Hybrido 2014

Cultural Project for Latino Arts, Literature And Cultures

Año XIV, Número 13 2013- 2014 Homenje a Horacio Benavides, Premio Nacional de Poesía, Colombia, 2013.

Homenaje a Ledo Ivo. Selección de poesía colombiana contemporánea

POESÍA • FICCIÓN • ENSAYOS • RESEÑAS • FOTOGRAFÍA • PINTURA

ISSN: 1930-2711

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Editores JESUS BOTTARO JOSE JESUS OSORIO MARIO A. POZADA-BURGA ROGER SANTIVÁÑEZ ROMÁN A. SANTILLÁN COLABORADORES ESPECIALES Horacio Benavides Liza Rosas Bustos Elssie Cano John J. Estrada Julio León Orlando López Valencia Silvio Martínez Palau Jorge Eliecer Ordóñez Andrea Tierra Comité asesor internacional Carlos Aguasaco –City College -CUNY Ángel Estevez –City College –CUNY, New York Alejandro José López –Universidad del Valle–Cali, Colombia Juan Carlos Mercado –City College–CUNY. New York Oscar W. Osorio –Universidad del Valle–Cali, Colombia Luis Rivas Rivas –U. Católica “Sto Toribio de Mogrovejo”. Chiclayo, Perú Hybrido es una revista cultural dedicada a fomentar el arte, la cultura y la creación crítico-literaria. La revista está indexada en DIALNET y GALE-Informe Académico. Además de ser una revista indexada, la larga lista de nuestros asesores y miembros del Comité Editor la colocan en la categoría de revista evaluada por pares de universidades locales y extranjeras (Peer-reviewed). Invitamos a quienes deseen participar en nuestra revista a que envíen sus trabajos, para consideración del comité editorial de la revista, a nuestra dirección electrónica o a la siguiente dirección: José Jesús Osorio 67-66 152 Street Apt. 294A Flushing, NY 11367 Deben incluir un sobre con sellos postales para su devolución. Los manuscritos deben ser enviados en un disco de computadora compatible con el programa de Microsoft Word, con una pequeña reseña biográfica.

Los ensayos deben seguir el formato MLA. La extensión de los trabajos no deberá sobrepasar las doce páginas, tipo de letra Times New Roman, 12 puntos. (Use “Footnotes” solamente, no “Endnotes”, por favor).

Ilustraciones: Orlando López Valencia http://hybridomagazine.wordpress.com

hybridomagazine@hotmail.com ISSN: 1930-2711

las opiniones expresadas en esta revista son responsabilidad de sus autores y no de los editores.

Derechos Reservados/Copyright © 2013-4

CONTENIDO

Editorial

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El pastor de la aldea Ciclos poéticos en Horacio Benavides Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz

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Dos poetas, dos épocas y un reflejo poético afín John J. Cruz 16 La des-canonización de Manuela, una novela de ruana entre levitas.

Sergio Escobar Variaciones sobre la metáfora Horacio Benavides

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Selección de poesía Ledo Ivo 71 José Manuel Arango 74 Celio Pichardo 76 Carlos Trujillo 78 Max Castillo 80 Miyer Fernando Pineda Mozo 81 Eating Poetry de Mark Strand Traducción de Silvio Martínez Palau 83 Diego Rivelino 84 David Cortés 85 Ficción Inquilinos Orlando López Valencia

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¿Les provoca un tinto?

Un viaje de poesía colombiana Alfonso Rubio

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Bakery Taiwan José Luis Reyes

Las cometas dialogan con los ángeles Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz

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Hoy les dieron veneno a los niños Silvio Martínez Palau

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Hotel tres estrellas Virginia Beatrhice Benavides Avendaño

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Antonio Muñoz Molina premio Príncipe de Asturias John J. Estrada Antonio Muñoz Molina Román A. Santillán y Mario Pozada-Burga La escritura intermedia de Rómulo Bustos Aguirre Alfonso Rubio La llamada “dominación árabe” en la Península Ibérica” John J. Estrada La cosmovisión trascendente en Mariátegui y en Vallejo Luis Rivas Rivas

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Mi maravilloso mundo de porquería Elssie Cano

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Reseñas Mi maravilloso mundo de porquería de Elssie Cano Constanza Révérend

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Water Tree ciclo de Aurora Amat Román A. Santillán

104

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El oficio de escribir y otros ensayos José Osorio Álvaro Bautista Cabrera

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C

ontinuamos los editores de Hybrido y su grupo de colaboradores con el entusiasmo y el deseo de publicar diversas voces hispanas que desde el ensayo, las reseñas, la poesía, la ficción, y la obra pictórica dan a conocer para el mundo desde Nueva York sus inquietudes artísticas e intelectuales. Llega la revista a su número 13, año XIV y complacidos invitamos a nuestros lectores a que nos sigan apoyando; porque Hybrido es un proyecto de todos en favor de la cultura latina, hispana o hispanoamericana –no nos trasnocha el termino- que desde esta ciudad de nadie irradia hacia el mundo.

En ensayo los lectores se podrán solazar con el estudio crítico de John J. Cruz sobre los poetas Porfirio Barba Jacob y Raúl Gómez Jattin. Podrá seguir su derrotero intelectual en el escrito de Sergio Escobar que ofrece una aproximación sociológica a la literatura colombiana de fin del siglo XIX, tomando a la novela Manuela de Eugenio Díaz Castro como su eje temático. Continuando con el ensayo panorámico “La cosmovisión trascedente en Mariátegui y Vallejo” de Luis Rivas Rivas, que invita a la reflexión sobre el encuentro entre poesía, pensamiento político y misticismo. Para estas épocas donde el factor religioso influye en gran parte del mundo en las confrontaciones humanas, tenemos en esta edición un interesante artículo de John J. Estrada “La llamada ‘dominación Árabe’ en la Península Ibérica” que nos remonta a los lejanos siglos donde parte de lo que hoy conocemos como España estaba bajo el dominio Mozárabe.

Desde estas páginas felicitamos a Antonio Muñoz Molina, ganador del premio Príncipe de Asturias y ampliamos nuestras muestras de alegría

con dos sentidos textos de amigos y editores de Hybrido que tuvieron a bien compartir con el escritor aquí en Nueva York.

También, damos muestras de alegría al dar a conocer que nuestra querida colaboradora de siempre, Elssie Cano, se hizo acreedora al premio del concurso Primum Fictum organizado por Librooks Barcelona. Incluimos en esta edición una selección de su novela ganadora Mi maravilloso mundo de porquería. Además de una interesante reseña sobre la misma novela escrita por Constanza Révérend.

Una amplia selección de poetas y escritores colombianos presentes en esta revista, y de los poemas de Ledo Ivo, ha sido fruto de los esfuerzos y desvelos de cuatro grandes amigos de la revista: Horacio Benavides, Jorge Eliécer Ordoñez Muñoz, Alfonso Rubio y Orlando López Valencia.

Queremos también dar a conocer que desde este número en adelante, ellos entran a conformar el grupo excelso de colaboradores especiales con que cuenta Hybrido. A ellos nuestros más sinceros agradecimientos.

Para ir orientando a nuestros lectores hacia la poesía, tenemos el ensayo del Premio Nacional de Poesía en Colombia Horacio Benavides, quien tomando como punto de partida la segunda de las seis conferencias de Borges dictadas en la Universidad de Harvard nos escribe “Variaciones sobre la metáfora”. Seguido del texto de Alfonso Rubio que es una invitación a un viaje de/por la poesía colombiana y, a su manera, un sentido homenaje al poeta José Manuel Arango. Luego, sin dejar de lado un buen tinto, que es como se llama a un buen café negro en Colombia, continuar con el mismo Alfonso Rubio y su escrito “La escritura

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intermedia de Rómulo Bustos Aguirre”. Para poetizar desde el ensayo nos regala Jorge Eliécer Ordoñez Muñoz “Las cometas dialogan con los ángeles”, donde la infancia viene volando en el papalote de la nostalgia que gira sin rumbo fijo camino de la eternidad.

Y entonces llega la poesía, con la traducción del poema “Eating Poetry” de Mark Strand realizada por Silvio Martínez Palau. Una selección extraordinaria de poemas en español de Ledo Ivo. Y luego nuestra pléyade de poetas que dicen siempre presente en nuestra revista: Diego Rivelino, José Manuel Arango,

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Rómulo Bustos Aguirre, Horacio Benavides, Celio Pichardo, Carlos Trujillo, Max Castillo, Miyer Fernando Pineda Mozo, David Cortés.

La ficción en esta revista corre a cargo de Orlando López Valencia con “Los inquilinos”; seguida del escrito de José Luis Reyes “Bakery Taiwan”; del aporte de Virginia Beatrhice Benavides Avendaño “Hotel tres estrellas” y Silvio Martínez Palau “Hoy les dieron veneno a los niños”.

Queremos agradecer a nuestros lectores su constante apoyo con la revista.

Por Jorge Eliécer Ordóñez

El pastor de la aldea

Ciclos poéticos en Horacio Benavides Suele pasar que un escritor, con el paso del tiempo, no se reconozca en su primer libro, publicado, las más de las veces, en edición limitada y casi artesanal. Puede ser que le parezca superado, o que sus temas, estilo, tono, no correspondan a su norte poético actual. Por lo demás, el concepto de evolución o involución en una poética, se discute entre contertulios, pero escasamente se argumenta en la página escrita. Cuando se sigue diacrónicamente la obra del “artista serio” (Cfr. Ezra Pound, 2013:35 a 59), se advierte que hay obras en ascenso permanente, otras que se repiten de forma circular y, lamentablemente, algunas que se tornan grises, pasto de olvido. En ocasiones se instauran modas, por motivaciones no estrictamente literarias, formas de decir que son eficaces en un lapso determinado, pero el tiempo, juez supremo, se encarga de ubicar la palabra en su preciso lugar. Obvio que no faltan los olvidos y posteriores reconocimientos (Góngora, en España, Domínguez Camargo, Vidales, Aurelio Arturo, Carlos Obregón, en Colombia).

Sin embargo, para quien se acerca a la obra reunida de un poeta, el libro inicial se convierte en documento esencial para el investigador ya que arroja pistas sobre su posterior periplo estético.

En las tres antologías dedicadas al poeta Horacio Benavides. De una a otra Montaña (2008), La Serena Hierba (2011, Monte Avila Editores) y La Serena Hierba (2013, La Sílaba), no aparece ningún poema de su libro inicial, Orígenes (19771979), Editorial La Trova Paralela, sin fecha, sin lugar. Por esas cosas del azar, siempre conservé este pequeño poemario, con artes de Carlos Posso (IV, 79), bastante escueto, sin prólogo, sin página

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legal con los créditos, con un epígrafe de Rilke, en la página 5: No dejes que la infancia (esa innombrable lealtad de los celestes) te sea arrebatada por el Destino: que aún al prisionero que lóbrego se pudre en la mazmorra, le alimenta en secreto hasta el fin. Pues ella guarda el corazón intemporal … (1979)

El título -Orígenes- es muy significativo, dado que en el rastreo de la poética de Horacio, los ancestros son fundamentales. Su universo viene de ese mágico lugar de la infancia, tan breve y fugitivo, que requiere de toda una vida y de toda una obra para desglosarlo. Orígenes, desde su epígrafe, marcado con fuego en la memoriosa página, funciona como bitácora en los ciclos creativos posteriores. Es la pepa de mamoncillo, que una vez caída en el pozo, no deja de generar ondas concéntricas que van y vienen, de una a otra orilla, o de una a otra montaña, como corrobora Horacio en uno de sus acertados títulos.

El país etéreo, inasible de la infancia, es la raíz en el árbol poético de Horacio Benavides; palpita en toda su obra su “corazón intemporal” y ningún avatar, ninguna veleidad, estética o extraestética, ha permitido que le “sea errebatada por el Destino”.

Pacto de fidelidad, mensaje escrito en su escudo creativo; desde su primer libro, esa impronta ha de acompañar el resto de su poética: Había visto unos pájaros volando en la infancia en un sueño o acaso él mismo fue pájaro en la oscuridad de los tiempos (Pájaros volando, 1979: 9) Desde entonces su vida fue nada más que el intento de captar el vuelo de narrar el perfecto ritmo de sondear el profundo misterio Sólo entreverlo sólo presentirlo

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mas persistirán los hombres pues esta es la clave de su destino (“Pájaros volando”, 1979:9-11)

Este poema funciona como un ars poética, pero también como una confesión intimista que nos da cuenta de ese momento iniciático donde se le revela la poesía. Para un niño que ha nacido en el campo, en esas vastas ondulaciones cordilleranas del Cauca, limítrofe con el Nariño de Aurelio Arturo –donde el verde es de todos los colores- el vuelo de los pájaros, en esos horizontes de vértigo y ensueño, debió ser un espectáculo de maravilla, pero igual, una epifanía, una memoria cifrada en la psiquis del futuro hombre contemplador, y más adelante, del poeta que descifra ese rico thesaurus que le ha donado el entorno.

La faceta del poeta aéreo (volador), que ha de ser recurrente en los libros de Horacio Benavides, está expresada en estos versos: O acaso él mismo fue pájaro en la oscuridad de los tiempos (“Pájaros volando”, 1979:9)

Liviandad, precisión, elegancia, cadencia en su desplazamiento, ritmo sostenido, misterio; hablo de un pájaro, pero el atento lector de la poética horaciana va a encontrar esos mismos atributos en su escritura. Todo viene de allí, de esa comunión entre el niño que salía lento de entre las frondas y el ave con la que estableció desde entonces un misterioso pacto de transubstanciación.

No es casual que los poetas se sientan representados en esas criaturas del aire: el cisne rubendariano, y por extensión, modernista; el búho degreiffiano, el halcón de Huidobro (azor), el albatros, caro a Baudelaire, el ruiseñor de Keats, el cuervo de Poe... simbología que nos llevaría al terreno de los esquemas, los arquetipos y los imaginarios, en un rastreo hermenéutico que excede estas apreciaciones. Baste con decir que subyacente a toda obra poética se yergue el inconsciente colectivo que permite la irrupción de símbolos y alegorías, que no siempre son controladas, de

manera racional, por el poeta o vocero lúcido de la aldea.

Este primer ciclo poético bosqueja ya algunos trazos fundamentales de la posterior poesía horaciana, tanto de estilo, de ritmo, de imágenes, así como los que serán sus temas recurrentes. Aquí se funda el hontanar que ha de nutrir su cauce: Su voz no era de ahora La búsqueda de la fuente Lo condujo a la intimidad del bosque (Orígenes, 1979:7)

Por supuesto, su voz poética iba por otra orilla, desde sus inicios. Nada estentórea, nada retórica, nada elocuente; invitación al silencio, a la insinuación, antes que al verbalismo, simulador, e intrascendente. Rasgo oriental que nos recuerda la fineza de las tankas y los jaikúes, así como las jarchas primigenias, las rimas de Bécquer y alguna cercanía a los Proverbios y Salmos bíblicos, en su cifra de síntesis y sabiduría milenaria.

Habitante del silencio, expresa en su poema Destino (p. 13), en ese deseo de encontrar la palabra justa, la que no hostiga al lector, más bien lo convierte en interlocutor participativo, en cómplice para la construcción de significados y potenciales sentidos.

El poeta se transmuta en río, se aproxima al equilibrio, esa forma sapiente de conocerse, pero sobre todo, reconocerse, en el diseño del universo: Y mi alma agua cristalina reconciliada canta (Río,1979:21)

En su forja de herramientas para emprender el viaje, hay otro lugar para expresar su arte poética, así asistamos a su fase iniciática: Las cosas venían a mi en loca zarabanda entonces me fue dada la palabra y las cosas pusieron sus pies sobre la tierra casa dije

y se hizo la casa de los hombres y luego mar y luna y así pude tener un sueño sosegado (“La Palabra”, 1979:57)

Poder cosmogónico del verbo. El hágase del Génesis…y vio Dios que era bueno. Sólo la palabra organiza el caos primigenio, echa raíces en lo único que nos ata con el aire y el cosmos: la tierra.

Entonces la casa, el mar, la luna, se hacen carne y habitan entre nosotros, para evocar La Sagrada Escritura. Cuando la palabra se vuelve puente entre la cosa y la imagen de ella en la psiquis del hablante, nuestra gravedad, entre la realidad y el sueño, se equilibra, se sosiega.

En síntesis, en su primer libro (Orígenes, 1979), Horacio Benavides ya nos anuncia: que viene del bosque y del viento, que es un soñador de palabras atado a la tierra, con un mínimo de gravedad, que la infancia es su lámpara de Aladino, que el misterio, el silencio y la música secreta de los seres y las cosas le interesan más que su esplendor y su ruido.

Un segundo ciclo poético esta integrado por tres poemarios: Las Cosas Perdidas (1986), Agua de la Orilla (1989) y Sombra de Agua ( 1994).En adelante me referiré a él como Las Cosas Perdidas.

Ha dicho Augusto Pinilla en su hermoso prólogo en De una a otra Montaña (2008) que observa una amorosa benevolencia hacia las cosas cotidianas (2008, p.8), virtud esencial en El Pastor de la Aldea, mitad chamán, mitad palabrero, en su mejor acepción. Hay un conjuro, un encantamiento, pero además, un “inventario de asombros”, para decirlo con el título de Eliseo Diego.

Este ciclo poético, con su trébol airoso, se sintetiza en uno de los versos contundentes de la poesía colombiana: hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más, de otro poeta caucano, del siglo anterior. Esas cosas, ya con el ánima despierta, están al límite, como en el ocaso, pero el pastor sabe con maestría que su luz de aldea secreta, su música callada, sólo esperan un toque de palabra para brillar de manera sobria, como el oro, y no con falsos fulgores, como el oropel. Entonces,

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la amorosa benevolencia, la fineza de espíritu, la solidaridad que integra y restituye, hace suyo el epígrafe bíblico en Las Cosas Perdidas (1986): Si encuentras perdido El buey o la oveja de tu hermano No te retires de ellos: Llévaselos a tu hermano (Deuteronomio 21-22)

La luz cegadora de la modernidad ha vuelto invisibles los elementos vecinos de la mano; labor del vate, (profeta, vaticinador, vocero lúcido de la tribu, médium…) insistir en su presencia, llevárselos a su prójimo (próximo), constatar su oculta belleza, su hondo significado en los actos cotidianos, que de repetirse una y otra vez, se convierten en rituales, una vez instaurada su esencia mítica: De la cama subimos al aroma del tinto del tinto por las ramas al mantel perdido una voz nos llama desde la sangre es el árbol que habla en el centro del patio (“La Casa”, 2008:23)

Cama, tinto, voz, sangre, árbol, patio: curiosa mezcla de lo que en apariencia sería instrumental, con lo esencial, gracias a la nueva aura con que el poeta ha cifrado las cosas, éstas adquieren una resignificación, se ha operado la alquimia poética: los metales cotidianos ahora vibran en otro registro.

Así, la manzana, el gato –esencial en todo su trayecto estético- la rosa, el reloj, los espejos, la lámpara, la escalera, brillan más, significan más, porque al igual que los “objetos hallados” de Duchamp, han cedido su misión utensiliar para instalarse en la torre de lo sublime En el ciclo poético de Las Cosas Perdidas hacen su aparición los animales, con el gato a la cabeza, miniatura del tigre –la quemante joyacauteloso, sobrio, indescifrable, péndulo entre la luz y la sombra, mítico y oriental, ícono en el museo itinerante de la poesía. El gato es un huésped privilegiado en este entramado de símbolos.

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En la otra orilla de su estética aparece el cerdo, que “entra en el poema como una ofensa”, pero lo paradójico, el dato que desacomoda y a la vez, cautiva es que “nadie sabe que el cerdo también reza” (2008, p.34). Poema angular porque de manera sobria evidencia el abismo que todo ser vivo ha de sortear entre la vida y la muerte, así en su agónica partida, aplauda al universo, final que tiene tanto de descripción como de fina ironía. La víctima propiciatoria, en su clímax doloroso, nos está evidenciando que es superior a sus victimarios, que tan puro y salvaje es su estertor, como su gesto de partida; algo así como el tristemente célebre “ave César, los que vamos a morir, te saludamos”.

El lector apenas, asimila la pedrada, pero algo de vergüenza, de pudor ante el sacrificio, le ata las muñecas.

Discurren luego el caballo, el pez -joya de artesanía conceptual y verbal-, la mariposa, la torcaza, y otro hallazgo en los ruedos de la poesía: Tauromaquia, así como el león y el gato de Poe, pequeño saurio; animales más que animales, símbolos y alegorías que Horacio Benavides utiliza para hacer una lectura honda, penetrante, amorosa, a veces humorosa, irónica y lúdica, de la condición humana. Cercana a la adivinanza, el acertijo, el enigma, su poética pide un lector avezado, un cómplice con quien intercambiar miradas fugaces y furtivas, ya que un solo gesto, un giro inesperado, un final sugerente, pueden generar un cúmulo de energía cinética a la hora de develar significados y sugerir sentidos.

Agua de la Orilla (1989) y Sombra de Agua (1994) pertenecen a la órbita estética inaugurada en Las Cosas Perdidas; no digo continuación, más bien, búsqueda, ensimismamiento en sus criaturas, siempre solidarias con su creador. El Pastor de la Aldea ha domesticado sus fieras –elefante, rinoceronte, cocodrilo- su reino sí es de este mundo, en el que se mueve a sus anchas como pez en el agua o colibrí en su estambre.

El último poema de Sombra de Agua, “Para que pase el muerto”, subdividido en 16 textos, es una premonición del siguiente ciclo poético: la muerte, plasmado en La Aldea Desvelada.

Los animales, los objetos cotidianos, una mínima alusión al amor y a la tradición literaria-Alicia, Ulises, la Bella Durmiente- quedan agrupados en estos tres libros, que he denominado el ciclo de Las Cosas Perdidas. El enigma, la adivinación del dato oculto cumplen su cometido en los poemas, porque en el juego propuesto el hermetismo no es cerrado, le deja pistas al lector, quien las sigue al internarse en su frondoso bosque de signos.

Si el vuelo de los pájaros fue inaugural en Orígenes (1979), ahora, en La Aldea Desvelada (1998), uno de ellos es el heraldo del viaje final: Pájaro de la muerte Siempre va adelante Su grito es el anuncio (2008:169)

Aunque el poema en mención cierra el libro Sombra de Agua, sirve de puente para entrar en las aguas letíferas de La Aldea Desvelada (1998). Lugar vecino de Comala, allí todo palpita en la reverberación de la muerte: el pájaro premonitorio, el perro que verifica la llanura, el gato vencido tras su séptimo espejismo, la mula de don Zenón Benavides, en cuyo lomo, la carga tanática nos anuncia la prontitud del viaje.

Esta mula, o quizás la otra -la que pena- nos lleva por los senderos de la muerte, sin excluir los jardines del amor. En ese purgatorio, “vuelto piedra por el dios de tus ojos”, todo queda listo para poner el pie en la última barca. Ítaca no es el destino, es otra isla “con un pez negro que lanza destellos de oro”.

Pudiera ser que detrás de ese espejo, más allá de la otra orilla, se nos revelen de súbito las voces que dejamos, el cascarón de lo que fuera Gregorio Samsa, la paloma en el hueso del N.N. en busca de un islote añorado. Por lo pronto, la escalera de ese fino lenguaje hablado en la Aldea nos comunica con el pozo insondable.

El tratamiento de la muerte en La Aldea Desvelada no es fatalista como en la tradición judeo-católica, aparejada a la culpa, la caída y la

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expiación, no obstante el paliativo de otra vida en el más allá, donde el dolor y el sufrimiento terrenales sufren una especie de alquimia reparadora, y además, eterna. Tampoco es la muerte carnavalizada, como la expresan algunas culturas con sustrato indígena o negro africano, con alegorías, mascaradas y rituales que buscan exorcizar ese momento supremo, que al decir de José Emilio Pacheco “excluye toda ambigüedad”. Más bien se acerca a la concepción oriental, donde se asume la muerte como un devenir, un ciclo natural y consustancial a la vida.

En la película Sueños de Akira Kurosawa hay varias secuencias –la mayoría- referidas a la muerte, vista desde distintos ángulos. Una muy singular es la del anciano que sentado junto al molino de agua ve acercarse un grupo de aldeanos que cantan y danzan con una música que contrista el corazón.

Cuando están a punto de ojo el anciano dice, casi sonriendo, casi susurrando, que en ese féretro va la mujer que le rompió el corazón; murió casi de 100 años y la llevan, entre cantos y entre flores, paralela al río. Entonces el hombre se incorpora y se une a la caravana, que tiene mucho de fiesta y algo de cortejo.

Por analogía, así percibo la muerte en La Aldea Desvelada, con la excepción de algunos poemas que expresan el Thánatos de manera exasperante, como si se tratara de un collage entre el sueño y la crónica necrológica de este país: Dónde dejé mi brazo Dónde mi cabeza Qué disparo voló mi dedo Qué plomo se llevó mi ojo Qué perro se cargó mi hueso (1998: 83)

Aldea Desvelada, limítrofe de Comala, de Spoon River, del Hades griego, del Seol hebreo, con sus símbolos letíferos: el pájaro premonitorio, la mula (el caballo es símbolo de muerte en los arquetipos e imaginarios de un buen número de culturas arcaicas), la nave, las moscas, el perro (cancerbero), los zamuros, el pez negro…A manera de oasis, entre tanto erial de sombras y fantasmas, florecen unos breves poemas amorosos, como si a

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la muerte le viniera bien reflejarse en el fondo de sus aguas: No es el gemido del viento ni la voz de las cañas soy yo vuelto piedra por el dios de tus ojos (1998:77) Que el agua que aquí corre cante en tu baño que el aire que me toca te toque a ti en otra parte (1998: 103) Duerme tranquila mientras velo duerme serena que si caigo en el sueño la distancia se repite igual la pena (1998: 105)

Como en el ciclo anterior, de Las Cosas Perdidas a La Aldea Desvelada, los últimos textos de éste sirven de gozne al libro siguiente. Por el pasadizo de la muerte, el amor entra al cuarto ciclo poético, que he de llamar Sin razón Florecer (2001) y que consta, además, de Todo lugar para el desencuentro (2005).

Otra vez hay que darle crédito al epígrafe, que además de ser un homenaje al poeta citado, suele sintetizar la intención y alcance del libro: Por sobre el alma el aleteo inútil de lo que no fue, ni puede ser, y es todo (Fernando Pessoa).

Fuga, pérdida, utopía: esto es amor, quien lo probó lo sabe, para recordar los afectos y efectos contradictorios del amor, señalados por Lope de Vega en su proverbial soneto Definición del amor (Poesía erótica castellana, Círculo de Lectores 1975, p. 72). No hay razones para florecer, esto lo saben- si es que lo saben- esas plantitas hermosas y

osadas que brotan en la grieta de un muro caído, sin ninguna intención, ni cuidado. Así el amor, extraño arbusto, que nace donde quiere y desaparece tal como llegó. Pareciera que la esencia del amor es su metafísica, su delirio y su transferencia, muy poco importa su historia real, su despliegue social, sus logros o sus pérdidas, a la hora de un balance, que siempre resultaría inútil y tedioso.

El amor es más una lírica del lenguaje que una épica de la cotidianidad. El poeta lo advierte, por eso su mirada es esquiva, aunque enamorada, sabe que, como las termitas, toda su diligencia en fabricar laberintos, terminará aplastándolo. Como el Moisés de la zarza ardiente, el amoroso lucha, inventa, delira, escribe en piedra, sube a la montaña mágica, vuelve al desierto, se enfurece, repite su periplo, porque lo alienta la promesa de una Tierra Prometida. Es la lucha por si misma, no la posesión.

Al final de sus días, no puede entrar, su consuelo es ver los ríos de leche y miel, a la distancia. ¿Vacío, exaltación del amor evanescente, dolor por una meta no alcanzada? : en contravía al creacionismo de Huidobro, aquí al poeta sólo le interesa cantarle a la lluvia, no hacer que llueva.

En donde vi agua bebí sombra en donde ciudad espejismo estoy en el puente y me agarro a la baranda he visto abajo tus ojos ( 2008: 254)

No hay razón para florecer, tampoco razones para constatar que la lucha por el amor fue bella, pero inútil. Como en el poema Itaca, de Kavafis, la isla es un pretexto, el rastro de una nube para seguir en la aventura; llegar o no llegar a su destino es un albur, lo que cuenta es el delirio, la invención de molinos de viento y de encantamiento, el sortilegio de la isla Barataria, no para gobernarla -que es imposible- sino para acercarse más, ejercer la caballería del espíritu y descifrar un poco la condición humana:

Amor que pasas sin dolerme piedra vuelta nube En algún lugar te estará esperando un muchacho parado bajo la lluvia hablará solo se quemará la boca y no habrá para él un trago suficientemente amargo (“Alguien en otro lugar”, 2008: 281) Todo se volvió puerta desde tu partida Como quedarse en ninguna parte Voy detrás de los árboles hacia la noche Pronto entraré en el valle de piedras En el desierto del cactus florecido (“Donde el agua canta”, 2008: 279) Tu mano digo Y hace nido en la noche Un arrullo de torcazas Déjala posada en la almohada Cerca de la mía Que pueda verla yo y no tocarla (“Como una paloma en un cono de luz”, 2008: 271)

Entramos a Todo lugar para el desencuentro (2005). Esta vez Anacreonte nos dice: quiero hacer odas de guerra/pero solo el amor resuena/ en mi lira de siete cuerdas. La épica, en su monumentalidad, en su deseo de encumbrar dioses y héroes, presos por igual de un destino aciago, cede su lugar a la lírica, con sus historias íntimas y menores, donde, duerme en la sombra el incierto corazón, en eco a Pessoa, el otro invitado al poemario. ¿Lidia, Beatriz, Helena, Eurídice, deshaciéndose en el deseo de Orfeo, o quizás Penélope, tejiendo y destejiendo, para no entrar en el olvido; y en la otra orilla, Calipso, con sus filtros de amor y eternidad, inútiles a la hora de contrariar el destino? Todas estas mujeres, sin nombrarlas, habitan estos lugares para el desencuentro:

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La torpe adolescencia, la ventana, donde el viento trae aromas de su perfume, la penumbra del nido, tu irrealidad que se me escapa, las dunas barridas por el viento, el vacío, los caminos inciertos, la rosa no vista que atormentaba mis vigilias, la larga nave de la noche, el río abajo, el mar lejano, uno será tu camino, otro el mío, el sueño, el olvido, el pasado que no regresa, las andas del amor que no tuvimos, una hoja en manos de la tormenta…

Insisto, el Pastor de la Aldea, diestro en el arte de domesticar las fieras, vislumbra ahora, desde las nieves de su otra montaña, su rebaño tranquilo de amores y desamores, construidos, más desde la idealización que desde la vivencia concreta, con “amorosa benevolencia” y no con apasionado reclamo. Como el anciano de Kurosawa, junto a los molinos de agua, se integra al coro de los dolientes, así lleven en el féretro a la mujer, que de joven, le rompió el corazón. No hay reproche, finalmente es el duende del amor, el corazón al que aluden los imaginarios románticos, el único responsable: Duerme viejo corazón Duerme rey destronado vociferante y loco Irreconocible sobre la cubierta de esta nave en la que alientas como un niño Hasta aquí llegamos amigo de tantas penas juntas Mañana cuando el sol despierte uno será tu camino otro el mío (“Mientras el corazón duerme“, 2008: 301)

La añoranza, la saudade por el ave que llega a tu balcón, te mira, te roza, pero emprende su vuelo hacia los arcanos, dejándose contemplar, sin que

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la toques; así se perciben estos versos delicados, precisos, sugerentes, aún cuando se atreven a incursionar en el erotismo: Querías unas palabras para ti Te contemplé y haciendo un esfuerzo logré tartamudear las que no eran Ahora a solas Las digo en vano Cierro los ojos Y vuelvo a contemplar La luz de cobre del crepúsculo Jugando en la orilla De tus senos Mis dedos sueñan Un camino de musgo Mis labios rozan El lomo del agua (“Las palabras que no pude pronunciar”, 2008: 303)

En este viaje por las dunas del amor y el desamor, con tres poemas de duelo, por el hermano asesinado y los niños de Bagdad, asesinados, el poeta comprende que la realidad está cifrada, como los pergaminos del gitano Melquiades, en un sueño que puede durar cien años o el lapso subjetivo entre la herida y la cicatriz: Tal vez fue culpa del tiempo que todo lo muerde Sueño déjame seguir adelante con mi sueño (“Para una despedida”, 2008: 347)

Sobrio imaginismo, constatado por Augusto Pinilla, en el prólogo, esto es, pinceladas que suscitan la percepción sensorial en el lector.

Objetivismo, agrega el escritor, y es razonable hasta cierto punto, aunque más bien creo que es el sesgo subjetivo el que nos pone en presencia de lo

inesperado, lo sorpresivo, eso que los formalistas rusos llamaron “el extrañamiento”, o la rara belleza, que reside más en la mirada del poeta-observador, que en el objeto mismo: Vuelta sobre sí ceñida separada de todo y unida a todo por una luz ligera en la mesa la manzana piedra y aire (“Manzana”, 2008: 24)

En el presente, intuímos que el poeta Horacio Benavides está preparando un nuevo vuelo. Quieran

los hados que sea tan generoso como el que nos ha compartido en los siete libros a los que me he acercado, con la convicción de estar frente a una de las poéticas más genuinas y elaboradas de nuestro país.

Referencias Benavides, Horacio. Orígenes. Cali: Editorial La Trova Paralela, Poesía, 1979.

---. De una a otra Montaña. Obra reunida. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Colección de Poesía, 2008.

---. La Aldea Desvelada. Tunja: Si Mañana Despierto Ediciones. Impresión Uptc, 1998.

---. La Serena Hierba. Caracas: Monte Avila Editores Latinoamericana, 2011.

---. La Serena Hierba. Medellín: Sílaba Editores.

Fajardo F. Carlos. Compilador. 2013. Poéticas del Siglo XX . Bogotá. Ediciones Desde Abajo, 2013.

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Por John J. Cruz

Dos poetas, dos épocas y un reflejo poético afín Al comparar la vida y obra poética de los poetas colombianos Porfirio Barba-Jacob y Raúl Gómez Jattin, se evidencian similitudes en la temática de sus trabajos; provenientes de experiencias personales, familiares, de amistad y del estilo de vida que llevaron.

En los dos autores, el escribir poesía no era sólo una manera de expresar sus sentimientos, sino que era la catarsis que necesitaban para expurgar todas aquellas situaciones, emociones y dolores que en el alma sobrellevaban. En el estudio crítico Porfirio Barba-Jacob y su lamento poético realizado por Eduardo Santa en 1991, se analiza como era el proceso de escribir poesía para Barba-Jacob: Para Barba Jacob escribir su poesía no era propiamente un acto trivial, una pasajera distracción, una especie de placido entretenimiento que le permitía dejar salir el caudal de sus emociones como si fueran un tranquilo arroyo, sino mas bien un desgarramiento visceral, un doloroso y difícil acto de entrega, un supremo trance, una actitud psicológica en la que los sentimientos, las emociones y las pasiones buscaban afanosamente las palabras adecuadas para salir al mundo exterior.

(Santa 13)

público. Él se revela, no se confiesa, no lo necesita porque la conciencia de culpa se diluye en los textos, que también equilibran o neutralizan la vanagloria y la modestia. (Gómez Jattin XVIII)

En ambos casos hay una necesidad de confesión y purificación a través de los versos; composiciones con las cuales develaron sus influencias literarias, personalidad, gustos, deseos, sentimientos, vicios, añoranzas, amores, y percepciones sobre la vida y la muerte. Así era como ellos desencadenaban todo ese torrente de impresiones, sin embargo el estilo era aún más propio, su sello personal poético.

Fernando Vallejo en El Mensajero: una biografía de Porfirio Barba Jacob publicado en Colombia en el 2003, comentó como era el método de composición en el poeta: En un esfuerzo de concentración iba acomodando el acento y sobre el acento las palabras.

Venía primero el zumbido del ritmo y la música del verso, luego la distribución de los acentos y por último la colocación de las palabras.

