Revista La Movida Literaria 3

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- Entrevista a Enrique Vila-Matas y Juan Villoro

- In memoriam Johann Rodríguez-Bravo - Cuentos de Andrés Mauricio Muñoz y Juan Sebastián Cardenas

Revista de la razón de la sinrazón. www.lamovidaliteraria.blogspot.com www.generacioninvisible.com


CONTENIDO www.lamovidaliteraria.blogspot.com Editor: Juan Pablo Plata. Director: Andrés Mauricio Muñoz. Diseño: Orlando Garzón.

magenta59@cable.net.co Asistentes editoriales: Andrea C. Montoya, Sebastián Pineda Buitrago David Roa Castaño, Paula Fernanda Cadena, Alonso Quijano. Fotos: Alfaguara, Flickr.com con licensias Creative Commons, Intermedio Editores (Portada).

Editorial Agenda Cosecha Literaria: Lucas Sky-walker 4:12 - David Roa.

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Una tarde en París - Andrés Mauricio Muñoz.

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Minicuentos - Johann Rodríguez-Bravo.

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Cómo destruir Nueva York - Miriam Mabel Martínez.

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Poemas - Alma Karla Sandoval Arizabalo.

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El invitado de este año - Juan Sebastián Cárdenas.

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De cómo Dulcinea intenta revolcarse con Sancho en un establo - Efraim Medina Reyes.

Dirección: Calle 144 #26 -24 apt 502 Teléfonos: 315-8870193, 6275637 Correo electrónico: lamovida@gmail.com atupeujih: mantra colombiano dicho al revés. www.generacioninvisible.com

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Columnas: In memorian Johann Rodríguez - Bravo: Propuesta para un autor de culto.

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Reseña: Ciudad de Niebla

Las opiniones registradas en La Movida Literaria no corresponden al pensamiento ni a la ideología de la misma. Estas corresponden a los autores. Prohibida la reproducción total o parcial, así como la traducción a cualquier idioma sin autorización escrita del titular. Todos los textos y las imágenes publicadas tienen D.R.A. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved.

de Johann Rodríguez-Bravo

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Sostiene Pasavento. Entrevista a Enrique Vila-Matas - Fernando Clemot.

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Pensamientos de un Superman antioqueño - Sebastián Pineda Buitrago.

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Crítica sobre la crítica - Juan Pablo Plata.

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Entrevista a Juan Villoro - Jean Silver.

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Editorial

En este tercer número de La Movida Literaria que ponemos a juicio de los lectores no van reseñas de libros como lo hicieron las previas ediciones, a cambio ponemos sobre la mesa la discusión sobre la crítica literaria colombiana; presentamos una vez más creaciones en los géneros de cuento y ensayo y abrimos el espacio por primera vez a la poesía. Van entrevistas a dos de los autores más destacados en la actualidad: Juan Villoro y Enrique Vila-Matas, quienes ilustran la portada. No es casual que ellos nos acompañen, como no lo es tampoco el lado en el que posan en la tapa; ellos, al igual que nosotros, sienten con la temprana desaparición del escritor colombiano Johann Rodríguez-Bravo (1980-2006), no sólo una gran pérdida para el futuro de las letras nacionales, sino la impotencia de perder a un gran amigo. Esperamos sus comentarios y visitas en nuestra versión virtual -www.lamovidaliteraria.blogspot.com- mientras volvemos a la quijotada de la versión impresa y esperamos otro mecenas. Ojalá nunca sepan los lectores nuestras historias detrás de tramoyas de cada edición, pues seríamos motivo de risa y llanto a la vez.


Agenda

Eventos

E-zine

Bogotá Capital Mundial del Libro: Abril de 2007 a Abril de 2008

www.hermanocerdo.blogspot.com www.vueltadetuerca.com

IV Congreso Internacional de Lengua Española y XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Cartagena, Bolívar. Primer cuatrimestre de 2007.

Colectivos de blogs periodísticos www.generacioninvisible.com

Web recomendados

www.equinoxio.org

Literarias

Colectivos artísticos

Instituto Iberoamericano de Cultura

www.manzanazeta.com

www.iciber.org

www.museovintage.com

www.iciber.org/colombia/

www.populardelujo.com

www.colombialiteraria.com

Excusado Print System www.excusa2.tk

www.bibloslectores.com

www.pornocha.com

www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com Musicales Cuerpo Meridiano con su nuevo disco 69 www.myspace.com/cuerpomeridiano


COSECHA LITERARIA

Volar es posible. Se toma un pequeño impulso de un par de pasos, como si se fuera a dar un salto ordinario y lógicamente, después se salta. Aunque sencillo en teoría, toma tiempo sustentarlo en la práctica. Primero que todo hay que adquirir una fe inquebrantable y garantizada. Sin este recurso es mejor desistir de antemano. Yo tomé la precaución de proveerme una que mueve montañas, claro que, en lo personal, transgredir la ley de la gravedad con una montaña me parece descortés con la memoria del señor Newton; el modesto peso de un hombre tan regular como yo es mucho menos escandaloso y la humildad es un requisito insalvable para que este tipo de fe funcione. Las vertiginosas curvas de la circunvalar me trajeron la idea a la cabeza. Son insoportables los problemas de tránsito en esta ciudad y la idea de volar llega a ser muy seductora. Sin embargo, he tratado de ser discreto en mis experimentos ya que no me interesa la gloria, lo único que me interesa es llegar temprano a mi trabajo y evitar los inconvenientes de las horas extras que mi patrón me impone por llegar tarde. Pocos son los ratos que me quedan para ver a mi familia y menos son sumando los castigos no remunerados. Por estas razones decidí tomar un riesgo metafísico como el de romper las reglas de la ciencia confiando en mi fe, que perder el sustento de mis hermosos hijitos. Así que, furtivamente, mientras la mayor parte de la ciudad duerme, yo me lanzo en desesperada carrera por las pendientes de la citada ruta y consigo cada vez mejores resultados. Mi mujer me recrimina por ocultarle mis ocupaciones nocturnas y la causa de mis frecuentes y dolorosas heridas, mas yo no cejo en mi hermetismo. Sé que su fe no da para tanto a pesar de que los beneficios serán evidentes. No escatimo en mis esfuerzos. Ya casi no duermo y ayuno mucho; esto me sirve para ganar concentración, reforzar mi fe y perder lastre para el ascenso. ¡Ah! Si supiera ella lo grandes que han sido mis logros; poco a poco se alargan los recorridos por el contaminado éter. Claro que, en proporción a la altura ganada, aumenta el riesgo de lastimarse, pero tan solo con recordar el rostro de mis adorados vástagos (niño y niña) pierdo el temor y me lanzo en el vacío. Tanto alejarme del hogar, de mi piecita, será recompensado y seguramente la futura comodidad de mis horarios nos traerá beneficios a todos. Esta noche es la definitiva. La misteriosa intersección de vías a la altura de la calle 53, llena de abismos e irracionales recovecos será el único testigo de la definitiva derrota de la gravedad ante la fe de este corriente padre de familia. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!

Lucas Sky-walker 4:12 Por David Roa*

*David Roa (1977). Nacido en Bogotá. Tiene formación en música y literatura (Universidad Javeriana) y Arte dramático (Laboratorio “Actuemos”).Ha participado en varios festivales musicales entre ellos dos festivales de Rock al Parque, en 1997 y 2005 con su banda Cuerpo Meridiano. Escribió libretos para seriados de televisión. Dirigió la lectura dramática de la obra de Alessandro Baricco Homero, Iliada contando en su reparto con actores de renombre nacional. Ha colaborado con publicaciones como la revista Piedepágina, revista virtual Vuelta de Tuerca de literatura del Banco de la República y Portafolio. Ha trabajado en el sector editorial varios años como librero de la prestigiosa Librería Biblos.

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Una tarde en París

Miguel se despierta un poco sobresaltado por un sueño que, con ligeras variaciones, le ha inquietado al dormir últimamente. Se sienta en el borde de la cama. Frota sus ojos. Busca a tientas las pantuflas con su pie izquierdo. Se ducha. Recuerda. Piensa. Llora. Se viste. Toma un vaso de leche con una rebanada de pan y sale de su apartamento. Echa llave. En menos de un minuto ya Andrés Mauricio Muñoz* está en la séptima, recuerda que aquello fue lo que le atrajo a Marta de vivir ahí: “Mira lo bien ubicado que está, sesenta metros, dos cuartos, parqueadero; la séptima a un pasito”. Espera el bus directo carrera séptima que lo lleve a Cedritos a dictar su clase de francés. No es el codo de la mujer que cada vez lo hunde más en su clavícula ni las sacudidas que produce un pie insistente sobre un freno lo que lo despiertan; es el sonsonete de un niño que le dice que puede llevar dos galleticas por quinientos pesos o tres en seicientos para su mayor economía. Está seguro, no lo está imaginando, es inconfundible; es la misma voz del niño que vive en París con Marta, el hermanito del que ella cuida. Son muchas coincidencias y no cree, como dice el psicólogo, que su mente se haya dedicado obsesivamente a construirlas. La mujer que le abre la puerta, quizá la madre de su nueva alumna, lo confunde aún más; tiene, es evidente, la misma nariz angulosa de Marta y lo mira igual que ella el día que se conocieron. Mientras la niña lo mira fijamente y le vocaliza algo que él le ha pedido que pronuncie, se pregunta el significado de aquel sueño; trata de entender si será por eso que la ciudad se le parece cada vez más a París y la gente a un parisino. Durante tres años su mente ha construido un París a base de fotografías. No hay mejor lente que las fotos y la descripción rigurosa que Marta le hace por carta cada quince días. Miguel decide regresar en metro y camina hasta la estación de la ciento cuarenta. Una joven, que camina presurosa huyéndole al aguacero, le contesta efusiva su saludo con un perfecto “Bon Jour Monsieur”. Miguel consigue asiento y mira, estación a estación, que finalmente está en París y que pronto llegará a su apartamento y Marta le tendrá un cafecito. Mira por la ventana la ciudad y sonríe, qué paisaje tan hermoso. Sin embargo, igual que alguien que se ahoga y que con desesperados manotazos logra sacar la cara para respirar, Miguel tiene destellos que le dicen que ha enloquecido. Baja en la estación de la sesenta y tres, falta poco; camina y se detiene a contemplar la plaza de Lourdes, observa los niños jugando con la nieve; atraviesa la “septième avenue” y llega ansioso al apartamento. Golpea insistente y espera con las manos en los bolsillos; como Marta no abre, busca la llave. La noche y el sueño devuelven a Miguel a la realidad. Se despierta. Se sienta en el borde de la cama. Frota sus ojos. Busca a tientas las pantuflas con su pie izquierdo. Se ducha. Recuerda. Piensa. Llora. Se viste. Toma un vaso de leche con una rebanada de pan y, al salir para su clase, decide hojear el periódico que asoma bajo la puerta de la calle. Miguel da un paso atrás. No lo puede creer. No ha enloquecido. El sueño es cierto. No es su mente la que en forma obsesiva ha construido las imágenes. Busca rápidamente un directorio y anota en un papelito dos teléfonos. Llama. En la embajada no contestan y en la agencia de viajes sí. No es tan caro. Sus ahorros de tres años son suficientes; además, piensa, no necesita vuelo de regreso. Miguel sale apresurado del apartamento sin importarle echar llave. El periódico muestra una foto y deja leer en su primera página: Bogotá Colombia, 4 de Marzo de 2006. “Histórico, Paisaje Bogotano a las 4 de la tarde. La fuerte granizada que azotó ayer a Bogotá no sólo dejó destrozos en algunos techos, sino que adornó la ciudad al mejor estilo europeo.” *Andrés Mauricio Muñoz Chaparro (1974). Nacido en Popayán, Colombia. El autor es Ingeniero en Electrónica y Telecomunicaciones de la Universidad del Cauca, Especialista en Evaluación y Desarrollo de Proyectos de la Universidad del Rosario de Bogotá. Trabaja como consultor de tecnología de una multinacional. En el campo literario tiene una novela breve publicada: Te recordé ayer Raquel en Sic Editores 2004 y un libro de cuentos inédito. Dos cuentos suyos se encuentran publicados en la antología de la revista cubana Dos Islas Dos Mares, en homenaje a Hans Christian Andersen (2005). Trabaja también en la constitución del capítulo Colombia del Instituto Cultural Iberoamericano Iciber (www.iciber.org/colombia). Actualmente se encuentra radicado en Bogotá. El cuento Una tarde en París obtuvo en el 2006 el primer lugar en el concurso nacional de cuento de la revista Libros y Letras.

