo hablar a ti yo siempre callo. Cuando oigo a veces en mis oídos seguros sonidos extraños lejanos murmullos cuando oigo trompetas y cantos de guerra interminables discursos himnos y truenos cuando oigo que hablan de libertad leyes evangelios para una vida ordenada cuando oigo que ríen cuando otra vez oigo que hablan yo siempre callo. Pero algún día cuando el frío silencio empape la tierra algún día cuando se agoten los charlas triviales y seguramente todos esperarán la voz abriré la boca se llenarán de cascadas los jardines a los mismos patios sucios de los arsenales llegarán los jóvenes furiosos con versos sin himnos ni sumisión a la terrible autoridad. De nuevo os doy un ideal. Véase La Jornada Semanal, núm. 768, 22/ xi /2009 Versión de Francisco Torres Córdova

Ilustración de Juan Gabriel Puga


........ arte y pensamiento

Miguel Ángel Quemain

Alonso Arreola

quemainmx@gmail.com

alarreo@yahoo.com @LabAlonso

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El regreso fecundante de Inanna Inanna es una polifonía de significados, representaciones y un juguete escénico resultado de un trabajo en equipo donde la lucidez de cada uno brilla gracias a la mano equilibrada y armónica de Lorena Maza, quien a lo largo de una carrera prolongada y, en muchos momentos, lejos del protagonismo que ofrece la dirección escénica, logra actualizar un texto fundacional y mostrarnos su actualidad, la dolorosa cercanía que guarda con formas enmascaradas de poder y control. Es una fortuna que de manera paralela a la presentación de este montaje se editara un extraordinario trabajo de investigación, traducción e interpretación del mito. La lectura y comprensión histórica de lo que Lorena Maza ha traducido e interpretado para la escena está en otro campo, el académico y literario, cuyo actor más visible

Quinteto negro A Mali i

Batería, en ti hacen huelga las deshidratadas vísceras de otras tardes; entran en conflicto núcleos olvidados. No hay marcapasos que baste al intento de tu síncopa, pues no crees en la violencia de lo estático. Clepsidra, canto prístino del desierto, letra m en la palabra rito, constelación de la noche sin estrellas. Sitio de mando poblado por tacómetros y sextantes, por astrolabios y portulanos, eres playa en la que un mar de sangre fabrica su impaciencia demoledora y consonante. Batería, en ti viven dinosaurios. En tus pupilas se humilla el silencio de las eras y comienza el hombre los olvidos del primate. Por tu imperio las articulaciones innovan ángulos, rebotes con destinos verticales. En ti nace el pulso de la tierra, la enfermedad que intenta organizar su eco en la polimetría de las esferas. ii

es la poeta y ensayista Elsa Cross como traductora de Inanna, reina del cielo y de la tierra, de Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, editado en la colección Cien del Mundo por la dgp de Conaculta. Inanna, el montaje, tiene la fortuna de contar con una sólida base intelectual a la que el espectador puede recurrir si quedó preñado con el poder de la inmortalidad que 4 mil años atrás crearon esos poetas ávidos de futuro. El libro, por su parte, muestra la trascendencia de este acto escénico montado con un gran rigor y poder de síntesis, con la poética propia, la originalidad de quien sabe adaptar un texto fundamental sin que su discurrir se convierta en un plomo “pedagógico”, que va ilustrando los valores históricos y literarios de este acontecer verbal y visual. Alejandro Luna ha tenido la oportunidad de darse cuenta de que es un gran artista de la escena con esta serie de homenajes y reconocimientos a su trayectoria, y parece que demuestra su juventud y su sabiduría escénica con este dispositivo escénico de una complejidad de gran sencillez: desnudez de la madera, el mundo de los ocres en esas ruinas calibradas por una luz que armoniza con el trabajo arquitectónico y que recorta con precisión y nitidez a casi veinte actores que pueblan un escenario donde unos vibran, otros cantan y otros se entregan a la concertación de movimiento.Tanto Lorena Glinz en la asesoría como el coreógrafo Shakrokh Moshkin-Ghalam, permiten que fluya este relato y este conjunto de cantos que relativizan lo contemporáneo y lo antiguo, mostrando que hay aspectos que si bien eran impensables hace doscientos años, sí lo eran hace más de 3 mil y que, paradójicamente, algunas formas de encarnar de lo femenino siguen oprimidas, devaluadas y perseguidas en el mundo “democrático” que hoy no termina por aclarar y hacer justicia a los feminicidios que nos hace noto-

