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2. Arquitectura española en el siglo XVIII
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La arquitectura española del siglo XVIII 1. Arquitectura militar
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En lo relativo a la arquitectura del siglo XIII deben distinguirse dos grandes bloques, separando lo concerniente a la arquitectura militar y de fortificación de la arquitectura social (civil y religiosa), además de añadir un tercer bloque dedicado al urbanismo, que es clave a la hora de entender los asentamientos de nuevas poblaciones de Carlos III incluyendo la colonia de Nueva Tabarca.
La arquitectura militar se caracteriza principalmente por seguir avanzando tanto en las técnicas de ejecución como en la mejora de todas las soluciones de la poliorcética de siglos anteriores, perfeccionadas en paralelo al desarrollo de las armas de asedio.
Con la cada vez mayor evolución del armamento militar, los ángulos de todos los edificios con carácter defensivo militar experimentarán una sofisticación ajustándose a los ángulos balísticos de la artillería, mostrando un claro ejemplo de ajuste de la geometría a los principios racionalistas de diseño. A lo largo del siglo XVIII surgirán numerosos tratados para detallar la manera de construir los edificios y ciudades militares, siendo uno de los más importantes el “Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles” de John Muller (1746), que marcará una importante novedad en lo referente al urbanismo y que será tomado de ejemplo para el desarrollo del presente trabajo.
Fig.2. Vista aérea del trazado de la ciudadela amurallada de Pamplona.
Fuente: https://share.goazsocial.com/guide/fin-de-semana-en-pamplona#tabgroups
1. Trazado de las murallas
Se puede advertir que uno de los elementos arquitectónicos más característicos, desde la invención de las ciudades, y que forman parte del imaginario colectivo de arquitecturas de defensa, son las murallas.
Desde el principio de las civilizaciones, la ciudad se ha concebido rodeada y resguardada por un recinto amurallado. El objetivo de estas murallas era eminentemente defensivo: proteger la ciudad, el comercio y sus habitantes de las huestes enemigas.
Este tipo de arquitectura alcanza su auge en la edad Media, si bien, el descubrimiento de la pólvora (traída por Marco Polo a Italia), que revolucionó las nuevas técnicas de guerra por sus aplicaciones al armamento artillero provocaría el nacimiento del cuerpo de los ingenieros militares (ss. XVI), escindidos del mundo de los arquitectos, que se especializarían en las obras de infraestructuras (hidráulicas, de transporte y de producción) y de defensa (murallas, puertas, torres, bastiones, fuertes y fortalezas).
Este nuevo cuerpo de técnicos, al servicio de la corona o los señores de las ciudades, haría que las murallas se fueran perfeccionando y se convirtiesen en obras más complejas y precisas (con diversos tipos de mecanismos y un sistema de diseño aritmético), convirtiéndolas en una perfecta maquinaria de guerra en posición de defensa (Beviá & Martínez, 2002, pág. 246), ejemplos modélicos de adaptación al terreno y de geometrías deliberadas.
Puede afirmarse que, a lo largo del siglo XVIII, la arquitectura de las murallas alcanza la cúspide de su perfección, comenzando a partir de esas fechas debido a la utilización de las nuevas técnicas de ofensiva militares y la innovación en nuevas armas de guerra, su deterioro y su desuso haciendo que los perímetros amurallados comiencen a acusar un cierto estado de abandono e, incluso, lleguen a ser derribados.
Se puede ver cómo en los diversos tratados, sobre todo en el que sirve de apoyo a este trabajo, de Muller, el espesor de las murallas se plantea como un problema matemático asistido de ecuaciones y de aritmética de triangulación determinando el espesor si el muro fuera de ladrillo o si el muro fuera de piedra. El objetivo era en palabras del propio Muller:
“ …que el muro sea tan sólido y unido, como si constituye una sola piedra; de tal modo, que, si a cualquier punto se le aplicase una proporcionada potencia, solamente podría derribarle rompiéndole por su Unión con el cimiento.” (Muller, 1746, pág. 2).
