Háblame, háblame Iolanda

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Hablame, hablame Iolanda Alondra


Hablame, hablame Iolanda/ Francisco Arévalo 1a edición, Enero 2014 Teatralidad, signo intertextual Encarte de la Revista de Crítica Literaria. Año III Nº 4 y Año IV Nº 5 Depósito legal: pp.200902AR3342 ISSN: 2244-8675 Editor Juan Martins Diseño: Ediciones Estival & Asociados

Diseño de portada: Karwin Poleo ©Proyecto Codarte A.C. Correo electrónico: edicionesestival@hotmail.com Impresión: Talleres de Codarte A.C.

Consejo editorial: Alberto Hernández José Ygnacio Ochoa Juan Martins

Impreso en Venezuela Printed in Venezuela


Francisco ArĂŠvalo

Hablame, hablame Iolanda Alondra



Si se pudiera romper y tirar el pasado Como el borrador de una carta o un libro. Pero ahĂ­ siempre queda, manchando la copia en limpio, y yo creo que eso es el verdadero futuro. Julio CortĂĄzar



1.

—Cuando tan sólo tenía cinco años doctora, mi madre en un ataque de histeria motivado a que mi papá había decidido viajar a su tierra íngrimo a pasar unos días con mis abuelos, nos tomó a mí y a mi hermana por el cuello y nos puso la pistola del viejo en la cara, llamó entre amenazas y sollozos y le dijo que si no tomaba el primer avión de regreso se iba a conseguir con una tragedia, mi padre como siempre cayó en uno de sus tantos chantajes. »Años después mi hermana intentó matarse tomándose unos cuantos frascos de pastillas medicamentosas, al principio recayó la culpa sobre su marido, a fuerza de terapias el siquiatra logró desentrañar aquel impulso suicida de mi hermana, todo estaba en ése fallido y manipulador intento de mi madre. »Eugenia vive como yo estados depresivos cíclicos, terribles, sólo que yo, nunca he intentado matarme, pero me tengo miedo cuando caigo en esos trances, en oportunidades paso hasta cuatro días sin comer, después me da tanta hambre que como todo el día, me atacan unas diarreas interminables que terminan en sangre. »Mi exesposo se desentendió de mí internándome en un manicomio, se quedó con mi hijo Efraín, consiguió constancias de mi incapacidad para criar al niño, además de divorciarse de mi

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aprovechándose de uno de mis estados depresivos, ya estando embarazada empecé a tener síntomas, hice todo lo posible para que el niño no saliera perjudicado, pero nació con una deficiencia auditiva, mi madre dice que es una tara venida por parte de la familia del padre, yo no lo creo, tantos traumas de pequeña creo influyeron en el nacimiento, tanta tragedia junta, tanta angustia heredada, tanto todo doctora. »Por lo general no salgo a la calle, creo que el aire me va desintegrar, algún vagabundo a violar o robar, es terriblemente oscuro el día bajo la presión de mis anormalidades, me siento como una paloma con las alas cortadas, mutiladas, cuando salgo a la calle últimamente creo tener un anagrama en la frente que me distingue de los demás, descubre mi estado de indefensión, de angustia atizada por maderos que simbolizan la locura. »Doctora en las noches conciliar el sueño se me convierte en un martirio, dos semanas atrás me desperté sobresaltada y eso que me había tomado dos pastillas de valium; media docena de seres repugnantes, salvajes jíbaros habitantes de la Amazonia me violaban hasta el cansancio, me insinuaban que era una intrusa que debía morir decapitada y mi cabeza reducida al tamaño de una naranja. »Al principio la violación no fue tan desgarrante, tengo que admitir que en algún momento me brindó cierto goce, la bestialidad en el sexo tiene algo de agradable, después se convirtió en un infierno, desperté sudorosa en el momento en

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que el jefe de la manada alzaba su filoso machete para desprenderme la cabeza, mi vagina y trasero ya no los satisfacía, me desperté tocándome, palpando que mi sexo húmedo no había sido maltratado, ni mi cabeza rodado por el suelo. »En mi adolescencia las pesadillas rondaban sobre un mismo objetivo; los protagonistas cuervos o zamuros, pájaros grandes de carroña de color negro, la fijación eran mis ojos, se deleitaban arrancándolos de mis órbitas, luego bajaban a mis senos, de ellos sólo se comían mis pezones, terminaban el ritual en mi vagina para aquellos tiempos virgen, picoteaban hasta sacar mis vísceras por esa abertura, esa pesadilla se repetía cada dos meses, terminó el día en que mi primer novio acabó con mi virginidad en el parque Maychaca en medio de un torrencial aguacero, los pájaros negros se alejaron de mi sueño, gracias a Dios. »Doctora usted me inspira confianza, es tan bonita, con su pelito corto y vocecita tan musical, mis otros psicoanalistas eran tan ásperos, algunos patanes, las mujeres que me atendieron eran más enrolladas que yo, qué soluciones me podían dar, usted se ve tan fresca, en sus pupilas no hay dureza, veo en ellas ayuda y sobre todo mucho amor, su esposo debe estar muy orgulloso de usted. Con usted no tartamudeo en la terapia, me parece que es un buen síntoma. »¿Sabe doctora? Creo que los que estamos trastornados de la topia, de la cabeza, somos como las casas deshabitadas, en progresivo y lento deterioro, es inevitable, cada vez perdemos más facultades, yo soy fotógrafa artística y cineasta

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de profesión, estudié en Londres, mis manos hoy son una gelatina cuando tomo una cámara, se apodera de mi una inseguridad avasallante, de lo que vivo actualmente es de un fotoestudio, no pude ser constante en mi carrera, esa frustración me lacera, me convierte en una mosca sin alas, esa frustración ronda también mis sueños, mis pasos, más nunca he podido ser creativa con el lente, me la pasaba metida en la jungla haciendo hermosas tomas de sus habitantes, perdí el olfato de fotógrafa, eso es grave cuando se ama esa profesión, ahora usted me puede ver detrás de un mostrador sacando foticos de carnet, o fotos familiares para parientes lejanos, revelando la alegría y la tristeza de la gente común y corriente, es triste, es dolorosa mi situación, estoy sumergida en la charca de la sobrevivencia. »Clara estoy de mis aberraciones, de mi pérdida de marchar ordenadamente por los vericuetos de la vida, estoy disminuida, estoy enlatada en lo que usted me dijo al principio, soy una serpentina que no olvida la niñez, esa etapa para algunos hermosa, para mi fue un incidente sin premios, sólo castigos, trazos indelebles en la memoria que terminan signando nuestra personalidad, nuestros pasos. Me comparo con una costurera que no utiliza el dedal, pinchazo tras pinchazos que terminan convirtiéndose en tortura común, sombra del día a día que me somete, convirtiéndome en un ser de desesperaciones y urgencias, que termina saturando a quienes me rodean, haciéndoles daño sin saber.

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»Una etapa de mi vida transcurrió buscándole el sentido al horror, eso creo ya lo hablamos en una terapia, leía todo lo relacionado con ese género, mi favorito era ese escritor que le llaman el mago del horror, vulgar manera de torturar a la gente. »En ese entonces era una tonta, más de lo que soy actualmente, le abría el cerebro a ese ejército de cucarachas tenebrosas, creía que me entretenía, en el fondo estaba diezmando mi capacidad de asombro, sembrándome de más temores, juntando enseres negativos en mis adentros, poco a poco me fui aislando de mi medio profesional, perdiendo contacto. »En ocasiones amanecía con mucha energía, emotiva, con ganas de hablar, poco a poco fui perdiendo el sentido de la realidad, entré en razón seis meses después en una casa de reposo. En ese hogar de extraviados no tuve suerte con los siquiatras que me atendieron; Julia era una loquera muy circunspecta, todo oído, hablaba lo necesario, sus diagnósticos e indicaciones eran sentencias impregnadas de erudición. »Dejé de verla, pregunté por ella y me dijeron se había ido a otro hospital, un mal día me enteré que el sida se la atragantó en semanas, no me quisieron decir por temor a una reacción negativa en mi recuperación, lo lamenté muchísimo, porque con todo y lo dura que parecía descubrí que le gustaba intensamente su trabajo, aquella coraza con que se blindaba era su arma para no desfallecer ante la enfermedad que poco a poco la iba matando, la admiraré por siempre, hermo-

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sa mujer, de ojos extrañamente azules, de cuerpo poco femenino, manos de boxeador, enigmática. »La ausencia de Julia fue cubierta por Jacobo, hombre de color de casi dos metros de altura, corpulento, su parecido era asombroso con el dictador ugandés que se comía el hígado de sus opositores y ahogó en sangre a doscientas cincuenta mil almas, su cuello y muñecas estaban cubiertas de gruesas prendas de oro, vulgarmente cubiertas, le bauticé con el remoquete de bochinche. »Era incoherente en las consultas, mantenía actitudes sádicas con los pacientes, con los hombres se mostraba cruel, conmigo llegó a tener cierta confianza, me confesaba que a la siquiatría había llegado por accidente, era la última beca de especialización que quedaba, siempre me repetía que trabajaba como un negro para poder vivir como un blanco, era maniático de la limpieza, vestía siempre de blanco resplandeciente, estudiaba abogacía en las noches y sus tareas universitarias las realizaba en sus horas de consultas. Me decía que algún día escucharía hablar de él como uno de los más brillantes abogados, argumentaba que conociendo la psique humana, para cualquier jurado sería irresistible, pan comido. »Siempre Jacobo me pareció tan insípido, era como tomarse una taza de café en Norteamérica, en gringolandia, tan estúpido y acomplejado que nunca recibí ninguna ayuda en sus incoherentes terapias.

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»Por buena suerte para nosotros sus pacientes y para él por supuesto, se apareció todo eufórico un 24 de diciembre, recogiendo sus cosas y despidiéndose del personal y pacientes en tono irónico burlón. »Nuestro indeseable analista de la imbecilidad se había ganado la lotería celebratoria de la venida del niño Dios, allí estaba Jacobo, con su piel brillosa, ostentando su maciza ramplonería, lanzando zarpazos de alegría, gritando una y otra vez su nueva condición de millonario rico, la mayoría de los medianamente cuerdos habitantes del hospital saboreábamos la alegría también, no por Jacobo sino porque ya no le tendríamos que ver, ni tolerar más, ése era el meollo de nuestro júbilo, no ver más aquel enchapado en oro, acomplejado que estaba más perdido que nosotros, no ví, ni quiero ver más aquella caricatura de Idi Amín Dada, doctora, ojalá que con el dinero ganado se mude al coxis del planeta, para seguridad nuestra. »Mi último analista en el hospital, aunque prefiero llamarla “La Casa de los Cerrojos”, fue el Dr. David Maza, extraordinario médico internista y loquero, de un humor único, siempre con una anécdota en los labios, siempre galante aunque fuésemos lo más parecido a un guiñapo. »Como me gustaba doctora aquel hombrecito de ojos saltones, cabellera y barba envejecida prematuramente, de contextura raquítica y pómulos sobresalientes como dos faros, sus atuendos predilectos eran los chalecos y pulóver a cuadros encendidos, en su haber dos divorcios y nueve

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hijos, prolífico el hombrecito, nunca noté en sus actuaciones un rastro de resentimiento, pareciese que todo giraba en torno al efecto, al amor, espécimen extraño era David, enfurecía cuando notaba que alguno de sus pacientes no recibía atención debida, en más de una ocasión retó al director de “La Casa de los Cerrojos” a irse de manos, lo llamaba miserable hasta el cansancio, mal parido. »Después se le conseguía en el cafetín desayunando al otro día con el director. A escondidas me invitaba a fumar en el espacio destinado para dar las misas del domingo, fumaba con desesperación, al mismo tiempo que me hablaba y me preguntaba sobre mi niñez y adolescencia, no creía en el diván, ni en sesiones interminables, su memoria colosal permitía una terapia fluida, sin repetir escenarios, cuando yo menos lo esperaba terminaba la terapia invitándome a podar las rosas del jardín, según él mi creatividad tenía que estar al servicio de algo tan noble y cursi como las rosas. Yo sucumbía bobita a sus visitas matinales, ni hablaba, lo dejaba todo por observarlo, ver como tomaba aquel mundo de anormales con un altísimo grado de optimismo, nada le estorbaba, no había argumento para esquivar tan achacoso panorama, en sus actuaciones no abrigaba la actitud taimada de los otros médicos que acudían para marcar la tarjeta de presencia y después largarse a hurtadillas, lacónicamente, siempre el último en irse del recinto era David, todos lo sabían.

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»Soñaba con David hasta tres veces a la semana, llegaba al orgasmo con su sombra onírica, curiosamente nunca ví su rostro, sólo sus chalecos y pulóver escandalosos, siempre estaba desnudo de la cintura hacia abajo, su pene erguido, encendido, que encontraba mi zanja húmeda en medio de ambientes violesaceos o ambarinos, nunca las luces fueron regulares, prevalecía un ambiente desdibujado, sólo el tamaño y brillo de su polla eran nítidos. Amanecía a las 5:30, los pájaros me levantaban con energía, mis piernas viscosas, húmedas, mi sexo falto del complemento que ostentaba David. Siempre sospechó de mi amor, la pasión en ocasiones me delataba frente a sus ojos saltones vivaces, su trato fue marcado por el tedioso respeto, parecían encadenados sus impulsos, no salía de su hermanado afecto. »Cuando estuve decidida a decirle que lo deseaba, que era el protagonista de mis sueños eróticos, el destino lo catapultó al parlamento, si, David había sido elegido diputado por su calidad humana y probada capacidad de servicio público, qué tristeza me embargó el día que lo despedimos en el saloncito de lectura y tejido. »Le dije que no lo ubicaba en el parlamento, sobre todo cuando la mayoría de sus integrantes eran holgazanes, truhanes, vulgares bandoleros y él hiperquinético, enfermo del trabajo, signado por la honestidad, me dijo riendo generosamente que esperaba no conseguirme allí a su regreso y que por favor los días que me quedaban de cautiverio los dedicara a las rosas, así él iba estar presente.

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»Usted me ha dicho doctora que soñar en colores guarda algo de especial, sueño en colores, los sueños con David fueron en colores, su falo amenazante, rosado intenso que penetraba suavemente mi estrecha cavidad sexual, me recuerda al padre de mi hijo Efraín cuando empezábamos de novios, era tierno estar en sus brazos, luego todo se derrumbó, fue como si nos volaran los afectos un cartucho de dinamita, aprendí a dejar de lado el odio que le tenía, pesa mucho odiar, joroba el alma. »Lo conocí mientras estudiaba en Londres cine y fotografía, compartimos buenos momentos, llegué a amarlo como creo que nunca lo amarán, en el fondo se aprovechó de mí, siempre estuvo conflictuado por su tez morena oscura, tenía complejo por eso, mi familia llegó a rechazarlo, no porque son racistas, sino por sus actitudes malcriadas que originaban sus complejos, a estas altura de mi vida, creo que lo único atractivo que tenía era su enorme miembro que lo llegué a sentir acariciándome el estómago en más de una ocasión de feliz relación conyugal. »Aparentemente tiene una relación estable con una joven, ojalá y les vaya de maravillas, de por medio está Efraín, ése capullo delicado que una vez se gestó en mis entrañas, con miles de problemas, ahí está, va a su secundaria con gran entusiasmo, me dice mi mamá que tiene personal espiándolo, Roberto, su padre, no quiere nada con nosotros, es tan hijo de perra que ni siquiera a mí que soy la madre del muchacho me lo quiere enseñar. A Efraín le sembraron en la cabeza

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que soy loca, que cuando viera una mendiga en la calle se acordara que a lo mejor era yo, tamaña crueldad, es triste conseguirse relaciones humanas insolubles, el caso de Roberto y yo, tener que soportarnos por el resto de nuestras vidas por Efraín, tener que aguantar las agresiones y corrillos que deja en cada uno de nuestros conocidos, es un odio inexplicable, quien debería estar resentida en este naufragio soy yo, él fue el que me abandonó temeroso, él fue el que me estafó material y afectivamente. La cobardía fue su bandera doctora, desde que estábamos en el exterior, inmigración le causaba la mayoría de sus males, no podía ver alguien detrás, a menos de una cuadra, porque se inventaba un incidente con inmigración que le costaría la temible deportación, vivía como un delincuente y pretendía que yo viviera como él, aunque su angustia me imagino, venía por la vía del trafico de drogas. »Pertenecía a una cofradía de traficantes latinos, me imagino que su vida de asaltos y temores vienen por allí, un cobarde como él era predecible a la hora de estar haciendo algo al margen de la ley, todavía cree que no sé lo de sus andanzas de narcotraficante en Gran Bretaña, es que demasiado tenía con mis estados depresivos en aquellos tiempos para estar detrás de sus actuaciones tontas. »Mis últimos meses en Londres pasaron bajo un cuadro crónico de dejadez, vivía lerda, sentía el mundo pesadísimo, los días eran eslabones de esa encadenada existencia, me animé un poco cuando me dijo el médico que estaba embaraza-

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da, hice maletas, dejé todo bajo la responsabilidad de Roberto y me vine a casa de mamá con mi sutil caricia en el vientre, ya me encontraba tambaleante en el zaguán de la demencia desnuda, desprovista de coherencia, atizando las horas con los ojos fijos en el cielo raso, buscándole un sentido a mi desgracia, a mis ganas de jugar con la muerte, sentía lejanas punzadas en el vientre, era Efraín que me instaba a sobrevivir. »En varias ocasiones mi madre me consiguió dormida cuando intentaba defecar, sobre la poceta me transportaba con los brazos aferrados al vientre, sólo vivir por Efraín era mi consigna, eso me hacía olvidar la visión bizca que últimamente tenía del mundo, mi complejo de zaranda vapuleada. »Pasaba horas reconstruyendo los murmullos de mi infancia, sacrificando, fusilando esos fantasmas que me han marcado por el resto de mis días, toda díscola, discordante, encerrada en mi mundito, soñando episodios abominables en colores intensos, cundida de gestos involuntarios que buscaban en el fondo la soledad y un masoquista rechazo. »Un tiempo intenté lanzarle mis estados anímicos catastróficos a Roberto, necesitaba justificarme, necesitaba justificar al mundo, poco a poco comprendí que Roberto fue un tropiezo más en mi carrera de pasos infelices, tan sólo uno más, no el desencadenante, la trama de mi vida doctora, da cuenta que soy una desgajada, una agazapada del mundo, tan sólo eso, no tengo

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otra coartada en la vida sino Efraín, algún día lo recuperaré. »Hoy me vestí decente y salí decidida a ver un loquero, preferiblemente mujer, nuestras cosas deben ser mejor digeridas por una siquiatra, no un siquiatra, los hombres no me han ayudado mucho, además corro el riesgo de empezar a desearlos, ya me pasó con David, y salí con la losa quebrada en la cabeza. »Sentí muchas ganas de hablar, el mundo se me está convirtiendo en un gran laberinto acústico, no quiero parar de nuevo en un hogar de reposo, en un hotel para orates, en una jaula para pájaros sin alas, ayer me encontraba marchitamente desganada, hoy amanecí con hormigas en la ropa interior, como si me hubiese tomado unos cuantos frascos del suero de la verdad, arrebatada de vida, con lumbre que orienta mis tropiezos, hoy dejé la sequedad que me embarga debajo de las sabanas de mi cama, estoy sentada en el palco del ánimo doctora, clamándole ayuda, buscando salir del túnel, con decir que hasta ganas de sentir el ritmo jadeante del amor me embargó.»

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Amar a quien nos odia es la empresa mĂĄs difĂ­cil. Mahatma Gandhi



2.

—Doctora su nombre me recuerda un cuento infantil que nos leía la maestra en la preparatoria, Rosa María, hermoso, bello nombre, si algún día Dios me da una hija, la bautizaré con su nombre, me gusta también porque no es muy común, me recuerda también a una muchacha española que tomó algunos cursos conmigo mientras estudiaba en Londres, era la oveja negra de la clase, como todo español, la grosería le salía hasta por los codos, le decíamos Rosi, vestía como hombre y su comportamiento era el de un hombre; cuando Roberto empezó a cortejarme me dijo que no accediera a sus pretensiones, que le parecía que el candidato era una solución de excremento, no le hice caso, tenía razón. »Fumaba como una locomotora, cuando estaba bajo los efectos de la cocaína parecía afectada por el mal de Sanvito, era muy solidaria, también era un dédalo de frustraciones muy bien escondidas detrás de su abierto trato a la gente, me comentaba seriamente el valor erótico de un plátano sin concha, desnudo, con eso era que ella se masturbaba a plenitud alcanzando múltiples orgasmos. »De los hombres no quería saber nada, fue violada por un sirviente en la casa de campo de sus abuelos, todo fue tan rápido y terrible en ese paseo a caballo que más nunca pudo borrarlo de su mente.

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»Salía con Rosi a los snacks bar más cercanos del barrio donde vivíamos, mitigaba en parte mí soledad, le contaba de mi país anclado en el sur, con toda la penuria posible latente, contrastante los bellos parajes. Las playas, las selvas, el hostigante llano con sus nubes de hambrientos mosquitos buscadores de savia humana. El congelante páramo, Rosi se quedaba extasiada con sus ojos de luna llena sin parpadear. »En aquellos tiempos en que me sentía tan insustancial como un fantasma, esa española de gestos y actitudes toscas me ayudó a sobrevivir. »Londres no es fácil de digerir para un latino, demasiada formalidad en promiscuidad con la perversión que se respiraba en la escuela y el círculo externo creado, conté con Rosi en horas malas, sus chistes ibéricos, me decía: “Iolanda, cuando estaba adolescente mi método y compañero sexual era una banana, si, una lubricada banana que se iba sin ningún temor por mi raja, hoy soy más glotona, utilizo un grueso e interminable plátano africano”. »En la escuela de cine además de su reputación de gamberra también decían que era lesbiana, doy fe que es mentira, fueron muchos momentos juntas donde no percibí ninguna conducta anormal, dormíamos en el mismo departamento, a veces en la misma cama, le tenía miedo a cualquier relación que comprometiera su corazón, bien con macho o hembra, aprendí a conocerla, lástima que esa hermosa amistad se enfrió cuando empecé a salir en serio con Roberto, nuestra completa separación data del día en que me casé,

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me dijo con lagrimas en las puertas de sus ojazos: “Chavala, ese tío te va a dañar, te va a terminar de arrugar los día”. »No se equivocó, Roberto resultó ese frasco de excremento, esa nota discordante, una ráfaga de insensibilidad y malicia, me tendió el catafalco, sólo que sobreviví para su disgusto. Rosi se graduó de cineasta, realizó dos documentales, tuvo un accidente automovilístico espantoso, se quemó el ochenta por ciento del cuerpo, no se deja ver por nadie, ni siquiera por mí que soy como su hermana, vive como una cartuja en una casita que mandaron a construir para ella en la finca de sus abuelos, solitaria, aislada, rechazando todo gesto de solidaridad y afecto, la quiero y la extraño. »Doctora, ¿puedo llamarla Rosa María? Me siento más en confianza, más relacionada llamándote por tu nombre, espero que simplemente me llames Iolanda, sin más ribetes que distancian, éste es un mundo de fantaseo y se adorna del usted, en un supuesto respeto, detesto esas posturas hipócritas que nos impone la sociedad, parecemos estatuillas aplicando esos modales tan impersonales. Existió un tiempo en que mi mamá creía que yo estaba poseída por una especie de embrujo o demonio, que me habían echado algún mal, me llevó en más de una ocasión a videntes y otras tonterías para saber que mal estaba padeciendo, ¡cómo estafaron a mi vieja esos charlatanes! Mis males eran del alma, venían rodando desde niña, ella tuvo mucha culpa, fue extremadamente severa conmigo, salvajemente severa.

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»Cuando tenía cuatro o cinco años me encontraba en una estancia de nuestra amplia casa con un vecinito, le tocaba sus genitales por curiosidad. Ver que no se parecían a los míos era un asombro, él también hacia lo mismo, mi madre se presentó en el sitio y armó un escándalo, el niño salió despavorido, no regresó más a casa, en represalia me encadenó con la cadena de nuestro perro a una de las patas de su cama, cuando llegó mi padre le dijo una sarta de barbaridades, que lo más seguro era que yo fuera en el futuro una mujer de la calle, una prostituta, el viejo con toda la ternura que siempre llevaba dentro, me liberó, sólo le dijo: “mujer es una criatura, ¿por qué eres tan cruel?” »Ese incidente infantil nunca se ha olvidado. Estuvo recordándomelo hasta mis doce años, me torturaba, me hacía sentir asquerosa, era como un seco golpe de hacha en pleno pecho, aquello lo había convertido en manía, creo que lo hacía por celos, mi padre sentía por mí una deferencia notable que la sacaba de sus cabales, cuando tenía oportunidad me machacaba el tema, de esa manera mi guardia se iba al suelo, me opacaba sumida en el silencio. »Rosa María estoy necesitando que habiten mi caverna, ésa que llevo entre las piernas, ésa que me hunde en un cúmulo de sensaciones, eso es un indicador de salud mental en mi caso, cuando estoy en crisis ella se sella, no existe, sólo habla para dar paso a los habituales torrentes de salitre que necesitamos liberar, necesito sentir pegajosa mi entrepierna con ese líquido viscoso

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blancuzco que sólo un macho me puede proveer, ese líquido que una vez le dio vida a mi vientre, sentirme parlanchina y quejumbrosa en el justo momento del orgasmo. »Cuando me arrancaron a Efraín, fui a parar a la jaula de los pájaros mutilados, ya hemos hablado algo de eso Rosa María, como insistes hablaré un poco más de esa reclusión, hasta donde la memoria y la lengua me ayuden. »Al principio me sentía como una polizona, fueron durísimos los primeros días, las consultas con Julia se me convertían en sesiones interminables. Conocí a Jorge, un pintor farandulero que pasaba las primeras horas matinales fraguando el chiste o la broma del día, estaba muriendo, tenía un cáncer de recto que se lo estaba comiendo con ferocidad. »Una mañana en el saloncito de tejido y lectura me contó su tragedia, se había casado en dos oportunidades, la primera relación se vino abajo en segundos, consiguió a la madre de su hija fornicando con uno de sus alumnos del taller de pintura en su propio cuarto, en su propia cama, estuvo como cometa sin cola tres años, tres desquiciantes años, tres años soportando burlas y comentarios. »Su hija siempre iba de visita los sábados, alta como su padre pintor, hermosamente quinceañera, se llama Estefanía, le llevaba lienzos y óleo para que pintara, bolsas de suculentos mangos que él con su infantil desprendimiento repartía entre todos los enfermos; la soledad lo estaba

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terminando de matar, no la demencia, ni trastorno síquico. »El segundo y fulminante sopapo que le propinó la vida fue la partida de su segunda esposa, me decía con ojos pícaros que se había buscado una campesina, para así educarla y mantenerla incondicional a él y al hogar, le parió trillizos, aprendió las cosas malas de la vida muy rápido, se fue con un vigilante de un estacionamiento cuando Jorge empezó a convulsionar por efectos del cáncer, lo dejó sin nada, sólo el cascaron de la casa a medio construir. Me insistía en lo maravillosa que es la vida, la existencia, no importaban los obstáculos había que saltarlos, convertirse en atleta, derrotar la tristeza era su fuerte, me lo repetía todas las mañanas húmedas que nos conseguíamos en el comedor, un guiño de ojo bastaba para que floreciera una sonrisa en mi rostro. No sé Rosa María si estoy desastrosamente cursi, le tengo mucho temor al ridículo, creo que todo esquizofrénico le teme al ridículo. »Sus amigos estrafalarios lo secuestraban los domingos, Jorge era el centro, los hacía desternillar de risa, uno de ellos llamado Israel producto del jaleo que Jorge armaba, por poco pasó al otro mundo con un ataque epiléptico, eran raros especímenes dedicados al arte, teatreros, escritores, escultores, filósofos perdidos en el tiempo, hasta evangélicos. Un mosaico de gente salpicada de excentricidades cuyos atuendos y modales afeminados en algunos, causaban comentarios y risas en los pasillos de la casona de los cerrojos.