Caso único en la lírica española, Barba-Jacob alcanzaba así el dominio casi absoluto de la onomatopeya. (Vallejo 153)1

Para el caso de Jattin, Carlos Monsiváis en su prólogo sobre la Antología Poética: Amanecer en el Valle del Sinú publicado en Colombia en el año 2004, analiza de qué forma Raúl escribe sus versos:

Vladimir Marinovich, quien conoció a Jattin en los últimos años de su vida, describe en su libro Los últimos pasos del poeta Raúl Gómez Jattin, Colombia, 1998, como era esa técnica tan particular:

…Raúl va al fondo de sus emociones y jamás cede en el afán literario, allí no oculta nada, siempre mantiene el control expresivo, y al verterse trasciende la práctica de la confesión en

Me llamó la atención la estructura de estos dos últimos poemas porque partía de la línea sin

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1 Cobo Borda, Juan Gustavo. Historia de la Poesía Colombiana Siglo XX. Villegas Editores. Tercera Edición. Bogotá, Colombia, 2003

rima, sin lógica, sin ilación, sin descanso, sin una pausa respiratoria. Le manifesté mi preocupación, pero poco le importó… Entonces me hice a la idea de un poeta más preocupado por el torrente de imágenes así truncadas en una sola línea, sin signos de puntuación, que por una edición de lujo o que por la utilización de modelos tradicionales de escribir poesía.

(Marinovich 50)

El profundo trabajo poético de los dos artistas no solo viene dado por el conocimiento y experiencias en la universidad de la vida, también ellos tuvieron como en muchos otros escritores un despertar e inspiración literaria. Pero, ¿quiénes fueron los que marcaron el inicio intelectual de Barba-Jacob y Gómez Jattin? En primer lugar hallamos el elemento

familiar como pauta de comienzo cultural, luego viene la lectura de grandes escritores colombianos y extranjeros como fuente de saber y erudición.

Observemos como la familia en los dos casos afecta o hace efecto en la vida de los poetas. En Porfirio, “el primer contacto con la cultura lo tiene en su primer viaje a Bogotá, cuando va en busca de sus padres. Y posteriormente, en su segundo viaje a la misma ciudad, cuando pretende estudiar Derecho y para medio sostenerse tiene que fundar una revistilla con el nombre de Cancionero Antioqueño” (Santa 65). Sin embargo, esos dos viajes para el poeta no tuvieron el mayor éxito a nivel económico, ni familiar; la relación con sus padres se deterioró por completo, en especial la baja apreciación que él tenía hacia su madre, enfatizando su opinión en

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el prólogo de su obra Rosas Negras, publicado en Guatemala en 1933: La vida resultaba estrecha, y me la hacía más la falta de caridad intelectual de mi madre Pastora para juzgar a mis abuelos. Viejo orgullo algo ruin de una mujer que descendía del prócer Benítez, había sido rica, y tañía su guitarra como el sol tañe estrellas, y hallábase casada con un abogado poco juicioso, hijo de esos campesinos del Tenche y el San Pablo que, después de todo, ni eran ricos como se creyó en la familia… Y mi timidez para andar entre personas, dizque era habito montañero: “Sí, educado por ese bruto de don Emigdio…” Y mi franqueza de campo abierto, de brisa derramada, de brote, de grito, dizque era falta de urbanidad: “¡Qué niño tan brusco! La brusquedad de doña Benedicta…

(Barba-Jacob 25)2

En Barba-Jacob la figura maternal está representada por la abuela, doña Benedicta; quien le crió y protegió desde el momento en que sus padres lo dejaron con ella en el pueblo de Angostura, Antioquia; para emigrar a la ciudad de Bogotá. El amor que el poeta sintió por su madre abuela fue tan profundo, que su muerte el 2 de diciembre de 1905, marcó el inicio de su gitana y solitaria vida hasta su muerte en México el 14 de enero de 1942.

Beatriz Cuberos en su libro Porfirio Barba-Jacob editado en 1989, transcribe un comentario del poeta concerniente a la muerte de su abuela: La muerte de mi abuela “…fue para mí como el aletazo de la aventura”. (…) Partí “…en busca de mi Universidad –la Real Universidad del Mundo, que me honró con sus borlas- (Cuberos 9).

En el poema Retorno (1902), escrito después de su regreso a casa como soldado en “La guerra de los mil días” cuestiona a través de los versos las consecuencias de ésta y resalta a su abuela como madre: -¿Quieres decirme, madre, qué se hicieron esos niños que un día mis compañeros de colegio fueron?

-De la aldea, hijo mío, unos partieron; Poemas Completos. Ediciones Autores Antioqueños. Volumen 73, Medellín, Colombia, 1992 2

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otros yacen, ¡ay! Bajo la tierra negra y fría… ya murieron! ……………………………………………..

Madre: es de noche, cierra la ventana; para llorar mi angustia noche y día es otro día el de mañana…; ¡cierra bien esas puertas, madre mía…! (vv. 16-21 y 35-38)

En el caso de Gómez Jattin “su padre fue el precursor de esa búsqueda literaria a muy temprana edad” (Monsiváis XVI). Heriberto Fiorillo destaca esta influencia en Arde Raúl, trabajo biográfico y crítico sobre Jattin: Cuando yo no sabía casi ni hablar, papá recitaba de memoria los poemas de Rubén Darío, de Luis Carlos López y La Canción de la Vida Profunda, de Porfirio Barba-Jacob. Escuchando este poema mayor de la poesía colombiana fue que conocí por primera vez la tristeza, observándola en la cara de mi padre… (Pág. 35).

En contraste, para Jattin la presencia de la abuela es una imagen negativa y su madre es el amor, la bondad. En Arde Raúl, Fiorillo relata la visión del artista sobre ellas: La abuela Catalina venía de una familia con menos recursos. Era más conservadora y menos culta pero con una gran intuición para la vida y un gran conocimiento de las virtudes de las plantas. (Mala persona, me odiaba porque yo no era de raza pura sino nieto de árabe mezclado con español. Yo no la quería, por ignorante y avara).

(Pág. 36) Mi madre tenía todas las virtudes y defectos de una princesa oriental. De gran belleza física y estatura moral, no era culta a la manera occidental ni ilustrada como mi padre, pero sí vivaz, tenía mucha chispa, y su hogar era su reino… Mi madre me quiso, y yo, el último de sus hijos, la adoré. Llenó de afecto mi infancia. Me mimó hasta el día de su muerte, y crió nietos, hijos de mi hermano Rubén, con la dedicación de una maestra. Hasta muy anciana, nosotros y Cereté todo, la llamamos La Ninna Lola (Pág. 38)

A cada una le compuso un poema, Abuela Oriental y Lola Jattin:

Abuela Oriental A esa abuela ensoñada venida de Constantinopla A esa mujer malvada que me esquilmaba el pan A ese monstruo mitológico con un vientre crecido como una calabaza gigante Yo la odie en mi niñez (v. 1-8) ………………………………………..

Lola Jattin Más allá de la noche que titila en la infancia Más allá incluso de mi primer recuerdo Está Lola –mi madre- frente a un escaparate empolvándose el rostro y arreglándose el pelo Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte y esta enamorada de Joaquín Pablo –mi viejoNo sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite su fuerte vida la fuerza de la mía. (v. 1-8)

Veamos ahora que escritores influyeron en la obra de los dos poetas. Santa recrea en su estudio crítico una declaración que Barba-Jacob hiciera al poeta Germán Pardo García sobre sus influencias: Hasta los quince años no comencé a leer poesía, y mi primera lectura en ese sentido fue Guillermo Valencia, a quien considero un grandísimo poeta y maestro de la forma, de quien he tenido una influencia decisiva. Por el mismo tiempo leía yo a Luis G. Urbina y a José Asunción Silva, que acababa de morir. A Darío no lo leí hasta los veinte años y fue más o menos a esa edad cuando sentí repentinamente el anhelo de escribir. Mi primer poema, lo recuerdo muy bien, es bellísimo… se llama La tristeza del camino.

(Págs. 65-66)

El poema al cual se refiere Barba-Jacob está dedicado a la memoria de Francisco Jaramillo Medina3, la compone una dedicatoria, una introducción y luego catorce párrafos de diversa cantidad de versos, el poema comienza así: En la misericordia del crepúsculo, bajo la azul magnificencia ignota tendí los ojos a mirar…Pasaba 3 Nació en Angostura, Antioquia, 1884 y murió en Yarumal, Antioquia, 1919. Poeta colombiano, su obra se editó póstumamente bajo el titulo El Frío de la Gloria en 1922 y Poemas en 1937.

el verso luminoso con que cierra la estrofa lila de la tarde: el verso postrimero, magnifico y cobarde que despierta el misterio y la poesía yo no sé si en el alma o en las cosas…. (v. 1-9)

En Jattin las influencias poética y literaria van desde la mitología griega hasta los escritores contemporáneos. Fiorillo en dos apartes de su libro alude a esas influencias, la primera en una entrevista realizada al poeta por la comunicadora venezolana Martha Kornblith, y la segunda es un comentario realizado por él mismo: -Raúl, ¿Qué influencias tiene tu obra?

-En mi hay influencias de autores como Platón, Villon, Machado y Borges.

-¿Qué opinas de Borges y Octavio Paz? -Son dos grandes maestros que desarrollaron cada uno de ellos una obra propia y he aprendido mucho de ellos. De Octavio Paz aprendí su visión del hombre. De Jorge Luis Borges, su conocimiento de la cultura. (Pág.51) …mis maestros de siempre: Platón, a quien consideré incluso superior a Homero y más poeta que filósofo; Eurípides, mi gran maestro dramático; Villon, tan amado por mi padre; mi adorado Rimbaud; Whitman, mi maestro moral en muchos aspectos; Antonio Machado, Constantino Cavafis, Fernando Pessoa, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. (Pág. 64)

En su poema Desencuentros hace referencia a Barba-Jacob y a su padre el gestor en la poesía: Lo cierto es que el padre le habló en su niñez de libertad De que Honore de Balzac era un hombre notable De la Canción de la vida profunda Sin darse cuenta de lo que estaba cometiendo. (v. 13-16)

Conociendo las influencias de los dos poetas, miremos ahora los temas poéticos afines entre Barba-Jacob y Gómez Jattin. El primer tema a observar es la soledad. En Porfirio, “la anhelante melancolía que rodeaba su soledad sin límites, se mezclaban extrañamente con sus gritos de rebeldía

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que salían de su alma atormentada como piedras sin pulimentar, incandescentes y hermosa, en medio de borbotones de lava y de ceniza”. (Santa 112).

El reflejo de esa soledad lo encontramos en su más conocido poema Canción de la vida profunda: Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, Como en las noches lúgubres el llanto del pinar: El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, Y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar. (v. 21-24)

En otro de sus poemas Oh, Noche se observa como el poeta transmite una vida solitaria en un camino sin rumbo, un errabundear por la vida sin destino ni compañía: Mi mal es ir a tientas con el alma enardecida, Ciego sin lazarillo bajo el azul de enero; Mi pena, es estar a solas errante en el sendero; Y el pero de mis daños, no comprender la vida. (v. 1-4)

En Raúl, como lo analiza Carlos Monsiváis: “vive el ensimismamiento, y da vueltas en torno a pasiones elementales y complejas. Si Porfirio Barba-Jacob es su antihéroe heroico, él va mas allá al solo admitir el éxtasis de la desintegración… Él es legión precisamente porque reparte su soledad con animosidad”. (Pág. XVIII). El poema Ellos y mi ser anónimo, refleja el mundo que lo acompaña: Es Raúl Gómez Jattin todos sus amigos Y es Raúl Gómez ninguno cuando pasa Cuando pasa todos son todos Nadie soy yo. Nadie soy yo. (v. 1-4)

Otro poema que refleja esa personalidad alejada, ensimismada, ermitaña, es La soledad de Gómez Jattin: O mejor recorre el campo y siembra un árbol Suntuario O llévate cordel y una navaja Y construye un barrilete y eleva con ele Tu soledad hasta las nubes

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Allí está sola la luna y no se muere Solo está el viento Tú me tienes a mí Y a Nuestra Señora La Soledad de Gómez Jattin (vv. 11-14 y 22-24) Heriberto Fiorillo recoge la charla que Jattin tuvo con su médico en Bogotá: Explica que ahora vive en Cereté, aislado de los hombres y el mundo, sumido en la soledad y la melancolía. En la conversación se autodefine apasionado y místico… (Pág. 201)

La soledad no era sólo un tema poético, la transmitían porque la vivenciaban, porque la hacían parte de su mundo interior. Otro punto que sobresale en los versos y presentan en varios poemas es el gusto por el sexo masculino, reflejando la vida homosexual de los autores. El escritor colombiano Fernando Vallejo, quien realizó una obra biográfica de Barba-Jacob, relata a través de sus líneas muchas historias de su vida homosexual, como por ejemplo la experiencia con el marinero: Concluida la cena y cuando todo el mundo se marchó. Barba Jacob y García Lorca se quedaron solos y se fueron al malecón. Al día siguiente, hablándole de Federico y del final de la noche, Barba-Jacob le decía a Tallet: “Hacia el amanecer me entregó su alma”. Esa es la noche del marinero que Barba Jacob les contó a tantos en México (…) Pero no era un marinero, sino dos, según Tallet, y al no atreverse Federico a irse con ninguno, Barba-Jacob se había tenido que ir con ambos. De lo cual concluía: “Nadie sabe para quién trabaja”. (Pág.25)

Según una versión de Jorge Flores; a Barba-Jacob lo corrieron de Guadalajara “por sus escándalos homosexuales”. (Vallejo 77). En su poema Balada de la loca alegría, hay referencias a su gusto por personas de su mismo sexo: De Hispania fructuosa, de Gala deleitable. de Numidia ardorosa, y de toda la rosa de los vientos que beben las águilas romanas, venid, puras doncellas y ávidas cortesanas.

Danzad en deleitosos, lúbricos episodios, con los esclavos nubios, con los marinos rodios.

Flaminio, de cabellos amaranto, busca para Heliógábalo en las termas varones de placer… Alzad el canto, reíd, danzad en báquica alegría, y haced brotar la sangre que embriaga el corazón. (v. 20-30)

Eduardo Santa en Su lamento Poético; subraya acerca de la vida escandalosa de Jacob: Ese sentimiento de culpabilidad, al cual me he venido refiriendo, aparece en casi todos sus poemas lúbricos, como contrapeso quizás a la exaltación que hace de su lujuria. Pero el grito más desgarrador, como manifestación dolorosa de su culpa, generadora en gran parte de su angustia, de su desazón y de sus gritos de rebeldía frente a la vida misma, se halla en esta estrofa tremenda (Pág. 246): Todo se ajusta a la ley: el monte, el río, El mar profundo en su profunda ciencia, su áspero hervor y su nocturno brío: ¡sólo yo pierdo la inefable esencia de la vida inocente, porque crío tu gusano letal, Concupiscencia!4

En Gómez Jattin, la influencia de su homosexualidad es más notoria en sus poesías.

En la crónica de Fiorillo, el hermano de Raúl, Rubén, halla el origen de la locura en su decisión de asumirse como homosexual. El mismo poeta definía le sexualidad como “Pansexualismo”: El Pansexualismo se relaciona con el panteísmo de una manera absoluta. Se desprende de allí.

Se trata de una noción primitiva, arcaica, del universo, pero en las grandes fuerzas de la naturaleza –como el viento, el mar o la montaña- uno siente la presencia no de una voluntad autodeterminarte sino de una fuerza de la naturaleza que, por lo menos, hay que respetar.

Yo creo en las manifestaciones naturales del hombre. No solamente de la bisexualidad, sino de la pansexualidad. Creo que el hombre es panteísta y, por lo tanto, pansexual. (Pág. 55) 4 El poema al que Santa hace referencia es Pecado Original y fue publicado en El Imparcial, Guatemala, el 21 de septiembre de 1922.

Encontramos en la poesía El disparo final en la Vía Láctea, el uso sugestivo de metáforas tanto en el título de la misma como en el acto y órgano sexual masculino: Cuando llegas a mi cielo estoy desnudo Y te gustan las columnas de mis piernas Para reposar en ellas Y te asombra mi centro con su ímpetu y su flor erecta y mi caverna de Platón carnal y gnóstica por donde te escapas hacia la otra vida (v. 14-19)

En Serenata hay palabras que aseveran su estilo de vida sexual y con un tono poético más fuerte, además de mostrar el machismo característico de las zonas caribeñas colombianas: Así te suplique y no respondiste Después supe que días antes te habían mandado de vacaciones a París Para que te olvides de mí El poeta del pueblo Ese que ha ganado una triste fama de marica por tu cuerpo adorado No olvides que ese asunto a mí me tiene sin cuidado Que es pura envidia Pura tontería de tu viejo Y sus aburridos compadres verdugos de la vagina Y de tus amigos falsos que les gusta mi falo (v. 15-23)

También se resalta en la poética de Gómez Jattín algunas poesías con tintes zoofílicos, rompe con esquemas morales y el uso de un lenguaje directo.

Como ejemplo encontramos el poema “… Donde duerme el doble sexo”: La pata es imposible La perra no deja Y muerde La cerda sale corriendo La Gata ni pensarlo Chévere la carnera Se Queda quieta La chiva en celos es deliciosa Se me olvidaba la pava En la alegría sexual Sale a la calle como la perra a putear De las aves lo mas vacano es el pavo Todos los pavos son maricas Lo aprietan. (v. 14-21)

En los siguientes versos de su poema Un probable Constantino Cavafis a los 19, hay más episodios de su homosexualidad, pero además

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nos encamina a otra faceta del poeta y su obra que marcó gran parte de su vida: el consumo de drogas.

También presencia fuerte en Barba Jacob.

Esta noche asistirá a tres ceremonias peligrosas El amor entre hombres Fumar marihuana Y escribir poemas. (v. 1-4)

El uso de drogas en los dos autores era el escape de esa realidad triste y solitaria; además anímicamente les resultaba de inspirador poético.

Así mismo Fiorillo edita en su libro una confesión del mismo Jattin: Raúl confiesa que necesitaba de un estado de exaltación, de capacidad de asombro, para escribir sus poemas y que se alteraba cuando lo hacía.

La marihuana es buena –repetía- Ayuda a la imaginación… Además de marihuana y hongos, Raúl consumió cocaína, bazuco, anfetaminas, toda clase de alucinógenos y productos químicos para el «embale» que pudiera alguien servir en una reunión o cargar en sus bolsillos (…) El verbo trabarse lo interpretó en el mismo sentido de comer en demasía. «La marihuana –repetíame traba la sintaxis». (Págs.105-106)

De esta pasión-adicción a las drogas, escribió un poema en honor a ellas Elogio de los alucinógenos: Del hongo stropharia y su herida mortal Derivo mi alma una locura alucinada De entregarle a mis palabras de siempre Todo el sentido decisivo de la plena vida ………………………………………………………

De la interminable edad adolescente Otorgada por la cannabis sativa diré Un elogio diferente Su mal es menos bello Pero hay imágenes en mi escritura Que volvieron gracias a su embrujo enfermizo (vv. 1-4 y 10-14)

Al igual que en Raúl, Porfirio encontró en los alucinógenos, en especial la marihuana, el escape social y a su mundo interior de sufrimientos.

Barba-Jacob inicia su encuentro con la marihuana cuando se hacía llamar “Ricardo Arenales” uno de

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los seudónimos que el poeta tuvo antes de Porfirio Barba-Jacob. “Arenales andaba alucinado entre la densa noche del humo de la marihuana y las oscuridades de sí mismo: en brazos de su Dama de los Cabellos Ardientes. Su nueva amante, que acababa de conocer y a la que le fue fiel hasta el final: la marihuana”. (Vallejo 37) Veamos algunos versos de su poema La Dama de cabellos ardientes: Decíame cantando mi niñera Que a mi madrina la embrujó la luna; Y una Dama de ardiente cabellera Veló mi sueño en torno de la cuna.

Su cabello –cauda sombríaOndeando al viento, ondeando al viento, ardía, ardía. ………………………………………………………

La Dama de cabellos encendidos Transmutó para mí todas las cosas, Y ame la soledad, los prohibidos Huertos y las hazañas vergonzosas.

Qué intenso el fruto De las tinieblas!

Qué grato el beso De un labio en llamas (vv. I 1-7 y II 48-55)

El uso metafórico en los versos es constante.

El cigarro de marihuana encendido lo ve como una dama de cabellos ardientes; adicionalmente transfigura en el humo su interior. En la Historia de la Poesía Colombiana editado en el año 2003, aparece un comentario realizado por el mismo poeta: …La marihuana y las drogas heroicas empiezan ya a cambiar el rumbo de mi personalidad, dislocando el ambiente de mi naturaleza afectiva y trastornando el ritmo y dirección de mis itinerarios morales… (Pág. 140)

Barba-Jacob veía en la marihuana un objeto social, algo digno y normal de compartir de ofrecer como cortesía: “En fin me cuenta el doctor Toruño que a Salvador Salazar Arrué, ‘Salarrué’, de veinticinco años, empleado de la Dirección de Sanidad, que ni fumaba ni bebía y que se hizo llevar a conocer al poeta, en el momento en que los

presentaron Barba Jacob le ofreció un cigarrillo, y el otro se lo fumó por cortesía: de marihuana”.

(Vallejo 141) “Poetas malditos” se les ha llegado a denominar a los dos escritores o así mismo lo buscaban ellos con su comportamiento social con tendencia provocante, irreverencia, temática poética y uso del lenguaje en ocasiones de oscuro significado, aunque directo en Jattin y metafórico en Barba –Jacob. Algunos representantes de esta poesía fueron: Paúl Verlaine, Charles Baudelaire, Charles Cross y Edgar Allan Poe. “La poesía de Baudelaire es completamente rompedora e innovadora al centrar su mirada en aquello que muchos despreciaban o consideraban obsceno, como la prostitución, las drogas, la sensación del hastío, de vicio, spleen en la voz del poeta que logra destacar la belleza de lo sórdido y lo infame”. (Las flores del mal, contraportada.

España, 2007).

En Barba Jacob, “fue esa vida desorbitada la que llevó a muchos críticos a colocarlo, con un poco de ligereza, entre los ‘poetas malditos’ y a considerarlo como un discípulo de Verlaine y del propio Baudelaire…. Pero el poeta, ante esa rencorosa celebridad que él mismo se encargó de construir, como quien se construye una capa de nigromante para atemorizar a los incautos, solía decir, y así lo escribió: ‘Yo no soy, no anhelo ser un moralista; me conformo con ser un ruiseñor equivocado’”. (Santa 126) Para Raúl Gómez Jattín, “ en diversos sentidos, ejerce libertades ya irrenunciables y, por eso, se opone a su tiempo social, que insistía en negarlas , y sin embargo, y aunque el termino en función suya le disgustaba, su imagen más divulgada es la de un ‘poeta maldito’ levemente actualizado, una criatura que escandaliza a lo muy decimonónico del siglo XX de la provincia colombiana, muy posiblemente un Porfirio Barba Jacob que no abandonó Colombia, no se dejó seducir por el nomadismo, usó cocaína

en vez de hachís, revisó a diario la bitácora de su autodestrucción, y vio en su estar siempre ‘fuera de órbita’ la materia prima de su literatura”. (Monsiváis XV) Finalmente se aprecia tanto en Barba-Jacob como en Gómez Jattin no sólo un estilo de vida parecido, sino una temática poética afín tanto en la soledad, la tristeza, los vicios, los escándalos en la vida social, el sentimiento de incomprensión, una vida gitana, errabunda, y muchos otros aspectos que hay entre ellos dos que sorprenden; pareciera que uno repitiera la vida del otro en épocas diferentes con su propio sello único y personal, y al final un Porfirio y Raúl nómadas solitarios incomprendidos y de inolvidables versos mordaces.

Bibliografía Barba Jacob, Porfirio. Antología. Compilador Luis Ernesto Ojeda. Bogotá: Editorial Panamericana, 1994.

Poemas Completos. Medellín: Ediciones Autores Antioqueños, 1992.

Baudelaire, Charles. Las flores del Mal: Introducción Enrique López Castellón. España: Colección Letras Mayúsculas, 2007.

Cobo Borda, Juan Gustavo. Historia de la Poesía Colombiana Siglo XX. Bogotá: Villegas Editores, 2003.

Cuberos de Valencia, Beatriz. Porfirio Barba Jacob. Bogotá: Procultura, 1989.

Fiorillo, Heriberto. Arde Raúl: La terrible y asombrosa historia del poeta Raúl Gómez Jattin Bogotá: Ediciones La Cueva, 2004.

Gómez Jattin, Raúl. Amanecer en el Valle del Sinú: antología poética; selección y Prologo Carlos Monsiváis. Bogotá: Ediciones Fondo de Cultura Económica, 2004.

Marinovich, Vladimir. Los Últimos Pasos del Poeta Raúl Gómez Jattin. Colombia: Ministerio de Cultura, 1998.

Santa, Eduardo. Porfirio Barba Jacob y su lamento poético (Estudio Crítico). Bogotá: Serie La Granada Entreabierta, Instituto Caro y Cuervo, 1991.

Vallejo, Fernando. El Mensajero, una biografía de Porfirio Barba Jacob. Bogotá: Editorial Alfaguara, 2003.

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Por Sergio Escobar

La des-canonización de Manuela, una novela de ruana entre levitas.

The De-canonization of Manuela, a Novel in Between the Poncho and the Frockcoat Resumen: este ensayo ofrece una aproximación sociológica a la consolidación nacional y a la literatura colombiana del siglo XIX. Muestra por qué Manuela, de Eugenio Díaz Castro (1858), fue desplazada del canon, a pesar de ser la novela que mejor representaba los problemas nacionales. Su explicación es que la ciudad letrada (Rama, 1984) se localizó políticamente en el polo conservador del campo literario (Bourdieu, 1993), como reacción a la creciente insurgencia popular liberal de la década. Esto produjo finalmente la marginación de Manuela porque su imaginario político estaba en contravía de la tendencia letrada conservadora.

Descriptores: Manuela; Eugenio Díaz Castro; sociología de la cultura; Estudios Subalternos; dialogismo.

Abstract: This essay offers a sociological perspective of Colombian national consolidation and nineteenthcentury literature. It explains why Eugenio Díaz’s Manuela (1858), the Colombian novel that best addressed nation-building problems, was displaced from the literary canon. One of its principal findings is that the lettered city (Rama, 1984) turned to the conservative pole of the field of literary production (Bourdieu, 1993) as a political reaction to the growing popular liberal insurgency of the decade. This sequence of events accounts for Manuela’s marginalization because of the novel’s divergence from the grammarians’ aim.

Key words: Manuela; Eugenio Díaz Castro; Sociology of Culture; Subaltern Studies; Dialogism.

1. Introducción Sería difícil alegar en la actualidad que un libro en su materialidad no es un producto social. Si bien existe una agencia individual, ésta tiene poco que

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ver con el genio creador del que hablaba Emanuel Kant. Ni desinteresada ni libre, como lo propone Pierre Bourdieu (1984), la agencia individual es sociológica en tanto participa en la producción artística condicionada por factores sociales, tanto interiorizados como externos, que tienden a delimitar su grado de acción, su posición, su visión, su éxito o su fracaso en la sociedad de la que participa.1 Igual sucede con la serie de eventos y de factores que truecan físicamente una historia en un libro y la consagran o la excluyen del canon de una literatura nacional.

En el presente ensayo se estudia cómo operaron estos factores en un caso particular de descanonización. Entre 1858 y 1867 aparecieron casi simultáneamente las dos mejores novelas colombianas del siglo XIX, Manuela (1998) de Eugenio Díaz Castro y María (1994) de Jorge Isaac. Sin embargo, ambas novelas tuvieron destinos totalmente opuestos aunque interconectados en la formación del canon de la literatura nacional. De Manuela se publicaron inicialmente solamente ocho capítulos en el periódico El Mosaico; no fue sino hasta finales del siglo XIX que apareció completa en forma de libro. Aunque se la declaró inicialmente como la novela nacional, en la travesía de la gaveta a su publicación completa quedó marginada del canon, pasando a engrosar 1 Se emplea aquí el concepto de “agente” o de “agencia” de acuerdo a la teoría de Pierre Bourdieu, para quien el individuo es un agente social, condicionado por estructuras objetivas exteriores a él, las que a su vez ha incorporado como disposiciones para actuar, percibir, valorar, preferir y actuar. Pero su margen de esta acción es similar al que se tiene en el juego, dice Bourdieu para simplificar su teoría, es decir, debes jugar con las reglas que conoces, con las cartas que te han dado en la partida, con el juego en el que estás envuelto y con los jugadores que compiten por ganarte el juego. Ver Pierre Bourdieu.

Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción (1994).

el conjunto de los innumerables y trillados relatos costumbristas de su siglo. En cambio, María añadió a la suerte de su publicación inmediata el éxito y la fama. Debió transcurrir casi un siglo para que la crítica literaria comenzara a sospechar que ambos procesos habían sido anómalos.

Elisa Mújica, por ejemplo, se pregunta en 1985 por qué Manuela no tuvo la recepción que merecía a pesar de sus enormes cualidades (12-13). Pero tampoco la enorme acogida de María le parece explicable a Doris Sommer, cuyo estatus canónico considera perverso (1991, 172). El análisis de esta doble anomalía vendría a tener su mejor síntesis en el trabajo de María Mercedes Ortiz (2002). En su ensayo, Ortiz desarrolla algunas de las ideas sugeridas por Raymond W. Williams sobre Manuela (1989) y por Doris Sommer sobre María, para concluir que ni la crítica social de Manuela ni la extracción humilde de su autor eran compatibles con el gusto estético y con el proyecto político de las élites de la época (143). Añade que la aceptación de María, por el contrario, se debió a que respondía impecablemente al formato de la novela romántica europea, cuadraba irreprochablemente con el proyecto letrado conservador que anhelaba una arcadia católica y era, además, el producto de un escritor perteneciente a su exclusivo grupo social.

Sin embargo, Ortiz no explica en concreto cómo la dinámica de las fuerzas y los agentes sociales de los campos político y literario determinaron históricamente la consagración de una novela y la exclusión de la otra. Tampoco demuestra por qué el contrapunteo establecido en Manuela entre la cultura oral y la cultura letrada es formalmente tan eficaz para invertir o fracturar el paradigma letrado de su tiempo ni establece qué discurso histórico sobre el Estado nación visibiliza a través de esa fractura.

Precisamente, el presente ensayo se ha propuesto dicha tarea. Para ello se ha limitado a estudiar al caso de Manuela , recurriendo a algunas ideas teóricas de Pierre Bourdieu, Ranajit Guha y Mikhail Bakhtin, además de la lectura obligada de algunos textos de la época indispensables para entender mejor el telón de

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fondo en el que se desenvolvió el proceso canónico arriba referido. La hipótesis que guía el trabajo del presente ensayo es que la descanonización de Manuela fue un acontecimiento que le dio expresión en el campo literario a las presiones que se libraban en el campo social y político, a raíz de la agudización de la lucha nacional por consolidar y definir un modelo de Estado entre 1848 y 1870.2 Para probar lo anterior se estudian tres factores básicos: el contexto histórico, el estado del campo literario y el carácter polifónico de la novela. El estudio de estos componentes se justifica porque permite comprender que la descanonización de Manuela, novela que defiende un imaginario democrático y popular del Estado, fue parte de un proceso combinado de lucha de fuerzas objetivas y subjetivas que consolidó finalmente un modelo de Estado nación conservador para Colombia.

2. El contexto histórico.

Como lo ilustra Manuela a través de sus personajes (XV), hacia mediados del siglo XIX, gran parte de la población colombiana estaba dividida en dos partidos políticos con modelos diversos de cultura nacional y de modernización; uno inspirado en los ideales de una civilización cristianaconservadora, como el defendido en Manuela por el cura Jiménez, y el otro en los de un modelo secular liberal, que en la novela defiende Demóstenes. No obstante, en el caso colombiano también se dio la emergencia de un tercer modelo, que ha sido típicamente olvidado, deformado o reprimido por el discurso oficial y que imaginaba un modelo de estado nacional ni tan conservador ni tan liberal y de un carácter mucho más popular y democrático: fue el que buscaron vanamente por la legalidad primero y por la violencia después los Se usa aquí el concepto de “campo” de acuerdo a la teoría de Pierre Bourdieu, quien lo emplea para referirse a un “universo social relativamente autónomo”, sea cultural, político, científico, etc. Cada campo tienen una economía propia y un capital correspondiente.

En este sentido, Bourdieu replantea el concepto de “economía” del economicismo para proponer “una economía de las prácticas” de intercambio, y de “capital” (como capital educativo, económico, cultural, etc.), como algún tipo de acumulación de poder que los agentes obtienen tras invertir en su campo particular. Ver. Pierre Bourdieu, Los usos sociales de la ciencia (1994) y ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos (2001).

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sectores sociales que se organizaron en las Sociedades Democráticas de Artesanos desde 1848, cuyo modelo aparece, aunque disperso, fragmentario y contradictorio , en las demandas de los subalternos representados en Manuela.

Esta división fue activada por sucesos históricos particulares, empezando por la “Guerra de los Supremos” (1839-1841). La originó una rebelión contra el gobierno central encabezada por algunos de los caudillos militares que todavía tenían una fuerte influencia en el ámbito regional, y que se declararon “jefes supremos” de sus respectivas regiones. Triunfó el bando conservador, que estableció a continuación el gobierno de Pedro Alcántara Herrán (1841-1845). Influenciado por el líder ultraconservador Mariano Ospina, dicho gobierno contribuyó a incrementar las divisiones nacionales al promulgar una nueva constitución que cambiaba la de corte liberal vigente desde 1833.

La nueva constitución, centralista y conservadora, introdujo un recorte drástico a las libertades ciudadanas establecidas desde la década del treinta, implantó elementos conservadores en la enseñanza, las leyes, la literatura y las humanidades; y cedió prácticamente toda la educación a los clérigos porque consideraba la religión católica como el elemento civilizador por excelencia (Samper 1946[1886]), 117). Los cambios del nuevo gobierno generaron finalmente una reacción no menos fanática de la juventud letrada a finales de la década, que desde los colegios de Bogotá había empezado a experimentar el impacto de las ideas de la Revolución Francesa (Samper, HA, 45; Camacho, 1948, 129-0). Los sectores moderados de ambos bandos pedían inicialmente que no se utilizara la religión como instrumento de gobierno, solicitud reiterada en Manuela a través de las amigables discusiones entre Demóstenes y el cura Jiménez (II). Pero el conservatismo se alineó con la Iglesia Católica y con el discurso de la misión cristiana ya que carecía de un modelo civilizatorio alternativo para contrapesar al vigor alcanzado por el modelo de la modernidad laica durante el siglo XIX.3 Por su 3 Mariano Ospina le decía en una carta a su copartidario José Eusebio Caro: “La única garantía conservadora que tiene vida, y muestra resolución y vigor, es la que obra por sentimientos religiosos.

parte, el sector de la joven élite liberal, representado en Manuela por Demóstenes, señaló fanáticamente como agentes del estancamiento de la joven República a las instituciones heredadas del sistema colonial, entre ellas a la corporación de la Iglesia Católica. La tendencia radical de ambos bandos produjo una falta de consenso casi religiosa, como se menciona en Manuela bajo el tópico del espíritu de partido (XXIII, 236; XXIV, 244) y de la intolerancia (XVII, 288).4 La propuesta de la joven élite liberal coincidió con la inconformidad de grandes sectores subalternos que se habían organizado en las Sociedades Democráticas de artesanos de Bogotá. Ellos también estaban cansados de esperar los frutos del sistema republicano, como lo representa en Manuela a través de la crítica de los campesinos desposeídos a la demagogia republicana predicada por las élites. Históricamente, la joven élite liberal colombiana, como era débil, propuso a las Democráticas unirse ofreciendo a cambio de su apoyo realizar reformas democráticas afines a los intereses populares si lograban ganar las elecciones nacionales. Pactada la unión, ganaron las elecciones en 1849 (Sowell, 2006, 103-142; Sanders, 2004, 2). Entonces, el nuevo gobierno empezó a desmontar las riquezas y los privilegios de la Iglesia y a separarla del Estado. La Iglesia no tuvo más opción que tomar partido abierta y apasionadamente por el conservatismo, como le dice en Manuela el cura Jiménez a Demóstenes (III).

Al empezar el gobierno liberal, su unidad comenzó a fracturarse hasta que resultó dividido en sectores moderados (Draconianos, como el artesano Francisco Novoa en Manuela) y sectores radicales (los Gólgotas, como Demóstenes). Los moderados (conformados por los artesanos, los militares y la generación mayor) buscaban un punto medio entre el fanatismo de los liberales radicales y los conservadores ultramontanos. En lo ecoEl rojísmo no tiene más enemigo que le haga frente en la Nueva Granada que el catolicismo”. Ver José Eusebio Caro. Epistolario (1953, 350-2).