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Un pacto luciferino

Minicuentos

Veinticinco años atrás, había hecho un pacto con el Diablo. Éste, procurándose un alma más para sus ejércitos, había consentido su petición: poder convertirse en cualquier cosa cuando lo pidiera. Socarrón, el Diablo hizo una salvedad: “sólo podrás convertirte en otros humanos”. Pasaron los años y así, con su poder de mutar en cuanta persona le viniera en gana, se paseó por diferentes rostros y personalidades: cruzó fronteras como un nacional más; se acostó con modelos que admiraron sus ojos grises y sus músculos macizos; visitó a presidentes y militares disfrazado con la figura de un amigo personal. Pero pasó el tiempo y cuando faltaba un año para cumplir con la promesa de entregarse en la muerte a quien le obsequió el poder de convertirse en otros, decidió trasformarse, para siempre, en el ser más piadoso y devoto que jamás pisó la tierra desde San Francisco de Asís. Ahora, al cumplirse el plazo, su alma se halla contrariada y sola en una bodega, mientras los arcanos jueces del purgatorio definen la patria potestad del encartado.

El alma de Borges Al morir Borges, su alma fue conducida por dos extraños seres hacia un salón amplio y limpio en donde un grupo de hombres, en torno a una mesa, discutía. Borges, que ya podía ver, saludó en argentino (la sonrisa de ciego no se le había quitado todavía). “Pero, señores —dijo un hombre levantándose de la mesa—; miren a quién tenemos con nosotros”. Borges seguía sonriendo, no se acostumbrara a ver. “Es Jorge Luís Borges”, gritó alguien antes de empezar a aplaudir. Borges, entonces, comprendió que no era a él a quien esperaban, era al otro, al que se había quedado vivo.

Una casa en La Candelaria Sebastián Pineda me contó que en La Candelaria, en Bogotá, había una casa en la cual, en una de sus paredes, un orificio dejaba ver el pasado. Después de averiguar y preguntar con algunas personas, di con la casa. Me recibió una anciana que arrastraba con ritmo la suela de sus chanclas; sonreía. Le dije directamente lo que me interesaba; ella me invitó a pasar y dijo que lo hacía porque podía adivinar la intención de las personas con sólo mirar a los ojos. Me señaló una habitación oscura al final de un pasillo. “Siga”, dijo. En el cuarto no había nada, salvo un pequeño hilo de luz que se proyectaba desde un hoyuelo en la parte inferior de una pared. Me acerqué con nervios y me arrodillé para poner mi ojo en el hueco. Al principio, la luz me encandiló y sólo pude ver dos hombres caminando, pero al arrugar el entrecejo para enfocar, vi a Sebastián Pineda junto a mí, hablando de que, en La Candelaria, en Bogotá, había una casa en la cual, en una de sus paredes, un orificio dejaba ver el pasado.

Por Johann Rodríguez-Bravo*

Historias Nocturnas II Un mañana, al despertar, encontró que el orden de los objetos en su casa había cambiado. Donde estaba el televisor reposaba el mueble de los libros; en el lugar en que usualmente estaba el escritorio, había una matera; donde siempre estuvo el equipo de sonido, un perchero. No logró dar con la respuesta al enigma y dejó así. A la mañana siguiente, descubrió que alguien había estado hurgando en el refrigerador: el pastel de su cumpleaños estaba manoseado; la botella de gaseosa no estaba bien tapada y la leche había desaparecido. El ver todo mordisqueado y el pánico por no entender qué pasaba, le produjo un retortijón que lo mandó al baño de inmediato. Al otro día, su estudio parecía los vestigios de una ciudad bombardeada; alguien había puesto todo patas arriba. Como sabía que antes de dormir él siempre pasaba el seguro de la puerta y ajustaba con fuerza las ventanas, el autor del desorden debía ser él mismo o ese otro que despierta cuando él cae en sueño; así que un día, para no encontrarse más sorpresas redactó una nota que pegó a la puerta: “por favor, dejar lavando los platos”; a la mañana siguiente encontró una respuesta: “por favor, no comer mucho antes de dormir, eso me quita el apetito”. *Johann Rodríguez-Bravo. Nació en Popayán, Colombia en 1980, falleció el primero de Enero de 2006. Cursó estudios en Economía en la Universidad Icesi de Cali obteniendo el título Cum Laude. Fue profesor universitario e investigador académico en el campo de la Economía. Publicó en vida un libro de cuentos Aquella vida de mago y otros relatos en Ed. Axis Mundi 2004 y recién se publicó la novela póstuma Ciudad de Niebla en el Instituto Iberoamericano de Cultura.

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Cómo destruir Nueva York Por Miriam Mabel Martínez *

Nueva York es una ilusión. O al menos eso me pareció ayer en la noche mientras observaba, desde el paradisíaco roof de mi apartamento (en West Houston y la Sixth Avenue), las miles de ventanas encendidas en los larguiruchos edificios que desde la calle 14 forman largas hileras: este ejército custodia al Empire State. Confieso que la primera noche que subí a la azotea a beber una chela y simplemente mirar el paisaje urbano, giré la vista hacia el norte seducida por las formas esbeltas de los edificios; me sorprendieron las franjas roja, blanca y azul; pensé “ah, chingá, qué hace ahí la bandera francesa”; le faltaban las estrellitas. No importa mi confusión: Nueva York es distinto cada día. No. Yo soy otra cada día. Diariamente salgo a la calle y me enfrento a mi propia invención. Me gusta sentirme parte de esta ciudad tan engreída, pero entre más me involucro en una vida con obligaciones y responsabilidades (ir al supermercado, a la lavandería, comprar leche, ver el noticiero, trabajar en el Writers Room, etcétera), más ordinaria la acepto. Me parece que las pocas lluvias que han caído la hubieran encogido. Sin las Torres Gemelas el paisaje es antiguo. Nueva York se parece a sí mismo en la década de 1930. Como si de pronto la presión por ser moderno, por marcar la vanguardia, hubiera explotado y revertido el efecto. Hoy esta ciudad tiene los tiempos revueltos, y a pesar de las reparaciones no han podido ajustar el reloj. Nueva York requiere mucha energía, no sólo para caminar, para eso están los tenis, ni para trabajar, sino para sostener la idea de grandeza. A veces me es difícil recorrer el Lower East Manhattan sin taparme la nariz, sin odiar el mal olor, sin pensar que tengo que apreciar esa suciedad, porque es generada en la capital del mundo. Me impresiona cómo cambia el ambiente de una calle a otra, cómo hasta el Central Park después de la 96 pierde estilo, sus arbolitos verdes no tienen tan buenos cortes, ni sus laguitos se ven tan cristalinos, ni las banquitas tienen este aire de elegancia. Me molesta que en los mapas Manhattan termine en la calle 99; me pregunto ¿qué ocultan? Y creo que es su intolerancia y su racismo, ése que en el Manhattan para turistas se viste de versatilidad y cosmopolitismo. Allá arriba viven los que atienden a los de abajo. Los que sirven y limpian, los extras de la película… Allá arriba no hay escenarios fancy y trendy, porque no necesitan tantos efectos especiales, y los edificios, la señalización de los autobuses, las banquetas, los parques, son más honestos con la realidad. Y esa lealtad equilibra la mentira del downtown. New York City les debe mucho a esas escenas morenas, a los ojos rasgados, a las ojeras hindúes. Les debe mucho a sus barrios, irlandeses, alemanes, árabes... El Harlem, por ejemplo, aunque algunos piensen lo contrario, es tan importante como el Distrito Financiero. Es un mercado polifónico; junto con el Bronx y Queens es la nota de color de New York. Paradójicamente, en esos lugares tan cerca de América Latina y tan lejos de Manhattan, se vive el multiculturalismo sin pretensiones: allá conviven los judíos con los estadounidenses (americanos somos todos los habitantes de este continente), con los mexicanos, los dominicanos, los coreanos… Y esta convivencia no está perneada de estudios ni análisis, simplemente de vida cotidiana, en la que hay anuncios de “el auténtico bizcocho dominicano”, “fresh maíz tortillas”; donde

