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CASA DE CITAS
Este es el lugar donde se congregan las palabras que no escribí yo, las que me acompañaron durante la investigación; las que guardé en mi libreta, las que me acogieron, que se hicieron cercanas, que se sintieron cálidas. Este es el espacio para compartirlas y para agradecerles por ser las palabras justas, tal vez las indicadas. En ellas encontré pequeños indicios y, sobre todo, la prueba de que esta búsqueda no es solo mía, sino que hay muchas personas junto a mí que en algún momento se hicieron una pregunta similar.
Sin más preámbulo, así comienza esta reunión de voces a destiempo.
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Casas
“Edificio, mansión, hogar, establecimiento, morada, residencia, vivienda, apartamento, domicilio… Familia. Comercio. Descendencia, linaje, raza.” Prof. Julio de la Canal Diccionario de sinónimos e ideas afines Ciudad de México: Compañía Editorial Continental, S.A. (1981). pág. 65
“Casas de familias que ya no se dan y baños amplios de tuberías antiguas. Casas con actitudes playeras y codiciadas por renovadores urbanos y su costumbre de imponerse sobre lo anterior. Casas de varios niveles que se borran con drywall y ladrillos, como si la ausencia de una familia numerosa fuera suficiente para acabar con el rasgo de la monotonía y todas sus historias.” Jeffry Esquivel Memoria corta, largos desplazamientos Revista Matera. (2017), no 17. pág. 222
Yo tengo una casa que viene y que va que sube y que baja que se encoge y que se agranda que está aquí y está allá. Pues allí donde yo estoy, siempre está mi casa. Claudia Legnazzi Yo tengo una casa Ciudad de México: Colec. Los Especiales de a la Orilla del Viento. (2013). pág. 13
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He aquí una casa loca, cuyas escaleras no conducen a nada. Uno abre la puerta y cree entrar y en realidad ha salido. Pero cuando uno cree salir sucede lo contrario: uno ha entrado. Y la mayoría de las veces uno no se explica a dónde ha llegado, o qué ha sido del cuerpo de uno en esta casa. Las ventanas tienen la peculiaridad de no mirar hacia afuera sino hacia adentro. Todos los muebles cuelgan a medio metro del techo principal. De manera que para llegar a ellos es necesaria la imposibilidad de volar, o un salto largo y elástico que le permita a uno aferrarse de una silla, por ejemplo, y luego escalarla y sentarse en ella, como en un peligroso columpio. Y lo peor ocurre cuando cada uno de los movimientos oscilantes de los muebles tiende a vencer el equilibrio de los ocupantes, de manera que muchos se han despedazado intentando resistir más de una hora sentados en el mismo sitio. Todos los muebles confabulan sus movimientos para desbaratar a sus ocupantes, y ya se sabe que los muebles flotantes procuran sobre todo que los cuerpos sean derrotados de cabeza; nadie ha podido saltar incólume. Siempre, en la caída, hay otro mueble oscilante que se las arregla para que el cuerpo en condena se estrelle de cabeza contra el suelo.