4 José María Samper, por ejemplo, aseveraba que el “espíritu de partido” y la “intolerancia” se habían vuelto como una segunda religión (HA, III, 80). Y Sergio Arboleda se preguntaba retóricamente si la lucha entre conservadores y liberales no era más que una cuestión religiosa (1951[1869], 225).

nómico, desaprobaban algunas de las propuestas del ala radical como la libertad total del comercio, la eliminación drástica de las tarifas aduaneras, la reducción exagerada del ejército y del ejecutivo y la desamortización de los bienes de la Iglesia. Los artesanos, en particular, como lo afirma con desencanto Francisco Novoa (XII, 160), sintieron que habían sido simplemente usados por los jóvenes radicales para subir al Estado. Finalmente, los artesanos arrastraron a una buena parte del ala moderada para dar el golpe de Estado que en abril de 1854 instauró al gobierno de José María Melo.5 La élite más granada de ambos partidos reaccionó conformando un frente militar que derrocó al gobierno de Melo y de los artesanos ocho meses después, nombrando en su lugar a un gobierno bipartidista bajo un vicepresidente conservador, al que sucedería el de Mariano Ospina.6 Esta derrota y el desencanto de los artesanos lo capta Díaz fielmente en Manuela cuando Francisco Novoa se niega a participar en política en 1856, año en que se localiza la historia de la novela (XII, 160).

Su desencanto, además, no es esporádico ni aislado en la novela sino que resuena a todo lo hondo y ancho de la historia a través de las voces desilusionadas de los personajes de abajo que confrontan la narrativa de Demóstenes, representante en la novela del partido que en la historia colombiana más explotó y despilfarró los ideales democráticos del siglo XIX. A raíz de los sucesos de Melo, que mostraron el poder que podían alcanzar los sectores populares si prosperaban en el imaginario nacional los ideales democráticos, la ciudad letrada se posicionó en el polo conservador del campo político, tendiendo desde entonces a excluir política y culturalmente del diálogo nacional la posibilidad de 5 El desengaño de Novoa le da resonancia al de Ambrosio López, un artesano de la historia real. López que fue el Primer Director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, publicó en 1851 El desengaño (1985 [1851]), texto en el que declara que los artesanos estaban siendo usados por las élites liberales para subir al poder.

6 Ospina volvió a gobernar con un espíritu partidista y ultraconservador, lo que generó la guerra civil en la que fue derrocado por los liberales en 1860. De ahí en adelante, hasta 1886, los liberales monopolizaron el poder. Pero su modernidad a ultranza, aplicada de arriba abajo, de la ciudad a la provincia, tropezó aparatosamente con la resistencia local, fenómeno que tempranamente observara Díaz en Manuela con los innumerables desencuentros entre Demóstenes y los personajes locales.

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un modelo de Estado más democrático, inclusivo, participativo y popular. Dicha exclusión se refractó al interior del estricto campo literario. 7 3. El estado del campo literario8 Como parte de este proceso de posicionamiento de la ciudad letrada en el polo conservador del campo político, puede leerse la emergencia y el desarrollo del periódico literario El Mosaico. Éste, que además incluía una casa editorial y una tertulia de igual nombre, congregó a los principales críticos, productores, mediadores y consumidores letrados del país hasta llegar a dominar el campo literario entre 1858 y 1872. Si bien es cierto que en El Mosaico se publicaron los primeros capítulos de Manuela, su política cultural, como se verá a continuación, chocaba con el imaginario político de la novela. Dicha disparidad habría de ser un factor muy importante en el proceso que llevó a negarle el valor de romance fundacional que merecía según las convenciones de la época.9 La política cultural de El Mosaico puede observarse, como es usual, en la página editorial.

De esta importa destacar tres aspectos relevantes para el argumento que se defiende en el presente ensayo. Esta señala en su primer numero que se propone contribuir a consolidar la unidad y la modernización del Estado-nación por encima de los credos políticos; sin embargo, en el número 18 declara que el modelo de cultura nacional debía construirse trabajando con el reducido grupo de la población nacional que atesoraba la educación, la filosofía y el cristianismo para diseñar, administrar e imponer su cultura sobre el resto de una nación analfabeta y rural (“Bibliografía”, No.18, abril 25, 1859). La editorial también menciona que deseaba promover como modelo de cultura 7 Se usa aquí el concepto de refracción en el sentido en que lo propone Pierre Bourdieu en Los usos sociales de la ciencia”: “Digamos que cuanto más autónomo es un campo, más intenso será su poder de refracción y más se transfigurarán las coacciones externas, al extremo de volverse, con frecuencia, absolutamente irreconocibles”( 1994, 75).

8 Gran parte de este apartado se basa en el artículo de Andrés Gordillo Restrepo “El Mosaico (1858-1872): Nacionalismo, élites y cultura en la segunda mitad del siglo XIX” (2004).

9 “Romances fundacionales”, en el sentido en que lo define Doris Sommer (1991), eran en su mayoría las novelas del siglo XIX que aspiraban a contribuir a la conformación de una comunidad imaginada como nación entrelazando amor y política con los desafíos de la construcción de los estados nacionales.

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nacional uno que estableciera “la aristocracia de la virtud y el talento”. Finalmente destaca que su estrategia cultural como periódico era lograr convencer a la opinión nacional y extranjera de que el descubrimiento y la colonización española de América habían significado progreso y civilización para el Nuevo Continente.

Como puede verificarse fácilmente leyendo los periódicos de la época, esta política cultural localiza a El Mosaico social e ideológicamente del lado de los periódicos conservadores, los cuales solían construir su identidad enfatizando igualmente la aristocracia y la tradición, la virtud y el talento, además de dirigirse exclusivamente a un grupo reducido de gente privilegiada.10 En cuanto a la tesis de que el descubrimiento y la colonización española de América habían significado progreso y civilización para el Nuevo Continente, es la misma que defendían los principales ideólogos del ala extrema del conservatismo, como Miguel A. Caro, Mariano Ospina y Sergio Arboleda. Esa tesis chocaba no solo con la evidencia histórica sino también con la vigorosa crítica de los sectores liberales radicales, que precisamente señalaba a la Iglesia y a los rezagos de la colonización española como las causas principales de las dificultades para consolidar el Estado nacional. Esta tesis solo podía justificarse colonizando la historia.

Esto es precisamente lo que se propone lograr José María Vergara cuando elabora pacientemente a lo largo de los años la selección bibliográfica de El Mosaico, recopilación con la que aspiraba a fundar el canon de la literatura colombiana.11 Dicha selección vino a conformar más tarde la Historia de la 10 En Cali, por ejemplo, dos periódicos, El Ariete y El Sentimiento Democrático, expresaban el conflicto social de la región hacia 184950. El primero defendía al partido conservador, que concentraba a la mayoría de la clase privilegiada del Valle del Cauca, y el último era vocero de las Sociedades Democráticas. El Ariete adopta un lema en latín, la frase de Tácito: Incorruptum fiden professis, nec amore quisqum et sine odio discendust est. Como era muy reducido el grupo de la población nacional que estaba en condiciones de entender latín, con su lema el periódico dejaba claro que su destinatario eran los sectores más privilegiados. En cambio, El Sentimiento Democrático buscaba quitarle la máscara culturalista a las desigualdades socioculturales al escribir, no para sabios, sino para gente sin educación y sin medios para vivir ([1849], “La verdad desnuda”, No. 13, 28 de junio).

11 Por ejemplo, en los números 2, 8, 18, 20, 22, 32, 47 y 49 de 1859.

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literatura en Nueva Granada (1872), libro con el que su autor no solo logró fundar el canon de la literatura nacional, sino también dar la impresión a nacionales y extranjeros de que la conquista y la colonia habían sido los motores del progreso del espíritu en la Nueva Granada (“Bibliografía neogranadina”, EL Mosaico, No.47, nov. 26, 1859). Lo que entendía por “progreso del espíritu en Nueva Granada” lo explica mejor en el prólogo del libro: … porque una vez que conocí la historia de la literatura española hasta nuestros días, quise conocer la historia especial de la literatura americana para completar en mi memoria el desarrollo de las letras españolas, con el cultivo que de ellas se hubiera hecho en este Continente (1974 [1872] 18, I).12

En principio, esta afirmación permite colegir que el ideal político del autor en parte o en su mayoría había inspirado el tipo de compilación que vendría a conformar el libro, no obstante que durante su elaboración para El Mosaico se suponía que la labor literaria de sus integrantes debía estar por encima de los de los partidos políticos.

De ello no deja duda otro apartado del prólogo del libro en el que Vergara afirma: El lector encontrará al repasar las páginas que he trazado, una cosa que le sorprenderá...: mi libro no viene a ser sino un largo himno a la Iglesia...

Quise escribir solamente una historia literaria...

Mas, ya que lo que buscaba, las letras, lo encontré siempre en el seno de la Iglesia misma, no tenía para que negar que me es muy grato reunir las glorias de la Iglesia a las de la patria. Desearía que todas mis obras estuvieran al servicio de la causa católica, y me parecía perdido el tiempo que no emplease en tal objeto... Así, pues, si el lector, que tome este libro, no gusta de escritos católicos, debe abandonarlo desde esta página...

Cristiano, trabajo para mi religión; ciudadano, trabajo por mi patria (24).

Esta afirmación problematiza el criterio estético usado por quien fuera el fundador del canon de la literatura colombiana ya que se produce en un mo12 Se respeta aquí, como en todas las citas, la ortografía de los textos originales.

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mento en que, como observara José María Samper, en Colombia la literatura española se enfrentaba en el campo cultural a la literatura francesa de corte social (al estilo de Hugo, Lamartine, Dumas y Sue) tanto como se oponía en el campo político la república católica a la república laica liberal (1946 [1881], 186, I). De haber trabajado efectivamente por conformar la literatura nacional por encima de los partidos políticos, como lo proponía la política editorial de El Mosaico, Vergara habría sido más propenso a reconocer e incluir la literatura nacional que temática y estilísticamente era más afín a la literatura francesa de corte social, como lo fuera Manuela El comentario de Samper sobre los alineamientos políticos y literarios de su tiempo pone en perspectiva el sentido del mensaje con el que Vergara concluye la Historia de la literatura en Nueva Granada: “Por lo que hace a la literatura, podemos hacer algunas profecías. El cultivo de la literatura francesa nos matará al fin. Debemos buscar por la literatura española el camino de la nuestra, hasta encontrar nuestra verdadera expresión nacional” (219). Ciertamente, con el trabajo bibliográfico hecho para El Mosaico, Vergara contribuyó como pocos a fundar a partir la historia literaria el curso y discurso del Estado hispanista, católico y conservador que volvería al poder con la Regeneración de Núñez y gobernaría el imaginario nacional por cerca de un siglo. Dicha contribución fue posible, sin embargo, gracias a que parcialmente supo canalizar, o mejor, se expresó a través de él, la tendencia conservadora que históricamente empezó a dominar el campo literario colombiano después de los sucesos de 1854. 13 Sin este predominio, posiblemente la María de Jorge Isaac no habría sido consagrada como la gran novela nacional durante la década de 1860, sino Manuela.

13 Aunque los liberales dominaron el campo político entre 1863 y 1886, el campo cultural lo dominaron los letrados conservadores; desde que estos últimos empezaron a verse derrotados, primero en 1849 y después en 1863, se desplazaron al campo cultural para dominarlo y desde allí con el apoyo de la Iglesia contrarrestar el poder político de los liberales. Es por eso que se observa emerger en la segunda mitad del siglo XIX a los grandes gramáticos conservadores, como Caro y Cuervo, que dominan la cultura en Colombia, además del predominio del género costumbrista, tradicionalmente conservador si se lo compara con novelas de la época de corte social, como lo era Manuela.

Además de esta coyuntura de mediado de siglo, en que se amalgamaban literatura, historia y políticas, deben tenerse en cuenta factores objetivos que contribuyeron históricamente a consolidar la tradición católica y conservadora de Colombia.14 Como lo ha mostrado Pierre Bourdieu, el análisis histórico del campo literario permite identificar factores que influyen objetivamente en la producción cultural (1984). Uno es el grado de dependencia que existe entre los campos (el social, el económico, el cultural). Durante el periodo aquí estudiado, asegura José María Samper en su autobiografía, los letrados no podían vivir únicamente de sus carreras; por eso era común que abogados, médicos, ingenieros, científicos y artistas recurrieran al profesorado, al comercio, a la agricultura y sobre todo a los puestos públicos (I, 205). Esta condición objetiva los obligaba a competir por diferentes formas de capital, conjugando necesariamente intereses políticos, económicos y culturales. Este grado de dependencia era el que hacia prácticamente imposible de cumplir el ideal apolítico expresado por El Mosaico en su editorial de fundación, el de no tomar partido por ninguna de las propuestas políticas de Estado nacional.

Aparte del estado histórico de dependencia de los respectivos campos, Bourdieu señala el origen y la condición social de los principales agentes del campo como factores importantes para determinar objetivamente de qué lado tienden a posicionarse, conservador o liberal, y a consagrar productos culturales que respalden o critiquen la continuidad del orden social en el que en un momento dado compitan por las diferentes formas de capital. Vergara, para tomar el caso más directamente implicado en la descanonización de Manuela, descendía directamente de españoles, se educó con los jesuitas en Bogotá y siempre consideró a los españoles como “nuestros padres” y a España como a “la madre patria”. Políticamente fluctuó entre el medio y los extremos del conservatismo. Tuvo periodos de ferviente militancia a favor del catolicismo conserva14 Sin entrar a mencionar aquí otros de carácter histórico de más larga duración como fue el de las particulares circunstancias que rodearon el Virreinato de Nueva Granada y las consecuencias en la conformación y desarrollo de la república colombiana.

dor pro-hispánico, fundando periódicos y trabajando para lograr institucionalizar la cultura española en América, como cuando gestionó la fundación de sucursales americanas de la Real Academia Española.15 Nacionalmente, su aporte más ambicioso fue la Historia de la literatura de Nueva Granada.

Similar a Vergara, la gran mayoría de los agentes de la ciudad letrada solía concentrar una o varias formas de capital. Los Samper, por ejemplo, (José María y Miguel) tuvieron éxito como abogados y como comerciantes de tabaco; asimismo, Miguel fue el teórico del liberalismo económico más sólido de la época y José María, por su parte, escribió el ensayo de reflexión más sistemático y completo sobre la filosofía del liberalismo radical del medio siglo en Colombia. Los hermanos Cuervo, Ángel y José Rufino, que eran conservadores, fueron industriales de éxito al fundar la cervecería más importante del país, cuyas ganancias les permitió retirarse de por vida a escribir en París; y por si fuera poco, José Rufino logró ser un gramático de autoridad mundial.

La combinación de los factores subjetivos y objetivos mencionados contribuyó, pues, a conformar una ciudad letrada de corte ultraconservador durante el periodo en el que Manuela irrumpe y compite en el campo literario con sus primeros capítulos. Síntoma de esta tendencia fue el capital simbólico que los gramáticos empezaron a explotar convirtiendo en regla la lengua de los sectores dominantes tradicionales, mientras los literatos por su lado se empleaban en limpiar la oralidad popular del discurso literario. Rufino José Cuervo, por ejemplo, decía en el prólogo a sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano: Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente culta y bien nacida, y condición indispensable de cuantos aspiren a utilizar en pro de sus semejantes, por medio de la 15 En Popayán fundó La Matricaria y El Sol, para defender su credo católico y conservador. Cuando los liberales expulsaron a los jesuitas durante el gobierno de José Hilario López, Vergara hizo parte de la revolución conservadora de 1851, que se produjo como resultado de esa expulsión. En 1868, fundó La Fe, en 1871 La Unión Católica y, cuando retornó a dirigir El Mosaico en 1872, durante su última etapa, le dio una política editorial francamente conservadora y católica, como lo muestra Gordillo Restrepo (2004: 201-251).

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palabra o de la escritura, los talentos con que la naturaleza los ha favorecido: de ahí el empeño con que se recomienda el estudio de la gramática (1939[1867-72]).

Este fragmento permite observar la dudosa objetividad de los gramáticos en cuanto afirma que la jerarquía entre hablar bien y mal se corresponde con la diferencia entre las clases sociales. Sin que el lector lo advierta, la magia de la operación gramatical hace equivaler la autoridad de la razón con la razón de la autoridad de los sectores dominantes. Gracias a dicha equivalencia, la regla gramatical naturaliza el código de las desigualdades sociales. En este sentido, Cuervo confirma la teoría de Bourdieu cuando declara que los gramáticos tienden a consagrar un uso particular de la lengua, el de los sectores dominantes: “fijando una lengua censurada y depurada de todos los usos populares” (2001, 17-39).16 Es bajo esta perspectiva letrada de naturalización de la distribución desigual de las distintas formas de capital (económico, cultural, social), que Vergara se siente autorizado a suspender la inclusión de Manuela en el canon en tanto Díaz no “limpie” de su discurso el registros de los sectores subalternos, como puede inferirse de lo él mismo escribió en los dos artículos de El Mosaico dedicados al autor de Manuela. En el artículo de 1858, Vergara saluda la aparición de Manuela bautizándola como la primera novela nacional. Sin embargo, pide al lector ser indulgente con sus faltas de estilo e incorrecciones, dado que su autor es una persona de un origen social humilde, el cual no tuvo la oportunidad de obtener una cultura escolar y literaria importante (“Prólogo”, 1858). Sin embargo, confía en que la novela se vaya corrigiendo a medida que se publique. Para ello, le recomienda a Díaz “someter” su pluma campechana a la “benigna influencia” de la ciudad letrada bogotana.17 16 “Estos gramáticos”, afirma Bourdieu, “. . . así, contribuyen a determinar el valor que los productos lingüísticos de los diferentes utilizadores de la lengua pueden recibir en los diferentes mercados (2001, 17-39).

17 Dice Vergara: “ La sociedad que cultiva en Bogotá hace esperar ésto: ligado íntimamente con los muy estimables escritores Carrasquilla y Borda, estimado por nuestros literatos renombrados

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Ya implícita en estos reparos se ofrece, de una forma no necesariamente consciente, una demanda de negociación simbólica, en la que Vergara ve la posibilidad de consagrar a Manuela a condición de que Díaz excluyera de ella la voz del subalterno que su ideal democrático había incluido originalmente. Díaz debió considerar que tal sacrificio era muy alto, según se infiere del artículo escrito por Vergara a propósito de su muerte; allí explica Vergara que la publicación de la novela se suspendió en el Capítulo VIII “porque don Eugenio no quería poner en limpio los confusos borradores” (Abril 13 de 1865).18 Pero como lo han mostrado los estudios de los sectores subalternos, la pereza o la falta de voluntad es una estrategia usada comúnmente por los agentes que carecen de poder, quienes no se niegan abiertamente a obedecer a quien ocupe el poder, sino que le obedecen mal o a medias.

A Díaz no le convenía enfrentar abiertamente la autoridad de Vergara, respecto al cual ocupaba una posición inferior tanto en el campo social como en el campo literario, para no arriesgar el capital social y literario que su amistad significaba.19 Pero a la vez comprendía, de una forma no necesariamente consciente, y como resultado de su condición y posición de letrado “de ruana”, sui generis, disidente o periférico, que dicha oralidad era parte fundamental de una novela con la que aspiraba a contribuir a la formación del Estado refractando en forma y contenido, y de manera polifónica, las múltiples voces del diálogo nacional que los letrados tradicionales se negaban a incluir.

A los dos años de muerto Eugenio Díaz, María se publicó completa en forma de libro y con su pulos señores Ortiz, y animado sin cesar por la obligante y bondadosa cortesía con que el señor J. Arboleda lo distingue, el señor Díaz irá bien lejos” (“Prólogo”, 1958).

18 Y continúa diciendo, “Rogá­bale yo que lo hiciera, y él tomaba papel para obedecer; pero en el acto sentía el convite que la pluma hacía a la imaginación; y en lugar de copiar y pulir la novela que tenía por delante, improvisaba otra no menos larga, no menos ingeniosa, no menos rica” (Bogotá, abril 13 de 1865).

19 Esto no significa en absoluto que Vergara fuera mejor escritor, sino que estaba posicionado mejor que Díaz en ambos campos gracias a que había permanecido en Bogotá toda su vida cultivándose como letrado, es decir, estableciendo contactos y conexiones de distinción y posicionamiento entre los miembros de la ciudad letrada; Díaz, en cambio, al momento de empezar a publicar Manuela contaba con pocos recursos económicos y con pocos contactos sociales y literarios dado que regresaba a la ciudad después de una ausencia de casi 30 años.

blicación se completó el desplazamiento de Manuela hacia los márgenes del canon nacional, lugar que ocuparía casi por un siglo. El Mosaico saludó la llegada de María con una tertulia en la que la ciudad letrada consagró y agasajó a su autor. El hecho era digno de ser celebrado no solo porque el novelista era sin duda uno de los suyos, sino también porque había creado una ficción cuyo imaginario satisfacía la tendencia que en ese momento embargaba a la generalidad de la ciudad letrada, desplazada al polo conservador del campo político, como se ha dicho, a consecuencia del movimiento popular liberal de medio siglo. Ante la perspectiva de volver a contemplar esos retozos de la democracia popular resonando en una novela como la de Díaz, la ciudad letrada prefirió consagrar como nacional un modelo de novela monológico y conservador, que estabilizara y disimulara las desigualdades reinantes bajo la ropa del patriarca cristiano, por María en lugar de Manuela.

Las características polifónicas de Manuela. “. . . porque los artículos de costumbres son el suplemento de la historia de los pueblos” (Díaz, XXIII, 227).

Al contrario de María, Manuela es una ficción en la que su autor invierte una alta dosis de estilo y contenido para visibilizar polifónicamente la voluntad democrática de los sectores populares, aquella tercera opción, contrahegemónica y popular del Estado, a la que precisamente la élite de entonces quería silenciar y excluir de una vez por todas. De acuerdo a Mikhail Bakhtin, una novela es polifónica cuando refracta en su discurso el diálogo social que acontece en la historia real. A diferencia del diálogo dialéctico o pedagógico, en el que una voz maestra domina a las otras o se esparce por ellas como una gran voluntad, el diálogo polifónico deja coexistir múltiples voces, conciencias, voluntades, mundos, matices y tonos lingüísticos que rivalizan, se contradicen o conciertan pero sin perder la tensa dinámica social ni la perspectiva espacio temporal que en un momento dado los lleva a pronunciarse en el devenir social (1984, 5-46). Por lo tanto, la

novela polifónica se arma comúnmente con la voluntad de refractar en su espacio las disputas de su tiempo, incluyendo no solo las voces dominantes, oficiales, sino también las voces dominadas, las que están latentes o tratando de emerger cuando no aquellas que son semillas de un punto de vista del porvenir. En cambio, la novela monológica tiende a subsumir y a disolver en una consciencia y en un discurso dominante, magistral las otras conciencias y registros lingüísticos.

Tolstoi, por ejemplo, como Isaac en María, cubre la subjetividad de sus personajes con la sombrilla de su propia visión aristocrática del mundo; en cambio Dostoievski, al igual que Díaz en Manuela, elabora el entramado del texto con un estilo que aspira a dejar “escuchar” la disonancia de las voces, de las conciencias y de las culturas para que dialoguen, discrepen o choquen sin engullirse unas a otras. Al margen o disintiendo parcial o totalmente de los criterios estéticos y axiológicos del propio autor o de un narrador predominante, la novela polifónica se convierte en un punto matriz en donde se refractan las tensiones e interpelación sociales.

En Manuela, por ejemplo, Díaz tiende a incluir dialógicamente la mayoría de las tendencias políticas involucradas históricamente en la consolidación del Estado nación. Este efecto dialógico opera a partir del diálogo y de la caracterización estilística del lenguaje de los personajes, reforzado orgánicamente por sus acciones y por la descripción y visión del narrador.

El diálogo polifónico, por ejemplo, puede observarse en el Capítulo VIII, Demóstenes llega a la casa de Melchora, la campesina que vive en la montaña localizada en las inmediaciones del pueblo. Al notar que está enferma de un pie, le pregunta sobre su padecimiento. Ella le informa que tiene la enfermedad del vejigón, para la cual el cura le ha dado unas medicinas y le ha recomendado guardar reposo, pero como la pobreza del grupo familiar la obligaba a trabajar sin descanso, su pierna no lograba curarse. Sorprendido, Demóstenes le replica que no debería haber pobreza en el campo donde abundaban tantas riquezas naturales. “— ¿Y qué hacemos con ellas?”, le contesta la mujer. “¿Cómo, qué

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hacemos con ellas?”, protesta Demóstenes, “Descuajar todos estos montes y sembrar plantaciones para la exportación, como café, añil, cacao, algodón y vainilla; y no sembrar maíz exclusivamente como hacen ustedes”. Entonces la campesina le responde: — Muy bueno sería todo eso; pero la pobreza no nos deja hacer nada, y que como no hay caminos, ahí se quedaría todo botado; y no es eso sólo, sino que los dueños de tierras nos perseguirían. Es bueno que con lo poco que alcanzamos a tener a medio descuido ya nos están echando de la estancia, haciéndonos perder todo el trabajo ¿qué sería si nos vieran con labranzas de añil, de café y de todo eso? (61).

En este contrapunteo como en muchos otros lugares de la novela, la narración pone en escena un diálogo que refracta el tropiezo histórico que la modernidad tuvo en Colombia con los sectores populares en general y con los liberales populares en especial.20 La explicación de Melchora sobre la pobreza local fue corroborada por el historiador Germán Colmenares, quien precisamente usó la novela de Díaz como una fuente en donde se podía leer parte de la historia de su tiempo. Colmenares afirma que Melchora tenía toda la razón al explicar cuáles eran los factores económicos, sociales y políticos que determinaban el pobre comportamiento tanto de la parroquia como del Estado-nación (II, 1980).

A la polifonía del diálogo en Manuela se suma solidariamente el ángulo de la acción. Por ejemplo, en el Capítulo IV, cuando se encuentran por primera vez Demóstenes y Manuela, el bogotano queda electrizado cuando la encuentra cantando y lavando ropa en el río. Al descubrirlo, la muchacha no se incomoda sino que con la mayor naturalidad le propone una encantadora conversación mientras realiza su labor. Cuando termina de lavar, se zambulle en el río: . . .se hundió Manuela de un brinco en el charco para salir en la otra orilla, botando un buche de agua, y golpeando las ondas cristalinas con sus manos preciosas.

20 Como ya se expuso antes en el apartado dedicado al contexto histórico del medio siglo.

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— ¿Y usted no se baña? dijo a su huésped: está el agua muy sabrosa (31).

El congresista rechaza la proposición y su conducta acartonada contrasta con la de la campesina, que se gana toda la simpatía del lector: se comporta con naturalidad mientras trabaja y habla y se mueve con deliciosa soltura y precisión. La disparidad entre la forma de ser de los dos personajes desprestigia por contigüidad la cultura letrada que representa Demóstenes, al tiempo que enaltece la cultura oral representada por Manuela. En este sentido, Díaz difiere enormemente del discurso monológico del costumbrismo en boga, que solía caracterizar las costumbres no letradas como rasgos de atraso e ignorancia. También en esta escena como en muchas otras, la situación provoca entre los dos personajes un intercambio verbal que refuerza el efecto ya buscado a través de las acciones.

Así, después de bañarse y vestirse, Manuela invita a Demóstenes a volver con ella al pueblo. Él le pregunta admirado si eso no dará motivo de habladurías sobre su reputación. Manuela, que no ve nada inapropiado en ello, le pregunta con curiosidad si tal era el caso en Bogotá. Demóstenes le explica que las señoras de Bogotá nunca se bañan en un río delante de un hombre ni salen solas cuando son señoritas (IV, 32). La muchacha continúa averiguando con curiosidad detalles de las costumbres bogotanas hasta que comprende por las respuestas del congresista, y con ella el lector, que bajo el código de las buenas costumbres se reproducían odiosos marcadores de clase, muy contrarios a los ideales republicanos predicados y sancionados por los letrados del Congreso. Manuela infiere, por ejemplo, que las costumbres de alto tono exigían respetar a la mujer, pero solo a la mujer de los sectores privilegiados. Ella, que pertenece al sector de los pobres, le increpa irritada “…lo que creo es que la plata es la que hace que ustedes puedan rosarse con todas nosotras cuando nos necesitan, y que nosotras solo cuando ustedes nos lo permitan y se les dé la gana” (IV, 33). El congresista no puede evitar confesarle: “-La sociedad, Manuela, la sociedad nos impone duras leyes; el alto tono, que con una línea separa

dos partidos distintos por sus códigos aristocráticos” (IV, 33). De este modo, mediante la relación combinada de la situación y del dialogo, la novela devalúa las costumbres de alto tono ejercidas por la cultura letrada y contribuye a su crítica a la voz y al paradigma de la modernidad que los sectores letrados abanderaban.

También la voz narrativa se suma al efecto dialógico en Manuela, como lo ilustra un fragmento del Capítulo XII. Allí el narrador describe el código del alto tono en los siguientes términos: En la casa de don Alfonso, que era un verdadero convento, se criaban tres hermosas niñas, que fueron educadas según los usos del alto tono y con toda la modestia de unas vestales: llamábanse Celia, Felisa y Virginia. La madre que tuvo la dicha de conducir tales hermosuras al punto céntrico de la virtud, por en medio de los peligros de la sociedad, fue la señora Natalia Moreno, muy digna esposa de don Alfonso. El tema de su enseñanza era la piedad y el recato. Ella les recomendaba que se portasen con dignidad y para esto les tenía escrito de su propia mano un manual cuyos principales capítulos eran los contenidos en este catálogo: I. No exhibirse demasiado.

II. No abusar de los privilegios de la coquetería.

III. No dejarse tratar de sus apasionados, como ellos tratarían a las mujeres de mala nota.

IV. No reírse sino de lo que es risible.

V. No quererse distinguir demasiado por el lujo de los trajes (XII, 101).

En este fragmento, el narrador parodia el código al representarlo con un tono que lo caricaturiza.

Esta burla no es pequeña si se tiene en cuenta el valor simbólico que el código del alto tono tenía para los patriarcas letrados de entonces.

En la medida en que el narrador en Manuela rebaja polifónicamente al letrado y a las costumbres de alto tono (a través de la representación del diálogo, de las acciones y de la descripción), Díaz opta por una alternativa que lo desvía significativamente del imaginario de la ciudad letrada que en la vida real representaba desde un lugar dominante José María Vergara, el agente de la ciudad letrada que

posiblemente más influyó en la descanonización de esta novela. Por ejemplo, en los “Consejos a una niña”, Vergara compila reglas de buen comportamiento para la niña Elvira Silva. Escribe allí que “crio Dios un modelo y un espejo de mujeres en su madre”, “Por ella y en ella fue rehabilitada la mujer”; y añade que “fuera de ella no hay salvación posible para la mujer” (1885, 165). 21 Esta María, dice más adelante, debe ser silenciosa, humilde, benévola y resignada, dispuesta a aceptar todo del hombre; finalmente, debe ser laboriosa, pero solo en los límites de la casa. A continuación, Vergara le formula solemnemente lo que debe hacer para ser feliz cuando crezca: no alzar nunca la mirada, sino para mirar al cielo, no mentir, no dar espacio al orgullo y ser dócil; también le advierte que no debe descubrir su pecho, tener amigas o leer novelas, e incluso que debe esconder su talento en caso de tenerlo.

En Manuela, Díaz recusa dialógicamente este modelo de mujer no solo a través del narrador sino también mediante el protagonista femenino de la novela. Manuela es una campesina pero no es miserable, ni enferma ni fea, sino saludable, desenvuelta, locuaz, productiva, independiente, inteligente, recursiva e incluso saber leer. Con esta acumulación de valores el narrador se asegura de convencer al lector de que la llamada “heroína del pueblo” es mucho más apropiada para construir la familia nacional que la mujer de alto tono propuesta por los letrados tradicionales, como la consagrada en la literatura por Jorge Isaac con la dependiente, insegura, infantil, humillada y enfermiza aristócrata de María.

El propósito de vindicar al campesino subalterno se ratifica cuando el narrador contrasta la representación positiva de la oralidad de Manuela con el discurso quijotesco del representante de la modernidad, Demóstenes. Así, en más de una ocasión subraya que “La voz de Manuela era dulce y sus frases tenían la fuerza y los adornos de locución de las hijas de los llanos del Magdalena, que expresan mejor una idea que los estudiantes de retórica 21 Un estudio más detallado de este texto puede verse en Carolina Alzate “Mujeres, nación y escritura: no hablar ni dar de qué hablar” (2004, 273-87).

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de los colegios” (IX, 68). Este reconocimiento del lenguaje oral podría no ser dialógico si el narrador, y la novela en general, se limitase a incluirlo como una variedad folclórica de la lengua, al estilo del costumbrismo tradicional. Pero gracias a la construcción polifónica de la novela, su valor se presenta como un fenómeno ligado orgánicamente a otra forma de ser y de saber, de las muchas que habitaban la nación más allá de la frontera de la ciudad letrada.

Lo anterior puede comprobarse en el diálogo ya mencionado entre Melchora y Demóstenes sobre la economía interior. El carácter dialógico de la novela sugiere en esa conversación que el letrado tenía mucho que aprender del campesinado, el cual poseía un saber no aprendido en los libros. El mensaje de fondo es que por fuera de la ciudad letrada existía otra episteme para entender y explicar la marginalidad de la provincia y de la familia nacional que simboliza la parroquia donde vive Manuela, “La Parroquia X”. Este mensaje implícito se consolida con el discurso directo de los personajes. Así, en el Capítulo XXI, Manuela le comunica a Demóstenes algo similar a lo que José Martí le señala a los letrados de su tiempo en “Nuestra América”: le asegura que campesinos periféricos como Melchora o ñor Dimas le podían enseñar “cosas más importantes para el gobierno, que esas sus novelas que usted llama sociales” (215).

Corolario de este reconocimiento del saber no letrado es la conclusión de uno de los diálogos entre Demóstenes y Manuela, los personajes que representan ambas culturas. Demóstenes le confiesa: …. Una feliz casualidad me hizo conocerte.

Al principio me sedujeron tus encantos: llegué a pensar que dominaría tu débil voluntad porque te vi tolerante y cariñosa; pero el desengaño de mi orgullo ha seguido la más alta estimación hacia ti. Hoy te respeto como a una señora y vivo agradecido de tus beneficios y de tus consejos y avisos (XIV, 126).

Esta confesión refrenda la crisis de Demóstenes en su viaje a la periferia de la ciudad letrada; se ha

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ido transformando su percepción del representante de la cultura oral, pasando de desear a Manuela como objeto a respetarla como sujeto, sujeto de un saber unido orgánicamente a otra forma de ver y de vivir en el mundo.

Es gracias a este dialogismo que Manuela como novela presenta un carácter moderno inusual en la literatura de la época, y en él reside el poder de la novela para interpelar efectivamente el paradigma de civilización y barbarie típico del costumbrismo de la época, como ya lo indicara María Mercedes Ortiz (147). El costumbrismo tradicional fue un género típicamente monológico, empleado por los letrados de las élites nacionales para justificar el colonialismo interior. Su tesis pedagógica era que sin la mano civilizatoria del Estado y sus amanuenses, los letrados, los pueblos marginales o exteriores a este proyecto político estaban condenados a padecer los males de un mundo carente de civilización y de progreso. Pero en Manuela este paradigma se fractura y se pone al revés: el letrado que viaja de la ciudad al campo es el que resulta aprendiendo de los campesinos; y si algo enseña es lo mucho que ignoraba la nación que yacía detrás de las fronteras de la ciudad letrada.

Al fracturar el paradigma letrado, la narrativa de Manuela visibiliza por entres sus intersticios lo que Ranajit Guha (2002) llama “las pequeñas voces de la historia” (17-33), las voces de los subalternos, deformados, olvidados o silenciados por la articulación oficial del discurso de la historia que materializa la ciudad letrada a través de las distintas disciplinas. Guha enseña que para poder escuchar esas voces hay que leer el discurso oficial fisgoneando entre sus intersticios y fracturas o leyendo en el reverso de sus adjetivos, hasta encontrar huellas de estas voces sin historia en forma de residuo.

En la novela de Díaz, se refracta dialógicamente, visibilizándose para la historia oficial desde abajo, el discurso que produjo históricamente la agencia subalterna a raíz del movimiento de las sociedades democráticas y de las reformas liberales de medio siglo, que llegaron a su punto culminante con el golpe de Estado de Melo (Escobar, 2006, 111-

136).22 Su propuesta derrotada de Estado, popular y democrático, es la que se refracta de forma fragmentaria y ventrílocua a través de los campesinos pobres y contestones con los que tropieza a cada paso el Quijote de la modernidad, Demóstenes. No podía “gustarle” a la ciudad letrada que la propuesta de Estado que recién aplastara en el campo político y militar, se colara al imaginario nacional por la puerta dialógica del campo literario.

