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REFLEXIONES DURANTE EL CAMINO

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CASA DE CITAS

CASA DE CITAS

Ahora bien, los artistas participantes, tanto invitados como seleccionados por convocatoria fuimos: Colectivo “Soy Estudiante”, Leandro Ocampo, Gustavo González, Carlos Flórez, Natalia Lombo, Stefanía Diaz, Nathalia Montenegro, Jorge López, Colectivo “Obras de la Mano”, Lwdin Franco, Esteban Sanchéz, Jennifer Rubio y Andrea Zuñiga. En los laboratorios, Manuela Álvarez, Georgina Montoya, Andrea Ospina y Juliana Ceballos, Pedro Rojas, Francisco Parra.

Y por último, los integrantes del Salón de Aquí: Camila Arias, Vanesa Palomino, Leandro Ocampo, Daniela López, Stefanía Diaz, Esteban Sánchez, Luisa Granada, Francisco Parra, Erika Orozco, Lwdin Franco, Jorge López y Pedro Rojas.

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Así pues, entre buena compañía, presenté Cosas de Casas como una instalación que dividí en dos partes, la primera que da cuenta del proceso de investigación, las palabras, ideas, dibujos que fui recogiendo a lo largo del proceso y que ya he compartido aquí; la forma en la que se hizo tangible la metodología de este proyecto.

La segunda parte fue Cosas de Casas, el libro ilustrado, el resultado de todo lo anterior.

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A lo largo de esta investigación reuní palabras que me ayudaron a entender mi relación con los lugares en los que he vivido. Palabras que han sido constantes y cotidianas. Parece que, de alguna manera, se han vuelto parte de una rutina. Por eso, en la mitad del camino de lo que ha sido este trabajo, me detuve y escribí sobre ellas, me atrevo a decir que, con el fin de encontrar los vínculos que nos unen.

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Geografía

Si volteo a ver, crecí rodeada de nevados y volcanes. La primera vez que supe que era una erupción volcánica fue a causa del Pichincha, la ciudad se revistió de gris; las calles, los carros estaban cubiertos de ceniza y las ventanas de las casas marcadas con una “x” de cinta. Mi padre también marcó las nuestras. Recuerdo la ceniza, las mascarillas que debíamos llevar en nuestras mochilas a la escuela en caso de emergencia. También recuerdo a mi madre recogiendo la ropa con prisa para evitar que se perdiera o ensuciara. Guardo más nombres de volcanes, el Cayambe y el Chimborazo por ejemplo, ambos parte del paisaje cuando mi padre nos llevaba a Cayambe, la provincia, por bizcochos o cuando viajábamos hacia Ambato.

Al Cotopaxi siempre lo sentí cercano. Lo saludaba en las mañanas de camino a la escuela. Solo tenía que mirar hacia atrás y ahí estaba, siempre blanco en medio de la calle empedrada. Cuando nos mudamos a Armenia, apareció el Machín durante una clase de geografía. El profesor explicó esa vez lo peligrosa que podría ser su erupción. A él, no sé distinguirlo entre los cerros. También está el nevado que sólo he visto dos veces. Me atrevo a pensar que es el Quindío, pero es más bien tímido. Cada vez que tengo la oportunidad de buscarlo en el cielo despejado, no está visible.

En Manizales conocí al Ruiz, al Tolima y al Santa Isabel. Ahí estaban los días que amanecía despejado mientras caminaba a clase de siete. Y a las cinco de la tarde, desde la terraza de Bellas Artes, cuando me quedaba a ver las nubes pasar sobre las montañas, como el último desfile que daba fin al día.

Vengo de montañas, de estar rodeada de ellas, de sus azules, sus verdes, sus blancos y sus grises. Lo noté en Guadalajara cuando el único volcán que tuve cerca era el nombre de la calle en la que llegué a vivir y que al comienzo no sabía pronunciar, el Popocatépetl. –Volcán Popocatépetl 6192-.

Como quien suma coincidencias o programa encuentros, lo tuve cerca de camino a casa en Chalco. Lo vi desde el avión antes de llegar. Ahora sé que es la Montaña Humeante y que se encuentra junto a la Mujer Dormida, el Iztaccíhuatl.

Así, no es difícil concluir, quiéralo o no, que casa también es tener una montaña cerca.

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Espacios Prestados

Habito libros como si fueran casas. Habito casas como si fueran libros.

Cuando saco un libro de la biblioteca no puedo evitar pensar en el lector anterior a mí; son espacios que habitamos por un momento (el estipulado, entre diez a quince días). En ellos hay pequeños rastros de alguien que también estuvo ahí, una nota olvidada, una oración subrayada o la lista de pendientes escrita sobre la portada.

La sensación no es distinta al llegar a una casa nueva, ambos se abren, se recorren, se cuidan, se habitan y llegado el tiempo… se devuelven. Se entregan a alguien más. Los libros y las casas, mis casas, han sido espacios prestados, espacios que me pertenecen un rato, de tiempos cortos.

Por eso hace poco empecé a comprar libros,

Porque no tengo una casa, Pero puedo tener libros.

Porque el espacio permanece también en una hoja de papel.

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Llaves

No es la primera vez que cargo un llavero vacío. Muchas veces he tenido que dejar las llaves que lo acompañaban. Recuerdo, por ejemplo, cuando llegaron mis primeras vacaciones universitarias: entregué las llaves a mi casera pensando que no las usaría más y al final, me acompañaron un año. De ahí en adelante ha sido un sinfín de llaves que entran y salen de mi llavero; algunas entregadas en la mano, otras dejadas sobre la mesa o en algún lugar visible… De alguna u otra forma tener llaves da la sensación de tener una casa. En ellas reside el dominio del afuera y del adentro.

Tengo un llavero, no tengo llaves. ¿Tengo una casa? Mi llavero vacío como símbolo de la casa que no tengo. Hace una semana volví a dejar las llaves, las cargué durante dos meses en el bolsillo delantero de mi mochila, cerciorándome de vez en cuando de que estuvieran ahí. Y es que en mí no habita miedo más grande que aquel de perder las llaves. Quedarme afuera de casa.

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Muebles monumentos

Acumulamos recuerdos, guardados en cajas y cajones. Algunos otros dejados atrás, porque no había espacio para ellos en la nueva casa o simplemente, el tiempo y el polvo los fueron desgastando.

¿Qué hay en ellos dignos de memoria? Se han levantado como monumentos para hablar de nuestras pequeñas batallas sin importar el resultado. Están ahí, debajo del sofá o en los gabinetes de la cocina. Refundidos en la oscuridad o erguidos en medio de la sala. Se limpian, se guardan, se llevan en la mudanza. Nuestros muebles monumentos.

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Métodos de mudanza

Después de un número considerablemente grande de mudanzas, la lógica diría que ya tendríamos que ser expertos. Pero no es así. Tal vez cada casa sea diferente y es por eso que olvidamos la experiencia de su antecesora y por lo tanto cada una parece necesitar su propio método.

El ciclo no varía:

Buscar una casa, empacar la casa anterior, instalarse en el nuevo lugar. Y aunque suene simple en este pedazo de papel, no lo es. Hay kilómetros recorridos detrás de la palabra “buscar”. Papeles que se botan, ropa que se queda y la necesidad de ser ligeros antes de “empacar”. “Instalarse” tal vez sea la parte en la que está permitido respirar. Hay tiempo para reconstruir la casa, para acoplarse a sus espacios.

Entonces, en medio de cajas sin desempacar, el método no existe.

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