rios en el escenario (político, no teatral) del mundo por la impunidad. Lleno de joyería fina, en lo vocal, en lo plástico y lo actoral, Inanna no deja de recordar las búsquedas literarias que en el siglo xix Freud hizo tan visibles, colocando en el centro de su interés manifiesto la vocación, la voluntad de desentrañar el pasado al modo de un arqueólogo, para mostrarnos que las enormes construcciones no eran más que la punta fina de un grueso iceberg que no dejaba ver su peligrosa y enorme corpulencia. Parte de ese mundo lo expresan grandes producciones literarias del siglo xix , como la de Sweig, que transcribe las preocupaciones de personajes anclados en su presente y esclavos de su pasado, o de Gautier, fascinado con los alcances del horizonte egipcio en La momia; lo mismo que Jensen, con Gradiva, que motivó un fascinante ensayo de Freud sobre los sueños enamorados de ese antropólogo. Lorena Maza ha realizado una puesta en escena legible, coherente y con una gran capacidad de trabajar el mito y la expresión literaria de una cosmogonía donde algunos valores fundamentales se han trastocado, invertido, alterado. Si bien Pascal decía que la verdad es cuestión de latitud, también es un aspecto relacionado con el espacio mental donde el mundo de la cultura sumeria nos permite observar el desarrollo de un personaje femenino que no parece perseguido por la (auto)devaluación, la explotación y el odio mismo, que es una carga que padece el mundo femenino en lo real y lo imaginario de los últimos dos siglos. No es suficiente una entrega para detallar la enorme belleza y conmoción que produce la ejecución musical que funde un todo integrado por esos cantos de gran vehemencia de Kaveh Parmas con la música de Mehdi Malaei, que movilizan y son movilizados por un repar to donde nadie sobra y cada uno sorprende y aporta •

Piano que rumia aire en las llanuras de la duela silenciosa. Eres todos tus hermanos; esclavo de puños dorados a la espera de quien pinte el tiempo escriturando la tortura de tu vientre absurdo. Abuelo de cajas musicales, hincado te bastas en la proyección de una fuerza desmedida, y sin embargo huyes de ti hacia ti, cobarde, dejándote pedalear el sexo por artífices bucales, dentistas varios que dan pases en blanco y negro para clavarte banderillas. Piano, volcán sumergido, pleno de vicios y tan mudo, te abres día a día igual que el animal que sabe arrancarte sus delirios. Esperando una cabeza (vienes de Galápagos) preparas tu salto de sapo irremediable sin pensar jamás en la caída. Caldera de algoritmos, tu libertad se eterniza en esa única ala desplumada –párpado quieto–, medio segundo antes del grito que te despeña cual bisonte repetido. iii

Bajo, reptas, con trabajo, pero cuando la puerta que nunca ha existido se abre para dar paso a lo que eres, tu lucha comienza a dar irresistibles frutos (sin duda acaricias tigres, hipnotizas golondrinas al placer de tus meandros). Y te elevas de pronto y salpicas de colores tu mal entendida situación de alce, de noctámbulo verde. Bajo la palmera nocturna riges el ánimo de los acantilados, allá en lo hipersensible, cuando varios se limitan a sonreír por tu grave pensamiento. Todos te bailan. Todos te presienten, mas concluyes que lo invisible empodera tu carisma libertario y te ausentas prefiriendo la distancia, apoyando, soportando, respirando el oxígeno que a tantos falta; el que preserva tu voluminoso aliento. Y claro, lo tuyo no es el presente, borde diamantino de quienes montan la ola para reflejar el instante que ya es ajeno. Eres el agua misma que da vuelta al molino; el movimiento que sabe de dónde viene y en dónde terminará sus días, rompiéndose la cabeza contra el vidrio. iv

Trompeta, trémulo géiser de ausencias. Del rey al mendigo te curvaste en la posibilidad de los milagros. Del ban-

derín triunfal de la batalla nórdica al llanto oscuro del algodón, degustaste viento, resolviste espacio. No importa si es el suicida legendario quien entristeció tu puntería en un bar de hace cien años, o si es el indígena harapiento quien divide las estatuas con tu grito, en ti penetra la delgada voz de un hombre para consumar lo eterno en un segundo, y entonces transformarse en el discurso de la masa. Porque sí: conviertes el agua en vino, conduces savias repugnantes en el laberinto univía que rompe la crisálida volviéndola mariposa en fuga, y justo en tus labios que ya son culo, se desaceleran las partículas divinas. Trompeta, te absuelvo por tu voz insoportable de párvulo aterrado, por tus abusos de soberbia al centro de la pared que rasgas. Te perdono por la sutil envidia que en tus entrañas de cacharro sabe sacrificarse por el más dorado e inservible de los actos. v

