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Cifra de las rosas
l leer los bien burilados poemas del boliviano Oscar Cerruto (1912-1981), el lector se sorprenderá de encontrar a menudo la palabra “soledad”, que para tan destacado vate tuvo el encanto de revestir mil y una formas. Es curioso que al cabo de la lectura, no resulte fatigosa ni suene a reiterativa la motivación poética; ello sin duda obedece a un perceptible juego metafórico y a la riqueza del léxico. En el presente trabajo simplemente nos ocuparemos de PATRIA DE SAL CAUTIVA (1), en cuyas páginas abundan las metáforas basadas en ese sentimiento que el diccionario de la lengua describe como el “estado del que vive lejos del mundo”; aunque lo expresado no quiera decir que el resto de la producción de Oscar Cerruto se encuentre al margen de esa preferencia temática. En el momento de su publicación constituyó un éxito, por el valor inmanente de la poesía y por haber sido editado el poemario en el exterior del país, a cargo de una de las más importantes empresas del ramo; circunstancia que permitió a Cerruto ser conocido y respetado más allá de nuestras fronteras. En los años subsiguientes, poemas de esta obra habrían de ser recogidos en antologías como parte inseparable de lo más representativo de la poesía boliviana. Vayamos a lo propuesto. El tercero de los veinte poemas que conforman el libro, justamente titula Soledad, única herencia y sirve de apertura a las imágenes que el autor transmite mediante el empleo de esta palabra. Analicemos en extenso: Degradados templos de arena que la noche lame y el tiempo lame y desintegra y pacientemente reconstruye la SOLEDAD de nuevo. Su anillo es infinito y es consubstancial, quema mis sienes como un remordimiento. Con desvelado oficio alumbra la fuga de mi sangre. Mi SOLEDAD, esposa taciturna de toda hora o cicatriz que no se borra. Si sueño que la sueño me embriaga como un vino.
La soledad en la
Pero no basta y solo cuando SOLOS ya redimidos ambos y ordenados, la impermutable atmósfera sin esplendores del enigma y la ceniza compartamos, será incesante nuestra alianza. En el poema anterior la soledad no es sino “la esposa taciturna de toda hora”, o “la cicatriz que no se borra”. Dicho de otro modo, para el vate la soledad es la inseparable compañera, algo así como la sombra que sigue al cuerpo, aunque la soledad sea –en última instancia—la única sombra que ilumine. Algunas personas desde los primeros años denotan una cierta inclinación hacia la soledad, buscando alejarse del trato humano y del bullicio que ensordece espíritus, o los vuelve estrechos. Quizá el poeta (que al decir popular nace y no se hace) se asimile a tal categoría. No en vano Azorín apuntó que: “La reflexión es la madre de la poesía, así como la soledad lo es de la reflexión” (2). ¡Como si el aura de la soledad impregnara el ambiente con el néctar de una fina sensibilidad! En uno de los fragmentos del poema Sólo el miedo, Cerruto afirma: Por las mesetas va mi sangre, clamando, apenas sustentada por tanta altura y SOLEDADES y tanto olvido. Y de pronto el vocablo soledad, de su forma singular pasa a ser pluralizado: soledades. Y los versos ganan así en eufonía. De la soledad-mujer, de la soledad-indivisible, la imagen cambia en Canto a la heredad entrañable y se proyecta a la soledad citadina: (…) ciudad traspasada de sueños,