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en una esquina hay una pastelería húngara y en la siguiente un restaurante cubano, seguido de un lugar de comida egipcia. Esa relación directa y franca de distintos idiomas y visiones, ésa es la que niega y necesita el Nueva York de postal donde el Boricua College le da la cara a la Facultad de Journalism de Columbia, donde un bistrot es vecino de una taquería o donde a la iglesia de Saint John the Divine sigue un templo Pentecostés… Un ambiente de barrio en el que no se niega la cultura popular (sin su toque Urban Outfitters), en el que la gente chifla (aunque no esté contenta) y se toca. En el Harlem viven quienes se aferran a Manhattan con las uñas. Quienes arañan las orillas de la isla para no caer al río. No quieren salir. Quieren el pedazo de Central Park que les corresponde, las estaciones de metro que cruzan por debajo de sus territorios, la posibilidad de también morder la Gran Manzana. Entonces, uno observa, por fin, la diversidad con la cara lavada: judíos, dominicanos, puertorriqueños, mexicanos, negros, universitarios, gringos, provincianos… Si algo une a los pobladores del norte es la nostalgia, ya sea por Ohio, por Santo Domingo, por las alitas de Búfalo o por las tortillas mexicanas. Los que habitan esos edificios antiguos añoran su propio lugar de origen y recrean en unos cuantos metros (al juntarse suman varias calles) el poblado donde crecieron sus abuelos o sus padres; entonces inventan una metarrealidad, parten de puros supuestos; la mayoría no conoce ni Israel, ni Puebla, ni San Juan, ni Costa Rica; reconoce el sabor de los plátanos machos y de los frijoles y del arroz por referencia. A partir de la calle 100, la gente ya no conserva ese pudor trendy citadino: no importa si el pedicure está bien hecho o no, en las escaleras de las casas hay gente sentada con los pantalones arremangados, fuman y bañan a manguerazos a los niños, en la 110 venden raspados, en la 115 hay una panadería con auténticos bolillos y conchas, pero nada como la 125 Street de East a West: punto neurálgico de las compras culinarias de los latinos dispersos por la ciudad, desde los sofisticados habitantes de Tribeca hasta los gays del Village, los estudiantes de doctorado, las parejas del Upper East Side (otros van a Queens, claro)… compran ahí sus tortillas, chiles, miguelitos, gansitos, tlacoyos, en un descuido hasta tasajo y tlayudas. La 125 es también parte de los recorridos turísticos, cada veinte o treinta minutos pasa un camión de dos pisos; ignoro qué dirán: “en esta calle Clinton tiene su oficina”, o “este es el peligroso Harlem”, o “es una zona que tenía un proyecto de rescate, el cual detuvieron después del 9/11, el dinero se destinó al downtown”, o que dicha zona ya no pertenece a Manhattan… No sé. Y después ese mismo autobús sube casi hasta la punta de la isla, para llegar a la 190, donde están los famosos Cloisters, un capricho de los Rockefeller, una excentricidad del Metropolitan y una prueba de que el posmodernismo existe. Pero desde el roof de mi casa, esa punta norte es una fantasía. Simula estar más lejos de lo que está. Desde la terraza West de los Cloisters, el sur no existe, sólo New Jersey. Mi mapa para peatones asegura que Manhattan termina en la 99. La mayoría de los sureños no conoce el norte porque no ha tenido tiempo o porque está muy lejos o porque es muy moreno. No todos los norteños conocen

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el sur; para qué, ese Nueva York de rascacielos se ve mejor en las series televisivas. Y ambos viven muy felices imaginando el resto de la isla a su conveniencia. Nueva York es, como sabemos, una simulación, ningún lugar como éste tan perfecto y con tan buenos productores como para inventar el fragmento personal de realidad al tamaño de los propios caprichos, comos los Rockefeller que crearon su Toscana, entre Washington Heights e Inwood, o los mexicanos que venden tacos y tortas en la 106 y Broadway, por supuesto en el West. La primera vez que visité Nueva York, recordé que John Lennon la comparó con Roma, y en mi ingenuidad lo creí. Así que veía a las Torres Gemelas con la fuerza del Coliseo. No fue sino hasta que visité Roma que la certeza de su imperio, la solidez de su historia me aplastaron. No hay punto de comparación. Nueva York es hermoso, cándido como los adolescentes. Nueva York es un efebo. Es tan grande o pequeño como uno quiera; es un mutante; puede ser las películas de Woody Allen, los buenos muchachos, King Kong, las novelas de Paul Auster, el asesinato de Lennon, el suicidio de Ana Mendieta, la musa de Adrian Piper, el centro de diversión de Warhol, el escenario de Pat Benatar, el fashion club de Lou Reed y Nico, la visión chicana de suit zoot, Sean Connery en el Bronx, la mirada de Spike Lee, David Mamet, los musicales de Broadway, los reyes del mambo, la majestuosidad del MET, la importancia del MOMA, la vanguardia artística de Chelsea; sobre todo es la imagen sofisticada que se inventó… Sin embargo, también puede ser la ciudad donde Miriam camina y fuma, donde escribe y duerme, donde revisa su correo electrónico, donde estornuda y se deleita… donde se suma a la larga fila de personas que buscan esa “oportunidad”. Dicen que si la haces en Nueva York, ya la hiciste, pero que la fila es larga y necesitas suerte, ambición, aguante (como en todos lados), y que si te toca, ¡BINGO!: el resto del mundo, si es que existe, no importa. Aún no entiendo por qué Nueva York se empeña en ser tan moderno. No entiendo por qué no puede mirar hacia atrás, por qué le robó el concepto de modernismo al mundo o por qué la serie mundial de béisbol se proclama tal, ni por qué los estantes de las librerías están repletos de relatos sobre la marginación, sobre la pesadilla de los abuelos negros, sobre la tragedia de ser inmigrante, o sobre la violencia doméstica, sobre el amor imposible entre los gays blancos y negros, sobre el cinismo de la mafia italiana, o de cómo me escapé de la esclavitud china en Canal Street. A los niuyorkinos les interesa lo diferente, porque subraya su cualidad trendy democrática y justiciera. Ana Mendieta es más importante porque era cubana y murió trágicamente, si es que a alguien fuera de los circuitos artísticos le importa. Muchos nunca han visitado las instalaciones de Walter de María. Eso lo saben unos cuantos, como en cualquier lado, y esa parte culta de Nueva York, esos hombrecitos y mujercitas dispersos en cafés, en teatros, en librerías de viejo, en salones de la universidad, integran otra capa de la realidad necesaria para sostener la ciudad. Aquí la manutención de la idea Nueva York es una labor colectiva, en la que hasta yo colaboro. Soy una de las que en la noches prenden la luz de su habitación, para que en otra azotea, o en la calle o donde sea, alguien más disfrute el paisaje eléctrico. La gran cualidad de esta metrópoli es que la realidad no existe. La combinación de experiencias y de imágenes integra un collage, cuyo producto final es una hiperrealidad más cercana a la falsedad de los reality shows. Así me siento. Por momentos creo que hay una cámara detrás de mí, acosándome, y esa persecución me obliga a portarme nice, trendy y cool, me obliga a ver todo maravilloso, a caminar hasta el cansancio para ver más canchas de básquetbol, más bares-lounge, más gente hablando sola, más museos, más tiendas, más edificios, más escenas pintorescas de los migrantes que ya son niuyorkers. Esa sensación me obliga a sentarme estúpidamente en el roof de mi casa para contemplar el horizonte, como si en el simple acto de mirarlos pudiera retener la magia, simulando ser tan intensa que puedo robarme Nueva York en un segundo, cuando sé que lo único que sí puedo hacer es destruirlo en un parpadeo. *Miriam Mabel Martínez. Nacida en la Ciudad de México. Ha sido becaria del Centro Mexicano de escritores y del programa Jóvenes Creadores, del FOnCa. en 2001 obtuvo una residencia artística en Vermont Studio Center y en 2002 otra Writer room de Nueva York. Ha publicado en diversas revistas como Casa del tiempo, Nexos, los Universitarios y Origina, y en los suplementos culturales: Crónica Dominical y laberinto de Milenio Diario. Este texto forma parte del libro Cómo destruir Nueva York, CONACULTA en Sello bermejo, México, 2005, pp.83-87. Reproducido con permiso de la autora.

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Cubriendo con palabras rojas el asfalto

Alma Karla Sandoval Arizabalo

Para Ana Gabriela Padilla Parecemos muñecas con faldas azules y remolinos en las córneas. Todo lo que tocamos se convierte en verso. Somos peligrosas, por eso no paran de mirarnos los custodios.

Caravana

Veda

Resistimos, caemos taciturnos donde la memoria no prepara buenas dosis.

El futuro cerró las alas, no dejó ver su pecho rojo. Se fue iluminando el espacio, burlándose de tu ceguera. Futuro encendido, sangre con altura, pero a veces contenida. Hay futuros que viven por un médano; otros se dejan morir en el monte. Los más comunes añoran su prisión, el brillo en las córneas de quien los contempla. Hay futuros equilibristas, huyen del ocaso. Este futuro ya llegó al cielo de las balas.

(Comprendo a los gitanos. Le pido buena fortuna al sol o al agua lenta). El mejor talismán es la caída, negarse a cualquier aterrizaje, perder; reírnos aunque la lluvia no distinga entre quien tiene casa y quien la sueña.

Estos poemas aparecen en el libro titulado Estacionamiento de avestruces (Ed. Domingo atrasado: 2006) de Alma Karla Sandoval con prólogo de Juan Manuel Roca Alma Karla Sandoval es egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y la Escuela Nacional de Escritores de la SOGEM, en México. Experta en Enseñanza del Español como Lengua Extranjera por la Universidad Complutense de Madrid, ha sido becaria del Instituto para la Cultura y las Artes de Morelos y del FONCA. Miembro de los talleres de Dolores Castro, Verónica Volkow y Saúl Ibargoyen. En la actualidad es becaria del gobierno de su país en convenio con el ICETEX dentro del programa maestría en Literatura de la Universidad Javeriana, en Colombia. Ha publicado los poemarios Muelle insomne (1997), Corredor de las antorchas (2000), Todo es edad (2003) y Estacionamiento de avestruces (2006).

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El invitado de este año Por Juan Sebastián Cárdenas*

