Copyright © 2021 Julio Santos García & Patricia Pérez Redondo © Texto: Julio Santos García, 2021 © Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2021 Corrección de textos: Correcciones Ramos, Uxue Montero Maquetación y diseño: Julio Santos & Patricia Pérez Obra registrada en SafeCreative. Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. Colección: Las aventuras de Txano y Óscar Título: La doble águila Número: 8 Primera edición: mayo, 2021 Xarpa Books ISBN: 978-84-123829-0-7 Depósito legal: LG D 00605-2021 julioypatri@txanoyoscar.com www.txanoyoscar.com
La doble águila Ilustraciones Texto Patricia Pérez Julio Santos
Óscar Txano ¡Hola! Mi nombre es Txano y el de aquí al lado es mi hermano Óscar. Somos mellizos y en nuestra primera aventura un extraño meteorito verde nos convirtió en telépatas.
Sonia Raúl Ellos son Raúl y Sonia, nuestros superamigos. A los cuatro nos encanta cualquier cosa que suene a misterio y tenemos un cuartel general en la casa del árbol de nuestro jardín.
La más pequeña de la familia es nuestra hermana Sara-Li. Ella encontró a Maxi en una caja de cartón en la calle y convenció a mamá para traerla a casa. Nuestra pequeña amiga se llama Flash y es una ardilla muy especial.
Sara-Li
Flash
Maxi El del pelo rojo y la barbita rara es nuestro padre. Se llama Alejandro, pero todos le llaman Álex. Tiene una tienda de antigüedades en la ciudad.
Bárbara
Álex
Nuestra madre se llama Bárbara y es traductora. Cuando está enfadada, su nombre se queda corto.
Una tarde de finales de verano, un hombre que se hacía llamar Rafael descansaba sentado en el suelo de un corral abandonado. Con la espalda apoyada contra el grueso muro de piedra, paseaba despacio la mirada por el único lugar que recordaba haber sentido como su hogar. Después cerró los ojos y suspiró. Sostenía sobre las rodillas el diario que le había acompañado durante los últimos años y lo releía como quien se mira en un espejo después de mucho tiempo.
Junto a él tenía una mochila. Y dentro, su posesión más importante. Mientras el sol cansado empezaba a enrojecer el vientre de las nubes, levantó la cabeza hacia el cielo buscando inspiración y escribió un último mensaje muy especial. ¿Quién crees que lo encontrará?
Mirando estrellas
Solo hacía una semana que habíamos vuelto de China, pero la historia de los guerreros de Xian y el mausoleo del primer emperador me parecía ahora tan lejana como si de verdad la hubiéramos vivido hacía 2000 años. La aventura al otro lado del mundo había sido muy intensa y nos estaba pasando factura, pero quedaban pocos días para que terminaran las vacaciones de verano y no podíamos permitirnos perder ni un segundo. Dejando un par de jornadas de descanso en medio, habíamos saltado del gran imperio de oriente al pequeño pueblo de mis abuelos donde ahora estábamos pasando unos días. Blondefield era un pequeño pueblo del interior, de esos en los que todo el mundo se conoce y que funciona con sus propias reglas.
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Por ejemplo, a ver si puedes explicarme cómo es posible que tus abuelos se enteren de cualquier cosa que hayas hecho antes de que llegues a casa y se lo cuentes tú. ¿Que has estado subido en unos árboles para pasar el rato? Pues tranquilo, que cuando llegues a casa, tu abuelo te va a preguntar qué hacías ahí subido y hasta te va a decir en qué árbol estabas.
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Otro día tuvimos que saltar el muro del señor Damián para recuperar el balón que se nos había colado dentro de su corral, y mi abuela Encarna se enteró antes de que lo encontráramos. Pero también tenía sus cosas buenas. Una de ellas, seguramente la mejor, es que nos dejaban estar en la calle hasta bien tarde. Y solos. Esto compensaba con creces cualquier otro inconveniente. Otra de las mejores cosas era que, por una increíble casualidad, los abuelos de Raúl compartían pueblo con los nuestros y eso nos permitía disfrutar juntos cuando coincidíamos en verano. Y para rematar la lista de ventajas, la casa de nuestros abuelos tenía habitaciones de sobra y podíamos invitar a quien quisiéramos. Gracias a eso, Sonia y Esmeralda estaban pasando estos días con nosotros. Bueno, al final, Sonia había decidido quedarse en casa de los abuelos de Raúl para repartirse un poco, pero el caso es que estábamos todos allí. Junto con nuestros mejores amigos, solos con los abuelos y en el pueblo… ¿Qué más se podía pedir? Hombre…, por pedir, igual hubiera pedido unos cuantos días más de vacaciones, pero después de haber vivido más aventuras este verano que en toda nuestra vida anterior, tampoco nos podíamos quejar.