Guitarra, en tu nombre quedan presos más de siete dedos y en torno a él vuelan aves sentimentales, trinos padres, hijos y gemelos. Torso mutilado, rendido siempre aunque soñando, en ti se quejan las maderas talladas para el mudo alivio de los simios: mesas, sillas… libreros. Corre el río de tus vetas en dirección a un mástil que sabe hacerse remo, con o sin escalas, para náufragos sin océanos, sin botes salvavidas. Guitarra, aun antes de existir, cuando sólo eres palabra ya suena en tu agujero el escarceo de falanges, falangetas, carpo y metacarpo, pues nunca pasar la mano por un vacío ha sido motivo de tantos romances, alturas derribadas y quirománticos desvelos. Del mester de juglaría al aturdido confortable y de ellos al rey oscuro, en tu caravana hallaste cables e imanes para, simplemente, subrayar seis veces las razones de azules quejumbrosos o sabios de involuntario parto. vi

Todos son lo que pudo la bestia luego de chocar dos piedras, despejar la garganta y atender al canto superior del viento, ese Harmatán negro que transporta arena del Sahara matando lentamente la raíz primera y última del sonido organizado: el río •

BEMOL SOSTENIDO

Jornada Semanal • Número 935 • 3 de febrero de 2013

LA OTRA ESCENA

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arte y pensamiento ........

3 de febrero de 2013 • Número 935 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

E

N LAS PRIMERAS PÁGINAS de la novel a La chica mecánica, de Paolo Bacigalupi, Anderson Lake, un espía estadunidense empleado por una corporación que procesa y vende alimento modificado genéticamente, anda por el mercado en Bangkok. Mira las pilas de durián y mangostán; de arroz u-Tex fabricado, claro, en eu; de pollos vivos y pescado apestoso. Descubre un puestecito en el que una anciana requemada vende una fruta extrañísima. “Parece más una ostentosa anémona marina o un pez globo peludo que una fruta. Ásperos tentáculos verdes le salen de todas partes y le hacen cosquillas en la mano. La cáscara es rojiza.” Se llama ngaw. El hombre pide una probada y la vendedora abre la fruta con la uña. Dentro de la cáscara hay un globo perfecto, lechoso, translúcido, que huele vagamente a fructosa y a flores. Se lo mete en la boca y le da un patatús sensual:“El feliz impacto de un golpe de sabor –sabor verdadero– después de una vida entera sin probarlo.” Este primer capítulo es genial. Sin alardes pero con eficiencia, soltando nombres y descripciones perfectas por su economía, Bacigalupi nos coloca en Asia y en el futuro. Es horrendo y la culpa la tienen corporaciones como Monsanto y Chevron Texaco. Ya no hay petróleo más que para unos poquísimos; las plagas perfeccionadas genéticamente han destruido las cosechas del planeta entero; el valor de las cosas se mide por calorías. Los hackers genéticos han resucitado a los mastodontes; marcan los granos y semillas con sus firmas; los poderosos emplean guaruras que son mitad persona, mitad hiena. Los pobres rentan su fuerza y su peso a las fábricas; la mayor parte de las grandes metrópolis está bajo el agua. Son las ciudades ahogadas. Bangkok no está inundada porque el ficticio y astuto rey Rama xii mandó fabricar unas enormes bombas que desaguan los canales, impulsadas por gas metano y energía animal. Anderson Lake tiene miles de mapas botánicos en la cabeza. Conoce Tailandia; sabe que los científicos tailandeses poseen un banco de semillas, un archivo ultrasecreto de información genética. No dependen sólo del arroz u -Tex. En la tarde, mientras bebe cocteles con otros estadunidenses y europeos, se entera de que lo que se metió en la boca y lo dejó mareado de felicidad es un rambután. Y bueno, yo leía todo esto en un restaurante, con el libro apoyado sobre el servilletero y las páginas abiertas gracias al vaso y el salero. Terminé de comer, hipnotizada por la narración. Bajé las escaleras y vi, como si me estuviera esperando, una de esas carretillas transformadas en tiendas móviles en las que la gente acomoda con mucha gracia dulces, frutas, semillas y una báscula de pilas. El joven que la atendía miraba el periódico. Entre las diminutas pirámides de frutas, en medio de los lichis y las cerezas, los vi: rojizos, peludos, rarísimos. Rambutanes.