De lo que no hay duda es de la oblicuidad de dichos muros fundamentándose en una mejor cohesión de todas sus partículas para que, efectivamente, el muro sea un todo sólido y unido. Además, la parte superior de la muralla presentaba una moldura que solía indicar la línea de forjado y unas cañoneras con una altura suficiente para que se apostaran los cañones, con frentes abiertos hacia el exterior constituyendo unas aberturas en ángulo más cerradas en la parte interna del muro y más abiertas en la externa para favorecer la trayectoria de los disparos defensores. El trazado de la muralla, además, solía presentar uno o varios bastiones, como elemento de unión entre dos partes de ésta.
Fig.3. Modo de cálculo de una fortaleza. Muller. Lam VI.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
Fig.4. Imagen de diseño de una fortaleza del siglo XVI.
Fuente: Cantaneo, P. (1554). I quattro primi libri di Architettura. Biblioteca Nacional de España
2. Paseos de Roda
A la parte superior del forjado del trazado de las murallas se le llama paseo de ronda, siendo un camino por el que se accede a todos los puntos de las mismas, en el que se apostarían los soldados y cañones.
3. Garitas
Las garitas son las estructuras sobresalientes de las murallas a las que se acceden por los paseos de ronda. Generalmente se construyen con capacidad para un soldado, contando con una abertura para disparar en cada frente de la misma a modo de una aspillera o ventanilla de 4 pulgadas de ancho (10 cm aproximadamente) y un pie de alto (30 cm aproximadamente), Muller, y con la abertura de entrada a la misma. Se suelen disponer en las esquinas y en los cambios de dirección de las murallas con el fin de evitar los ángulos muertos que pudiese tener el recinto amurallado hacia el exterior.
Generalmente los materiales empleados en la construcción de las garitas solían ser piedra o madera, contando con una planta que solía ser cuadrada o pentagonal, aunque evolucionan hasta la planta circular con el fin de ganar ángulo de visión.
Fig.5. Alzado y planta de una garita. Muller.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
4. Bastiones
Los bastiones representan la culminación de la evolución de las murallas. Es una parte de la muralla fortificada que sobresale al exterior para ejercer como principal defensa ante un asedio. En su interior, presentan grandes espacios abovedados y se disponían los soldados. Su labor táctica viene dada por los ángulos tan característicos que presentan, a veces triangulares y generalmente pentagonales. La razón es cubrir los ángulos muertos que existían con las fortificaciones cilíndricas y batir al enemigo en un continuo fuego cruzado al estar encerrado entre varios bastiones.
Además de las murallas y bastiones, la defensa de una fortificación viene dada por los revellines (inventados en el siglo XVII) actuando como línea más alejada de la ciudadela y por los castillos, significando la última línea de defensa y siendo el objeto más cercano a la ciudad.
5. Revellines
Los revellines, generalmente eran construcciones triangulares que se ubicaban extramuros de la ciudad sirviendo como una primera barrera de contención contra el enemigo. El objetivo principal era tener el frente de la batalla situado lo más lejos posible del enclave y, por ende, de los civiles. Generalmente se constituían como una obra de ingeniería subterránea, en cuyo interior podía haber varias estancias llamadas casamatas, donde se guardaban la pólvora, provisiones militares, etc.
Construidos en un inicio de ladrillo y, posteriormente, sustituidos por tierra para una mejor absorción de los impactos. Sin embargo, en España los revellines se construían de piedra al igual que el resto de las murallas.
Fig.6. Vistas de un revellín. Muller, lam X
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
6. Poternas.
Las poternas, también llamadas surtidas, se presentan como unos pasos subterráneos que sirven de comunicación entre el revellín y la ciudad. Se disponen como pasos abovedados y provistos con rampas, si bien servían de acceso a maquinaria de asedio, abastecimiento o tropas, o provistos con escaleras si únicamente servían como paso de soldados. (Pérez, 2016)
Fig.7. Poternas. Muller, Lam IX.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
7. Escarpas y contraescarpas/ caponeras
Las caponeras son un paso construido en los fosos secos para la comunicación desde un punto a otro de las obras a las que daba el foso. Las tierras se sostienen de muro de ladrillo o mampostería de un pie y medio de espesor (45 cm aprox.) cubriendo en ocasiones las caponeras que conducen del cuerpo de la plaza a los revellines con cañones de bóveda, dejando aberturas en sus muros para hacer fuego hacia el foso con el que se comunican por puertas.