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Eran casi las once de la noche y estábamos tumbados panza arriba en medio del campo de fútbol. Era de cemento y el suelo todavía estaba caliente después de un día de sol abrasador.
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En total oscuridad, mirábamos un cielo tan plagado de estrellas que era difícil encontrar un trozo vacío. Parecía que, si estirabas la mano, ibas a poder agarrar un puñado de ellas. Solo estábamos nosotros entre el suelo y el cielo, y era un momento mágico. Sobre todo, porque Esmeralda estaba tumbada a mi lado y había decidido usarme de almohada para apoyar la cabeza. Un simple gesto como este podía ser lo más importante de la noche. Pero también había una parte mala. Aunque nadie quería hablar del asunto, creo que sobre las cabezas de todos planeaba la sombra del fin de las vacaciones. ¡Habían ocurrido tantas cosas y tan alucinantes este verano que iba a ser difícil superarlo! No te las voy a contar todas aquí otra vez, pero lo de nuestra hermana, Sara-Li, había sido lo más flipante. ¿Sabías que es una especie de hechicera o algo así? Bueno, en realidad, se supone que es una descendiente muy lejana de una maga china de hace 2000 años. Pero si combinas eso con que también le explotó cerca un trozo de piedra verde, vete tú a saber qué sorpresas nos tenía que dar todavía.
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Y, además, en el viaje a China encontró el colgante de Nüwa que ahora lleva siempre puesto. Yo estoy convencido de que tiene poderes mágicos, pero hasta el momento no ha dado señales de ello. Llevábamos un buen rato en silencio y, como ya sabes, eso era como un imán para las tonterías de Óscar. —Esto de mirar estrellitas está bien para un rato —dijo mientras se estiraba—. Pero digo yo que habrá que pensar en moverse, que estoy empezando a fusionarme con el suelo. Nadie respondió. Acompañando al silencio, un punto luminoso empezó a cruzar el cielo sobre nosotros a toda velocidad. —Creo que eso es la Estación Espacial Internacional —dijo Sonia, señalando el punto con el dedo. —¿Seguro? En las imágenes de la tele parece que va superdespacio —apuntó Raúl—, y eso de ahí va muy rápido. —Sí, va a toda pastilla. Da una vuelta a la Tierra cada 90 minutos —aclaró Sonia—. Está a 400 kilómetros sobre nuestras cabezas, pero cuando el sol pega en los paneles, el reflejo se puede ver perfectamente desde la Tierra. —¿Y cómo sabes que no es un avión?, ¿eh, lista? —preguntó mi hermano para fastidiar.
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—¡Pues porque un avión tiene luces intermitentes en las alas, genio! —respondí sin dar tiempo a que Sonia le soltara alguna puya. —Hay algún otro satélite que podría ser, pero la Estación Espacial Internacional es el objeto humano más grande que está en órbita. Y es el que mejor se distingue, precisamente porque se mueve
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muy rápido en el cielo —aclaró Sonia para zanjar la cuestión. —Pues si algún astronauta de la estación nos está viendo en este momento, estará pensando que somos patéticos, aquí tumbados sin hacer nada —dijo Óscar incorporándose para mirarnos—. Habrá que moverse, ¿no? —A mí me gusta estar aquí —comentó Esmeralda—. En la ciudad es imposible ver tantas estrellas. Parece mentira que sea el mismo cielo. Todos asentimos con un murmullo y Óscar se volvió a tumbar, un poco mosqueado. —Si este cielo os parece flipante, alucinaríais con el que vimos en el desierto cuando estuvimos en el País Dogón —dijo mi hermano para recuperar el protagonismo—. Se veían muchas más estrellas que ahora. Y nos quedamos a dormir toda la noche al raso. —¿Os imagináis que nos dejaran quedarnos a dormir aquí toda la noche? —preguntó Raúl—. Molaría. Toda la noche contando historias de miedo hasta quedarnos dormidos. —¡Mira! Eso ya me gusta más que mirar las estrellas —apuntó Óscar. —Bueno… Las historias de miedo están bien — dijo Sonia encogiéndose de hombros—, pero a mí lo que me gustaría de verdad sería tener un buen