Jamás había comido uno. Interrogué al joven, muerta de emoción: –¿Son rambutanes? –Sí. –¿Son tailandeses? El muchacho se encogió de hombros con una sonrisa: –Pues no sabría decirle. Creo que son de Oaxaca. –Pero son de origen tailandés, ¿no? Mire, salen en este libro –y le mostré la portada, en la que no hay rambutanes. Hay un mastodonte guiado por unos como ninjas vestidos de rojo. El joven, naturalmente, alzó las cejas dándome el avión. –Ah, mire… –me respondió. A veinticinco la docena. –Me da una docena. Oiga, ¿usted ya los probó? –No, qué cree. Cómo le diré… pues no. Me los dio en una bolsa. Saqué uno. Las espinas, suaves y curvas, eran amarillentas y tantas que sí parecían pelo. Le hundí la uña y se abrió, diminuto cofrecito vegetal. Ahí estaba la húmeda esfera opalina. Me la metí en la boca y cerré los ojos, esto ya no inspirada por el libro, sino por la dulzura de la fruta, el sabor delicado y meloso, nuevo, distinto. El joven ya me miraba con aprensión. Seguro parecía una loca. –¿Quiere uno? –ofrecí. –Bueno –contestó con timidez. Le di uno. Se lo metió en la boca y sonrió, pero ahora sí, con naturalidad. –Sí está sabroso, oiga. Está muy sabroso. Y qué, ¿de dónde dice que son? –Pues dice usted que de Oaxaca. Pero han de venir de Asia. Como los lichis. –Aaah. Mire… Nos zampamos la docena. Fue extraordinario. Y me temo que si no hubiera sido por el libro y las palabras que antecedieron al sabor, esta experiencia maravillosa, de gula y asombro, habría pasado sin pena ni gloria. No tendría el lugar de honor que le dio mi memoria. Por eso me gusta leer •

Traspiés televisivos, vergüenza nacional Cada televidente tiene al titiritero que se merece Ricardo Alemán

Es larga la lista de eventos en la historia reciente de este país donde las televisoras terminan haciendo un papel lastimeramente ridículo. Sea porque tienen luego que tragar palabras cuando sus alecuijes se dedican por consigna a atacar a quien resulte incómodo al régimen con el que invariablemente se relacionan en desaseado maridaje, o porque simplemente la realidad suele reventar con crudeza la burbuja de mentiras –publicidad de productos milagrosos, milagros de la Virgen de Guadalupe, mentiras difundidas como noticias o la barbarie acallada con omisiones cobardes– que diariamente pretende inflar para manipular a la opinión pública. Al

margen de la siempre válida discusión sobre la ínfima calidad de programas que producen Televisa y t v Azteca y de las más que probables, deliberadas y perversas razones que la justifiquen, el involucramiento de las televisoras con el poder ha sido históricamente una razón de ridículo, de incomodidad traída a cuento después, una colección de momentos de los que muy pocos en la industria de las telecomunicaciones en México quisiera acordarse. Allí, para empezar, que la televisión en México lanzara como primer programa en cadena nacional el farragoso discurso triunfalista de un presidentucho atorrante y faccioso como fue Miguel Alemán. Allí los corifeos de el Tigre Azcárraga siempre en la foto con el presidente, siempre declarados soldados del pri , es decir, militantes de la prepotencia y la corrupción históricas durante casi todo el xx. Allí Jacobo Zabludovsky cuando hacía gala del oficio de reconocido cortesano del poder presidencial. Allí la servil y lambiscona gazmoñería de Televisa durante el proceso electoral de 1988, cuando censuraba el discurso opositor de Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier, allí su inconmensurable canallada al convertirse en vocera del fraude electoral que impuso a Carlos Salinas aunque el ganador fuera Cárdenas, postulado por el Frente Democrático Nacional. Allí también, en términos de vocinglera propagandística, el deplorable quehacer de los empleados de Imevisión, reducidos a correveidiles del gobierno que luego los traicionaría con una privatización tramposa, hasta el día de hoy turbia, y allí, precisamente, el origen viciado de tv Azteca, que a partir de entonces y hasta el día de hoy ha seguido los mismos pasos de su supuesta competidora que más bien se antoja institutriz mezquina. Y allí el cobijo a la derecha, el engaño constante al pueblo, el continuo intento de hacer de la gente una masa dúctil, sumisa y dócil en detrimento de cosas tan elementales como la cultura, la libertad o una mínima noción de decencia. Allí el doble discurso de las televisoras que hablan de valores pero no los ejercitan. Allí las televisoras como operadoras mustias de otros fraudes electorales, como enemigas de la democracia. Allí momentos penosos de seudoperiodistas, de arrastrados lamesuelas, de bobos de corbata o de gente huera, vacía, que sólo es capaz de llenar la pan-