Conclusión Por todo lo anterior, debe concluirse que Manuela difiere en forma y contenido del proyecto político conservador que dominó a los letrados de su tiempo, razón por la cual su consagración canónica tenía un margen de posibilidades muy estrecho. Su aceptación inicial se debió muy probablemente al acierto con el que la novela logra plantear los problemas de consolidación nacional de su tiempo y al dominio que exhibe del género costumbrista, al que por cierto supera por su dosis de realismo social.

Pero tan pronto como su autor se resiste a excluir la oralidad de la novela, la ciudad letrada comprende mejor la dimensión de su irrespeto a “La Forma”, la diosa de los letrados, como la llama Vergara en el primer número de El Mosaico.23 Vergara mismo debió percibir que para Díaz dicha oralidad, en el fondo, no era un problema de estilo sino un elemento fundamental en la composición de una novela inspirada por un ideal democrático popular.

Vergara pudo llegar a entender el esquema político de Díaz expresado en Manuela gracias al conocimiento directo de su autor, de quien el mismo Vergara afirma que vestía de ruana como los pobres 22 Elaborada para desestabilizar el modelo hegemónico postulado por las élites letradas, dicha narrativa está diseminada en el contrapunteo discursivo entre Demóstenes y los aparceros, arrendatarios o jornaleros, que suelen exteriorizar un grado desigual de conciencia social y política, no exento de ambigüedades y contradicciones, al igual que los liberales populares de la Nueva Granada; algunos se limitan a lamentarse con desesperanza de un mundo dividido entre dominados y dominadores; pero en otros casos, a través de personajes como Dimas, Melchora, Juan Acero, Sinforiana o Tadeo, este reclamo perfila un imaginario mucho más acabado, situándose en una perspectiva contrahegemónica de transformación de la historia (Escobar, 2006, 111-34).

23 “. . . i ahora que ya escrito la rápida noticia que antecede”, dice, después de describir los rasgos generales de la vida de Díaz, “¿quién se atrevería a inculparle el poco culto que dé a la diosa de este siglo literario, a la Forma?” (“Prólogo”, 1858).

y trataba por igual a ricos y a los pobres. Es decir, su lectura del ideal democrático de la novela se apoya en la de su autor, de quien dijo que su sistema político se reducía a querer fundar el Estado “de abajo para arriba; de la parroquia para el Congreso”. El mismo Díaz concibió esa fórmula democrática, que es la que plasma en Manuela, no por lucidez individual, sino condicionado por los azares de su vida. A raíz de un accidente personal y de la ruina económica de su familia, de ser un joven letrado estudiando en Bogotá pasó a ser un hombre pobre de campo.

En ese peregrinaje debió experimentar una crisis gracias a la cual el prospecto de letrado tradicional que fuera, el de levita, devino en uno periférico, el de ruana, que es aquel que concibe un modelo de Estado nación de abajo para arriba. También hay que decir que a dicha formula no hubiese llegado de no ser por el marco histórico que inspira y en que se escribe la novela.

Bakhtin afirma que la novela polifónica de Dostoievski solo pudo haberse producido durante la época en que el capitalismo llegó a Rusia (1984, 18). De Manuela también puede afirmarse que no habría podido escribirse antes de las reformas liberales del medio siglo ni antes de la agencia popular que llegó incluso a tomar el Estado por la fuerza en 1854. El aliento social que inspiró a los sectores populares liberales a querer igualarlo todo o a ponerlo al revés, a construir el estado de abajo para arriba, es el que resuena en la polifonía de Manuela.

Pero al contrario de lo que Díaz plantea en Manuela, la ciudad letrada estaba convencida de que había que gobernar del Congreso para la parroquia, y de arriba para abajo. Era pues muy lógico que hubiese preferido dejar por fuera del imaginario nacional al romance que reclamaba la democracia popular, el de Manuela, para colocar en su lugar al de María, un romance entre aristócratas de espaldas a los desafíos de la consolidación nacional.

Exenta de los coqueteos democráticos y de la resonancia popular que capta la polifonía de Manuela, la María de Jorge Isaac satisface fantasiosamente la contra-modernidad de las élites dominantes, que habría de cristalizar en el Régimen de Rafael Núñez y en la Constitución de 1886. Ello explica socio-

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lógicamente las dos caras de la misma moneda, la descanonización de Manuela y la canonización de María, una novela fundacional a pesar de sí misma.

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Por Horacio Benavides

Variaciones sobre la metáfora Con frecuencia los músicos hacen variaciones: vuelan, van y vienen, partiendo del tema de otro músico o de un tema propio. Mi punto de partida es la segunda de seis conferencias sobre poesía, pronunciadas por Borges en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968. Daré, si no vuelos, saltos sobre ella, e intentaré hacer asequible lo tratado al lector.

La metáfora es la unión de objetos distintos que, sin embargo, tienen sus semejanzas. ¿Habrá algo más diferente que una montaña y un elefante?

No obstante hay algo que los asemeja. ¿Cuál es la montaña que camina? Pregunta el abuelo masai a su nieto. La enemistad ha sido cancelada por la araña, quien ha zurcido el espacio llevando su hilo de la hoja a la punta de una estrella.

Sigo a Borges, quien no hace diferencia entre metáfora y comparación, ”después de todo, no soy profesor y la diferencia apenas me preocupa”, son sus palabras. No obstante, si hilamos fino, una metáfora no es una comparación, pues en el momento en que los objetos se acoplan desaparecen, formando un tercero, un híbrido resplandeciente de dos cabezas y ocho patas.

La palabra metáfora es utilizada por los especialistas del lenguaje, el hacer metáforas es algo corriente entre la gente del común. Una niña de cuatro años, hija de un amigo, vio un día una mariposa volando y dijo: Papá, una flor que vola.

Mariposa: flor que vuela, las palabras hacen luz en el encuentro. Poco antes de sentarme a escribir esta nota, paseando por el barrio donde vivo, vi a don Jesús, un amigo de 80 años, sentado en una silla, asoleándose en el andén. Como saludo le pregunté: -¿Qué hace ahí sentado don Jesús? –Aquí esperando

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al mensajero del rey, me respondió. Me alejé dándole vueltas al acertijo. En Colombia el sector de la población llamado lumpen es especialmente metafórico; tal vez su necesidad de camuflarse lo conduzca por este atajo; llevan apodos en vez de nombres, y les ponen máscara a sus acciones. Una comparación especialmente diciente es la que hacen con coca, la llaman la caspa de Dios. Dicen los que saben que la coca produce entusiasmo, luz, éxtasis.

Si Dios es el éxtasis supremo, la coca vendría a ser una brizna degradada de la experiencia de Dios.

Esta comparación se constituye en un verdadero golpe de cabeza de alguien que no reclama para sí reconocimiento alguno. Otra comparación aguda es la del muerto con un muñeco: lo encontraron muñeco, dicen. Con esta comparación el muerto gana en mudez y abandono, entrando en el territorio donde lo sagrado ha desaparecido. Estar gringo quiere decir desconocimiento, ingenuidad. El pueblo es, en general, metafórico: Terco como una mula, dice el refrán popular, y por mula lo metieron en la guandoca, escuchamos en el cotidiano hablar.

La poesía utiliza con insistencia la comparación; busca con ello estimular la imaginación, acrecentar el sentido de la palabra. Una buena metáfora es síntesis, ha pasado por la cabeza de muchos buscando su forma; no se trata de comparar por comparar. Miren ustedes este breve poema de Salomón construido con tres comparaciones: Eres, amada mía, hermosa como Tirso Encantadora como Jerusalén Terrible como escuadrón formado en batalla.

Parece un poema escrito hoy, no le han pasado los siglos. Creo que su fuerza descansa en su

último verso: Terrible como escuadrón formado en batalla. Si no fuera por este, sería un poema dulzón.

Salomón era un adelantado, ya sabía que la mujer es una contradicción.

En su conferencia, Borges dice que si fuera un pensador atrevido diría…, pero que él es un pensador tímido; en seguida le da la palabra al “atrevido”, afirmando que a través del tiempo los hombres han utilizado unas pocas metáforas fundamentales, a las que llama modelo o patrón; llega hasta señalar su número: unas doce, dice. Las otras, continúa, son juegos arbitrarios que pueden ser asombrosos pero que el asombro sólo dura un instante. Una condición de estos modelos es que los otros las puedan admitir como metáforas. De las doce nombra algunas; las citaré, quitando un poco aquí y allá, con el riesgo de cortar el ritmo de su disertación: La primera es la comparación entre ojos y estrellas. Borges cita la trillada: tus ojos son como dos luceros, y ésta que es muy bella y se le atribuye a Platón: “Desearía ser la noche para mirar tu sueño con mil ojos.”

La segunda metáfora arquetípica es la idea del tiempo que fluye como un río y que aparece en los versos de Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir:

La tercera es la comparación de las mujeres con las flores. Como el lirio entre los espinos, / así es mi amiga entre las doncellas. Dice Salomón. Y Las caleñas son como las flores, el músico colombiano Piper Pimienta Díaz.

La cuarta, la comparación de la vida con el sueño. Alcanza uno de sus grados más altos en el texto del chino ChuangTzu: ChuangTzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

La quinta, es la comparación entre el dormir y la muerte. Borges cita estos versos de Robert Frost:

Los bosques son hermosos, oscuros y profundos, pero tengo promesas que cumplir y millas por hacer antes de dormir, millas por hacer antes de dormir.

Borges cita otras; menos frecuentes, dice. Dejo ahí y, por mi parte, agrego una sexta, para no pasar como mero repetidor: la luna como espejo de la noche. En una kenningar de Islandia aparece así: La noche ha puesto en la repisa su espejo. Borges cita una cercana, más compleja: la luna como espejo del tiempo.

Una séptima: la que compara la poesía con las flores; aparece en la poesía de los nahuas mexicanos: Dichoso el hombre que pule turquesas: su canto.

Al ondearlo, hace reverberar un escudo de plumas de quetzal.

La octava es la que compara los senos con las crías de las gacelas: Tus dos pechos, como gemelos de gacela. De nuevo el rey poeta, y los senos se aproximan suaves y deliciosamente eróticos.

La novena, aparece en un poema de Quevedo en donde se compara al amor con varias cosas: Es hielo abrasador, es fuego helado, dice uno de sus versos. Por el camino de la paradoja, Quevedo se constituye en el Gran adelantado del mar océano.

Pensaba en una y agregué cuatro. ¿Son metáforas esenciales? El lector las debe poner en su balanza.

Me adelanto a sus piedras y, parafraseando al poeta Marcial, le digo: si criticas las mías, presenta las tuyas.

En las kenningar, poemas antiguos de Islandia, aparecen agudas comparaciones, citaré algunas: Rocío de la pena: las lágrimas Remo de la boca: la lengua Tempestad de las espadas: la guerra Pradera de la gaviota: el mar Flecha del agua: el pez Bosque de la quijada: la barba

Se me vienen a la cabeza dos comparaciones de poetas colombianos y no las dejaré pasar:

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Ballena: bus de los mares. (Jaime Jaramillo Escobar) Aldea: paloma de mi hombro. (Aurelio Arturo)

Cuando Borges dice que el número de metáforas fundamentales es limitado y que lo demás son variaciones, está elaborando una poética; quiere decir que el poeta no es un creador, sería más bien un recreador del lenguaje. Lo que existe es el río de la lengua, agua creada por todos; río en el que nos es dado decir: El pez que brilla en mis manos ha sido creado por muchas manos. Oponiéndose, entre otros, a Huidobro, quien compara al poeta con un pequeño dios en su conocido poema Arte poética.

Retomemos las palabras textuales de Borges: … diría que sólo existe una docena de metáforas y que todas las otras metáforas sólo son juegos arbitrarios. Esto equivaldría a la afirmación de que entre las “diez mil cosas» de la definición china sólo podemos encontrar doce afinidades esenciales. Porque, por supuesto, podemos encontrar otras afinidades que son meramente asombrosas, y el asombro apenas dura un instante.

Continuaré llevando su agua a mi molino: si pusiéramos el espejo retrovisor y miráramos la poesía que hemos leído, es posible que encontráramos que mucha de ella ha sido un juego de artificio, que nos ha deslumbrado por un momento y nos ha dejado poco; que ha habido un abuso de la imagen; juego que ha consistido en sumar metáforas y en el que el poema ha perdido su necesaria capacidad de penetrar, de encontrar la verdad. Verdad que en este caso no es argumentación, sino el punto donde se cruzan muchas circunstancias, una síntesis, el ojo del agua. Sin embargo, algo me dice que del siglo pasado a éste el poema se ha despojado, ha buscado la almendra, y con ello ha ganado. Tal vez no sólo el poema sino el idioma; el ampuloso español se ha sacudido, ha ganado en precisión. ¿Será verdad tanta belleza? Escucho muy cerca la voz disidente. ¿No será que, por el contrario, la lengua se ha empobrecido? Continúa. Aprovechando la soledad de mi estudio, le arrojo un libro al grillo rezongón.

Retomo el hilo; hablaba del abuso de la imagen; contra tales adornos ha escrito palabras muy reveladoras el poeta Rafael Cadenas; lo podemos ver en el siguiente poema que es un arte poética: FINAL Pocas palabras, descarnadas frases, pura necesidad.

La dama de los adornos dejó la escena.

Cancelada.

La exhibición había durado mucho.

La metáfora podría tener un sentido mayor, dejaría de ser un simple fragmento: el poema vendría a ser una metáfora. Su parte visible sería sólo la cabeza de la nadadora, el resto de su cuerpo permanecería sumergido. Todo poema diría: esto que digo es como la cosa que callo.

Tomemos el poema Ruego a Mzamé, del poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar: Ruego a Nzamé Dame una palabra antigua para ir a Angbala, con mi atado de ideas sobre la cabeza.

Quiero echarlas a ahogar al agua.

Una palabra que me sirva para volverme negro, quedarme el día entero debajo de una palma, y olvidarme de todo a la orilla del agua.

Dame una palabra antigua para volver a Angbala, la más vieja de todas, la palabra más sabia.

Una que sea tan honda como el pez en el agua.

Quiero volver a Angbala.

Este poema parece decir: yo soy otra cosa. Esa otra cosa vendría a ser el paraíso. Y aunque sobre el paraíso se han hecho tantas versiones, esta tiene su particularidad, de otra manera no valdría la pena. Quien habla quiere echar sus ideas al agua y volverse negro. El negro en Colombia —puede

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ocurrir en muchas partes— busca espacio para el deleite, para el baile, para la hamaca, para el amor; le basta conseguir en el mar el pan de cada día. En Ruego a Nzamé, el paraíso, instante de vuelo y quietud, se alcanza siguiendo el ritmo negado por la industria; quien habla asume una individualidad dichosa para entrar en el olvido, en el todo. Dejemos aquí, el hermoso poema de Jaramillo, se puede tornar gris por el camino de las explicaciones.

También este breve poema de José Manuel Arango, parece decir: detrás de mi apariencia hay otra apariencia, lo que en verdad quiero decir no lo digo: Ella viene Ella viene caminando en puntillas El no la oye Desde atrás unas manos lo vendan Quién soy es la pegunta la voz suena mudada El quiere responder y no atina Pero sonríe adivinando que es ella

Visto a la ligera parece la sola constatación del juego: alguien se acerca por detrás a alguien que no lo ve, le cubre los ojos con las palmas de las manos y pregunta quién es. Juego frecuente en Colombia.

Lo grande en el poema está en lo que sugiere, en el aleteo en torno a las palabras, en la posibilidad de que quien pregunta sea el amor o la muerte. Amor y muerte llegan con pasos de gato. Es una frecuente manera de hacer el poema en Arango: tomar el acto más cotidiano y, como quien no quiere la cosa, sugerir algo misterioso, profundo.

Contra la idea del poema como metáfora estaría el haikú pues, según dicen los que saben, su interés no está en ocultar, en sugerir, si no en revelar; mostrar aquello que estando cerca nadie ve. La

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poesía por este camino vendría ser un flash, una captación rápida de la realidad. Según lo anterior, no tendríamos que darle tantas vueltas al siguiente haikú de Basho: Un viejo estanque: salta una rana ¡zas! chapaleo.

El poema nos trae el hecho, sentimos la quietud inicial y luego el ruido de la rana en el agua. No se trata de un ejercicio de razón sino de la captación de los sentidos.

En Senda de oku, Octavio Paz dice a propósito del haikú: Arte no intelectual, siempre concreto y antiliterario, el haikú es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad aparente. Y trae como ejemplo el anterior poema de Basho; sin embargo, a renglón seguido, lo empieza a analizar: En la primera línea encontramos el elemento pasivo: el viejo estanque y su silencio. En la segunda, la sorpresa del salto de la rana que rompe la quietud. Del encuentro de estos dos elementos debe brotar la iluminación poética. Y esta iluminación consiste en volver al silencio del que partió el poema, sólo que ahora cargado de significación.

A Octavio no lo deja en paz su otro yo. Tendremos que aceptar: la vida es contradicción.

Termino aquí mi divertimento, que no lo es tanto, pues siento bajo mis pies un terreno deleznable.

Si provoqué al lector y esto lo lleva a sus propias elaboraciones, siento que cumplí mi cometido: el pensamiento se construye entre todos.

Por Alfonso Rubio

¿Les provoca un tinto?

Un viaje de poesía colombiana A la memoria de José Manuel Arango*

La estancia de noventa días en Medellín, el Medellín de Colombia, aunque emotiva y cercana, todavía la sigo sintiendo como un ligero soplo en mi destartalada memoria y por supuesto que, aun siendo ya realmente mágico para mí ese número 90, ello no me autoriza a hablar de poesía colombiana. Eso sí, fue un excitante soplo, benefactor e imborrable. Menos autorizado todavía, digo, cuando ese periodo de tiempo –no tanto por su escasez, sino por llevar sus límites prefijados- me obligaba a actuar con la misma avidez que un guaquero español desenterraba el oro indígena. Así, precipitada y fragmentariamente en mis lecturas –bien pensado, éstas nunca se han hecho de otra manera-, fui descubriendo y ampliando esa llamada “pobre nómina de poetas colombianos”, que para mí, día a día, iban alegrando mis alforjas sentimentales.

Si lo prefieren, pensemos con el castellano de España y concluyamos: ¡la ignorancia es atrevida!

Pero aunque sólo sea por esta vez, déjenme decirles que la osadía inconsciente y mercenaria de una sardina sicaria me arroja ante ustedes con el único propósito de lanzarles –no se asusten, que no me he encomendado a la Virgen- un puñado de versos y nombres de la literatura colombiana y contarles cómo éstos se me fueron apareciendo durante esa pequeña estancia. Me temo que será inevitable producirles una sensación popurricosa y más cuando lean versos descolgados de su poema y no a todos los poetas.

Todavía, yo no sé –pronúnciese con el acento paisa de Medellín-, yo no sé qué instintivos impulsos me hicieron despegar de la que nunca he sentido ni como “madre” ni como “patria”, hacia lo que muchos llaman el otro mundo y nadie el mundo del otro. Tampoco importa. Ahora creo que a partir de ese viaje, como a Caballero Bonald, se asimiló a mi propio organismo moral el anticuerpo de la confianza en mí mismo.

Por una especie de inercia turística en la fase agobiante de los preparativos, antes de emprender el vuelo, a mi raquítica lista de poetas colombianos, había que añadirle, sin ánimo de engordar, más nombres que además pudiesen aligerar las incomodidades y temores de mi viaje. Para ello me acerqué a la Plaza del Diamante logroñesa. Allí, en el rincón de la Librería Sancha, entre cuarcitas y malaquitas librarias, se encontraba el diamante con sus iniciales estampadas: A.M.G. (Alfonso Martínez Galilea). Él fue quien me habló por primera vez de un tal Aurelio Arturo y me encomendó la misión de trasladarle desde Colombia hasta aquí, la Torre de Claudia. O lo que es lo mismo, conseguirle la obra poética de Giovanni Quessep, a quien él, Alfonso, había descubierto -¡alabado sea el Opus de Monseñor!- en Arco. Revista de los países bolivarianos.

Estábamos a mitad de Julio del año 2001 y desde que supe la fecha del vuelo y decidí largarme y alargarme, todo sucedió velozmente. Con la boca abierta, envuelto en un extraño encantamiento, ha-

*En su primera versión, este texto fue leído en las IV Jornadas de poesía en español [Ayuntamiento /Comunidad Autónoma de La Rioja.

Logroño (La Rioja), 3-18 de mayo de 2002].

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bía aterrizado en mitad del campus de la Universidad de Antioquia, con sede en Medellín. La ciudad universitaria es una auténtica ciudad: la plaza y su fuente con la impronta del escultor Rodrigo Arenas Betancur, la biblioteca y el teatro, canchas para toda clase de deportes y piscinas, parajes de recreo de exultante vegetación, pajarillos conchudos al alcance de tus labios, infinidad de puestos de venta: libros, café, cedés, café, bisutería, café..., rastros espontáneos, el museo, la librería, correos, médico, farmacia, el murmullo incesante de cien mil voces mestizas, la capilla y el aeropuerto -creanme, una pista verde para volar de verdad. La ciudad universitaria es una isla, nunca libre de peligros, dentro de la gran urbe que los muchachos llaman Medallo y al momento, será por un rebote de simple asimilación fonética, Metrallo.

Nada tardé en encontrar el puesto de libros adecuado, pues allí todos conocen al Hamaquero, treinta y cinco años viviendo entre los cobertizos del campus. En mi primera, rápida y tímida visita, sin decir palabra, me hice con la larga sombra larga decimonónica del bogotano José Asunción Silva.

Dizque su Nocturno III ocupó el segundo lugar en el concurso El mejor verso de la poesía colombiana, Bogotá, 1987:

Yo amé un país y de él traje una estrella que me es herida en el costado, y traje un grito de mujer entre mi carne.

En la noche balsámica, noche joven y suave, cuando las altas hojas ya son de luz, eternas...

Café tras café, sin falta, escapaba de mis académicas obligaciones para visitar al Hamaquero y sus viejos, sucios, plastificados libros, siempre manejables y siempre, día tras día, expuestos en un orden distinto que despistaba al lince más avispado. La fornida figura del Hamaquero, cubierta de ajustados y semiandrajosos ropajes; su barba larga, negra y rizada en un rostro de profeta bíblico, calvo y despierto, lo hacían un auténtico domador chapado a la antigua, de un circo que requería la ayuda de dos o tres pelaos para montarlo todas las madrugadas y todas las tardes desmontarlo.

Nuestra relación ya había avanzado y comenzamos a tomarnos el tinto juntos. El Hamaquero es Gustavo Zuloaga, parte del 40% de genética vasca que dicen, corre por Medellín.

- Yo fui bibliotecario ahí –me decía apuntando con su barba la Biblioteca Universitaria-, pero no podía, yo soy un hombre azogao, un hombre de la calle. Y es cierto, él es pura acción, un demonio multicultural: librero, editor, antólogo –Alejandra Una noche, Pizarnik entre otras-, director de un programa de una noche toda llena de perfumes, de murmullos radio dominical sobre poesía, anfitrión de tertulias,

/y de músicas de alas pirata y charlatán. Ya ven, Gustavo es multicultural, una noche sí, pero sólo vive de su trabajo. en que ardían en la sombra nupcial y húmeda Imagínense entonces. Primero fue desempol /las luciérnagas fantásticas vando las antologías. De entre ellas, sólo les desvelo la nómina de poetas que aparecen en la Antología Todavía con la resonancia en mis oídos de aque- Una generación desencantada preparada por Halla doble A, Aurelio Arturo acompañó a la poesía de rold Alvarado Tenorio en 1985. Son poetas nacidos Silva. Sólo fue nombrarlo y así, no predecía ningún entre 1937 y 1948: José Manuel Arango, Giovanni deslumbramiento, pero éste se produjo y se sigue Quessep, el propio Alvarado, María Mercedes Caproduciendo cada vez que abro la tierra y la noche rranza, la hija del falangista, perdón, del piedracey encuentro las hojas y el viento de una Morada al lista Eduardo Carranza, Juan Manuel Roca, Darío sur, la morada de Arturo que hechizó el espíritu de Jaramillo Agudelo y Juan Gustavo Cobo Borda. todos los poetas colombianos de la segunda mitad El Hamaquero me tenía dicho que hay tres grandel Siglo XX y por los siglos de los siglos seguirá des vivos en la poesía colombiana: Rogelio Echeretumbando su Canción de la noche callada: varría, Giovanni Quessep y José Manuel Arango.

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Todas las calles que conozco son un largo monólogo mío, llenas de gentes como árboles batidos por oscura batahola.

Es el comienzo de una obra completa en vida, El transeúnte, la obra de Rogelio Echevarría, nacido en 1926 en Santa Rosa de Osos (Antioquia), la misma cuna campesina de Porfirio Barba Jacob.

Fue escrita entre 1948 y 1993 y no llega a los cien poemas. Los primeros poemas de El transeúnte aparecieron en la revista Mito y por ello se le considera como integrante del grupo poético del mismo nombre. Es una obra parca, medida y sopesada, rumiada y sufrida O si el sol florece en los balcones y siembra su calor en el polvo movedizo, las gentes que hallo son simples piedras que no sé por qué viven rodando.

Feliz fue mi sorpresa el día en que Gustavo me presentó a José Manuel Arango. Dizque lo había leído en la antología de la generación desencantada y en su librito Montañas. Resulta que José Manuel visitaba con frecuencia a Gustavo y a partir de entonces coincidimos y nos citamos en numerosas ocasiones. El librero me hablaba de los poetas y el poeta de los prosistas: Jorge Isaacs, Fernando González, Tomás Carrasquilla, Manuel Mejía Vallejo...Por supuesto, a los pocos días de conocerle, ya tenía dedicados sus Poemas reunidos, que van de 1973 a 1995 y con gusto, les hago partícipes de su dedicatoria: Es un encuentro que hay que celebrar, éste de dos devociones por la poesía que vienen de orillas opuestas...

José Manuel fue uno de los editores de Acuarimántica y hasta ayer mismito como quien dice, cinco de abril de 2002, fecha de su fallecimiento, dirigía, junto a Elkin Restrepo -disidente de los Nadaístas- la revista Deshora, editada en Medellín.

En ella leí sus traducciones de la poetisa norteamericana Denise Levertov, muchas veces el mismo tono que escuchamos en la poesía del colombiano.

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José Manuel no hablaba mucho. Tal vez su persona representaba lo que se dice de esta generación desencantada: son sobrios, educados, escuetos y cultos... Ah, él conocía y situaba correctamente en el tiempo y en el espacio a Gonzalo de Berceo.

Pero, pero ¿dónde se halla la Torre de Claudia?

Wiliams Cano, otro librero, éste de talante comercial, distribuidor de su mercancía a domicilio, me hizo llegar desde su librería Sim Sala Bim la Carta imaginaria, fechada en 1998, de Giovanni Quessep.

La Carta era entonces su última poesía publicada y claro, ahí no aparecía la Torre de Claudia, toda su obra anterior.

En las noches de altas cotas etílicas –en esencia, aguardiante antioqueño- no había hijoeputa que no supiese de memoria al menos una estrofa de La canción de la vida profunda, de Porfirio Barba Jacob (1883-1942).

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar...

Hace unos años, la Fundación Casa de Poesía Silva, que entre otras de sus actividades, elabora unas magníficas ediciones, hizo un sondeo para elegir el mejor poema de la literatura colombiana y el vencedor indiscutible, por votación popular, fue La canción de la vida profunda.

-Mirá –me dijo María Faiselly- aquí estuvo un tiempecito Barba Jacob. Ascendíamos el barrio de Aranjuez –decir Aranjuez en Medellín quería decir máxima calentura- y me señaló un inmenso y viejo edificio plantado entre casas casi colgantes. Era el Manicomio de la ciudad. Atractivo personaje este de Fernando Vallejo –me dije. Sí, Fernando Vallejo es el paisa de La Virgen de los sicarios, el paisa que dispara palabras contra todos y contra todo, el paisa que dice: Dios no existe y si existe es un cerdo y Colombia un matadero. Vallejo tiene escritas dos biografías y no precisamente dedicadas a poetaspolíticos. Una de ellas, es Almas en pena, chapolas negras, la vida de José Asunción Silva, un suicida.

Y la otra, Barba Jacob el mensajero, la vida de –al decir del propio Barba en su poema Acuarimánticaun lúgubre alarido...

Como siempre, Faiselly se equivocó. Pero a estas alturas, su error resulta ser oportuno. Quien estuvo en el Manicomio de Aranjuez, no fue el poeta de los profundos alejandrinos, sino Epifanio Mejía, el autor de El canto del antioqueño, adaptado y musicalizado como Himno de Antioquia.

Es difícil desnudarse en un solo verso con tanta intensidad y progresión a la vez:

La vida es clara, undívaga y abierta como el mar Leyendo a Fernando Charry Lara, poeta del Grupo Mito, supe que Octavio Paz, comentando Laurel, antología de la poesía moderna en lengua española, 1941, de Xavier Villaurrutia, calificaba, cuarenta años más tarde, la presencia de Barba Jacob en dicha antología, como una desafinación y creo que con desdén lo trataba de modernista rezagado.

Por el repaso que hace Esperanza López Parada en su Poesía colombiana contemporánea, supe que José Lezama Lima en Paradiso, lo menciona. Lezama comenta el último verso del poema titulado Sapiencia, que Barba Jacob fecha en La Habana, 1915, la misma fecha, por cierto, que su Canción de la vidad profunda. El verso dice así: bruñir mi obra y cultivar mis vicios Y Lezama, tomándolo como el ars poética del poeta colombiano, sentencia diciendo que son dos tonterías que sólo existen para los posesos frígidos.

A ambos también poetas, Paz y Lezama, Diego Pérez Jaramillo, un entusiasta de Porfirio, con su mismo cinismo, les dedica la Balada de la loca alegría Mi vaso lleno –el vino del Anáhuacmi esfuerzo vano –estéril mi pasiónsoy un perdido –soy un marihuanoa beber y a danzar al son de mi canción.

La Biblioteca Universitaria anunciaba los miércoles de cada semana, lectura de poesía comentada.

Me dejé caer a eso de las cuatro de la tarde de uno

de esos miércoles perezosos, para relajarme con el virtuosismo musical de León de Greiff, incluido en la generación de Los Nuevos, llamada así por la revista que con el mismo nombre apareció en 1925.

Quizá, quién sabe, podría dulcificarme la tarde esa difícil mezcla de jovialidad y pena. Pero no escuché el Relato de Sergio Stepansky, esa variación instrumentada sobre unos versos ajenos:

Juego mi vida, cambio mi vida De todos modos la llevo perdida...

Lo que logró dulcificarme fue la voz de aquella muchacha que había hecho una estupenda selección de sus poemas amorosos.

No pude comprobar lo que en ciertas ocasiones me llegaba en forma de rumor. Que X-504 ocupaba su tiempo en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Una visita a la Biblioteca, guiado de la mano y la conversación de X-504, habría satisfecho de un solo tiro, la doble curiosidad bibliofílica que me movía por la increíble ciudad increíble. X-504 es el apodo de Jaime Jaramillo Escobar, poeta integrante del grupo de los Nadaístas. Provocadores, surrealistas, antiacadémicos, existencialistas, sicodélicos, defensores del prosaísmo en sus versos, llevan a cabo actos públicos escandalizadores durante la década de los años 60. El grupo lo funda Gonzalo Arango en Medellín y entre su nómina extensa y variopinta, también se encuentran Mario Rivero, Jotamario y Elkin Restrepo.

De entre todos ellos, acaso fue en la poesía de Jaime Jaramillo donde más me identificaba. Navegando por el Río Cauca, maravillado por los besos que desde la orilla me lanzaba Lucina, la novia de J.J. y salvando 504 sonrisas, su Sombrero de ahogado y sus Poemas de la tierra caliente, me recordaban los surrealistas y divertidos juegos del poeta francés Benjamín Péret, y así, en la función del Circo donde suelo acudir, los caballos montan en las jirafas, las jirafas en los elefantes, los elefantes en la troup, la troup en el empresario..., hasta que se cae un enano, se descuelga un payaso y el empresario comienza a caminar lentamente hacia otro

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país... Quizá las coincidencias entre ambos poetas sólo sean las de libertad, humor y rebeldía en su lenguaje poético. Aunque sea un crimen no incluir entero Mi vida con el chamán, del poema titulado Perorata, que abre su libro Sombrero de ahogado

Somos como son los que se aman.

Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos desconocidos que se estrechan a tientas, cicatrices con que el rencoroso deseo señala a los que sin descanso se aman...

Os voy a decir, señores, sí, os lo voy a decir, qué es

lo que hace el poeta: Poner una veleta en la ventana para desorientar

a los pájaros.

Labrar peces de hielo para cambiárselos al Mar

por peces verdaderos.

Guardar granizo en la bodega para comer en

/verano delante de los amigos.

Gustavo conservaba entre sus tesoros algún ejemplar de la revista Mito, pero yo no sé, era como si mi regreso se precipitase por un desbarrancadero y tuve que volverme sin Mito, sin Faiselly y...¿dónde, dónde encontrar la Torre de Claudia?. A mediados de Octubre, la Torre de Claudia permanecía intacta, pero debía ser imposible hacerse con ella en los innumerables e insospechados mercados de la Gran Colombia...No pude creerlo. Diariamente me cruzaba con ella y sin embargo, nunca la veía.

Sí, fue Didier Álvarez, compañero de faenas y primo de Darío Gómez, el Rey de la música guasca.

En uno de esos casuales encuentros por los pasillos universitarios del Pabellón 12, él fue capaz de transformar una vulgar en maravillosa mañana. Me agasajó con el Libro del encantado y por fin pude contemplar y visitar la Torre de Claudia de Giovanni Quessep, la Torre que cobija su obra poética, breve, intensa y elevada.

En mi desconcertante regreso, cada vez que leía su poema de La alondra y los alacranes, egoístamente lo convertía en una historia personal. Ahora, todavía sigo apropiándomelo de la misma manera, pero también he abierto mis sentidos a ver en él parte del paisaje panorámico de la poesía colombiana:

En fin, escasamente fui leyendo todo lo que Gustavo, el maldito librero, desempolvaba. Unos poetas me recordaban a otros poetas, ciertos poemas a otros poemas y en algunos poetas, todos sus poemas, a un solo poema. No ubicaba ni a uno ni a otro, ni en el tiempo ni...¿en qué espacio?. Para mí, todas eran voces que golpeaban primero en una larga montaña y algo más tarde –sin olvidar la voz precedente y en ocasiones, todas ellas convertidas en un coro de multifloridas coristas-, algo más tarde, me llegaban como un eco intemporal. Me parecían los colombianos, autores de una breve y cuidada obra que precisamente por ello se hacía intensamente jugosa.

De nuevo mi querido domador, me dio a conocer a Jorge Gaitán Durán, el fundador de la desmitificadora revista Mito (1955-1962) y compañero de Caballero Bonald en su estancia bogotana allá por el comienzo de los años 60. En torno a Mito estaban otros poetas como Eduardo Cote Lamus, Álvaro Mutis, Fernando Charry Lara o, como dijimos, Rogelio Echevarría.

Yo no sé, pero leyendo la poesía de Jorge Gaitán, sentía una apretada familiaridad:

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Acuérdate muchacha Que estás en un lugar de Suramérica No estamos en Verona No sentirás el canto de la alondra Los inventos de Shakespeare No son para Mauricio Babilonia Cumple tu historia suramericana Espérame desnuda Entre los alacranes Y olvídate y no olvides Que el tiempo colecciona mariposas

Por Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz*

Las cometas dialogan con los ángeles Digo cometa y es inevitable que la infancia se me trepe al corazón. Enseguida se opera la metáfora de esa máquina liviana, porque es como si su cordel de años se empezara a desovillar y múltiples recuerdos vinieran a conversar conmigo.

Se produce entonces lo que los sicólogos y los artistas de la palabra llaman sinestesia, que en buen romance quiere decir entrecruce de sensaciones y de imágenes: entonces los colores huelen, los sonidos saben, lo tactado tiene música y lo gustado, dimensiones geométricas. Por eso algunas músicas, algunos perfumes, al tocar nuestra puerta, entran subrepticiamente y se instalan a sus anchas en nuestra conciencia, produciendo estados de éxtasis, o cuando menos, de ensoñación.

Me encuentro con mi familia joven: yo, el mayor, que he de contar con siete años, cinco, el futuro cometero, y tres, el menor. La hermana es apenas un roce de luna y de jazmín en el vientre de mi madre.