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»Los domingos mientras Jorge vivió esos dos meses con nosotros, teníamos entretenimientos con sus panas curruñas como él les decía. »Murió un día patrio, pasó desapercibido, por debajo de la mesa, se quedó dormido en los brazos de su hija Estefanía, no despertó del letargo que le producían las drogas que en los últimos días le suministraban para amainar el intenso dolor que le apagaba el buen humor, murió como un niño, con su cara de infante andariego, intensamente lleno de dulzura, muy a pesar de que siempre lo salpicó la amargura, llegué a envidiarlo sanamente, su optimismo me ayudó en el encierro. »Tanta desgracia a cuesta, tanto dolor en la carne, dándome esos sesenta días de ánimo, herramientas para continuar el sendero de los días sin tantas complicaciones. Me decía: “Iolanda de qué te quejas, estas entera, saludable, bien buena, con las llaves del mundo en las manos, no dejes que se te pierdan, no dejes que se te extravíen en la oscuridad, no dejes que la tristeza, la congoja, te gane la partida, acuérdate que tenemos que ser atletas de la vida saltando sus obstáculos.” »Por lo general terminaban resbalando lágrimas por mis pómulos, debido al jarro de palabras que me lanzaba, siempre entre lo cortés y lo impertinente, nunca a la deriva como estábamos la mayoría de los huéspedes de la casa de los cerrojos. Tapaba su nuca con una bufanda para que no se le vieran los estragos de la metástasis, el destino nos zarandea y devasta, siempre me he preguntado por qué no me colocó a Jorge en el

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camino, buena pareja hubiésemos hecho, con lo único que no estuve de acuerdo fue con su admiración desmedida por Salvador Dalí, detesto su obra, ese perfeccionismo enfermizo no va conmigo, hay mucho cinismo en su creación. »Dios me lo colocó en vía muerto en vida, no fue justo, es lo que le llaman una vulgar jugada del destino, fue un regalo urgente que me laceró, más no me enrolló. Jorge me lo pidió más de una vez: “cuando muera quiero que te llenes de ganas de vivir, no se puede ir contra la ley de la vida y de los días, me tocó temprano y a ti tarde”. Cuando me confesó sus fracasos matrimoniales estaba alegre, nunca su voz se quedó colgando del aire, se quejaba de intensos dolores en los tobillos y el cuello, no de las luxaciones del alma que cargaba consigo, se sentía bien siendo un perdedor, nunca observé una conducta pusilánime, nunca eclipsado, devoto del ánimo en ristre, difícil es conseguir seres avezados, osados en estos tiempos de oscuridad. Amiga Rosa María, siento que me está cubriendo el moho el cuerpo, tiempo tengo sin sentir el peso de un hombre desnudo, ser soluta ante caricias masculinas, quedarme con sus residuos viscosos, espeso seminal, germen de la vida, no conseguirle el sentido semántico a sus quejidos, segundos antes de la cópula todo bizarro arriba. Sentirme yacimiento de placer, me imagino Rosa María que te has sentido así en más de una ocasión, tienes un compañero que supongo amas, que caliente la mitad de tu almohada en las pocas noches frías que nos regala este clima de excesiva calidez.

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»Quiero abrir las persianas de mis ojos con un macho desnudo, apetecido, de perfil, su miembro erecto esperando ser tomado por mis manos, por mi boca que delira, reeditar el tiempo imborrable que viví con el loco teatrero de Víctor Hugo. Contarte esa experiencia Rosa María, necesita de frescura mental, en estos momentos escasea en mí, no sabes como me agota contar los capítulos de mí existencia, Víctor Hugo, al igual que Jorge me dieron la lumbre para seguir caminando por los vericuetos de los días, Víctor Hugo fue un amor real, Jorge platónico, Víctor Hugo me estremeció, me regresó al disfrute del amor, lástima que me dejó con los crespos hechos, se fue prematuramente como Jorge, vida de libélulas, libres pero demasiado corta. »Estoy necesitando de la magia del sexo, librarme de tantos enseres pesados a través del sexo. Lo más seguro es que esté ovulando, en el punto maduro para consagrar orgasmos, dentro de pocos días u horas me embarga la tristeza. »La depresión alternada con la furia, me convierto en una lerda que repentinamente genera episodios violentos, que se ahoga en llantos y estados nerviosos, ése es el aviso, viene la menstruación en camino, los días de sentirse asquerosamente inútil, rechazada, ya sé Rosa María, no debo denigrar de mi condición de mujer, pero sentirme olorosa a sangre en esos cuatro días me produce náuseas, el apetito se convierte en impulsos intermitentes, como poquísimo, la pereza se apodera de mí, el dolor en las extrañas no me deja despegarme de la cama, los mareos que son

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el preámbulo de los vómitos ruidosos. Lo único que me gusta de la menstruación es que me crecen mis pequeños senos, se hinchan, las sensaciones se me invierten, pasan a mi pecho deliciosamente, es como si bailaran ciempiés en mis pezones, es una sensación extraña, agradable. »Rosa María estoy agotada, tengo un hambre espantosa, escuché a tu secretaria que soy tu última paciente, te invito a comer en la calle del hambre: shawarmas y falafel, unos sirios amigos los hacen suculentos, exquisitos... amiga ¿has tenido la oportunidad de escuchar Balada para un Loco de Astor Piazzolla?, si no la has escuchado te la voy a regalar, un tiempo la escuché una y otra vez, no me aburría el llanto del bandoneón en manos del maestro. Todo huracán, toda vida.»

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No hay nada nuevo bajo el sol EclesiastĂŠs



3.

—Ayer después que finalizamos la terapia, me empecé a sentir tan frágil como una oruga doctora, ¡perdón Rosa María!, me atacó una extraña ansiedad, unas ganas de correr por las calles de esta ciudad mezquina, darle mi hendidura salitrosa al primer mortal triste que se mostrase diáfano conmigo; me sentí libre después de conversar contigo, después de monologar contigo amiga, sin la máscara social que cubre nuestros actos de aparentes buenos ciudadanos, me sentí sin mordazas, libre. »No sé cómo puedes almacenar tantos conflictos, domesticar a tanto díscolo que me imagino vendrán en busca de tu ayuda; y es que contigo uno se siente en confianza, bien influye tu apariencia, tu vocecita, tu corte ajustado de pelo, me siento bien desde ayer que conversamos por primera vez. Tú insistes en que te cuente sobre mi adolescencia, sobre mis romances, sobre lo que me ha dado felicidad y sobre lo que ha sido catástrofe; sin duda que lo más terrible fue la muerte de mi padre que dio paso a otras, desaciertos como Roberto, el robo de mi querido Efraín. Esta relación amistosa que en tan sólo poco tiempo hemos desarrollado recupera mi confianza en la gente, en los loqueros, este diálogo hondo que me ofrece alivio y me permite explorar mi naturaleza anormal.

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»Todo fue tan rápido amiga, el destino le regaló algo inusual el día de San Valentín a mi madre; un cofre de caoba lustrosa con los despojos de mi padre adentro. »Había muerto en la capital aquel 14 de febrero de 1983, le estalló el corazón, nos lo mandaron tan pronto embalsamado, nos enteramos media hora antes de la llegada del avión. »Se nos vino el cielo abajo, mi mamá se quedó con el festín celebratorio en el horno, ese día con gran entusiasmo se dedicó a cocinar para mi papá que tenía pautado arribar en la noche, llegó inánime, preso en un cajón de madera. Preparó paste e petate de entrada y bacalao con bocadillos de tartufo, el postre era crostata de manzana, todo bajo la sombra de un vino montelpuciano de Abruzzo. »Después de terminado el novenario sacamos el banquete del horno minado de gusanos y fétido olor. »Ese día gris descubrimos como aquel inmigrante venido de San Domenico, corazón de Italia, era querido en el pueblo, ese día de nubarrones y chubascos comprendimos el grado de desprendimiento del viejo, era demás de generoso, nos pegó en los huesos su partida. »Rosa María, al descubierto quedó también que mi papá, próspero constructor le debía hasta a los perros realengos, no amasaba fortuna como se creía, vivíamos de apariencias, era un bregador que no reparaba en darnos cuantos caprichos nos pasaban en mente, vivía de un hoy desordenado, su existencia giraba en torno a nosotros,

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el buen vino, sus amigos y el dominó. Siempre le preocupó nuestra comodidad, algún día te llevaré a mi casa para demostrarte esa preocupación, por ella hemos pagado un prestigio caro de ricos, nos cuesta muchísimo mantener esa casa, ese legado, llegó un momento en que las deudas nos asfixiaban, nunca comentó sobre sus negocios, navegábamos en la bonanza y las nebulosas, gracias a su enfermiza generosidad. »Extraño era mi papá, no gustaba de sus paisanos, nos comentaba que eran ignorantes barnizados de racismo. Amaba desmedidamente esta tierra, siempre se preocupó por hablar un impecable español, era dirigente empresarial del partido liberal, le escuché decir ebrio que quería ser gobernador para ayudar a la gente. En mi casa de amplias alcobas y salones en más de una ocasión comió y durmió el expresidente que camina y da la cara, mi viejo era fervoroso admirador de ese hombrecito, cuando murió recibimos un telegrama con un austero pésame, consuelo que no sirvió de mucho, las deudas y la incertidumbre nos taladraban el sueño y el estómago. »Los “amigos” nos dejaron solas, se replegaron, nos dejaron cargando carencias y soledad, el otro desastre fue que los bienes de nuestra empresa constructora se los robaron, de otro orden las casas y terrenos que el viejo tenía que nunca nos lo comunicó, corriendo los años nos enteramos, tarde para recuperarlos, el que no estaba invadido corría con una deuda de impuestos impagables, en el fondo no creía que iba a morir tan pronto, por lo tanto prefería no complicarnos la

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vida por lo rapazuelas que éramos, a mi madre por consideración, bastante tenía con sus excentricidades y nosotras. Cuando se entra en rachas de mala suerte hasta los perros te orinan, perdí el año en la universidad, mi carrera la vi caer por un acantilado, imagínate, la hijita de papá, que todo tenía, todo le sobraba, de la noche a la mañana le faltaba lo primordial: su padre. »Proveedor principal de estímulo, amor y bagatelas materiales, él era todo para mí en aquellos tiempos, todavía después de muchos años de ausencia lo sigue siendo. Fugazmente se me aparece en sueños, siempre en mis actuaciones está presente, es muy difícil desprenderse de alguien como él, es como la luna cuando le falta el sol, fueron muchos días de oscuridad total, tomar decisiones equivocadas que devinieron en oscuridad también, verme casada con Roberto fue lo más terrible, un apagón de switche del cual todavía padezco por la semilla que hay de por medio, metí la pata y el alma hasta el fondo del excremento, eso es evidente Rosa María. »En esos tiempos duros, la mano bondadosa de Manuela orientó nuestra casa agrietada por la tragedia, ella, de caminar quejumbroso, con su rostro víctima de los años y su voz sabia entrecortada. A casa la llevó mi padre para que ayudara a mamá cuando nací, se quedó como una más de la familia, sintió los estragos de la muerte de mi viejo, era la más cuerda de todas nosotras, llevaba con suma rigidez los gastos y oficios de la casa. Mi madre era una mata de nervios, ra-

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tificó en ese tiempo el desastre que siempre ha sido. Me defendía de los ataques de histeria de mamá quien disimulaba su rechazo hacia ella, la envidiaba. »Nuestra nana era incondicional cómplice, inmediata en nuestro laberinto casa, nos escondía detrás de su frágil cuerpo septuagenario que terminó resquebrajándose por la osteomalacia mientras yo estaba en Londres tratando de arreglar mi alma con una cámara fotográfica, ladrona de imágenes sublimes y grotescas. »Mi nana Manuela quien me confesó mientras planchaba un cerro interminable de ropa, cuando joven fue prostituta muy cotizada en los pueblos petroleros de oriente, “Mi mamá, Iolanda, con inmenso amor y ternura me encaminó por los caminos de la prostitución cuando sólo contaba con nueve años, fue en el rancho que teníamos en el barrio Los Alacranes, allí mismo la mató un borracho porque no se movió en la cama, sus sesos quedaron pegados del espaldar. Nunca le guardé rencor, ella fue muy desgraciada, vivía borracha, los hombre abusaban de ella en ese estado”. »Mi nana conoció a papá cuando trabajaba internado en la selva construyendo la carretera fronteriza, ella le lavaba, le planchaba y hacía de comer en el campamento, el viejo decía que se parecía a su nonna con el pelo blanco y caminar dificultoso, se la trajo a vivir sin darle explicación a mamá, el pretexto era mi nacimiento, ella lo quería como el hijo que nunca tuvo y a nosotras como sus nietas.

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»“Iolanda, tuve tres negocios que atendían mujeres jóvenes, se la pasaban atestados de hombres de todas las calañas, hasta que caí en manos de un chulo que me arruinó, cuando vio la cosa fea se fue y me dejó con todas las deudas, pagué hasta el último centavo y me vine al sur, ya cansada en busca de una nueva vida, hice de todo para sobrevivir, vieja, no me quedó otro remedio que dedicarme a lavarle y plancharle a la gente.” »Manuela se murió feliz al saber que me había divorciado de Roberto, lo que nunca supo fue que se quedó con Efraín. »Cómo extraño a mi nana Manuela, sus tajadas de toronja, pomarrosa y lechosa, impregnadas deliciosamente de azúcar, los turrones de leche y coco, los mereyes pasados; convertía su confección en un hermoso ritual de madrugada, cuando no de medianoche, todo dependía de la altura de la luna. »El palo a pique cuyos protagonistas eran tiernos frijoles, el arroz con pollo aguaíto, sólo ella sabía darle ese punto, mi viejo en ataques de gula se comía hasta tres platos repletos, después venían las quejas, hermosa mi nana, que Dios la tenga en sus predios, no dudo que sea su cocinera Rosa María. »Mi padre era divino, alegre, su cantante favorita La Lupe, hablaba de ella como si la conociera de toda la vida, cosa rarísima en un italiano, menos mal que no la vio morir en la miseria. »Cuando se tomaba unos tragos solía colocar sus elepés en el añoso aparato Phillip, conversaba con sus amigos apasionadamente de ella, como

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aquella vez en el teatro Apolo de Harlem, en plena actuación se quitó hasta la última prenda de vestir quedando como Dios la trajo al mundo. »Tanta era su idolatría que una vez terminada nuestra nueva casa pretendió bautizarla La Lupe, se armó tamaño escándalo que mi madre se fue de vacaciones forzadas para Italia, antes de abordar el avión le gritó que estaba tocado de la testa, desistió de la idea, mi hermana Eugenia y yo nos opusimos, no por mi madre, bautizó la casa con un extraño nombre parecido al de un remedio, lo originó las iniciales de todos los miembros de la familia, decisión tomada un domingo lluvioso de enero, él tan sólo campaneó un vaso de whisky; no habló, sólo asintió con resignación. »Días atrás me puse a revisar su viejo baúl, estaban intactas sus prendas, sus yuntas, corbatas, envases de fragancias vacíos por el tiempo, talones de chequeras y un álbum tapizado de recortes titulados “La Reina del Latín Soul”. En la primera página aparece La Lupe recibiendo en el año 1965 de manos de la primera dama del país las llaves de nuestra capital, más abajo con un gesto de orate alegría la Estrella de Oro, finalizando con la distinción de artista Sensacional del Cuatricentenario de la ciudad de los Leones. »Amiga, tuve que cerrar el álbum y el baúl, si seguía husmeando esos secretos blancos del viejo se me iba a echar a perder el día de mi cumpleaños, mi madre lo había planificado por todo lo alto para sus más cercanos, los amigos míos nunca se contaron en su inventario de apariencias.

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»Era integrante de un trío de amigos inseparables: Pedro, andaluz con todos los años del mundo en nuestro país, era ganadero como Serafín, quienes cuando ellos lo querían ver molesto le decían: ¡español!. Había nacido en las Islas Canarias. »Casi todas las noches se reunían en el zaguán de mi casa a jugar dominó, mi hermana y yo les decíamos tíos. Pedro era padrino de mi hermana Eugenia y Serafín el mío. La muerte se los llevó a los tres en menos de dos años. »Primero fue tío Pedro, lo consiguieron infartado como a papá ocho meses antes; el viejo estaba en Italia, mandó a parar el entierro hasta que llegara con mamá. Recuerdo que le reclamaba llorando, recostado del féretro por qué le había echado a perder sus vacaciones. »Lo enterramos un jueves santo, en una amplia parcela que ellos habían comprado para las tres familias en el cementerio, a tío Serafín le dio un desmayo después del entierro, se apareció la ex esposa de tío Pedro pidiendo explicación sobre la finca y otros bienes; diez años atrás lo había abandonado, mudado a la capital con uno de sus empleados de confianza, antes de falsificarle la firma y haber cobrado una fortuna en cheques forjados, no tuvieron hijos, era estéril, mi mamá tuvo que agarrar a mi viejo para que no le diera unas bofetadas a la mujercita. »Serafín se encargó de la finca hasta que ubicaron la familia de tío Pedro en Guadalquivir, llegaron viendo de reojo, vendieron hasta la última gallina, ni siquiera a la tumba del difunto fueron,

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pernoctaron en nuestra casa cinco días hasta que se le salió el italiano a papá y los mandó al diablo sin pensarlo mucho. »Después de la muerte de papá, Tío Serafín se tornó huraño, no iba como de costumbre a nuestra casa a cenar, se enterró en su finca a tomar, en poco tiempo se convirtió en un guiñapo, la finca se vino abajo, en una feria agropecuaria de un pueblo cercano se suicidó de la manera más loca y original. »Cuenta un campesino que lo vio, que el hombre entró tambaleante en uno de los baños públicos, con una descomunal borrachera, se quitó un zapato, se paró sobre la poceta, sacó el bombillo que colgaba del techo, hundió su pié desnudo en la boca húmeda de la poceta y metió los dedos en el zócate vacío, convulsionó unos segundos y cayó electrocutado al piso. »Media hora antes le había prendido fuego a la casa de la finca, soltado los animales de los corrales y vaqueras, acribillados a sus adorados pastores alemanes, enloqueció tal vez de soledad. »Un día antes me había dejado en el restaurante donde acostumbraba comer y jugar dominó, un paquete que dentro tenía envuelto en periódicos su reloj Mulco de oro con sus iniciales, una gruesa cadena de oro también grabada, y una llave que nunca he podido saber que puerta o caja abre, ni una nota de despedida. Lo enterramos con precariedad, para aquellos tiempos atravesábamos una difícil situación económica, lo sembramos al lado de sus amigos que lo hacían calentar cada vez que le decían: ¡español!

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A diferencia de tío Pedro y papá, Serafín nunca se casó, tampoco tuvo hijos, le ví en más de una ocasión pajareando con una que otra zafia cuyo oficio era martillar a los hombres adinerados. »Serafín lo sabía, de tonto no tenía un pelo, de ermitaño hasta el caminar y no hablar de su mirada. »Esta ciudad villana le debe mucho a esos tres inmigrante hoy imperceptibles, sólo el talento les permitió vivir, porque el dinero me consta les importaba un bledo, predominaba en ellos cierta elegancia que los convertía en casta extraña, no eran intelectuales, tampoco bastardos en busca de dinero en estas tierras que para el tiempo en que arribaron eran vírgenes. »Ciertas aptitudes quijotescas practicaban que me recuerdan al hermano natural de mi madre, mi tío el penalista, en una ocasión ella me pidió que lo visitara, su orgullo no permitía visitarlo. »Ese señor es brillante, con una masa gris fuera de serie; todos me veían raro el día que fui en su busca, cuando les preguntaba por el Dr. Sontinmha reflejaban perplejidad, parálisis en sus pupilas, no era para menos, mi tío tiene, no sé si vive todavía, una reputación de docto, culto, honrado, ingenioso; por el otro lado la tiene de beodo a tiempo completo que no le permite ejercer la profesión coherentemente. »Cuando abrió la puerta del cuartucho donde vivía creyó ver una visión, una de las tantas de su vida de alcohólico, yo no hallaba qué hacer, dónde sentarme, cómo empezar que venía de parte

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de mi madre, su cama eran dos colchones raídos montados en cuatro bloques, sus constantes movimientos me llevaron a pensar que aquellos rasgadores temblores de sus frágiles manos, eran indicador de pulgas o sarna en aquella deplorable estancia. »Me llamó la atención su título de doctor expedido por la principal universidad del país hacía medio siglo, era alimento de los comejenes, se notaba que empezaron por roer el marco, después bajaron al sobrio pergamino firmado por el presidente/rector. Todo era un desastre, un desorden donde tan sólo él se movía a sus anchas. Las camisas guindadas en clavos oxidados, amarillentas, curtidas por el mal lavar. »Creyó que yo era una jueza que buscaba su silencio con dinero de por medio, empezó a hablar de las verdaderas leyes, con voz de discurso me dijo que aunque de su universidad han egresado una cantidad de leguleyos inmorales, él era de los que moría con dignidad, porque a nadie había engañado, ni estafado, luego siguió discurseando ya en voz baja de la filosofía del derecho, terminando su clase magistral me dijo que le comprara una mulita de ron, se la compré, esperé que trasegara la mitad del recipiente, le dije que era su sobrina: Iolanda, la hija del italiano, se puso a llorar, pidiéndome disculpas y suplicándome por favor no le fuera a decir nada a mamá de lo que había visto. »Lo dejé hundido en su desesperante soledad y piquiña, caminé las craterosas calles de su barrio de infancia, los músculos de mi cara asumie-

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ron cierta distensión insensible a las tenues gotas de lluvia que se desprendían de un cielo confuso en aquel primer domingo decembrino. »Atrás quedó mi tío de leyes Rosa María, ahogado, traspapelado en el pasado, enfermo de resentimiento, orate vehemente, quemando días rebabosos, todo solícito, intentando una vez más su sincopado suicidio, fragante de ebriedad. »No le agradezco a mi madre esa experiencia, ese trago amargo, gracias a ella y a su orgullo, el resto de ese domingo me pareció estar montada en un corcel sin patas, en una mariposa gigante sin alas, víctima una vez más de las maniobras de mamá.»

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Ser茅 siempre el que esper贸 a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta. Fernando Pessoa



4.

—Cuando salí en libertad del siquiátrico, tras haber asimilado la pérdida de Efraín, aclimatada al país, con Londres como recuerdo entre la hiel y el azúcar, conseguí empleo en un complejo industrial alumínico para realizar publicidad promocional tendiente a buscar compradores e inversionistas. »La oquedad alimentada por el pretérito la congelaba cuando compartía con los obreros, ellos me abrían las puertas de escape, estaban convencidos de mi plena felicidad, muchos se asombraban cuando les decía que era soltera, decir divorciada era un compás abierto a la curiosidad, a las preguntas y por supuesto al fracaso en que me vi envuelta, es harto difícil convencer a cualquier mortal sobre mis dos frustrantes años de convivencia conyugal donde los hilos misteriosos de mi mente terminaron reventándose, ese pasaje de mi vida es lo más parecido a un cuento medieval. »Lo cierto es que nos hicimos mucho daño, no he vuelto a saber de él, de su vida, la última vez fue en los tribunales firmando el divorcio, cometí una gran bobería, no acepté reparto de bienes aparte de que me arrancó a Efraín, no quiero verle más la cara, se quedó con todo, lo peor es que todo lo había adquirido yo, él siempre fue un traficante de hierbas y desempleado profesional.

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»Amiga no sabes como quisiera que mi cerebro fuera un trozo de tela percudida, a la cual hay que lavar para dejar blanquísima, el sucio son los trances desagradables que me ha tocado vivir, aunque tenga que sacrificar los buenos momentos en busca de esa agradable blancura, de esa añorada limpieza. »Lo otro que me contrae en menor crasitud es esta condición de hembra, vivir curtida de mujer me parece tan cómico, ante tanta humillación a que somos sometidas, nos dan un día en el año para celebrar nuestra desgracia, nuestra tragedia, cada 8 de marzo se reafirma lo que venimos siendo: Objetos. »Es como si no fuésemos de la especie humana, nos meten en el mismo saco del Día de la Agricultura; el Día de los Boys Scouts; el Día de la Tierra. »Me deprime ver esas arrugadas feministas que construyen bostezantes discursos para verterlos estridentemente a su ejército en guardia contra los ataques falocráticos de los machos, nunca me he conseguido una feminista interesante, hermosa, apetecible, todas rayan en el horror y el resentimiento, que le dan oxígeno para seguir con su perorata de igualdad de derechos, gracias a ellas tenemos nuestro día cómico, gracias a ellas somos importantes un día entre los 365 días del año, qué deprimente amiga. »Aniquilaba la oquedad tratando de buscarle solución a los múltiples problemas de mis amigos, los obreros, comprimidos en esos parajes que levantan un brillo enfermo, asfixiante, eran

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como pastillas estimulantes que me mantenían despierta, abierta a mundos particulares, donde una gran incertidumbre y ansiedad predominaba; madre de llantos, complejos; adicciones, perversiones y paro de contar, en el centro de estos tiempos donde se ha descubierto casi todo, son contables los cabos sueltos por atar en estos comatosos años que nos acercan nihilistas a un nuevo milenio, a un nuevo siglo. »Comparar ese mosaico de conflictos con los míos me generó mucho brío, ganas de vivir. Lo mío eran puntadas de nalga comparado con lo que vivían muchas personas aparentemente comunes, aparentemente corrientes. »Ramón fue uno de mis más fieles y fervientes admiradores, me regaló la última vez que lo vi medianamente cuerdo, dos discos compactos, uno del adorado Bola de Nieve, él con su voz accidentada y su solitario piano que parece casado a una sola nota; el otro de Art Tatum, pianista, según el mejor intérprete que ha caminado el espinoso sendero del jazz, curioso ciego, de modesta presencia y gran ingenio, tampoco le gustaba la algarabía de las orquestas, tocaba a partir de altas horas de la noche, no en vano lo mató el trasnocho y el licor en plena actividad creativa, 46 años. »Gran regalo de Ramón, que era un enfermizo solitario que me cortejaba elegantemente, era locutor, se creía poeta y novelista, además de pintor y músico, ansiaba encontrar una hendija donde guarecerse, es paranoico, en las conversaciones mantenía una coherencia intelectual poco

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común, el problema eran sus manos y piernas inquietas, sus ojos que descubrían la verdad: estaba fundido de manicomio, como estuve yo, nadie en la empresa quiso asumir responsabilidad, en más de una ocasión intentaron hospitalizarlo, se escapaba, como no era loco de temer, sin familia, ni perro que le ladrara, deambulaba por la planta fundidora repartiendo poemas en hojas de papel higiénico, saliéndosele de vez en cuando sus cualidades de brillante ingeniero en computación, siendo esto por seguro lo que le trastornó la testa. »Cuando veía a Ramón bajo la sombra del rechazo, me veía a mí, en Londres, aquí todos me abrían paso, tan sólo dos años atrás cuando me mandaron a ejecutar un trabajo fotográfico a las minas de bauxita en la selva, eso es un infierno con nombre de campamento. »Empezaron a asediarme los jefes para que aceptara sus perversiones, la envidia o que se yo se apoderó de las mujeres que me rodeaban. »Cierto fue que extrañar a Efraín y el fracaso con Roberto contribuyó a mi refugio en esos parajes hermosamente inocentes, allí tomé fotos a gusto, filmé cortos, empecé a pintar y descubrí la magia que envuelve cuando uno se para frente a un lienzo con un pincel, la sensación es indescriptible, no hay más palabra Rosa María. »Esa gente vive comprimida, entre las presiones del trabajo y los dimes y diretes que cultivan por estar apartados de la civilización, te imaginas amiga.