talla con utilería, silicona, diamantina y, diría la Negra, el brillo procaz de las pendejuelas… De la virulencia de los atildados conductores cuando dicen entrevistar a un líder opositor al gobierno hasta momentos más penosos cuando tv Azteca, en particular una de sus locutoras –pienso en la intratable Lili Téllez– se dedicó a atacar al gobierno del Distrito Federal para que no se hiciera público que el asesinato de otro de sus locutores –pienso desde luego en el inefable Francisco Stanley– estaba ligado al narcotráfico. Allí la misma tv Azteca cuando con gran vocación para hacer leña del árbol mediático contrató a Ricardo Aldape, recién librado de la pena de muerte en Estados Unidos, para convertirlo en pésimo actor de un innecesario y sobrante churro telenovelesco que se llamó Al norte del corazón. Del montaje absurdo de la captura de la hoy libre secuestradora francesa que llegó a cenar fino a París gracias a la impericia y la corrupción del gobierno anterior, hasta la complicidad criminal con el gobierno actual al violentar la democracia y comprar cínicamente las elecciones –al extremo de haber fabricado en un foro de televisión al candidato impuesto como ganador–pasando además por la ruinosa factura de sus programas, la televisión mexicana más que un medio de comunicación ha hecho de sí misma una penosa fábrica de traspiés y pena ajena. Pero allí sigue, llenándose las faltriqueras con el dinero de los anunciantes –el gobierno su mejor cliente. Prendida todo el día. Imbatible. Corrupta. Impune. Feliz •

CABEZALCUBO

Acuérdate

LAS RAYAS DE LA CEBRA

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15 Jornada Semanal • Número 935 • 3 de febrero de 2013

........ arte y pensamiento

Javier Sicilia

Luis Tovar

A finales del año pasado, Tomás Calvillo nos regaló un nuevo libro de poesía, Tabing dagat (Colegio de San Luis, Universidad Autónoma de San Luis). El título, en tagalo, la lengua de los filipinos, que quiere decir Junto al mar, es una profunda meditación sobre el cuerpo. Si en su anterior libro, escrito también en el archipiélago de las 7 mil 107 islas, Filipinas, textos cercanos (2010), el cuerpo juega un papel importante como receptáculo de una multitud de experiencias, en Tabing dagat, ese cuerpo, que reposa junto al mar de Manila, metáfora del absoluto indecible, se convierte, a lo largo de sus lxxx cantos, en la expresión de las huellas del tiempo y sus intrincados laberintos. El poeta medita de cara al mar. Su cuerpo está en silencio, inmóvil, semejante al de alguien que va morir. Junto al mar, a su inmenso silencio, todo –como dice el epígrafe de José Rizal con el que el libro abre– parece respirar y “dormir en los brazos de la nada”. El poeta, como el personaje de Rizal, María Magdalena, aguarda, en ese silencio, un acontecimiento, una revelación. De hecho, la revelación está dada: es el mar. Pero el cuerpo y sus intrincados laberintos, hechos de ilusión y memoria, no permiten el encuentro total con ella, y al igual que el “Noli me tangere” (“No me toques”), que da título al poema de Rizal, y que alude a la exclamación que Cristo resucitado expresa a María Magdalena que quiere tocarlo, el cuerpo del poeta, que está en el tiempo, no puede tocar el absoluto, disolverse en su amor: junto a él siente la presencia incesante del cuerpo atrapado en el laberinto del tiempo, entre la ilusión y el absoluto. Así escribe Calvillo en su canto liii : “el divorcio entre el cielo y la tierra/ es la encarnación/ el cuerpo lo sabe/ y busca refugio en sí mismo// acaso no es posible estar en paz/ el cuerpo es un mapa de heridas/ un diagnóstico de percances/ pasados y posibles.” Sucesión de huellas, el cuerpo es el lugar del extravío, es decir, del ego que, encadenado a sus ilusiones, produce toda suerte de horrores: “icono y demencial ídolo/ […]/ del altar de los deseos/ […]/ se anuncia a sí mismo/ en sus efímeros relatos/ […]/ engañándose/ con sus pretensiones de dominio”; “responde desde su cúmulo de estímulos/ y habita de crímenes sus días”; “prefiere el vértigo de los sentidos/ la adicción de apropiarse” a “absorberse de compasión”, a “soltar sin temer” (xxxvii y xxxviii ). Pero también es el lugar donde el absoluto que está junto a él –como el cuerpo resucitado de Cristo está junto al cuerpo temporal de María Magdalena–, habita no sólo como una posibilidad, sino como el único sentido real de la existencia en donde todo concluye: “lejano y cada vez más ajeno/ a los