Construyen el nuevo acueducto de la ciudad, el que ha de liberarme de mi primer oficio vital: cargador de agua, así que la tarde es un pergamino donde los pájaros escriben historias libertarias y los pequeños aviones bimotor cruzan estos barrios de ciudad cálida y aterrizan en la escuela militar, al alcance de un grito. Ahora entiendo que debe ser agosto, el mes de los vientos alisios, porque la comba azul del horizonte es un útero gigantesco pleno de espermatozoides de todos los colores, algunos en

reposo de aire, otros, enloquecidos dando vueltas hasta caer en los cañadulzales o enredarse en la copa de las ceibas y los samanes, unos más, fugitivos al reventarse la cuerda que los une a la mano de su dueño terrestre…

Son las cometas, esos seres vivos, que al lado del perro familiar, las torcazas de patio y las chicharras invisibles, que cantan hasta morir, en la orilla del eterno río, configuran el imaginario de nuestra infancia redimida. Siempre me preguntan al finalizar los recitales: ¿cuándo nació en usted la poesía?, gracias a las cometas, pienso ahora, que fue en esa tarde lejana de agosto, cuando con ímpetu febril corrí a encontrar el pequeño bimotor que aterrizaba entre pastizales con vacas manchadas y caballos adolescentes. El corazón de mi madre fue un péndulo de excitación y reproche por tan osada maniobra; el mío, un inocente colibrí preparándose para el vuelo. Arriba las cometas coletearon hasta casi entrada la noche, cuando las primeras luces del cosmos y de la ciudad anunciaron la hora del retorno: Por el aire pleno de atardecer Vuelan voces de niños Y el ala apenas perceptible Toca el aroma tranquilo delos guayabos Si una cometa se enreda

* Nació en la ciudad de Cali, en 1951. Licenciado en Filología Española. Magister en Literatura Hispanoamericana del instituto Caro y Cuervo, Bogotá. Ha publicado los libros: Ciudad Menguante (1991, segunda edición 1996), Vuelta de Campana (Premio del Instituto de Cultura y Bellas Artes, de Boyacá, 1994), Brújula Insomne, 1997, Farallones, 2000, El Puente de la luna, 2004, antología publicada por la Universidad del Valle, Colección Escala de Jacob, Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, tomos I y II, 2005 y 2009, La Fábula Poética en Giovanni Quessep, 1998 ( Premio Jorge Isaacs a la Crítica Literaria), Exiliados del Arca, 2009, Palabras Migratorias, antología personal, 2010, La Casa Amarilla, 2011.

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En algún poste de luz Los hombres gritan blasfemias Confunden el pájaro y la piedra Hasta que la casa los recibe Con un extraño tic-tac en el corazón Son el movimiento de la tarde: Mientras la piedra agoniza Algo de piola y pájaro se mueve todavía Las cometas, en femenino, son la metáfora universal de nuestro vuelo hacia el cosmos; tataranietas de Ícaro y parientes cercanas de los ángeles, producen en los observadores una sensación de libertad, plenitud y aventura, porque ese es el sentido etimológico de esta palabra, gastada por los promotores de viajes: aventura significa echarse al viento, sin mayores atavíos, ni planeación, es relajarse, en manos del albur, dejar que el espíritu del aire nos lleve a lugares recónditos , donde, por supuesto, habita la magia.

En cambio, los cometas, en masculino, son esos cuerpos celestes que de manera cíclica atraviesan el espacio y a los que, ancestralmente se les atribuyen catastróficos augurios. Se cuenta que Moctezuma, el emperador azteca, observó el paso de un brillante cometa y cayó en una gran depresión a causa de la superstición popular. Este estado de ánimo, seguramente incidió en su posterior derrota y afianzamiento de la conquista española. No cabe duda que los cometas y las cometas hacen parte del patrimonio simbólico de la humanidad y que están ligados a los hombres por los finísimos hilos de la imaginación.

Según la tradición, las cometas nacieron en la China, hace más de 2500 años. Varias leyendas tratan de propiciar su origen: que el sombrero de bambú de un campesino fue llevado por el viento a través de los húmedos arrozales, o que la vela de un navío, en el río Amarillo arrastró a los navegantes a mares ignotos, o que tal vez, mientras el filósofo Mo Tsi se entregaba a la meditación, en un intervalo construyó un juguete en forma de pájaro y una vez rozado por el viento, estuvo volando tres días, o quizás que un remolino de tarde veraniega dispersó unas hojas y

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las hizo girar hasta convertirlas en estrellas… Todas estas historias son posibles, por lo verosímiles y complementarias. Sea cual fuere la causa inicial, las cometas siguen surcando los cielos de todos los continentes. Volar cometas fue para los chinos un ejercicio de meditación, tan profundo como ver las olas del mar, las ondas de los ríos, entre las piedras o la fuga de la tarde en el oro del ocaso. Pero además, tuvo entre ellos, motivaciones lúdicas, religiosas, laborales y militares. Estas gráciles máquinas, de madera y papelillo, generan un juego dialogado entre los hombres y el arcano, por algo se expresa en un poema oriental que las cometas conversan con los dioses. Pero el mismo pueblo que construyó la Gran Muralla, como estrategia defensiva, utilizó las cometas como señales y como postas para medir distancias y aterrorizar con fuegos pirotécnicos a las ciudades sitiadas.

De la milenaria China las cometas pasaron a la Polinesia, donde fueron utilizadas en el arte de la pesca, colocando cebos a prudente distancia de las embarcaciones para engañar a los peces, esas graciosas cometas del agua. Criaturas del aire y criaturas del agua en lucha por la supervivencia, danza ritual para que la vida y la muerte diriman su presencia en un instante. Las cometas en forma de pez, en forma de dragón, en forma de águila, viajaron por el oriente, llegaron a Corea, al archipiélago Malayo, a Indonesia, a Birmania, a Japón y a la india. Se sabe que el buen viento del mar las trajo hasta las Islas de Pascua, ese promontorio de estatuas ciclópeas; como están hechas de aire y de liviandad, saben esperar el paso del tiempo: Una cometa de agosto Se enredó en un poste Para volar hasta siempre La piola del viento la sostiene.

Pequeños remolinos Por las tardes de octubre Por las noches de noviembre La hacen sentir como en alas Chasqueando su celofán Contra las cuerdas.

La cometa de agosto

Que pasó triste septiembre Abandonada en el poste Se hizo feliz Cuando decidió llegar hasta diciembre1.

Por la ruta de la península arábiga planearon en África. Junto al azor y el gavilán, los gansos y las cigüeñas, fastuosas con sus colas de pavo real, se posaron en las playas del Mediterráneo y conquistaron Europa por tres vías: las rutas comerciales por el cabo de la Buena Esperanza, las invasiones de los mongoles y el contacto de siglos con el mundo árabe. Su carácter lúdico nunca las eximió de otros menesteres, entre ellos, la guerra.

En Europa se las usó como draco o contraviento en forma de dragón para que, izadas en los estandartes de la caballería, señalaran la dirección del viento y los arqueros tuviesen mayor éxito frente al enemigo.

A finales del siglo XVII alcanzó su mayor popularidad en Europa, ante todo como un objeto de divertimento infantil, pero también en los espectáculos pirotécnicos. Aquí entre nosotros, en el festival de Cometas que se realiza en Villa de Leyva, departamento de Boyacá, no son extraños esos gigantes juguetes nocturnos a los que se les añaden vistosos juegos de luces, en un marco espléndido de diversas épocas y culturas. Sobre la piedra y el calicanto de la villa colonial se rememora el diálogo silencioso entre los hombres y el cosmos a través de un hilo intangible, el de los sueños: Los orientales dicen que conversan con los dioses Y leen en la cuerda el furor de las mareas Con sus colores de verano Nuestras cometas simulaban pájaros: Garzas de altivo vuelo Gavilanes de ojo avizor Mi hermano menor fabricó un delfín De ojos cantores (Edgar Ruales Ortiz: “Cometa de agosto”, del libro: El Silencio de los Espejos, Cali, 2003, p. 69)

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-No es del aire, dijeron los pequeños chamanes de la tribu -Tampoco nosotros Y siguió desovillando su madeja, en silencio Con la cara hacia las nubes del Pacífico Cuentan que Isaac Newton se ocupó de las cometas para fines científicos, quizá pensó que si una manzana cae por gravedad, una cometa se eleva por la ingravidez de los sueños. De Benjamín Franklin se narra que una tarde de junio de 1752, mientras experimentaba con la electricidad, puso en la órbita de la utopía su “cometa eléctrica” con una llave atada a una cuerda, lo que le permitió comprobar que se producían descargas eléctricas.

A golpe de cometa descubrió la naturaleza de los rayos y su antídoto magnífico: el pararrayos. Al igual que en el siglo VI A. de C. se reitera que no hay fisura entre lo más grande del pensamiento mítico y el pensamiento científico. Solo por el camino de los sueños, el hombre puede convertir en alta ciencia aquello que empezó como un hermoso mito o una leyenda popular. Insisto, los antecesores de los aviones y los cohetes a propulsión son Ícaro y los ángeles, sin ellos, volar se hubiese quedado en el reino de la quimera.

Si bien es cierto son múltiples las hazañas de las cometas en el campo de las ciencias, solo por recordar a Alexander Graham Bell y su máquina voladora de 3393 celdas y otras construcciones tetraédricas, o a Guglielmo Marconi, quien usó una cometa para elevar una antena a una altura de 122 metros en la primera transmisión de radio

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transatlántica, desde Poldhu (Inglaterra) a San Juan de Terranova, o a los orientales en sus artes de pesca, o a los occidentales en su afán de fotografiar áreas del planeta, quien organiza estos símbolos, para ampliar el círculo de la amistad, privilegia la imagen de un niño, con su pequeña familia, a orillas de una escuela militar, mientras un bimotor descendía entre un cielo de cometas. Un poema, para su hermano menor, el cometero, empezaba a escribirse esa vieja tarde de agosto: Hacedor de cometas El viento de la tarde es un jolgorio Ramillete de luz golpeando las ventanas En las oficinas que marchitan a los hombres El cometero aprendió su oficio De los pájaros que vuelan en la plaza En alada romería de gitanos Libre corazón del viento, ritmo de alas, Señor de los secretos más sencillos, Entre sus dedos ágiles y su corazón de flauta Vuela una cometa de colores Como los jardines del desamor Alegría de papelillo, alma de bambú, Cola de trapo aleteando como el gallo de la pasión Sobre los techos de la ciudad Cometa y cometero, alfa y omega En la sagrada escritura de la infancia

Por John J. Estrada

Antonio Muñoz Molina premio Príncipe de Asturias

Hybrido congratula a un amigo y colaborador, el escritor Antonio Muñoz Molina, ganador del premio Príncipe de Asturias 2013 En la trayectoria de nuestra revista (algo más de una década) hemos tenido siempre valiosos amigos y colaboradores de peso intelectual y creativo. Todos ellos han configurado la historia de nuestra publicación y en la ausencia o la distancia, guardamos siempre los mejores recuerdos y agradecimientos. En la preparación de esta edición, disfrutando unas tasas de café o unas copas de vino, vuelven los nombres de quienes desde sus comienzos le apostaron a la revista y colaboraron con ella.

Esta vez recordamos uno muy querido, el escritor Antonio Muñoz Molina. Fue el año siguiente al famoso septiembre 11, ¡cómo olvidarlo! Muchos de nosotros éramos todavía estudiantes del Centro de Graduados (The Graduate Center, CUNY). En aquél otoño, cuando debíamos registrar nuestros cursos, encontramos un llamado “minicurso” sobre el cuento, pequeño sí, pero sólo por el número de sesiones. El profesor era Muñoz Molina, para todos ya bien conocido en su trayectoria literaria y además ya familiar para los estudiantes como catedrático.

Recordamos que, antes de comenzar el semestre académico de aquel otoño, la ciudad estaba colmada por periodistas de todo el mundo. El

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primer aniversario del once de septiembre fatigaba los medios. En todas partes sólo se hablaba de eso.

Incluso muchos periodistas molestos llegaron a decir que Estados Unidos había perdido su inocencia. Con ello manifestaban que ya no les era tan fácil acceder a los edificios y oficinas públicas libremente, como siempre solían hacerlo. Había llegado la época del ID a Nueva York y todos lo sentimos.

En las primeras semanas del otoño solíamos ver al escritor que entraba a la biblioteca y posteriormente salía con cuatro o cinco libros en la mano, mostraba su ID e ingresaba al edificio.

Nuestro amigo y editor de la revista por siempre Mario Posada-Burga, con el sentido del humor que siempre lo ha caracterizado, decía antes del curso: “Si va a haber mucha teoría hay que llevar café para no dormirse…” En la primera sesión la calidez de Muñoz Molina se dejó ver en toda su modestia: “Vamos a leer a grandes maestros del cuento” y comenzó con “¿No oyes ladrar los perros?” de Juan Rulfo. Nos habló sin jerga de crítico literario, como un lector. Ese día nos dimos cuenta que no íbamos a tener al escritor hablando todo el tiempo, sino que todos seríamos lectores.

De manera laboriosa los viernes fueron un acicate para nuestra curiosidad. ¿Qué narrador traerá la próxima sesión? La delicia de la conversación amable y detenida sobre los relatos siguió su curso. Cuando estábamos en la penúltima sesión le pedimos que leyera uno de sus cuentos, lo aceptó a condición de que también leyéramos uno de los nuestros. Claro, leer un cuento de nuestra creación frente a la trayectoria de Cortázar, García Márquez, Onetti, etc. resultaba en un empeño desatinado, pero lo hicimos.

Cuando nos leyó su cuento y lo analizamos el escritor nos dijo con una sonrisa que connotaba cierta ironía: “¿Saben? Hace muy poco me di cuenta que este personaje es el narrador diegético y ¿el otro? No le queda más opción que ser el extradiegético.” Todos nos reímos más que nunca.

Al término de la última sesión, algunos de no-

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sotros, entre editores y colaboradores, le presentamos la revista Hybrido y lo invitamos a colaborar con un artículo. Su generosidad fue aún mayor, nos entregó uno de sus cuentos inéditos. Por supuesto que lo publicamos en la edición del año siguiente.

Fue un acto de fe en nosotros y un estímulo para la nueva edición que incluiría un cuento del ya famoso autor.

Desde Hybrido hemos seguido su trayectoria y nos complace que en su carrera de escritor haya recibido este merecido reconocimiento, esta vez en manos de un amigo que no olvidamos.

Nota de los editores: En el número 6 de la revista Hybrido tuvimos el honor de publicar el escrito “Los conjurados” de Antonio Muñoz Molina. El texto comenzaba así: “Más que en un curso universitario, nos dimos cuenta pronto, en lo que estábamos participando era en una especie de inocua conspiración de narradores de cuentos. Más de una vez pensé que éramos intrusos en aquellas severas aulas del Graduate Center, y cuando al empezar la clase -¿la clase?- cerraba la puerta que daba al pasillo me parecía que lo estaba haciendo para evitar que alguien descubriera nuestra impostura, se detuviera a escuchar nuestras historias, leídas o contadas. Leíamos cuentos de escritores, pero de lo que hablábamos no era exactamente de literatura, o no sólo: nos interesaba algo anterior a ella, el misterio primitivo de las narraciones, que surgieron en el mundo mucho antes de que fuera inventada la escritura, y que durante milenios no necesitaron para propagarse del papel ni de la letra impresa, sólo de las voces y la memoria, de la cadena de una transmisión que llega hasta ahora mismo pero cuyo origen nadie sabrá establecer.

Queríamos encontrar, en el interior de cada cuento, las normas más elementales de toda narración; queríamos abrir la almendra pura del relato, el mecanismo de ruedecillas y resortes que hace que se escuche el tic tac del tiempo cuando se acerca el oído a una historia, como parece que se escucha el mar en una caracola.”

Por Román A. Santillán y Mario Pozada-Burga

El celebrado autor narra en su autorretrato que a su llegada a Nueva York impartió clases como escritor en calidad de profesor visitante en The Graduate Center of the City University of New York del 2001 al 2002. La llegada de Antonio Muñoz Molina para los estudiantes del programa doctoral de literatura y lenguas hispánicas y Lusobrasileñas del Centro Graduado de CUNY fue una ruptura con la monotonía del academismo del programa. Muchos estudiantes doctorales con aspiraciones a ser escritores vieron en Antonio el modelo a seguir y con quien vincularse. Entre los estudiantes que tuvieron la oportunidad de tomar clases estaba Mario Pozada (fundador, editor y colaborador de Hybrido). Gracias a la oportuna invitación de nuestro colega, Muñoz Molina nos permitió publicar uno de sus cuentos en el número 6 de esta revista.

Mario nos comenta: “Realmente fue una vivencia refrescante el recibir clases del reconocido escritor.

Pese a que solamente fue un seminario de corta duración, el título fue un atrayente poderoso: Theory and Practice of Short Fiction y fue un lleno total. Empezamos con una vieja cuarteta:

Ahora que vamos despacio vamos a contar mentiras: por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas.

Y es que el cuento es, precisamente, la legalización de la mentira, la lógica del disparate, un accionar en el que lo absurdo o irreal adquieren

visos de normalidad. Nacido posiblemente como lo excepcional en medio de lo real, el cuento surge para ser contado y despertar el interés del oyente y es, por tanto, una caja de sorpresas. Antonio Muñoz Molina opina, acertadamente, que lo importante del cuento no es lo que queda en el escrito sino en la mente del lector; que la ficción es una necesidad de la vida, y que el principal medio para que la ficción llegue y se quede con nosotros es la Literatura”.

La prolífica trayectoria de Muñoz Molina (Úbeda, 1956) refleja cronológicamente la evolución de la cultura popular e historia de la España franquista aislada hasta su apoteosis como intelectual universal transexual en la metrópoli de hierro, New York. Estudió periodismo en Madrid y se licenció en Historia del arte en la Universidad de Granada.

Su primer libro, una selección de las crónicas literarias, fue Robinson urbano (1984) publicado en Granada. Con su primera novela Beatus Ille (1986), obtuvo el Premio Ícaro. Este primer triunfo fue seguido por el Premio Nacional de Literatura y de la Crítica en 1988 por El invierno en Lisboa. El jinete polaco (1991) ganó el Premio Planeta en 1991 y nuevamente el Premio Nacional de Literatura en 1992. Seguido por Los misterios de Madrid (1992), El dueño del secreto (1994), Nada del otro mundo (1994), Ardor guerrero (1995), Plenilunio (1997), Beltenebras (2000), Carlota Fainberg (2000), En ausencia de Blanca (2001), Sefarad (2001), El dueño del secreto (2003), Ventanas de Manhattan (2004), Días de Diario (2005), Córdoba de los Omeyas (2006), El viento de la Luna (2006), El jinete polaco (2006), Pura Alegría (2008), Noche de

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los tiempos (2009), El atrevimiento de mirar (2012) y Todo lo que era sólido (2013).

Su actividad creativa abarca la continua publicación de artículos, ensayos, conferencias, adaptaciones al cine de sus obras, guías histórico-turísticas, libretos de ópera, y cuentos. En 1995 fue nombrado miembro de la Real Academia Española. En febrero del 2013 Muñoz Molina aceptó el premio Jerusalén con una defensa de la tolerancia, y del papel y la responsabilidad que el escritor tiene en la sociedad para asegurarse de que las voces de los más débiles sean escuchadas y preservadas. Muñoz Molina es el primer español este año que gana uno de los Premios Príncipe de Asturias y el primero en 15 años que recibe el de las Letras, después de que Francisco Ayala lo ganara en 1998. Ayala también impartió clases en el Brooklyn College y The Graduate Center (CUNY). Antonio Muñoz Molina vive en Madrid y Nueva York y está casado con la escritora Elvira Lindo. En este momento trabaja en el programa Escritura Creativa en Español de New York University.

En los epígrafes de su Ventanas de Manhattan (2004) Muñoz Molina menciona a dos de sus coterráneos que también pisaron Manhattan antes que él: José Moreno Villa (Pruebas de Nueva York, 1927), y Federico García Lorca (Poeta en Nueva York, 1929 - 1930). Al igual que sus predecesores, Muñoz Molina nos narra sus caminatas y sobre las ventanas por las cuales se ha asomado. Nos describe sus experiencias en un boceto de la gran ciudad con varios puntos de referencia desde su primera visita en 1990 hasta las postrimerías de las Torres Gemelas:

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Times Square, La Quinta Avenida, Broadway, Canal Street, Wall Street, Grand Central Station, Harlem, los puentes (Brooklyn y el Queensboro), el Metro, las orillas del Hudson y del East River, los rascacielos (Empire State y Las Torres Gemelas), Naciones Unidas, los museos (Metropolitan, MoMa, Frick Collection y Whitney), los teatros, los cafés, las tiendas, las librerías, Central Park, el hotel Waldorf Astoria, Madison Square, los barrios (China Town, Little Italy, Lower East Side, Chelsea, Upper West Side, y el West Village), bibliotecas, universidades (City College, Fordham, Columbia), Jazz clubs, la estatua de la Libertad, Ellis Island, el aeropuerto Kennedy, y el Bronx. Entre estas andanzas por estas ventanas de Manhattan Muños Molina nos describe cómo “El jinete polaco”, el enigmático cuadro atribuido a Rembrandt que se encuentra en The Frick Collection, le dio la idea para el título de este libro.

En Días de diario (2005) nos narra los vaivenes entre Madrid y New York entre el 11 de julio hasta el 11 de noviembre del 2005. En especial el proceso de menucias del escritor entre su obra y la familia, los amigos, lecturas, comidas, paseos por la ciudad y otros eventos que afectan su cotidianeidad. Las noticias del Huracán Katrina sobre New Orleans, la guerra civil en Somalia, Hallowen, el día de los veteranos, sirven como un trasfondo o marco del escenario en el que suceden los vaivenes y minucias en la vida de Muños Molina. Con Ventanas de Manhattan ganó en el 2005 el I Premio Quijote de Literatura, concedido anualmente por el Ministerio de Cultura de España.

Por Alfonso Rubio*

La escritura intermedia de Rómulo Bustos Aguirre […]

En la esencia de la poesía hay algo indecente: brotan de nosotros cosas que no intuíamos tener, así que pestañeamos como si de nosotros saltara un tigre y estuviera iluminado golpeándose los flancos con la cola.

Con razón se dice que es un daimonion quien dicta la poesía pero se exagera al afirmar que debe de ser un ángel. […] ¿Ars poética?

Czeslaw Miliosz

En el cuarto libro de la Scienza Nuova, titulado “De la marcha de las naciones”, Giambattista Vico (1668-1744), según la distinción que hacen los antiguos egipcios, habla de los rasgos propios de tres edades: la edad de los dioses, la edad de los héroes y la edad de los hombres. Cada una de estas tres edades se caracteriza por una lengua y una escritura propias, estrechamente dependientes.

En la edad de los dioses, el primer lenguaje, que recurre a caracteres jeroglíficos de representación, fue mental y divino, formado por actos religiosos o ceremonias sagradas. En la edad de los héroes el segundo lenguaje es aquel en el que colocamos a los símbolos. Y en la edad de los hombres, el tercer lenguaje se compone por medio de las letras vulgares del alfabeto, las palabras articuladas.

Este proceso de abstracción, que tiene origen en el lenguaje mudo y divino, pasa por el lenguaje *Texto con el que se presentó al poeta colombiano Rómulo Bustos en las XIII Jornadas de poesía de la ciudad de Arnedo (La Rioja, España), celebradas durante el mes de julio del año 2012.

simbólico y llega al lenguaje alfabético, puede entenderse como un proceso de civilización que da el ritmo de la sucesión de las épocas, pero también, como nos hace ver Roger Chartier con palabras de Gino Bedani, ha de ser comprendido en su simultaneidad: al ser los dioses obra de la imaginación humana y al situarse los héroes entre la naturaleza divina y la naturaleza humana, dioses, héroes y hombres son contemporáneos, y por tanto, los tres lenguajes a los que corresponden se originan en el mismo momento1.

Justamente ahí, ahí donde los héroes se posicionan, entre Dios, entre lo divino y lo humano, se sitúa la voz poética de Rómulo Bustos Aguirre.

Como en el tiempo de los héroes, el poeta utiliza el lenguaje que le corresponde a la poesía, ese segundo lenguaje que se compone en partes iguales de lenguaje mudo y lenguaje articulado; utiliza los símbolos y maneja la imagen, la comparación y la metáfora, la forma esta última, nos dice el propio Rómulo, “más perfecta de las verdades”2.

Su primer libro, El oscuro sello de Dios (1988), su primera aparición entre los mortales, es una clara declaración de haber tomado conciencia por el uso de la expresión poética, por su función, tal 1 CHARTIER, Roger. Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero [El alfabeto y la imprenta]. México DF: Universidad Iberoamericana/ Departamento de Historia, 2005, p. 47-50.

2 A partir de aquí, todos los textos entrecomillados pertenecen a versos o fragmentos de versos extraídos de toda la obra poética publicada hasta ahora por el autor. Particularmente hemos consultado las obras que reúnen su producción, tituladas: Oración del impuro [Obra reunida]. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004; Obra poética. Bogotá: Ministerio de Cultura, 2010 (http://www. banrepcultural.org/sites/default/files/88070/15-obra-poetica-romulobustos.pdf); y Muerte y levitación de la ballena. Madrid: Universidad Complutense, 2009.

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vez, por su necesidad: “Encender el misterio/ de una lámpara ciega/ cuya luz imposible/ acaso nos haya sido prometida/ He aquí el terrible regalo de los dioses”. Y como el propio poeta, los ángeles, permítanme hacer uso del ya para mi familiar nombre propio, los ángeles, digo, de Rómulo Bustos, seres espirituales o símbolos del orden espiritual, de las funciones humanas sublimadas o de las aspiraciones insatisfechas o imposibles, representan la intermediación entre Dios y el mundo.

Los ángeles del poeta, incluso del hombre Rómulo, ángeles teológicos y símbolos también de lo sagrado domesticado, se descuelgan por toda su poesía no para limpiar la impureza que somos, ni para borrar la impronta que nos ha dejado el “sello de Dios” que no es otra que la del “oscuro emblema del vacío” en que existimos.

Con ansia de comprender, partiendo de su íntima “pupila”, pasando por la “lámpara”, ese objeto espiritual que le prestó Rabindranath Tagore (1861-1941), para llegar a la “luz” racional de la verdad que al menos aclare el entendimiento, el poeta camina siendo consciente de la incapacidad por explicar el origen que nos arroja a ese vacío. No es posible encender la lámpara de quien murió en Shantiniketán y la conversación con sus ángeles se convierte entonces en un medio de aspirar sin Dios y sin dioses a lo trascendental-sagrado; en un medio que le ayude a descubrir al menos ciertas señas de identidad del otro que le habita, de ese “forastero” o huésped desconocido que no es otro sino él mismo; en un medio que al fin le devuelva a la original casa umbilical, a la pureza de esa infantil “casa de agua” que se halla en el “traspatio del cielo”, esa casa que, como elemento decisivo en “la poética de la inocencia del maestro Rojas Herazo”, poeta colombiano cuya obra declaradamente admira Rómulo, se convierte en símbolo de lo maternal.

Disfrazado de sacerdote, con una escritura “más bien breve”, la reflexión y la imaginación, acompañadas siempre de la ironía, la ambigüedad y la paradoja, ponen el tono a una poesía que desciende lo onírico a lo cotidiano para desacralizar sacralizando los arcanos y los “acasos” de la vida,

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porque nada es cierto ni firme y las sentencias de este sacerdote sólo son una prueba más de la duda constante.

El cangrejo y el coco, la lagartija y el tamarindo, la tortuga y el camajorú, el caracol, el bijao, el mandril y la ceiba, el ciempiés, el silencio del cenzontle o los ojos de la mosca; el reino animal y el reino vegetal unidos se confabulan para lentamente, terrenalmente, intentar matar a Dios. Porque Dios no nace muerto en la poesía de Rómulo. Desde su primer libro ya citado (El oscuro sello de Dios, 1988) hasta su último dado a conocer (Muerte y levitación de la ballena, 2009), Dios está siendo siempre juzgado y poco a poco su trascendencia, su función de centro, es anulada para convertirse en un “bañista definitivamente distraído”, en “un gran pez gordo de cola muy grande”, “hinchado y con escamas impuras”; en “un raro animal de dos cabezas” de cuya “palabra siamesa brota el vértigo del mundo”, o en un “jugador de dados” que “se apuesta a sí mismo contra sí mismo y pierde”. La sentencia está clara y sin Dios o con un Dios no creíble, el “Consejo” del poeta no es otro que el de construir un propio vacío y “arrullarlo”, ponerlo “sobre tu corazón” y “aguardar confiado el paso de los años”, porque exiliado del centro divino y ausente de la verdad, “nada verás, nada escucharás” en él.

Anulado entonces el primer lenguaje, el lenguaje mudo de los dioses, la escritura intermedia del poeta se orienta hacia el tercer lenguaje, el de los hombres, para, conviviendo con él, quebrar el monopolio sacerdotal sin olvidar, eso sí, su aspiración a lo sagrado, porque el silencio que “no quiere” ni “puede ser escuchado” es, al mismo tiempo, “todos los sonidos” y el poema, tal vez el siniestro sonido del poeta, también “la más íntima palabra, pudiera ser un mantra” y “el más turbio ruido contener la conciencia”.

A la muerte de Dios parece acompañarle o corresponderle la caída del ángel, porque igual que en el hábitat terrenal, el ángel “comprende que definitivamente es un animal de pelos y pezuñas”.

Pero aunque el poeta Rómulo, o incluso el hombre Rómulo, quiera desprenderse de sus entrañables ángeles, creo que después de tantos años, éstos no

se lo van a permitir. La creencia me la corrobora la última vez que nos vimos. La exposición madrileña de Marc Chagall (1887-1985) durante los meses de febrero a mayo de 2012 en el Museo Thyssen-Bornemisza, nos sirvió de encuentro y allí estábamos, allí estaba el hombre Rómulo (supongo que también la silenciosa conciencia del poeta) rodeado de nuevo de numerosos ángeles chagallianos. Sin embargo, indudablemente, frente al significado religioso, judeo-cristiano, de los ángeles de Chagall, los ángeles de nuestro poeta son de muy distinto talante y, como los ángeles de Emanuel Swedenborg (1688-1772), los de Rómulo son ángeles que merodean “las faldas de la madre” y que habitan en los árboles. Es el ángel un hombre espiritual cuya ocupación espacial depende de su propios estados interiores y de sus transformaciones espirituales, es el “ángel de la lluvia”, “el ángel de la palabra” y es el “hermoso muchacho de la esquina” el ángel de “la lúdica naturaleza”.

No creo que el poeta pueda abrasar las mil alas de los espíritus celestes porque todavía en Muerte y levitación de la ballena (2009), cuando mira sin pavor los ojos de la medusa piensa que está “presenciando el nacimiento de un ángel”. No lo creo porque su escritura desdoblada: su escritura invisible (silenciosas marcas que “los otros” y “lo otro va haciendo en ti”) y su escritura visible (“esa misma trama invisible” que “te hace dar vuelta” para encontrar los poemas) seguirá siendo el reflejo perfecto y sin mácula del ángel de Rilke (18751926), esa criatura en la cual aparece realizada la transformación de lo visible en lo invisible.

Esperemos que como un anillo que enlaza cielo y tierra y cuyo diamante es la casa del caracol,

los poemas de Rómulo Bustos Aguirre sigan provocando el éxtasis para conciliar la rueda de las transformaciones con un centro místico y un motor inmóvil, que sean siempre, como ahora lo son, una constante invitación a penetrar en la intimidad de su universo.

Alfonso Rubio. Profesor del Dpto. de Historia de la Universidad del Valle (Cali, Colombia). Doctor en Sistemas de Información y Documentación, Universidad de Zaragoza (España). En el campo de la literatura, se han editado sus estudios literarios La muerte a cuchillo. Un romance en el archivo: poética y realidad (2006) y Simulacra dispersa. Apuntes de literatura (2008); sus libros de poesía Corazón cargado (1994), Liebres (2003), Lesiones (2005), Como un antiguo tambor. Escrito en Colombia (2008) y Para otoños más apropiados (2010); y los relatos de Yerbas del patio (2006). Ha escrito crónicas sobre la ciudad de Medellín, recogidas en El monstruo en el hueco (2009).

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Por John J. Estrada

La llamada dominación árabe en la Península Ibérica Por mucho tiempo ha predominado la noción de que la presencia musulmana en la Península Ibérica fue unitaria y de población sólo árabe, como si se hubiera tratado de un grupo de invasores étnica y lingüísticamente uniforme, además con las mismas creencias. Nada más ajeno a la verdad y sin duda más problemático para la aproximación a esa realidad histórica.

Los comienzos de la llamada invasión árabe a la península tienen que ver con la caída del Imperio Romano de occidente y la consecuente fragmentación de Europa, en reinos belicosos que fueron abordando diversas interpretaciones del cristianismo. La consolidación de tales reinos tomó muchos siglos y dista de ser simultánea.

Podemos afirmar con seguridad que fue un proceso de invasiones y guerras para delimitar los campos de poder en el ejercicio del dominio territorial. A medida que nos acercamos más a la documentación escrita de esta época, el panorama histórico se funde en leyendas que registraron un largo periodo de oralidad literaria. Los pocos documentos escritos que se conocen de estas épocas, poseen un carácter apologético y por supuesto teleológico.

Abocados a las investigaciones históricas realizadas, tenemos que éstas han partido de la actividad heurística de las fuentes disponibles.

Con ello se ha sopesado el valor de lo que se perdió en el paso de la cultura oral a la escrita.

Con los materiales que se han rehabilitado en este proceso investigativo, aparece un segundo momento, el hermenéutico. Es este el terreno en el cual hoy como lectores activos podemos hacer la

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tarea de desterritorializar los criterios catequéticos y apologéticos con los cuales se han escrito la mayoría, por no decir todos, los estudios sobre este periodo. Lo más paradójico en las investigaciones de épocas, como a la que nos referimos, es el peso ideológico que los historiadores han depositado en sus conclusiones. En lo que tiene que ver con la presencia árabe en la península, es muy evidente que el conocimiento de lo acaecido posteriormente, actuó como un acicate para escribir una historia efectual y teleológica que actuara como componente identificador de España.

La entrada de pueblos procedentes del norte de África a la Península a través del estrecho de Gibraltar, fue lenta, conflictiva y aún hoy, no tan clara. ¿Quiénes fueron los primeros en cruzar el estrecho? ¿Quiénes les siguieron y por qué? Estos siguen siendo todavía interrogantes que suscitan variadas respuestas y aún siguen siendo objeto de estudio y discusión.

El paso a la península, geográficamente fácil, fue despacioso y diverso a juzgar por el conjunto de grupos étnicos que allí tuvieron asentamiento.

Asimismo, nunca estuvo exento de luchas entre ellos mismos. No todos eran conversos al Islam, incluso se trató de segmentos poblacionales que abrazaban las mal llamadas religiones paganas.

El primer vislumbre de esa realidad nos arroja la presencia temprana en la península de varios conglomerados poblacionales como los Beréberes y otros grupos tribales que no fueron árabes en sus orígenes. Esta afirmación la corroboran las investigaciones recientes acerca de este hecho histórico.

Al saber que no se trató de un grupo uniforme que ingresó a la Península Ibérica, podemos pensar que sus intereses tampoco fueron exclusivamente religiosos, sino más bien de expansión territorial, lo que significó crecimiento económico y con ello hegemonía política. Ello explica el carácter belicoso de las incursiones y los enfrentamientos en los que derrotaron los ya bastante deteriorados reductos visigodos hacia el sur y que constituían una llamada “tierra de nadie.” El uso de mercenarios y la movilidad de los invasores, les permitió ir ganando terreno en un marco de guerra constante por mantener el dominio de una zona potencialmente rica para la agricultura y el pastoreo.

En el terreno de las religiones tanto el cristianismo como el Islam no han sido desde sus comienzos, religiones unificadas. Al contrario, en lo que compete al Islam, después de la muerte del profeta se acentuaron radicalmente las diferencias que ya existían entre los seguidores del yerno de Mahoma, su ex-esposa y los califas que reclamaban con su poder económico y militar, autoridad sobre el Islam. La constitución de esas diferencias entra hoy en escena en pleno siglo XXI, dentro de las atrocidades de guerras grupales intestinas que causan gran cantidad de muertes entre los seguidores del profeta. Lo que atestiguamos hoy, por supuesto, muy tergiversado por los medios, se da desde los comienzos del Islam.

Los hechos actuales nos aclaran el panorama que trazamos y nos ayudan a ver en perspectiva histórica, las diferencias en la misma fe ya irreconciliables hace trece siglos. Con la ventaja de conocer los hechos ulteriores podemos volver de nuevo a aquellos siglos y atrevernos a configurar reflexiones que nos permitan pensar mejor y con más elementos cómo fue la presencia islámica en la península. Lo contrario sería caer en afirmaciones apologéticas con carácter definitivo, que no le hacen ningún bien a la investigación histórica y que vician en alto grado la enseñanza académica.