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»Esas personas de diferentes credos, diferentes lugares, concentrados en tan poco espacio, es una bomba de tiempo, todos viven pendientes de todos, a un tío adoptado que adoro, quien trabajó muchísimos años en una siderúrgica le dije que ese campamento era lo más parecido a un serpentario, por poco se orina de la risa, él me ayudó a sobrevivir cuando la crisis del despojo de Efraín, con su cáncer a cuesta me abrió el camino, por eso lo adoro, es después de mi madre a quien más quiero amiga. »Cierto es que al principio me sentí libre, sin ataduras y la hiel que irrigaba mi ex marido, era como una de esas golondrinas que se ven desde la ventana de tu consultorio, eso no lo perdonaron en el campamento, comenzaron a rodar rumores que era lesbiana, drogadicta, lo último que inventaron fue lo de bruja porque prendía incienso en mi oficina, la terminé de poner cuando tuve un romance con un ser que parecía interesante, parecía, porque resultó ser uno más del montón, cuando intentábamos hacer el amor se molestaba porque no podía penetrarme por lo enrollada que estaba con lo pasado con Roberto, la última vez que lo ví en son de novieta furtiva le conté todo el rollo que me creaba estados de inhibición, se puso a reír cínicamente y me dijo que si creía que él era idiota, dejé las cosas hasta allí y sencillamente no le hablé más. »Cuando llegué aquí me aquejaba una sicosis terrible, temible, desconfiaba hasta de mi madre, la inquietud y la ansiedad en vilo me mantenían, fue difícil ese trance, lo superé, aprendí a diferen-

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ciar a la gente por un lado y la magia de la pintura por otro, influyó mucho el paisaje, los aborígenes, la gente humilde de los poblados, busqué y encontré una manera de expresarme que había guardado desde niña, afloró ante tanta belleza, allí la respuesta el por qué estudié cine y fotografía, algún día te voy a invitar amiga, al campamento ni por accidente vamos, me trae muy malos momentos a la memoria, sobre todo ese en que los hombres andaban detrás de mi rabo porque vivía sola y no tenía perro que me ladrara, como le está pasando a lo mejor a Ramón, si es que todavía vive en ese nido de víboras, él busca desesperadamente un sendero para liberarse, ojalá lo haya encontrado, si no lo dañarán hasta enloquecerlo totalmente, él pulula tambaleante por la celdas de la fundición, siendo objeto de burla de los ignorantes que nunca lo entenderán porque sencillamente están presos en la celda de la frivolidad. »Rosa María, mi pasado, el tiempo, lo he construido a punta de travesuras, metidas de pata, ¿sabes de quién es esa música que se escapa de tu aparato musical por la emisora cultural? Esa música nostálgica, es la banda de Glen Miller, ése es el sonido Miller que tanto nos arrima al pasado, nos engaveta doblados de evocación y morriña; su música es familiar porque la hemos escuchado en esas películas gringas cursis con las que nos bombardearon cuando niños, esas películas de buenos patriotas gringos a quienes les dolía más que a las víctimas el haber lanzado las

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bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki; con qué paja nos han construido amiga. »La verdad se desnuda llagosa al crecer, cruenta, es cuando descubrimos las hembras nuestra condición de animales reproductoras a través de ese hilo de sangre que impulsivo emana por primera vez de nuestra vagina, nuestro aparato de gozo y dolor; es allí cuando el castillo de muñecas y sueños empieza a desaparecer para dar paso a este mundo frívolo y descarnado, detenido estúpidamente en lo material o las verdades a medias. »Esa suavidad la llaman Sweet Jazz, primitivo en estos tiempos de fin de milenio salvaje, lo cierto es que admiro a Miller, su precocidad y desaparición prematura, aburridas son esas luminarias longevas que se mueven como quelonios en los escenarios viviendo del pretérito y viejos pasos. »Conocí y aprendí a disfrutar la música de Glenn Miller por Víctor Hugo, loco teatrero que me reencontró con la magia del sexo y la ruta infinita de los pájaros, acostumbraba a escucharlo a todo volumen, desquiciante, mientras escribía sus obras o ensayaba algún papel donde siempre le tocaba actuar de relleno porque era pésimo actor, en la dramaturgia es donde destacó. »Sus canciones favoritas eran Moon Light Serenade; Pensilvania 6500 e In The Mood, las repetía hasta el fastidio, en una ocasión que viajó a Nueva York me trajo de obsequio un poster escandalosamente grande con una foto de Miller donde se aprecia su pelo engominado, con

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un cigarrillo Chesterfield colgando de sus labios sin encender, lo conservo, hermoso presente que sólo se le puede ocurrir traer de tan lejos a un trastornado como él, extremista de lo sublime y lo ridículo, como siempre me lo repitió. »Muchas actuaciones de Víctor Hugo me recordaban a mi padre; su manera ardorosa, apasionada, de escuchar música, con la diferencia que mi padre deliraba por La Lupe, mi amigo el loco, era obsesionado por el Jazz y la ópera que lo llevó por los caminos tortuosos hasta que decidió despedirse de este mundo al descubrir que sobraba. »Lo conocí en un festival de teatro que realizaron en las salas de la empresa fundidora, la obra que ví esa noche me llamó la atención, se relacionaba con el ambiente fabril, dudé que hubiese alguien con facultades para el teatro en esas galerías productoras de desgracia y aluminio, pregunté por el autor de la pieza y me señalaron a un desgarbado personaje que fumaba como una prostituta sin libertad, enfurecido en el escenario descargaba su tonel de malas palabras a los técnicos del espectáculo, gesticulaba y lanzaba contra el piso una descolorida chaqueta de blue jean, titubeé para conocerlo, esperé su calma para abordarlo, si te digo que me miró te miento, me sentí muy mal, me había acostumbrado a que siempre me piropearan, me morbosearan el cuerpo, el trasero, las piernas, toda. »Con aquel guiñapo no hubo siquiera una mirada de atención, amabilidad, ni siquiera gracias por haberlo felicitado por la obra, masculló en

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baja voz algo así como que todavía existían personas a quienes le gustaba sus trastadas. »Derrotada emprendí retirada, una vez más el desconcierto me abrió sus puertas, el culpable: un diminuto habitante del absurdo, no era ésta vez los predecibles machos que se acercaban con la sola intención de pasar un rato grato follándome, utilizándome, y es que de algo tiene que estar segura una mujer divorciada y sola, el 95% de los hombres que se acercan es para montar su teatrino de mentiras gozosas, en eso los hombres no son creativos, siempre buscan más de lo mismo. »Esa noche dormí con la imagen aborrecible de Víctor Hugo adherida a mi mente, su figura de gnomo encolerizado, su indiferencia y olor rancio a tabaco y a alcohol trasegado que me produjo un paso automático atrás cuando intenté hablarle, cuando busqué insegura abordar su umbrátil personalidad. »No pasó mucho tiempo sin que nos topásemos, fue en el aeropuerto, estaba sentado en los asientos de espera acariciándose su desordenada barba, echando bocanadas de humo en el aséptico recinto oloroso a desinfectante de pino. Me vió y saludó con timidez, esta vez sosegado me dijo que quería que se lo tragara la tierra, estaba avergonzado conmigo, por lo de la pasada noche de premier donde admitió haberse comportado como un patán, frente a una taza de té chino de jazmín y un whisky, confesó que esa era la peor obra que había escrito y montado. Mucho tuvo que ver el tiempo en que escribió los parlamen-

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tos, una semana , dirigir y armar la escenografía en 20 días, todo por unos cuantos reales. »Me recalcó lo abominable de toda la obra, las pésimas actuaciones, los errores técnicos, todo esto convertía la obra en un panfleto, le dije que me había gustado su trabajo, me sentía representada, se puso a reír con sus gestos de inusual y sentenció que ese trabajo era una fétida plasta de elefante indigesto. »Sin muchos preámbulos empezamos a salir, por tres meses intentó hacerme el amor como manda Dios, mi vagina estaba sellada, después de que me sacaron a Efraín por esa abertura no había tenido más actividad, ocasionalmente intentaba masturbarme sin lograrlo. »Su boca se convirtió en el miembro que podía traspasar esa frontera, su lengua me hundía en orgasmos, fueron muchos, hasta que finalmente me penetró, me enteré por el semen que empezó a bajar de mi entrepierna como tristes lágrimas, me asusté por un virtual embarazo, me calmó diciéndome que era imposible ya que se me había largado la sangrienta hacía dos días y con ella mi cíclica depresión y dolores internos. »Salir de mi abulia sexual se lo debo a ese abstruso teatrero, gracias a él aprendí a disfrutar de esa endurecida masa de músculo y venas que se levanta fervorosa, febril, en el mero centro de las piernas de los hombres, aprendí esa manera de apretarlo y ponerlo preso con los labios de mi flor mineral, aprendí a deglutirlo con mis entrañas, con mi boca, en fin aprendí a no tenerle miedo a un falo, nunca podrá ser pecado, ni veneno,

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sino gozo y éxtasis, siempre y cuando se haga con apetito y sobre todo con el más indicado. »Comprendí que mi visión escatológica del sexo a raíz de la experiencia dolorosa con Roberto era una estupidez, mi disfunción era neurosis que sumado al robo de mi hijo me convertía en un desastre con fisonomía de mujer, eso decían los siquiatras a quienes me sometía en largas y aburridas sesiones, Rosa María te confieso y no te ofendas por mi abjuración por la sicología actual, a mi me ayudó en aquellos tiempos un sacerdote de la apostasía, un transgresor de la fatuidad en que nos movemos, un excéntrico arlequín que no recurrió a ningún ardid para entrar en mi bóveda sellada por el trauma, el dolor y mi anormal naturaleza, así de sencillo es la cuestión querida amiga, ahora estoy sintiéndome que me orillo al barranco, por eso estás tú frente a mí. Un ocho de marzo dejé de verlo, sus palabras últimas: “Nos vemos en el estreno de mi nueva pieza”. Ese día divagó, estaba ebrio hacían dos días, me contó su sueño último, provechoso para su ego ya que siempre sus pesadillas y sueños se desarrollaban con él como espectador, ahí fue protagonista. »Era transportado por millones de cangrejos, por una taifa inconmensurable de crustáceos marinos que al unísono, accionaban sus quelas, el cortejo recorría la calle Ramírez, arteria principal de la ciudad que lo vio nacer, a pocos metros de la confluencia de los dos ríos, el turbulento de fúnebres aguas oscuras y el silencioso de aguas bermejas.

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»El lado pecaminoso, citadino, asiento de los obreros que tanto lo trasnocharon, al compás del sonido emitido por las macanas de los cangrejos fue dejado en estado catatónico a las puertas de su burdel preferido: La Colmena, allí recobró los movimientos, estaba en completo estado demencial, la alfombra infinita de crustáceos orientó sus movimientos al encuentro con el distante mar, hacia la costa turquesa de donde habían venido a cumplir su tarea onírica. »Se desvaneció, se convirtió en algo incorpóreo al sembrársele los primeros rayos del sol, sus amigas noctámbulas no abrieron las puertas de su pecado manoseador, su bodega expendedora de alegría, fantasía y amor barato. »Su vida amiga fue una densa obra de teatro lacerada por los altibajos del alma, como norte actuaba la trasgresión, no vi el último acto de su obra, sólo el principio turbio de su sueño protagónico. »Lo encontraron una semana después de nuestra despedida por el olor fuerte a muerte que rondaba su apartamento, derrumbaron la puerta, rodeado de botellas de licor a medias estaba mi loco teatrero, quien me enseñó la ruta infinita de los pájaros y el amor; hinchado, a punto de estallar y salpicar el mundo absurdo que nos ha tocado vivir, boca abajo, sinónimo de no querer hablar más, ya todo lo había escrito en su furibundo discurso desdibujador de acicalados maquillajes y modales. »Me enteré un mes después, sentí otra vez la bajada del switche de la existencia, parecido a

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cuando murió papá, no me perdonaré nunca el no haber despedido sus cenizas en las aguas de los dos ríos que siguen siendo sus cómplices y confidentes, todo por culpa de un insípido cursito en la capital al que insistió hasta cansarme que asistiera sobre el aporte de Freud al concepto de la sexualidad humana. ¡Estoy agotada Rosa María, por hoy basta!!»

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La incertidumbre es la Ley del Universo J.A. Ramos Sucre



5.

—Es un estropicio adorable, de ojitos verdes saltones y verbo veloz, su cabecita de bombillo se mueve y enciende graciosamente cuando entablamos conversación, su voz me causa cosquilla en los tímpanos, vivo de carcajadas cuando me lo consigo en el pasillo del edificio donde habito. »Le dicen “Ñaño”, cuando le pregunto su nombre de pila, dibuja una mueca pícara en el rostro y me grita !“Ñaño”! Es ese niño de cuerpo pequeño e ingenio gigante quien últimamente calma mi soledad Rosa María, me da vida y movimiento esa llamita, me calienta el aliento y recuerda a mi hijo Efraín, tiene su misma edad, solamente que Efraín es más desarrollado corporalmente. »Conversar con él es como conversar con una persona mayor, es asombroso su nivel de información, le gusta pintar, semanas atrás le regalé un equipo de acuarelas para el día de su cumpleaños, hubieses visto la alegría que lo embargó, de los pocos regalos que obtuvo fue ese juego de acuarela el que más le gustó. »Son varios los trabajos que me ha obsequiado a cuenta de agradecimiento y amistad, los tengo adheridos a las paredes de mi cuarto, a veces la imaginación me lastima, me traiciona creyendo que esos trazos fueron realizados por mi amado Efraín, caigo en la realidad cuando veo

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su firma desproporcional y descuidada, integrada por cuatro letras. »Es gracioso como una ardilla, los movimientos de esos animalitos son alegres, chispeantes como los de mi amiguito Ñaño, quien delira por jugar al bowling, juega muy bien, extravagante es verlo intentar pararse enhiesto con la pelota que debe pesar la mitad de su humanidad, para después lanzarla en la banda de juego, se nota en su cara un gran sacrificio que después llena de emoción y euforia su diminuta figura, los sábados lo veo en el salón de juegos que funciona en la planta baja del edificio, me habla de tierras de leche, chocolates y miel que están bien escondida en algún lugar de sus tiernos sueños, de sus perros imaginarios, pastores alemanes, Zeus y Anastasia, sus sublimes etéreos animales compañeros que habitan sin ensuciar su cuarto. »Cuando me visita en el apartamento come como no lo hace en su casa, le encantan mis espaguetis al pesto, mi pasticho, pero sobre todo cuando preparo fabada, ha repetido hasta dos raciones. »Me pide circunspecto que coloque en el aparato de CD a Vivaldi, al principio creí que era para impresionarme, hoy estoy convencida que sí delira por Vivaldi, que sus violines le tocan el alma como lo hacen conmigo sus cuatro estaciones. »Mi amiguito Ñaño, acude a mi puerta todo erizado, emocionado, hirsuto, cuando el cartero me trae correspondencia, le dice que soy su mamá para que se las entregue, en sus manos

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tiemblan, por lo general son mis estados de cuenta y balances bancarios, sus ojos se entristecen por segundos, después arremete con una de las suyas: “Iola, algún día llegará una interesante, con grandes y muy buenas noticias”. »Le encantan los peces, tuve que comprarle una pecera, la tengo en mi sala, su madre no lo deja tener animales en casa, son de él, vela por ellos a toda hora, conversa y los toca con extrema ternura, me dijo que se sentiría el niño más feliz del mundo el día que su madre se los deje tener en el cuarto. »La alegría con que este niño aborda el mundo no deja ver la tragedia que es su hogar, el padre es alcohólico y hasta drogadicto creo, sumamente inteligente, es restaurador de obras de arte, tuvo su tiempo de pintor, según me cuentan era muy bueno, toda una promesa que se la tragó el vicio; su madre es una atormentada evangélica que ve el demonio por todos lados. »Vive recluida en ropas oscuras que le llegan a los tobillos, nunca la he visto salir sin una biblia en las manos, tiene complejo de santidad, se cree ungida de qué se yo, lo cierto es que mira de reojo a los que habitamos en el edificio, todos somos unos pervertidos, mundanos, escoria, la única que se salva es ella, porque el “Señor” la llamó a su reino, tiene años separada del papá de Ñaño, inclusive dicen que vive con un pastor lengüetero de esos que marean con sus discursos, no se ha ido con él porque quieren despojar al papá de Ñaño del apartamento.

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»Ñaño está en el medio de esa irracional guerra, al parecer no le ha afectado mucho, eso parece o eso dan a entender sus verdes ojitos, la madre lo obliga a leer La Biblia todos los días, si no lo hace le pega con un garrote, según ella esa es la Ley de Moisés, he estado a punto de denunciarla con el Ministerio Familiar, no lo he hecho porque temo que perderé a Ñaño de vista. »No me explico cómo ante tanto atraso, el niño mantenga un nivel intelectual alto, inclusive, meses atrás tuve que hablar con el papá porque la señora quería sacarlo del colegio, allí y que le enseñaban a ser mundano, ella quiere que el muchacho sea “santo”, el papá por poco la golpea, tuve que mediar en ese round, gracias a Dios, el niño volvió al colegio; el niño no se merece ese ambiente, allí es el badajo de una campaña, entre los dimes y diretes del padre y la madre, su alto optimismo no me permite tenerle lástima, ayudarlo hasta lo que pueda si, la aversión que siente su mamá por mí yo se la duplico, en el fondo no es más que como la tilda el esposo: una santurrona, bandida con ropas largas, olorosa a pecado. »Que cosa tan terrible amiga, cuando la gente se aferra desmedidamente a la religión, creen que son los únicos en este mundo que tienen la verdad, despreciando a los que no la comparten con ellos, eso no es más que atraso del más recalcitrante, rancio. »En medio de una fuerte crisis depresiva me acerqué a esa gente, salí despavorida, todo se lo dejan al “Señor” en sus manos, hasta el acto de defecar, ocupan a Dios en cuanta tontería se les

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ocurre, imagínate Rosa María y que por la gracia de Dios me querían casar con un pelele hablador de paja con rango de ministro en su cofradía, según él, el “Señor” le había hablado y ése era el hombre que había escogido para mí, la carrera que pegué fue grande, descubrí que todo se movía en torno a mi negocio, el estudio fotográfico, se querían apoderar de él, revelaban fotos gratis y paren de contar, además los benditos diezmos, ya me tenían harta, por poco me arruinan los hermanitos amiga, no los odio, ni los combato, pero no los quiero cerca, son dañinos, algo parecido a plagas. »Creo que mientras más estás pendiente del pecado más rápido lo cometes, eso de que todo es indebido es una invitación a sepultar la racionalidad, la inteligencia, Dios nos da libre albedrío, el que quiera hundirse en el excremento, esa es su elección, Dios también nos dotó de un sentido de la autoconservación, para que separemos lo bueno de lo malo, no es necesario que venga un lengüetero a decirnos como tenemos que movernos en la vida, además Rosa María, hay algo verdaderamente sabio: “cristiano no es quien vive metido en una iglesia día y noche dándose golpes de pecho, cristiano verdadero es el que ama a su semejante”, y eso yo no lo sentí hábito en esa gente, respiré mucha intriga, mucha hermandad disfrazada, esa enfermiza y torpe manera de utilizar la biblia a su manera terminó en un cuadro de decepción terrible. »Un tiempo Rosa María me dediqué a estudiar el fenómeno religioso, me encontré con un

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filósofo y teólogo francés llamado Enmanuel Mounier, de él recuerdo: “Leed más bien la fuerte sustancia de los evangelios, con comentarios sin delicadezas amaneradas”. Esto nos lleva a no utilizar la biblia para procurar intereses bastardos, aprovechar sus parábolas para convertir en estúpido rebaño a creyentes atormentados por las circunstancias. »Mi rechazo se enriqueció más cuando estaba trabajando en las minas de bauxita que están en la selva, colonizan a los aborígenes como si fueran animales, les borran su rico pasado, les siembran de temor repitiéndoles hasta el cansancio la devastación del mundo y la venida del “Señor”, los conminan a renunciar a su legado cultural, sentirse piojos o insectos ante un poder superior que ellos ostentan, lo de los indios es patético, los utilizan para explotar yacimientos de metales preciosos que hay en las entrañas de la tierra, nadie ha podido con estos santurrones de pacotilla, en nombre de Dios hacen y deshacen, en nombre del “Señor”, les han sembrado vergüenza a los indios obligándolos a vestirse, a comportarse como ellos, ese crimen no tiene nombre, tampoco perdón, los contaminan con nuestro temor, con nuestros hábitos y costumbres, con nuestra envidia, con nuestros odios, con nuestros pecados, con nuestro todo que es porquería de la más pura, basura y más basura, con sus respectivas aves de carroña. »Cuando me acerqué a esos fanáticos, en medio de una terrible depresión, me dijeron que tenía que ayunar durante siete días, realicé el

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ayuno y por poco me muero, inmolarme por caprichos de unos locos, de unos ignorantes que ayunan por cualquier tontería. »Hacen de ese profundo acto de sacrificio y contrición realizado por Jesús de Nazaret en demostración del amor que nos tiene, un bochinche falto de cordura, irracional, bastante alejada del halo espiritual que le sostiene. »Con esta perorata amiga, te confieso que ni los evangélicos han podido con mi estado anímico catatónico, contener mi gris llanto de mortal atribulada, en el fondo creo que me ha mantenido, Dios algo debe tener para mí por ahí que no ha acabado completamente con mis ganas de existir, aruñando en las paredes de los días, unas veces desesperada otras lerda, pero viva al fin. »Amiga usted me dijo que sufría agorafobia, temor desmedido por los espacios abiertos, donde más segura me encuentro es en mi hueco — apartamento, entre mis recuerdos londinenses, las fotos de Efraín, las visitas de Ñaño, mis estelares trabajos fotográficos, mi música, soy tremendamente musical, en estos días he estado escuchando a Barry White, tengo un CD titulado: Best of, que no me canso de colocar, ese gordo de voz particular es lo más parecido a una morsa, me trae imágenes de adolescencia, de mi primer novio desflorador, de mis amigas de liceo, de las fiestas que organizábamos los viernes en la tarde para fumar con libertad en medio del bullicio y la pista semioscura de cualquier casa de algunos de los compañeros de clase, qué tiempos tan inocuos, hoy vienen a mi mente terriblemente her-

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mosos, algún día escribiré un diario con todo lo bueno que me ha marcado, clara estoy de que no va a ser tan abundante, tan voluminoso, algún día se me aflojará la mano y vertiré todo lo agradable que me ha regalado Dios, ¿te parece buena idea amiga de pelo corto? Mi cosmovisión del mundo a veces es lo más parecido a un ánfora vacía, funesta, aciaga, adversa y a la vez diversa, no tolero a la gente que muere de costumbre, viendo la TV desde una poltrona, donde todo se lo sirven digerido, me parecen infectados de idiotez, extinguidos en un laberinto de imágenes vacías, quizás aquí esté prevaleciendo mi lenguaje cinematográfico, es lo más posible, cuando se trabaja la estética de la imagen que vivimos topándonos nos conseguimos con muchas incongruencias, soy lo que una vez dijo Nietzsche: “Un pesimista es un idealista resentido.” »Lucho, el padre de Ñaño, días atrás en medio de una mastodóntica borrachera, tocó a mi puerta y obsequió un librito de aforismo de un filósofo y poeta llamado Néstor Rojas, de él subrayé dos: “Como un ángel sin plumas, contemplo el mundo desde arriba, porque me estoy derribando entre nubes”. Creo estar entre nubes desde que nací Rosa María. El día que caiga a lo mejor me duele, a lo mejor me libero. El otro aforismo: “La mediocridad es la realidad que tiene más creyentes estólidos”. No hay verdad más grande que esa amiga. Lucho se despidió después de obsequiarme el libro con sus manos temblorosas, emprendió el camino de la noche, me preguntó con ojos ingenuos: Mi hígado ya no puede

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conmigo, ¿qué hago? Pobre padre de mi querido amiguito ojos verdes, su cuerpo empieza a jorobarse por la frustración y el alcohol, según me ha dicho me tiene mucho respeto y admiración, agradecido eternamente por las demostraciones de afecto hacia su hijo, hablamos semanalmente en las escaleras, nunca ha querido entrar a mi apartamento, dice que es mejor evitar las habladurías de las brujas, imperceptibles moradoras del edificio, según él sería una raya imborrable tenerlo como visitante, en medio de sus borracheras conversamos sobre arte, es bastante erudito en ese tema, tiene una sólida formación que adquirió en Florencia de joven; vive buscándole el sentido a los días y a la vida, sólo por el niño ha parado en el filo del desfiladero, sólo por él trabaja restaurándole obras a aburridas viejas de la alta sociedad, lo demás para él no es más que basura.»

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.... el poeta colombiano Raúl de la Vega escandaliza a la gente de buena familia cuando en la recepciónde la Cruz de Belén declara, mientras se seca el sudorde sus pronunciados frontales y de su enorme narizcon una ropa interior de mujer, que el sagrado vínculo del matrimonio no es sino la unión de dos mucosas. Alfredo Armas Alfonso



6.