esquemas […]/ guarda para sí el asombro/ de la sal en los labios/ cuando la dulzura es todo/ en los secretos abismos del océano/ […]/ es […] la confirmación de la presencia/ en la soledad más honda”; “detrás nada queda/ delante está tu muerte/ respírala, respírala, respírala/ […]/ reposa ya/ sin engaño alguno” (xix y lxxx). Eso Otro, que está junto y dentro del cuerpo, no es sólo también el yo, es el yo mismo. El horror que le produce al cuerpo y que lo lleva “a buscar refugio en sí mismo”, es al final su verdadera identidad. La experiencia de las huellas del cuerpo y sus múltiples laberintos culmina en la experiencia de la Unidad. Para encontrarla hay que dar un salto al vacío, al mar o, para usar la metáfora católica de Rizal, al amado que ya no está en el tiempo. Abandonarse en lo Otro, dice Calvillo, es un regreso a algo del que nuestras ilusiones nos arrancaron, una reanudación del matrimonio entre el cielo y la tierra. Allí, dice Octavio Paz,“cesa la dualidad, estamos en la otra orilla. Hemos dado el salto mortal. Nos hemos reconciliado con nosotros mismos”. Tabing dagat es un poema de alta sabiduría. Una sabiduría que sólo se conquista después de haber observado dura nte m u c h o s a ñ o s y co n p ro f u n d a humildad ese “mapa de heridas” que es el cuerpo, al lado del mar. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •

Refritos fritos Graduada del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos hace quince años, la guionista y directora mexicana Erika Grediaga debuta en largometraje de ficción con 31 días (México, 2012), proyecto con el que no ganó el concurso de óperas primas del mencionado cuec hace más de una década y con el que volvió a probar suerte –ya en otros ámbitos de producción– hace poco más de ocho años, aunque debieron pasar otros cuatro y fracción hasta que Videocine, entre otras empresas, lo hicieran viable. La propia Grediaga sostiene que al ser concebida esta no era, como finalmente resultó ser, una comedia romántica al cien por ciento, sino que el paso de los años y varias reescrituras del guión la condujeron a dicho punto genérico. Es un hecho que nadie sabrá jamás, después de tanto, cómo habría lucido aquella película que nunca fue, pero en cambio cualquiera puede hoy mismo ir al cine y verificar que Irán Castillo, Lorenzo Balducci, Alejandra Gollas y José Antonio Gaona, en los papeles principales, ejecutan todo aquello que les requirió tanto ese guión trabajado y vuelto a trabajar, como la autora del mismo a cargo de su puesta en escena. Verificará, igualmente, que a lo largo de los noventa y dos minutos de pietaje no hay cosa alguna digna de mención, ya fuese por memorable, ingeniosa, encomiablemente lograda ni, por supuesto, original. No yerran quienes han sentido –y comentado de viva voz, tuiteado o feisbuqueado–, después de verla, que esta cinta tiene una deuda innegable pero inconfesa con la estadunidense 500 Days of Summer, olvidable comedia romántica estadunidense perpetrada por Marc Webb en 2009. No yerran salvo por limitación, pues vaya que estos mexicanos y clasemedieros 31 días románticos se parecen a los gringos y clasemedieros quinientos días románticos de hace tres años pero, puestos a encontrar parecidos, la de Grediaga se parece en absolutamente todo a las previas cientos o miles de películas del mismo, archisabido, masquetrillado tipo chico-conocechica, con el añadido insustancial, por igualmente manido, de plantear al inicio una supuesta imposibilidad para el enamoramiento de la pareja protagónica, imposibilidad que Todomundo sabe falsa incluso desde antes que la película arranque. Quién lo diría: tantos años de brega para llegar a ese terrible anonimato consistente en hacer lo mismo que tantos han hecho, y encima hacerlo exactamente igual.

