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Órganos, la música celestial Una de los tres talleres de órganos para iglesias que existen en España se encuentra ubicado en Landete. ESTRELLA JOVER, Landete. Frédéric Desmottes llegó a Lan­ dete junto a su hermano hace unos años con la intención de convertir un almacén en un taller de órganos para iglesia, tras pasar por diversas ciudades francesas y españolas dedicado a su vocación, la de construir y restaurar esas máquinas inmen­ sas. Ahora mismo, son 9 emplea­ dos, y están embarcados en pro­ yectos ambiciosos, como la res­ tauración de los órganos de la catedral de Cuenca, el de la iglesia de Daroca, la construcción de un órgano "español" para un pueblo de la Champagne france­ sa, otro para una iglesia de Alco­ ra (Castellón)... En fin, un reducto artesano en plena efervescencia creadora. Pregunta.­ ¿Como vinisteis a parar a Landete? Respuesta.­ Circunstancias aza­ rosas, el destino. Vine a trabajar por primera vez a España, con mi maestro, a Liétor (Albacete) para restaurar un órgano. En el 82, y estuvimos dos veces en la Tierra de Campos (Palencia). En el 89, fui a Madrid a trabajar en un taller; en el 90, montamos (mi hermano y yo) nuestro propio taller en Cuenca porque nos gustó la ciudad. Allí conocí a mi mujer. Su familia tenía un local en Landete, lo ampliamos, poco a poco fuimos recogiendo más encargos y empleamos a gente de aquí. ¿Por qué no en Landete?, para este tipo de trabajo es mejor un pueblo y yo aquí me encuen­ tro muy cómodo. P.­ ¿En que momento surgió su interés por los órganos de iglesia? R.­ Estudié en Francia en un instituto donde había un profesor de música muy emprendedor. Era un instituto especial, en el que teníamos media jornada de depor­ te y media de estudio todos los días. En la parte de la educación artística, con el profesor de músi­ ca, íbamos a menudo a conciertos a escuchar solistas, pianistas, orquestas sinfónicas; también al teatro e invitaba a músicos profe­ sionales. Un día vino un organis­ ta y me gustó mucho. Me enseñó el órgano que tocaba y a partir de ahí empezó mi vocación. P.­ ¿Qué le interesa más de este instrumento, su mecánica o su finalidad musical? R.­ Es un conjunto: una máquina al servicio de la música. Eso es lo que hacemos, máquina y música: piezas de mecánica con tubos so­ noros al servicio del arte musi­ cal. P.­ ¿Cuál es el órgano más espec­ tacular que ha tenido ocasión de ver y oír? R.­ Dos: uno en la catedral de Murcia, construido por una em­

presa francesa a finales del siglo XIX. Es espectacular porque es gigantesco. El otro está en el Norte de Alemania, de 1635, con 20 m. de altura. P.­ ¿Qué ha aportado el órgano a la cultura musical occidental? R.­ Lo mismo que podría aportar la literatura: belleza. La necesita­ mos. El órgano está ligado al cul­ to religioso ya sea protestante, católico, calvinista... Cada una de estas religiones ha creado sus propios instrumentos. P.­ El trabajo de organero, ¿sigue siendo eminentemente artesano o se utilizan ya las nuevas tecnolo­ gías? R.­ Lo digital se utiliza muy poco. Utilizamos maquinaria para la carpintería (sierras, cepilladoras, regruesadoras), lo que nos adelanta muchísimo la tarea. En sí, no cambia la naturaleza del producto, nos permite ganar tiempo. P.­ ¿Cuál es el proceso de cons­ trucción de un órgano? R.­ Antes del encargo nos piden un proyecto: tenemos que ver la iglesia, las condiciones acústicas y el volumen del recinto para hacer algo que esté acorde con la capacidad del local. Si se aprue­ ba, se pasa a la construcción del órgano: desde los tablones de madera, que se transforman en el mueble, en el teclado y en los mecanismos de madera; hasta el metal que fundimos para hacer los tubos. Un proceso que va desde los lingotes, los tablones, a la fabricación misma de cada pieza. Luego ensamblar todo y armonizar, afinar el conjunto. P.­ ¿Qué sentido tiene su trabajo en el mundo actual, en el que priman las nuevas tecnologías, el "usar y tirar"? R.­ Esto siempre me lo pregunto porque tenemos un trabajo, no anticuado, sino fuera del tiempo en el que estamos, muy costoso. En el que las nuevas tecnologías y el concepto de lo cómodo no existen. Además, está al servicio de un culto cada vez menos frecuentado y para una música escrita (en general) hace por lo menos 200 años. Es un conjunto de cosas que no tienen nada que ver con el mundo actual. P.­ Si alguno de nosotros sintiese la vocación de organero, ¿cómo podría comenzar su andanza en este mundo? R.­ Aquí en España no lo sé muy bien. Tampoco estaba muy regu­ lado en mi época en Francia cuando yo empecé (en el año 1980). El aprendizaje era tradi­ cional: comencé viviendo con mi maestro organero con 16 años. Ahora, en Francia está más regulado: se trabaja en un taller como aprendiz 40 horas a la se­

Frédéric, el organero, en su taller con Estrella. / MARIO MARÍN.