Lo que vemos a todas luces es que los grupos poblacionales que pasaron Gibraltar no eran pueblos ilustrados que venían a traer una cultura más erudita; una civilización más desarrollada o un acerbo cultural que educaría a la sociedad occidental. Muy al contrario, como ya dijimos, se trataba de poblaciones politeístas y algunas ya conversas al Islam o en camino de conversión, ávidas de nuevas y mejores tierras; con potencial de trabajar para su crecimiento económico; trayectoria guerrera y bastante experiencia de movilidad, lo que les permitió movilizarse con mujeres, niños y esclavos.

Así es como vamos viendo lo inoficiosas que han sido ciertas mitologías alrededor de la llamada dominación árabe. Los aportes culturales y tecnológicos, que sí los hubo, como es propio de cualquier cultura, llegarían muchos siglos después y

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no sin que nos permitamos pensar en lo aprendido directamente de las culturas griega y latina para su propio beneficio.

Con las afirmaciones anteriores nos podemos trasladar al terreno político y ver cómo la expansión del Islam fue un resultado, entre otros, del crecimiento militar y las disputas entre dinastías que buscaban expansión territorial, crecimiento económico y dominación política. Este último terreno es necesario aclararlo en su contexto. Hoy día tendemos a pensar, porque somos herederos de Montesquieu, que los estados fueron constituidos con los tres poderes (político, económico y judicial) y con cierta interdependencia. Nunca fue así en la edad media, no se trataba de estados sino de hegemonías políticas.

Al tratar de asuntos religiosos la confusión es todavía mayor, ya que se suele hacer con categorías de nuestra época. En efecto, el conjunto de creencias religiosas y la dirección de los creyentes son hoy en día constituyentes de la privacidad y el derecho individual. Durante siglos las grandes religiones de occidente se delinearon políticamente y cada una de ellas ha seguido ejerciendo, en distintos momentos y bajo diferentes circunstancias, su poder político.

La actividad política no ha sido nunca un componente independiente de las prácticas religiosas, al contrario, está íntimamente relacionada con ellas.

Para el creyente la práctica de una determinada fe implica un seguimiento político. Lo dicho antes continúa siendo fuente de conflictos que terminan en persecuciones, divisiones y guerras internas, constituyendo una intersección desafiante que ayuda a entender por qué hoy en el siglo XXI, entre los seguidores de un mismo libro hay diferencias radicales irreconciliables. Estas diferencias siguen vivas y cuestan vidas; basta cotejar los periódicos para comprobarlas empíricamente.

El párrafo anterior nos ayuda a no elaborar juicios anacrónicos acerca del maridaje religiónpolítica. Estemos o no de acuerdo, la relación fe y política se ha mantenido en las balanzas variantes del poder. De tal manera que en su momento en la Península Ibérica, también fue obligación del monarca, califa o emir el trabajo misionero.

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Fue en el transcurso de guerras y saqueos que los supuestos invasores de la península se asentaron definitivamente hacia el sur. Pero las fronteras entre los reinos cristianos del norte y los moros del sur, fueron siempre cambiantes. Lo que resulta válido es verificar que todo conflicto por agudo que sea tiende a encontrar su punto de equilibrio.

El resultado de ello lo tenemos en la acomodación de una sociedad en la que convivieron cristianos, judíos y musulmanes en cierta paz, tal como se convive hoy en Nueva York, cada quien en su vecindario, en actividades económicas, políticas y religiosas que legitiman los derechos individuales y claro, todos pagando impuestos.

Una característica inicial de la presencia musulmana en la península fue que los seguidores del Islam gozaban de exención de impuestos sobre la propiedad en las llamadas regiones de ocupación.

Lo que ha permitido invalidar la tesis de que su interés era sólo misionero. Veamos que en primer lugar, al gobernante no le convenía que creciera el número de exentos por razones obvias. En segundo término, en regímenes tan desiguales, los propietarios tampoco podían ser muchos.

Se han realizado estudios demográficos de aquella época. Uno de los más conocidos es el de Richard A. Bulliet quien estudió los nombres que se registran en los diccionarios biográficos islámicos.

En aquellos textos se citaban las genealogías de los personajes ilustres. Mientras más se descendía en los orígenes genealógicos, empezaban a parecer nombres cristianos y judíos. Este trabajo sólo llevó a evidenciar que se realizaron muchos matrimonios entre personas islámicas con creyentes de las otras dos religiones y que posteriormente este proceso también encontró su punto de equilibrio. Es importante anotar que inicialmente los cristianos no vieron a los musulmanes como seguidores de una nueva religión, fueron más bien percibidos como portadores de una desviación del cristianismo, pues eran también monoteístas y seguían un libro, rasgo de las tres confesiones. No había muchas razones de fuerza para verlo de otra manera.

Durante los siglos X a XIII, consiguieron su mayor expansión y al final de estos, especialmente con

las incursiones militares de Almanzor en los reinos del norte, alcanzaron sus últimas glorias militares y conocieron definitivamente los límites de su crecimiento en la península. Para aquel entonces, ya Carlos Martel había emprendido su campaña contra ellos. Asimismo, los príncipes de Europa y el Papa eran propicios a favorecer la lucha contra los moros en la península. Con la organización de las órdenes de caballería en España y con la llegada de la primera cruzada a Jerusalén, lanzada por Urbano II, se empezaba a vislumbrar que los moros no tendrían ya más cabida en Europa.

La organización y posterior institucionalización del califato de Córdoba, tan célebre para la historia, el arte y la filosofía, fue el resultado de numerosas confrontaciones entre jefes musulmanes que promovieron rebeliones entre ellos mismos para conseguir el poder político. Esas guerras internas, llenas de traiciones, delaciones y a veces apostasías, terminarían sólo de manera parcial hacia finales del siglo VIII y comienzos del IX, con la consolidación del califato de Córdoba. Con este centro político se superó definitivamente el carácter tribal de esa sociedad islámica y se permitió el crecimiento cultural cordobés, quizá el más ponderado por los artistas e historiadores de estos períodos. Pese a ello y a la grandeza, por ejemplo de su arquitectura y el urbanismo mostrado, no puede hablarse de una unidad en el pensamiento y mucho menos en las ambiciones políticas de quienes sustentaban de alguna manera el Califato.

Otro elemento que se puede afirmar hoy con mayor claridad es que la población confesional musulmana (incluye conversos cristianos y judíos) fue mayoría para finales del siglo X en Córdoba. Para aquel entonces, la mezquita no sólo era el templo de oración, el lugar desde donde El Imán contemplaba las filas que se hacían para la oración del viernes, sino también el espacio que concitaba al aprendizaje. La estructura arquitectónica, diferente a la romana, con un acceso que hoy no tenemos los turistas, era el centro de información para una comunidad que se iba regulando en sus prácticas sociales. De esa manera se establecían nexos que permitían el crecimiento y el flujo del mercado interno y externo. Asimismo, el intercambio lingüístico permeó las lenguas vernáculas en un proceso ya irreversible.

El califato de Córdoba poseía el poder económico para patrocinar y difundir cultura, arte, literatura, filosofía y teología. Fue la cúspide del Islam en occidente y representó el final del ordenamiento territorial romano de Hispania. Este se había deteriorado cada vez más por las pugnas familiares para procurarse la monarquía, lo que llevó a que muchos historiadores denominaran estas regiones como “tierra de nadie.” Todo lo cual contribuyó a la formación de leyendas y prejuicios históricos que estamos ahora comprometidos a estudiar más con el esfuerzo de no hacer apologética.

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Por Luis Rivas Rivas

La cosmovisión trascendente en Mariátegui y en Vallejo En el siglo pasado, los años de entreguerra fueron de muy activa propaganda nazi y soviética. Esta última logró influjo entre algunos intelectuales de Hispanoamérica, que, fascinados por la perspectiva de una vía posible hacia la justicia social, no dieron atención a su trasfondo totalitario. Hubo espíritus alertas que vislumbraron los riesgos. Pero muchos minimizaron la importancia de los mismos. En Occidente, todavía no se tenía noticia de las purgas genocidas y de los gulags. Y esto explica que hasta escritores de honda convicción cristiana dieran su adhesión a aquella ideología que ilusionaba con la utopía colectivista y ocultaba su vocación opresora.

Figuran entre tales escritores los peruanos César Vallejo y José Carlos Mariátegui, a quienes, por su aproximación al socialismo, se les confunde a veces con los seguidores de las tesis materialistas.

José Carlos Mariátegui: Se ha estudiado prolijamente la obra de Mariátegui y la de Vallejo, pero suele soslayarse el sentimiento cristiano que inspiraba en ellos su anhelo de justicia social. De aquel sentimiento en José Carlos dan testimonio diversos textos, entre ellos, su soneto Elogio de la celda ascética (1916); el hermoso texto de prosa poética La vida que me diste, dedicado por Mariátegui a su esposa (1926), inserto en el volumen La novela y la vida y también en la Biografía del escritor, escrita por María Wiesse; y dos textos incluidos en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928): el estudio que realiza del tema religioso en el Perú; y su hondo análisis de la poesía de Vallejo.

María Wiesse, en su biografía de Mariátegui, llega a llamarlo “místico”. Y comentando su retiro

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en el Convento de los Descalzos (1916), escribe: “Místico será siempre…Místico tenía que ser este hombre apasionado, fervoroso, convencido y sincero. Dios no estará nunca ausente de él, pero ya no buscará a Dios en la plácida soledad de la celda, como lo hizo a los diecinueve años. Buscará a Dios en el dolor del hombre y en la angustia del mundo”.

Y para ilustrar las vivencias de Mariátegui en aquellos días de meditación y de soledad, María Wiesse cita, íntegro, el soneto que pergeñó entonces el joven escritor, poema titulado Elogio de la celda ascética: Cristo Crucificado llora ingratos desvíos, mira la calavera con sus ojos vacíos que fingen en la noche una inquietante luz.

Y en el rumor del campo y de las oraciones habla a la melancólica paz de los corazones la soledad sonora de San Juan de la Cruz”.1

Aunque Mariátegui tenía entonces veintidós años (no diecinueve, como dice María Wiesse), podría alegarse –por parte interesada– que el poema citado pertenece a lo que el autor llamaba su “edad de piedra”. Pero los textos que a continuación registramos corresponden ya a los años finales y más fecundos de su breve vida.

Desde su infancia, José Carlos se vio afectado por una dolencia en la pierna que lo condujo a intervenciones quirúrgicas que, como ya no soportaba el cloroformo, llegaron a ser muy dolorosas. Ana Chiappe, a quien el escritor había En José Carlos Mariátegui, escrito por María Wiesse, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, pp. 16.

1

conocido y desposado en Florencia durante su estadía en Europa (1919-1923), fue su asistente, enfermera y compañera, a la que él llama “el designio de Dios” porque su amor le ayudó a soportar las dolencias y operaciones que sufrió en los últimos años de su vida (padecimientos que no impidieron que aquella fuera la etapa más fértil del Amauta). En 1926 Ana le había dado tres retoños (no nacía aún el cuarto). Su sacrificada vida al lado del esposo dejaba ya sus huellas en el otrora sonrosado rostro de la bella toscana. Por eso, Mariátegui le dedicó este hermoso texto: “Renací en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas porque te sentí la más diversa y la más distante. Estabas en mi destino. Eras el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eras el principio de vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos. Empecé a

amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo.

Tu salud y tu gracia antiguas esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus rurales colores de doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría. Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida que me diste”. ((Citado en La novela y la vida, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, pp.: 93 y 94 y en José Carlos Mariátegui, por María Wiesse, Biblioteca Amauta, Lima, 1959, p. 26).

En su estudio del tema religioso en el Perú, escribió Mariátegui: “Han tramontado definitivamente los tiempos de apriorismo anticlerical, en que la crítica “librepensadora” se contentaba con una estéril y sumaria ejecución de todos los dogmas e iglesias, a favor del dogma y la iglesia de

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un “libre pensamiento” ortodoxamente ateo, laico y racionalista. El concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad. No reduce ya la religión a una iglesia y un rito. Y reconoce a las instituciones y sentimientos religiosos una significación muy diversa de la que ingenuamente le atribuían, con radicalismo incandescente, gentes que identificaban religiosidad y ‘oscurantismo’”.

Textos como éste abundan en el Amauta. Por eso, diversos comentaristas, como Aníbal Quijano, han observado en Religión y mito en Mariátegui 2 que: “Mariátegui ensambló una concepción del marxismo como método de interpretación histórica y una filosofía de la historia de explícito contenido metafísico y religioso” (69). Y, enumerando diversos elementos no marxistas que concurrieron en la formación de Mariátegui, el mismo comentarista, en un prólogo a los Siete ensayos, señala “su frecuente referencia a Dios y al sentido religioso de su vocación política”. Y, en efecto, Mariátegui precisó su posición frente al tema religioso muy claramente: “El hombre, como la filosofía lo define, es un animal metafísico. No se vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. La historia la hacen los hombres poseídos o iluminados por una creencia, por una esperanza suprahumana: los demás hombres son el coro anónimo del drama”.

La esclarecedora cala que Mariátegui realiza en la poesía de Vallejo, particularmente en su poema Dios, nos ilustra, simultáneamente, con nitidez meridiana, sobre el entrañable sentimiento cristiano del poeta y del crítico. Veamos ahora el caso de Vallejo.

César Vallejo: Rasgos muy gravitantes en la hondura y la intensidad de la poesía vallejiana son sus frecuentes alusiones a la pasión de Cristo.

Reminiscencias de lecturas bíblicas afloran en sus versos. Explícitas o subyacentes. Temáticas o como ingredientes metafóricos y simbólicos. Desde el poema liminar –en el que un verso referente al sufrimiento humano (las caídas hondas de los cristos del alma) allega ecos de la vía dolorosa del Redentor hacia el Calvario– hasta el título del 2 Quijano, Aníbal, Introducción a Mariátegui, Ediciones Era, México, 1982, P. 69.

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último poemario, en el cual palpitan resonancias trémulas del Getsemaní: España, aparta de mí este cáliz. Veamos algunos ejemplos: “Dulce Corona de una testa inmensa, que te vas deshojando en sombras gualdas!

Roja corona de un Jesús que piensa trágicamente dulce de esmeraldas”. (“Deshojación sagrada”) “¡Oh, unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno por todos!

Amor contra el espacio y contra el tiempo! ¡Un latido único del corazón ; un solo ritmo : Dios” (“Absoluta”) “ Y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado y que hay un viernes santo más dulce que ese beso” (“El poeta a su amada”) “Oh sol, llévala tú que está muriendo y cuelga, como un Cristo ensangrentado, mi bohemio dolor sobre su pecho” (“Oración del camino”) “Padre, aún sigue todo despertando; es enero que canta, es tu amor que resonando va en la Eternidad”. (“Enereida”).

¡Cuán arraigadas estaban en Vallejo las enseñanzas de la Biblia! Sin embargo, enfrentado con la experiencia del dolor humano –tema central de su poesía–, algunos versos se impregnan de amargura, circunstancia aprovechada por quienes se esmeran en difundir Los dados eternos pero ocultan el poema Dios, en el que Vallejo rectifica el anterior.

Mariátegui, en sus Siete ensayos, realizó un certero deslinde entre estos dos poemas y nos dice: “En Los dados eternos el poeta se dirige a Dios con amargura... Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos...” (Cita el poema La de a mil, p. 314).

También precisa Mariátegui: “Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma está ‘triste hasta la muerte’ de la tristeza de

todos los hombres. Y de la tristeza de Dios, porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres.

En estos versos nos habla de la pena de Dios”: “Siento a Dios que camina tan en mí, con la tarde y con el mar Con él nos vamos juntos. Anochece. / Con él anochecemos. Orfandad... (“Dios” en Siete Ensayos, 313).

El poema Los dados eternos revela que el hombre, frente al dolor, tiene un límite, allende el cual se quebranta y obnubila. Job sufrió terribles tragedias sin dejar de bendecir y agradecer a Dios por todo. Pero, cuando llegó a su punto límite, exclama: “Perezca el día en que nací. Perezca la noche en que fui concebido”. Y Jesucristo, Dios-Hombre en voluntario sacrificio por amor a la humanidad, clama, desde la cruz del Gólgota: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”.

Y a la luz de la pasión de Cristo, Vallejo expresa su concepción de un Dios sufriente que “ama tanto” y “debe dolerle mucho el corazón”. Desde su infancia, el poeta (como Benítez, personaje de Tungsteno), “hojeaba el Evangelio según San Mateo, un librito que su madre le enseñó a amar en todo lo que él vale para los verdaderos cristianos”.

El novelista español José Manuel Castañón dice: “Sublime Vallejo, creador de una simbología cristiana, que ya se respira en las emociones primeras de Los Heraldos Negros...” (Pasión por Vallejo). Y el poeta montevideano Uruguay González Poggi, apasionado lector de Vallejo como Castañón, registró en uno de sus poemas una intuición muy próxima a la vallejiana:

En Cómo leer a Vallejo, Alberto Escobar comenta: “Recuérdese la contagiosa y conmovedora ternura de aquellos versos en que Vallejo confía la vecindad con que conoce a Dios; ... el Ser Divino padece por sus criaturas, y emerge precisamente a causa de ello, su pesar incesante, al comprender que el hombre sigue sufriendo. Dios también sufre, pues, de amor, como el hombre; y por amor al hombre”.

Y Alejandro Lora precisa en Hacia la voz del Hombre: “La obra poética de Vallejo gira, primero, en torno de un redescubrimiento de Dios en el reino de la infancia... La santidad de Dios, para Vallejo, radica en su inexplicable pero visible capacidad de sufrimiento; en el milagro propio de Jesús, de querer ser –obedeciendo al Padre, pero eligiendo libremente el martirio, el Gólgota– el Hijo del hombre. Vallejo no ha podido apartarse en ninguna situación de su vida, de su casi física aproximación a Dios. En las más precarias horas de su existencia, en los rincones más oscuros de la tierra, Dios, Cristo, el Señor, está presente en él (38).

Y, finalmente, recuérdese que Georgette, viuda del poeta, ha registrado estas palabras de Vallejo en la Clínica de Arago, días antes de su muerte: “Cualquiera que sea la causa que yo deba defender ante Dios después de mi muerte, sé que tengo un defensor: Dios mismo”.

En suma, los textos citados son elocuentes: en Mariátegui y en Vallejo refulge una cosmovisión trascendente y palpita un entrañable sentimiento cristiano.

Dios es amor, dice el Libro. ¡Qué solo has de estar, Dios mío!

Yendo por ese camino, Pienso encontrarme contigo.

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Ledo Ivo Maceió, Brasil, 1924 - 2012. Es uno de los

más importantes escritores de la literatura brasileña del siglo xx. Entre los títulos que comprende su amplia obra se encuentran: Acontecimiento do soneto (1948), Las alianzas (novela, 1847), Ninho de cobras (novela, 1973), La noche misteriosa (1982), Crepúsculo civil (1995), Calima (2011) Su poesía en perfecto equilibrio entre el adentro y el afuera, entre la palabra hablada y la medida; lo cotidiano en ella alcanza fácilmente el ámbito de lo sagrado. Una poesía ligada al origen, a Maceió y a la infancia y, sin embargo, alineada con los astros.

Sombra del ave Vi la sombra de un ave. ¿Y dónde estaba el ave?

Era una sombra sin ave en el suelo claro del mundo.

La sombra de mi alma volaba hacia lo alto.

Era una nube negra perdida entre nubes claras.

La sombra de mi sueño era la sombra de un ave resumida en un vuelo por el firmamento claro. ¿Pero dónde estaba el vuelo del ave sin sombra? ¿Dónde estaba mi alma sin sombra y sin plumaje?

Vi la sombra de la vida en el suelo claro del mundo.

En el gran suelo del mundo no era más que un ave.

Traducción Marín López –Vega

El cazador Vuelvo a atravesar los campos donde las golondrinas esconden sus nidos azules.

Y la zorra maldecida en todas las quintas me acompaña entre los matorrales. ¡Inocencia, rocío evaporado!

Tiré piedras al pájaro.

Arranqué las alas a los insectos.

Mutilé lagartijas y mariposas.

Las flores no apagan mi olor a sangre.

Por las hojas trémulas oigo el avance rencoroso y fraterno de ese animal que ve nacer en mi hombro la escopeta de un encuentro futuro. Y me hiere el dolor de ser un hombre.

Traducción de Rodolfo Alonso La radio muda La radio está muda. Y yo bendigo la falta de pilas que devuelve al universo el silencio inicial y ahuyenta la cháchara de los hombres.

Ningún ruido en el mundo. Ni siquiera el estallido de una rama caída al suelo.

Brasil desaparece.

La guerra y el terror se sumen en el silencio y la paz del espacio vacío impera en el instante enmudecido como el péndulo de un reloj de pared inmovilizado por el tiempo y el cansancio.

El mutismo de la radio altera la rutina del día.

Es algo inesperado, en este mundo rendido al estrépito y al desperdicio, pero tiene una razón de ser.

El sol es silencioso y nos ilumina. El amor sólo vale la pena cuando alcanza la estancia de la adoración y todos los gestos son mudos y demorados y no hay palabra que manche la perfección del éxtasis.

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Las constelaciones son silenciosas.

Una vez más bendigo las pilas agotadas y me arrodillo como si el silencio fuese el último dios que queda en el mundo tras las devastaciones de los hombres y el inmoderado consumo de palabras.

Traducción Martín López-Vega A mi madre Lo que existió una vez, existirá para siempre aunque desaparezca bajo una pala fúnebre de tierra o en la ceniza que esconde el camino incinerado.

Nada morirá. Lejos del recuerdo lo que fue vida se mueve entre las sombras y el sueño se mueve lejos del sol.

Ahora que estás muda para siempre comienzo a oírte. Ocupas el silencio como el fuego que avanza en la colina o la lluvia persistente.

Hacia donde voy me sigues, con insistencia.

Y reclamas el día.

Traducción de Nidia Hernández

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Asilo Santa Leopoldina Todos los días vuelvo a Maceió.

Llego en los barcos desaparecidos, entre los trenes sedientos, en los aviones ciegos que solamente aterrizan al anochecer.

En las tarimas de las plazas blancas pasean cangrejos.

Entre las piedras de las calles corren ríos de azúcar fluyendo dulcemente de los sacos almacenados en los trapiches y clarean la sangre vieja de los asesinados.

Desembarco y tomo el camino del hospicio.

En la ciudad donde mis ancestros reposan en cementerios marinos sólo los locos de mi infancia continúan vivos y a mi espera.

Todos me reconocen y saludan con gruñidos y gestos obscenos o escandalosos.

Cerca, en la celda, la corneta que chilla separa la puesta de sol de la noche estrellada.

Los locos lánguidos danzan y cantan entre rejas. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Lejos de la piedad el orden del mundo brilla como una espada.

Y el viento del mar océano llena mis ojos de lágrimas.

Traducción de Nidia Hernández

Mi patria Mi patria no es la lengua portuguesa.

Ninguna lengua es la patria.

Mi patria es la tierra blanda y pegajosa donde nací y el viento que sopla sobre Maceió.

Son los cangrejos que corren en el lodo del manglar y el océano cuyas olas siguen mojando mis pies cuando sueño.

Mi patria son los murciélagos colgados de los techos carcomidos de las iglesias, los locos que bailan al atardecer en el hospicio junto al mar, y el cielo curvado por las constelaciones.

Mi patria es la sirena de los navíos y el faro en lo alto de la colina.

Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante.

Son los astilleros podridos y los cementerios marinos donde mis ancestros tuberculosos y palúdicos no dejan de toser y temblar en las noches frías, y el olor de azúcar en los almacenes de los puertos y las lisas que se debaten en las redes de los pescadores y las ristras de cebollas acurrucadas en la sombra y la lluvia que cae sobre los corrales de pesca.

La lengua de la que me sirvo nunca es y nunca fue mi patria.

Ninguna lengua engañosa es la patria.

Ella sirve apenas para que yo celebre mi pobre y grande patria muda, mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario, mi patria sin lengua y sin palabras.

Traducción de Nidia Hernández

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José Manuel Arango El Carmen de Viboral, Colombia, 1937 – 2002 Su obra poética comprende los siguientes títulos: Este lugar de la noche (1973), Signos (1978), Cantiga 1987), Poemas escogidos (1988), Poemas (1991) Su poesía, despojada de artificios, busca cargar al máximo de sentido las palabras. Las cosas y los hechos cotidianos tocan, en ella, lo extraño, lo misterioso. Emily Dikinson, de quien tradujo poemas al español, influyó positivamente en él. Es uno de los referentes para los poetas colombianos de hoy. Como homenaje de Hybrido a este gran poeta colombiano va la siguiente selección de sus poemas: este es un país de sol y viento de acres montañas como en los frescos antiguos la piel cuarteada de las mujeres calladas y duras que paren de rodillas sus hijos por las rocas acechan pumas sin sombra y al fondo canta el mar, nacido de una calabaza en dónde alienta ahora qué afanes la gastan a quienes entrega sus rostros de asombro, de alegre ironía de hastío qué ajenas voces la solicitan a ella, la mía, la marcada con el vivo tatuaje de sangre

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que la boca voraz dejó en su garganta tal vez en el origen los liga un parentesco sagrado y no hay sólo deseo en el temblor de sus manos cuando la tocan tal vez un miedo reverente lo agita, quiebra su voz porque en el laberinto de las sangres él es su hermano y ella su hermana (del vientre de la noche como niños gemelos renacen una y otra vez desnudos y el alba con su leche los amamanta)

En el cuerpo del bailarín hay un duende

Fe de erratas

El borracho baila en la taberna Está en ese momento del alcohol (un dedo en el botellón, dos arriba de las cejas) en que el corazón saltarín y el seso se encabritan Quiere pues bailar Pero evidentemente nada en él está hecho para el baile Ni la panza ni la espalda corva ni los hombros caídos Aun mantenerse erguido le cuesta trabajo Lo vimos venir del orinal Camina bamboleándose a un lado y otro Y así pretende bailar Y hasta alzarse en punta de pies Sólo que no tiene propiamente alas en los tobillos Las posaderas le pesan no es de la especie aérea del bailarín Por las cuatro paredes le remeda brincando su sombra de mono

Ha equivocado la palabra

Ah y es de nuevo la mañana

y si los hombres cuando acaban de desvestirse para fornicar, en la noche,

Ah y es de nuevo la mañana Tibia y azul El que está señalado (en la lista hay una cruz después de su nombre) liviano todavía va por las calles

donde dijo sí quizá debió decir no y tal vez un poco más tarde donde dijo no debió decir sí El carpintero —el lápiz en la mano— toma sus medidas Un helicóptero pasa volando sobre las terrazas Soldados de cabeza rapada vigilan las calles Acerca del niño nacido en la casa de putas Y si en la casa de putas nace un niño

lo oyen llorar al fondo de la casa o de su corazón vacío

Trae la calavera llena de sueños Limpio recién peinado va a sus negocios Cuando el asunto se despache un nombre se tachará Por ahora va por las calles

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Celio Pichardo

TT

Textéame SIM sus tutelajes Jarto de estar harto de sus deletreos TOY jugando al desencuentro pensando en ti en nuestra Tahrir o tal vez a las diez en Wall street

Abecedario de tumultos B Bajar el beso del delirio en bruto bamboleando lengua en banda o en bureo en un bailotear de labios con su labia de baba en Babia...¿uh?...libidinosos Todo un bisoño abracadabra que vacía de una boca a otra con prurito de abarcarlo todo lo que tienes y no tengo o tengo y a tu boca con pasión se aboca Al final como por arte de birlibirloque de una desmemoriada Mnemosine con un tin marín que nos aloca nos permite obtener casi en dos pingüé esta ansiada bicoca done

Toca mi pulgar que chupas caracteres y en mi boca se menea el dedo gordo de tu pie y me quedo (:-&) sin palabras tal vez patidifuso y sólo atino a pellizcar nuestra incoherencia de sí ya decís desiderata para desbaratar todo el tinglado Sexting tu tez de asfalto y piedra con tu Bibi en mi Evo o emPINgados con dos Bibis (¡Ke de muslos sudados! ¡ke de ;-) guiños al futuro!) para armar un ditirambo desarticulado de voyeurismo insano a lo posible abiertos al pepper spray

TTT

Digito mi gorjeo precoz sobre el ojeo en plástico traqueteo mutis de mi voz Canto a la cotidianidad desparpajada Trino esquizo de lo inane a lo perverso La nueva vitrola de lo vacuo al viento graznando ruido blanco en prolongada z @voz chasco dedos y toco piel de tecla ¿Ke lo Ke Minerva? Ofrézcote tartajeo Twitteándote mi descogotado pizzicato Trinando T triscando T Tras Toca Ando T @Total TraspasandoT tu subvertir de T ¿Minerva T Ta? ¿To Ta? ¿Ta To? ¿To To?

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Z

D

Susurro de zíperes sesea en las zonas cercanas al suave y sibilante zunzún del abrazo -previo al zangoloteo la mutua zampada o el acezo

Torso desnudo a mi lado y deseo en duermevela dulce decoro de tu dormilona o displicencia de mi devaneo con la muerte Y si unas compañeras bolsas dicotiledóneas dilatadas despiertan Onán dirá presente

Zambullirse a la sazón del amor en zumos zarcos de humedales zozobrantes o zumbarse al azur de un zenit zen sin fin agonizantes Suma de esos asombros sempiternos de la zanganada íntima del solaz que sustenta del zarandeo de la revivificación suficiente En la zona del zarpazo en cambio la zeta suena como zas y nos somete Su horrísono zurrido zumba azaroso y zahiriente Ahí donde los zarrapastrosos zorros azuzados por zonzos nos acechan nos zurran la sangre nos azotan los sueños y emponzoñan la esperanza La zona del susurro sin embargo sabrá un día decirle zape a esos desastres y zapatearlos En zafarrancho de limpieza y con sagaz zancadilla o algún certero manotazo sumirá en un zafacón al zorro zafio para luego en suave cimbreo cual zunzún susurrante confundirnos a todos en un abrazo

Como en estos días de alciones el dual desconcierto (¿tal vez mutuo?) del moriviví de la existencia que en sueños espabila la cotidianidad descomunal --la pesadilla-de un dudoso denuedo y en vilo adormece con denostación dulce desvelo F Faz muito frio farfullas y yo por dentro refunfuño ofrézcome ni tanto y de maldad ralentizo la solución a ese fracaso de no haber aceptado antes mi fuego fingiendo desapego Yo como poema en Facebook con tag en taquicardia a ti sí a ti no confabulado en favor de Fulana y no Zutana con esta tropelía de rufián en reticencia que tanto te confunde o con esta facultad de discernir lo que es mejor entre el frotarte la espalda o el meterme a la franca de lleno entre tu falda te incluyo en mi timeline

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Carlos Trujillo POEMAS EXTENSOS

Que vaya y vuelva la palabra y ría

Locas, lúcidas, sueltas

Dejar que la palabra corra y silbe y palpite como una flor que empieza a nacer de la mano del pintor y que se vaya a dónde quiera.

Que vaya y vuelva la palabra y ría y calle y se canse de soñar sueños que no tuvieron ni razón ni gloria.

Dejar que la palabra suelte su cabellera de niña o aerolito y se eleve y brinque o caiga rauda de cielo a cielo como si todos los cielos conocidos e inimaginados fueran un solo y mismo océano benigno. ¡Ay mar! ¡ Ah, mar de sueños y palabras, naves y navegantes en su propia y honda agua!

Mar de sal de palabras alojadas en el huevo que crean.

Dejar que la palabra corra en la noche así como la oscura no para de correr en la palabra que la hace y pinta de blanco la hoja línea de tren interminable en su brevedad sin hora.

Si todo fuera dejar a la palabra navegar por sus mares, volar sus aires salir de madrugada de su nido inocentemente despierta por sus días.

Si todo fuera idea, ilusión, pensamiento, grano de trigo, playa, ventarrón, pañuelo en el que se escribe la historia y el silencio fuera hallando su cara en uno mismo.

Casi no escribo, las palabras brotan Y saltan sueltas locas lúcidas sin freno Por ahí las encuentro a toda hora En la hoja de periódico En el libro, el diccionario En el papel en blanco Pobre inocente Huérfano de todo

Cuánto hay que andar sobre la hoja.

Cuánta tinta derramada para crear el gran manchón de luz que es la duda y el encuentro.

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Sueltas locas Por ahí En la olorosa entrada de la frutería En el parque público En la calle, en la botica Apresurada más que nunca En días laborales Tropezona la encuentro Saltimbanqui en las plazas Como si fuera un domingo de otro tiempo Entre otra gente Libre, suelta, pura Clara vertiente vestida de virtud Aunque a veces se aparezca teñida de hollín O deslucida por el polvo del camino Libre, suelta, pura Simple llovizna viva que no moja Ni enferma Casi no escribo, las palabras brotan Ambulan a sus anchas Viven, cantan Se hacen uno en cada uno Se leen con voz propia.

Dos poemas

Siempre juntos dos poemas gemelos y dispares Uno El que se escribe línea a línea Verso que se llena y se apretuja de palabras O se suelta Libre Alado Aéreo Todo aire Todo respiro de aire o nube O de foto todavía no tomada Uno El que se dice y se ve Extendido y amplio Ágil sobre la hoja de papel O la blanca superficie de la pantalla Gato acurrucado en su mundo y su misterio Perro con suavidad de terciopelo Ala de ave cubriendo todo el cielo Al que invita la página Se escribe el poema Corre libre y sin trabas por su terreno sin arar Encuentra y desencuentra Vuela y cava también En las honduras de arriba y en las de Abajo Adentro, adentro Vuela también hacia el adentro Que nadie ve Línea a línea, verso a verso Todo una sola sílaba Un solo verso todo Encaminado Hacia el punto que indica La brújula del yo El otro Claro, el otro Es el que lees

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Max Castillo POEMAS TROYANOS Los mirlos de clitemnestra

Triste destino

Amaré el viento y las cenizas de Troya o esas, las que caerán en Roma – caerán por los muchachos muertos en las alcobas de seda..

El viento arrima los cuerpos calcinados.. las siluetas de cascos que adornaban las piezas de Clitemnestra.. el día que gritaba el mirlo, el rey ha muerto, el rey ha muerto

Inerte, me dieron por muerto, Sigo viviente sin el ojo grande, pequeño en sentimientos, con el brazo de oro como el griego de los cuentos viejos cuando el joven mordía la manzana y ardía la lejana Troya Desnudo

Hécuba La reina fue esa chica que jugaba con Poliméstor el muchacho de crespos hechos Hécuba fue madre de Polidoro, de Héctor caballero valiente, de Alejandro el bello.

Hécuba jugaba en las escaleras d e su padre rey de los frigios.

Ahora aúlla en las noches.

Los dioses griegos odian a los troyanos y a su reina madre.

Los hijos de Hécuba ya no despiertan de las heridas, de la hambrienta espada.

Hécuba aúlla es la perra negra en las noches de luna Aúlla y llama a Poliméstor el rey tracio para morderlo en su eternidad Para ver al ciego que su mano castiga por la muerte de los troyanos por sus hijos de muslos fuertes los dueños d e miradas inquietas que ella, la perra brava atemoriza siempre

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Eras como el tiempo había que correr para tenerte ocupado Y sabías que yo no era nada apenas un alfeñique un pobre descascarado Eras como el tiempo de los griegos Con sol y sangre de troyanos Eras Aquiles bronceado con soldados muchachos y penas en todas las sienes En todos los cabellos de los héroes arios Era el tiempo antes de la cruz cuando desnudos se tomaban de las manos los hijos del cañazo, los brincadores de lagunas lejanas.

Era el tiempo de mis abuelos no había pecado Todos dispararon sus dardos los muertos no se contaron Había que unir a las cabras y a sus pastores apuestos.

Allí llegabas tú a grita y grita Allí dormían para siempre mis deseos.