¿Y si la filmas en francés? En 2003, con guión de Dominique Coubes, Natalie Vierne y él mismo, el cineasta francés Didier Bourdon dirigió 7 ans de marriage, comedia romántica que, hasta donde a este sumaverbos le ha si-

do dable averiguar, no ha sido citada ni una sola vez como la fuente de origen de los Siete años de matrimonio (México, 2012) que Joel Núñez dirigió y que se parece tanto a la francesa de hace diez años, que incluso el cartel de ambas cintas es prácticamente idéntico: a una pareja joven, heterosexual, acostada en la misma cama, la divide una rasgadura como si una mano violenta hubiese roto el cartel. Desde luego no paran ahí las similitudes ni mucho menos, pero si el afán consistiera en identificar las diferencias entre una y otra, éstas no le favorecen a la producción mexicana sino todo lo contrario. La trama, menos que mínima, está contenida casi por completo en el título: baste añadir que los protagonistas –Ximena Herrera y Víctor González–, previsiblemente, salen avante de la “crisis de los siete”, tan lejana como es posible estarlo de la comezón marilyniana. Pero súmese a las anteriores desgracias la inclusión de una muy desapacible galería de actores, cuya contumacia televisiva los ha desprovisto de todo gesto siquiera aproximado ya no se diga a la naturalidad sino, por lo menos, a la credibilidad histriónica; este último, por cierto, antilogro conseguido con absoluta maestría por alguien llamado Roberto Palazuelos –habitué de telenovelas y revistas faranduleras–, cuya antipatía e ineficacia escénica y oral lo harían acreedor indiscutible, si lo hubiera en México, del reconocimiento al peor actor en años. Si de refritos de refritos como éstos se compone lo que algunos quieren ver como la “apuesta” del cine mexicano por pelearle la taquilla a la eterna avalancha Made in usa, habrá que despedirse desde ya por lo menos de dos cosas: una, el sambenito convenenciero según el cual “hay que apoyar al cine mexicano”, y dos, de la taquilla. Por fortuna, no todo en el cine nacional consiste en esta suerte de petardos •

CINEXCUSAS

Tomás Calvillo, las huellas del cuerpo

CASA SOSEGADA

cinexcusas@yahoo.com


c uento

20 de enero de 2013 • Número 933 • Jornada Semanal

Spinoza y la araña Sigismund Krzyzanowski El biógrafo de Benedicto Spinoza, Cornelius (siglo xvii ), dice sobre el filósofo: “Le gustaba observar, en las horas de descanso del trabajo científico, cómo se comportaba una mosca que se arrojaba a la red de una araña que vivía en un rincón de su habitación, los movimientos de la víctima y el predador. A veces, dicen, la situación le causaba risa.”

E

La vieja araña venenosa de patas peludas, presintiendo sobre ella la mirada del filósofo, comenzaba a agitarse, algo realmente raro en ella. Era natural: el momento era demasiado significativo. Probablemente, a consecuencia de la inquietud netamente artística del maestro, dos o tres hilos se rompían y se enredaban, pero, en general, el asunto se resolvía, como siempre: rápida y limpiamente. Las ocho delgadas patas cóncavas de la araña pisaban el tendido tejido de la telaraña, metódicamente, con total coherencia, se movían como los dedos de un pianista siguiendo su cuaderno de notas, envolvían histéricamente el cuerpo contraído de una mosca sobre la mortaja lanosa gris plateada. El tronco triangular de la araña, con sus ojitos punzantes en los bordes, al encontrar en el vibrante vientre negro de la mosca el lugar preciso, hundió en él sus mandíbulas agudas y encorvadas.

S

La mosca contrajo sus alitas. Varias veces. Y eso fue todo. Entonces fue cuando la araña levantó el punzante ojo tallado hacia arriba y fue en ese momento cuando los ojos de la araña y las pupilas del metafísico se encontraron. Fue sólo un instante. Luego la araña venenosa y el metafísico desengancharon sus miradas y cada quien se fue por su lado. El metafísico se acercó a la mesa cerca de la ventana; extendió la mano derecha, hizo restallar la tapa de bronce del tintero, tintinearon unas con otras las páginas del manuscrito. Y la araña, frotando ligeramente las patas delanteras, se introdujo reptando por el esmeralda húmedo y aterciopelado de un resquicio enmohecido que se oscurecía entre la pared y los tratados voluminosos de Descartes y Clauberg. Pasando sus afilados tentáculos sobre las hojas empalmadas en la abolladura de uno de los libros, la araña estiró lo más profundo que pudo todas sus ocho patas y se quedó inmóvil. El metafísico escribió cerca de la ventana: “El derecho natural se extiende en toda la naturaleza y en cada característica por separado, con igual fuerza. Por consiguiente, todo lo que la persona realiza en consonancia con las propias leyes naturales, lo hace con absoluto derecho natural, y su derecho a la Naturaleza se mide en proporción a su fuerza.”*