"Eso es lo que hacemos, máquina y música: piezas de mecánica con tubos sonoros al servicio del arte musical"

"Un gran proyecto fue el de la Iglesia de San Agustín de Valencia: 14000 horas con un equipo de 7 personas"

"Lo importante no es lo que se va a ganar si uno está feliz con lo que hace"

mana y una semana al mes se va a un centro nacional donde recibes formación general teórica. Aquí, el que quiera ser organero tendrá que ir a un taller y empezar como aprendiz. Poco a poco vas aprendiendo tanto ebanistería co­ mo metal. En función de tu habilidad te pueden dirigir hacia una especialidad u otra. P.­ ¿Cuántos empleados trabajan en el taller? R.­ Somos 9. Yo trabajo con mi hermano, mi socio. Tenemos seis trabajadores de Landete y otro francés, ya instalado aquí. La gente que contratamos es del pueblo, no conocen nada del ofi­ cio, los formamos y a largo plazo se convierten en especialistas. P.­ ¿Cuánto tiempo se tarda en construir un órgano? R.­ Lo mismo que ocurre con una casa, si es la caseta del perro (risas) pocas horas, si es un rascacielos muchas. Depende del tamaño y éste se determina a partir del tamaño de la iglesia y de lo que el cliente nos pida. Un proyecto que nos costó bastante fue el de la iglesia de San Agustín de Valencia: 14000 horas con un equipo de 7 personas,

más o menos dos años y medio (porque nunca estamos todos trabajando en el mismo proyecto). Para construir uno pequeño, un mínimo de 400 ó 500 horas. P.­ ¿Se gana mucho dinero en este oficio? R.­ Muchííííísimo dinero (risas). Lo importante no es lo que se va a ganar si uno está feliz con lo que hace ¿no? P.­ ¿Cómo se vende un órgano? R.­ El boca a boca funciona bien. Cuando empiezas a trabajar en una parroquia o en el obispado, si haces un trabajo correcto, la gente te conoce. A través de las Administraciones; los contactos con organistas y de un buscador, que cada vez que se convoca un concurso nacional o internacio­ nal nos avisa. Piensa que es un mundo muy cerrado. P.­ ¿Esperan quedarse mucho tiempo en Landete? R.­ Hoy hago mi trabajo aquí... ¿de qué está hecho el mañana?, pues, ya veremos, no lo sé. Por ahora estamos aquí muy bien, depende del futuro del órgano. Sigue en la página 3 de CLM.

La caricia del artesano MARIO MARÍN, Landete. Cuando entramos en el taller, un aroma a madera recién ase­ rrada nos advirtió que había­ mos traspasado una frontera, la que separaba el frío aire de la tarde, del rincón cálido del artesano. Frédéric nos recibió con la cordialidad discreta de la timidez y nos introdujo en su modesto santuario. Desde el momento en que comenzó a hablarnos de sus órganos, su actitud cambió y nos fue envolviendo en la pasión del que ama su trabajo. Los tecla­ dos de roble y ébano parecían emitir su próximo sonido a tra­ vés de las historias que Fréde­ ric nos iba contando. "Un órga­ no francés no suena igual que un órgano español o alemán, el instrumento va modulándose, acoplándose a las manos que lo manejan", nos iba comentan­ do el artesano. Sus palabras iban dando vida al monstruo inanimado, a la manera de un nuevo Frankenstein, le dotaban de miembros, de voz, de espíri­ tu. Los graves tubos metálicos que se alzaban como lanzas en el fondo del taller parecían dispuestos a envolvernos con la caricia de su aire musical. Los duendes artesanos mode­ laban las planchas metálicas e iban generando nuevos cilin­ dros plateados a través de los cuales el organista insuflará el aire que los revitalice. De fon­ do, Frédéric opinaba acerca de las carencias de este mundo capitalista que todo lo fía al dinero y desgranaba su pasión por el mundo perdido de la artesanía. Su refugio de organero le ofrece la posibili­ dad de gozar de su trabajo y lanzaba obvias evasivas ante las preguntas relacionadas con el interés comercial de su in­ dustria. Como un reducto per­ dido aparecen los artesanos en el mundo actual, desplazados por la vorágine del ruido y de la precipitación. Ese laborar lento, preciso, concienzudo, parece un comportamiento antedilu­ viano y, cuando se comprueba personalmente, dan ganas de zambullirse en esos rincones de placidez, en esa caricia del arte­ sano.


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