Ayer en la tarde celebré mi cumpleaños. Mi mamá lo preparó todo desde temprano. Marucha limpió toda la casa y dejó el suelo tan reluciente que cuando uno agacha la cabeza, en las baldosas aparece como un fantasmita oscuro. Marucha casi no me habla, sólo limpia, desempolva, barre, plancha, cocina. Pero casi no me habla. Pastor, el jardinero, tampoco me habla. Él sólo habla con Zico y Zica, los perros del jardín. Mi mamá llegó ayer del centro comercial con todo lo necesario para la fiesta y me dijo: “Enrique, traje todo. ¿Quieres verlo?”. Y entonces nos pusimos a abrir las bolsas y las cajas llenas de festones, confetis, gorritos y recordatorios. Más tarde ella puso la mesa y adornó el salón con unos carteles muy bonitos de colores en los que pude reconocer mi nombre entre otras letras que todavía no soy capaz de leer. Al poquito timbraron y era el señor de la pastelería que venía con mi torta de cumpleaños, una torta de mi tamaño, con cinco niveles distintos: el primero de abajo para arriba era como una pista de carros, el segundo una playa con palmeritas de plástico y una crema azul que hacía las veces de mar, el tercero era una cancha de fútbol con jugadores y pelota de mazapán, el cuarto era un aeropuerto con avioncitos diminutos de hojalata y el quinto era una réplica exacta de nuestra casa, con Zica y Zico retozando en el jardín, igualita a nuestra casa sólo que hecha de pasta azucarada. Incluso en una de las ventanas, sonriente, había una muñequita de mazapán que debía de ser mi mamá. “¿Te gusta?”, me preguntó y como yo asentí con la cabeza ella me dio un beso con su boca recién pintada. “Ay, mi corazón, quedó como un payasito”. Es lo que dice siempre que me unta de lápiz labial. Luego se pone a limpiarme con un pañuelo suave con encajes en los bordes. “Éste año va a ser mucho mejor, ya vas a ver”, dijo. Entonces yo traté de acordarme del año anterior y me di cuenta de lo aburrido que había estado esa vez, sólo con Amparito, mi institutriz, y con mi mamá, ambas en silencio mientras yo me comía mi torta de cuatro pisos. “¿Va a venir la señorita Amparo?”, le pregunté a mi mamá, y ella dijo que no, que este año vendría un “amiguito”. “¿Amiguito mío?”, pregunté. “Sí, tuyo.” “¿Cuál?”, insistí. “Es uno del que no te acuerdas”. Esa es otra respuesta habitual de mi mamá. Siempre que quiere ocultarme algo me dice que yo no me acuerdo y ahí se me acaba la preguntadera. “Mami, ¿por qué me tuve que salir del colegio?”. Y ella: “Ay, mi pobre nené, tú lo sabes, lo que pasa es que ya no te acuerdas”. Pero hay cosas de las que sí me acuerdo. A mis compañeros del colegio no los dejaron venir nunca más a mis fiestas de cumpleaños. Aunque para ser sinceros yo sólo me acuerdo de Luis, de Guillermo, de Julián...Con ellos era con quienes más jugaba. De resto no me acuerdo de nadie. Luis incluso venía a casa y jugábamos con Zica y Zico cuando ambos estaban cachorritos. Luego ni siquiera Luis volvió. Hace dos años mi mamá trajo a unos niños pobres para celebrar mi cumpleaños. Yo estuve toda la tarde fingiendo que eran mis amigos, aunque yo sabía que eran niños pobres porque yo ya había visto a unos niños pobres, una tarde, cuando volvía a casa en el bus del colegio. Estaban sentados en el andén de una calle mugrosa, todos empuercados, y entonces Guillermo los vio por la ventanilla y dijo: “Mirá, unos pobres”. El día de mi santo los habían bañado y tenían puesta la ropa que yo ya no uso. Los niños pobres se lo pasaron mejor que yo. Comieron, saltaron, jugaron, corretearon

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por el jardín, se revolcaron como animales en el relleno de la piñata recién reventada. Pero a mí no me hicieron ni caso, fue como si yo no estuviera presente. Cuando me acercaba a ofrecerles un juguete o a proponer un juego de escondite o de “lleva congelada”, los niños no aceptaban pero daban las gracias y hasta se inclinaban un poco, como haciendo una reverencia. No sé por qué no regresaron al año siguiente, ni nunca más. “Mami, ¿por qué no volvieron aquellos amiguitos?”. Y ella: “Ay, mi pobre nené, lo que pasa es que ya no te acuerdas, pero tú lo sabes”. En fin. Yo he llegado a creer que estoy enfermo, que tengo algo que se le pega a la gente, a los niños, sobre todo. Me acuerdo que una vez a Julián le dio sarampión y la mamá no lo dejó ir al colegio como un pocotón de semanas y perdió un resto de clases dizque porque se nos contagiaba la enfermedad. “Mami, ¿estoy enfermo?”, le pregunto. “No, Enrique”, dice ella y me da un beso en la boca y me unta de labial rojo y me vuelve a limpiar con el pañuelo blanco de encaje. “Ay, mi corazón, quedó como un payasito”. Pero si yo estuviera enfermo, pienso, ¿cómo es que mi mamá y Pastor y Marucha sí pueden estar conmigo? ¿O es que ellos también están enfermos? ¿Y Zica y Zico? Entonces digo que no estoy enfermo, que lo mío es otra cosa. “Mami, ¿y si no estoy enfermo, porqué no vuelvo al colegio?”. A veces me responde que yo sí sé pero que no me acuerdo y otras me mira con las cejas enarcadas y las manos en la cintura y dice: “Enrique, tú eres diferente”. Lo dice con orgullo. Yo, la verdad, como no sea porque no voy a clases como todo el mundo, me siento igual que cualquiera. En fin. Antes de que empezara la fiesta Marucha me cambió de ropa. Me puso los zapatos de charol con el blazer azul y el saco de cuello tortuga. A mí me gustan los zapatos de charol porque brillan y cuando uno se mira en ellos aparece otra vez el fantasmita. A veces sueño que el fantasmita de los zapatos de charol me intenta decir algo, que hace muecas y gestos con la mano pero yo me desespero porque no lo entiendo. Y yo sé que el fantasmita de los zapatos de charol me quiere explicar algo. En fin. ¿Qué decía? Ah, sí, entonces me cambiaron de ropa y yo fui a la sala, donde estaba todo preparado para que comenzara el cumpleaños. En esas sonó el timbre otra vez y entró un señor enano que estaba vestido igual que yo, con blazer azul, saco de cuello tortuga y zapatos de charol. Aunque los zapatos del enano iban menos brillantes que los míos, se ve que no los había embolado en meses, tan así que ni siquiera tenían fantasmita. “Este es tu amiguito”, dijo mi mamá. “¿No te acuerdas de él?. “No”, le dije, “nunca lo había visto”. “Sí, nené, sí lo has visto, pero no te acuerdas”. “No”, esta vez me atreví a levantar la voz. “Jamás había visto a este enano”. “¿Enano?”, contestó mi mamá abriendo los ojos muy grandes como cuando se enoja con Marucha y amenaza con echarla. “¿Enano? Pero si es tu amiguito. Es un niño. De enano nada.” “¡Mentirosa!”, insistí, “es un enano”. Lo sabía porque ya había visto a un enano, una vez en el bus del colegio, me acuerdo, vimos a un enano en plena calle y Guillermo dijo: “Mirá, un enano”. Mi mamá estaba muy brava. Yo nunca la había visto tan brava y tal vez por eso no le dije nada más. Me pasé toda la tarde jugando con el enano, que a todas estas, no sabía hablar y me miraba con su cara de enano, triste, como si se compadeciera de mí. No lo quiero volver a ver. No lo quiero volver a ver. El próximo año prefiero estar solo. En fin.

*Juan Sebastián Cárdenas (1978). Nacido en Popayán, Colombia. Desde 1998 vive en Madrid, donde ha ejercido toda clase de oficios. Actualmente trabaja como traductor para distintas editoriales y revistas españolas. Sus textos sobre cultura popular, literatura o arte contemporáneo han sido publicados en Letras Libres, Artecontexto, Número o Revista Universidad de Antioquia. Es editor del blog de literatura roñosa La pulga amaestrada, www.pulgamaestrada.blogspot.com. En los próximos meses la Editorial Universidad de Antioquia publicará Carreras Delictivas, su primera recopilación de cuentos.

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De cómo Dulcinea intenta revolcarse con Sancho en un establo Por Efraim Medina Reyes* 1 Aclaro de entrada que sólo he leído algunos episodios del Quijote. Durante años me he prometido leerlo, en riguroso orden, de principio a fin. También he prometido mandar a reparar la vieja radio Philips que mi madre sigue puliendo cada día con un rabioso e indestructible celo. Menciono la radio porque, curiosamente, siempre ha estado debajo de ella una edición en pasta dura del Quijote. Ambos, la radio y el libro, las trajo mi padre el mismo día: 30 de abril de 1973. La pasión de mi padre era la música y acababa de gastarse la mitad de su paga en esa radio. El libro se lo había prestado un compañero de la fábrica porque mi hermana necesitaba la biografía de Miguel de Cervantes Saavedra para un trabajo escolar. Después de comer mi padre ayudó a mi hermana a transcribir los datos que necesitaba de Cervantes y puso el libro sobre una mesita auxiliar, en forma de triangulo, que mi madre acababa de apoyar en un rincón de la sala. –Ese es el puesto de la radio– dijo mi madre. –Ponla encima– dijo mi padre–; no creo que semejante radio ofenda al señor Cervantes. Mi madre sonriente puso la radio sobre el libro. –Con el libro se ve más elegante– dijo mi madre. –No te amañes que el libro es ajeno– replicó mi padre. Mi madre encendió la radio y movió el dial para sintonizar la emisora Fuentes. La voz de Lucho Gatica cantando Encadenados invadió la casa, fue la canción que estrenó la radio y la última que mi padre escuchó en su vida. Al terminar la canción mi madre le recordó que se había acabado el pan y él me agarró de la mano para que lo acompañara a comprarlo. Cruzamos la ancha avenida que separaba nuestro barrio de una zona industrial al fondo de la cual estaba la panadería. Unos pasos después de haber cruzado mi padre se acordó que había olvidado la billetera y me pidió esperarlo un momento. Lo vi correr de regreso a casa y luego la mancha oscura de un autobús... 2 Nadie nos prometió que estar aquí sería fácil. Le damos reglas a la vida, pero la vida no tiene reglas. Cada cosa quisiéramos meterla dentro de los márgenes de nuestro entendimiento y no es por perversidad, sólo para estar más seguros. Por desgracia las cosas buenas que anuncian los comerciales suelen ser una trampa. A los seis años pensaba que mi padre era indestructible y que el cereal Kellogg’s era perfecto. Mi padre murió frente a mis ojos sin nunca haber probado el cereal Kellogg’s, él siempre creyó que desayunar con pan era suficiente. No sé cuándo escuché por primera vez que Don Quijote era la mejor novela jamás escrita y el segundo libro más leído del mundo (el primero, dicen, es la Biblia). También la Biblia la he leído por saltos. Le damos reglas a la lectura, pero la lectura no tiene reglas. No sé si Don Quijote es la mejor novela que existe (para hacer tal afirmación debería haber leído y valorado cada una de las millones de novelas que existen y tal empresa prefiero dejársela a Mario Jursich), lo que puedo decir es que los pasajes que he leído de Don Quijote son divertidos y que Sancho Panza me parece unos de los personajes más bacanos que conozco. Es un man del putas, con un sentido de la amistad y la justicia envidiables. Si de los que he leído debo escoger mi episodio favorito no tengo dudas que es aquel donde Dulcinea trata de seducir a Sancho y éste, contra todos los pronósticos, la rechaza. La tipa, ya sabemos, no es lo que el Quijote se imagina pero está buena. Es grande y robusta, tiene las nalgas duras y los labios gruesos y a veces, cuando el viento sopla fuerte, se le marca el sexo en la tela del vestido y su sexo es grande y acolchado como un sapo, un sapo cortado a la mitad.1 1

Razón suficiente para que Sofia Loren la haya interpretado en el cine.

