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ETAPAS

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NOTAS FINALES

NOTAS FINALES

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“El objeto de este libro no es exactamente el vacío, sino más bien lo que hay alrededor, o dentro” (Perec, 2001, p. 23)

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La palabra que da inicio a este trabajo no es difícil de adivinar. Me ha perseguido desde que tengo memoria, pero siento que se trata de un descubrimiento reciente.

Cuando era niña lo hizo en forma de juguete, en distintos materiales y colores: una granja, una con muebles diminutos, retráctiles, de papel, legos y fichas para armarlas…

Casas, casas, casas, casas.

Ahora, las persigo, las capturo, las dibujo; intento guardarlas, conservarlas.

El interrogante por la casa y sobre todo por la mía, ha ido creciendo hasta que… aquí, después de mucho, puede hacerse tangible. ¿Qué es una casa? ¿Es siempre un espacio constituido por paredes, puertas y ventanas? ¿Cómo se investigan? ¿Cómo me relaciono con ellas? ¿Cuánto tiempo hay que habitarlas para que nos pertenezcan?

Quise ser tan acuciosa como Georges Perec que, durante doce años, diseñó un método para describir doce de las casas en las que vivió, sin repeticiones y en diferentes épocas del año.

Entonces me propuse estudiar los lugares detenidamente, el lector encontrará cuatro etapas en las que se desarrolló esta investigación, teniendo en cuenta que no hubo un camino trazado si no que se fue dibujando mientras avanzaba.

Primera etapa/ Antes de la lista

Este fragmento está situado en una biblioteca de la Ciudad de México, en la sección de enciclopedias y diccionarios; en una mesa con libros gordos: un diccionario de sinónimos e ideas afines, un diccionario temático de las cosas y sus partes, enciclopedias y diccionarios etimológicos. Con uno de ellos abierto en la “c”, entre “carvi” y “casabe”. Cuando empiezo un proceso de investigación, el primer recurso al que acudo es la palabra. Encontrar todas las posibilidades que puede tener a través de sus significados, sinónimos, definiciones, origen; para así ampliar el espectro de la idea inicial que tengo. En este caso ese proceso no fue distinto, de ahí la razón por la que este fragmento inicie en una mesa llena de libros gordos.

Mi objetivo en ese momento parecía claro: obtener la mayor información posible sobre casas, desde la palabra y desde la experiencia de otros. Adriana Ventura fue de gran ayuda en el proceso, me prestó los libros que usó como referencia para escribir Bocetos de una vida sin casa (2015), 1 que incluían desde cuentos de Cortázar hasta poetas de varias nacionalidades que hablaban sobre el desarraigo y su relación con los lugares que habitan. Yo, por otro lado, acudí a la biblioteca buscando todo tipo de libros que tuvieran entre sus páginas la palabra casa, sobre todo en la sección de literatura.

1 Libro con el que ganó el premio de Cuento y Poesía María Luisa Ocampo en el año 2016.

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Si lo pienso mejor, antes de esa biblioteca, estuvo mi cuarto en Manizales a mediados del 2017, el año en el que leí a Georges Perec. No quiere decir que mi inquietud por los lugares y, en específico, por la casa haya nacido en ese momento, pero sí fue un encuentro necesario para darle forma a lo que hoy es “Cosas de Casas”. Lo curioso del asunto es que lo había leído antes, en Guadalajara. Fue mucho después, revisando mis libretas viejas que vi su nombre escrito al final de la página en donde copié el texto curatorial de una de las exposiciones en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (MUSA). Recuerdo que regresé a esa sala solo a transcribir el fragmento.

En el 2017 el encuentro no fue muy distinto, ambos tienen la similitud de la casualidad, en este caso fue por una dibujante que sigo, Tatee, compartió en twitter un fragmento de “Especies de espacios” libro en el que Georges Perec desglosa, desde lo particular a lo general, los espacios que recorremos todos los días. Desde el espacio de la página hasta el espacio que conocemos como mundo. Al final saqué el libro de la biblioteca y es posible que sea una de las razones por las que esté aquí, escribiendo sobre casas. Presté atención a cada una de las palabras en él, un indicio para darme cuenta que, así como Georges Perec, el espacio se había vuelto pregunta en mí. Los lugares comunes que recorremos a diario, de la habitación al baño, de la casa a la oficina, todos esos estaban ahí para ser interrogados, finalmente, llegué a darme cuenta que era válido preguntar por ellos.