—Qué es la inspiración Iolanda, sino trabajo y más atosigante trabajo, hubo un tiempo que trabajaba hasta veinte horas en el taller, llegó el día en que dejé de ponerle emoción al trabajo y por supuesto la inspiración o el ánimo se murió asfixiada en la barra de los bares, en las calles más insólitas de esta ciudad absurda. »Conocí a Lucila en una de las clases de escultura que dictaba en mi taller del Barrio El Roble, llegó con unos jeans ajustados que mostraban su abundante nalgatorio y cintura de avispa, era miércoles si la memoria no me falla, todo el día había llovido, empezaba un torturante invierno al lado de los mosquitos y plagas, mi taller quedaba a orillas del río, sin ningún vestigio de timidez me abordó, me dijo que tenía tiempo detrás de mi pista, que le gustaba mucho mi trabajo y que por fin había dado conmigo, me suplicó si la podía dejar ver clases conmigo, el curso tenía dos semanas que había comenzado, le vi sus hermosos ojos con algo de cinismo y no se inmutó, comprendí que la muchacha quería estudiar, la acepté para mi desgracia Iolanda, eso fue mi perdición, el poquito de tierra que me faltaba para mi sepultura. »Nuestra primera salida anunciaba nubarrones, íbamos en su rústico camino a un restaurante galería que ella insistió hasta cansarme que

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visitáramos, se nos pinchó un caucho delantero y por poco dimos vuelta de campana, primer anuncio, la cuestión no iba a funcionar, cómo sudé cambiando el condenado caucho, ella se reía provocadora recostada de un a destiempo florido Apamate. »En el restaurante galería me presentó al dueño, que a la vez fungía de curador con sus ademanes femeninos, me dijo que conocía mi trabajo, altamente técnico pero muy tenebroso, pensó con lo que me decía la mariposa que reorientaría mi trabajo hacia el paisaje. »El ambiente era lo que le dicen Light, nada Underground, como el de donde yo venía, por lo tanto la incomodidad me acompañó por el resto de la velada. »Lucila para aquellos tiempos era un bocadillo apetecido en ese círculo de cabezas de chorlitos, ella era parte de ellos, no me cansaba de preguntarme el por qué de su acercamiento hacia mi, yo, un ser alejado completamente de la sociedad, además en edad y experiencia le llevaba un buen trecho, dos divorcios y cincos hijos, era más que suficiente, de otro orden mi casamiento con la curda que ya empezaba a hacer estragos, todavía Iolanda, diez años después me pregunto si fue que la mujercita se casó conmigo enamorada o por capricho, lo más posible es que se casó con el nombre que para aquel entonces ostentaba, está la posibilidad que Luis Antonio, tu adorado Ñaño haya influido en vista que ya estaba latiendo en su vientre, esa situación me ha torturado mucho, estas escaleras han sido mi fiel confiden-

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te, siempre animan el desgarre mis consentidas rancheras de Lupe y Polo, eso no te lo tengo que decir, pues tú las has escuchado en más de una bendita o maldita ocasión. Sigo aquí amando desmedidamente a esa españolita de piernas blancas como la nata, perfectamente gruesas, de nalgas enhiestas, de pechos adolescentes.Ya no mantiene su transparente sonrisa, la engulló la rigidez de la creencia y el fundamentalismo, sigo amándola hasta el inconsciente. Con decirte que tengo tres años sin hacer el amor con nadie, lo he intentado y ha sido un estruendoso fracaso, está presente su olor particular, la tibieza de su entrepierna, sus besos. Cuando lo he intentado con otras mujeres mi pene ha terminado buscando el piso, frío como un cadáver de morgue, no me encuentro con otra mujer que no sea con Lucila. »De aquella salida al restaurante galería quedó un insípido recuerdo, empecé a llevar la delantera en lo de las salidas, comíamos en los tarantines de los mercados, no me decía nada pero sus escrúpulos brotaban a flor de piel, su rechazo era totalmente silencioso, comprendí que Lucila era una firme representante de esa pequeña burguesía venida a menos que le tiene pavor a la miseria y a la oscuridad que lleva implícita la pobreza. Yo insistía para que explotara, cuestión que nunca pasó, la sometí a una y otra prueba, la mujer entendió mi juego y por supuesto a regañadientes me siguió la corriente. »Cuando visitábamos los sitios de muerte mala, de donde yo sacaba imágenes para crear, me entregaba la llave de su rústico, la consumía

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un pavor enfermizo que no podía disimular, veía malandros por todos lados, era la esencia de la necedad en esos paseos, sufría de paranoia. »Como estudiante de mi curso, no era mala, tampoco sobresaliente, andaba en busca de algo que la llenara espiritualmente, ese era el meollo de su ansiedad, cargaba en el hombro la frustración de haber estudiado algo impuesto: medicina. »Nunca la ejerció en clínicas u hospitales, se quedó en la cómoda posición de ser médico planificador familiar; cumplía religiosamente un horario y después daba rienda suelta a sus inquietudes artísticas. »Había intentado escribir y fue un fiasco entre lo cursi y lo fastidioso, sus textos eran mejor que un valium, se inscribió en clases de guitarra para después terminar frustrada al ver que el profesor se la quería raspar, ahora estaba jugando a ser pintora, te repito Iolanda, Lucila técnicamente no era mala, pero le faltaba la pasión y el riesgo que todo artista debe correr. »Sus ataques de malcriadez y necedad los comprendí el día que me dijo que era hija única, sus padres son gallegos, de los puertos de Vigo, abrazados a un extremo de un Portugal alicaído, lúgubre, están allá. Vendieron la tasca que tenían en el centro de la ciudad al lado del malecón y se acogieron al plan de jubilación y pensión español; Ñaño los visita todas las vacaciones, ellos le mandan el pasaje, los viejos lo adoran. »Esa búsqueda incesante de Lucila la comprendo hoy, la soledad hizo de las suyas con ella, a pesar de tener todo, en el fondo no tuvo nada,

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el afecto no se vende, no se compra en la farmacia, nada que ver conmigo, que tengo ocho hermanos y cuatro medio hermanos. »En mi casa más bien faltó tiempo para que mis viejos nos dedicaran amor, con todo y eso no me puedo quejar, tuve una buena y severa crianza, algo que siempre Lucila ha envidiado al punto que detesta mi bulliciosa familia, no los tolera, mucho menos ahora que tenemos tres años separados, a mi madre siempre la ha tildado de entrometida y a mi viejo de sádico porque la piropea con esa elegancia que tienen los viejos antañones. »Una tarde ensordecedora decidimos hacer un viaje al pueblo de la costa donde ella había realizado sus pasantías de médico, disfrutamos tremendamente del viaje, la ví en traje de baño por primera vez, aquello estaba pudriéndose de buena como dicen los mala conducta. »Dormimos en casa de gente amiga las tres noches; yo que me aburro de todo, no me aburrí, la pasé muy bien, fueron nuestros primeros besos, nuestros primeros roces, un mes después repetimos el viaje; esta vez con la variante que dormíamos en la misma habitación ya que no llegamos al pueblo por la entrada de la noche, ni la vi mientras estábamos en el mismo refugio, no quería asustarla, que pensara que me quería aprovechar de las circunstancias, tú sabes Iolanda que ustedes las mujeres siempre se la quieren tirar de víctimas, al final del camino resultamos las víctimas los hombres, para empezar no hay dicho más sabio que ese que dice: Hombre no deja mujer, es la mujer quien termina botándolo.

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»De regreso dormimos en la misma habitación, ella se condolió de mí, me tocó el frío piso, me invitó a compartir la cama, allí empezó el periplo de hacerle el amor, la besé y desnudé, más no pude penetrarla, cuando lo intentaba rompía en llanto, me agotó aquella faena, terminé dormido con ella en mis brazos, en la mañana lo intente de nuevo y fue peor la cuestión, entró en una crisis entre llantos, aruñazos y manotazos, me mantuvo desconcertado el resto del camino a casa, no dijo absolutamente nada, se hundió en un silencio total, era como si yo no existía. »Decidí terminar con aquel juego, durante quince días la traté como una alumna más de mi clase, ella entendió la seña y respetó mi decisión por ese lapso de tiempo. »El hielo se rompió un doce de octubre, día de mi cumpleaños, los alumnos prepararon una modesta velada, nos quedamos hasta entrada la madrugada los dos, repetí el ritual de desnudarla, despojarla del envoltorio que escondía su bello cuerpo, colocarla en estado natural, intentar penetrarla me fue imposible, de nuevo el histerismo se apoderó de ella, una vez relajada me imploró que le tuviera paciencia, de adulta nunca había podido consagrar el acto sexual, noviecitos fueron, noviecitos vinieron, sin poder vencer el trauma de que era presa. »Cuando tenía seis años fue violada por un primo que vino de España a pasar unas vacaciones a su casa; la montó en una moto con el pretexto de dar un paseo, la internó en una zona boscosa y empezó a tocarla y a introducirle el

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dedo en su tierna vagina, Lucila al principio me dijo que sintió un poco de placer, después un dolor intenso cuando le introdujo el miembro hasta donde pudo, estamos hablando Iolanda de un hombre de 19 años, le tapó la boca y copuló, la sangre empezó a correr por su entrepierna, el sádico como pudo paró la hemorragia bañándola en un río cercano, ella no le dijo nada a sus padres porque el primo la había amenazado con matarla, a los dos días se fue del país, dejándole sembrado ese terror, no supo más nunca de él, no quiso venir más al país, quizá por cargo de conciencia o temor a que se hubiesen descubierto sus hábitos criminales. »A ella tanto que le gustaba bailar, yo un completo paquete de timidez cuando de mover el esqueleto se trataba, ella sólo lo intentaba conmigo, así es que nacen los grandes amores y también los lastimosos desamores. »Durante seis meses lidié con su complejo, con el monstruo que la asediaba, me convertí en un consuetudinario onanista, estaba anémico, colapsado de tanto rasparme la yuca, empezaba a amar a Lucila. »No había otra mujer que me diera la nota que ella, con todo y esa limitación que para los machos tropicales es capital en una relación. Esa espera se convirtió en éxito, nada apresurado es bueno, mientras viví en Florencia, un sabio profesor me dijo que todo fracaso engendra éxito, se mantuvo ese pensamiento en mi mente laberinto, me dejé atrapar por el presente, vivir intensamente aquella relación; cuando menos lo espera-

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ba me encontraba haciendo el amor como Dios manda con Lucila, no descansábamos, era como intentar recuperar el tiempo en que ella era una madeja de indisposiciones. »No me arrepiento de tanta espera, me sentí muy a gusto, rejuvenecí con ella al lado, me enredé en los más deliciosos hilos amorosos, una vez más, era como un adolescente enamorado, tomados de las manos recorríamos el malecón de la ciudad, las plazas, los bulevares, los detestados por Lucila mercados, los sitios light que a ella le gustaban y a mi me causaban piquiña, el asunto Iolanda era que estaba aprendiendo a compartir, yo con 40 años estaba aprendiendo uno de los principios elementales en una relación de pareja. »Mis dos anteriores fracasos fueron porque esta clave de subsistencia no se cruzó por mi vida, me aislaba en mi taller con la botella y la hierba como compañeras, no hice vida familiar a pesar de haber tenido tres hijos con Angelina y dos con Raiza, en el fondo no me enamoré, no cambié mi condición de engreído habitante de una ermita olorosa a óleo, yeso y borra de café. »Con Lucila las cosas dieron un vuelco de 180 grados, aprendí a escuchar a los demás, a valorar criterios encontrados con los míos, como quien dice, esa relación me enseñó a ver un plano diferente, me civilizó. »Repetimos hasta el cansancio los viajes, cuando había un poco de tiempo libre, emprendíamos viajes a la selva, a la costa, a los llanos y a Los Andes. Hacíamos el amor con el paisaje como testigo, a ella le excitaba hacerlo al aire li-

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bre, a mí me asustaba un poco, pero lo disfrutaba al fin de cuenta, la plenitud sexual llegó después de tanto torturante sacrificio, también vino Luis Antonio, ella me dijo una mañana que se quedó a dormir en el taller, que había soñado con mariposas revoloteándole en el vientre, bailándole en los pechos, le dije: “mija, usted está preñá”. »Compramos unos de esos aparaticos que venden en la farmacia para verificar si estaba embarazada, dio positivo, ella bailaba de alegría, yo no, otro muchacho más ya era bastante peso en mi vida, notó mi incomodidad y me dijo que no me preocupara, que ella cargaba sola con su muchacho, total, mocha no era, agarró las pocas pertenencias que tenía en el taller y se largó, me llamó cobarde, el portazo fue tan fuerte que se vinieron abajo unos cuantos cuadros que estaban colgando de las paredes. »El día transcurrió pesado, interminable, salí como a las 9 p.m., compré dos botellas de ron blanco, naranjada, hielo, de regreso pasé por la concha de un jíbaro y le compré hierba, amanecí ebrio, fumado hasta el alma, pensando en Lucila y en lo que había que hacer con el muchacho que se estaba empezando a desarrollar. »Pasaron tres días infernales entre el alcohol y la marihuana hasta que ella apareció en el taller, ordenando todo aquel desastre de botellas vacías, puntas de cigarro y CD por el piso. No me molestó, me dejó dormir todo el día, la cosa se puso color de hormiga al otro día, llorando me dijo que se iba para España. Sentía que yo la había utilizado como a un ornamento o florero, le

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hice el amor como nunca y le dije que le pusiera fecha a la boda. »Me moví al mes siguiente como un pluma para procurarle un apartamento; donde vivimos ahora, lo compré de contado, vendí mi casa de campo que tanto trabajo me había costado, mi lugar de reposo y reflexión, me dolió mucho desprenderme de esa propiedad, anestesiaba el dolor diciéndome que ella valía eso y mucho más. Nos casamos por civil en el pueblo de la costa, todo un acontecimiento, esa noche empezaron mis dislates, me fui con unos pescadores a tomar aguardiente, Lucila me perdonó esa travesura. »El embarazo de Lucila no lo viví a plenitud, a los dos meses de estar compartiendo techo, me salió una beca para estudiar Conservación y Restauración de obras de Arte en Praga, un excompañero de clases en la escuela de artes era diplomático en Checoslovaquia, me dio la beca, sin ni siquiera saber donde me encontraba, me enteré por la prensa, fue el primer encontronazo que tuvimos, me fui estando sumamente molesta conmigo, me llamó egoísta hasta más no poder, no le podía decir que estaba perdiendo facultades como pintor, que mis cuadros ya no se cotizaban como antes, que no quería terminar siendo un profesor aburrido de pintura, esas inquietudes, frustraciones, no tuve la valentía de decírselas, opté por la huída, la práctica odiosa del cobarde. »En Praga tuve un año, me diplomé de restaurador, allá me conseguí con Carlos Alberto, quien además de borracho era homosexual, con-

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migo nunca se metió, pero ya daba vergüenza andar con él por lo depravado que estaba. »Praga es hermosamente fría, con su río Moldavia donde acudía los domingos a releer las cartas que me enviaba Lucila. Ñaño nació estando yo allá, me pegó mucho no conocerlo, me deprimía con mucha frecuencia, el nacimiento de mis otros hijos no me impactó tanto como el de Luis Antonio, será porque lo había tenido con la persona amada, no sé Iolanda, es uno de los tantos misterios que guardo, estoy poniéndome cursilón amiga, si se asoman lágrimas a los bordes de mis párpados no preste atención. »Cuando regresé de Praga hicimos las paces plenamente, me sentía feliz, tenía un trabajo bien pagado y todo giraba en torno a mi familia, pero venía herido de alcohol amiga, empecé escapándome los fines de semana de Lucila para que no me viera borracho, caí a los ocho meses de venir del extranjero en una crisis alcohólica que ameritó 45 días de hospitalización, ella me llevó a la clínica de recuperación, costó un dineral, quedamos arruinados. Dejé de tomar cuatro años, lo hice por ella y por el niño, pero como dice el dicho: perro huevero ni que le quemen la trompa, recaí, fueron una, dos, tres, cuatro, cinco hospitalizaciones, cortas, pero hospitalizaciones al fin. »Lucila guardaba mucho resentimientos hacía mí, no sabe de perdón, pareciese que olvidara pero no es así, cuando tu menos te lo imaginas te bombardea con episodios lejanos, vivimos atormentándonos, faltándonos el respeto a cada momento.

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»Me ausenté un mes de la casa, había firmado un contrato con un pesado de la capital para que le hiciera mantenimiento a su museo privado, me gané un buen dinero con ese trabajo, no tomé una gota de alcohol en el tiempo que duró el trabajo, cuando llegué al apartamento me encontré que Lucila se había mudado de cuarto con el niño, le puso una cerradura a la puerta que infundía respeto, le pregunté a que venía todo aquello y me dijo que ya no estaríamos juntos porque ella había recibido al “Señor” y yo era un mundano contaminado que necesitaba urgentemente del arrepentimiento, me cayó como agua fría su cambio, intenté que reflexionara sobre el asunto, pero Iolanda esa gente bloquea a su rebaño contra toda persuasión, rémoras que se alimentan de la ingenuidad y angustia por la que atraviesan humanos corderos. »Dicen que un pelo de ese órgano que ustedes llevan en la entrepierna jala más que una guaya, mentira no es; por el amor de Lucila me interné en un campamento de la secta en la que ella acudía destinado a recuperar drogadictos, locos atormentados y alcohólicos, a la semana entré en conflicto con el fanfarrón del pastor, aquello era un vulgar lavado de cerebro, una descarada manipulación en vista que los que acudíamos estábamos moralmente por el suelo, presumían de santos, profetas y otras barbaridades, me vine peleado con media comunidad y me traje algunos muchachos que tenían meses sin salir del recinto por el capricho del pastor que les decía que el “Señor” no les había autorizado salida al exterior.

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»Lucila me armó un escándalo con visos de locura, como suelen hacerlo ellos, para eso si se mostraba versátil, para decirme una y otra vez que era el demonio, a partir de ese momento, asumí su pérdida como algo irreversible, que no tenía vuelta atrás, me pedía divorcio constantemente, también el apartamento, cosa que no pienso hacer, prefiero mantenerla cerca aunque bajo el manto del conflicto, la amo demasiado. »Hace un año la despidieron del trabajo, ya te había dicho que era médico en planificación familiar, le decía a las pacientes que no tenían que usar anticonceptivos porque era pecado, tampoco permitir que sus maridos usaran el método del coito interrumpido, el “Señor” era quien tenía la última palabra en estas cuestiones, por lo tanto tenían que abstenerse de usar esos métodos diabólicos, esto llegó a oídos de la directora del programa, sin pensarlo dos veces, la mandó a botar, ahora ejerce de médico en la comunidad de adictos en recuperación que tienen en la selva, va dos veces a la semana, no le pagan absolutamente nada, el “Señor” es quien le paga y éste tonto quien la mantiene, esperando una lejana esperanza de regreso. »Hay que disfrutar Iolanda del dolor que ocasiona una separación, mis compañeros son La Lupe y Polo, sus rancheras procaces desnudan este mundo vulgar de intereses vestidos de devoción y espiritualidad, Lucila cree que yo soy agarrado a lazo, idiota, sé desde hace tiempo que me monta cuernos con un pastor o ministro como ellos le dicen con supremo respeto, Vam-

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pita. También están esperando que me obstine o me muera para venirse a vivir los dos aquí bajo la bendición de su “Señor”, mejor que se ganen para lo último, son tres años teniéndola al lado, deseándola, masturbándome en su nombre, espero a la silenciosa pelona oliéndola de lejos, esperando mi final, acompañado de Lupe y Polo. ¿Mi hígado ya no puede conmigo amiga qué hago?»

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Los aniversarios son las grandes puertas de la estupidez. Julio Cortรกzar



7.

—Los primeros meses de embarazada, sentía en el vientre un suave pedaleo, con el correr de los días se convirtió en tumulto. Lo peor era el silbido de la locura a poquísima distancia de mis oídos, eran graznidos que me convertían en migaja, acosada terminaba sollozante, sudorosa, embadurnada de un terror infinito. »Vivía sedienta, frotándome para verificar que existía, rozando mi apetito sexual con una pieza de cerámica china antiquísima, la gula y el antojo me convirtieron en una masa amorfa de carne, soñaba con las conservas de toronja, lechosa y pomarrosa salpicadas de azúcar que hacía mi amantísima nana Manuela; cuando no, era el arroz con pollo aguaíto o los frijoles tiernos con arroz que le llaman palo’a pique; cómo me hizo falta mi nana Manuela. En mí se desarrolló un odio hosco a los hombres, insociable, no me veía retratada en el excesivo culto hacia la masculinidad donde vivimos, ellos con sus falos enhiestos, haciendo y deshaciendo, convirtiéndonos en medrosas, marionetas sin tinglado, objetos trémulos, recipientes recolectores de esperma. Me sentía una cosa que cada día le crecía más el vientre, de corcho, vacía, el fango de la decepción me ahogaba, gangrenaba mis afectos acosados por un pasado tortuoso, un presente opaco y un futuro colgado en el armario de la incertidumbre.

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»Los siquiatras escarbaban mi pasado para encontrar una posible vía de solución, se estrellaban, las regresiones no funcionaron, vivía como una autista, en mi mundo laberíntico, recordando con tierna nostalgia mis mocedades. »Los loqueros comprendieron que mi grito más fuerte era el silencio, ellos con su orfebrería retórica me indigestaban, los veía como pinzas inicuas que trataban de extraer mi escaso sosiego, llegué a ser una caimana que nadó y nadó para absurdamente morir en la orilla. »Terrible fueron esos días Rosa María, si no te lo comenté antes era porque la vehemencia me faltaba, el don del discernimiento estaba semidormido, es posible que automedicarme fluoxetina, la píldora mágica, llamada por la clase media venida a menos a la que pertenecemos: Prozac, haya contribuido con mí marasmo intelectual, aunque como tú sabes, nunca ese antidepresivo me hizo efecto, me da la impresión que opera más como elemento de sugestión que como medicamento en sí, ¿Me estoy explicando amiga? Eso espero. »Mi ceguedad interior es involuntaria, el desánimo que después termina en crisis tiene mucho que ver con el demonio urbano donde nos movemos. Hoy leí en la prensa que a un anciano de 73 años lo mataron unos menores de edad, porque les negó un cigarrillo; sin explicaciones, le dieron dos tiros en el pecho; hasta qué punto tiene que ver este mundo cibernético, automático y virtual en este tipo de actos abominables.

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»A veces comprendo a los que eligen el suicidio, confirman el infierno que es la vida, por poco tiempo comprendo esta opción, aborrezco en el fondo esa salida, debe ser por el intento de partida que intentó mi hermana Eugenia, sufrí muchísimo por ese incidente; ahora mi querida hermana es una feliz madre, ama de casa hasta los tuétanos, que espera paciente a su consorte con la comida en la mesa para así colmarlo de atenciones y amor, es una pena que el marido no se merezca una mujer del calibre de Eugenia, bondadosa, bonita, ingenua y fiel hasta en los sueños. »Me siento triste, abatida, ayer se murió el padre Helder Cámara, con él aprendí que Dios está más allá de toda explicación, lo conocí cuando estaba haciendo pasantías para la televisión británica, nos tocó a un periodista y a mí como cabeza de equipo hacerle una entrevista. Era encantador ese viejito, de mirada dulce y carácter invulnerable, me dijo mientras tomábamos mate, que por cada enemigo ganado en la defensa de los pobres, tenía mil amigos que lo hacían sentirse mejor, lleno de gozo. »Fue en la modesta casita parroquial de la Iglesia Das Fronteiras de Recife, lo visitamos en cinco ocasiones para grabar el programa, mucha gente nos interrumpía, el obispo de los pobres nunca estaba solo, nunca lo dejaban a la intemperie, en una ocasión que le cayeron a tiros a su casa con fieles y todo dentro. El gobierno ordenó su protección policial, molesto les dijo que no necesitaba de ellos, ya que tenía quien se ocupara

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de su seguridad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. »En boca de él comprendí eso del ecumenismo, la unión de todas las iglesias cristianas, hoy me doy cuenta que estuve al frente de un ser que perfectamente puede ser ubicado al lado de la Madre Teresa de Calcuta, Mahatma Gandhi o Martín Luther King, un profeta de la solidaridad humana, un santo que los poderosos para desacreditarlo lo llamaban: el obispo rojo. »Por ese programa entrevista obtuve una mención especial en la universidad, le puse el corazón como quien dice Rosa María, estaba presupuestado para 45 minutos y le grabamos 240; la televisora no le cortó nada; es que el obispo se manejaba con maestría y una lucidez asombrosa, nos contó de su lucha contra la dictadura en su país en los años sesenta y de cómo un sector de la iglesia católica se convirtió en alcahueta de esos monstruos; de cómo hicieron lo posible para que no fuera cardenal, mucho menos recibiera el nóbel de la paz, total, ni falta que le hicieron esos títulos al Padre Cámara, su pueblo lo nombró su cardenal, su máxima autoridad moral, el hermano de los pobres como le decía el Papa, otra cuestión es si lo decía en serio o en broma, con el buen humor que tiene este Papa uno no haya que creer. »Nos declaró que la violencia cotidiana de su país, lo arrastraba y deprimía, pero estaba clarísimo que la culpa no es del pueblo, es de los que gobiernan, el pueblo apenas reaccionaba porque siente hambre.

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»Una de las experiencias más cálidas y humanas que he tenido la oportunidad de disfrutar fue en esos diez días que giramos en torno al cura Helder Cámara, era todo construido de sabiduría, tenía respuestas para todo, su obsesión por los pobres, nos dijo en la entrevista: si les doy pan a los pobres me llaman Santo, pero si pregunto por qué no tienen que comer, me llaman comunista, él me recuerda a otro santo, el Padre Oscar Arnulfo Romero, quien después de ser un sacerdote de los ricos, término siendo el ícono de los pobres, descubrió toda la basura que se mueve arriba, el excremento disfrazado con perfumes franceses, los que no ven a los lados para no ver harapientos, esos no le perdonaron su conversión y defensa de los humillados; lo asesinaron, con esa maldición morirán, pagarán en la tierra todos lo horrores que orquestaron. La palabra pecado se hace pequeña Rosa María, este milenio yace moribundo producto de su propio invento: el tiempo, las gallinas han empezado a cantar como gallos y como dijo Dante: para ver la hermosa amplitud del cielo debemos pasar por nuestro infierno. »Estoy empezando a alimentarme con tu optimismo amiga, al principio llegué hecha un desastre, la muerte del cura me deprimió, la pregunta de siempre es por qué se tiene que morir la gente más productiva, más buena en el amplio sentido de la palabra, por qué los saca el señor del ruedo descuajándonos el alma, sembrándonos un arbusto de tristeza en el palpitante, dándole de comer a los gusanos la carne menos indicada.