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3 Después que mi padre murió sus compañeros de la fábrica vinieron al velorio, entre ellos el dueño del Quijote. Al ver su libro bajo la radio empezó a reír y mi madre le ofreció disculpas y fue a sacar el libro para dárselo pero él le pidió dejarlo allí. –Al menos aquí sirve de algo– dijo todavía riendo. Y es que en los velorios, al menos los del Caribe, se ríe mucho. Es como si los adultos trataran de espantar la tristeza a punta de risa y creo que Don Quijote tiene mucho de eso; cuando leemos las terribles y ridículas aventuras del pobre tipo uno se ríe y al mismo tiempo se pone triste. Reímos porque es gracioso y nos ponemos triste porque todos, de alguna forma, somos Don Quijote. En los meses que siguieron a la muerte de mi padre convencí a mis compañeros de escuela de que no había muerto si no que una mañana, al comer unos cereales Kellogg’s radioactivos, había adquirido ciertos poderes y por la seguridad del mundo era mejor que lo creyeran muerto. Agregué que estaba combatiendo el mal en tierras lejanas pero que si alguien me pegaba creyéndome huérfano él regresaría para vengarse. Inventando historias sobre las aventuras de mi padre y lo fuerte que estaba de tanto comer cereal Kellogg’s radioactivo logré mantener a raya a los grandullones y combatí la tristeza que me anegaba cada amanecer. Con el tiempo, al igual que Don Quijote, me creí mi propio cuento y todavía hoy sigo esperando que la vida cambie esa regla estúpida de llevarse para siempre a la gente que uno ama tanto. 4 En el episodio que menciono Dulcinea y Sancho se encuentran en un establo; él está sentado descansando sobre el heno seco y ella se le sienta enfrente recogiendo la falda para dejar al aire sus fuertes piernas de sembradora de papas. Sus manos se apoyan en el heno y echa hacia atrás el cuerpo; está agitada por el calor y las enormes tetas le suben y bajan. Sin decir palabra estira lentamente uno de sus pies rumbo a la entrepierna de Sancho que retrocede un poco y pregunta: –¿Tiene sed, señora? –Más de la que imaginas. –Voy por agua– dice Sancho e intenta levantarse. Dulcinea lo empuja con el pie y Sancho cae boca arriba, ella gatea hasta él y luego se le sienta encima–. Mi señor está por llegar... –Calmar la sed no toma mucho tiempo. –Una princesa como usted no puede beber de cualquier pozo. –¡Basta de tonterías, Sancho!– exclama ella acercando su boca a la del fiel escudero–. No soy una princesa y tú no eres un idiota. Estoy harta de frases melosas, quiero ver una buena espada y no creo que vayas por ahí desarmado. –Quien combate es mi señor, mi deber es cuidarle la retaguardia. –Pues cuida también la mía, mira que hace tiempo está abandonada. –Un buen escudero debe mantener la distancia... –Eres sólo un mugroso campesino que sigue a un orate. Sancho la aparta con gesto suave pero enérgico. –Soy el escudero de Don Quijote y usted su princesa. Dulcinea se levanta y se quita el vestido, Sancho la observa con la boca abierta. –Ok, Sancho, dime ahora qué prefieres– mientras habla se acaricia las tetas–: ¿Seguir creyendo en tonterías o quitarme el moho de la retaguardia? Parecía un dilema de fácil solución, sin embargo, significaba todo para Sancho. A él le gustaba Dulcinea pero acostarse con ella equivalía a borrar la virtuosa y bella imagen de una princesa por la fugaz pasión de una campesina. No podía arriesgarse a destruir un mundo del cual él hacia parte. Era él quien había soñado a un caballero que lo sacara de su miserable vida de campesino y lo elevara a escudero. Creía en Don Quijote a ojo cerrado y si alguna vez seguía la corriente a quienes decían que su señor estaba loco lo hacía por estrategia; era su forma de protegerlo y protegerse de un mundo donde la fantasía se consideraba peligrosa y los soñadores eran vistos como criminales.

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6 Algunos imaginan que Don Quijote sea un viejo y aburrido libro del que sólo hablan los profesores y críticos de literatura y tienen razón; es un viejo libro que apasiona a los críticos. Sin embargo famosos rockeros han confesado haberse inspirado en su lectura para ciertas canciones. Así mismo grandes futbolistas, serial killers y hasta actrices porno han hablado del placer de su lectura. Los críticos de literatura y de cualquier otra maldita cosa hacen su trabajo al igual que las actrices porno, ni a unos ni a otras hay que tomarlos demasiado en serio. Por supuesto que prefiero a las actrices pornos y estoy seguro que ellas saben más de literatura que Harold Bloom o Luz Mary Giraldo; tampoco me cabe dudas que Cervantes Saavedra habría preferido hablar con una actriz porno que con un crítico. ¿Qué rayos es Don Qujiote? Mierda, no lo sé. Lo he leído a saltos. A veces cuando lo leía pensaba que el autor lo había escrito en un viaje de hongos. En realidad Don Quijote es el campeón de los looser, un tipo que está acabado y antes que entregarse prefiere inventársela y con su energía consigue apuntarse a una buena cantidad de fiestas. Sancho que lo sigue aprovecha el desorden. Se supone que Don Quijote es el jefe de Sancho pero en el fondo son súper amigos y cuando en su alucine Don Quijote se pasa de calidad, Sancho lo frena. El resto, lo que dicen los críticos, es puro pie de página que hay que pasar por alto y leer la vaina con frescura. 7 La radio sigue allí y el libro abajo, sosteniéndola. Mi madre en la cocina canta. Han pasado más de treinta años desde aquel trágico día y el dolor dentro de mí es tan fuerte como entonces. Muchas veces leyendo pasajes del Quijote he escapado al dolor, la poderosa fantasía que el autor puso allí sigue incólume y las profundas verdades que subyacen y flotan sobre esas fantasías siguen vigentes. Si leer no es iniciar un viaje que nos aleje de la imbecilidad cotidiana, de los repugnantes noticieros y los columnistas de mierda que, resumiendo noticieros, se ganan su mísera paga. Si leer no es entrar a un mundo fantástico que nos ayuda a soportar el dolor y nos enseña, sin énfasis, lo que cada uno debería saber antes de pudrirse. Si leer no es soñar que somos diferentes, que podemos vencer a la muerte y convertir, cuando nos de la gana, molinos de vientos en gigantes y viceversa. Si leer no es todo eso, y cada cosa que a un lector cualquiera se le antoje agregar, leer no serviría para un pito. Mi padre no ha muerto, está en Asia ayudando a las víctimas del Tsunami, antes estuvo en Iran intentando evitar que los gringos entraran porque sabía que no había armas químicas y que George Bush es más peligroso para la humanidad que cien Sadam Hussein juntos. Mi padre está tan vivo en mí como cuando puso el libro allí y, sin saberlo, unió mi destino a la literatura. Por eso, por mi padre, aunque la radio no funciona sintonizo otra vez aquella emisora (que ya no existe) e imagino la voz de Lucho Gatica, enseguida saco el libro y empiezo a leer un nuevo episodio de Don Quijote de la Mancha.

*Efraim Medina Reyes (1967). Nacido en Cartagena, Colombia. En 1980, luego de 14 combates sin conocer la victoria, se retiró del boxeo aficionado. En 1984 abandonó sus estudios de Medicina para dedicarse al fútbol de playa. Ha escrito todas las canciones de la legendaria 7 Torpes Band. En 1989 tuvo una impresionante racha de novias gordas. En 1991, en asocio con Ciro Díaz, fundó la multinacional Fracaso Ltda con el mítico eslogan: “Donde se necesite un fracaso, allí estaremos”. Novelas: Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, Erase una vez el amor pero tuve que matarlo, Sexualidad de la Pantera Rosa. Poemas: Pistoleros/Putas y Dementes (Greatest Hits), ¡Más rápido, nena!. Música: Canciones mediocres, Canciones aún más mediocres, Una mujer fea tiene dos opciones. CINE: Tres horas mirando un chimpancé, Eso no me infla la banana, Ejercicios del ansia.

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Propuesta para un autor de culto ¿Todo puede cambiar el día de año nuevo? Con un tono optimista sobre la crisis humana propio del esoterismo de baratillo, responder con una afirmación parece hoy insano: Todo puede cambiar el día de año nuevo. La frase resume las esperanzas que fijamos cada vez que la arbitraría fecha llega -si se piensa en otros calendarios-, y escarnecemos el año que se va si mal nos ha ido o pedimos más de lo mismo si ha sido favorable. En el pasado amanecer del 1 de enero de 2006 desapareció Johann Rodríguez-Bravo y mi sospecha sobre la fecha y sus posibilidades de cambiarnos para bien se perdieron o, al menos, disminuyeron a una cuota muy baja. Me entristecí por el amigo ido, no obstante me abatió más saber muerto otro escritor a tan temprana edad y me quejé ante Dios y el Gran Puto por lo que habían hecho . Él, Luis Tejada, Andrés Caicedo, Rafael Chaparro Madiedo nos invitan a lamentar no sólo su desaparición, sino también el final de su creación, justo cuando estaban en su mejor momento, y nos dejan con el mito, sí , pero emputados. Porque si de Luis recordamos su trasegar a pie desde Armenia a Bogotá para no quedarse en el ostracismo de Quindío y escribir en Gotas de Tinta sobre El Arte de Dormir Bien; de Andrés retenemos Calicalabozo, Angelita y Miguel Ángel y las 29 pastillas de Seconal de su suicidio, y yo retengo el desagrado que fue para Johann la frase de Caicedo, quien decía que “..vivir más allá de los 25 años era una vergüenza”; de Rafael tenemos grabado la Brújula Mágica, Amarilla, Bogotá con mar y su muerte a manos del lupus; de ahora en adelante usted lector no podrá relegar en su memoria a Johann, su corrección, la aneurisma cerebral ruin, causa de su fallecimiento y sus libros: Seis versiones sobre Ernesto Varona, Ciudad de Niebla, Aquella vida de mago y otros relatos y el cuento Teoría de la Muerte. El paralelo entre los literatos no formula la búsqueda de misterios risibles bajo las piedras, ni una pesquisa de reencarnaciones cifradas en la suma de las letras de sus nombres o fechas de nacimiento y males que produjeron las muertes de cada uno. Propongo con gran descaro pero con mucha justicia hacer de Johann un autor de culto. Dejemos la nostalgia y leamos los textos de estos personajes. Admiremos la lozanía de su última frase y mantengamos la pelusa de nosotros vivos y sin lugar entre los que sabían de la “literatura como la enfermedad que podría llevarlos a la muerte”.1 1 Johann Rodríguez-Bravo. En Un historia que no se acaba nunca, reseña de Paris no se acaba nunca de E. Vila-Matas. Febrero de 2005 en La Movida Literaria. Jean Silver

In memoriam Johann RodríguezBravo

Luis Tejada 1898-1924 Andrés Caicedo 1952-1977 Rafael Chaparro Madiedo 1963-1995 Johann Rodríguez-Bravo 1980-2005

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Reseña: Ciudad de Niebla Johann Rodríguez-Bravo Instituto Cultural Iberoamericano, 183 páginas.