Ahora bien, después de la inquietud sembrada tras leer Especies de espacios quise reunir una serie de conocimientos que en otro momento y en otra disciplina podrían ser considerados innecesarios pero que aquí adquieren relevancia. Primero como una revolución del conocimiento, segundo porque alguien debe encargarse de las cosas comunes. Con esas intenciones en la cabeza decidí que este proyecto sería una enciclopedia de lo ordinario, que tendría como eje central la casa. La enciclopedia no surgió de un capricho, fueron ideas que convergieron, revisando su definición es una “obra en que se expone el conjunto de los conocimientos humanos o de los conocimientos referentes a una ciencia o un arte” (Oxford, 2018). La intención en este primer momento era recopilar información con respecto a la casa, proceso que ya había empezado y juntarlo en un libro ilustrado que cumpliera con la definición de enciclopedia, usando fuentes que hablaran

desde lo sensible y desde la experiencia, por eso los libros que Adriana me prestó fueron tan útiles, al igual que el libro que ella escribió. Sería entonces una enciclopedia que nacería de leer a poetas hablando de sus casas, de las mudanzas, del arraigo, la recopilación de conocimientos “absurdos” 2 y claro, sin dejar de lado al dibujo.

Suena congruente ahora que lo escribo, pero en ese momento todo era confuso. Aunque había recopilado información aún parecía insuficiente. ¿Tendría que abarcar también cuestiones formales, desde la arquitectura? A pesar de que tengo una colección de fotografías de casas, que visualmente me agradan, no era de mi interés adjuntar información relacionada con la forma y estructuras de viviendas sino más bien desde la forma en la que nos relacionamos con esos espacios en los que vivimos.

Con todas estas aristas en la cabeza, el proyecto seguía siendo muy general y, en su mayoría, confuso haciéndolo difícil de abarcar. Convirtiendo a la pregunta por el contenido difícil de responder. Sin más, en ese vaivén, repetía a Georges Perec en mi cabeza diciendo:

“Cómo hablar de estas “cosas comunes”, cómo asediarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que están pegadas, cómo darles un sentido, una lengua: que finalmente hable de lo que existe, de lo que somos” (2013, p. 15).

Aún no encontraba el lenguaje apropiado para darle forma a una pregunta que no tenía clara. Me encontraba en un camino con muchas posibilidades y no sabía cuál tomar. Asumo que es normal esa sensación, la de sentirse perdida mientras se buscan respuestas.

2 Digo absurdos entre comillas porque para quien escribe no lo son, y uno de los objetivos de

este texto es dejar claro, que el conocimiento generado a partir de una experiencia sensible es

igual de válido a uno que nace del método científico.

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Segunda etapa/ La lista

Este fragmento tuvo lugar en nuestro comedor, en nuestra mesa de plástico; durante las conversaciones de media mañana con mi madre, acompañadas de bebidas calientes. Mi madre como fuente de primera mano de los acontecimientos familiares, de recuerdos que no guardo, la voz cercana a la memoria. Dice ella que vivimos en Bogotá dos años antes de mudarnos a Ecuador, que no fue fácil al comienzo, pero nos acostumbramos y, con el tiempo, nos gustó Quito. Después de diez años y con mis padres pensando en nuevos futuros, volvimos a Colombia, a Armenia, que tal vez sea el lugar en el que recopilamos más mudanzas.

Fue antes de ir de intercambio a Guadalajara que caí en cuenta de que nuestra vida familiar está mediada por el movimiento. Si soy exacta fue durante las vacaciones de mitad de año del 2015. Nos mudamos, pero no a un lugar, simplemente las cosas grandes fueron guardadas en una bodega y cada uno se quedó con una mochila de ropa que serviría mientras tanto. Estuvimos una semana en Ecuador y cuando volvimos del paseo, nos quedamos en las casas de amigos. Fue un tiempo récord de un mes y cuatro lugares distintos. A pesar de no ser nuestra primera mudanza, esa serie de sucesos sirvieron para desencadenar la inquietud por la casa nómada y cambiante, por las posibles formas de habitar. Es por eso que me parece extraño que no hubiese escrito la lista antes, fue un paso que obvié: escribir la lista de todas las casas en las que hemos vivido con mi familia y en las que he vivido yo después de entrar a la universidad. Entendiendo por casa todo tipo de construcciones en las que tejimos la vida adentro, que nos sirvieron de refugio o como el lugar al cual llegar. Digo que obvié porque sabía que eran muchas, pero no sabía exactamente cuántas.