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A pesar de estas aparentes incomodidades, se escuchan, en la casa, cuando cae la noche, muchas voces y risas, y chocar de copas (y muebles). Nadie ve llegar a los invitados, y tampoco salir, y eso se debe seguramente a la otra originalidad de la puerta, que da la sensación de permitir entrar y salir al mismo tiempo, sin que verdaderamente se haya salido o entrado. Nadie sabe, además, quién es el dueño o quiénes habitan la casa permanentemente. Alguien nos cuenta que vive una pareja de niños. Otros aseguran que no son niños, sino enanos: de lo contrario no se justificarían las fiestas de siempre, escandalizadas por las exclamaciones más obscenas que sea posible imaginar. Hay quienes afirman que nadie vive en la casa, y que en caso contrario no serían niños y tampoco enanos sus habitantes, sino dos jorobadas dementes. Ni unos ni otros dicen la verdad. No han acabado de entender que todos son en realidad mis habitantes, que están dentro de mí como también yo estoy dentro de ellos, que yo soy algo vivo, y que a pesar de todas las vueltas que puedan dar por el mundo quizá nunca les sea posible abandonar mi tiranía para siempre, porque también yo estoy dentro de mí. Evelio Rosero Diago Cuento para matar un perro (y otros cuentos) Bogotá, Carlos Valencia Editores. (1989). pág. 16-17 La casa es la misma; espacio rectangular invadido por la quietud de las horas. Ingrid Solana Barrio verbo Ciudad de México: Fondo Editorial Tierra Adentro. (2014). pág. 13
La vivienda se ha tomado como definición del hecho edificado y construido en un lenguaje puramente arquitectónico, y la casa como lugar de la existencia, de la construcción del sujeto, del sentir propio de la experiencia humana. Guillermo Sañudo La casa como territorio. Una nueva epistemología sobre el hábitat humano y su lugar doméstico, Iconofacto. (2013) no 9(12). pág. 214-231
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36 En mi casa -que no es casa sino apartamento- tengo cosas que me alegran, como cuadros, plantas, libros que he leído y tengo por leer, la televisión y la cama. Sin esas cosas, mi apartamento no sería mi casa, sería solo un espacio. Manuel Kalmanovitz Escapar a casa Revista Matera. (2017) no 17. pág. 226
A veces se construye hogar en una casa, otras veces en un apartamento, a veces en una habitación, a veces en una finca. Algunas veces no hay casa, ni apartamento, ni habitación, ni finca propia. A veces se renta, a veces se compra, a veces se presta. A veces no hay con que rentar, ni comprar, pero hay familia con quienes crear casa. A veces esa familia es una carga, a veces es un apoyo. En algunas ocasiones hay dos casas y una sola familia, en otras hay dos familias y dos casas, en otras ocasiones hay más. A veces hay cosas pero no hay casa, a veces hay casa, pero no hay cosas. Algunas veces hay una cama o un intento de cama en que dormir, pero no hay un baño propio, hay unos cartones y unas telas, a veces hay una esquina favorita de la ciudad donde dormir con el perro y donde sentirse en casa. Las casas se crean a partir de ideas, a veces solo no se crean, pero en la mayoría de casos sí. María Margarita Moreno Las casas y las cosas Revista Matera. (2017) no 17. pág. 134-135
Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa solemos ir de pared a pared volteando la cabeza para no creer de nuevo. Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa odiamos salir de viaje. No vaya a ser que en la distancia podamos definir un país que se deja y confundirlo con amor nacional. Detestamos las nacionalidades. Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa nos sentamos en las casas ajenas y lloramos quedito, educadamente, por gratitud ante la puerta abierta. Solemos caminar demasiado, no sabemos meter dinero a los bancos y vivimos al día a día con lo suficiente. No importa la edad que nos posea, tenemos aire de que acabamos de llegar, de despertar, de amar desconocido, de besar a alguien bajo los puentes; apreciamos la buena comida, el vino escaso, somos agradecidos a falta de otras costumbres menos bárbaras. Tenemos una voz suave como recién nacida que hace que los demás se inclinen a escuchar. Los que no tenemos casa, los que nunca hemos tenido casa nos vestimos con todos los colores, no nos gusta que nos miren en blanco y negro; arrojamos centavos en las fuentes pero olvidamos después tantos deseos incumplidos… los parques, las iglesias, las glorietas arboladas son nuestros lugares favoritos, también el mar pero está lejos y uno tiene que quedarse cerca por cualquier cosas, por si llueve, por si hace calor, hay que estar disponible: la casa que no tenemos, que nunca hemos tenido, puede que se caiga sobre nosotros y hay que estar preparados. Brenda Ríos La sexta casa Sinaloa: Instituto Sinaloense de Cultura, Serie Ex Libris. (2018). pág. 26-27
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No quisiera volver a tu casa. Pero hablaré de ella, de tu hábitat, de tu locus. Y hablaré de tu casa porque es la única que conozco. No puedo todavía hablar de la mía, porque, a pesar de lo paradójico que pueda parecer, no tengo casa. Florence Thomas De la A la Z Bogotá: Aguilar. (2008). Pág. 81