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»Mi mastodóntica depresión está empezando a tener tamaño de cordero, ojalá Rosa María termine del tamaño de una pulga, para así salir empinada y con capacidad de asombro de tu consultorio, bajarme fresca del cadalso, con la testa en alto, sin vahídos ni vértigos de por medio. »Hechizada de entusiasmo cruzaré las arterias de esta ciudad arrullada por el falso progreso, por sus máquinas que lanzan bocanadas de veneno al azul plomizo, observando las tragedias cotidianas que viven sus habitantes sin que esto me empañe el alma, comprendiendo que es algo más de la condición humana. »Las mujeres que se marchitan ejerciendo la prostitución en la orilla del río, ellas con sus tacones de aguja, sus ropas extravagantes y movimientos que pretenden la provocación del transeúnte, no dejan de ser ramplonas agónicas, que Dios las proteja en su oasis, en su circo del absurdo, donde son raquíticas piruetas, definitivamente el negocio del sexo no es para gente pacata, temerosa, hay que ser lo suficientemente desgraciada para intentar vivir de él, el cinismo debe ser un fundamental principio que tiene que marchar de la mano con un espíritu calculador en todo momento. »Cuando vivía en Londres en medio de una crisis de personalidad y soledad, intenté ser fichera de un burdel, los escrúpulos no me dejaron aceptarle el primer trago a un cliente, me fui en vomito y en lágrimas, el dueño del negocio me mandó a sacar con los gorilas de seguridad, en

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definitiva, mi vida ha circulado en medio de una crisis de llanto, todo lo resuelvo con ese tan común en nosotras las mujeres acto, ridículo pero reconfortante en extremo. »Si supieras Rosa María que últimamente pienso mucho en Londres, en vender todo mis enseres, el foto estudio y mudarme para allá, empezar de nuevo en esa ciudad de gélidos empinados y desenfadados percusios, dice Williams Blake que todo infierno tiene su paraíso, Londres tiene sus encantos escondidos, yo los conseguí, el problema es que esa ciudad me recuerda a mi ex marido, a mi hijo Efraín, Roberto significa en mi vida algo así como una arruga cancerosa y me temo que los plomizos días que se respiran allá me lo recuerden con toda su carga de complejos mezclados con crueldad, allí está el meollo de mí vacilante actitud, me temo entrar en depresiones que pueden acercarme al lado oscuro de la vida y que por suerte tú me estás ayudando a borrarlo. »No quiero que cuando esté por allá me pregunten por esa alimaña trágicamente sembrada en mis días. Son muy escasas las cosas que me arraigan en este país, en esta ciudad de hormigón y acero. Mi hijo me frena a tomar una decisión radical en torno a la residencia; mi madre no es un problema del que me pueda preocupar, ella vive en compañía de sus amigas chismosas que se arrellanan todas las tardes a comentar sobre los demás mientras trasegan té ingles de colores, las cosas nunca han mejorado entre nosotras, en ella pervive una obsesión enfermiza hacía mí, alimentada desde mis primeros días de existencia;

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el desmedido amor de mi padre hacia mí la afectó, tanto que hasta después de muerto su rechazo se ha mantenido vivo. »Es muy compleja nuestra relación madre-hija. A veces le dan ataques de protección, la mayoría de las veces me recrimina, esto contribuye muchísimo en nuestro convenido alejamiento. Juntas somos un cóctel de desavenencias, la lejanía es la que nos hace respetarnos medianamente; la culpa de nuestro estado radica en las dos, o sea en nadie. »El afecto es como el árbol de mango que necesita de tierra y un caluroso clima para florecer y dar frutos, en nuestro caso ni clima ni tierra existieron. »Nosotras solemos reñirnos porque nunca hemos podido discutir civilizadamente. Mi madre y sus amigas son como las abejas, trabajan y trabajan el arte del lengüeteo, como si fuesen a vivir eternamente, hablan hasta con los oídos de toda persona cercana, sin duda a ella no le pegaría mi partida, siempre y cuando reciba con puntualidad mi acostumbrado giro bancario. Algunos hijos quedamos sólo para eso, ser proveedores, ser el pilar, sólo el dinero. »Rosa María, escuchar las baladas de Charles Aznavour sin amante es tristísimo. Tener alguien con quien sazonar las noches con sexo, de bestial, de ardoroso sexo, sentir el tibio semen en lo más hondo de mi abertura, mis arterias a punto de reventar, mi anatomía contraerse, estirarse como una sanguijuela herida, eso, lo estoy deseando con lujuria, con impetuosidad encendida.

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»Esta cárcava que tengo en el alma necesito urgentemente taparla con afecto, rellenarla con buenos momentos, con gratas noches, acompañada por supuesto de un buen y comprensivo macho, lo que si no voy a hacer Rosa María, si me consigo un compañero es enredarme en esa tontería del matrimonio, es la tumba donde enterramos al amor, ya no creo en eso, además si la cuestión no resulta, no me gustaría pisar los recintos judiciales; ya lo hice cuando estuve casada con Roberto y me quedó un trauma insuperable, esa historia bien guardada debe quedar, amiga mía. »Estaba por preguntarte detalles de algo que leí hace poco sobre la depresión en las mujeres; ahora han descubierto que estamos predispuestas por vía genética a sufrir este martirio. »También han descubierto que funcionamos más con el hemisferio cerebral derecho que es la parte que dirige la vida emocional, esto según los doctos facilita la oscuridad de la depresión. »Lo del síndrome pre menstrual que me ocasiona letargos transitorios ya lo sabia, tú me lo habías manifestado, es terrible ese trance, cada vez que me viene la marea roja me dan ganas de internarme en una clínica a dormir durante cuatro días, olvidarme del mundo. »Leí también amiga que suministrándole a la paciente hormonas, esto ayuda a salir del cuarto oscuro con más rapidez y éxito, si las cosas continúan así Rosa María, vamos a tener que recurrir a ésto, capaz que me crecen mis diminutos senos. »Aunque te digo que no soy optimista con relación a este mal, es como la gripe, va y viene, no

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existe vacuna que evite esas sombras que se apoderan de una cuando empiezan a asomarse veleidosos trazos de claridad en el horizonte, sólo Dios cuando le pido con devoción me saque del inhóspito pasillo, de la gruta penumbrosa, me da la mano, siempre y cuando me escuche, porque la mayoría de las veces está ocupado en problemas más graves que el mío. »Esta urdimbre que tenemos por mundo se debate entre discursos postizos venenosos de unos pocos que lo manejan y la muchedumbre desesperada que implora justicia enseñando las osamentas de su historia. »Vivo protegida por el líquido amniótico que me acerca las pocas mañanas hermosas en tiempo de lluvia, son sedentarias, silentes, veo desde la ventana de mi apartamento el aleteo agónico de las libélulas que terminan liadas al filoso pico de las golondrinas, esas gimnastas del cielo aire que nunca las he visto equivocarse en sus giros maestros que apuñalean el infinito smoke que nos cubre como ponzoñosa herencia. »Me encaramo en el reflector del día para divisar las horas impregnadas de densidad en el tupido pabellón estruendoso en que se convierte este armazón con arquitectura de aparente ciudad light carente de abolengo. »Soy una desollada más o una de las escasas, amiga Rosa María; por los rayos que se filtran sigilosos como espías destruyendo lozanía. »Amiga, quiero brincar la talanquera y adentrarme en un fandango donde el principal atractivo sean luces multicolores que le den ánimo a

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los miles de bulímicos que gastan zapatos en las calles de este lodazal izando sus famélicas figuras; cabos de la interminable soga que viene siendo la sociedad. »Sí, ser arte y parte de un vasto festejo que tenga como objetivo arruinar la tristeza, que no respire, que no resuelle frente a nuestras heladas narices. »Ese día hay que ser navegante de un río de alegría que se parezca a nuestro interminable Orinoko, en plena agonía de agosto, montados en la ola de la euforia, desafiando a los filibusteros que nos siembran la morriña en el mero centro del alma. »Drenar ante la antesala de tu mirada vigilante amiga estas inquietudes que me asaltan, intentar con pulcritud ordenar las ideas que desafían mi cordura, que me hacen avizorar un mundo gris y vacío donde prevalece una atmósfera canalla que cultiva impunidad hasta más no poder. »Tengo que revestirme de precaución, tengo que adquirirla a como de lugar, tu generosa forma de ser y tratarme ha contribuido a ratificarme como ser humano, gracias a Dios hoy la existencia se me hace algo tácita, menos despoblada, presidida de un halo de esperanza, gracias a Dios. »Ya no me siento tan taruga, tan torpe para asumir la vida, atrás quedaron los días cuando perdí a Efraín, fueron tiempos horrísonos, pavorosos, nada me era terso, los días, las horas, eran interminables, fusionadas con las sombras y fantasmas que contribuían a mantenerme en vilo, colgada de la desesperación. Sin duda que

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la pérdida de mi hijo ha sido uno de los golpes más devastadores que he sufrido, siempre pienso en mi niño, en cómo se encontrará, si estará bien cuidado; acuérdate que él no es un niño normal, pero es tierno y cariñoso, como son ellos, revestidos de esa inocencia incontaminada. Caramba amiga, cómo siempre el pasado me engancha, vivo a merced de él, atrapada en sus telarañas, en su caos que me desgarra, entre sus paradojas que me llevan de un lado a otro, de polo a polo, es harto difícil esquiar las saetas del pasado, cuando menos se les espera se clavan con todo el dolor posible en mis movimientos apagándome el ánimo, convirtiéndome en gris habitante de mi morada del fracaso, la casa donde yacen mis derrotas, mis traspiés, el lado oscuro que todos tenemos y atormenta.»

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Uno tiene que vivir, porque morir es muy molesto. Frank Sinatra



8. Luna llena en la azotea del edificio

—La Santa Barona, la Santurrona, amaneció hoy más loca que nunca Iolanda, está viendo por todas partes demonios, hasta en el fondo de las ollas los consigue, me tiene al borde, hoy me dieron ganas de ponerle una camisa de fuerza y mandarla al manicomio, ha perdido la objetividad por completo, una amiga la llamó para ofrecerle trabajo en una clínica y le dijo que ella estaba al servicio del “Señor”, con voz desajustada le dijo a la amiga que se arrepintiera y recibiera al “Señor”, la amiga le colgó el teléfono cuando emprendió la perorata de siempre. »Todos sus colegas la evaden; cuando la ven agarran por otro lado para no topársela, tremenda broma me echó el destino amiga Iolanda, a veces me provoca caerle a trompadas, a pescozones y lanzarla balcón abajo; sobre todo cuando empieza con la tontería de que el Ñaño y yo estamos endemoniados, de que al apartamento hay que practicarle un exorcismo; últimamente está maltratando al Ñaño, le botó los pinceles y los utensilios de pintar, le grita que lo que pinta es obra del demonio, que no va a permitir que siga mis pasos, el niño ya le tiene terror, estoy entrampado Iolanda con este problema, ya no se qué hacer, le dije que me iba del apartamento, pero si me dejaba llevarme a Ñaño, así ella podía

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hacer su vida con el pastor Vampirrata sin obstáculos, montó en cólera y me lanzó platos y todo lo que se le atravesó en el camino, no se le puede hablar de su Santo Barón, de su Gran Piache; que pinino a pinino la está terminando de internar en la locura. »Mi preocupación amiga, es mi hijo, el miércoles pasado me llamaron del colegio porque Lucila sacó al niño de las clases de religión, no sin antes insultar a la profesora, gritarle que la religión católica era la prostituta de las religiones, que sólo adoran imágenes olvidándose que a quien hay que adorar es al “Señor”, tamaña vergüenza pasé por culpa de la loca, el director del colegio me dijo que si había otro altercado como ese sería conveniente que retirara al niño, ellos no estaban allí para recibir insultos de locos fundamentalistas sin oficio. »Por cierto estoy intrigado con la relación que tiene Lucila con Vampirrata, porque de que la tiene, la tiene, la otra vez me conseguí con uno de los “hermanos” de Lucila en la calle y me dijo que ella y el pastor estaban pecando, cometían adulterio y fornicación. Bueno te decía que no sé como estará haciendo la santurrona, ella se la tira de refinada y exquisita, que cree se merece todas las atenciones del mundo, ya que se supone, se cree especial, el tipo es un negrote de la costa, más ordinario que pantaleta de lona, es por eso que creo que está loca, cuerda eso no se le ocurriría a Lucila nunca, yo la conozco como la palma de mi mano, cómo hará para montarse ese espécimen encima; ella, tan delicada para que

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la penetren, que necesita de mucha mano y lengua para consagrar el orgasmo; buena pregunta es, ¿cómo serán esos seres en la cama?, definitivamente eso es un milagro, convertir a Lucila en humilde amante, no sé que daría por verla por una hendija con su pastor Vampirrata, montándome los cuernos, porque hasta donde sé no estamos divorciados, gimiendo y aullando como una gata malamañosa; en que rollo estoy metido amiga Iolanda, me estoy dejando llevar por el odio que ella está ejercitando, por el resentimiento que es el padre nuestro de cada día para ella, por su torpeza cada día más gorda, más ciega. »Imagínate si el problema se está tornando grave que tengo una semana en un programa para dejar el alcohol y la droga, pienso en Luis Antonio, tu Ñaño amiga, no se merece caer en manos de esa lunática, que cada día está más paranoica, tengo que ponerme las botas y olvidarme de mi tragedia personal, de mi afición alcohólica y narcótica, tengo que hacerlo por mis hijos; en el fondo ella y Vampirrata lo que quieren es que me diezme el vicio, no les puedo dar ese gusto, además tengo que dejar de ser ese tipo gravoso que lo que da es lástima, que no mantiene ideas y por ende no las cultiva. »¿Sabes que me intriga también? Cómo estará haciendo Vampirrata cuando a Lucila le viene la menstruación; se transforma, se apoderan de ella unos dolores de vientre que la siembran en la cama, además de los vómitos y dolores de cabeza que la hacen intratable, un monstruo mal humorado que no quiere que le dirijan la palabra, tam-

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poco la divisen en ese estado que daba paso a mis fugas geográficas, me sigo preguntando cómo estará haciendo Vampirrata. »Cambiando el temita Iolanda; que por cierto se está poniendo fuerte, esta mañana estuve en la casa de mis viejos, conseguí a papá en su hamaca dormido narrando una carrera de caballos, papá juega hasta en los sueños; cuando yo estaba muchacho recuerdo que se acostaba media hora para ver que número de lotería le daba Morfeo; juega todo lo que huela a envite y azar: terminales, remates de caballo, animalitos, dados, ajiley, la batea, picha y hueca, la plaquita, carga la burra, la talla y por supuesto los gallos, su vida ha rondado en torno al juego y los 45 años de servicio que prestó en el levantamiento de la presa Rígu como obrero de la construcción; toda la crueldad de esa obra él la cuenta con unos cuantos tragos de ron blanco de por medio. Vivió 45 años de angustia y zozobra ante la complejidad de ese gran embalse que hoy le resuelve la vida a muchos a costilla de la vida de muchos que quedaron tapiados en sus interminables muros de concreto. Se iba los domingos sembrado de incertidumbre, no sabía si volvería; nos apretaba fuerte contra su pecho y nos daba unas cuantas monedas para merendar en el colegio durante la semana. »Es un hombrecito severo a pesar de ser un relajo en el juego, nunca le he reprochado por su vicio; supe desde niño que le costaba muchísimo ganarse el pan que mitigaba nuestra hambre, nuestras necesidades elementales.

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»Mi viejo mientras trabajó vivía dando traspiés en la frontera de la muerte, plasmada en su cara estaba la resignación, nunca le escuché quejarse de nada, sólo después que se jubiló fue que empezó a contar lo horrible que fue construir una represa de la cual hoy muchos se sienten orgullosos. »El no siente la menor atadura sentimental para con esa obra; dice que hay muchos amigos suyos sembrados en la armazón, en el entramado de cabillas y concreto que son el corazón de la represa Rígu. »Siempre me repite que la vida es un privilegio que nos ha dado el creador, en las noches el plañido de los muertos se escuchaba en las precarias barracas que servían de alojamiento y guarida a los supervivientes de la obra magna de esta democracia, que viven con la pesadumbre sembrada en las pupilas como una filosa estaca. »Caro le costó trabajar allí al principio; su primer matrimonio fue un fracaso, un desastre como el pocas veces ha dicho, esa mujer además de parirle a mis dos hermanos mayores: Eleazar y Eleanora, le pegó el cacho hereje mientras trabajaba durante 6 días fuera de la casa. »Me cuenta mi tío Pillito que fue quien encontró a la zafia con un vecino encima, como Dios los trajo al mundo, que esa ha sido una de las conversaciones más dolorosas que ha sostenido en su vida, no hallaba manera de metérsele a papá para contarle el infortunio, esa desgracia que lo signó.

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»El viejo me dijo acostado cómodamente en su hamaca un 24 de diciembre que uno de los encantos del matrimonio es que convierte el engaño o los cachos en una necesidad, esto vino al caso porque empezamos a hablar de su primer matrimonio en vista que su primera esposa había muerto por esos días caóticamente en un pueblo minero del sur adentro, donde era dueña de un negocio que se dedicaba al truculento oficio del proxenetismo; murió camino a la ciudad para recibir atención médica en vista que un minero ebrio y descontento le sacó las entrañas porque lo robaron en los habitáculos confeccionados para el amor tarifado. »Remató sus sentimientos en voz alta dándole albergue a cierta sabiduría antañona: “Las mujeres se casaban en los años 40 para perder su virginidad y así quedar libres para disfrutar fornicando con cualquier macho de esquina”. »Creo que en el fondo esas dos frases tenían como destinatario a mi persona, ya estaba enterado de las correrías de Lucila con Vampirrata y como es un artista de las parábolas me las lanzaba de esa manera para ver si las capturaba. »Es alado de pensamiento pero su cuerpo indefinible por una joroba añosa lo convierte en parsimonioso que se aferra a su sostén en movimiento, un curtido bastón de madera de vera que le regaló su compadre inseparable, Ernesto, guaro occidental hasta la médula. »Mi viejo sufre de una cifosis dorsal degenerativa que le ha solidificado las vértebras de su espina produciéndole esa figura de signo de inte-

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rrogación desvencijada que emana amargor por no ver el anhelado final. »Mi vieja trata con esmero de hacerle sus últimos días en pie los menos dolorosos posible, me comenta que es difícil llevarlo, pero el amor que le tiene lo puede absolutamente todo, hasta el rechazo altanero que diariamente le manifiesta hastiado. »Papá mascullando me dice que siente una rotura a lo largo de la espalda que comienza en la nuca y termina en el huesito del olvido; le retumba con ferocidad en las entrañas, es una brasa demoledora que le cauteriza los tejidos de su alma gangrenada por el bestial dolor. »Riéndose con una mueca de dolor teme una mañana cualquiera amanecer como un aro, como un trozo de carne y hueso redondo que lo que origina es molestias; a quien hay que abrirle la cremallera de los pantalones para que así no se orine o defeque encima. Es por eso que espera ansioso la muerte, sembrado en sus recuerdos tenebrosos de la represa Rígu. »Eleazar y Eleanora, mis medio hermanos mayores, se levantaron del timbo al tambo, su crianza si se le puede llamar así, fue un completo desastre, su infancia y adolescencia se desarrolló en un laberinto de fatalidades y desaciertos. Eleazar agarró por el sendero de la rebeldía, se enroló en la guerrilla que se desarrolló en los años 6070; lo enviaron para un país de Europa del este a especializarse en comandos, vino a los dos años graduado de secuestrador y asaltante de bancos.

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»Una vez que se implementó la política de pacificación, que desmontó todo el movimiento guerrillero, a él le quedó el gustico por los secuestros y atracos a bancos. Lo cosieron a tiros en el año 82 tratando de secuestrar a un industrial, lo estaban cazando y le montaron una trampa para sacarlo de circulación, sabían que era uno de los cabecillas de una banda que tenía a monte a los bancos en todo el país; el problema era que nunca le probaron nada, eso tenía fúricos a los policías que terminaron infiltrando al grupo y le montaron celada para así sacarlos por la vía rápida a los seis integrantes de la banda. Nuestra casa en más de una ocasión fue saqueada en los tiempos de turbulencia política en vista que buscaban a Eleazar como palito de romero, sufrimos mucho, sobre todo el viejo, a quien en más de una ocasión se lo llevaron detenido para interrogarlo y a la vez darle sus palazos. »Eleazar tenía una obsesión después que se legalizó, tener una finca naranjera en el centro del país, siempre decía que se iba a llevar al viejo para allá una vez hiciera bastante dinero y comprara su sueño con dinero proveniente de sus fechorías, las cosas no le salieron como él pensaba, le hizo caso omiso al viejo que siempre estuvo detrás de él para que dejara la atracadera; su inquebrantable rebeldía terminó un gris día por una lluvia de balas provenientes de la traición. »Pobre hermano Eleazar, siempre estará con nosotros, no era mala gente; se aparecía clandestino en nuestra casa, papá le tenía terminantemente prohibido que nos visitara.

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»Nos llevaba regalos a todos, hasta a mi vieja que siempre lo miró de reojo. Sufría de incontinencia verbal, hablaba de todo, siempre recuerdo su prístina boina que lo delataba, de medio lado, como la usaba su ídolo el Ché Guevara, nunca se alejó de su hosquedad, combinada con su obsesión de combatir el 90% de la población con hambre; el 80% en pobreza crítica y ése 20% que avergüenza, que come al lado de los zamuros en los basureros. »Todo los dos de noviembre, día de los difuntos, mi madre que lo asumió como hijo le lleva a su tumba en el cementerio de Chirica arreglos compuestos de multicolores rositas pitiminí, habitantes de su jardín que tanta alegría siembra en la casa que me vió crecer. »El caso de Eleanora es triste y avergonzante, cuando pequeña sufrió una caída de una hamaca que le desajustó los tornillos del cerebro; le daban ataques de epilepsia con mucha frecuencia, finalmente ya adolescente enloqueció de remate, mi viejo la internó en varios manicomios porque la madre la abandonó al frente de nuestra casa, cuando contaba con catorce años, en el poco tiempo que estuvo con nosotros por poco manda a mi vieja también al manicomio, nos sembraba de angustia, cuando se nos escapaba y empezaba a deambular por el centro de San Félix, nos mantenía en ascuas. »En una ocasión la violaron unos borrachitos que merodean el mercado periférico, salió embarazada, tuvieron que practicarle un aborto terapéutico en vista de que el feto presentaba

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malformaciones, mi vieja se oponía por su firme creencia cristiana, la última palabra la tuvo mi padre. »Un mal día se escapó del manicomio de la capital, estuvo deambulando por el casco histórico como un mes sin que nosotros supiéramos nada, amaneció apuñaleada en una casona abandonada del Barrio El Zanjón, estaba rechoncha por el tiempo de muerta y porque en su vientre se desarrollaba otro feto producto de una supuesta violación perpetrada en el manicomio. »Mi padre a la vez de experimentar dolor sintió alivio, el mismo que lo atrapó cuando mataron a Eleazar.»

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El pasado es indestructible, tarde o temprano vuelven las cosas y una de las cosas que vuelve es el proyecto de abolir el pasado. Jorge Luis Borges



9.

—Rosa María estoy que brinco en una pata, dos noticias dan licencia a mi alegría el día de hoy, la primera es que por fin amiga aprobaron la extradición del cobarde dictador Pinocho, ese agente de la maldad y la miseria humana; ese infame que tanta amargura sembró en su país; ese bárbaro enterrador de ilusiones, ese príncipe malévolo padre de la vejación. »No hay que tener compasión con ese accidente de la naturaleza; todo el daño que ha hecho llegó la hora que lo pague en la tierra, ni siquiera Dios lo quiere en el cielo para que pague tantos crímenes cometidos en su reinado grotesco; jamás creyó que lo iban a sacar de su torre de marfil. »El que tenga compasión de un asesino como ése no tiene perdón, a Pinocho hay que hacerle saber que la justicia tarda y que la empuña el Señor que está en las alturas. Un camarógrafo que trabajó conmigo en Londres me contó los horrores que veía mientras el genocida mandaba; en más de una ocasión vió pasar cadáveres flotando por el río Maipo, tuvo que salir a la carrera porque la terrible DINA estaba tras sus pasos, dejó su familia a la deriva: esposa y dos niñas; terminó divorciado por la distancia.

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»Cuando entregó el poder Pinocho, viajó para ver a su familia, se consiguió con nietas y con un trato indiferente de parte de sus hijas; la madre de las muchachas se había divorciado en ausencia y vuelto a casar irónicamente con un carabinero a quien le parió tres muchachos, me dijo lagrimoso: cosas del destino y el exilio Iolanda, ese perro me arruinó parte de mi vida sin tener que matarme. Es una lástima Rosa María que la gente que perdió seres queridos durante la pesadilla pinochetista, hoy ostente una amarga euforia; quizás sea tarde para muchos que le hayan aguado la fiesta al carnicero, pero la justicia pinta vigorosa, inquebrantable. »Con su cara de ángel de la muerte sale en la TV y los diarios pidiendo clemencia, sumido en la soledad, vejado y bastante distante del país austral que desangró; vive entre médicos y enfermeras tratando de controlar la diabetes; un desorden cardiovascular y las secuelas de dos derrames cerebrales. »Lo que te comenté amiga al principio, es en la tierra donde Dios nos pone a pagar nuestros pecados, es el caso de este monstruo revestido de soberbia, sus crímenes y asesinatos los va a pagar aquí en la tierra. »Roberto lo admira, simpatiza con él, cómo no tengo su teléfono para llamarlo y decirle que a su ídolo se le quebraron las piernas. »Decía que era el líder que necesitábamos, ese infeliz se lo escuchaba al marido de su mamá, quien vino a parar a estas tierras porque le prometieron la muerte en vista de que había sido

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torturador del régimen de Pinocho durante diez años. Será por eso Rosa María que desprecio tanto a esa gentuza.¿ Crees tú que se puede tener consideración con ese asesino de marca mayor llamado Pinocho? »La otra buena noticia amiga es que por fin le dieron el Premio Nóbel de Literatura a Gunter Grass, por fin se hizo justicia con el acalorado Grass. »¿Has visto El Tambor de Hojalata?, es un poco vieja ya, la estrenaron en el año 1979 bajo la dirección y adaptación de Volker Scholondorff; es la obra más conocida de Grass, es su primera novela, la que le abrió las puertas a la fama, la novela como la película trascurren bajo una óptica grotesca de la realidad, ese auscultar el horror y la vejación en que hemos caído los humanos en este siglo XX, en como ha sido tratado por Grass con maestría, él es como un cronista que la triste realidad lo ha llevado a enfilar baterías contra su propia nacionalidad. Hay que leerlo en frío, en estado intermedio, sin euforia, mucho menos depresión en el camino, es uno de mis escritores favoritos, es por eso que me alegró muchísimo lo de su premio Nóbel, más que merecido lo tiene, es por eso que me notas tumultuosa Rosa María, eufórica, como esos fanáticos del béisbol que me atormentan con cohetones cada vez que termina un juego, debería hacer lo mismo, solamente que la gente diría que son refriegas en la calma de la noche, o el inicio de una guerra entre policías y ladrones, o los delirios de un gatillo alegre muerto de una borrachera.