Miyer Fernando Pineda Mozo Nació el 22 de febrero de 1979 en Tunja (Boyacá, Colombia). Licenciado en Ciencias Sociales y Magister en Historia de la UPTC. Estudiante del Doctorado en Lenguaje y Cultura de la UPTC. Ha publicado Cuerpos en Braille (UPTC, 2005) y El hastío de las manos (Culturama, 2010). Ambos libros finalistas en certámenes nacionales de poesía. Es integrante de la Corporación Literaria Si Mañana Despierto. Grupo de Investigación de la UPTC. Email: losabajofirmantes@gmail.com Poemas del libro inédito Bocetos para la Acontista Una mujer en la que sangra la noche Una mujer en la que sangra la noche el sueño desolador de una montaña Una mujer inundada de árboles antiguos y olorosos de la hierba milenaria que cubrió los itinerarios transitados por los astros Una mujer con puertas que dan a cualquier parte O que jamás se abren A menos que por todas las grietas le hundamos la palabra limo o que en silencio mastiquemos el malsano olor de su cabello o la palabra augurio Una mujer azotada y gimiendo A punto de cometer un crimen Con puertas que dan a cualquier parte O que jamás se abren A menos que por todas las grietas le hundamos el nombre secreto de todas las mujeres Una mujer parecida a la aridez al humus a la podredumbre sobre el hueso

En ella violaron a todas las mujeres En ella violaron a todas las mujeres En ella está todo el dolor toda la sangre En su mirada se cuece la muerte Se forma como un extraño vegetal En ella está la lluvia sepultada Herida en las astillas y la voz Ella es la ceniza el umbral El cántaro roto donde los insectos inventan nuevos cantos En su matriz los dedos enfermos del ángel dilatan la semilla en su matriz los dedos enfermos del ángel dilatan la semilla en su vientre la noche se refleja olisqueando entre sus piernas mis pinceles ella impone sus designios y fractura con un poco de miedo ajusto la montura y la cabalgo de mi mano la noche recorre sus caderas como un ciego su cuerpo abre las puertas y la noche se derrama con todos sus murciélagos La noche sabe que su sexo se profundiza con las horas La noche sabe que su sexo se profundiza con las horas Hechizada por el resplandor de esa música la noche buscaba la manera de arrebatárselo a la sombra La noche la ha convertido en piedra en lumbre vertebral de lecho estéril Malherido combato por el reino Y me dispongo a tallar las heridas de la noche entre sus piernas

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Poema de amor para Sophie Von Kühn y contra ella Únicamente por reunirse con Sofía Von Kühn Amante de trece años Novalis creyó en el otro mundo

Jorge Gaitán Durán De qué sirve la virtud si tu cuerpo ha comenzado a arder Y pide a gritos los azotes y los tocamientos de rigor De qué servirá obedecer las leyes si tu cuerpo grita cuando pasas que atraviese tu inocencia con sucias palabras Tus muslos saben que los miran al pasar Tu espalda está marcada con mi lengua De qué nos sirve que sigas siendo virgen A Dios se le adora mejor cuando tiene que perdonar alguna falta Siéntate aquí juguemos Bebamos juntos el agua malsana de los cuerpos A Dios lo que es de Dios Y cada una de tus bocas reclama la leche del día La música y tu desnudez no se combaten La música y tu desnudez no se combaten Tu belleza y la oscuridad no se destruyen Llevo el peso de tu cuerpo debajo de mis párpados Abres las piernas para que las pesadillas de mis manos abandonen los abismos y tu sexo ilumina los viejos caminos de la tierra Es tu cuerpo el lamento de un bosque que se incendia El río que atrae con su murmullo a los sonámbulos El día se esparce por tu piel como si acabaras de nacer entre las piedras

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Desnuda eres el mar Tu cuerpo descalzo Y el mar arrojando las maderas contra la roca nocturna que arde entre tus muslos Mientras te retuerces el universo se detiene Petrificados todos los hombres La grupa de una yegua se escabulle entre maizales Desnuda eres el mar En la noche llega un dios y te destruye Al alba tu cuerpo comienza a rehacerse entre el follaje En silencio ofreces la hierba de tu espalda al horizonte Tu sexo responde a la canción de las estrellas Agita entre sus dientes el amor endurecido A los ríos verdes de pájaros muriendo Veo temblar tu cuerpo en el silencio Tu sexo se dilata humedeciendo los sueños y ensalivando los árboles En tus caderas reposan las arenas tranquilas de la aurora Las olas: el tiempo y sus rebaños Ya casi terminando vuelvo a medir el tamaño de tus grutas Te desbordas y de ti misma te desprendes como un fruto Aquí en el infierno sólo existe el río eterno de tu cuerpo y de él pacientemente se alimentan los lobos Tu cuerpo es el único motivo para el canto Es la única razón para volver y cantar entre asesinos

Silvio Martínez Palau Traductor Eating Poetry

By Mark Strand from his book: Reasons for Moving (1968).

Comiendo poesia

Ink runs from the corners of my mouth.

There is no happiness like mine.

I have been eating poetry.

La tinta me chorrea de la boca No hay felicidad como la mía.

Hoy he estado comiendo poesía.

The librarian does not believe what she sees.

Her eyes are sad and she walks with her hands in her dress.

La bibliotecaria no lo cree.

Sus ojos están tristes y camina con las manos en la falda.

The poems are gone.

The light is dim.

The dogs are on the basement stairs

and coming up.

Se han ido los poemas.

La luz es pobre.

Los perros suben por las escaleras del sótano.

Their eyeballs roll, their blond legs burn like brush.

The poor librarian begins to stamp her feet

and weep.

She does not understand.

When I get on my knees and lick her hand, she screams.

I am a new man.

I snarl at her and bark.

I romp with joy in the bookish dark.

Se 1es entornan los ojos; sus rubias patas como teas.

La bibliotecaria zapatea y llora.

No entiende.

Cuando de rodillas le lamo la mano, grita.

Soy un hombre nuevo.

Le gruño y le ladro.

Retozo alegre en la libresca oscuridad.

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Diego Rivelino Invención Sin que el tiempo imponga sus medidas arbitrarias, hacerte desde un primer pringue de vida con el respectivo amor primitivo; que un pensamiento agite el cigoto en su propia baba maravillosa y de unos labios del lápiz crear tus piernas: muslos maravillosos, o subiendo unos escalones, de lejos ver, una rodilla desnuda, un audífono desenredándose en la ternura de una mano que se mueve desde la profundidad de su falange, dibujando bromas al aire.

Tomar partes tuyas de una juventud precipitada entre las cosas y allí tus caderas, melancólicos taconeos por los corredores y ahí tu coro.

Al acabar un aguacero bajo el árbol de la vida, y contigo el agua.

Tal vez contrapunteando el pulso universal y el aleteo de tu falda, allí mi palma.

Pasa y sucede mujer cruzada de piernas, pasa y sucede indistinguible, y allí el tormento.

Me llamas algo con un tic tac que no miente, ¿quién eres? pausa y sucede.

Capturo el muslo en un andén como el que tarde recuerda respirar cuando cae molido de tanto cuerpo y fluido; Y de repente, un labio encaja perfecto en el vaso, en su café, dejo de resistir y pierdo como siempre.

Más aún no estás completa, te falta aliento, oler la yerba empinarte a pintar una pared, cambiar un bombillo, quemarte la planta en la arena caliente, romperte la uña, asomarte por la ventana, poner el pulmón al borde de mi oído y allí tu aliento.

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Te esconderé por siempre de esos amaneceres públicos, te escribiré en el borde invisible del imposible renglón.

Tu puño, dejaré quieto hasta mi próxima batalla contra el mundo, te crearé con la sangre puesta para mis ademanes, con los dedos de los pies apuntándome la pericia de ser y te veré alimentarme en el espejo como lo he programado: con el falaz lenguaje de este inútil texto.

Ubi Sunt A esos que nunca volví a ver, esas ráfagas que me atravesaron el costado y dejaron sus nombres como costillas, esas lumbres que un día hasta mis zapatos fueron y en el asfalto nos raspamos juntos hasta el alma.

Desde que no los volví a ver y narro hoy su espectro entre la bruma espantosa del recuerdo, quebranto la ineludible ley del universo, no olvido, no, nunca los olvido.

Fueron muchos aniquilados en una historia hasta ahora incompleta, a esos que no he vuelto a ver y en un vano intento por estallar la mente los evoco aún más y de tanta soledad los gatos se espantan de los tejados y las piedras siguen con sus caras de piedras.

Nunca los volví a ver y se repiten en ciertas notas y se multiplican en los pasos que marca una simple rutina: Jennifer azotó la puerta con sus pantalones en las rodillas. Álvaro consiguió una mejor prenda en las alturas de las Carolinas.

Rodolfo creció en el acné de su mejilla y estalló por fin.

María Helena, la de la masacre, se suicidó y nunca lo supe.

Richie, el viejo Richie en un trozo de mi negro pulmón

fue soplado gris a la inmensidad. ¿Qué podrán pensar de mí? ¿Qué imaginan en la distancia y como seré en sus fotos enmohecidas? un pájaro ciego volándoles la cabeza un ciego pidiendo piedad a dólar ¿Cómo seré yo ante su melancolía? un perro desvanecido en su propio orín una oración con rostro desconocido.

Esos que dejé al lado del camino, ojala me hubiera cansado y dormido en el resto de sus vidas pero estoy aquí, con placer dolor banalidades, la memoria en un vaso de espuma, los corredores llenos de pasajes secretos y caras nuevas.

Esos que deletreo recuerdo, por esta maldita costumbre de traer el pasado: me la deben.

David Cortés El desvelado El desvelado el que va con un lirio entre las sombras el que no tiene ojos ni sostén el que ha rodado en medio del desastre el que busca una estrella donde nada existe el que gozó una noche en otro cuerpo reprimiendo su orgullo y su desvelo hasta ocultar su timidez temblando insomne aún cuando la noche oculta el secreto de quien llega invisible y arroja sus cenizas contra el viento cuando su lengua enciende el oculto lugar que confundió aquel cielo de sus sueños y ciñó a su cintura la corona más pura de la agonía que roza este silencio.

Al muerto de Ash Avenue Con lo infrahumano del adiós donde el cuerpo exige su merecido tiempo libre para liberar las aves que baten sus alas de culpas y todo lo que queda del maldito atolondramiento en una esquina sin tienda, sin farol y sin puta.

Hasta aquí llegó zumbando quien sabe qué y creyéndose dios, con un libro describiéndole con un reloj marcándole imposible.

Sin embargo de su costado la sangre deslumbra al alba espesa de selva brota emancipada por el desagüe; Y hasta aquí llegó comiéndose la sombra y el resplandor haciéndose más volátil y presenciando boquiabierto la muerte con su arisco ardor de hembra.

El viento Viento que eres un camino en esta ventana en donde me abandono y eres una montaña que brilla junto al amanecer donde pasas la noche levemente en las copas de los árboles cuando cae el sueño y vienes silbando como quien ha perdido su rumbo persuadiendo el vuelo de los pájaros alcanza ahora mi voz hasta perderte con la desconocida que danza invisible y prepara mi última voluntad hasta que regrese la imagen más tierna del cuerpo que viaja hacia la transparencia

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Por Orlando López Valencia

Inquilinos Estábamos aburridos en el vecindario. Todos los sábados y domingos los vecinos de enfrente sacaban dos enormes columnas al antejardín y nos sometían a su eterna programación de vallenatos y música carrilera. Era tan fuerte el volumen que los vidrios cimbraban y para podernos escuchar entre nosotros teníamos que hablar a los gritos.

—Creo que es hora de mudarnos —le dije a Eleonor.

—Claro, como aquí no hay un hombre que nos haga respetar —intervino mi suegra.

Eleonor miró mal a su mamá y se solidarizó con mi decisión.

—Esa es la ventaja de no tener casa propia. Si no te amañas cambias de lugar y listo.

—Esa no es ninguna ventaja. Ventaja es tener casa propia y un hombre que se haga ver — refunfuñó mi suegra.

—¡Bueno, mamá, ya es suficiente!

Nos dimos a la tarea de buscar en los anuncios clasificados y durante la semana visitamos tres casas pero ninguna nos servía: una por oscura, otra porque tenía la cocina en muy mal estado y la otra por costosa. En la semana siguiente se nos presentaron los mismos inconvenientes hasta que Eleonor me llamó aparte y me dijo: —Conseguí una casa que se ajusta a nuestro presupuesto pero tiene un pequeño problema: asustan.

—¿Y qué castillo es ese?

—Ningún castillo. En esa casa vivían la tía de Nora y su sobrino. ¿Te acuerdas de ella?

—Claro, la gordita que estudió contigo.

—Me contó que un día su sobrino, que andaba en malos pasos, llegó con un paquete y cuando volvió a salir lo acribillaron a balazos. Eso fue

todo un drama porque la tía se puso tan mal que también se murió. Desde entonces Nora administra la casa, con tan mala fortuna que nadie dura más de dos meses. Ella fue muy honesta conmigo y se lo agradezco. Imagínate que los vecinos se quejan porque en las noches se escuchan cadenas y vajillas que se rompen. Te lo cuento porque siempre me has dicho que no crees en esas cosas y pensándolo bien nos ahorraríamos unos pesos.

Al día siguiente fuimos a ver la casa. Era blanca con las paredes rugosas, tenía una sala amplia, una cocina pequeña, dos patios y cuatro cuartos.

—Este es ideal para nosotros —dije al ingresar al último cuarto que quedaba en el fondo de la casa, separado del resto por un patio grande con un árbol de marañón en el medio—. Quedamos aislados de tu familia.

—Sí, me gusta.

Sobre el piso había una larga fila de pequeños cuadros de las ánimas benditas sobre un lecho de parafina. Sólo unas pocas veladoras todavía conservaban su mecha. Sentí temor.

—Entonces, ¿nos apuntamos?

—Probemos.

—Sólo te pido un favor: nadie de mi familia sabe esto y no quiero que lo sepan, tú sabes que son muy supersticiosos.

—No te preocupes.

Antes de salir recogimos los cuadros y limpiamos la parafina.

Nos mudamos el sábado. Mi suegra, Nubia, la hermana de Eleonor que trabajaba en un colegio y se había separado de su esposo, Mauricio, el hermano menor que saltaba de un empleo a otro sin encontrar ninguno de su agrado y por supuesto, Eleonor y yo. Organizamos el trasteo y después de

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una dura jornada nos sentamos a contemplar la casa.

Se veía bien. El aire circulaba por todos los rincones y la luz era justa en las habitaciones. Después de cenar Eleonor me invitó a nuestro cuarto. Tenía la sensación de estar en un motel o en un albergue de paso. No comentamos nada de nuestro secreto.

Hablamos de la buena ubicación del barrio, de la diferencia entre un barrio popular y este, totalmente arborizado y con un parque limpio en el que podríamos salir a caminar. Estábamos comenzando a conciliar el sueño cuando un estrépito seguido de un grito nos despertó. Quedamos sentados con el corazón en vilo y en un segundo encendimos la luz. Salimos al patio y nos dirigimos a la habitación de Mauricio. La luz estaba encendida y mi suegra trataba de calmarlo.

—¿Qué pasó? —preguntó Eleonor.

—Mauricio dice que de la parte de arriba del closet salió un hombre y se acostó a su lado — respondió Nubia porque Mauricio estaba lívido tiritando de miedo.

—No lo vayan a tomar a mal —dije—, pero si el hombre hubiera querido hacerle mal no lo estaría contando. Lo mejor es ignorar lo que pasó.

—Claro, como no fue a usted, le parece mentira —dijo mi suegra.

—Yo no he dicho eso.

—No vayan a empezar otra vez —dijo Eleonor—, tratemos de calmarnos. Yo creo que lo mejor es que por esta noche ustedes duerman juntos.

Volvimos a nuestro cuarto, tratamos de dormir pero el ruido de pasos sobre el techo de zinc nos lo impidió.

Mientras desayunábamos Mauricio trataba de describir la fisonomía del fantasma y mi suegra comentaba que lo mejor para erradicarlos era hacer un sahumerio con tres plumas de gallina negra.

Había una gran tensión cuando nos despedimos cada uno a su trabajo.

Esa noche, ya tarde, la que gritó fue mi suegra.

Aseguraba que el fantasma le había jalado el pelo mientras Nubia le daba agua con azúcar para apaciguar sus nervios. «Eso le pasó a tu mamá por espantarlo», le dije a Eleonor, en la intimidad, cuando había pasado el episodio.

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—No le veo el chiste.

—Me parece mejor que ponernos a temblar.

—Lo que pasa es que no todos estamos acostumbrados a vivir con el peligro como tú.

—No creas, a mí también me da temor. Una cosa es enfrentarse en el bajo mundo y otra muy distinta es enfrentarse con las ánimas.

La primera semana fue aterradora, pero en la medida que fuimos aceptando que no estábamos solos asumimos un silencio reverencial sobre algunos sectores de la casa. El cuarto de Mauricio y el de mi suegra sólo eran habitados de día y en la noche se trasladaban al cuarto de Nubia. Mientras tanto nosotros tratábamos de descifrar los ruidos que noche tras noche sonaban en el techo hasta que decidimos creer que eran ratones. El adjudicarle un nombre al misterio nos tranquilizó.

El viernes Eleonor sacó un papel de su cartera y me dijo: —Mira lo que conseguí.

Era una foto de un hombre joven con un amago de sonrisa.

—¿Quién es?

—Es el sobrino de Nora, el que mataron. Quiero mostrárselo a mi hermano a ver si lo reconoce.

—No me parece, ahora que las cosas se están apaciguando sería alborotar el avispero.

—Qué tal que lo reconozca, ya no sería una hipótesis, sabríamos que existe.

—¿Y qué ganamos con eso?

—No sé tú pero yo sí quiero tener esa certeza.

Nos dirigimos a la sala. Mi suegra tejía con dos enormes agujas, Nubia leía y Mauricio veía televisión. Eleonor se sentó a su lado y empezó a mostrarle fotos de cuando eran niños. Cada escena evocaba una anécdota hasta que le alcanzó la foto del difunto. Mauricio se estremeció y se puso blanco como un papel.

—¿Qué pasa?

—No sé quién es este pero juraría que es el hombre que sale del closet —dijo y devolvió la foto como si estuviera caliente.

—Qué coincidencia, pero este es un novio que tuve en la universidad. Tú estabas muy pequeño.

Eleonor le alcanzó otras fotos de la familia y

trató de restablecer la calma rota por su curiosidad.

Poco a poco nos fuimos imponiendo al temor pero cuando todo parecía ingresar a la normalidad sucedía algo extraordinario: los vecinos se quejaban del ruido que hacíamos en la noche, ruido que nunca producíamos. «Es como si estuvieran castigando a alguien con un látigo y adolorido suplicara que no más», me dijo una vecina consternada.

«No, señora, aquí no se castiga a nadie, si quiere la invito para que lo compruebe».

Ante tantas quejas Nubia decidió buscar ayuda y la remitieron donde un especialista. El hombre llegó una noche aperado con una cámara Kirlian y después de examinar la casa se apostó en el cuarto vacío y a las doce de la noche, con todas las luces apagadas, apretó el obturador y le tomó la foto.

Luego encendió la luz y nos dijo: —No deben temer, él está en otra dimensión, deben hacerle saber que ya no pertenece a este lugar. Ah, lo olvidaba, consigan unas ramas de altamisa y las colocan en cruz bajo el colchón. Al día siguiente nos mostró la foto: era una luz intensa como el arco que produce la soldadura autógena.

No producía temor, al menos a mí. El especialista nos refirió casos semejantes y nos garantizó que si seguíamos sus instrucciones en muy poco tiempo íbamos a superar el problema. Ya habían pasado seis meses y mi relación con Eleonor había empezado a deteriorarse por las permanentes intromisiones de su familia y porque en medio de tanto espanto nuestra vida íntima se había reducido a identificar los ruidos sobre el techo: el lunes eran ratones, el martes eran ratas, el miércoles, curiosamente escuchábamos el aleteo de pájaros enormes, el jueves, casi siempre había un silencio sepulcral y el viernes alguien corría y su respiración agitada la escuchábamos amplificada en el cuarto por un lapso no superior a cinco minutos. Después todo era calma. Los fines de semana bebíamos ron y sumidos en el alcohol dormíamos profundamente.

—Eleonor, quiero que vivamos solos.

—Me gustaría pero tú sabes que no puedo abandonar a mi familia. Además, aquí lo tienes todo. Nos saldría mucho más costoso. ¿Qué te molesta?

—Me haces falta.

—Yo sé que no estoy cumpliendo como esposa pero debes entenderme, me siento observada.

Además no dejo de darle vueltas a lo de la caleta.

—¿Cuál caleta?

—¿No te conté?

—No, no sé nada.

—Nora me contó que el paquete que guardó su sobrino antes de que lo mataran eran dólares y nunca lo pudieron encontrar. ¿Qué tal si lo buscamos?

—Si había billete, con todos los que han pasado por aquí ya no hay ni el olor. La verdad yo no quiero saber nada de esta casa.

—Nada perdemos.

A la hora del almuerzo Nubia nos informó que Nelly, una tía que vivía en Pereira, vendría de visita.

Todos se alegraron y recordaron la época en que vivieron con sus primos. Cuando nos alistábamos para salir llegó la tía Nelly, una señora elegante con una hermosa sonrisa y una voz dulce.

—Tú debes ser el tormento de Eleonor.

—El mismo —respondí sin saber a qué se refería.

Lamentamos no poder quedarnos más tiempo y nos despedimos.

En la noche la tía Nelly se esforzó por contarme toda la infancia de mi esposa, sus primeros novios, los grandes partidos que dejó plantados por privilegiar el amor. Mi suegra me miraba con rabia como diciendo: «todo lo que dejó por esta porquería». Después de una larga tertulia, la tía, cansada, pidió su cama. Eleonor la llevó al cuarto que había sido de Mauricio, quitó el edredón y le alcanzó una cobija de lana.

—Que descanses, tía.

—Gracias, mi amor, voy a dormir a pierna suelta. Ese viaje para mí ya es muy pesado.

Era miércoles, día del aleteo de los grandes pájaros. Escuchamos su extraña música como si asistiéramos a una misa negra y le rogué que hiciéramos el amor. Dudó pero accedió. Estábamos en medio de las caricias cuando una voz gruesa y fuerte se escuchó desde el centro de la casa.

Eleonor se cubrió con la cobija y yo me puse el pantalón de una pijama. Salimos corriendo y nos

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encontramos con la tía Nelly parada en la puerta del cuarto con los ojos desorbitados, hablando en una extraña lengua. Cuando terminó su incomprensible discurso del que solo rescatamos la palabra dólares, se derrumbó exhausta. Eleonor y yo la levantamos y la acostamos en la cama. Sudaba copiosamente.

Su rostro, unos minutos antes desencajado, volvió a su forma dulce y se durmió.

Nos reunimos en la sala a tratar de comprender lo ocurrido y mi suegra nos dio la explicación.

—Nelly hace muchos años fue médium.

Con su hermano y otros amigos cultivaban el espiritismo. Todos los viernes se reunían para invitar personalidades que les ayudaran a entender el mundo, hasta que Nelly se casó y su esposo se la llevó a vivir a Santa Marta. Años después, cuando él murió, ella regresó, pero para entonces ya se había desbaratado el grupo. Yo no sé mucho de esto pero creo que el difunto se posesionó de ella.

Todos teníamos el miedo dibujado en el rostro.

La tía Nelly no quiso hablar del suceso, sólo nos dijo que no debíamos temer. Dos días después se marchó tan amable y dulce como llegó.

—¿Te diste cuenta que el finado dijo dólar?

—Sí, ¿y qué?

—Es cierto, lo de la caleta es cierto.

—La verdad ya estoy cansado, quiero una casa normal.

—Busquemos, busquemos. Nada tenemos que perder.

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Eleonor, frente a mi apatía sobre la caleta, le contó a su familia y en poco tiempo levantaron el piso, rompieron muros y cuando la casa era una ruina decidí marcharme.

—Mi mamá tenía razón. Una necesita un hombre que se haga ver, que responda por la casa.

Era la primera vez que Eleonor se me enfrentaba.

Siempre había sido muy respetuosa conmigo, no sé si por lo rudo de mi oficio, o porque con ella siempre fui distinto. No me sentí agredido porque ella sabía de qué era capaz. Si no intervine con los vecinos ruidosos fue por prudencia y también porque respeto a su familia. Ella se había esforzado tanto por pulirme que no quería defraudarla.

—Y si no encuentran nada, ¿quién va a pagar la reconstrucción?

—Es nuestro problema. Además ¿de dónde acá te preocupas por mis deudas?

Nubia, Mauricio y mi suegra se acercaron. Cada uno traía en sus manos una herramienta y el sudor les corría por el rostro.

—Algún problema —dijo mi suegra con los ojos encendidos por el odio.

Ya no existe la casa. En su lugar hay un edificio dedicado al espiritismo. Eleonor ha tratado de comunicarse conmigo pero yo no sé meterme en otro cuerpo.

Por José Luis Reyes

Bakery Taiwan Ernesto camina apresurado en busca de abrigo.

En su búsqueda se tropieza con una multitud de chinos y coreanos que cuando marchan por la calle chocan con el que se pone al frente. Por fin llega a su cafetería preferida, con ansias de tomar un café para aminorar el frio polar. Se sienta y ocupa el mismo lugar de siempre. Huele el aroma de café que se mezcla sin objeción con la leche. De pronto, se ve así mismo reflejado en la taza de café. Se mira con cierto desconcierto, sin rumbo y abrumado.

Levanta la cabeza y sus pupilas son iluminadas por el color ocre, reflejo del tejado que cubre el templo que Ernesto observa todos los días mientras toma una taza de café. ¿Qué hacer con una existencia vacía y ordinaria? Se pregunta. Lo animan sólo los recuerdos y le aterroriza su condición de desterrado. Desde ese espacio conquistado, en la Bakery Taiwán, continuamente observa y siempre encuentra algo diferente en esa iglesia tenebrosa, de imitación medieval y nocturna que reposa en la calle 37 del barrio de Flushing. Emerge como un lugar silencioso y Ernesto ha penetrado en ella desde el cristal de la panadería. Se imagina a monjes encerrados y escribiendo todo el tiempo o a un lúgubre sacristán que hace repiquetear la campana.

Esa tarde el cielo era grisáceo y una furiosa lluvia diagonal y espesa aceleraba la caminata de cientos de transeúntes que apremiaban llegar a su hogar.

A los pies de la iglesia una línea interminable de sombrillas esperaba el bus Q23. Todos se protegían como podían contra el azote del temporal en espera de un arca que los trasladara a su cobijo. Ernesto recorrió la línea y pudo notar que sólo una persona no tenía paraguas. Era alto, fornido, con el pelo recortado, muy visible y vestía un pantalón jean roto y gastado y un polo verde olivo ceñido a su

cuerpo que se dejaba ver y un jacket largo color beige que se mantenía abierto. Soportaba inmutable el influjo del diluvio. Columnas de agua recorrían su rostro, pero él se mantenía firme con la mirada al frente y la barbilla enaltecida. El resto de mortales que lo acompañaban en la fila, tiritaban de frío y advertían la presencia de ese ser hecho a prueba de tormentas. Ernesto lo miró fijamente y tras varios minutos de escrutinio, exclamó para sus adentros: ¿Ese huevón no será Luis Alberto Mendoza? *** Después que Ernesto cumplió los 17 años, no sabía si seguir los consejos de su hermano mayor, que insistía; “Tienes que ingresar a la universidad.

Es lo mejor que te puede pasar. ¡Ah! pero debes elegir una carrera que te sirva como instrumento para que ayudes a los más necesitados”. Si bien Ernesto había asimilado la ideología de izquierda de su hermano, siempre quiso ser un marino, como lo fue su papá, que participó activamente en la guerra con Ecuador, en 1939. “En este país el único camino para prosperar es la vía militar. Ahí te vas hacer hombre de verdad, conocerás nuevos países y conseguirás una carrera”, le repetía.

—Mira a tu hermano. Se la pasa leyendo y estudiando y ¿de qué le ha servido? De nada. ¿Le conoces tú algún trabajo fijo?

—Que yo sepa, no —Ahí está. Tú mismo lo dijiste. Nadie sabe donde trabaja. A esos izquierdistas nunca les gusta trabajar, quieren vivir de su floro, de su chamullo. Y tú ¿qué tienes ahí? ¿Qué estás leyendo?

—A Vallejo.

—Esas son huevonadas. Ya deja eso y prepárate que ya te viene lo bueno.

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Su padre se aleja convencido de que su hijo menor hará lo que le conviene.

—¿Qué hago? se preguntaba Ernesto ¿Cómo conciliar las exigencias de su padre con la de su hermano? Esa incertidumbre se disipó cuando recibió una carta oficial que lo invitaba al servicio militar obligatorio. Ernesto iba rumbo a una experiencia excitante. Por fin se iba cumplir su deseo de ser un marino. Y su padre, viejo marino de mar, sonreía pues su último hijo, “el conchito”, iba a seguir sus pasos.

El día indicado, Ernesto se presentó muy temprano en el campo naval del Callao. Cientos de jóvenes, angustiados y algunos aterrados, esperaban instrucciones. De pronto un infante de marina, con uniforme verde olivo, apareció y observó la muchedumbre. Su rostro era duro, de mirada penetrante, de baja estatura y ostentaba un abdomen poco militar. Se subió a una tarima y dijo: —Todos los que deseen ser miembros de la gloriosa Marina de Guerra del Perú formen una fila a mi derecha, y los que no, hagan otra fila a mi izquierda.

De inmediato todos buscaron sus posiciones.

Mientras que el militar vociferaba, “muévanse carajo, formen, formen”, los candidatos a marino, en medio del desorden, se atropellan unos contra otros, hasta que por fin se forman las dos líneas.

El suboficial abre los ojos y descubre un escenario que lo disgustó. La fila de la izquierda es el doble que el de la derecha. La voz estridente del sargento irrumpe y causa temor entre los aspirantes, y el marino cambia la estrategia de su exhortación.

—Todos los verdaderos hombres, los patriotas, los que tienen huevos formen a mi derecha y todos los maricones, antipatriotas, hijitos de su mamá formen a la izquierda.

Un largo silencio azota la instalación militar.

Ernesto colocado a la derecha del marino, pudo ver que sólo un larguirucho candidato, de más de metro ochenta, escuchó y asimiló la poca cristiana arenga militar, y se pasó a las filas de los “valientes”.

Ese sería el mejor amigo de Ernesto: Luis Alberto Mendoza..

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*** Ernesto se levanta de la cafetería Taiwán, cruza la Main Street y mira fijamente a un empapado Luis Alberto.

—Hola calichín—dice Ernesto— Luis Alberto baja la mirada, piensa y parece que su cerebro tarda en rebobinar sus recuerdos.

—Calichín, no, por la puta madre ¿eres tú? responde Luis Alberto.

Ambos se miran, se abrazan, se separan y se vuelven a mirar. Calichín era la palabra mágica e inconfundible que sólo ellos entendían. Tal como estaban, sonriendo y mirándose uno al otro, cruzaron la calle e ingresaron a la cafetería.

—Vamos, te invito un café, dice Ernesto.

—¿Café? ¿Aquí en Nueva York no venden chelas?

—Sí, pero los lunes nunca tomo. Sólo a partir de los miércoles.

Mientras se seca la cara con una toalla Luis Alberto dice, —Lo que pasa es que esa lluvia me ha secado la garganta.

—Pues será lo único seco que tienes. Pero cuéntame ¿A dónde vas? ¿Vives en Queens?

—No, yo vivo en Hawái y vengo por unos días a visitar mí tía, aquí cerca, por la Whitestone.

—Tenemos que vernos cuando tengas tiempo, para chupar como en nuestros viejos tiempos.

—Hoy no creo que se pueda. Mi tía Elsa me está esperando.

Luis Alberto observa a su envejecido amigo y le pregunta: —Ernesto ¿qué chucha haces tú aquí? Si mal no recuerdo, ¿No odiabas a los gringos?

—Bueno no hay que generalizar. Sabes que sí, y tú también no te hagas el huevón.

—Pero como llegaste hasta Nueva York.

—Tuve muchos problemas, problemas que me ocasionaron por pensar distinto y denunciar los abusos del gobierno. Salí del país presuroso, casi escapando. En fin, otro día hablamos de eso. Veo que tú eres un verdadero Marine. Has echado un cuerpazo, estás macetón. Todavía recuerdo que eras

flaco y escuálido y nadie daba una moneda por tu futuro como marinero.

—Sí, fue una buena experiencia en Perú. Aquí sí me sacaron la mierda por seis meses, en la base de Forecast, en North Caroline. Luego viajé y conocí varios países de Europa y Asia y ahora vivo tranquilo en Hawái.

—Recuerdo que no podías ver a un peruano gringo con uniforme de la marina. Los odiabas.

Ahora te entregaste a los verdaderos gringos. ¿Quién te entiende?

Hace más de 20 años que no sé nada de Luis Alberto. La última vez que lo vi, en su casa del Callao, tenía un aspecto distinto. Ostentaba un mostacho, pelo largo y había adquirido una nueva identidad. Había retornado de California y vivía en casa de su padrino. En California conoció a una irlandesa, se enamoró de ella y hasta la llevó a su barrio. Cuando Luis Alberto arribó al Callao del brazo de una gringa y qué gringa; la pareja causó sensación y él estaba feliz. Como dicen que la felicidad es corta y el tormento largo, dos años después regresó al barrio y se hundió en la depresión. No salía, no quería comer y sólo se enfrentaba—por largas horas—a la televisión. Su irlandesa, aquella gringa con cara angelical y de voz dulce, lo abandonó por un hombre más viejo y de economía más solvente. Luis Alberto, con su inglés masticado y calmoso, despachaba en una Deli y nada más. La traición fue un golpe mortal que lo hizo divagar e ingresar a un período largo de inseguridad acerca de su futuro. Una noche me llamó y me dijo: —Me voy a enlistar a los Marines. Ya está decidido. Y deja de joderme porque esto va en serio.

—¿Estás loco? No te creo. Te fuiste del Perú odiando los oficiales de la marina.

—Qué chucha voy hacer. No tengo alternativa.

Quiero ser alguien en los Yunaites.

—¿Por qué no estudias? Tu familia puede mantenerte.

—Si lo he pensado, pero desde que pisé suelo norteamericano, algo me sucedió. Ya no leo ni los carteles publicitarios, no voy al cine y odio la maldita política.

Ahora juntos de nuevo, ambos se olvidaron del tiempo y recordaron aquellos momentos difíciles en el servicio militar. Luis Alberto y Ernesto tenían dos cosas en común: los dos habían nacido en el Callao y paralelamente desarrollaron, por influencia de sus familiares, ideales de izquierda. ¿Cómo se decidieron—entonces—ingresar al servicio militar en 1982? Peor si antes ambos, por separado, habían participado en movimientos estudiantiles, a fines de la década de los setenta, en plena dictadura militar.

La década de los ochenta, en Perú, se inició con elecciones libres y con la aparición de un movimiento guerrillero que marcaría con sangre los siguientes veinte años de la historia peruana.

Muchos jóvenes, como Ernesto y Luis Alberto, se entusiasmaron con la irrupción del grupo insurgente.

Ellos se enteraron de la actividad guerrillera en el campo de entrenamiento naval ubicado en la Isla San Lorenzo.

—¿Te acuerdas en la isla cuando en la compañía “Charly” el sargento Marcalupú nos sacaba la puta madre? rememora Luis Alberto.

—Siempre me acuerdo de tres personas: de ti, de Marcalupú y del miserable teniente Espinoza Canessa.

Para Ernesto y Luis Alberto los primeros síntomas de incomodidad contra los “anglos” oficiales de la marina no empezaron en la Isla, sino en la base Aeronaval del Callao, donde fueron destacados. Los tenientes Espinoza Canessa y Giampietri, usualmente buscaban cualquier motivo para castigar a los subalternos. Eran los más temidos.

—Ese concha de su madre de Espinosa pretendía ser un dios. Te acuerdas cuando le metió un puñete a Chipana porque se mordió los labios en plena formación. O cuando le lanzó un plato de comida en la cara al mesero Corimayhua porque éste le llevó una presa de pollo con la mano. O cuando ordenó que golpearan al suboficial Quispe que salió a escondidas del cuartel por qué su mamá sufría una enfermedad terminal y como último deseo quería ver a su hijo.

Alberto escucha detenidamente a Ernesto y su expresión se endurece a medida que recordaba al

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teniente Espinoza. La bakery estaba cerrando sus puertas y pronto ambos se pararon y fueron con dirección al “Codebar”. A la entrada de la barra se escuchaba cantar a Héctor Lavoe “Todo tiene su final”. Al compás de la música de Héctor bebieron y hablaron por largas horas.

—Ernesto, nunca te has preguntado por qué el teniente Espinoza nunca se metió con nosotros.

—Quien se va a meter contigo con tu metro ochentaicinco. Y yo siempre estaba a tu lado.

—No es por eso, Ernesto, ese maricón, racista de mierda, sólo abusaba de los cholitos, de los serranos, de los campesinos. Ese era el tipo de subalternos que buscan en la marina: ignorantes, fácil de domar y que no protesten.

En una oportunidad Ernesto tuvo en la mira de su fusil—FAL al teniente Espinoza. Estaba de servicio en el torreón 5 y de ahí observó como golpeaba a un subalterno. Ernesto apuntó al rostro del oficial, respiró profundamente, titubeó y al final dejó caer el arma.