También está la gente que no se aguanta su casa, que se la pasa callejeando o mudándose o armando planes para cambiarse de ciudad o de país o de continente. De pronto para esa gente su casa es simplemente su mente o el mundo en un sentido amplio, y no necesita refugios de ninguna clase. Manuel Kalmanovitz Escapar a casa Revista Matera. (2017) no 17. pág. 230
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Huellas
PERMANECER (D)escribir la casa, la película, el libro y el habla que usamos todos los días con los ojos cerrados. Andar el camino perdido y recuperar los verbos que definen lo que fuimos: animales de actos nostálgicos. Aprender a partir y a moverse. Ingrid Solana Barrio verbo Ciudad de México: Fondo Editorial Tierra Adentro. (2014) pág. 202
Los lugares que soy, o los que he sido, los que existen y los que fui matando los he dejado aquí como recordatorio. Estas piedras van a formar mi casa Y estos poemas son mi geografía. Ángel Vargas El viaje y lo doméstico Ciudad de México: Praxis. (2017)
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Un edificio tiene su época de oro, los años y el desgaste lo adelgazan, le dan un parecido con la vida que transcurre. La arquitectura pierde peso y gana la costumbre, gana el decoro. Fabio Morábito Época de crisis. Del lunes todo el año Ciudad de México: Editorial Verdehalago. (2005). Pág. 11
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El espacio (continuación y fin)
Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles, intangibles, intocados y casi intocables, inmutables, arraigados: lugares que fueran referencias, puntos de partida, principios: Mi país natal, la cuna de mi familia, la casa donde habría nacido, el árbol que habría visto crecer (que mi padre habría plantado el día de mi nacimiento, el desván de mi infancia lleno de recuerdos intactos… Tales lugares no existen, y como no existen el espacio se vuelve pregunta, deja de ser evidencia, deja de estar incorporado, deja de estar apropiado. El espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo. Mis espacios son frágiles: el tiempo va a desgastarlos, va a destruirlos: nada se parecerá ya a lo que era, mis recuerdos me traicionarán, el olvido se infiltrará en mi memoria, miraré algunas fotos amarillentas con los bordes rotos sin poder reconocerlas. Ya no estará el cartel con letras de porcelana blanca peluda en forma de arco circular sobre el espejo del pequeño café de la calle Coquillière: «Aquí consultamos el Bottin» y «Bocadillos a todas horas». El espacio se deshace como la arena que se desliza entre los dedos. El tiempo se lo lleva y sólo me deja unos cuantos pedazos informes: Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Georges Perec Especies de espacios Barcelona: Montesinos. (2001). pág. 139-140.
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Mudanzas
Había visto las cajas esa mañana, muchas de ellas ya cerradas con casi toda la casa adentro. Pedro Badrán El día de la mudanza. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá. (2001). Pág. 31
En aquella casa había construido mi guarida. Era una madriguera en la que, cuando estaba triste, me escondía como un perro enfermo, y bebía mis lágrimas y lamía mis heridas. (…) Pero tal vez cualquier casa, cualquier casa podía, con el tiempo, convertirse en una guarida, y acogerme en su penumbra benévola, tibia y tranquilizadora. Natalia Ginzburg Ensayos Barcelona: Lumen. (2009). pág. 25.
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Sigo sin saber qué interruptor enciende el foco de la sala y cuál el del pasillo los libros yacen apilados en el suelo y no hay un solo clavo en las paredes.
Las ventanas dejan entrar la luz desnuda y las miradas extrañas y habituales de mis vecinos. Las cosas de antes siguen embaladas en cajas que esperan en el clóset como piezas de archivo en el museo de la memoria autobiográfica.
Cuando despierto a medio sueño me toma de tres a diez segundos saber dónde me encuentro. Recorro a oscuras, con torpeza, el trecho que va de la cama a la cocina -de esta casa a la de antes-, y a veces todavía me pierdo como un turista de mi propia vida. Herson Barona Departamento Bonsai. Ciudad de México: Cuadrivio. (2017). Pág. 51
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44 En cada una de mis mudanzas lo primero que llevo es una serie de fotografías que sepulto muy pronto en el fondo de un cajón bajo la ropa que no uso. No se las muestro a nadie; yo casi no las miro, me basta con que existan los recuerdos. Todavía no sé qué significa ese gesto, no sé por qué me apego a los rituales tan absurdos. Podría decir que es una forma de apropiarme del espacio, podría decir que una mudanza comienza con la memoria y lo primero que se instala en una casa es el pasado. Herson Barona Departamento Bonsai. Ciudad de México: Cuadrivio. (2017). pág. 59
-¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaron todas esas casas? - Porque no tuve elección. Lowery, D. (Director) A Ghost Story (Película). Estados Unidos: Zero Trans Fat Productions. (2017).