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misterio para resolver entre todos antes de volver al cole —añadió incorporándose y acariciando la cabeza de Maxi, que estaba echada entre ella y Sara-Li. Nuestra perrita aprovechó el arrumaco para achucharse un poco más entre ellas dos, y Sara-Li se incorporó también. —Los misterios llegan cuando tienen que llegar —dijo en voz baja, como si estuviera hablando para sí misma—. De momento, igual Óscar tiene razón y deberíamos aprovechar el tiempo que nos queda antes de tener que volver a casa. ¿Hacemos un escondite-pillo-pillo por el pueblo? —Por mí, OK —dije estirándome y comenzando a incorporarme. Raúl y Esmeralda también se levantaron y el único que quedó en el suelo fue Óscar. —¡Pero si eso es lo que he dicho yo hace un momento y no me habéis hecho ni caso! —dijo mirándonos desde abajo. —No es lo mismo —le respondió Sara-Li muy tranquila—. Tú lo que has dicho es que nos movamos, pero no has propuesto ningún plan —añadió tendiendo una mano hacia él. —Venga. Reconoce que estás loco por jugar —insinuó Sonia—. Lo que te fastidia es que no lo has dicho tú. Anda, levanta. Tú haces equipo conmigo
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y con Sara-Li —dijo tendiendo también la mano y poniendo su mejor sonrisa. Entre las dos tiraron de él, que todavía se hizo un poco el remolón, hasta que al final se dejó levantar. —Vale. Pues vosotros os escondéis primero —nos dijo a Esmeralda, a Raúl y a mí—. Podéis salir corriendo cuando queráis. Contaremos hasta 30. Los tres nos volvimos hacia la salida del campo de fútbol, listos para echar a correr, cuando un resplandor iluminó la noche por un instante. Seguro que sería el relámpago de alguna tormenta lejana, pero todos nos quedamos parados por un momento y nos miramos sorprendidos. Maxi se separó un par de metros y empezó a ladrar al cielo, aunque enseguida volvió y se metió entre las piernas de Sara-Li. Flash miraba nerviosa para todos lados desde el hombro de Óscar, como esperando algo. No sé de dónde salió, pero en ese instante una ráfaga de viento sopló entre nosotros y un escalofrío me recorrió de arriba abajo y me erizó todos los pelos del cuerpo. Los demás también se agitaron sacudidos por lo mismo que había sentido yo. Todos menos Sara-Li. Ella cerró los ojos y se encogió mientras agarraba con fuerza el colgante de Nüwa.
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Solo duró un par de segundos. Después, la sensación desapareció y todo volvió a la normalidad como si no hubiera pasado nada. Sara-Li abrió los ojos y nos miró. No parecía asustada. Más bien estaba sorprendida. —¿Qué ha sido eso? —preguntó Óscar—. Todos lo habéis sentido, ¿no? Asentimos con la cabeza en silencio. —Hay que tener cuidado con lo que deseas —dijo nuestra hermana con el tono de una anciana dando consejos—. No sé qué ha sido eso, pero tengo la sensación de que el misterio que querías está a punto de llegar —añadió mirando a Sonia.
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Un buen escondite
—¿Misterio? ¿Tenemos un misterio y yo no me he enterado? —preguntó Óscar descolocado—. ¿Eso de antes era el misterio? Yo solo he notado un poco de viento y un escalofrío, pero ya se me ha pasado. —Parece que Sara-Li ha sentido algo —dijo Sonia esperando una explicación más detallada de nuestra hermana—, pero no sé de qué misterio habla. Todos la miramos. Sara-Li sacudió la cabeza como alejando algún pensamiento y nos devolvió la mirada. —No sé por qué he dicho eso. Olvidaos del tema y vamos a jugar, que al final nos vamos a tener que ir a casa. Venga. Vosotros os escondéis. Largaos ya, que vamos a empezar a contar —añadió zanjando el asunto.
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Desde que habíamos vuelto de China, de vez en cuando, Sara-Li tenía momentos así. De repente, se quedaba parada un instante, agarraba el colgante y cerraba los ojos durante unos segundos. Luego, cuando le preguntabas, decía que no había sido nada y se cerraba en banda. Y si Sara-Li no quería hablar, no había nada que hacer y todos lo sabíamos. Así que Esmeralda, Raúl y yo nos encogimos de hombros quitándole importancia y salimos corriendo sin tener muy claro hacia dónde podíamos ir. En un pueblo parece que hay mil sitios para esconderse, pero en realidad no hay tantos y ya nos los conocíamos todos. Si nos escondíamos donde siempre, nos iban a encontrar enseguida. —Creo que tengo una idea —dijo Raúl poniéndose al frente e indicándonos que le siguiéramos. Nos llevó atravesando el pueblo hasta una calle que acababa en las huertas y en la que no había ninguna casa que yo conociera. Allí se paró frente a un viejo portón de madera medio caído y sacó la frontal que llevaba en un bolsillo. —Poneos las frontales, que la luz de las farolas no llega ahí dentro —nos avisó antes de empujar con el hombro una puerta más pequeña, que se abría en una de las hojas del portón, y desaparecer dentro.
