Lunes, 7 de abril de 2014
La lluvia que no llegó En un pequeño pueblo que vivía del trabajo del campo se produjo una larga sequía que amenazaba con dejar en la ruina a todos sus habitantes. Casi todos eran creyentes, pero debido a la grave situación, fueron a ver al cura del pueblo y le dijeron: “Padre, si Dios es tan poderoso, ¿por qué no le pedimos que nos mande lluvia?”. El cura no dudó en responder: “Está bien, se lo pediremos. Pero hay una condición indispensable. Hay que pedírselo con fe, con mucha fe”. La gente aceptó pensando en lo sencilla que era la condición y, además, acordaron ir a misa todos los días. Comenzaron a ir a misa un día tras otro, pero las semanas pasaban y no caía ni una sola gota del cielo. Ni siquiera había nubes. Ya cansados de esperar, un día fueron todos a reclamarle al cura: “Padre, nos ha engañado. Nos aseguró que si le pedíamos con fe a Dios que enviara lluvia, no habría problema. Hemos cumplido la condición, pero después de varias semanas aún no ha llovido nada”. El cura miró a todos y cada uno de ellos y les preguntó: “¿Habéis pedido con verdadera fe?”. Nadie dudó, y todos respondieron: “¡Sí, por supuesto!” “Entonces –dijo el cura-‐, ¿por qué durante todos estos días ninguno de vosotros ha venido con paraguas a misa?”. Si decimos que confiamos en un amigo se tiene que demostrar, no puede quedar sólo en palabras. ¿Cómo entonces? Guardando los secretos, compartiendo lo que uno tiene, estando a su lado cuando nos necesite para ayudar, reír o llorar juntos. Y si pedimos algo a Dios hagámoslo con confianza, sin dudar, y seguro que Él nos enviará su ayuda de alguna manera. A partir de mañana vamos a tener la posibilidad de ir por cursos a la parroquia para celebrar el perdón y tener un encuentro con Dios. Sobre todo en cuaresma…
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Martes, 8 de abril de 2014
Una Abolladura Inesperada Un joven ejecutivo paseaba un día a toda velocidad en su Jaguar último modelo. De repente, y casi de improviso, sintió un fuerte golpe en la puerta. Al bajarse pudo comprobar cómo un ladrillo le había estropeado la pintura y la carrocería de su lujoso coche. Inmediatamente dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda velocidad al lugar donde se había producido el impacto.
Salió del coche de un salto y agarró por los brazos a un chiquillo gritándole: “¿Quién te crees que eres?”. Y enfurecido, casi soltando humo, continuó gritándole al chaval: “¡Es un coche nuevo! ¡Ese ladrillo que has lanzado te va a costar muy caro! ¿Por qué lo has hecho?”. "Por favor, señor, por favor. Lo siento mucho. No sé qué hacer", suplicó el chiquillo. "Le lancé el ladrillo porque ningún coche se detenía”, y señaló hacia la derecha. "Es mi hermano", le dijo, “se ha caído de su silla de ruedas y no puedo levantarlo". Sollozando el chiquillo le preguntó al ejecutivo: "¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Pesa mucho para mí solo. Soy pequeño.” Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo el ejecutivo tragó saliva. Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó en su silla nuevamente sacando su pañuelo para limpiarle un poco las heridas. El chiquillo le dio las gracias con una sonrisa tan amplia que ni el mejor escritor del mundo sería capaz de describir con palabras... "DIOS le bendiga, señor... y muchas gracias". Cuentan que el ejecutivo no reparó nunca la puerta de su coche. Mantuvo siempre el bollo causado por el ladrillazo. Lo hizo para recordar que en la vida no se puede ir tan deprisa que sea necesario el que alguien te tenga que lanzar un ladrillo para caer en la cuenta.
¿Ya te fijas en lo que pasa a tu alrededor? ¡¡¡ Que nadie te tenga que lanzar un ladrillo para que lo hagas !!!
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Miércoles, 9 de abril de 2014
Aprovecha tus Cualidades Cierto día un tratante en joyas vio en un huerto algo que tenía pintas de ser una perla. Se acercó con cuidado para comprobarlo y, tras cerciorarse de que era auténtica, decidió adquirir el campo. Como era un hombre honrado, no quería engañar al propietario del terreno. El terreno en cuestión estaba tasado como tierra de cultivo y, por ello, su valor era prácticamente nulo. Decidió pues decirle al propietario el motivo real de la compra. Fue pues a hablar con el campesino. Éste ignoraba lo que había en su campo de gran valor y buscaba un pardillo al que venderle una tierra incultivable. Pedía una cantidad exorbitante, algo que nadie pagaría por un buen terreno, y menos por uno como aquel si no fuera por la perla. Jaime, que así se llamaba nuestro protagonista, le dijo: -
"Tenga en cuenta que en el campo hay...", pero no pudo acabar la frase. El campesino no le dejo.