Fig.8. Perfil de una caponera. Muller, Lam XI.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
8. Puertas y cuerpos de guardia
La disposición de las puertas en las fortalezas varía según las circunstancias (llegando a ser, en ocasiones, un paso descubierto en el propio terraplén de la fortaleza, o siendo un paso cubierto por una bóveda que termine en un cuerpo de guardia hacia el interior de la ciudad, comprendiendo en el exterior un puente levadizo y una portada que se adornará según el gusto del ingeniero que dirija su ejecución), además del diseño según el autor. Muller (más concretamente, el traductor de su tratado) propone dos diseños distintos para las puertas de la ciudad.
Se propone en el primer diseño, una entrada con un paso abovedado, de 12 pies (3,65 m) de ancho. En la parte interior se representan a ambos lados los cuerpos de Guardia para el oficial y para la tropa cuyos espacios tienen 14 pies (4,25m) de ancho y lo mismo de fondo, contando con ventanas en la fachada exterior levantadas 3 pies (0,90 m) del suelo y cuyas medidas son 3x7 pies de alto, equivalentes a 0,9 x 2,10 m.
Los muros laterales del patio cuentan con 9 pies (2,75m) de alto, 3 y medio (1 m) de grueso inferior y dos y medio (0,75 m) de grueso superior y los muros de los cuerpos de Guardia tienen dos pies (0,60 m) de espesor. Muros, que por otra parte no necesitan contrafuertes, como añade el ingeniero:
“Estos muros no necesitan contrafuertes porque la presión de las tierras junto con la resistencia de los mismos muros es bastante para fortalecer el cañón de bóveda” (Muller, 1746, pág. 312).
La puerta de acceso desde el foso se cierra con un portón de madera de guarnecido de hierro, contando, además, con un puente levadizo. Como los adornos de las portadas principales del cuerpo de Guardia son diferentes de los que se aplican a las entradas de los revellines hornabeques y otras obras exteriores cuyos pasos ordinariamente se hacen descubiertos se exhiben en la lámina 3 diferentes clases de puertas para las fortalezas. La primera es muy sencilla se puede servir para cualquier obra exterior: se compone de 2 pilares de 28 pies (8,50 m) de alto y 8 (2,40 m) de ancho y un zócalo de 2 pies (0,60 m), además de una cornisa Toscana que vuela por todas partes.
La figura 3 en la fachada de una entrada también para obra exterior pero más primoroso aquel antecedente. En este diseño se suponen dos pilares cuya altura es de 32 pies (9,75 m) adornados con dos pilastras de orden Toscano a las que se le daría un sexto de la altura del pilar.
El último ejemplo que se presenta, la figura 5, dentro de la lámina XII, consta de una puerta de 12 pies (3,65 m) de ancho y una altura hasta el arranque del arco de 10 pies (3 m), aunque dicha altura podría aumentarse. Las pilastras con sus molduras son semejantes al diseño descrito anteriormente. La parte frontal se adornaría con las armas del monarca o con símbolos militares (Muller, 1746, págs. 310-320).
9. Cuarteles
En cuanto a la disposición de los cuarteles, en el tratado se ve cierta discrepancia entre autores, entre el propio Muller y el traductor, siendo la versión de este último la que se analizará y se tendrá en cuenta como válida a la hora de tomar conclusiones para este trabajo.
Como ejemplo de cuarteles óptimos, Miguel Sánchez Taramas, traductor del tratado de Muller al castellano, propone los cuarteles de infantería edificados en la época en el Arrabal de Barceloneta, así como también los de caballería.