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—¡No nos hace falta frontal! —dije mientras alumbraba la entrada con mis manos encendidas. Por si te has saltado alguna de nuestras anteriores aventuras, te cuento que otro de los poderes que nos dio la piedra verde es que Óscar y yo podemos iluminar nuestras manos. —¡Apaga eso, loco! —susurró Raúl tirando de mí hacia el corral—. ¡Si te ve alguien vamos a tener que
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dar muchas explicaciones, y a mi abuela, la que más! ¡Ponte la frontal y olvídate de las manos mientras estemos en el pueblo! —¡Espera! —dije susurrando también y retrocediendo hasta el exterior—. No podemos meternos ahí dentro. No sabemos de quién es esto. Puede ser peligroso. —Pues si prefieres que te pillen, tú mismo, pero yo que tú entraría —dijo Raúl asomando la cabeza por la puerta—. Además, tranquilo, que sé de quién es y no le va a importar. Parecía tan seguro que Esmeralda y yo le seguimos después de intercambiar una mirada. Cruzamos la puerta con cuidado mientras Raúl la sujetaba para que no se cayera de sus goznes. Después la volvió a colocar en su sitio y nos quedamos unos segundos esperando en silencio por si oíamos ruido fuera. Nada. Debían de estar buscándonos por los sitios habituales. Desde luego, allí dentro les iba a costar encontrarnos. Raúl nos indicó con la mano que le siguiéramos y nos señaló el suelo con la frontal para que tuviéramos cuidado de por dónde pisábamos. Antes de seguir avanzando, paseé la luz de mi frontal alrededor. El lugar parecía un corral abandonado.
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La zona central estaba descubierta y rodeada de algunas construcciones en ruinas. Parte de los techos y los muros de algunas de ellas estaban caídos, y piedras, maderas y tejas ocupaban el terreno. Si no ibas con cuidado, era fácil tropezar. Nos llevó hasta una de las esquinas y entramos en una especie de habitación grande. Parecía un pajar y los muretes de piedra que lo cerraban aún permanecían en pie. Allí, sin más explicaciones, se quedó parado, apoyado contra una de las paredes. —Bienvenidos al nuevo corral de mis padres —dijo señalando alrededor con un movimiento de su brazo. —¿Nuevo? —preguntó Esmeralda recorriendo el lugar con la mirada. —Bueno, digo nuevo porque lo acaban de comprar hace unos días. Yo me he enterado esta mañana porque se le ha escapado a mi abuela —aclaró Raúl—. Nos querían dar una sorpresa a mi hermano y a mí cuando vinieran el fin de semana. —¿Y para qué quieren un corral en ruinas? —pregunté. —Mi abuela dice que a mis padres siempre les ha hecho ilusión tener su propia casa en el pueblo y que este corral es una buena oportunidad. Mi padre es
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albañil y puede tirarlo todo e ir haciendo una casa nueva poco a poco. —¡Ostras, no es mala idea! Ahora no se ve mucho, pero parece que cuando quiten todo lo que está caído va a quedar un montón de sitio —dije asomándome un poco al exterior del pajar. —Sí. Antes solo había venido una vez: este mediodía. Nos hemos escapado un momento mi hermano y yo para verlo y nos ha parecido flipante. Mi abuela nos ha pedido que no se lo contáramos a nadie todavía, pero ya no podía aguantarme. ¿Qué os parece? —¡Wow, chaval! Igual podemos hacernos aquí otro cuartel general —comenté mientras me lo iba imaginando. —¡Es una pasada! Tenéis mucha suerte. Seguro que va a quedar genial —añadió Esmeralda. —¡Pues no habéis visto lo más guay! Mirad. Y diciendo esto, se dirigió hacia el fondo del pajar y enfocó la frontal detrás de unas maderas, mientras apartaba algunas herramientas viejas que impedían el paso. Allí, apoyada en el muro y escondida por la oscuridad, había una moto tan vieja que se parecía mucho a las que se veían en las pelis de la Segunda Guerra Mundial.
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Estaba toda oxidada pero entera. Casi era como haber encontrado el esqueleto de un dinosaurio. —¡Haaala! ¡Es increíble! Los demás van a flipar cuando la vean —dije—. Bueno, van a flipar cuando se lo enseñemos todo.
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—Para eso tienen que encontrarnos primero y me parece que les va a costar. Es imposible que se les ocurra buscarnos aquí —aseguró Raúl. No había terminado de pronunciar la frase cuando el estruendo de la puerta del corral golpeando contra el suelo decidió llevarle la contraria. Alguien la había abierto por segunda vez aquella noche.
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