—¿Por qué no disparaste huevón? Lo cuestiona Luis Alberto.

—Nunca podré responder a esa pregunta, replica Ernesto. Una mesera quimbosa se acerca y le pregunta a Luis Alberto si quiere bailar. A lo que él responde que no. Ernesto se para y coloca dos billetes de a dólar en la rockola. Quería seguir escuchando a Héctor Lavoe, mientras siguen bebiendo y hablando del pasado.

Ambos sentían como suyos el sufrimiento y los abusos a los que eran sometidos los subalternos— indígenas. Era como si hubiesen heredado el dolor de sus antepasados. Luis Alberto había logrado un gran prestigio entre los marineros. Nunca se callaba y protestaba cuando era necesario. Gracias a él los marineros obtuvieron colchones nuevos donde dormir y logró que se mejorara el “rancho”.

Ernesto no resistió mas e inquirió a Luis Alberto: —Hay un secreto a voces sobre tu fuga. He escuchado historias del todo tipo. Que te fuiste con la guerrilla, que encontraron tu cuerpo en Ayacucho, que fugaste del país.

Cuéntame, cómo fue que humillaste al teniente Espinoza. Sólo escuché rumores y trascendidos. Hablar sobre ese

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tema estaba vedado en el cuartel. La marina trató de ocultar los hechos por vergüenza.

Luis Alberto sonríe y se alista a contar uno de sus mayores secretos.

—No me interrumpas hasta que termine. Elegí un sábado. Yo estuve de guardia en el turno de 10 de la noche a las 2 de la mañana en el torreón 8, allá en los últimos infiernos, cercal al rio Rímac.

El teniente Espinoza Canessa estaba de oficial de ronda. Traté de estar bien despierto y esperé pacientemente que Espinoza pasara con su Jeep.

Llegó al fin y tras intercambiar los santos y señas de regla, desde el torreón le grité: —Teniente veo algo extraño como a unos cien metros.

—Extraño ¿cómo qué?

—Parecen que son personas que se deslizan entre la vegetación. Pero sólo veo sombras. Usted tiene linterna. Suba por favor, suba para observar mejor.

Espinoza mira a su alrededor. La noche se presenta más lóbrega que nunca. La luna, oculta, confabula contra el oficial. Los grillos guarecidos en la vegetación, chirrían sin cesar. El oficial de la marina duda en un instante, mira su reloj y son las 12:35AM. Sus ojos azules brillan, levanta su quepí que le obstruye la mirada. Sale del Jeep, se ajusta su cinturón y recoge su ametralladora Usi. Aún con cierto recelo decide subir, pues no quería que ocurriera ningún incidente durante su guardia. Una vez en el torreón el oficial apunta con su linterna por donde le indica el marino. Entretenido, el teniente Espinosa, es sorprendido por Luis Alberto quien le apunta en la cabeza con su pistola Browiling.

—Así te quería ver huevón. Asustado. Machito eres ¿no? Ahora te quiero ver.

—No haga locuras grumete. Guarde su pistola y le juro que yo me olvido de esta ocurrencia.

Espinoza estaba amarillo, sus ojos azules se humedecieron y sus piernas tambaleaban. Luis Alberto lo obligó a que se arrodillara, por detrás ató sus manos, lo amordazó y amarró sus piernas. Con la bayoneta hizo añicos el uniforme del oficial. No sin antes llevarse todas sus pertenencias, lo abandonó dentro de la garita en posición de cúbito ventral.

—Muerde la tierra miserable, le espetó mientras le pisaba la cabeza y la espalda.

Luis Alberto se subió al Jeep y visitó los puestos 9,10 y 11. Sometió a los vigilantes—grumetes y se llevó cinco pistolas y cuatro fusiles—FAL. Con su botín cruzó el rio Rímac y desapareció en la oscuridad de la noche.

—Ja, ja, ja. Salud carajo. Le hiciste la cagada al miserable de Espinoza. Como tú, él también desapareció del cuartel, acota Ernesto Y luego ¿qué hiciste?

—Ya no seas chismoso. Ya viste me volví gringo, marine, una irlandesa me puso los cuernos, me casé con una china de Hawái y ahora sólo quiero disfrutar de la vida. No más política, ni nada.

Adoro mi vida individual y el resto se va al carajo.

Creo que ya me sacaron la mierda lo suficiente. Y tú ¿Cómo llegaste a este país?

—Es una larga historia. Yo también salí huyendo del Perú. Sabes que la labor del periodista independiente es peligrosa. Los artículos sobre derechos humanos que escribí molestaron al gobierno del “chino” y a su “doctor”. De tal forma se me inició un proceso de amedrentamientos con seguimientos, amenazas, persecuciones, hasta que me arrinconaron y tuve que abandonar mi país, para proteger a mi familia y a mis mejores amigos.

Ernesto no quiere llorar, pero su pecho se entumece, hace un esfuerzo, respira profundo y llora. Se siente sólo en medio de tanta gente de

escasa espiritualidad. Sintió un alivio al encontrar a Luis Alberto.

—Espero regresar pronto a Perú. Ya estoy cansado de este país. Creo que he vivido en carne propia una larga y lenta pesadilla.

—Olvídate de esas huevadas Ernesto y vamos a divertirnos.

—Nunca pensé que iba a caer en este país. Estoy sólo y los vecinos ni te miran.

—No hables tonterías. No todos son así. Mira, me voy a ver a mis tíos. Te llamo para reunirnos y tal vez te lleve a Hawái. Esas chinas de Hawái son calentonas y ellas sí que tienen un espíritu muy cálido. Nos vemos pronto hermano.

Se despidieron con otro abrazo. El Marine alcanzó un taxi conducido por un chofer que portaba un vistoso turbante y una barba sin fin. Ernesto recogió su inseparable maleta, se la colgó como bandolera y enrumbó, caminando, a su departamento. Mientras camina, la nostalgia, la ausencia de su familia y de sus amigos siguen haciendo mella en sus emociones.

Llegar a su departamento y de nuevo verse solo y ausente lo abatía. De ahí que la idea del retorno a la patria volvía a resonar en su cabeza. De la misma forma que Luis Alberto apareció, desapareció.

Ernesto nunca más supo de su amigo y, como todos los días, se sigue parapetando en la Bakery Taiwán y sigue observando—desde el cristal— ese extraño templo color ladrillo, alucinando un mundo fantástico en su interior.

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Por Silvio Martínez Palau

Hoy les dieron veneno a los niños ―¡Uy! Si hubieras visto. No sabés lo que pasó en el Tres estrellas. ―¿Volvieron a multar a don Adolfo? Ese hombre no aprende a no venderles trago a menores de edad. ―No hermano, hubo muerto y todo. De allá vengo. ―¿Qué pasó? ―Ya te dije, que mataron a alguien… ―Contá, entonces, contá. ¿Qué fue? _¿Vos conocés al señor ése que trabaja en la carnicería? Un señor alto que vive por donde doña Yolanda. ―¡Ah, sí! Rosales. ¿Qué pasó, lo mataron? ―No, mató a otro, uno de Cali que estaba bebiendo solo. ―¡No jodás! Eso es imposible. ¿Y cogieron a Rosales? ¿Le dio un balazo al otro o qué? ¿Con cuchillo? ―Un balazo, oíste. Y yo estaba parado ahí al lado. Me lo patié todo. Parece una pesadilla. ―No me digás. Y ese hombre que se ve tan callado. ¿Pero qué pasó? ¿Por qué? Explicame.

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―No lo vas a creer, pero de pronto ambos, él y el muerto, ya estaban a los gritos. Que veneno es el complemento directo decía el uno, y Rosales que no señor, que es el indirecto. ―Yo no sabía que ese hombre tuviera algún interés en la gramática. ―Sí, no. Te digo, no me explico cómo comenzó una discusión de esta naturaleza. Estaban muy borrachos, tal vez. ―No, no te lo creo. ¿Que el complemento directo? Estás inventándome. Ya dejate de cosas. ―Y tenían que cogerla conmigo. Rosales me ve y pega un grito: ¡Oiga, profesor! Vea, él es profesor, y me señala. Los dos que discutían se vinieron a donde yo me sentaba―ron en mano.

Se tambaleaban. Y Rosales me sale conque “oiga, profesor, vea, resuélvanos un problemita que el señor y yo tenemos”. “Si usted es profesor” me dice el otro hombre, el de Cali “por favor, díganos quién tiene razón. Vea le explico―siguió: en la frase ‘Hoy les dieron veneno a los niños’, veneno es el complemento directo. ¿Sí o no? Diga. Y ‘a los niños’, el complemento indirecto, no como el señor

a mi derecha dice, que es todo lo contrario. ¿Cuál de los dos está bien? ―Bueno, pero ¿lo mató sólo por eso o cómo? ―No sé. Sí ¿no?; pero dejame te termino. Yo ya me iba a poner a explicar… ―‘A los niños es el complemento indirecto ¿no? ―Ni se te ocurra decir eso frente a Rosales.

Pero pues, vos sabés que yo enseño y ya me iba a poner a dar lección. No sólo les iba a decir ―y así calmarlos un poco aunque fuera, pues ya se estaban dando empujones― que sí, que en la oración que discutían, el vocablo veneno es el complemento directo del verbo dar, como decía el forastero.

O sea, que el verbo dar de un sujeto plural no identificado en la frase implica en sí un objeto, un objetivo directo, dar algo. ¿Qué? Veneno, en este caso… ―Y que si algo se da tiene que ser a alguien, me imagino. ―Ajá. A alguien que indirectamente recibe la ación de dar veneno, de envenenar, que serían los niños, ‘a los niños’. Aunque te digo, aquí entre nos,

que más directa no me puede parecer la acción de envenenar a unos pobres niños. ¿No te parece? ―¡Gramática, cuantos crímenes se han obrado en tu nombre! ―No te burlés que esto es serio. Imaginate que inclusive quería decirles que no olvidaran que el hoy al comienzo, un adverbio de tiempo, podría llamársele un complemento circunstancial, ahora que los dos caballeros discutían complementos.

Pero no. Cuando menos pienso, veo a Rosales sacar una pistola y decirle al otro: “¿Sabe, mano? Lo que pasa es que usted es un hijueputa” y tan, le da un balazo a quemarropa. ―¡No! ¿Así nomás? ―Sí hermano. Muy barro la cosa. ―¿Y lo cogieron? ¿Vino la policía? ―No sé… Pero sí. Todos sujetaron a Rosales, que se le cayó la pistola apenas vio al hombre retorciéndose en el piso. El bar quedó oliendo a pólvora. Yo me escabullí, vos sabés que tengo problemas con la policía. Pero es un pesar lo que pasó porque ese muerto tenía toda la razón.

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Virginia Beatrhice Benavides Avendaño

Hotel tres estrellas Una canción para coger rumbo de níspero podrido en los jardines velándose desde tu mirada.

Imagina un coro de espectros bajo la cama cantando en tu suburbio corazón. Estás solo. Nadie en el camino a quien pedirle de beber…el vacío es un hueco luminoso. Solo como la corrosión en los barcos anclados, como el camino a casa en la madrugada. Retienes el fuego interior para amarte.

Los muchachos del verano aspiran el sol y tú en tu cuarto escribes consolándote. * Hubiera deseado una casa frente al mar, una isla o un barquito. Alma de navegante, entre el bullicio me hubiera adiestrado en el silencio trazando mapas como poemas visuales y viajar en coordenadas de luz. La casa frente al mar hubiera sido para mi reconciliación con el mundo. Mis amigos vendrían a verme, pasaríamos veladas en éxtasis místico o bebiendo, hablando de nada y siendo muy cuerdos, hasta que no lo aguantaría y los echaría a patadas o los abandonaría como una casa tomada por fantasmas. La isla me cobijaría entonces y yo sentiría el viento acariciarme la mejilla y decirme “¡ah perdido eso es lo que quería, tenerte para mí”.

Y el ruido del mar y el viento y la soledad y la isla abandonada sin nadie a quien pedirle agua ni hoguera qué prender me atraparía y yo tendría que aceptar los cambios de humor del viento, soportarlo todo por orgullo de no querer regresar a casa y me adiestraría en el arte de no necesitar. Hasta que un día al viento le hartaría mi quietud y la isla se iría convirtiendo en habitación de espectros, recuerdos de naufragios y silbidos asesinos en manifestación de todas mis culpas y yo empezaría a correr como

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un poseído. Y no me quedaría más qué coger el barco encallado y... partir ¡oh partir para siempre hacia el mar! ¡el mar.. el mar!.. Pero lo sé, no hubo barco, ni isla ni casa frente al mar. Solo este sueño borroneado que se ahoga. Estoy a oscuras. * Las horas como una espera letal en la cornisa Salto en llamas para reaparecer enceguecido Velo de sol, una mirada que detiene tu prisa derritiendo agujas en el pinchazo de una eternidad de helecho Ajeno a todo el esperma citadino danzando transparencias, vacíos de ton sin son y ahí permaneciendo Como un amanecer de boleto al abismo que palpas en el ensimismar del licor macerándote el vuelo.

Las horas que nunca avanzan para el que espera catatonía de un tiempo ido (Estrofas inspiradas en el motel Bates de Psicosis) Imágenes de la enterrada

Y más he de huir de mi razón de mi verdad bien servida de mis brazos abrasivos y más he de encontrarme La cruel. La que ama los rincones orillados.

La victima de sí misma.

Cicatrices como lombrices vivas arrastran su fosforescencia en la memoria.

Dolor de la parturienta. Neuronas supurando detrás de la sutura.

Nacimiento de una idea abortada la víspera. La condenada y su re cuerdo Muda vacía jirones de incendiadas palabras Toda la soledad de ser perseguida por un rostro de trizada ave.

Toda la sensación de triturada lengua. Odas interiores que no salvan nada.

Destellos de incendio. Veladas imágenes que poseo.

Monstruosidades mías que no dan miedo.

Aletazos en la desesperación Entrañas donde el corcel se pierde, bosque encantado. Tan roja y cristal tus ramas, tus descensos. Todo enredado el pez boquea. Todo redada el pescador fosea. Anzuelos que tiendo mientras espero. Corcel hundiéndose en un mar de lágrimas que salpican tus hojas.

Entrañas para los perros.

Corazones disolviéndose en la cal de la fosa común Todo es lo mismo. Oquedad de nuncas y siempres todo extremo en el centro es un despecho. La garza o el equilibrista ciego a orillas del estanque o al filo de la cuerda.

Todo es lo mismo. Salvación del vacío: el deseo es siempre hambriento. Ángeles caídos en la fuente de los deseos Han llegado. Cometa o pájaro sus transfiguraciones. Rumor húmedo en el sexo, sus mutaciones. Han llegado. Tuvieron sed. Sus manos escarbaron las arenas.

Latidos de agua entre las dunas ¿han llegado?

Alas envejeciendo en la fuente riente hablan del tiempo. Las tardanzas.

El sonido: saltado de tímpano para la muerte Come sordera. Oído al tañido desteñido.

Yanta sordera.

Que liberen los golpes secos.

El desliz de un cuchillo al cortar la lengua.

El rayo que incendia mi cuerpo de madera. Que respiren afonía todas las palabras. Mudanza de voces, llanto yanta sordera Marioneta catatónica besando el aire Mi titiritero envejece. Se le enredan los hilos, se duerme en otro cielo, olvida cuidarme. Muchas mañanas amanezco inerte, desesperada, mirando el cielo raso fijamente.

Cuando se habla de las palabras siempre los nudos son difíciles de desatar: Se demora el poema. (poema publicado en algunos blogs virtuales) Ocultarse en fragilidad para no delatar lo que consume: incendios rojos de pena y hastío y rabia encenizándolo todo. Nadar en nada. Asolar campos semánticos para desaparecer la voz de las raíces.

Una puerta en la niebla esconde su cerrojo. Loco bus hacia los paraderos ocultos por la ley de los desvíos. Diamante de espuma para un visceverso encuentro con el gris trino de tus veredas.

Barrendera del alba, tus mudanzas y deleites en las hojas caídas de lenguaje amarillo, tus conquistas de aire puro en los parques recién nacidos, tus plumas insulares cosiéndote al día. La casa abandonada del que te besó por primera vez, la vereda agrietada y las calles de tierra muerta en que tomas el bus de un sueño que se sumerge en este amanecer insomne.

Precaria vida estos roces, este azul hallado para ahondar el pozo y mantener supurando la herida o cicatrizarla. Dolor de ser, vergüenza. Una luz radiografiando el abandono de haberlo contemplado todo. Un desahucio y una vuelta de tuerca en el filo de las cuerdas. Ángel cayendo en vuelo: una luz abrazando la niebla y tus máscaras intervenidas por las muecas del fuego. (de Sueños de un bonzo. 2013)

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¿Quién agita las aguas y convoca a escarbar en el origen una respuesta al ruido consumándose? ¿Qué voz ancló sentido en este desierto de aguas estancadas como un desquicio?

La ciudad y su fiera calma en tus ojos de sal, la escafandra en el corazón y un rumor a herrumbre en los anclados umbrales donde mis ancestros bebieron la tarde en balsas naufragas como los sueños insomnes. ¿Quién enloda los cauces y se pasea como bufón en mi cabeza de mar muerto?

No sabemos desde dónde viene el miedo pero se ha colado en nuestras ruinas y pervierte risa en nuestros hijos, no sabemos que arrastra este viento estéril pero si el escombro que nos ha dejado como casa, una ciudad sumergida y tesoros saqueados, una mano que mece una cuna de ausencias y el eco seco en este accidente de habitaciones vacías.

Hemos oído del deseo por partir en las estaciones, de barcos negros y peces en las espaldas, de olas en los ojos de las muchachas nadando desconsuelo y perdición en las esquinas como una palidez repentina o un boleto vencido en el cine de tus sueños.

Oralidad de mente en sordomudo, imaginería de espectros, hemos oído de este sepulcro abriéndose en nosotros para exhumación de niños idos en vuelo de globo. ¿Quién nos susurra antes de abrir la puerta y nos encierra en el miedo de ancla rota?

La ciudad como espejos de añicos y esquinas volteadas a callejones sin salida o rincones lumínicos donde una risa de hiena nos recibe con su máscara de algodón dulce. Nadie sospecha el carnaval que hay dentro pero todos vuelan enajenados en los bares de peces muertos, como polillas en pos de luces falsas como el amor de los gatos. Nadie sabe encontrar una pluma y coserse alas y ser feliz como una tribu salvaje.

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¿Quién agita las aguas y nos retrae en el hundimiento como un arpón de abismos?

Nadie responde porque no hay nadie. La voz es una estratagema nadatoria para alargar el naufragio.

El ruido y las palabras hacen una ola crecida que con la última marea ya consumó mi cabeza de fuego.

Estoy aguardando para adentrarme pero eso mismo piensa el mar y ya no se qué es adentro ni afuera.

Estoy ansiando un asombro de peces coloridos para no extinguir mi espera de calma. ¿Están jugando a las escondidas contigo? (de Sueños de un bonzo, 2013) Un río subterráneo recorre todos los desiertos.

Son las venas de un cuerpo abandonado a todos los abrazos radioactivos o solo la constatación de una sequía que asola como una nada en nuestro intrábico transcurrir. La ciudad es un descierto más hondo y solitario que el mío. Nadie comprende los pasos del que huye dibujando razones para quedarse o las cercanas calles donde en las esquinas acechan las culpas y faltas incurables. La desesperación me ha arrojado a mi suerte. Ya no espero consuelo ni compañía. Soy un monstruo y como tal he de vivir mi propia vida por dentro. Nadie mira adentro.

Un río subterráneo que canta y donde navega un corazón de arena que se decanta en las manos del sol, mi titiritero. La belleza solo es un viento azul o espejismos de estatuas sin rostro. Soy hermoso cuando sueño y sonrío. El río adentro canta y me adiestra en el arte de no necesitar. Algunas noches un grito de ciudad me recuerda que soy tan solo un niño que juega con su máscara a las escondidas y reza para que nadie lo encuentre. No sabe que nadie lo busca. Un río interior fluye en esta melancolía de monstruo o niño triste. Sus venas en latitud oeste trazando una cartografía de fuga me susurran el mar.

La ciudad se funde en mis pesadillas. Voy a despertar.

Sumersión. (de Sueños de un bonzo, 2013) Punzón del verano que calaste mi desierto como un esténcil callejero. Herido de ese sueño yazgo en

esta duna, esperándote. He trazado un círculo de sol como casa y me he sentado dentro. Un abrazo de silencio y un rayo bajo la almohada, curitas de insolación. Desciendo. Revelado de cielo, proyecto de ausencia. Todo se fosiliza. Despierto. (de Descierto, inédito) Nota biográfica: Virginia Beatrhice Benavides Avendaño (Lima, 1976) Bachiller en literatura por

la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Fue codirectora y colaboradora de la Revista Dedo Critico. Publicó el poemario Exstrabismo en el año 2003. Poemas suyos han aparecido en revistas como Isla Negra, Cronopia, Magdala, Poetas del Asfalto, entre otras. Ha participado en recitales de poesía y encuentros literarios. Ha realizado performance y malabares. Este año ha presentado e incendiado el poemario Sueños de un bonzo.

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Elssie Cano

Mi maravilloso mundo de porquería Este es un segmento de la novela de Cano, ganadora del concurso Primum Fictum 2013 organizado por Librooks Barcelona.

Se dice que el cerebro nunca descansa. Ni por una milésima de segundo los humanos dejamos de pensar e inclusive estando dormidos todas esas células nerviosas dentro de la cabeza continúan su actividad creando imágenes y sueños. Voy a dejar de pensar, voy a poner la mente en blanco, me digo para probar que la hipótesis es nula. Resulta que los pensamientos no se detienen y sigo pensando que no voy a pensar, que voy a poner la mente en blanco. Lalala… Mariela no estás pensando, no vas a volver a pensar.

Como casi todos los domingos, voy camino a la verdulería que está en la calle 82 y la Roosevelt, a comprar lo necesario para la semana. Mientras camino me topo con cientos de personas que van sumidas en sus pensamientos, en sus propios mundos, y me pregunto qué estarán pensando. Lo que es yo voy pensando en huevadas. Pienso en qué voy a comer al mediodía, en qué grande la tendrá el tipo que pasa a mi lado, pienso en que mañana será lunes y tendré que volver a trabajar, pienso en cuántas pulgadas llevará en la bragueta el “papasote” que cruza la calle. Pienso en vergas duras, puras pendejadas. Bueno, de repente me ataca la melancolía y me da por pensar en James.

James es el padre de mi hijo. Cosas de la puta vida nos separaron y no he vuelto a verlo en diez años. ¡Chucha madre, amaba a James con locura! Creo que sigo amándolo aunque no vuelva a verlo y esté casada con otro hombre. Voy a poner la mente en

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blanco, no quiero pensar en él, no debo hacerlo.

Me pongo mística y pienso en cosas de en-vergadura, cosas que James decía, y yo —tan melindrosa como era entonces— me persignaba espantada.

James era un descarado de mierda, pero no un renegado, tampoco un blasfemo; sencillamente decía en voz alta lo que otros callaban más por fariseos que por devoción. James decía que si Jesús era un hombre como cualquier otro, entonces era capaz de excitarse, se le paraba el pene y fornicaba.

Los cristianos de la antigüedad afirmaban que Jesús era un hombre singular, que bebía, comía, pero no defecaba… Tal vez, James trataba de justificar sus propias embarradas; pero pienso que estaba en lo correcto al decir que si la muerte de Cristo se convirtió en un acto sublime fue precisamente porque Jesús, siendo un hombre vulgar y silvestre, aceptó sacrificarse por otros hombres iguales a él. James insistía en que yo admitiera errores y debilidades como cualidades propias de la especie y, para que me espabilara, decía: Mariela, un ser humano, macho o hembra, es aquel que orina, caga, coge y está conciente de vivir en el mundo de mierda donde vino a parar.

Y hablando de un mundo de mierda… me vinieron a la mente cosas sucias. Como en una película sádica, obscena, aparecieron los tres policías sodomizando con un destapaescusados al haitiano Abner Louima. Tírate a este nigger, dijo uno de los malditos racistas y el pobre prieto quedó despaturrado en el piso con el fundillo roto y el intestino y la vejiga perforados.

Nigger. No entendía por qué los negros se encabronaban al ser llamados nigger. No es para

tanto, me decía, estos negros quisquillosos y acomplejados se entrompan más de lo que son y arman bronca por cualquier pendejada. Tal parece que nunca van a olvidar que fueron cazados en África como si fueran animales salvajes. Ya están igualitos a los llorones judíos, no pasa un día sin que nos recuerden el Holocausto y toda esa caca. Los hispanos también fuimos víctimas del genocidio — el nuestro para despojarnos de un tesoro y el de ellos para aliviarlos de una enfermedad según afirmaba Otto Dietrich zur Linde— no por eso andamos con lamentaciones, más bien como buenos pendejos celebramos con bombos y platillos el día que los carniceros llegaron a volarnos las cabezas.

Un mal día, unos blancos vulgares white trash me dieron a probar del mismo veneno. Con desprecio me gritaron: spic, wetback, fucking hispana y entonces supe lo que sentía un prieto, un judío y por qué se mataba y se comía del muerto. ¡Chucha, qué relajo! por qué será tan fácil recordar lo malo, lo sucio, lo dañino. Será porque una vez que se pierde la inocencia, la realidad se nos trepa encima con dientes y uñas y a golpes nos hace ver la vida tal como es. ¿Y cómo es la vida?

Celia Cruz —“miselia”, como dicen los chinos cubanos cuando hablan de la miseria impuesta por el régimen castrista— en La vida es un carnaval, dice que todo aquel que piensa que la vida siempre

es cruel tiene que saber que no es así, que tan solo hay momentos malos, que la vida es una hermosura.

La vida puede ser angustiosa, inexplicable, una pesadilla; con toda razón Sartre afirmaba que todo estaba resuelto excepto cómo vivir. ¿Quién dice que la vida es justa, dónde está escrito?, preguntó otro pensador y Aldous Huxley, el creador de un probable mundo donde la felicidad era posible si se prohibían el amor y la libertad, huxleyanamente hablando dijo que posiblemente este mundo era el infierno de otro planeta… ¡Chucha, qué relajo! Entre tanta gente yendo de aquí para allá y vendedores ambulantes, nadie escuchaba, tampoco se sorprendía de que pensara en voz alta y hablara conmigo misma. En Nueva York se podía hablar solo, hacer morisquetas, vestir como un payaso, se podía hacer cualquier pendejada que a uno se le ocurriera y nadie se espantaba, nadie se escandalizaba, porque sencillamente a la gente le importaba una caca la vida de los demás.

Un día, un loco exhibicionista se apareció por la calle con una peluca de pelo verde fosforescente, entre las piernas colocado sobre su propio pene llevaba un aditamento semejando una gigantesca verga color verde. Se los digo, el pene era más largo y grueso que el de un burro caliente. Yo tenía solo un par de meses viviendo en este país y al ver al adefesio con la vergota, aterrada me agarré la cabeza con ambas manos buscando con los ojos un policía. ¡Increíble, ver para creer! nadie se mosqueó. La única que volteó a ver al cara de tuco fue una vieja morbosa que no le quitó el ojo de encima quizás preguntándose: ¿Papacito lindo todo eso es realmente tuyo?

Un tiempo después me enteré de que la policía no podía detenerlo ni nadie acusarlo de exposición indecente porque el hombre no estaba mostrando sus genitales, tampoco estaba desnudo. Ese día del loco con la vergota verde aprendí dos lecciones que a los tercermundistas faltos de universalidad nos costaba asimilar: Lección una: vive y deja vivir.

Lección dos: la Constitución estadounidense apoya y autoriza la libre expresión de los ciudadanos.

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Reseñas Mi maravilloso mundo de porquería de Elssie Cano Por: Constanza Révérend La novela escrita por la autora ecuatoriana Elssie Cano, Mi maravilloso mundo de porquería, ganadora del Concurso Primum Fictum 2013 organizado por Librooks Barcelona, es un acercamiento al interior de la vida de una mujer que busca dar sentido a su existencia, aún al precio de apartarse de los principios y reglas sociales del medio restringido en el que vive su exilio existencial y social.

La narración tiene dos puntos de vista establecidos desde dos voces: la intimista y reflexiva del personaje femenino protagonista de la historia que siempre habla del pasado y cuenta los pormenores del acontecer de su existencia y, desde el otro lado del espejo, el de la voz de la narradora en tercera persona, quien brinda el enfoque objetivo del mundo y describe la actuación de los personajes sin presentar juicios de valor.

Este recurso narrativo logra adentrarse en la psicología de los personajes, en especial de la protagonista, cuya vida y aventuras están determinadas por la decadencia de un mundo por el cual la narradora no muestra la menor empatía. Las dos voces femeninas tejen un cosmos de valores paralelo que rescata a la mujer en conflicto consigo misma y con los demás de la desolación, el sinsentido y el abandono, a través de un vínculo evidente entre quien vive la historia y la sufre y quien la cuenta desde “afuera”.

La franqueza de la historia, las imágenes logradas con detalle cinematográfico, el lenguaje cotidiano de una narración fácil y suelta son logros de esta novela de profundas connotaciones sociales y psicológicas donde la mujer con sus sueños, derrotas y manera de sobrevivir el sinsentido es el protagonista principal.

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Water Tree Ciclo de Aurora Amat

CreateSpace Independent Publishing Platform, 2012.

Por: Román A. Santillan Este collage autobiográfico de la autora errante Aurora Penades está lleno de anécdotas, viñetas, citas literarias, poemas, lugares, y personas. Entre lugares se pueden mencionar: Puerto Rico, Alicante, Madrid, Newark, New York, y Washington, DC. Sus lecturas van desde los autores consagrados como William Blake, Wallace Stevens, Allen Ginsberg Fernando Pessoa, Maria Zambrano, Alejandra Pizarnik, María Arrillaga, Alejo Carpienter, Ariel Dorfman hasta los contemporáneos como Lourdes Vázquez, Dionisio Cañas. Homenaje a Antonio Calvo (compañero de trabajo), quien se suicidó al ser despedido injustamente de la Universidad de Princeton en abril del 2011. También nos narra poéticamente sus remembranzas del 11 de septiembre diez años después. En suma este mosaico literario es un espejo de una pasajera en tránsito en búsqueda de una nueva voz en perspectiva de prisma.

El oficio de escribir y otros ensayos de José Jesús Osorio Por: Álvaro Bautista-Cabrera*

El oficio de escribir y otros ensayos es un libro que recoge doce ensayos sobre literatura hispanoamericana. Ocho ensayos se dedican a la literatura de los últimos 25 años: dos sobre Roberto Bolaño, dos dedicados a la Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo y Rosario Tijeras de Jorge Franco (y a sus respectivas adaptaciones cinematográficas); dos a Delirio y La isla de la pasión de Laura Restrepo, uno a Tamerlán de Enrique Serrano, más uno que aborda varias obras de Juan Villoro.

A continuación el autor se dirige en cuatro ensayos al pasado literario hispanoamericano: la poesía de Luis Cernuda, De sobremesa de Silva, las poéticas de cuatro modernistas y el análisis de un Apólogo de don Juan Manuel. Es, pues, un libro que logra morigerar la dedicación y sabia concentración analítica con una diversidad que deja entrever un estado de la literatura desde el modernismo hasta Vallejo, Bolaño, Serrano, Restrepo, Franco y Villoro.

No puedo dejar de decir que el libro de José Jesús Osorio, El oficio de escribir y otros ensayos, presenta los rigores que un lector actual de literatura busca: el análisis certero de las obras, la invitación de compañeros de lectura del ensayista para el regocijo del lector, la gracia expositiva que va al grano, la deliciosa ilustración para volver a pronunciar los textos y apreciarlos renovados en su lectura, la fructuosa argumentación de tesis cuyos alcances se debaten y fortalecen a lo largo de su ensayística.

No hay ensayo en el que el autor no ceje en agotar lo que se ha dicho sobre su tema sin renunciar a poner en sus lecturas aquellas que complementan y aclaran el tema y objeto a trabajar. Los dos ensayos sobre La virgen y Rosario son un abrebocas relativo al tema de la adaptación de novelas al lenguaje

fílmico; José analiza con pericia las diferencias entre novelas y filmes, mostrando, además de su fina descripción de estas, su saber tanto de la gramática fílmica como de la historia del cine; de tal forma que se destaca, por ejemplo, en el filme de Barbet Schroeder la incidencia de las estéticas del Neorrelismo italiano de Visconti y del Cinéma vérité de Godard. En otro caso, para comprender Tamerlán, el ensayista no duda en hacer una exposición fina de las teorías sobre el poder y el gobierno de Maquiavelo y Quevedo; de la misma manera, va al pasado para buscar los elementos que definen el amor cortés y permitir entonces una lectura de las características del amor y el tratamiento de la mujer que tiene Fernández en De sobremesa. Igualmente, va al fondo de la literatura medioeval española y sus relaciones con Santo Tomás para explicar el papel de la literatura moral y didáctica de la España medieval, en un análisis detallado del “Ejemplo XI” de El conde Lucanor.

Los ensayos de El oficio de escribir realizan la

*Doctor en Letras Hispánicas, Universidad Michel de Montaigne, Bordeaux III, Francia.

Profesor Titular, Escuela de Estudios Literarios Universidad del Valle, Cali, Colombia.

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doble posibilidad de tramitar ideas y desarrollar un trabajo formal de estilo. José Jesús Osorio toma estas dos tendencias: intenta afirmar, argumentar y concluir sin renunciar a la gracia del lenguaje. Sus ensayos son muestras del pensar estético o de la estética pensante. Continúa la tradición colombiana del ensayo pero suma a esta una economía y precisión en el lenguaje, producto de sus estudios y vida en los EEUU. Tres aspectos más sobresalen, a mi modo de ver, en estos ensayos. En primer lugar, la mezcla de los pensadores clásicos sobre una problemática determinada (por ejemplo, Erasmo o Freud, en el ensayo sobre Delirio), sin renunciar a los maestros del siglo XX, novelistas y filósofos como Kundera, Sartre, Foucault, entre otros. En segundo lugar, al analizar poetas en los ensayos sobre Cernuda y los modernistas Julián del Casal, Rubén Darío, José Martí y José Asunción Silva, José Jesús Osorio presenta con precisión los fragmentos poéticos que ilustran, sin hacer de estos fragmentos una especie de antología poética, lo cual suele disminuir la potencia ensayística. En tercer lugar, ir más allá del logos o del lenguaje, del pathos o de la acción, al ethos en tanto “significado de la historia”. Osorio aborda mediante esta hermenéutica del significado, una preocupación por la relaciones entre estética y ética, sin temores y con acierto como en el análisis detallado de las diferencias entre La Virgen de Vallejo y la adaptación de Schroeder. Muestra, por ejemplo, cómo los crímenes son menos ostentosos

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en el filme, convirtiendo el telón de fondo, la ciudad, Medellín, en un personaje, en la apuesta ethótica del filme.

En Los mitos de Chtulhu, afirma con ironía Roberto Bolaño: “¡El estado actual de la literatura en lengua española es muy bueno! ¡Inmejorable! ¡Óptimo!”, refiriéndose a los autores festivaleros, protagonistas de todos los debates, opinadores y sabelotodos de toda literatura y todas las “turas” habidas y por haber. El Oficio de escribir nos presenta autores a los que se les podrían aplicar las palabras de Bolaños sin ironías ni sarcasmos. Cada uno exhibe el estado rico y representativo de la literatura en español de los últimos años.

Señala José Jesús Osorio: Soy un convencido de que la Literatura, con mayúscula, amplifica sus significados y se constituye en un factor determinante de la cultura, cuando es visitada y asediada por una crítica literaria, que despojada de presunciones, se adentra en el texto y sus entornos para –si no iluminar el texto- al menos generar diálogos, impulsar nuevas lecturas y ganar lectores para la misma literatura.

No hay duda de que el lector podrá aquí encontrar un modelo de crítica literaria que ilumina los textos abordados. La crítica aquí es seria, investigativa y útil. En el fondo este libro también se podría llamar El oficio de leer. Igualmente, estas palabras las cumple José Jesús Osorio con belleza y agudeza de pensamiento.

Jorge Eliécer Ordóñez John J. Cruz Sergio Escobar Horacio Benavides Alfonso Rubio John J. Estrada Román A. Santillán Mario Pozada-Burga Luis Rivas Rivas Ledo Ivo José Manuel Arango Celio Pichardo Carlos Trujillo Max Castillo Miyer Fernando Pineda Mozo Diego Rivelino David Cortés Orlando López Valencia José Luis Reyes Silvio Martínez Palau Virginia Beatrhice Benavides Avendaño Elssie Cano Constanza Révérend Álvaro Bautista Cabrera

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