“Aunque ha vivido por fuera tanto tiempo, sabe que la única patria son los recuerdos de la infancia y que esa es la que duele cuando se empiezan a notar las arrugas de la cara.”. El narrador puso en boca de Saúl, el escritor compulsivo que por su corta edad deja que esa compulsión sea coartada, ésta frase y creo que es ella la que en definitiva marca esta novela. Me he confinado un par de horas en el ejercicio de recordar mi infancia, mi adolescencia, mis años de puñetazos, sexo y falsos enamoramientos; he tratado de asociar esos recuerdos con el de los personajes de las muchas historias que el narrador nos cuenta de los habitantes de Ciudad de Niebla. La primera sensación que arriba al ejercicio, es que yo también estuve obsesionado por Claudia –aquella niña que se acostaba con el padre de la amiga y que murio con él, asfixiada en un motel, mientras hacían un trío–, aunque yo no tuve la fortuna de que fuera mía; también se me ha antojado que yo era aquel que hacía flexiones de pecho en ese parque mientras el padre de Saúl quemaba “de una vez por todas” los manuscritos que lo desquiciaban; yo también conocí al gordo Pepe y un día casi me doy duro con él, eso el autor no lo contó; también hice parte de esa feroz pelea en el desierto y de ella me recuerdan dos cicatrices en la espalda. Johann Rodríguez-Bravo construyó, a través de las muchas historias que trazan la novela y haciendo uso de una aguda capacidad de observación, el mapa de una generación de esta ciudad que, a diferencia de muchos casos en la literatura, no puede ser Beijing, Nueva York, San José de Costa Rica, Bogotá o Barranquilla; no, esta ciudad, pese al efecto de la niebla, sólo es una en la geografía de Colombia y fácilmente puede señalarse con el dedo. Sin embargo, a diferencia de la niebla que obstruye la visión, abre un camino claro de asociaciones, que bien podría ser estrecho o amplio, al terreno de lo que ya fue, lo que sólo puede recordarse así sea cifrando “algunos fragmentos de ese laberinto del pasado, porque ninguna generación es ajena a la vieja costumbre de relatos mal contados, de cuentos rotos por la imaginación, de historietas sin final”. Esta ciudad existe y sus personajes no son una invención, hacen parte de esa madeja de recuerdos que la mente guarda con celo en algún resquicio de la bóveda craneana; se llega a ellos a través de un laberinto de asociaciones del que es difícil escapar. Ninguno de ellos obedece al capricho de ese hombre que, al final, osa atribuirse el haberlos inventado y darles un mundo para que corrieran. Sólo coincido con él en que, en algún lugar “Hay otro que no sabe nada de nosotros, pero que tiene la potestad de borrarnos como dos lágrimas de mugre que afean una carta de amor” Andrés Mauricio Muñoz

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La última década ha consagrado a Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) como una de las figuras indiscutibles de la literatura europea. Esta circunstancia no es más que la culminación de una sólida trayectoria literaria que inicia en 1977 con la publicación de La asesina ilustrada y que continuó con obras tan notables como Historia abreviada de la literatura portátil (1985), Lejos de Veracruz (1995), El viajevertical (1999), Bartleby y compañía (2000) o El mal de Montano (2002). Según afirma el autor su última novela, Doctor Pasavento, representa el cierre del exitoso eje formado por sus héroes Bartleby-Montano-Pasavento. Pudimos hablar sobre esta última obra, Walser y Pasavento, Nápoles y París, la huida, Enrique Vila-Matas nos obsequia nuevamente con un maravilloso viaje a las fronteras de la soledad y la locura.

Sostiene Pasavento Enrique Vila-Matas Entrevistado por Fernando Clemot* (Texto cedido por Revista Paralelo Sur de España)

¿Cómo nace Doctor Pasavento? No parece surgir de una anécdota... Me puse a escribir Doctor Pasavento porque quería comentar, a través de una narración, la historia de la aparición y posterior desaparición del sujeto en Occidente; quería comentar la historia de la subjetividad desde Montaigne a Blanchot. Postula en Doctor Pasavento que sólo se pueden observar las señales más ocultas desde el alejamiento, viviendo “en las costuras del mundanal ruido” ¿Es la mejor forma de reflexionar sobre la sociedad el alejamiento de ella? Comprendo que para un joven que lea todo eso de “vivir en las costuras del mundanal ruido” tienen que resultar desconcertantes las inclinaciones del doctor Pasavento, pues lo lógico es que, si es activo y con ambiciones, ese joven desee meterse de lleno en el mundo, entrar en el combate de la vida. Yo no quiero frustrar antes de tiempo a nadie, de modo que vamos a dejarlo de la siguiente forma: se trata sólo de las tendencias a apartarse del mundo de un personaje de ficción; un doctor que tiene, además, varias personalidades; una de las cuales, por cierto, le lleva siempre a lo contrario de querer desaparecer. En cuanto al autor de ese personaje (es decir yo mismo), comparte con Pasavento alguna de esas inclinaciones, pero no a tiempo completo, del mismo modo que uno puede creer en Dios y al mismo tiempo no creer en él. A mí me gusta mucho estar y no estar, del mismo modo que hay cosas que no han sucedido nunca y tal vez nunca sucedan, nunca existan, y sin embargo están ahí puesto que hablamos de ellas. Usted ha afirmado que admira de Walser su repugnancia por el poder, su renuncia al éxito... ¿De veras estropea tanto la fama? Lo que me interesaba en esa repugnancia por el poder era señalar a un tipo de escritor (Kafka era otro) que tenía muy claro que, cuanto más alejado del poder se encontrara, mejor sería la vida para él.

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Resulta curioso que uno de los ejes de la novela sea la figura de Robert Walser, un autor no demasiado familiar en el ámbito hispano ¿Por qué Walser? ¿Qué relación le une a este autor? ¡En el ámbito hispano! El mundo es mucho más grande que el ámbito ese. Me han reprochado en Sevilla, por ejemplo, en un programa de televisión, que hable de Walser al que nadie conoce en Andalucía. Pero Walser es fundamental para cierta comprensión de Kafka, que fue el escritor más importante del siglo XX. Walser es suizo, tampoco es que sea un extraterrestre. Y bueno, yo he dado conferencias en Zurich y en Basilea y he hablado largo rato del sevillano Cernuda y nadie se ha escandalizado por algo así; al contrario, lo conocen a Cernuda en Suiza y, es más, sospechan que como mínimo era tan bueno como García Lorca... En cuanto a todo lo que me une con Walser procede del deslumbramiento que me produjo, hace ya una friolera de años, la lectura de su impresionante libro Jakob von Gunten... No es que me guste ser extranjero, es que lo soy: ya he dicho muchas veces que me gusta –como posición metafísica ante la vida- ser como Walter Benjamin en la frontera de Port-Bou en su último día: “No tener nada y ser extranjero siempre”. Y, por otra parte, ¿por qué tendría que leer a la española Lucía Echevarria pudiendo leer a Fleur Jaeggy, Virginia Wolf o Simone Weil, muy superiores francamente? La locura es una de las temáticas principales de esta novela ¿Está el mayor galardón del loco en su libertad? Les confieso que me encanta en la libertad en la escritura y, por eso –como Cervantes en El licenciado Vidriera– recurro a veces a ella para poder decir ciertas cosas que de otra forma me resultarían más difíciles de encajar en mis textos. Pero que conste que si algo no soporto es a los locos que están locos de verdad; suelen ser unos imbéciles notables. Doctor Pasavento es posiblemente la más extensa y densa de sus novelas, ¿supone el cierre definitivo de un ciclo? Es más que probable. Pero también hay que saber que nada en este mundo queda cerrado del todo. De modo que no sería de extrañar que, tras una excursión por otros parajes, un día regresara a mi paisaje Bartleby-Montano- Pasavento. A vueltas con el ciclo... Hay quien dice que empezó con Bartleby y compañía pero también con Historia abreviada de la literatura portátil o con Suicidios ejemplares... ¿Qué obras cree que lo engloban? Todas mis obras están, como es lógico, conectadas. Creo yo, vamos. Su editor, Jorge Herralde, calificó la novela como “una catedral de la metaliteratura” ¿echa en falta alguna pieza a esta obra o está satisfecho con el resultado? ¿Se despide definitivamente con ella de la metaliteratura? Se olvida en España que El Quijote no sólo es una industria de algunos catedráticos, sino la obra que funda la metaliteratura mundial. Despedirme de esa metaliteratura sería como despedirme de Cervantes y abrazar a Jacinto Benavente. Usted afirmó en cierta ocasión que “la novela del futuro será multirracial o no será nada”. ¿Qué rasgos definirían a esa novela del futuro? Si yo supiera cómo será la novela del futuro, la estaría ya escribiendo. Los sambenitos... Se dice de usted que es un escritor de escritores ¿Cómo rebatiría esta afirmación? Debe haber muchos escritores porque cada día aumenta más el número de mis lectores. ¿Podría darnos algún anticipo de sus próximos trabajos? Llevo dos proyectos al mismo tiempo, a cual más secreto. *Fernando Ruiz Paños es el nombre que se esconde tras el pseudónimo de Fernando Clemot (1970). Nacido en Barcelona. Filólogo y editor. En su palmarés figuran un buen puñado de premios: Premio Internacional Barcarola 2002, Premio Internacional Art Nalón 2003, Premio Ciutat de Viladecans 1999 y 2002, Premio San Isidoro de Narrativa en los años 2002 y 2003, Finalista del Premio Internacional UNED 2003, Finalista del Premio Internacional “Hucha de Oro” (FUNCAS 2004), Finalista del Concurso Internacional La Felguera 2004, Finalista del Concurso Bella Quiteria 2003, Segundo Clasificado en el Premio San Isidoro de Narrativa en los años 1995 y 1996, Premio Especial del Jurado en el Premio Ciutat de Viladecans 2000.Suyas son dos novelas : La trenza de oro(1999) y Ojos perfectos sobre el Tâmega (2002), y un libro de relatos inédito Levante (2004).