-
"O lo toma o lo deja, no estoy para oír cuentos".
Jaime lo tomó, aunque para ello tuvo que vender casi todo lo que tenía y deshacerse de otras joyas menores. Pero valía la pena. La perla valía 1000 veces más, era única. Jaime se hizo rico y célebre con la exposición de la perla. Nunca la vendió. En cuanto al vendedor del campo, nunca llegó a recuperar lo vendido. Recibió sí una buena cantidad de dinero pero lo gastó enseguida. Cuando se quiso dar cuenta sólo quedaban campos como el suyo, pero sin perla. Estamos acercándonos a la Semana Santa y en todos nosotros hay una perla escondida. Tenemos un tesoro que no podemos vender: aunque nos parezca que lo vendemos caro, siempre será muy barato. Cuando se encuentra la Perla (en cada uno de nosotros será una cosa distinta) o cuando nos encontramos con la mayor perla de todas “JESÚS”, es entonces cuando vemos el gran tesoro que somos cada uno de nosotros y las grandes cosas que estamos llamados a hacer por los demás.
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Jueves, 10 de abril de 2014
La Historia del pobre Lázaro Uno de los pasajes más bonitos del Evangelio es ése donde Jesús nos relata la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-‐31). Es un poco larga por eso no la vamos a leer ahora pero sí te diré que no debe de ser fácil vivir al lado de un mendigo siendo tú bastante rico. El pecado del rico de la parábola consiste en que tiene a un pobre mendigo junto a su palacio pero no ve sus llagas, no siente su hambre, no traspasa esa “puerta” que le separa del pobre, no se acerca a levantarlo de su miseria, sigue tranquilo “celebrando espléndidamente fiestas”. Tal vez nosotros nos podemos asemejar un poco al hombre rico. Nuestros países, tal vez nosotros mismos, vivimos en el estado del bienestar, con el corazón endurecido, indiferentes al hambre y a la miseria de los pobres de la Tierra, sin escuchar su sufrimiento, disfrutando espléndidamente de nuestro bienestar. Nosotros somos el gran obstáculo para construir un mundo más justo y más humano. No hace falta, por otra parte, irse a otro continente para constatar esta realidad de pobreza y miseria. No hace falta marcharse a los países del Tercer Mundo para palpar las necesidades de los demás. Basta con abrir bien lo ojos en Pamplona, en Villava o Huarte, tal vez en nuestra propia comunidad de vecinos para que contemplar que hay muchos pobres a tu alrededor y más que habrá si la crisis no termina pronto. Éste podría ser un bonito compromiso al final de esta cuaresma: Abrir los ojos a esta realidad que nos toca vivir y no cerrar nuestras manos y corazón a tantas personas que necesitan nuestra ayuda porque, en realidad, somos RICOS.
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Viernes, 11 de abril de 2014
La Pascua cada vez más cerca El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde del pueblo: “Tenemos la seguridad de que ustedes ocultan a un traidor en el pueblo. De modo que, si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible a usted y a toda su gente con todos los medios que tengamos a nuestro alcance”. Y es que el pueblo ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. Pero, ¿qué podía hacer el alcalde ahora que veía amenazado el bienestar de todo el pueblo? Días enteros de discusiones en el Ayuntamiento no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde consultó el asunto con el cura. Los dos se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras Sagradas y, al fin, apareció la solución. Había un texto en la Biblia que decía: “Es mejor que muera uno solo por el pueblo que no que perezca toda la nación”. De esta manera el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, no sin antes pedirle al buen hombre que le perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner al pueblo en peligro. Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes. Por fin, fue ejecutado. ****************************** Veinte años después pasó un profeta por el pueblo, fue directamente al alcalde y le dijo: -‐ “¿Qué hicisteis hace veinte años? Aquel hombre bueno estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto”. -‐ “¿Y qué podía hacer yo?”, dijo el alcalde, “el cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia”. -‐ “Ese fue vuestro error”, dijo el profeta, “mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos”. Hay muchos momentos en los que nos agarramos a la ley, a lo que está escrito o mandado, a lo que todos hacen, a lo normal... sin pararnos a mirar a los ojos de las personas. Dentro de 7 días será viernes santo y recordaremos precisamente una historia muy parecida a la que acabamos de escuchar y tan injusta como ésta: ”la historia de Jesús de Nazaret, el hombre inocente que muere por todos nosotros”. Quizá sería bueno preguntarnos en algún momento qué parte de responsabilidad tenemos nosotros en esta muerte. Quizá así, cuando volvamos a ver una injusticia, nos acordemos de que es mejor olvidarnos un poco de la ley y mirar más a los ojos del que está sufriendo (y, muchas veces, no hay que ir muy lejos para descubrirlo –en ocasiones son nuestros propios compañeros de curso-‐).
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