Las páginas, al caer una sobre otra, permitían que las letras se tocasen y en consecuencia parecían entenderse. Crujía la pluma. Y sólo una vez el metafísico, apartando los ojos de las líneas, miró la telaraña en la esquina oscura de la habitación y sonrió. ¿Y la araña? Apretando la barriga contra el polvoriento Clauberg, se sumió en una profunda meditación. El filósofo tenía algo que aprender de la araña, pero qué podía aprender la araña del filósofo. Éste, en inalterables líneas negras, sabía menos de lo que debía saber. Y escribía, y escribía. Aquélla, en la inalterable telaraña gris, sabía exactamente cuanto debía saber: fue creada hasta el fin, y no necesitaba deliberar sobre nada con el susurro de las hojas de los manuscritos y de los tomos impresos. Sentada en la abolladura del infolio, disfrutaba del gran privilegio de la libertad de pensamiento, heredado desde tiempo inmemorial de su antiguo y notable género arácnido ‒del bisabuelo al abuelo; del abuelo al padre y del padre a ella, araña de patas peludas • 1921 *Estas líneas pueden ser encontradas en Tractatus politicus, de Spinoza. Cap. 1, ј 1-2. (Nota del autor.) Traducción del ruso de Jorge Bustamante García.

Un escritor postergado

igismund Krzyzanowski fue un escritor ignorado, destinado a la ausencia. “Yo fui una inexistencia literaria, que trabajó honestamente para ser”: así formuló su credo este extraño autor que en sus sesenta y tres años de vida (1887-1950) nunca vio publicados sus libros. De origen polaco, aunque nacido en Ucrania, adoptó y se adaptó a Moscú cuando ya rozaba los treinta y cinco, en 1922. Su vida en Moscú transcurrió sin pena ni gloria. Hacia 1935 ya había escrito la mayor parte de su obra en prosa: unos 130 relatos, cinco novelas cortas, numerosos ensayos y artículos literarios, tres piezas de teatro, los libretos de tres óperas, el guión para dos películas en las que nunca le dieron crédito y llevó durante años cuadernos de apuntes que atiborró de notas cortas, esbozos, bosquejos, ideas, aforismos, pensamientos y observaciones. En sus últimos diez años de vida, aislado, sin lograr publicar ninguno de sus libros, dejó de escribir y se dedicó, para sobrevivir, a la traducción de poesía y prosa polacas. Atento lector de filosofía antigua y medieval, del pensamiento de Kant, Leibniz, Spinoza y otros filósofos, Krzyzanowski aprovecha las ideas de estos pensadores a través de alusiones y reinterpretaciones que lo conducen a una metatextualidad en permanente crítica con

el discurso de sus maestros. Sus temas esenciales son la memoria, el juego, la ciudad, el libro, la palabra. Maestro del género corto, su escritura parece concentrarse en una totalidad irrompible, que crece, se interrelaciona y complementa, como conformando un solo texto. Krzyzanowski nos ha llegado lentamente desde su eterno ninguneo y su hondo silencio. Desde 1989, gracias a la paciente y ardua labor de investigación del poeta Vadim Perelmuter, comenzó su desentierro en Rusia, donde ya han publicado casi toda su obra en seis gruesos tomos. Y esa revelación se ha extendido ya a otros dominios y otras lenguas. Al menos en francés y en inglés aparecieron hace varios años sus novelas El club de los asesinos de letras, Recuerdos del futuro, El regreso de Münchhausen y Cuentos para niños prodigio. En castellano su debut fue con siete relatos agrupados bajo el título La nieve roja (Siruela, 2009) y El club de los asesinos de letras (Ediciones del Subsuelo, 2012). Krzyzanowski murió en Moscú, exactamente a mitad del siglo pasado. Nadie sabe dónde está su tumba. Jorge Bustamante García

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