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Bolivia por Heberto Arduz Ruiz
from Edición 69
Cifra de las rosas
Al leer los bien burilados poemas del boliviano Oscar Cerruto (1912-1981), el lector se sorprenderá de encontrar a menudo la palabra “soledad”, que para tan destacado vate tuvo el encanto de revestir mil y una formas. Es curioso que al cabo de la lectura, no resulte fatigosa ni suene a reiterativa la motivación poética; ello sin duda obedece a un perceptible juego metafórico y a la riqueza del léxico.
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En el presente trabajo simplemente nos ocuparemos de PATRIA DE SAL CAUTIVA (1), en cuyas páginas abundan las metáforas basadas en ese sentimiento que el diccionario de la lengua describe como el “estado del que vive lejos del mundo”; aunque lo expresado no quiera decir que el resto de la producción de Oscar Cerruto se encuentre al margen de esa preferencia temática.
En el momento de su publicación constituyó un éxito, por el valor inmanente de la poesía y por haber sido editado el poemario en el exterior del país, a cargo de una de las más importantes empresas del ramo; circunstancia que permitió a Cerruto ser conocido y respetado más allá de nuestras fronteras.
En los años subsiguientes, poemas de esta obra habrían de ser recogidos en antologías como parte inseparable de lo más representativo de la poesía boliviana.
Vayamos a lo propuesto. El tercero de los veinte poemas que conforman el libro, justamente titula Soledad, única herencia y sirve de apertura a las imágenes que el autor transmite mediante el empleo de esta palabra. Analicemos en extenso: Degradados templos de arena que la noche lame y el tiempo lame y desintegra y pacientemente reconstruye la SOLEDAD de nuevo.
Su anillo es infinito y es consubstancial, quema mis sienes como un remordimiento. Con desvelado oficio alumbra la fuga de mi sangre.
Mi SOLEDAD, esposa taciturna de toda hora o cicatriz que no se borra. Si sueño que la sueño me embriaga como un vino.
La soledad en la obra de Cerruto
Pero no basta y solo cuando SOLOS ya redimidos ambos y ordenados, la impermutable atmósfera sin esplendores del enigma y la ceniza compartamos, será incesante nuestra alianza.
En el poema anterior la soledad no es sino “la esposa taciturna de toda hora”, o “la cicatriz que no se borra”. Dicho de otro modo, para el vate la soledad es la inseparable compañera, algo así como la sombra que sigue al cuerpo, aunque la soledad sea –en última instancia—la única sombra que ilumine.
Algunas personas desde los primeros años denotan una cierta inclinación hacia la soledad, buscando alejarse del trato humano y del bullicio que ensordece espíritus, o los vuelve estrechos. Quizá el poeta (que al decir popular nace y no se hace) se asimile a tal categoría. No en vano Azorín apuntó que: “La reflexión es la madre de la poesía, así como la soledad lo es de la reflexión” (2). ¡Como si el aura de la soledad impregnara el ambiente con el néctar de una fina sensibilidad!
En uno de los fragmentos del poema Sólo el miedo, Cerruto afirma: Por las mesetas va mi sangre, clamando, apenas sustentada por tanta altura y SOLEDADES y tanto olvido.
Y de pronto el vocablo soledad, de su forma singular pasa a ser pluralizado: soledades. Y los versos ganan así en eufonía.
De la soledad-mujer, de la soledad-indivisible, la imagen cambia en Canto a la heredad entrañable y se proyecta a la soledad citadina: (…) ciudad traspasada de sueños,
La soledad en la obra de Cerruto
alta de lámpara y campanarios, como flor de ternura, como rama de espumas, SOLA en tu aire cernido, con las alas forjadas por la muerte y buitres royéndote el costado.
Aquel conglomerado de seres no puede ser otro que la ciudad del Illimani, cuna y a la vez sepulcro de Oscar Cerruto, a la que con vivo sentimiento le canta diciéndole: ¡Tú que asumes, ciudad madre mía y del rayo, la condición del diamante, escarchada, purísima campana, planta de luz andina, copa de SOLEDAD, apartando tinieblas deja oír siempre el grito de nuestra angustia, grita con nuestras voces de tierra en el destierro de la altura, híncalo en los ijares del agravio, para que tu corona primacial recobre las perdidas estrellas!
No se trata ya de la soledad del individuo. En inversión de la metáfora, el pueblo, la ciudad toda, rezuman dicho sentimiento. Acaso sea, en rigor, la irradiación de la soledad personal al medio en que habitamos y que nace de la circunstancia de no sentirse extraño a la ciudad y, sin embargo, experimentar que la ciudad no es nuestra…
De la misma manera en que la soledad es mujer y es ciudad, también lo es –en la poesía cerrutiana— la altipampa, acerca de la cual ha escrito que tiene “soledad de luna” y le ha dedicado estos versos: Altiplano sin fronteras, desplegado y violento como el fuego. Su charango acentúa el color del infortunio. Su SOLEDAD horada gota a gota la piedra.
En uno de los poemas mejor logrados, Los dioses oriundos, formulará exclamaciones imprecatorias: Montañas, cordilleras, territorio entrañable, soplad, soplad silencio! Caída raza de réprobos, más abajo caída, mordiendo sangre y hierro. Como vosotros gangrenada por la SOLEDAD dioses de la tierra, SOLA en su vilipendio y sus discordias, deshabitada.
Un acento tenso, vibrante, recorre del primero al último de los versos que impactan cual si fuese el grito del hombre andino desde el alba del mundo, con resonancia de su largo y penoso transitar de siglos, regidos éstos por la furia de la naturaleza y la guerra implacable que sólo deja “escombros, polvo, duelos”, ante la mirada impasible de los dioses. ¡Qué admirable cuadro!
En El tiempo del asesino, en primera persona dirá: “Yo aceché en la tiniebla, SOLO/ como una planta de hojas carniceras”. Y en La muerte permanece escribirá en torno a los muertos que “Desdeñosos, pululan en las calles/ embozados en SOLEDAD y noche”.
Poesía madura, quizá un tanto intelectualizada para el común de los lectores, pero concebida con un profundo conocimiento del idioma y efluvios de hondo contenido sentimental. Cada palabra y cada tropo responden a una precisión de conceptos que guarda armonía con el impulso poético.
La palabra “soledad” la encontramos diseminada a lo largo y ancho de toda la obra poética de Cerruto y sería fatigoso, dentro de los alcances del presente artículo, destacar cada uno de los casos.
Podrá advertirse, en fin, que al poeta que cerró los ojos un día de 1981 le gustaba frecuentar la fronda donde mora la soledad, musa de su inspiración. = = = (1) Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 1958. (2) Obras completas, tomo 1, pág. 218, Editorial Aguilar.