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»En estos fabriles acerados parajes amiga, donde no valen escapularios; donde escasean los mediadores; donde no existen índices; donde los pliegues de los ojos se nos congelan ante las vidrieras de los centros comerciales, el acto que te describí produce asombro, aquí nadie se detiene ante la buena literatura; el buen cine; el arte en general, consumen chatarra reciclada, excremento. Me estoy pareciendo a una fastidiosa socióloga, perdóname. Sé perfectamente que pensar de esa manera me aleja bastante de mi salud mental; debería ser una chica “light”, menos ambiciosa intelectualmente, preocupada más bien de la discoteca o club de moda; del perfume o trapo que está en la cresta de la frivolidad, para así descargar el stress que nos trae consigo quemar días en esta ciudad en blanco y negro. »Vivir un poco más intenso, para así olvidar el pasado que me ha tocado masticar, porque no lo he terminado de digerir, de asimilar, amiga Rosa. »Que el sexo sea aliciente y no tortura, remembranza dolorosa, montarme sin complejos cualquier macho, disfrutarlo, usarlo y después mandarlo a que agarre ordenadamente la calle por donde vino, por donde apareció con su carga de encanto. »Aunque te confieso amiga, me está gustando el papá de Ñaño, el niño que parece que lo hicieron con azogue y no con semen, lo que me aterra es su alcoholismo, me parece un tipo interesantísimo, necesitado de urgente atención, a él no lo veo ni lo siento como un hombre de ocasión, me parece que él siente lo mismo, lo que pasa

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es que en eso del lance romántico es sumamente tímido, nunca me ve fijamente a los ojos, la pena lo inunda, aunque contándome su vida ya se ha explayado, ha sufrido lo suficiente como para cargar con su cruz. »Pero te repito, me aterra su afición, sus divorcios que son varios, no me preocupan, en el fondo el tipo es un incomprendido, un encajonado que no ha podido darle libertad plena a sus inquietudes; a sus tormentos, a su creación, la compensación que le puede dar momentáneamente el alcohol y las drogas es lo que lo está destruyendo, de otro orden es la esposa que tiene, él es alguien que se parece mucho a mí con la variante que mi vicio es la especulación y el temor. »Rosa María sabías que en esta cosa amorfa, que en esta cosa con sentido en ocasiones, de cada 100 personas una padece de esquizofrenia; de cada 100, treinta sufren de depresiones o alguna disfunción mental. »Esas cifras me las conseguí en una revista regional que publicó un informe médico con las letras que parecían patas de moscas, me imagino que no quieren que se enteren de lo que está pasando. »En este arrabal, los perros desesperados buscan la muerte en sus asfaltadas venas. En esta ciudad virulenta, los perros se suicidan sin muchas complicaciones, terminan en los neumáticos de los enloquecidos vehículos que parecen no ir a ningún lado.

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»Cuestión diferente pasa con los sapos y ranas, que inocentes en medio de la triste lluvia, cuyas gotas parecen tachuelas y que valga la pena decir enjuaga la contaminación que nos atosiga; intentan atravesar las calles y avenidas, los conductores con cinismo disfrutan espaturrándolos, sus cuerpos ásperos inofensivos quedan adheridos al baboso pavimento, mientras los autores de tamaña hazaña dejan escapar una sonrisa de satisfacción. »Pobres sapos confundidos con una plasta o una lata de cerveza compactada, ya lista para ser diminuto tesoro de mendigos, por cierto, seres a quien mi madre de pequeña intentó sembrarme desprecio. »Un mendigo es mendigo, no porque quiere, detrás de ellos hay tragedias que bien pueden parecerse a la mía Rosa María, a la de cualquier aparente normal que cruza las calles y habla como nosotras. »Ahora hay una modalidad de desaparecerlos en nuestra higiénica urbe cosmopolita, los ultiman a balazos, teniendo como cómplice a la madrugada. Según los dueños de los negocios que componen los centros comerciales hay que exterminarlos porque corren a los clientes y afean la ciudad, lo peor amiga, es que estos asesinos vestidos y olorosos a la moda acuden los domingos a misa con su cara muy fresca; sucios y vulgares asesinos que utilizan sicarios para “limpiar” de mendigos, indigentes y orates sus “asépticos” negocios.

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»¿Habrá perdón para ellos amiga? Hay cuestiones aparentemente insignificantes, la muerte de los desarrapados que te acabo de comentar es una de ellas, ya ni en los periódicos reseñan sus muertes; hay otra que leí hace poco en un diario cuyo declarante es un cura: “si no hay principios morales y cristianos como ocurre en los países materialistas, donde han combatido la normativa religiosa, por supuesto, no hay quien se oponga a una masacre de niños en el vientre de su madre. Las estadísticas señalan que mientras en las dos guerras mundiales murieron 48 millones de personas, hoy en día, sólo anualmente, son asesinados 58 millones de niños en el vientre de su madre. Mientras la hipócrita sociedad moderna hace campaña por la vida de la ballena azul o en defensa de la focas en vía de extinción, nosotros, nos damos el lujo de matarnos a nosotros mismos a través de las criminales leyes del aborto”. ¿Qué te parece querida amiga, verdad que es sumamente difícil vivir en estos días? Tú eres sumamente inteligente, así que ya debes saber por qué en ocasiones me encuentro deprimida amiga.»

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Vivir es orar respirando Thomas Merton



10. Camino al estudio fotográfico de Iolanda

—Mi tía Vivina, hermana menor y consentida de papá, quien se casó en plena flor de la vida con un inmigrante italiano sureño, que terminó marchitándola, me llamó toda abatida por la muerte de su ex marido. Lo enterró en compañía solamente de sus cuatro hijos, ninguno de sus amigos o familiares los acompañaron en ese doloroso momento; nadie al parecer quería nada con el difunto. »Recuerdo que yo estaba muchachito y mi tía era gerente de un banco cuando se le ocurrió la trágica idea de casarse; elegante y con gran estilo se codeaba con el mundo financiero de nuestra, para aquel entonces naciente zona industrial, sin duda Iolanda. Vivina era hermosísima y atraía hombres de todas las castas y calañas, mi vieja la celaba hasta de los mosquitos porque sabía que en el fondo era inocentona, pura educación familiar, como quien dice. Nosotros le decíamos tía Vivi, y por supuesto nos consentía en todo, nos llevaba a comer helados en el centro histórico, a pocos pasos de nuestro querido río Orinoco, de paso nos permitía que nos diéramos un bañito en sus orillas, con su mirada vigilante y actuaciones que rayaban en el histerismo que terminaban por fastidiarnos.

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»Hacía del primer sábado de diciembre una gran fiesta, nos paraba a las 4 de la mañana para sacrificar los marranos para confeccionar las hallacas que por lo general se compraban tres meses atrás bien desnutridos en los conucos cercanos a la Villa del Yocoima. »Durante 90 días los alimentábamos hasta reventar cumpliéndose el dicho la primera semana de diciembre: a cada cochino gordo le llega su sábado. »Ese día mi padre hacía de cuchillero y matador; desempolvaba su colección de filosos cuchillos para el anunciado sacrificio de los rechonchos animales. »El frito de vísceras de marrano era el plato de todo el día, por supuesto que la cerveza y el acostumbrado ron lavagallo de mi viejo; él por supuesto agarraba su acostumbrada voladora, ya jumo, terminaba corriendo al italiano, para ese tiempo pretendiente de mi tía, a papá nunca le agradó el susodicho, decía que el hombrecito no le veía los ojos a sus interlocutores, por lo tanto muchas malas mañas escondía; al viejo el tiempo le dio la razón, nunca se equivocó con el candidato. »Yo hacía de palomo mensajero, de mandadero, entre mi tía y el italiano, con tal y me llevaran al circo o al cine los fines de semana, hasta que mi viejo se percató y me dio una tunda de palos y sablazos que me alejaron definitivamente de los furtivos enamorados. »El viejo muy a pesar de que Vivi era adulta e independiente, le tenía la cabuya cortica, sabía de

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antemano que lo que le venía encima, de casarse con el candidato oriundo de Bari, sur de Italia bañado por el mar Adriático, era sufrimiento y hondo dolor. »No se equivocó, el tiempo le dio la razón; el hombrecito resultó un jugador empedernido que salía de noche y llegaba a casa con los primeros rayos del poniente. »Si mi tía Vivi le reclamaba algo la emprendía a bofetadas y golpes contra ella, no era extraño ver a mi tía amoratada, cubriendo sus órbitas con lentes oscuros de gran formato, no era extraño tampoco sus encierros para que no la percibiéramos de las palizas que le daba el muy canalla, el muy cobarde. »Encima de todo lo que te he contado amiga, le parió tres muchachos y terminó de criarle una niña que quedó huérfana de su anterior matrimonio con una paisana; uno de los tres muchachos nació anormal; es 90% inútil, tiene en estos momentos 32 años y no se vale para nada de sí mismo, no habla, no camina, es una torturante carga que ha contribuido con la vejez prematura de Vivi. »Cuando hablo con ella añora sus tiempos de ejecutiva bancaria que tuvo que sacrificar por amor; vive con el arrepentimiento sembrado en sus pupilas, con la tristeza de no haber tomado la decisión de divorciarse 20 años atrás cuando empezó a recibir maltratos tras maltratos. »Palabras bien ciertas en el caso de la Vivi, las que dijo Jack London: “el hombre se distingue de los demás animales, por ser el único que maltrata

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a su hembra”. Imagínate si es generosa mi tía que ya divorciada del italiano lo asistió en sus últimos días, fueron dos meses de desvelos, de desesperación, por no ver nunca el final de aquella agonía que él muy bien se ganó. La generosidad de ciertas mujeres a veces raya en la estupidez. »El loco “Bola de Plomo”, mascota de nuestro barrio, protegido de mi familia y concretamente de la Vivi, fue encontrado moribundo la semana pasada en el mangal que había convertido en morada, no le he querido decir nada a mi tía, pues ya bastante tiene con la muerte del padre de sus hijos; al pobre orate le sacaron un riñón y un ojo, después lo abandonaron en su laberinto vegetal. »Mi barrio de infancia está conmocionado con lo que le hicieron a Bola de Plomo; en los corrillos vecinales dicen que lo secuestraron aprovechándose de su ingenuidad unos mal vivientes del Barrio La Arcilla; se lo vendieron como carne fresca a una clínica lujosa asentada al otro lado del río donde trafican con órganos humanos y practican abortos con la facilidad de tomarse un vaso de agua. »Yo fui a visitar a mi amigo Bola de Plomo en su lecho de enfermo en el hospital, está bastante recuperado, ya se le dibuja en el rostro su tierna sonrisa, gesticula preguntando sobre su ojo derecho y la herida de treinta centímetros que tiene de la cintura a la punta de la primera costilla. »Enloqueció hará veinte años atrás, cuando se fue orgulloso a servirle al país en la marina

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de guerra, de allá se lo mandaron a su hermano mayor, un ser detestable que lo ha abandonado durante las últimas dos décadas, se quedó con la herencia que le dejó su madre, nunca lo internó en un sanatorio, tampoco lo ha visitado en su lecho de convaleciente, somos los vecinos del barrios quienes velamos por su salud; dicen que en la marina le dieron tanto palo que le desajustaron las tuercas de la testa, mi vieja cuenta que cuando llegó al barrio ya turulo, le salían de los oídos copiosos hilos de sangre, al parecer le reventaron algo que le producía aquellos derrames, después le salieron dos hernias que con el tiempo se formaron como dos toronjas en sus genitales, nunca se las ha dejado operar, yo le insinué a los médicos que lo hicieran estando convaleciente del atentado de que fue objeto, pero tú sabes como son los hospitales públicos del gobierno, pura objeción y búsqueda de la quinta pata del gato. »Espero que se recupere mi amigo Iolanda, para que me ayude a reacondicionar mi estudio taller, para que me acompañe mientras trabajo; para verle su inocente sonrisa mientras devora los bombones dulces y las gaseosas por las que se desvive Bola de Plomo. »Cuentan sus contemporáneos que el nombre de Bola de Plomo es Raúl; recuerdan los ahora canosos amigos, que el bar La Colmena, que está todavía más arriba del Triangulo de Las Bermudas, era prácticamente su segunda casa, era adorado por las meretrices, su gigoló predilecto, no hubo mujer que no pasara por las manos del

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susodicho; las perversas lo llamaban Raulito, dicen que de allí salió su mal, por cuestiones del corazón, al parecer tuvo un tormentoso romance con una negra de las islas del Caribe, que enterró una foto de Raulito en un frasco acompañado de una terrible maldición, escrito en papel cebolla. »Un camaleón y un sapo con la boca cosida. Todo empezó con sus desvaríos en la marina, creían que era que se la quería tirar de loco, hasta que un especialista determinó que al muchacho se le había rodado una teja; después le salieron unas bolas en los testículos que con el tiempo han crecido al punto que se le notan así se ponga pantalones más arriba de su talla. »Todas estas penurias le han pasado a nuestro querido “Bola de Plomo”, mientras su hermano disfruta de la casa y el dinero que su vieja le dejó en el banco por ser el bordón y consentido, previendo así no dejarlo desprotegido. »En su guarida yacen sin abandonar en ningún momento el sitio: sus callejeros, lacerados por la sarna y el hambre; son tres animales que laten incansablemente si avistan a un desconocido merodeando por el mangal, los vecinos no se explican cómo los malandros del Barrio La Arcilla se llevaron a Bola de Plomo con la venia de sus inseparables perros, nadie se lo explica. »Vivi ve pasar los días zambullida en las nebulosas, ha dejado de ser la locuaz mujer que mantenía excelentes relaciones con media ciudad, vive forrada de frustraciones, reducida por la metralla de la amargura que la hace pasar agachada, fatigada, en los linderos de la locura, ensi-

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mismada, rastreando el sentido de su existencia. Hace mucho tiempo dejó de hacer hazañas, la pericia con que abordaba el mundo se le esfumó; busca devota un sistema de compensación a través de la iglesia, asiste todos los días a la misa de las seis de la tarde que celebran en la iglesia de ladrillos rojos, San Buena Ventura, creo que es así como se llama. »Intento divertirla, recrearla, apartarla de su amargura que ni siquiera el supuesto bálsamo de la religión ha podido disipar; en esto se me parece a Lucila, que no es necesario comentarte Iolanda, ha abrazado con tal fuerza el fundamentalismo religioso que ya está prácticamente evadida de la realidad, fuera del contexto, siempre con sus sentencias a flor de labio que hace que uno la esquive. Ojalá Vivi no agarre por ese sendero, porque la vamos a perder, se volverá irremediable como Lucila, inaccesible, sin ninguna verdad que no sea la que ella profesa, se ha convertido en un ser preocupado enfermizante por su “salvación”, desentendiéndose del más acá, intentando hacer trizas su pasado y a Ñaño y a mi que somos quienes la rodeamos. »Vivi para su hoy difunto ex marido fue tan sólo un trofeo, un objeto decorativo en casa a quien le sembró uno tras otro tres vástagos para que así no pensara en otra cosa, sino en ellos, la embruteció, que ruinoso destino le deparó a mi querida tía. »Hoy es una esponja que con grandísima facilidad absorbe el lado pesimista de la existencia, el lado opaco de los días sin ella plantearse un

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atajo a la desgracia, pasa el tiempo sin ni siquiera tantear las cosas bellas que nos da la vida, olvidar su gracia pisoteada, su humanidad hoy flácida por estar en el centro de la hecatombe en que se convirtió su hogar, puro sacrificio, nada más. »Le he dicho que Dios aprieta, pero no ahorca y me ha contestado toda bucólica, viendo el techo, que parece que todos sus cercanos se han puesto de acuerdo pues le dicen esa misma frase; culpable de su situación es ella y nadie más que ella por apresurarse, por no saber, por no auscultar al ser con quien decidió emprender la dura empresa del matrimonio, así me lo dio a conocer. »Con Dios no tiene ningún resentimiento, ya que es el ser humano quien decide su paraíso o calvario en la tierra. Dios es tan generoso que hasta libre albedrío nos permite.»

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Algunos papeles viejos son como los recuerdos inoportunos. No aceptan el fuego, ni la horca.El hombre cumple su tr谩nsito, pero su recuerdo y su memoria a veces sobreviven a la desesperaci贸n. Alfredo Armas Alfonso



11. Anotaciones matinales de Iolanda

**** Nada fácil es silenciar al silencio, sobre todo cuando los últimos años se han vivido entre escombros. Perdiendo el sueño entre la pérdida más querida: sintiendo el vientre seco como el más inclemente verano. Qué difícil es silenciar al silencio cuando hay tantas cosas por decir. **** Mi padrino Serafín me secuestraba me confiscaba del claustro donde me mantenía mi madre. Mi viejo sólo decía: cuídame a tu Gutha español. Ella entraba en estados de histeria le preocupaba tal vez que fuera feliz no estaba preocupada por mí sino de lo lindo que pintaba el día en compañía del loco ermitaño de mi padrino. Me llevaba al parque Maychaca a ver los animales y el agua furiosa que bajaba de los saltos. Cargado de bolsas de cotufa que le dábamos a los monos y pájaros extraños hundidos en su bucólico encierro en su tragedia cotidiana. **** No hay nada más cierto sentirse vacía asusta; la otra cara de la moneda es que la costra del te[139]


mor me da la fuerza arrolladora de la autocrítica. Porque el dogma religioso es para los idiotas que viven hundidos en el terror. **** Garfios oxidados de la memoria decapitan tiernos árboles del olvido. En mí no existe mortaja ni forastero que silencie al pasado; energía que olvide a la intemperie el pretérito. **** Cohabitar el zaguán del buen sueño con Lucho y Ñaño a mi derecha; a mi diestra Efraín cargado hasta arquearse de gestos impregnados de apremio por la distancia cruel a que nos han conminado. **** Me siento a veces como una raqueta sujeta por manos fuertes dando certeros golpes. Viviendo en el vaivén de la nada, sin perro que me ladre y muchos muros grises por saltar. **** Yo trataba de hacer bien mis labores olvidar el mundo de migajas donde había sido una víctima borrar al sátrapa de Roberto de mi laberinto. Intentaba vivir en comunión con la naturaleza de aquellas minas de bauxita; obviando al ser-

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pentario con nombre de campamento. No me perdonaron ser divorciada tener un voluminoso nalgatorio una estrecha cintura y esta cara que heredé de mi padre el inmigrante. Traté de olvidar al máximo ejercer la solidaridad; pero se me pasó por alto que entre aquellas sonrisas congeladas por el histrionismo sobrevivía la plaga de la “civilización” que es lo más parecido a una pústula a una úlcera sanguinolenta. **** Depilando el día, observando resbalar las horas en un manto de terciopelo gris que me sofoca groseramente. **** Desgonzada sin brida sin vértebra. Así pasan las horas cuando no consigo los cerrojos de mis ojos. Se escenifica una reyerta interna con espuelas dejándome como bagazo convirtiendo el traspié en hábito rugoso que atenta contra mi claridad y me siembra de carcoma. **** Parece que fue ayer, parece que fue hoy; mi viejo con un vaso de fino cristal de bohemia entre los dedos de su regordeta diestra. Un aromático líquido ámbar que le amainaba la preocupación y la tristeza. El tocadisco era su víctima más cercana los viniles de la Lupe iban y venían; mi madre

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encerrada en su cuarto de “rezo y reposo” murmuraba sus consabidos anatemas. **** ¿Quién trazó los límites de la cordura en esta civilización construida con desprecio y excremento donde nos dividen y miden en porcentajes gananciales...? ¿Quién fue? **** Miradas en la calle que siento como zarpazo artero a mi cuello. Sabuesos sonámbulos que husmean mi cuerpo. Desgraciados del día huérfanos de la noche sobreviven en los brazos del espino al acecho. **** Iracunda erizada a la vez diminuta como un batracio como un gorgojo en el ojo del huracán. **** Ejercito una vida tenue. Ostento treinta y seis años de sombra; un caminar esquivo aciago; mis actitudes suelen ser tatuajes deleznables. Lo vivido se ha convertido en una rémora asquerosamente robusta que deja una estela de cenizas en mis mañanas; sin embargo sueño en colores. Hace tiempo dejé el mal hábito de buscarle alegatos a mis accidentes y malos pasos.

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**** No se puede vivir con la deuda y el chantaje de por medio. Pesa demasiado; Roberto y mi madre viven de estos dos conceptos. Al primero espero le vaya muy bien, siempre y cuando se mantenga bien distante de mí; la segunda, irremediablemente está fundida a mi existencia, aunque tenga que soportar estoicamente me considere su abyección. **** Qué opinión brotará de los carnosos labios de mi analista Rosa María si se enterara de lo siguiente: “El clínico sabe todo pero no resuelve nada; el cirujano no sabe nada pero lo resuelve todo; el siquiatra y sus afines ni sabe ni resuelve nada”. **** Dijo una avezada y curtida mujer de letras, que la humanidad está provista de setenta y dos maneras lingüísticas de comunicarse. Esto supone que hay 72 cosmogonías con sus correspondientes mitos, cuentos y leyendas. En qué cabeza cabe que el fundamentalismo religioso del cual se ha sujetado Lucila madre de Ñaño sea la verdad infalible que ha de salvar al mundo de tanto salvajismo, intrigas, odios: mejor paro de contar. ****

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Me va a crecer musgo en la hendija que tengo sembrada en la entrepierna. No me extrañaría que las arañas tejan su laboriosa red para así fundar su familiar morada. **** Mi Nana Manuela parsimoniosamente me enseñó el arte de preparar dulces y confites ellos guardan su magia y su punto. Uno de los secretos es la paciencia y el amor en el proceso de confección. Todo fruto por muy amargo que fuese en manos de Manuela se convertía en manjar. Que Dios la tenga en su Gloria. ****

Mi corazón es una guarida profanada. Me ha costado mucho ordenar mis impulsos esquivar forajidos. De todas maneras he comprado una buena cantidad de gorritos de látex por si acaso Lucho y yo nos decidimos. Nunca se ha de decir de esta charca no beberé agua.

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Antes de averiguar quiĂŠn eres, tienes que averiguar quiĂŠn fuiste. Neil Simons



12.

—Rosa María, ¿recuerdas el muchacho buenmozo y atentísimo, que atiende el negocio de los shawarmas en la calle del hambre; que es sobrino del sirio dueño del kiosko; a quien le pusimos como sobrenombre Jugo de Níspero, por lo empalagoso que es?. Amiga, agárrese bien de su silla porque lo que voy a contar capaz que le produce un soponcio, sobre todo por los antecedentes de buen ciudadano que tiene con nosotras; el ser humano amiga definitivamente es algo muy serio. »Pero antes de contarte el drama que me tiene conmocionada de rabia, quería comentarte lo insulsos que somos, nos han creado un calendario para la tregua, para gastar, y para pedir perdón, ese es este tiempo Rosa María. Cuando fenece el año, me refiero a la navidad y la venida del nuevo año, es el tiempo de los abrazos y los regalos, de la cursilería y por supuesto de la hipocresía, de supuesta generosidad, son sólo horas, unos míseros días donde nos derramamos como ostras para olvidar tanta cuita en el camino, bañados por un refinamiento y bondad transitoria, el nacimiento de Jesús de Nazareth lo hemos convertido en vulgar justificación, en borrador de tragedias y malas actuaciones; a mi la navidad y el año nuevo me recuerdan a Edith Piaf, pasé una navidad y un año nuevo encerrada en mi apartamento de estudiante casada en Londres; Ro-

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berto se encompinchó con sus amigos mañosos y se apareció en casa la segunda semana de enero, no lo extrañé, ya estaba pensando en dejarlo, lo que yo no sabía era que tenía para esos días semanas de preñada, con Efraín germinando en mi vientre. »Como te comenté, esos días me recuerdan a la Piaf, un pretendiente peruano llamado Marcos González, me obsequió por esos días tres casettes del gorrión de Paris; como le hice desprecio a ese hombrecito gordito y bajito que hoy día es uno de los mejores cineastas latinoamericanos, como dice pícaramente la gente Rosa María: boté la bola. »Cuando escucho la Vida en Rosa; Himno al Amor; Bravo por el Payaso; Amante de un día o la que me gusta más: Bajo el cielo de Paris; me transporto a un Londres arropado por la neblina. »El pequeño gorrión de Paris tiene la virtud de ser un excitante murmullo que comunica con transparencia desde el humor más jovial hasta la más aguda tristeza; y desde las oscuridades de la miseria hasta la exaltación del amor, se me olvida que una de mis interpretaciones favoritas es: No me arrepiento de nada. Mi madre arma su gran teatro para esos días, regala hasta lo que no tiene, intentando neutralizar el veneno que la cubre el resto del año, como le conozco de más no puedo diezmar mi displicencia ante su obra de teatro; sus amigas intentan ablandarme, lo consiguen, pero por poco tiempo, todavía hay muchas astillas clavadas en mi corazón, no puedo controlar mi rechazo, es automático. Ayúdame amiga, eso

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pesa mucho, me desconfigura, me amarga, yo quiero dejar de ser amargada, yo quiero enterrar el pasado, quiero llegar a un armisticio en esta guerra interna que me ha envejecido y tiende a destruirme lentamente, sólo tú sabes el infierno donde me contraigo, a veces de rabias inexplicables, a veces de soledumbre, pero sobre todos los motivos de impotencia, esa es quizás la esencia de todo. »Esta navidad la pasaré aquí, en mi buharda, el papá de Ñaño estará conmigo, él, me imagino que acompañará a la mamá del niño en contra de su voluntad, como siempre. No pienso acercarme a la casa de mi madre, si acaso lo haré pasado el año nuevo, estarán mis tíos, incluyendo a Isaías, voluminoso y mantecoso, especialmente digno de un estudio siquiátrico, su obsesión es comer, ya me imagino a mis tías en ascuas por la voracidad del obeso a quien hay que encerrarle la comida, es así de seria la cuestión que las alacenas, freezer y neveras mientras él permanezca en casa estarán resguardadas por cadenas con grandes candados incluidos. »Isaías es lo más vergonzoso que esconde mi madre, la segunda es el medio hermano y medio tío mío Doctor Sontimha, alcohólico hasta su última molécula y la tercera me imagino que soy yo, así está estructurada la pirámide de debilidades de mi teatral madre. »A mi no me desagrada tanto el apetito voraz de Tío Isaías, lo que me desubica de él es su manera despreciativa de tratar a la gente, su manera chocante, cínica, con que nos aborda, es por eso

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que te digo que es un caso siquiátrico de antología, en el subsiste la maldad y esa enfermedad que lo mantiene asquerosamente adiposo, repugnante, la gula, lo va a llevar irremediablemente a la tumba; siempre me he preguntado quien cargará su féretro una vez exánime, tendrá que ser una docena de hombres, pagos por supuesto, ya que él no tiene amigos; quien hará el ataúd, difícil trabajo. »Creo que fuiste tú amiga, quien me dijo que las personas con carencias o deficiencias físicas deberían ser lo más livianas posibles para así no caer en el síndrome del complejo y no sentirse excluidas, ser alegres y amables, deberían ser su principios de subsistencia, pero en mi tío es todo lo contrario. »Recuerdo tristemente aquella hermosa nochebuena londinense, hay eventos que se fijan en las paredes de la memoria con detalles imborrables, esa nochebuena es uno que ni siquiera mi locura transitoria logró borrar, salía a comprar queso y pan de navidad, fue un antojo de todo el día que en la noche decidí dar cumplimiento, como ya te dije estaba preñada, pero por mi mente, ni siquiera esa situación remotamente era factible, la píldora me abandonó en ese caso, por otro lado ya casi no tenía relaciones sexuales con Roberto, lo cierto es que estaba embarazada sin saberlo. »La calle que llevaba a la tienda de comestibles y delicatesses, esa noche extrañamente era un hormiguero de gente, de regreso escuché salir de un tabernáculo con estruendosa alegría