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Preludio aclaratorio Lo que vivimos hoy fue pensado ayer. Así el reciente hecho histórico-político acaecido en Colombia, la reelección de Uribe, puede observarse mejor si se consulta la historia de las ideas. La razón económica y política no puede decirnos nada claro sobre este hecho. Renunciemos alegre, valerosamente, a la comodidad de entender la democracia como cuestión matemática, de cifras; más bien reconozcamos que lo único lógico es el pensamiento. Porque sin pensamiento no tenemos historia sino arqueología, muestrario de objetos mudos. La palabra como conductora de las ideas mueve el mundo, de otro modo, ¿qué sería de los políticos sin el discurso? Pericles, político ejemplar, advirtió que no había nada peor que ignorar las palabras, las ideas, antes de ejecutar los actos. Sólo la historia de las ideas en Colombia puede decirnos algo claro sobre el hombre. Admitamos la observación del pensador boyacense Carlos Arturo Torres (1867– 1911) – el único colombiano que figura en la Antología del pensamiento en lengua española de José Gaos – para quien en Colombia, “sean cuales fueren los extravíos y los excesos, siempre se ha combatido por principios (…) en Colombia se ha luchado por política y no por personas; por ídolos del foro más que por los intereses egoístas de una personalidad dirigente” (véase Idola Fori, 1910). Insistamos: lo que vivimos hoy ha sido pensado ayer. Hecho este preludio, esbocemos las ideas de un intelectual antioqueño, Fernando González (1895–1964) cuyas lecturas de Nietzsche, por los años treinta, lo llevaban a la obsesión creciente para que Antioquia dirigiera los destinos de Colombia. Tal vez pueda darnos ciertas luces sobre la reelección de Uribe. Basados en la filosofía fenomenológica, miraremos y no tocaremos.

Pensamientos de un Superman antioqueño Por Sebastián Pineda Buitrago*

-Fernando González: posible precursor ideológico de Uribe“Preparémonos para predicar en las montañas antioqueñas. Esto es seguro. Habrá una dictadura sombría, de bogotanos con calzones perfumados, y la combatiremos con los himnos del loco Epifanio. Porque, ante todo, somos libres en Antioquia y reclamamos la tiranía activa. Si hubiere dictadura, que sea nuestra” (F. González, Cartas a Estanislao, 1935). “En Suramérica hay marxistas, bolcheviques, izquierdismos y derechismos, nombres de absoluta vanidad en tierras que no han principiado a vivir. La diferencia está en que Colombia tiene variedad de sangres, de riquezas, de problemas e inquietudes; cada Departamento es entre nosotros un país; sobre todo, Colombia tiene al Departamento de Antioquia, vasco y judío, pueblo fecundo y trabajador que va unificando poco a poco a la República y que reniega de la vanidad (…) Colombia tiene un principio de personalidad en su Departamento de Antioquia, poblado por judíos y vascos, mezclados bastante con el negro y con el indio. Allí existe un pueblo fecundo, trabajador, realista y orgulloso, que le está dando unidad al país y que parece capaz de terminar su misión, si logra agruparse para la acción con los Departamentos del occidente colombiano. El problema más grave de Colombia está en que el río Magdalena la divide en dos partes de caracteres diferentes. Si nuestros gobernantes dificultan la emigración antioqueña hacia el resto de país, permitiendo inmigración extranjera, Colombia se frustrará en cuanto a su futuro original.

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Nuestros dirigentes políticos e intelectuales no han percibido el hecho antioqueño: un grupo racial de características más definidas que las del judío, hasta el punto de que su suelo es el único en donde no medran los sirios, turcos y genoveses, y que al mismo tiempo ha invadido en cien años casi toda Colombia y aún las repúblicas vecinas, llevando siempre sus cualidades y perdiendo sus defectos; el único grupo racial colombiano que ha continuado la conquista, formando nuevos Departamentos, como el de Caldas... En fin, el pensador no puede menos de mirar a Antioquia como un porvenir, y más si medita en que allí se ama lo propio, casi no existe la vergüenza y hay literatura regional. Gregorio Gutiérrez y Tomás Carrasquilla son antioqueños y presentables como autoexpresiones. Para mí tengo que Colombia debe prohibir en absoluto la inmigración, hasta ver si el pueblo antioqueño necesita ayuda en su misión de unificar el país (…) Y Medellín es toda Antioquia, y Antioquia fundó a Caldas y va llegando a Nariño. (…) Fáltale cultura al medellinense; es preciso elevarle la motivación. Debido a lo primitiva de ésta, Antioquia no ha dado un solo político que de veras influya en la formación nacional: ni un solo diplomático, nada, nada que tenga valor social. Los diarios medellinenses son los más tristes; parecen de aldea. El medellinense está dominado en política, en toda labor social, por Bogotá. Parece un castigo a su avaricia. El tipo es un don Pepe Sierra, genio del “conseguir plata para yo’; el tipo es don Esteban Jaramillo, genio del “llevarse la plata para yo”. (Fernando González, Los negroides, 1936) “Antioquia tiene hoy más de dos millones de habitantes, dentro y fuera, y ha pintado con su sangre casi todas las familias colombianas. Bogotá es nuestra ciudad más populosa. Y si tan ricos, tan activos y tan realistas, no hemos hablado aún los antioqueños del occidente colombiano, ¿cómo afirmar que Santander es el representativo, el héroe nacional?” (F. González, Santander). “Por eso, a mí me sangra ahora el corazón al ver amenazadas las industrias de Antioquia, la esencia de la raza antioqueña que consiste en esfuerzos ejemplares por autoexpresarse en una patria. ¿Qué vale, cúal es el mérito de este grupo humano que habita entre arrugas andinas? Vale porque es levadura de patria, de la futura Colombia; vale por su egoencia; vale por su colombianismo creador. Verdad es que ama el dinero; verdad es que el antioqueño parece alindado por alambre de púas, pero ¿cómo tener la rosa sin las espinas? Todo defecto es aparente; no hay defectos sino cualidades; para un educador sólo valen los hombres que tienen energía porque precisamente el fin de la cultura es encausar aquélla. Para el maestro lo único malo es la apatía, los niños u hombres a quienes los vulgares llaman “buenos”. Bendito pueblo antioqueño! Bendito seas en tus usureros, en tu Colombiana de Tabaco, en tus viejos y viejas astutos en que inventan maneras inverosímiles para engañar a Dios y robarle el Cielo! Bendito seas, porque mediante la Universidad, mediante un gran PRESIDENTE-MAESTRO, tendrás ambiciosos y usureros de gloria, niños, viejos y viejas invisibles en la brega por llegar a ser honra de la humanidad” (…) “El que haya experimentado tiene que reconocer que en Colombia nada se puede sino desde Bogotá; es la capital más capital en el mundo. Si logramos poner entusiasmo en la juventud bogotana, la obra está asegurada…” (F. González, Nociones de izquierdismo, 1937).

*Sebastián Pineda Buitrago (1982). Nacido en Medellín, Antioquia. Investigador del Instituto Caro y Cuervo. Autor de La musa crítica: teoría y ciencia literaria de Alfonso Reyes, próximamente a publicarse por el Fondo de Cultura Económica y fundador de La Movida Literaria y de RedNel.

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La crítica literaria en Colombia-evaluación e interpretación de las obrasha estado marcada por la benevolencia, porque la ecuación que muchos hacen pasa por juzgar que si el cubrimiento de cultura es poco y la producción cultural nacional es también mínima y recibe también un apoyo privado y estatal pequeño, entonces, no se debe hacer crítica, ni señalar errores porque es lo único que informamos y lo poco que hay en el país: «¿Cómo vamos a hacer crítica? Ensalcemos mejor, así sea de mala factura y resultado», dicen. Hacer lo contrario con la literatura y demás manifestaciones artísticas permitiría no creernos los mejores ni los peores, como ocurre en las victorias de las gestas deportivas en que elevamos hacia alturas de símbolos patrios a un conjunto de jugadores, pero si pierden son nuestra mayor vergüenza e incluso asesinamos porque un jugador ha anotado en su propia puerta. La benevolencia en la crítica no educa el gusto, al contrario, deja a los lectores indefensos ante la seducción publicitaria o ante una información sin estimaciones acerca de la valía de las obras. La crítica literaria se hace cuando se crea un programa de estudios literarios, cuando alguien organiza una biblioteca pública o privada como bien lo decía Borges; cuando llenamos con apuntes una libreta que acompaña nuestras lecturas o respondemos una entrevista, al pasar el voz a voz de un libro con nuestra subjetiva opinión y experiencia también hacemos crítica. No sólo cuando se escribe para un medio periodístico o para la academia se hace crítica. El registro escrito más temprano de crítica a textos literarios está en la Poética de Aristóteles, la crítica del momento no sabemos quién la hace. La crítica literaria tenía pocos fines en sus comienzos helénicos: entender qué era lo literario, lo bello y fijar sus principios en la literatura, después en el siglo XVIII vinieron las preceptivas para llegar a lo bello y decir cómo se hacía una obra en un género. Con el tiempo, sin que esto declare una evolución, a la crítica literaria se han sumando otras necesidades un tanto infectas por el mercadeo y la cultura de masas, estas son: la generación de un canon, aproximaciones desde el marxismo, la historia, el feminismo, la teoría de la recepción, en sí, una lista que crece cada vez más. No todos las variedades están presentes en nuestro país, pero sí están disponibles los textos para aprender las teorías y después aplicarlas . Sin embargo, viene una vez más la disculpa sin asidero : «¿Cómo vamos a hacer eso, si no sabemos? Además, nuestra literatura es joven , tiene una tradición corta si se compara con otros países. Ya tenemos un Nobel. Varios Rómulo Gallegos», dicen. A mi modo ver no existe un trabajo de crítica literaria de envergadura cuando no veo que se susciten polémicas (sin que esto sea del todo un indicio de la buena salud de la crítica) y veo que todos asienten ante lo que dicen los críticos, los profesores o un escritor en una entrevista. Lo oímos todo sin rechistar. La tradición generosa en elogios de nuestra crítica, de inmunes silencios ante las fallas, puede ser un síntoma aplicable al estado de nuestro pensamiento. De ser así – sin diagnóstico- somos débiles de pensamiento, carentes de criterios y cercanos a perder la razón, sobre todo si recordamos a la lisonjera Estulticia de Erasmo de Rotterdam. Loar y loarse sin más es una señal de locura.

