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El castillo de Moya, ese patrimonio abandonado Las ruinas de Moya reclaman una actuación de las instituciones La Villa de Moya, está situada en lo alto de un promontorio rocoso, rematado en su cima por una amplia y alargada explanada de Norte a Sur, a 1155 metros sobre el nivel del mar. El conjunto está formado por un perfil de casas apiñadas, adosadas a sus murallas, unas calles estrechas y reducidas, viviendas de nobles y gobernadores, siete iglesias, conventos y la impresionante fortaleza­castillo de la que aún quedan los restos de la torre del homenaje y del foso. SILVIA PEINADO, Campalbo. En lo alto de un otero se alza la imponente villa medieval de Moya. La nobleza del siglo XV se disputó esta estratégica fortaleza que servía como aduana entre el reino de Aragón y el de Castilla. El mismo marqués de Villena quiso hacerse con él y Enrique IV, rey de Castilla en esta época, se lo concedió a Andrés Cabrera, desde entonces marqués de Moya. Su disposición arquitectó­ nica y defensiva poco tiene que envidiar a las mejores fortalezas de su tiempo. El castillo de la Mota, en Medina del Campo, ejemplo máximo de la mejor ingeniería bélica europea de la época, es comparable en su construcción a esta fortaleza conquense. Cuando subimos a contemplar de cerca los restos de esta villa, comprobamos la decadencia evidente y el abandono al que se ha visto sometido este incompa­ rable resto del pasado. La "Asociación de Amigos de Moya" se erige como el único baluarte en el que descansa el posible futuro de este entorno que, por otra parte, podría ser uno de los motores turísticos a los que podría asirse esta deprimida zona. Declarada Conjunto Histórico Artístico por el Ministerio de Cultura en 1982, la fortaleza­ castillo data del siglo XIII y consta de una torre del homenaje (todavía visible), patio de armas, foso y residencia de los marqueses. El conjunto de la villa medieval, cercada y amurallada, es de los pocos que, aunque ruinoso se conserva. Es una acrópolis comparable a otras como Alarcón, Haza, Medinaceli, Pedraza o Sagunto. En su etapa más gloriosa, de 1269 a 1480, Moya irá de mano en mano en pago de favores o en garantía de servicios y pactos. Durante esta época, los moyanos alcanzaron fama de rebeldes: en 1451, Juan II regaló Moya al marqués de Villena pero los pobladores de la fortaleza se negaron con éxito a la toma de posesión. Lo mismo le ocurrió a D. Andrés Cabrera, quien no pudo tomar posesión

Entrada al castillo de Moya. / ARCHIVO

Declarada Conjunto Histórico­Artístico por el Ministerio de Cultura en 1982, la fortaleza­ castillo data del siglo XIII. Su disposición arquitectónica y defensiva poco tiene que envidiar a las mejores de la época

El primer marqués de Moya, Andrés Cabrera. / ARCHIVO

de sus dominios hasta 1475, cuando los Reyes Católicos con­ firmaron su donación. En el siglo XVI el Marquesado de Moya se unió al de Villena y durante todo el siglo XVII siguió engrande­ ciéndose. En el siglo XVIII comienza su decadencia, cuando desaparecen de sus tierras las familias más importantes: los Albornoz, los Cabrera, Carrillo, Pacheco y Zapata. En 1808 se convierte en uno de los principales centros de resistencia antifrancesa. La desamortización de Mendizábal (s. XIX) provoca la total disgregación de los pueblos que componían el marquesado. Además de las restos mencio­ nados, aún podemos contemplar las ruinas de las murallas, la doble coracha, y los torreones defensivos que descienden hasta el pie del monte; el Hospital de Santiago, en ruinas; seis iglesias, una de ellas hábil, la de Santa María la Mayor, y otra, la de San Bartolomé de la que queda la espadaña; dos conventos; la casa Ayuntamiento (hoy restaurada); y el conjunto de la villa medieval. En fin, un magnífico conjunto histórico de costosa recuperación. Las tareas de restauración han sido emprendidas de una manera muy débil por las adminis­ traciones correspondientes. Es mucho el coste que supondría la rehabilitación de la villa y escasa la población circundante. De todas formas, es grato com­ probar como se revitaliza la zona, cada siete años, con la cele­ bración del Septenario. Se trata de la subida de la imagen de Santa María de Tejeda desde el santuario de Garaballa. Esta romería se celebró por primera vez en el año 1639 con motivo de una pertinaz sequía que asolaba las tierras del marquesado. Ahora se ha convertido en una fiesta popular y religiosa que convoca a los habitantes de todos los pueblos de alrededor y la Villa de Moya recupera la vida de lo que fue un enclave fundamental en la frontera del reino de Castilla y de Aragón y que podría convertirse en reanimador turístico.

Sobrevivir en un pequeño pueblo ROCÍO MORENO, Talayuelas. Éste, es el típico título de una redacción de inglés, en la que te rompes los cascos para pen­ sar algo coherente y luego (después de estar pensando to­ da la tarde) poder hacer que todas esas palabras encajen y tengan cierto sentido: "Living in a small village is very funny". Pero no, hoy no es un título de una redacción, es el tema de mi columna, en la que hablaré de las ventajas e inconvenientes que tiene el vivir en un pueblo. La mayoría de la gente respondería que este tipo de vida ofrece esca­ sas ventajas: "la naturaleza", "el descanso", "paseos bajo las estrellas"... pero, bajemos al mundo real y comprobemos cómo es el día a día en, como diría Félix Rodríguez de la Fuente, mi hábitat natural. Vivo en un pueblo con 1500 habitan­ tes en el que todos nos cono­ cemos y saludamos por la calle. Tenemos más libertades y tiem­ po para disfrutar de la natu­ raleza, salimos sin ningún mie­ do. La manera de educar a nuestros hijos es diferente ya que éstos no tienen que estar tan vigilados por los mayores. Económicamente, en los pue­ blos, no es necesario tener que gastar dinero para desplazarte, todo está relativamente cerca. Pero no hablaré del tema eco­ nómico, os enumeraré las bon­ dades de vivir en un pueblo sin hablar de la economía. Vivir en un pueblo es libertad, diver­ sión, tranquilidad, naturaleza... Recientemente he estado en una ciudad y me ha resultado muy triste no poder ver el sol durante el día, entre el metro, autobús..., estás todo el día encerrado sin poder disfrutar de lo que verdaderamente te hace feliz. No nos damos cuen­ ta de lo bueno hasta que lo perdemos, ¿a cuántas personas les gustaría poder disfrutar de un poco de nuestra naturaleza? Estoy segura de que a mucha gente, ya que aquí no padece­ mos los agobios de las ciuda­ des. Puedes ir al campo a dis­ frutar del medio ambiente, res­ pirar aire puro... En una ciudad lo más parecido a esto es una naturaleza artificial. Aquí siem­ pre os recibiremos con los bra­ zos abiertos. Esperamos vues­ tra visita pronto. Nos vemos!!!!


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