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la canción Casta Paloma del juglar Alejandro Vargas, no creía lo que escuchaba, me estremecí como ubicándome, eran miles de kilómetros que me separaban de mi amada tierra custodiada por el Soberbio Orinoco, como escribió Julio Verne, sin ni siquiera conocerlo, amiga si lo hubiese conocido, te imaginas. »Sin pensarlo dos veces entré en el establecimiento y me conseguí una manada de paisanos alegremente ebrios que trataban de matar la tristeza que los ahogaba, se sentían desarraigados, añorando nuestro pesado sur, tierra de juglares y poetas bajo un cielo limpio como agua de morichal. »Me planté en el bar por lo menos dos horas, escuchando el recorrido musical que interpretaban mis coterráneos, había en el grupo diplomáticos, estudiantes, aventureros, turistas a quien el avión los había dejado —esos eran los que lloraban— exiliados económicos, en fin, un mosaico de gente que nuestra tierra unió esa nochebuena. »La Casta Paloma, poema musical del negro Alejandro Vargas, sonaba a cada momento, lo convertimos en un himno, al igual que la Barca de Oro y otras canciones más del juglar del Orinoco. Nunca extrañé a esta tierra Rosa María como aquella inolvidable noche, camino al departamento no pude contener las lágrimas, me inundó la conmoción, fue esa noche que empecé a sentir la distancia y ganas incontenibles de volver a esta tierra de obreros, marinos estúpidos y mucha agua. »Comprendí también que la nostalgia es en ocasiones reconfortante, pero tiene un ingre-

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diente: la ingratitud, esto no nos permite ver con claridad el presente, nos empaña la visión de conjunto; la nostalgia es como un chafarote que jorunga nuestras entrañas, causándonos un agradable dolor, es un estado de masoquismo pleno, porque de la reminiscencia se alimenta la nostalgia, de lo bueno-malo por lo que hemos pasado, es de la memoria, con su peculiaridad inexorable, invencible, que estoy construida, de añoranzas, de melancolía, todo lo que te he contado hoy lo confirma Rosa María. »Mira en lo que caí cuando me disponía a contarte lo del muchacho mesero en el negocio de los shawarmas, es que eso que te he relatado me aprisionaba, la navidad para mí últimamente se traduce en encierro y tristeza; si viviera mi viejo sería un derroche de alegría, ¿pero quién endereza el destino? »Celeste, la niña que es mi asistente en el estudio fotográfico, lo de nena es porque espiritualmente es tan inocente; por lo general, cuando llego consigo el estudio con machos que suelen ir a preguntar necedades ó a tomarse fotos, nada más que por morbosearse a la linda Celeste; me enteré hace poco que los bribones me pusieron el remoquete de La Plagatox, porque cuando llego, todos tienen que agarrar su camino. A Celeste no le puedo decir nada porque se que ella no los invita ni le saca cuadros para que permanezcan los zagaletones sacándole conversación insustancial a la muchacha, te imaginas amiga el sobre nombre que me colocaron los desgraciados: La Plagatox, ¡claro! es que ellos son unas plagas. Celeste

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es todo un enredo existencial, fue quizás por intuir esto en su bucólica mirada que la contraté como asistente, con el tiempo fuimos entrando en confianza y contándonos traumas y buenos momentos vividos; ella es hija de un ginecólogo que desapareció de la ciudad y del país al parecer, terminó de criarse con su abuela materna, su madre murió en un accidente cuando ella tenía 9 años. Me contó sus dos grandes episodios traumáticos, su padre después de ser médico de relativo éxito en la ciudad se declaró abiertamente homosexual, al punto de viajar a Inglaterra a cambiarse de sexo, fue para esos tiempos que su abuela materna Andreína la asumió como hija, no sin antes darse una batalla legal por la guarda y custodia de Celeste, quien para ese tiempo tenía 12 años. »A su padre el Colegio Médico lo execró, estuvo involucrado en tráfico de drogas aunque no fue preso tuvo que irse de la ciudad. »Celeste llorosa me dijo que su padre después de convertirse en mujer la veía a escondidas en el colegio, nunca ha entendido lo de su conversión a mujer ya que se la pasaba era con lesbianas, quién entiende esto Rosa María, lo más posible es que seas tu quien me lo explique, porque a mí no me entra por ningún lado de la cabeza; ser hombre, convertirse en mujer y después comportarse como un hombre, a mí que alguien me explique esto. »El segundo episodio es el que más la ha afectado, cuando asistía a sus clases en la uni-

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versidad, fue invitada a salir por un compañero de clases, él siempre le insistió para ir a bailar a algún sitio, finalmente accedió, se internaron en una discoteca, ella recuerda haberse tomado dos limonadas frapé que le causaron somnolencia y mareos brutales, cuando despertó estaba en un motel, completamente desnuda, atada en cruz de muñecas y tobillos de los extremos de la cama. »El desgraciado le daba de tomar licor, si no lo hacía la golpeaba, intentó ser escuchada pero recibió golpes que la dejaron sin sentido, el sádico cometió todo tipo de abuso con ella, al descubrir que era virgen se ensañó, le hizo unos extraños cortes con una filosa navaja en la punta de los pezones, las nalgas y el vientre; le afeitó el vello púbico y guardó en un envase dorado la maraña de pelos. Fumaba marihuana como un desesperado, se veía desnudo frente al espejo con las pantaletas y los sostenes de Celeste puestos; cada vez que copulaba untaba el semen en todo el cuerpo de su víctima, hacía énfasis en la cara. »Salió sin antes amordazarla, al regreso trajo comida que le obligó a engullir, fumaba marihuana de nuevo, había salido en procura de eso, de nuevo el ritual de verse enfermizamente en el espejo, el aparato de sonido del carro que estaba aparcado herméticamente frente a la puerta de la habitación dejaba escapar música country; esta vez rasuro sus axilas, sus piernas y cortó un mechón de su cabellera que guardó en un recipiente de fármacos vacío; la marihuana ya no le causaba emoción y optó por crack, se masturbaba frente al espejo, sus ojos rojizos parecían escapar

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de sus órbitas, sin duda la locura estaba en su apogeo, la crueldad feroz se había apoderado de aquel amable y aparente estudiante educado que hacía de la galantería un arte. »Le dio de tomar licor nuevamente, de nuevo la somnolencia se apodero de ella, otra vez había sido dopada por el sátrapa, quien se veía cínicamente en el espejo sujetando su erecto pene y riendo ruidosamente, las ligaduras médicas con que estaba sujeta a la cama se enterraban en su carne durmiéndole las manos y pies, a los pocos minutos se hundió en un profundo sueño, despertó y se consiguió atada boca abajo, el ano le ardía, era como si le hubiesen introducido brasas, no conforme con ultrajarla, con desflorarla, lo había hecho también por el recto, sentía el semen correr por la entrepierna, sólo cerraba los ojos, ya no tenía nada que arrojar del estomago, pedía a Dios que terminara tanta tortura, tanta asquerosidad, pidió a Dios la muerte. »Hablaba sólo, se quejaba de su soledad, decía que lo había encaminado a la locura, cosa curiosa fue cuando sonó en dos ocasiones el teléfono celular; se transformaba, la cordura le llegaba inmediatamente, hablaba con lucidez, con la coherencia y amabilidad que le conocemos Rosa María, una de las dos llamadas era la de su madre, quien preguntaba por su paradero, tiernamente le dijo que estaría muy pronto con ella. »Nuevamente le dio el sedante, no se resistió, era mejor estar inconsciente antes las perversidades de que era víctima. Finalmente desistió, la dejó abandonada en el motel sedada y por su-

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puesto dejó de asistir a la universidad. Ella creía que eso era tan sólo una sombra negra que la perseguiría en el laberinto de sus recuerdos por el resto de su vida, hasta que la invité a la calle del hambre a comer shawarmas, Jugo de Níspero era el desgraciado que le arrugó la vida a Celeste, él con su carita de inocente y su educación que empalaga, vio a su víctima y ni se inmutó, a la muchacha le dio un ataque de nervios que intentó agredirme, después de unos cuantos vasos de agua con azúcar me la llevé del sitio, yo me encontraba desconcertada, sabía que algo grave pasaba, pero por mi mente nunca pasaba el episodio de la violación, esa noche la llevé a su casa, no sin antes comprarle unos somníferos en la farmacia de un cliente. Al otro día el teléfono sonó a las 6:30 de la mañana, era Celeste quien me llamaba para decirme que no iría a trabajar porque se sentía mal, me dijo con voz entrecortada que su victimario era el buenmozote mesonero que nos atiende Rosa María, como si fuéramos unas reinas amiga. »Tú me dices que tengo que superar mi paranoia, yo no se qué creer ya de la condición humana, el caso de Celeste es algo fortuito, pero el mundo es bien pequeño y en cada esquina uno no sabe con quién se topa, con quién conversa, estas son las cosas que hacen que uno se hunda en un mar de inseguridad, le siembra a una la desconfianza. »Quién iba a pensar que ese muchacho es un sicópata, él con su camisa blanca almidonada y su lacito en el cuello que derrocha amabilidad a

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los cuatro vientos, quién iba a pensar que ese ser era tan asqueroso. »Yo lo sospechaba, sabía que era soportar ese peso con el protagonista de tamaño crimen en la misma ciudad, se me fue Celeste, no aguantó la presión. Intentará de nuevo liberarse, romper las cadenas que la atan a un pasado que la sumergen en el mutismo y la inseguridad, el trauma de violación es tan horrendo que la ha puesto en un extremo enfermizo de los hombres. »Ahora entiendo sus soliloquios en el cuarto de revelado del foto estudio. Sus ojos rojizos cuando menos se le esperaba, su sonrojo cuando la galanteaban los muchachos que trabajaban en los negocios cercanos, su extremista lejanía con el sexo opuesto que no permitía siquiera un apretón de manos, su tono esquivo que empañaba la hermosura que ostentaba. »El otro hachazo que la separa del entorno es tener un padre ambiguo, extraño, que rompió con toda esta farsa social donde nos debatimos. »Pienso que el tipo es valiente, renunciar a una posición cómoda, a una profesión lucrativa, a una hija. Someterse al repudio social no es fácil, en medio de su fragilidad sexual hay que reconocer que el tipo tuvo unos buenos testículos para asumir esa posición. »Lo que me desconcierta Rosa María es por qué se cambió de sexo, si finalmente terminó prefiriendo a las mujeres; por qué se arrancó de cuajo su pene y testículos, se sembró tetas, para terminar como lesbiana detrás del trasero de las mujeres, en verdad éste es uno de los poquísimos

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casos de homosexualidad que debe tener fuera de base a los sicólogos y siquiatras estudiosos de las perversidades y anormalidades de los humanos. »Lo que verdaderamente le debió quebrar el espejo del alma a esa muchacha fue la partida inesperada de su madre, nadie está preparado para perder de la noche a la mañana a quien le parió, independientemente de que las relaciones no se manejen armónicamente. »Me da la impresión que Celeste no tenía buenas relaciones con su difunta madre, lo deduzco porque nunca me comentó nada de ella mientras vivía, lo único fue su circunspecta confesión cuando le comenté que su madre era bastante mayor, allí fue donde me dijo que la señora no era su madre, sino su abuela materna, porque su mamá había muerto en un accidente automovilístico cuando ella tenía doce años. »Se residenciará en Nueva York, tiene en esa ciudad a una tía paterna que la quiere y siempre está pendiente de ella, comentan que es rara también, pero eso es lo de menos me dijo, lo urgente es salir del país, bien lejos, en procura de otro medio. »No es nada fácil conquistar terrenos en esas tierras enfermas de tecnicismos y hedonismo donde en una navidad murieron de frío 169 vagabundos, la mayoría negros y emigrantes latinos. »Se fue en carcajadas cuando le dije que yo a los gringos les agradezco nada más que nos enseñaron a habituarnos al pitillo, el plato y vaso plástico desechable, porque lo demás se lo pue-

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den meter por los orificios de sus narices y oídos, que se queden con su mundito virtual, sus enfermedades y su desquiciante violencia. Ese es el precio a pagar por ser el país más rico del mundo, en el fondo me dan lástima los gringos Rosa María.»

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El suicidio es una equivocación humana, pero una posibilidad lógica de libertad. Juan Ñuño



13. Almorzando en el boulevar de los pollos

—Me siento muy bien Iolanda este segundo sábado de enero, en parte porque me acompañas, en parte porque lo he asumido desde muy temprano con sobriedad, sin los dolores de cabeza y náuseas acostumbrados, producto de la curda y el monte que me metía salvajemente; es en este estado que puedo apreciar los hermosos secretos del día, sobre todo muy temprano en la mañana, cuando se levanta esta ciudad laboriosa, cada quien va a lo suyo, el mercado periférico se convierte en un hormiguero de gente que compra con movimientos rápidos, desgañitándose, buscando lo mejor y más barato, son un remolino en medio de multicolores productos que se ofertan. »Levantarme temprano, disfrutar dimensiones que ya se me habían convertido en remotas producto del vicio. Tenerla cerca nuevamente me ha despertado la creatividad, las ganas de pintar, las ganas de vivir, antes no podía estar a esta hora en este sitio, de estar era como sentirme vampiro en pleno sol, como lechuza sitiada por los rayos del luminoso, enceguecido totalmente, buscando la sombra del alcohol y la hierba nuevamente para así quemar un nuevo día. »Vivía en una chirona, mi existencia se había convertido implacable, depravada, intrincada, en

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ocasiones increíble, sobrenaturalmente intensa, es por eso mi amiga que he envejecido prematuramente, ya los abusos son notables, porque Iolanda de la naturaleza nadie se ríe, nadie. »A Ñaño le encantan los pollos asados de este negocio, el dueño es un mañoso llanero que si no se está pendiente de lo que se le pide te roba descaradamente, a mi no me hace de las suyas, hace tiempo que lo tengo precisado, goza muchísimo cuando vengo con Ñaño, lo sienta en la barra y se ríe hasta reventar con las ocurrencias del muchacho, es viudo, nunca más quiso casarse, no tuvo hijos ni familia conocida, vive en un cuartucho precario en el fondo del local, todos los años está vendiendo el negocio porque quiere según él regresarse a su llano, aquí morirá, es muy difícil desentenderse de esta ciudad, de este paisaje, de su contrastante gente, de su calor que uno termina internalizando, se lo he dicho, si se va de nuestra ciudad, morirá de aburrimiento, no tendrá a quien inflarle las cuentas de cerveza y pollo, a quien contarle su drama con la pasión con que aquí lo hace, tampoco se conseguirá borrachos a quien saquearle los bolsillos al filo de la madrugada mientras duermen quebrantados en las honduras de una pea. »¿Estás viendo a ese mendigo que recoge restos de comida y latas vacías de cerveza?, en un tiempo fue un respetable profesor de matemáticas en el liceo que estaba a diez cuadras más abajo, enloqueció, estuvo preso ocho años por ser un pedófilio, en el liceo donde impartía clases obligada a sus alumnas a tener relaciones

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sexuales, de lo contrario las aplazaba, la cosa se le complicó porque una de sus víctimas salió en estado, allí fue donde se desbarató el castillo de perversiones donde tenía años morando, la comunidad intentó lincharlo, en la cárcel lo vejaron y violaron, en una de estas violaciones se mordió la lengua, los reclusos lo obligaros a tragárselas para no dejar indicios, finalmente pagó su condena, salió en libertad todo maltrecho, mudo y para más pesar loco de perinola, su esposa e hijos lo abandonaron, vendieron todo y se fueron de la ciudad intentando hacer vida nueva en otro lado, tratando de borrar las rayas que los marcaron por ser hijos y esposa de un violador de supuestos inocentes. La única, que de vez en cuando lo visita es su madre, y es por el dicho de que madre es madre. »Solía pasear por este boulevard con Lucila, ver desde este lado de la ciudad nuestro amado y temido Orinoco, sus matices en las diferentes puestas del día, ella con cierto temor soportaba mis monólogos o hacía las veces que estaba escuchando cuando lo cierto era que detestaba estos lugares impregnados de mi pasado; el temor a cualquier incidente causado por las personas consuetudinarias de los negocios lo tenía sembrado en sus pupilas, en sus movimientos. »En la venta de parrillas, se reúnen jubilados de la siderúrgica y las minas de hierro, viven abstraídos del mundo, rememorando el pretérito, perdidos en el mundo presente, son como la orquesta que amenizaba las rumbas del Titanic, la cual siguió tocando sin darse cuenta que

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el trasatlántico se estaba hundiendo; a muchos el resentimiento los ha llevado por la tenebra de la senilidad, les he dicho que el odio es un gran estorbo para la existencia, que por cierto es demasiado corta para siempre estar en un estado de cerrilidad, de enfado. »Les dieron lo mejor de sus vidas a esos monstruos que se comen a los hombres poco a poco, acaban con el sueño de cualquiera, las fábricas nunca paran, de día o de noche el lenguaje común es producir, ese es un mundo aparte, creo que lo más indicado es llamarlo submundo Iolanda. »De estas canteras infernales se sale jubilado a los sesenta años, porque son contados los que llegan con vida a los setenta, de llegar es en precarias condiciones, muchas veces es preferible la muerte. Esos que ves reunidos a nuestra derecha salieron querellados de la siderúrgica, el litigio tiene cinco años en los tribunales sin todavía tener una respuesta firme de la demanda, creo que están esperando a que se los vaya tragando lentamente la muerte, uno a uno. »Iolanda, nuestra ciudad ha progresado, lo indica el hecho que contamos con plañideras en los entierros solitarios, que por el mismo precio módico del sollozo ofrecen sesiones de cábala y brujería. »Amiga nunca he sido un libro que brinda respuestas y sabiduría, menos militante que se convirtió en héroe en las trochas de montañas y serranías; tan sólo doy tímidos golpes a la amplísima puerta del día.

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»Me han acusado de prevaricador cuando me siento en este balcón del trasnocho o cuando veo con ojos de miope el matraz donde nos contraemos; he caminado los bordes de una luna de nylon sostenido por un colectivo de mendigos frenéticos que diezman los burdeles baratos de las orillas del río. »Hurgo mi vergonzosa barba eclipsado por reflectores que emergen de las narices de un monstruo cerebral. Siempre, hermosa amiga, intentando asesinar la tristeza; cantando minuciosamente la pobreza de mi chequera; evadiendo los clítoris azafranados de las cayenas que me ven llegar con movimientos y ojos de amanecer. »Clandestinamente me he desangrado de amor, sin que nadie perciba en mi rostro una mueca de dolor, sin permitirle a nadie husmear en el oasis donde últimamente he estado a punto de calcinarme sudoroso; entre temblores; asfixiándome, sin respiración, sintiéndome ahogado, con un malestar en el pecho que se funde con náuseas, mareos, aturdimiento; temeroso de pisar el sendero de la locura o la muerte; sintiendo palpitaciones que me hacen creer que el corazón de un momento a otro tomará otro camino; en este oasis donde me siento raptado, atado por el miedo, por el pánico; desde este boulevard, desde este balcón, he visto la miseria humana traducida en la canalla; embestidas demoledoras de verdugos disfrazados de hombres letrados contra el lánguido cansado de vivir. »También nos congregamos los que amamos el hilo de agua al fondo, quien ha sido maestro

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confidente, nuestro amigo de siempre, inspiración de músicos y poetas que no lo olvidarán nunca porque en sus orillas perezosas han descubierto indescriptibles signos y matices.»

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Que risa me da el que se suicida, dejando lo bello que tiene la vida, con seguridad que el que asĂ­ termina, de gallo no es nĂĄ, y mucho es gallina. Noel Petro



14.

—Mi padrino Serafín, el hermoso loco que usaba un pelo e’guama blanco como la nata, que te comenté sobre su original suicidio, metió el dedo en un sócate y un pie en la boca de una poceta; llegó esta mañana a mi mente cuando acudí al mercado a comprar habas, cochino y chorizos para preparar una fabada a Lucho y Ñaño. »Como les gusta comer basura a esos cristianos!!. Mi querido ángel de la guarda que usaba su sombrero pelo e’guama hundido hasta sus pobladas cejas, quien se inmoló sin dar muchas explicaciones, en más de una ocasión le escuché decir que las mujeres no eran iguales como decían por ahí, porque las había peores, algo le tuvo que pasar en las lides del amor para llegar a tan terrible conclusión. Fue un pesimista de temer, a mi madre que se quiso refugiar en la iglesia una vez muerto mi viejo, le dijo que afrontara las cosas como eran, porque la fe y la religión sólo le servían a la gente cuando tenían hambre, cáustico el hombrecito, pero con una gran capacidad de asombro que disfrazaba, conmigo era un ser especial, hoy me doy cuenta de su humor negro que bordeaba la tragedia, pero humor al fin impregnado de mucha erudición. »Cuando estaba con unos tragos —que era casi siempre— repetía lo de siempre, que el mundo se iba a acabar no por mandato de un

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ser superior, sino por la torpeza del humano; la destrucción venía en camino y era nada más y nada menos que un congelante invierno nuclear alimentado por el bloqueo de la radiación solar, eso debido a tanta porquería que le lanzamos a las alturas. »Así que teníamos que olvidar la idea de que existen mesías y profetas que vaticinan la destrucción por mandato divino, sólo eran para él habladores de paja que son muy bien acogidos en países oprimidos y tercermundistas como el nuestro, donde los políticos son tan parecidos a esos profetas de la tragedia que piden a gritos arrepentimientos. »Sabía de la extraña fijación que se ha comido viva a mi madre, no soportaba que arremetiera contra mí, eso creo lo alejó de mi casa una vez muerto el viejo, nunca me lo dijo, pero se olía en el ambiente, todo por no verle la cara a mi mamá. »Cuando murió mi tío Pedro —el Andaluz— le escuché decir a papá que se sentía con la cabeza en las nubes; cuando murió mi viejo, días después me comentó que se sentía más perdido que un enano en una procesión de un domingo en resurrección; sus actitudes hurañas se acentuaron con los que le rodeaban, era lo más parecido a un perro sin amo, demasiado vertical en el trato, no sabía mentir y cuando lo intentaba las mentiras le duraban menos que un caramelo en las puertas de un colegio. Trabajaba duro desde muy temprano hasta altas horas de la noche, tan sólo escapaba de su soledad lacerándose con

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duras tareas, me decía: “Iolanda el hombre actual está marcado por el egoísmo, su incapacidad para sacrificarse por causas nobles; una búsqueda enfermiza del bienestar propio en desmedro del colectivo y un concepto ligero por no decir irresponsable del trabajo y el deber”. En la sala de su casa de finca colgaba de una de las paredes lo siguiente: “La vida es una comedia para el que piensa y una tragedia para el que siente”. »Mi padrino Rosa María abjuraba de Dios, pero era una persona desprendida, sin ambiciones, justo, generoso y sobre todo solitario; principios éstos de un buen cristiano o de un buen creyente, lástima que los que se creen buenos samaritanos o creyentes no lo practiquen sin los medios de comunicación de por medio, cómo les encanta a esa gente que sepan de sus “virtudes” y aparecen en los diarios o en la pantalla del televisor con una radiante sonrisa adornados como cualquier kiosko de quincalla o bisutería barata, que Dios los perdone porque si saben lo que hacen, esa es nuestra sociedad, construida en base a maquillajes y adornos, en la encrucijada del mal gusto. »En estos tiempos que no dan para mucho o mejor nada, conseguirse con la generosidad soterrada de Serafín no es motivo de asombro para mí; hace poco el Dr. Atife, hijo de sirios sembrados hondamente en la Villa del Yocoima, me relató el caso de Cosme Colazzi quien fue un desplazado de la II Guerra mundial, originario de Polonia, entró con una manada de inmigrantes que dejó mucho a nuestro país, Cosme corrió

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con mala suerte pues enfermó de un mal llamado pie diabético, le amputaron una pierna por equivocación del médico que estaría borracho o pensando en pajaritos preñados; vendió por un tiempo cigarrillos y golosinas para sobrevivir, hasta que una craterosa úlcera ocasionó que le amputaran la pierna maltrecha que le quedaba; le asignaron la cama Nro 30 del Hospital Central, que valga la pena decir ocupó durante 30 años. »Un 24 de Diciembre de 1986 pidió por primera vez lo llevaran a conocer la capilla del hospital, después de la misa que terminó a las 10:00 am fue llevado a su cama —hogar donde murió en absoluto silencio una hora después. »Quien mantuvo silenciosamente a ese trozopedazo de carne viviente en que convirtieron a Cosme Codazzi fue mi padrino Serafín. »Mientras estuvo recluido lo proveyó de ropa y dinero, le llevaba todas las semanas una caja de maltas por las cuales el mocho Codazzi deliraba, aparte de visitarlo y divertirse viendo como el mocho se tomaba las maltas como un niño. »Añoro los paseos briosos que por lo general eran los domingos bien por la mañana a su finca, no llamada en vano Soledad; por cierto que la última vez que fui me dijo en su consabido tono sabio “no dejes que tu madre, ni la inesperada partida de mi compadre te secuestre o someta al letargo tu capacidad de soñar ahijada”. »En esa estancia verde y serena todo tenía sentido, la casa reposaba bajo un inmenso árbol de caimito con forma de sombrilla, que por cierto

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cuando mi viejo estaba en vida, más de una vez le dijo a Serafín que había que cambiar la casa o cortar el árbol porque atraía rayos y centellas, él se reía como un niño ante las advertencias de papá que terminaba diciéndole: ¡español obstinado!. donde pastaba el ganado se conseguían las solitarias matas de Purgo —de donde sacaban el balatá—, altas y sin ramas por donde trepar, en tiempos de fruto era un ritual el desrame para así engullir aquellas redondas bolitas de dulzuras por las cuales yo sacrificaba mi apariencia de señorita citadina; igual pasaba con las matas de Cosoiba y Guamo que servían de sombra al ganado, en aquellos pastizales a uno se le terminaba perdiendo la vista por el arropante verdor. En la tarde ver como las iguanas paseaban arrogantes tomando los últimos rayos del sol en el jardín plagado de cayenas multicolores que eran su bocado preferido, o sino ver a las babas en su laguna todas despreocupadas, indiferentes ante la presencia humana. »Había un extenso carutal, hogar de pavitas; guacharacas y monos escandalosos que pasaban todo el día emitiendo sus gritos. Como añoro Rosa María los desayunos que preparaba Eliseo, el mayordomo de la casa, a quien le decían pata e’cabilla porque de joven una cuaima terciopelo le mordió una pierna que con el tiempo se le secó; mi desayuno preferido era la carne seca de venado sancochada, pisada y luego pasada por huevos revueltos, acompañada de casabe mojado en guarapo de café y la leche tibia, recién ordeñada de la vaquera, con su corona de espuma.