Crítica sobre la crítica Por Juan Pablo Plata*

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No quiero decir con esto que se deban juzgar las cosas de la vida a partir de las lecturas y sólo con ellas evaluar el estado del pensamiento de un país ni que éste sólo sea construido por medio de la lectura. Si quiero, en cambio, un juicio sumario de la benevolencia de la crítica literaria. Ahora, un par de excepciones recientes en cuanto a críticas y polémicas fueron tres episodios irregulares para nuestra adormecidaza cultura: el primero ocurrió cuando Santiago Gamboa desautorizó en una replica a una reseña de Perder es cuestión de método a Luis Fernando Charry. Dijo que Charry le daba palo sólo para desquitarse porque la editorial que publica a Gamboa no lo había editado a él. Charry es editor de Villegas Editores por estos días. Qué vueltas da la vida. En el otro caso María Antonia García de la Torre cometió un error gramatical y otro referencial al reseñar Todo en otra parte y Carolina Sanín los encontró y se los restregó en un intento por anular la ácida crítica hecha a su texto que con todo y réplica no se sostiene. El tercer evento está más cerca de este ligero presente e involucra una gavilla de personajes, una polémica de dos bandos: los letrados y los técnicos o para ser sinceros de muchos bandos entre: Alejandro Gaviria, Eduardo Posada Carbo( técnicos) y William Ospina, Antonio Caballero y Laura Restrepo (letrados).Alejandro Gaviria prestó la definición de C. S. Snow (letrados y científicos división acuñada por el autor en Dos culturas) para proscribir las opiniones de los escritores de los asuntos de interés nacional aduciendo una falta de conocimiento real en las materias con las que divagan desde su cómoda posición de intelectuales. En el pasado, según recuenta David Jiménez Panesso en Historia de la crítica literaria en Colombia la crítica no ha sido siempre pasiva. Recuerda Jiménez el episodio polémico entre Guillermo Valencia y Miguel de Unamuno cuando el segundo prologó las Poesías de José Asunción Silva y el primero reconvino al segundo por no ser de su gusto la presentación del libro del salmantino. Recuenta Jiménez temas tan cargados e interesantes como la autonomía de la obra frente a la realidad histórica y el arte por el arte, pero queda claro después de la lectura que hace falta una actualización, que hace falta incluso una crítica sobre la crítica. De regreso al vacío presente, encuentro muchos comentarios críticos con anotaciones acerca de la vida de los autores sin que tengan mucho que ver ni aportar, y veo la crítica hecha en la academia encerrada y menos benévola, pero leída por tan pocos por no trascender el campus o los afortunados que se topan con sus páginas. Es una falta grande la ausencia de estudios literarios y cubrimiento en medios sobre novela negra y novela policíaca (con la excepción de Hubert Pöppel), sobre todo, si se confunden las dos clasificaciones porque no hay especialización en esta temática ni en muchas otras para evaluar desde posturas temáticas y no meras aproximaciones formalistas. Si no es en la academia no se revistan ciertos libros porque no son novedad, o porque no hay efemérides. El gremio de la crítica literaria no procura en su mayoría reevaluar el canon ni retomar libros escondidos para ver si se rescata un autor o se refrescan lecturas manidas por la conveniencia mercantil y las roscas deformantes. La crítica ha de ser a largo y corto plazo, para la última novela y para la actualización del canon . No hay en Colombia ni en Latinoamérica grandes nombres como los hubo hace un tiempo cuando se citaba a Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Mariano Picón Salas, Pedro Henríquez Ureña y Rafael Gutiérrez Girardot. Alfonso Reyes merece un comentario especial por no figurar entre las lecturas de las facultades de literatura en Colombia ni en los textos de muchos críticos y eso que tienen en que entretenerse con los 26 volúmenes que nos legó. Es inadmisible que opiniones-antes que críticas definitivas- que reposan en los entrepaños de las bibliotecas, las revistas y las cintillas que se pegan a los libros con guiños de autores de renombre no sean defendidas ni contradichas. ¿Seguirá siendo la crítica literaria colombiana dictada desde los escritorios de los ejecutivos editoriales antes que lectores y críticos que sean bragados ?, ¿ seguirá la crítica benevolente? La crítica siempre es inferior a la obra, pero no por esto debe sumisión.

*Juan Pablo Plata (1982). Nacido en Bogotá. Ganador del Premio de Periodismo CPB 2006 en la categoría de Mejor Portal de Internet con el colectivo Generación Invisible y ganador del Premio de Periodismo Universitario 2005 por mejor página Web con La Movida Literaria y mejor entrevista a David Manzur: genio de los colores. Dirigió dos cortometrajes: Gim Bolero y El coloquio de los centauros: Charla entre Germán Espinosa y R. H Moreno Durán. Libros: Antología Poesía al Parkway, Antología de cuento Umpalá, Sic Editorial 2006.. Editor

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¿Qué nos cuenta de nuevo? Estoy en el Mundial y ayer compartí micrófonos con Carlos Bianchi, que llevó al Boca Juniors a todos los títulos posibles, y me dio mucho gusto saber que tiene gran aprecio por la biografía del equipo que escribió Martín Caparrós (Boquita), así como por su novela Valfierno. Usted ha ganado lo premios literarios Xavier Villaurrutia por su libro de cuentos La casa pierde, el International Board on Books for the Young por El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica y el premio Anagrama por El testigo, obra también finalista para el premio Rómulo Gallegos 2005.¿Qué puede decir sobre los concursos literarios? Hay que distinguir entre concursos a los que uno se postula y premios que son otorgados sin que uno solicite nada. Los premios que entregan las editoriales tienen un claro interés respecto a su catálogo. Sería ingenuo que no fuera así. Procuran premiar una obra que se inserte en sus ambiciones editoriales (esa mezcla del prestigio con el negocio). De los premios que combinan estos aspectos, me parece que el Herralde es uno de los que mejor conserva el gusto por la aventura literaria. El hecho de que lo hayan ganado Javier Marías, Roberto Bolaño, Sergio Pitol, Alvaro Pombo y Enrique Vila-Matas, entre otros, así lo atestigua. Otro detalle importante es que se trata de un premio que da mucho menos dinero y por lo tanto aleja a los best-sellers y a los autores mediáticos.Inscribí mi manuscrito en el Herralde porque me identifico con los gustos de esa editorial (esto, naturalmente, no es garantía de que te den un premio).En cuanto a los otros premios que mencionas, me da mucho gusto que -por las razones que sean- gente a la que no conozco se interese en lo que hago. Por otra parte, hay que tomar en cuenta que todo premio es subjetivo. He sido miembro de muchos jurados y sé que la toma de decisiones depende de una extraña combinación de gustos y circunstancias. Por eso, también hay que relativizar la importancia de lo que decide el jurado, aunque sea en tu favor. Los premios no son certificados de excelencia y mucho menos de inmortalidad. Son accidentes felices, si acaso los ganas. Para mí, lo más importante es recordar que publiqué mi primer libro en 1980, La noche navegable, y recibí un primer premio en el 2000, por La casa pierde. Esos veinte años sin premios me enseñaron que uno puede escribir sin otra recompensa que la escritura misma y el contacto ocasional con algún lector. En El testigo el protagonista es solicitado por viejos conocidos de un taller literario para que ayude en la escritura de una novela con el tema de la revolución Cristera.¿Cómo ve hoy en día esa revolución? La Guerra Cristera pertenece a la historia soslayada del México del siglo XX. Fue una rebelión católica y el gobierno era jacobino. Durante 71 años de dominio del PRI se habló muy poco de los campesinos que en tiempos de la persecución religiosa se fueron al monte para luchar por su derecho a rezar al grito de “¡Viva Cristo Rey!” Merecían un lugar en nuestra historia. Por desgracia, como el PRI fue relevado por un partido de derecha, ahora se habla en exceso de ese movimiento. Hace poco, 13 víctimas cristeras fueron beatificadas nada más y nada menos que en el Estadio Jalisco de fútbol. A la ceremonia

Entrevista a Juan Villoro* Por Juan Pablo Plata (Entrevista realizada en Julio de 2006) * Juan Villoro o Duke of Nochevieja del Reino de Redonda es autor de las novelas El disparo de argón, Materia dispuesta, El testigo; los libros de cuento La noche navegable, Albercas, La casa pierde; los libros para niños y adolescentes Las golosinas secretas, El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, Autopista sanguijuela, El té de tornillo del profesor Zíper . Otros Tiempo transcurrido, Palmeras de la brisa rápida: Un viaje a Yucatán, Los once de la tribu y Dios es redondo, textos sobre fútbol; Efectos personales y Safari accidental.

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asistió nuestro ministro del interior, quizá con la intención de ser beatificado. El interés que les dedico en la novela (insólito hace 5 años) ha sido superado con creces por la realidad. Los cristeros han pasado de mártires anónimos a mártires de Estado. ¿Cómo veía a México antes de ir a vivir a Barcelona, España, y cómo está México ahora que usted ha regresado? Me fui en un momento confuso. Vicente Fox había ganado la presidencia. En lo personal, tenía pocas esperanzas de que un conservador ignorante pudiera ser buen estadista. Sin embargo, se trataba de una gente con carisma, claro en sus formulaciones, que logró la histórica proeza de sacar al PRI de la presidencia. Digamos que las esperanzas se mezclaban con el escepticismo. Tres años después llegué para contemplar la ineptitud de un gobierno que fracasó en casi todos sus proyectos, pero se autoelogia a diario en televisión. De la “dictadura perfecta” (como Vargas Llosa llamó al sistema político mexicano) pasamos a la caricatura perfecta. En la Feria Internacional del libro de Bogotá de 2006 cuando se le rindió a usted homenaje por su obra dedicó una buena parte de su intervención ante el público para hablar de Johann Rodríguez- Bravo.¿Qué puede decir del desapareciLa última novela del autor de La novia del torero. Disponible ya en todas las librerias del país. do escritor? Conocí a Johann hace algunos años en la Feria del Libro de Bogotá. Al cabo de un tiempo me mandó un cuento que me pareció espléndido y así iniciamos una relación por correo electrónico. Me pareció un lector agudísimo y un narrador con un talento inmenso. Colaboré con una revista que él ayudaba a publicar en Popayán y nos volvimos a ver en Bogotá. Él me presentó a algunos amigos suyos, colombianos y argentinos, y yo a algunos españoles y mexicanos. Tuvo la generosidad de dedicarme un cuento de su primer libro. Con frecuencia, hablábamos de sus proyectos personales y yo solía recomendarle calma. A veces el escritor joven tiene demasiada prisa en publicar. No era el caso de Johann, pero de cualquier forma yo advertía en ocasiones la impaciencia propia de quien ya desea existir como escritor. Naturalmente, yo ignoraba que moriría muy pronto. Me deprimió mucho esta noticia. Johann tenían un futuro espléndido y no creo ser el único que aventuraba lo magnífica que sería su compañía en los años venideros. Dos cortas ¿Ramón López Velarde? El fundador de la poesía moderna de México. Tuvo una vida en la que se reúnen las contradicciones de la cultura mexicana. Él mismo habló de sus “funestas dualidades”: fue católico y pecador, vanguardista y devocionalmente cotidiano, cosmopolita y renovador de la tradición, revolucionario y afecto a la costumbre. Murió a los 33 años, cortejó a cuatro mujeres que lo adoraron pero no quisieron casarse con él. No tuvo casa ni reloj. Tampoco conoció el mar. Todo esto llevó a incluirlo en mi novela El testigo. ¿Dios es redondo? La pelota es un objeto del deseo y representa al destino en el fútbol. Muchas veces parece tener vida propia y decidir las jugadas por su cuenta. La pasión se ritualiza en las gradas y el fútbol depende de un sistema de creencias: los hinchas tienen fe a pesar de la evidencia y esperan milagros. En esto se aproximan a la experiencia religiosa. La diferencia esencial es que el fútbol carece de más allá: su cielo y su infierno se cumplen en la cancha.

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