Cabe destacar de todas las imágenes presentadas por el traductor, las plantas de los cuarteles, muy similares entre sí, consistentes en un patio central, de 75,66 varas (63,25 m) de largo y 34,66 (29 m) de ancho, aproximadamente. Todos los patios se componen de pórticos de 2,30 m de ancho, con arcadas de altura variable.
Así, se componen como un edificio óptimo en cuanto al número de camas, número de soldados y salubridad, algo que en la época se empezaba a tener muy en cuenta para el diseño, tanto de edificios como de ciudades.
Fig.9. Ejemplos de puertas de la ciudad. Lámina XII.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
Fig.10. Vistas de un cuerpo de guardia. Lámina XIII
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
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Fig.11. Planta inferior de uno de los cuarteles de infantería en Barceloneta. Lámina 3.A.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
Fig.12. Planta superior de uno de los cuarteles de infantería en Barceloneta. Lámina 4.A.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
Fig.13. Sección de uno de los cuarteles de infantería en Barceloneta. Lámina 5.A.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.
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La arquitectura española del siglo XVIII 2. Urbanismos utópicos
Al contrario que las ciudades orgánicas de la Edad Media, surge la ciudad como ente pensado, para evitar el desorden y disponer de elementos de control social y urbano. El inicio hacia el urbanismo barroco con unas pautas y claves dan comienzo al urbanismo como ciencia racional y matemática. Por ello los ingenieros de la Real Academia Miliar de Matemáticas, forjada tras la guerra de sucesión española, se encargan de hacer ciudad, uniendo estética y función, arquitectura civil y arquitectura militar. Destaquemos, de entre muchos, dos grandes pensadores, uno por ser el precursor del desarrollo utópico urbano y otro por ser el ejemplo español en el tiempo que estudiamos: Tomás Moro (1478-1535) y Pedro Rodríguez de Campomanes (1723-1802).
La ciudad ideal del siglo XVIIII tiene una referencia directa de la novela Utopía (1516) de Moro y de Sinapia (siglo XVII) de autor anónimo y perteneciente al propio Campomanes.
En ambas, se propone el diseño pensado de las ciudades, con un trazado urbano en damero (fundamentado por diseño de las ciudades con calles en ángulo recto, lo que conforma manzanas rectangulares) y una disposición similar de viviendas, que, a su vez, se diseñan exactamente iguales: en el caso de Moro, con un pequeño huerto particular; y en la propuesta por “Sinapia”, con dos pisos y con un patio en medio (Quevedo, 2017, pág. 23).
Además, en los diversos tratados militares de la época, se puede encontrar una propuesta de ciudad o enclave militar de nueva planta, atendiendo a los principios racionalistas antes mencionados. Cada tratado enseña la propuesta de ciudad establecida por su autor, para este trabajo, se relatará la propuesta de John Muller, por ser el tratado del que se ha extraído la información directa para la descripción de los edificios militares, detallados en puntos anteriores del presente trabajo.
Fig.14.Interpretación de la ciudad utópica de Tomás Moro. Fuente: Propia. /Fig.14.Interpretación de la ciudad utópica de “Sinapia”. Fuente: Propia.
En primer lugar, para el establecimiento de una nueva ciudad fortaleza, se estudiaban los desniveles del terreno, partiendo desde la plaza y procurando que la cota del mismo fuera descendiendo gradualmente hasta los terraplenes para que así el agua pudiera tener una salida sin problemas a los fosos propuestos. (Muller, 1746, págs. 347-349)
“…es necesario dar al terreno un mismo nivel a iguales distancias del centro de la plaza descendiendo gradualmente desde este punto con un declive suave hasta los terraplenes para que el agua de las lluvias tenga fácil salida al foso. “ (Muller, 1746, pág. 347).
Para el trazado urbano, Muller propone en su tratado, una disposición regular, con manzanas semejantes y ángulos rectos, priorizando la óptima distribución de los edificios militares, a saber, la casa del gobernador, los cuarteles, los arsenales y los almacenes.