No me había tomado el tiempo de:

Contarlas,

Enumerarlas, Nombrarlas, Recordarlas, Ordenarlas, Clasificarlas.

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Hicimos la lista esa mañana mientras tomábamos té de manzanilla, como una tarea que surgió en medio de la confusión, la escribimos sin darnos cuenta que encontrábamos uno de los hallazgos más importantes de esta investigación; como el detective que encuentra la pista que une todos sus cabos sueltos o más bien la brújula que indica el norte. Sin notarlo, la pregunta inicial había estado desligada de mí y pensada desde afuera. En otras palabras, a pesar de que el objeto de estudio de este trabajo surge de una pregunta personal, lo había estado abordando desde una visión general lejana a mi experiencia. Escribir la lista fue importante porque me llevó a darme cuenta que no podía investigar la casa sin también abarcar la historia detrás entre esa palabra y yo.

Tercera Etapa / Después de la lista

Tengo treinta y dos casas, este momento sucede en la número treinta y dos: la actual. Escribir la lista fue el punto necesario para darle sentido a la pregunta que ahora tengo clara; no se trataba de las casas como objetos distanciados que tenía que desglosar para entender, sino de mi relación con ellas, con esos espacios y de nuestros diálogos. No puedo hablar de casas, estudiarlas, sin hablar de lo íntimo, de lo privado, de adentro, de mí. Guillermo Sañudo, en su texto La casa como territorio, dice que la geografía humana “es el estudio de las relaciones entre sociedades y su medio físico para entender los paisajes culturales que estas constituyen” (2013, p. 216). En otras palabras, la relación del hombre con su espacio trae consigo un resultado de carácter cultural que da cuenta de lo que somos. Para las ciencias que estudian el territorio la casa no suele ser objeto de su interés, porque no encuentran en ella algo para ser valorado. Opino todo lo contrario, la casa es el primer territorio con el que nos relacionamos, mucho antes de entender o aprender el nombre del país en el que vivimos. Aprendemos en ella el concepto de fronteras con una puerta cerrada, de reglas mucho antes que de leyes. Si vuelvo a la definición de geografía humana y la traslado aquí, al campo de las artes, el campo dónde es

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válido partir desde lo íntimo, este trabajo sería entonces una geografía de mi relación con treinta y dos casas afectadas por factores como el desplazamiento, la mudanza, del espacio plural; para así entender cómo se habita en movimiento, en lapsos de tiempo indefinidos.

Qué puedo decir entonces sobre la forma en la que nos hemos relacionado con nuestras casas: que esa relación incluye las palabras deriva e incertidumbre. Nunca hemos sabido con exactitud el tiempo que nos quedaremos en un lugar y si llegado el momento, encontraremos la manera y el espacio para quedarnos. Entonces, esta también es la historia de treinta y dos mudanzas, de casas en cajas, de traslados, y a veces, de destierros.

Transitorios, así nos defino. Migrantes también. Lo fuimos en Ecuador, aunque no lo entendiera en ese momento, no me preocupara. Lo fuimos al volver a Colombia, con nuestro acento distinto y palabras extrañas. Ahora lo sé. Estoy regada y el proceso de enraizamiento no ha sido el común, tal vez no quiero decir que inexistente porque sería negar a los lugares y lo que vivimos en ellos.

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Mariana Oliver, en su libro Las aves migratorias (2017), escribe que “la casa es una ruta anclada a la memoria”. Esta es la definición de casa que me parece pertinente para este momento. Un cúmulo de trayectos a los que se puede volver desde el recuerdo. Tres países, ocho ciudades, 3 treinta y dos casas a las que físicamente no puedo volver, al menos no a todas, porque ya no serán las mismas, de alguna u otra forma, ya no me pertenecen.