En primer lugar, la vivienda del gobernador se ha de situar en la mitad de uno de los lados de la plaza principal de la ciudad, encontrándose, además, enfrente de la iglesia principal de forma que desde sus ventanas se pueda ver la formación de las tropas en la plaza.
En la plaza, además, se situará un cuerpo de guardia “para el sosiego del pueblo” (Muller, 1746, pág. 348), distribuyéndose los demás cuerpos cercanos a las puertas principales de acceso a la ciudad o junto a los cuarteles.
Por último, deberían distribuirse los almacenes para municiones cerca del terraplén y los repuestos de pólvora en los baluartes a fin de que en situación de asedio se tengan próximos para su utilización.
En los asentamientos próximos al mar o ríos navegables, en su defecto, se hará distinción entre arsenales para marina y para el servicio de los soldados en tierra, situándose el primero lo más cerca posible del puerto y el segundo en la ciudad tal como se describió anteriormente.
Para la distribución de las calles y las viviendas de la fortaleza propuesta por Muller, adjunta la imagen perteneciente a la lámina 16.
Se puede ver cómo se establece una jerarquía de calles, a saber, calles principales de anchura 42 pies (12-13 metros ca.) y calles secundarias de 21 pies (6 metros). En el tratado se contempla que esas medidas están perfectamente calculadas para el óptimo paso de carruajes y personas:
“La anchura que ordinariamente se señala para calles principales es la de 42 pies a fin que permitan paso a 3 carruajes juntos y dejen lugar para la gente de a pie y de a caballo: pero las demás calles tienen bastante con la mitad de esta anchura o poco más porque rara vez pasaran por ellas dos carruajes a un mismo tiempo.” (Muller, 1746, pág. 350).
En ella se ve advierte una plaza en el centro de la ciudadela, “cuyo lado es de 175 varas” (Muller, 1746, pág. 351), asemejándose a una plaza cuadrada de 145 m de lado ca.
La iglesia mayor se inserta en la plaza principal señalada e la lámina con la letra “C” en frente de la casa para el gobernador (letra “B” en la misma lámina), ocupando el espacio de 3 viviendas y dos jardines de modo que tiene 126 pies (38 m) de frente con 42 pies (12 m) de fondo y un jardín de 42 x 84 pies (12x24 m).
A medida que Muller avanza en la explicación de su propuesta de ciudadela, se advierte cómo todas las medidas propuestas son múltiplos del mismo módulo (en este caso, 42 pies, que será la medida de las calles principales y del frente de las viviendas). Con la modulación propuesta, se divide con gran perfección geométrica dada una de las partes civiles de la
ciudad: las calles menores representan la mitad del módulo; las manzanas, compuestas por viviendas de 42 x 42 pies (12,6 x 12,6 metros), se adaptan a la cuadricula estableciéndose en manzanas de 5x4 viviendas y 4x4 viviendas respectivamente, generando en su interior patios con el mismo tamaño que las viviendas.
Así la fortaleza queda compuesta en su interior por la gran plaza y las plazas generadas en las entradas de las puertas de la ciudad (letras “I” en la lámina), unidas entre sí por las calles principales que ejercen como ejes directores de comunicación de la ciudad, convergiendo en la plaza principal perpendicularmente. El siguiente nivel de divisiones se marcan por las manzanas, ortogonales de dimensiones 168x168 y 210x168 pies, equivalentes a 51x51 y a 64x51 metros.
En las afueras, y siendo rodeados por las murallas se encuentran los pabellones, cuerpos de guardia y bastiones, junto con las puertas de la ciudad, que conducen hacia los revellines situados en el exterior de la fortaleza y bajo los que se sitúa el foso que rodea toda la ciudad.
Esta lámina es muy instructiva, ya que la mayoría de los elementos citados con anterioridad en su tratado y descritos en este trabajo aparecen en ella, dispuestos de la forma óptima y estratégica posible.
Fig.16. Trazados previos en el levantamiento de una fortaleza. Lámina VII.
Fuente: Muller, J. (1746). Tratado de fortificación o Arte de construir los edificios militares y civiles.