Ya lo dijo Georges Perec y me sumo a cada una de sus palabras:

“Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles, intangibles, intocados y casi intocables, inmutables, arraigados: lugares que fueran referencias, puntos de partida, principios: Mi país natal, la cuna de mi familia, la casa donde habría nacido, el árbol que habría visto crecer (que mi padre habría plantado el día de mi nacimiento) 4 , el desván de mi infancia lleno de recuerdos intactos… Tales lugares no existen, y como no existen el espacio se vuelve pregunta, deja de ser evidencia, deja de estar incorporado, deja de estar apropiado. El espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo.” (2001, p. 139-140)

Con la vaga idea de la forma que debía tener este trabajo, siempre conservando la forma de libro, fue natural empezar a escribir sobre mis casas. Me senté con mi madre de nuevo, esta vez para preguntar por detalles que no tenía claros. A veces, en medio de las conversaciones, terminamos llorando por los recuerdos o por la nostalgia que de algún u otro modo llegó para hacernos compañía. Fue el proceso de re-vivirlas; como si las hubiese sacado del baúl en el que habían estado guardadas por mucho tiempo, para limpiarles el polvo y sacudirlas. Fue la manera que encontré para que el espacio permanezca.

El dibujo y la escritura han sido el lenguaje que siempre me ha acompañado; si me pongo a revisar mis libretas viejas, apuntes y notas, ahí están uno de la mano del otro. Pienso en algo que dijo el escritor

3 Ecuador, Colombia y México. Quito, Sangolquí; Bogotá, Armenia, Manizales; Guadalajara,

Taxco, Ciudad de México.

4 El árbol de mandarinas que sembramos en la casa amarilla poco tiempo antes de volver de

Ecuador a Colombia, lo imaginé grande, siempre quise verlo crecer. No lo hice.

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Salman Rushdie en una entrevista:

“Uno escribe en la lengua que domina”

Y así lo hice.

El espacio se va pero me queda la palabra. La huella del lápiz sobre la hoja.

No tengo las casas, me quedan los recuerdos.

No guardo el ladrillo, me queda el papel.

Ahora entiendo a Bertolt Brecht cuando dice:

“Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa”

Yo también me parezco a ese sujeto, la diferencia es que yo llevo treinta y dos.

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Cuarta Etapa / La exposición

Este fragmento tuvo lugar en Armenia, del 10 al 14 de diciembre de 2018, en una de las salas de exposición de la gobernación del Quindío, la sala Roberto Henao Buriticá. En la quinta versión del Salón de Aquí: ABC - Pedagogía Artística. Siendo Cosas de Casas una de las propuestas seleccionadas.

Fue una semana de montaje y laboratorios que giraron en torno al diálogo del arte y la educación, una conversación de varias voces; fue compartir con personas que resolvimos una pregunta similar de maneras distintas; fue un espacio cálido y abierto en el que la camaradería y la indisciplina fueron bienvenidas.

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Comparto entonces, un pedazo del texto curatorial escrito por Pedro Rojas (2018) que define con palabras más precisas lo que fue esta versión del Salón de Aquí:

En este salón se encuentran todo tipo de críticas, producto de la frustración y el tedio que atormentan a los estudiantes de arte: máquinas de repetición que desdibujan los círculos cromáticos; cuerpos que borran tableros con lecciones, planas y dictados; tachaduras de notas escolares; colecciones de dibujos que hacen que la tierra arda; rituales para remover los espíritus que dominan las aulas de clase; quemas en las que los estudiantes sacrifican sus sueños y frases de duelo por la educación pública en las paredes. También se encuentran las estrategias que hemos utilizado para aprender a ser artistas de manera autónoma: bibliotecas con listas, anotaciones, citas y fotos familiares, tareas imposibles de finalizar, problemas de química y de caligrafía amorosa; cartillas acompañadas con gomitas de animales, galletas de la fortuna y crayolas; diccionarios que cuentan las historias de la calle, de los barrios y que se burlan de la realeza de la academia; manuales en contra de la urbanidad; obsesiones que se hacen preguntas sencillas, cosas, casas y tránsitos; instrucciones para tropezarnos con objetos insignificantes y convertirlos en tesoros invaluables. Finalmente, se encuentran los residuos de los laboratorios que hemos realizado a realizado a lo largo de la semana en los que hemos intentado ser indisciplinados, crear dispositivos para desobedecer y convertirnos en personajes de teatros fantásticos, mapas y bordados que nos permiten desaprender y bombas de semillas que nos enseñan a resistir como pequeñas malezas en las grietas del asfalto.

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