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»Acostumbraba a recolectar flores del jardín, Azahares, Amapolas, Cayenas dobles, Malabares y Pitiminís, las cuales amarraba con tallo de Cundeamor, ese acto ya normal de Serafín me halagaba y me hacía sentir como toda una mujer, además su sudor de hombre corrido en distintos escenarios, su carácter recio, su particular manera de abordar el mundo, me producía admiración y una extraña excitación, estando cerca de él me sentía toda una hembra, toda mujer. »En uno de esos viajes matinales a Soledad, me obsequió un diminuto libro de los mejores pensamientos de Mahatma Gandhi que todavía conservo todo raído por el uso y los años, en él habían subrayados suyos. “El verdadero amigo es quien en muchas ocasiones nos dice cosas duras”. “Los grandes hombres jamás miran el exterior de una persona. Sólo observan su corazón”. “Jamás debe tenerse más dinero del necesario”. »Sin duda que era un hombre espiritual, profundamente sentimental, que escondía estas virtudes pues creía que eran defectos en estos tiempos tan fríos y calculadores, en estos días en que las sociedades están muertas, limitadas, porque comercializan sus pasiones, las negocian, es por eso que la gente con cualidades como mi padrino están condenadas al silencio, a la cerrilidad, en medio de esta gusanera que llamamos sociedad, este inmenso podrido que marea con su hedor. »Es por eso que admiro a ese loco que me repitió más de una vez que los niños son los únicos seres confiables, son la médula de la humanidad

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que le amainaba la tristeza, lo bajaban de la horqueta dolorosa en que se movían sus días. Nunca se fijó que ya yo era una señorita hecha y derecha, nunca se percató de mi cambio físico, siempre me trató como su nena consentida, como a su única ahijada con quien tenía un deber en vista de la muerte de mi padre. »Ese hombrecito era tan especial Rosa María, que de lo más exquisito musicalmente bajaba a lo más plebeyo; gustaba de la genialidad de Paganini; Héctor Villalobos o el maestro Antonio Lauro, pero como admiraba a los antes mencionados se divertía con Noel Petro, su favorito. »En la finca mandaba a prender la planta eléctrica para escuchar música que tengo que admitir me aburría por mi juventud, con lo único que simpatizaba era con un LP donde el solista era el paisano Jesús Soto rememorando sus tiempos de bohemio en Paris, descubrí que además de ser uno de los padres del cinetismo el maestro se aplicaba muy bien en la música. »¿Qué será de la vida del loco Guarapo? Otro de los protegido de Serafín, que deambulaba por las calles de la Villa del Yocoima debatiéndose entre la agresividad y la ternura; solía sabotearle los eventos culturales al circunspecto y respetado poeta Pedro Suárez o al titiritero pequeño — grande Luis Reyes— alma y vida de la casota de los muñecos. »Cuando murió mi padrino lo adoptaron los árabes, inclusive cuentan que el loco Guarapo hasta a hablar árabe aprendió y lucía rozagante y bien vestido, lo que no le pudieron erradicar

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era su fijación por los rebullicios donde siempre irrumpía en busca de papel protagónico; los evangélicos en más de una ocasión lo anatemizaron en vista de que sus oraciones no surtían efectos para sacarlo del estado de locura en que vivía, se metía en sus prédicas al aire libre y las saboteaba, al igual que los actos y presentaciones culturales. »¿Qué será de la vida de la loca que se autodenominaba la trompeta de Jericó? Que gritaba a los cuatro vientos ser la hija predilecta del patriarca del pueblo judío Abraham; que discurseaba en el puerto de las chalanas de Puerto de Tablas sobre las plagas y las calamidades que estaban por venir en vista de que vivimos hundidos en el más atroz paganismo; según una revelación que tocó a las puertas de su sueño terminaríamos en una pesadilla de vidrios quebrados, hierros doblados y concreto escombroso. »Impecablemente excéntrica, vestía suéteres de tortuga de colores escandalosos y faldas que le escondían hasta los tobillos. Una tarde que nos acercamos al puerto mi padrino y yo a comprarle pescado a mi madre nos conseguimos con una hermana de tan singular mujer, nos relató que su “locura” comenzó cuando salió embarazada y trató de abortar de varias maneras; empezó inyectándose un medicamento que le recomendó una amiga; después tomó vino tinto hervido con yerbas y aspirinas que le ocasionaron temblores y fiebres que creíamos era un resfriado; al otro día fue que se fue de maracas, se tomó un vaso de agua con cemento.

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»La internamos en el hospital, empezaron sus desvaríos y sus lecturas a las escrituras sagradas por sugerencia de personas ligadas a la religión que la visitaron en el hospital; finalmente dio a luz un niño que duro vivo dos horas. Cuando se enteró empezó la locura de verdad y nuestro gran martirio pues cree que ése es su castigo divino, cuestión que es perfectamente creíble en vista de las tantas barbaridades que le hizo a ese niño. »Ella tenía un buen trabajo, es técnico en turismo, fue un gringo turista quien le pegó la barriga en uno de esos viajes a la selva que por aquí se acostumbra mucho. »Pobrecita mi hermana, ni sus compañeros de religión la han sacado de ese estado con sus oraciones e intentos de liberarla de los demonios que según ellos tiene “bien sembrados”. »Serafín tenía una fijación con los locos, un afecto muy especial, decía que eran como los niños, pero lo más importante era que mantenían su dignidad a pesar de la adversidad donde vivían imbuidos. »Dígame amiga Rosa María, si hubiese vivido para verme hundida en los manicomios por donde pasé, perdida en el tiempo y en el espacio, sin norte, sin sur, sin fin, sin memoria. »Con nostalgioso recuerdo me acerco Rosa María a los encantos que guardaba Soledad; el olor del mastranto, el de pasto tierno, el intenso de la bosta del ganado que manaba del galpón de ordeño, las matas de anón en tiempos de carga que rodeaban el aljibe.

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»Mi padrino me había regalado un caballo negro, mejor dicho negrísimo, se llamaba Pegaso, al pobre animal lo mordió una cascabel en un garrete, para no verlo sufrir Serafín le pegó una descarga de guaimaros en la cabeza y lo enterró en la pata de una frondosa mata de Cosoiba donde siempre yo descansaba en mis paseos matinales; siempre pareciéndome brizna al aire que se dejaba conducir y seducir por la corriente en el centro de aquel verdor inigualable. Como olvidar la cría de perros pastores alemanes en su mayoría y los criocas que eran los que marcaban las pautas en las jornadas de cacería, difícilmente dejaban escapar una presa: Kiara y Tocayo eran los consentidos de mi padrino. Qué pena que todo se lo llevó el olvido, ya nadie por esos lares se acuerda del canario Serafín, hará cuestión de un año estuve en lo que queda de Soledad; la casa ya no existe, el jardín menos, el Caimito con forma de sombrilla está moribundo, producto de la quema, los pastizales cambiaron de verde a ocre, tan sólo son rastrójales minados de serpientes ese panorama, me quebró el caleidoscopio del alma, me embargó una amarga tristeza parecida a la que me tocó el día fatal que nos comunicaron que Serafín había enloquecido y se había suicidado no sin antes haber prendido fuego a Soledad, matar sus adorados perros y destruir parte importante de mi buen ánimo. »Como ya te comenté en nuestra sesión, me dejó de herencia un reloj Mulco de oro; su gruesa cadena de donde pende una medalla con sus iniciales; una llave que nunca he podido saber

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que puerta o caja abre, pero sobre todo el cariño que tanto me ayudó en los tiempos oscuros en que perdí a mi padre y con él parte de mi futuro, parte de mi norte, parte de mi felicidad que reposaba bajo los hombros de aquel hermoso italiano, mi atípico creador que tenía el don de la clarividencia, así me lo contó, así me lo demostró una mañana mientras peinaba mi cabellera que tocaba la punta de mi pompi, “este peine de carey original lo compré en el Mediterráneo, en Marruecos, mientras pasaba luna de miel con tu madre; lo compré para peinarle la cabellera a mi primogénita que en más de un sueño asomó su cabecita, siempre supe que mi primer vástago iba a ser hembra, siempre supe que ibas a ser tú, hija”, el viejo siempre se paraba temprano en la mañana a peinarme antes de irme al colegio, mi madre le decía que no lo hiciera porque me iba a sinverguenciar con tantos amapuches. »No te conté amiga por qué vino a mi mente Serafín, cuando salí del mercado de hacer las compras para preparar el almuerzo de Ñaño y Lucho, me topé con unos borrachitos que merodean y pernoctan en los alrededores del mercado, escuchaban ensordecedoramente a Noel Petro, a mi padrino le encantaba su música, se peleaba con mi viejo el aparato de sonido para que no colocaran los Lp de la Lupe, sino los de su ídolo Noel Petro, alias Burro Mocho, para mi tan díscolo como él. »Desde pequeña Serafín me llamaba Gutha, así también me llegaron a llamar todos en la casa, menos mi mamá por supuesto; me confesó

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que así le decían a su hermana menor en Canarias, de quien por cierto, no supo más nunca, así como de sus familiares, al parecer se los tragó la tierra, estuvo escribiéndoles un tiempo, al no recibir respuesta los dio por muertos y enterrados, la familia de él, eran mi papá, tío Pedro y yo. Las únicas veces que se molestaba conmigo, era cuando me veía pegada al televisor, me decía que de nuestra televisión no se sacaba nada provechoso porque era asquerosamente cursi, groseramente violenta, unas bobaliconas dando consejos de belleza y otras mintiendo sobre lo que nos “depara el futuro” en el horóscopo es la otra cara de la moneda, es ahora que le doy la razón, en verdad es repugnante lo que trasmiten, la mediocridad y el mal gusto en ristre. Creo que se alejó de la casa y de mí por dos cosas, la primera por la manera como mi madre me trataba, a él eso le dolía, inclusive algún altercado debe haber tenido con mamá que no nos enteramos; la segunda cuando empezaron a murmurar que estaba pretendiendo a la viuda, no creo que mi padrino tuviera tan mal gusto. »¡Que Dios me perdone!! Pero es así. Donde quiera que esté Serafín lo sigo extrañando como a mi padre, a lo mejor está allá lejos donde suspira un paraulato, pero sé que está pendiente de mí, deben estar de acuerdo mi viejo y él para cuidarme, a lo mejor se turnan, pero siento siempre sus presencias, sé que me merodean a pesar de que cosas peores no me han podido pasar en la vida. Creo que por hoy hemos conversado bastante Rosa María, me voy a reunir con Lucho,

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creo que vamos a cenar en algún restaurant, el tipo se está portando a la altura, pero amiga es como tú me dijiste, tengo que exigir más, tengo que ver los cambios en todas las direcciones, no se me olvida nunca que el hombrecito no es nada fácil, aunque tenga un gran corazón, su enfermedad además de ser un estado mental es fisiológica también, es por eso que estoy caminando con mucho cuidado.»

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Es necesario ser capaz de reírse de lo que se respeta, pero también respetar aquello de lo que nos reímos. Claudio Magris



15. Segunda cita en el boulevar de los pollos

—Mi primo Piquito era todo un galán, era todo un experto en eso de tocarle a la puerta del corazón a las mujeres; estaba yo mozalbete para aquellos tiempos en que Piquito vivía como un pica flor, de rama en rama y de flor en flor. »No trabajaba, decía que eso era para los desgraciados, para los burros, se la pasaba en el día durmiendo, cortándose las uñas, leyendo novelitas de vaqueros, en la noche se zambullía en los vericuetos licenciosos de la noche, en los sórdidos negocios del Triángulo de las Bermudas. »Tenía dos noviecitas en el barrio, una en la Calle Concepción Palacios, hija de un temible trabajador de la Siderúrgica que en más de una ocasión justamente no le ofreció villas y castillos como los que él le ofrecía a la hermosa muchachita a quien tenía ambilá; la otra era una negrita de trasero paradito que vivía en la calle Simón Rodríguez, era una safrisca que vivía pendiente de buscarle pleito a la otra. »Mi tía Natividad se sentía orgullosa de las hazañas pasionales de Piquito, como todo único hijo era un consentido de temer; mi viejo lo odiaba, no lo podía ver merodeando nuestra casa, en más de una ocasión lo mandó a buscar trabajo como lo hacían los hombres, le decía granuja,

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flojo, vago y lo que mejor sabía hacer: chulo. »A más de una muchachita caída de la mata la embarazó, a más de una engañó con esos ojazos verdes que se gastaba, su cuerpo era atlético, lo lucía en las tardes con un paño que le cubría de la cintura hacia abajo, su pecho empolvadito y sus chancletas de legítimo cuero italiano que le regaló una de las golfas del latrocinio con cara de burdel que llaman La Colmena, donde era el Rey junto al hoy turulo Raúl Bola de Plomo, a quien ya te comenté le echaron una brujería para que terminara sus días ido en este mundo ingrato. »Todo un ladino en las artes del envite y azar, cuando se sentaba a jugar dados, al truco o al ajiley sus ojos verdes parecía que saltaban de sus órbitas, en más de una ocasión lo metieron a la chirola por visitar casas de juego clandestinas. Inexplicablemente era uña y mugre de Felito, un profesor de historia que era toda una institución en lo de nuestra historia regional, de él escuché que la otra parte de la ciudad fue fundada una tarde de un jueves nueve de febrero de 1952 por un coronel del ejército apellidado Llovera Páez, vió la luz como campamento minero de los rebullones de la transnacional Mining Company, quienes se cansaron de sacarle las entrañas a la tierra en busca de hierro que pagaban por menos de tres centavos la tonelada como dice el cantor del pueblo Alí Primera, que Dios lo tenga en su Gloria. »Una vez le dije a mi mamá que quería ser exitoso como mi primo Piquito y me dio una trompada que me sentó encima de unos racimos

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de topocho verde. Allí fue que entendí que a Piquito no lo quería nadie en mi casa, por lo tanto lo mejor era mantener la jeta cerrada cuando del candidato se trataba. »El profesor Felito, unos días antes de morir me regaló un afiche del comandante Che Guevara, porque para donde se iba a mudar en la capital era una estrecha habitación que de paso tenía que compartir con un compañero de postgrado que tenía planeado hacer sobre “sociología de la educación”. »De marrullero no tenía nada, era parco, estudioso y muy erudito, nunca comprenderé sus afinidades con el taimado Piquito a quien difícilmente se le pasaba algo por debajo de la mesa; murió en la capital producto de una inyección contaminada que le aplicaron en una de esas interminables colas que se hacían para comer en el comedor universitario. »La inyección contenía amoníaco con excremento y el autor de la misma era un ex estudiante de química al que habían desincorporado de los estudios porque se le fundió el cerebro de tanto estudiar y no comer; Felito agonizó unos días y después lo trajeron sellado en una urna de latón barato para enterrarlo en el camposanto de Chirica, fui con mamá y mi tía Natividad al entierro, éramos cuatro gatos. »Piquito siempre merodeó la casa por mi hermana Amaranta, quien ostentaba veinte años muy bien distribuidos, lo que pasa es que la muchacha nunca le paró bolas, porque estaba muy bien entrenada por los viejos quienes le habían

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ilustrado muy bien sobre el famoso pretendiente marchitador de muchachitas, además mis viejos lo espantaban cada vez que se acercaba mandándolo a buscar trabajo, mi vieja colocaba detrás de la puerta la escoba para que Piquito la viera, por todos es conocido que eso se utiliza para alejar las malas influencias y para que la visita se largue rápido por no ser bienvenida. »A escondidas nos veíamos con mi primo El Mimo y yo, la curiosidad y las ganas de vivir aceleradamente nos llevaba a la casa del hombrecito de malas costumbres y por supuesto influencias, allí nos contaba sus correrías prostibularias o sus trampas en el juego, con semejante maestro el Mimo y quien te cuenta amiga, aprendimos a fumar marihuana, la primera vez fue terrible, mareos y ganas incontenibles de reír, el Mimo se orino encima de la risa, luego entró en un letargo que asustó al Piquito, para aquellos tiempos éramos liceístas imberbes que no sabíamos en el abismo que nos estábamos asomando. »El Mimo cursó conmigo la primaria en el colegio severo de los curas Jesuitas que queda en las alturas del otro lado de la ciudad; es el hijo y la raya de un respetado juez, la semana pasada que estuve afeitándome en una barbería del semáforo del Triangulo de las Bermudas lo vi, el alcohol y la piedra lo han convertido en un guiñapo, tan es así el daño, que se me acercó a pedir dinero y no me reconoció, se me arrugó el corazón Iolanda al verlo en ese estado, ya me habían comentado que su padre se había gastado una fortuna tratando de rehabilitarlo, pero

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todo ha sido en vano, esperando que muera de un momento a otro, tiene cuarenta años y parece de sesenta, el papá le mandó a hacer una habitación en unos de los extremos de la casa de familia porque ya era insoportable compartir con él el mismo techo, pobre amigo Mimo, pobre de mi, nos asomamos al abismo, tambaleamos y caímos hondo. »Las moscas entraban y salían de los orificios de su nariz y oídos; pasaban por sus desorbitados ojos manchados de sanguaza, como también lo hacían por sus dientes y los adentros oscuros de su boca. »Hay varias teorías sobre su suicidio, unos dicen que fue porque lo dejó una gamberra llamada Alicia que trabajaba en el bar de mala muerte de “Doña Antonieta”; otros que fue porque había adquirido una impagable deuda de juegos; otros porque según había contraído Sida y finalmente a la que yo le doy más credibilidad, estaba cansado de vivir en completa y oscura soledad, sin ni siquiera un perro que le ladrara. »Ahí estaban colgados del madero principal de la casa los despojos mortales de mi terrible —temible— primo Piquito, minados de moscas verdes que se paseaban por las presas poniendo sus diminutos huevos gusanos, para así darnos la evidencia una vez más: a la tierra lo que es de la tierra, fue aquí en el bulevar de los pollos la última vez que nos vimos, hará cuestión de cinco años, andaba yo sin brida, ya empezaba a empañárseme el espejo de la vida por los problemas que tenía con Lucila, Piquito estaba gordo y va-

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puleado por tantos trasnocho y mal vivir, en esos días habíamos enterrado a mi tía Natividad, casi no hablaba, estaba agazapado en su cámara inmensa de recuerdos, escuchando los estertores de su pasado gigolezco, trasegaba cerveza como un sediento, doblaba servilletas en forma de abanico, como dándome a demostrar que estaba hastiado, fastidiado por el encuentro. »En cuatro oportunidades se acercaron muchachos a la mesa con el pretexto de saludarle, allí comprendí que Piquito era un jíbaro. »Vendía piedra a aquellos desdichados que no sabían por donde estaban caminando, me dijo con voz entrecortada que tratara de recuperar a Lucila, se veía una buena jeva, que me acordara que ya yo había fracasado en otros matrimonios y que no era un muchacho ya para estar con correrías y malos hábitos, que me viera en un espejo, completamente solo y rayado hasta las tripas, me preguntó si estaba pintando y le dije que no, me llamó tonto y sentenció de “ése error que raya en la idiotez te vas a arrepentir muy pronto”. Ese día tecleó en la rocola del negocio innumerables veces dos canciones del gran Tito Rodríguez: Vuela la Paloma y El que se fue. Cómo me entristece amiga cada vez que escucho esas canciones, es como si estuviera Piquito al frente de mí. »Estás viendo esa construcción de media luna que está frente del colegio de las monjitas, es la sede del sindicato siderúrgico; veinte años atrás en ese recinto, se presentaban los artistas más famosos de nuestro país, las rumbas eran buení-

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simas, todo era zanahoria, nada de muertos, ni vicios secos, si había una bronca se dilucidaba a puñetazos, no como ahora que sacan cuchillos, puñales, pistolas y hasta metralletas, que tiempos aquellos amiga Iolanda. Recuerdo que un primero de mayo trajeron a una cantante que hoy es lo más parecido a una ballena, le pidieron que cantara en solidaridad con unos trabajadores que estaban en huelga desde hacía unos cuarenta días, la ballena se negó junto con su marido, un sureño “exiliado”, que lo que es y pinta es de chulo y cachón, por poco los linchan a los dos porque se negaron a acompañar a los obreros en su lucha, lo peor es que se la tiran y cantan como si fueran unos grandes revolucionarios, en el fondo lo que son es unos encantadores de tontos que crean su discursito ya rayado, hipócritas. »Esa hermosa media luna que ha albergado parte importante de la historia de los trabajadores siderúrgicos es hoy un sitio de congregación de los evangélicos, sin mucho esfuerzo se consigue allí a la hermana Lucila adorando al señor, escuchando la palabra “sabia” del pastor de turno, inventando y reinventando a ese Dios relacionado con la culpa y el castigo, que los humilla, los hace hincar de rodillas, retorcerse en la tierra como lombrices, implorar la clemencia como si Dios fuera un verdugo, porque ellos buscan obsesivamente vida eterna y el castigo eterno Iolanda de nosotros los no salvos, es su manera de drenar su gigantesco resentimiento, su culto desmedido y un tanto extraviado del día a día, es lo que al parecer justifica sus pasos terrenos,

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su existencia, siempre dificultando las relaciones entre los conversos —ellos— y los no conversos —nosotros—, llamándonos además súbditos de satanás y otras barbaridades, hablan de un espíritu santo que regenera dando vida divina, llegando a morar personalmente en el creyente cuando este pone su fe ciega en Jesucristo para su salvación; yo intenté que llegara a mí, como salida a mi alcoholismo, lo que no me gustó, o mejor dicho me disgustó fue el fanatismo que me alejó, el maltrato, el resentimiento que ya te comenté, ese desentenderse del mundo, ese caminar como borregos ante las órdenes de un simple y vulgar mortal que le dan connotaciones de ayatolá, de ser infalible ante tanta tentación a que estamos sometidos los humanos. »Creo que Dios es un ser especial, generoso, comprensivo, que nos da la oportunidad de que enderecemos el camino, nos da libre albedrío porque cree en nosotros como obra de él, no creo que sea un verdugo, un ogro de las alturas que sólo sabe de castigos, anatemas y maltratos infernales, además creo que quien se porta mal aquí, en la tierra, aquí pagará sus pecados, no creo que el creador quiera más problemas de los que tiene, por lo tanto es en estos lares que pagaremos, es aquí que el injusto, el asesino, el insolidario, pagará sus culpas. Para ponerte un ejemplo patético, el de mi primo Piquito, como todo suicida nunca descansaba, a innumerables personas les empañó el espejo de la vida, de más de uno se burló, a más de uno timó, robó, chuleó, engañó, empezando por su propia madre, quien

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lo creía un santico, murió sin saber la víbora que tenía por hijo, Piquito como ya te comenté, en las postrimerías de su vida, lo que generaba era lástima, lo que reflejaban sus ojos era un intenso dolor, un aterrador aburrimiento, una soledad lacerante, tarde se arrepintió del daño que hizo, pagó aquí en la tierra con creces su desprecio por los humanos que lo rodearon. Yo sé que no soy un santo, por lo tanto he pagado mis pecados, todavía los estoy pagando, saldando mis cuentas, si señor.»

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De que vale la naturaleza para reunir en el hombre lo noble con lo innoble, poniendo por medio la vanidad. Schiller



16.

—Esta mañana estuve en la tienda de videos, novedades interesantes no habían, alquilé una vez más El Discreto Encanto de la Burguesía del “escandaloso, chocante y blasfemo” Luis Buñuel; está cumpliendo cien años de nacido por estos días, han hecho de su centenario un negocio, el pobre Buñuel debe estar retorciéndose furioso en la tumba; era enemigo de los ensalces y las adulaciones, dijo una vez algo que he podido palpar las dimensiones de su certeza: “Todo adulador en el fondo es un traidor”. »Me recuerda Buñuel el único amor apasionado y serio que he tenido en la vida, Víctor Hugo; el loco teatrero que ya te comenté se revistió de paciencia inaudita para soportarme, para aguantar tanto prurito y complejo estúpido de que estaba minada, de que estoy construida. Fue a él que le escuché una cita del obseso director relacionada con la gentucita que viene siendo la pequeña burguesía, era algo como que la moral es una inmoralidad contra la que había que luchar; esa moral que se funda en nuestras instituciones sociales más injustas, como lo son la religión, la patria, la familia y la cultura, en resumen, lo que se denomina pilares de nuestra sociedad. »Víctor Hugo era un apátrida, no frecuentaba a su familia, era indiferente ante lo religioso y le hacía cada desplante a la cultura oficial que no

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en vano lo odiaban; sin duda era un discípulo del perro Andaluz. »Rosa María creo que ese hombrecito me quiso, lo que pasa es que lo conseguí en una etapa de su vida definitoria, el pesimismo lo había envuelto totalmente, vivía desafiando todo, así es muy difícil convivir con alguien, siempre me dijo que lo único reconfortante que tenía a su lado era yo, pero aunque existiese mucho afecto, tarde o temprano nos iba a distanciar su manera autodestructiva de vivir, su búsqueda obsesiva de los lunares de la sociedad que posteriormente convertía en histrionismo desafiante, hiriente, grosero; toda su descarga era contra esa pequeña burguesía, sostén de la idiotez, que ejercita la más frívola felonía sin ni siquiera sufrir de arrepentimiento o cargos de conciencia; eso lo mantenía en una creativa soledad, preparando siempre sus arteras obras descubridoras del velo infectado que cubre el caldo donde nos movemos, donde nos retorcemos, unos de impotencia, otros de felicidad, otros de indiferencia, otros sencillamente muertos en vida; engordando como marranos que van al matadero, enfermos de parálisis mental, tullidos intelectualmente, como los quiere nuestra sociedad; imbéciles sin norte ni sur, bobos asiduos a las lecturas del horóscopo y cuanta monserga de autoayuda que saca un vivo que si sabe el terreno que pisa, que si sabe de la existencia de muchos mequetrefes, que su vida se mueve entre “las nuevas tendencias para sobrevivir en la tierra”, entre los vegetales, el pasto y las lentejas está el futuro de la humanidad, así lo dictan

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esas teorías esnóbicas que pretenden la añorada felicidad. »Rosa María, conversando contigo, explayándome, me he convencido que se puede, además que se debe soportar el dolor, el espiritual y el carnal. Es una bobería, eso de tratar de eliminar el dolor en la existencia, lo que hay es que tratar de amainarlo, reducirlo a su mínima expresión, eso de que hay manuales que te llevarán por el sendero de la dicha, el júbilo y la alegría no es más que fantasía, mentiras con una gran carga de manipulación, que una vez descubiertas te pueden llevar a cometer el acto atroz de la autodestrucción; los únicos que tienen derecho a ser felices son los niños, a saborear esa condición, porque lo que les viene después no son canciones de cuna. »La madrugada del martes pasado tuve un sueño con Víctor Hugo que me reanimó, me demostró que está pendiente de mi donde quiera que esté: habíamos salido de excursión a la sabana inmensa, grandísima, de mi amado sur, salíamos saturados del asfixiante ambiente fabril que se hace cada día más irrespirable en estos parajes de ríos y obreros quejumbrosos. Allí estaban esas masas como cinceladas de rocas vestidas de una azulada bruma; allí estaban esas inmensas sabanas que parecían podadas por las manos de un gigante; allí sus turbulentas caídas de aguas que nos empañaban el aliento, los raudales con sus sonoridades y el rocío que irrigaba hasta la hendija más insignificante de nuestras humanidades.

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»En ese paisaje donde el creador nos regaló toda su generosidad éramos unos diminutos mortales embriagados por tanta hermosura reunida, allí no vale el lenguaje de nuestra nueva forma de esclavitud: la técnica, con su aparataje informático, donde tan sólo somos esclavos de medios bastardos; allí nos sentimos en una dimensión verdaderamente humana, libres, como todo lo que nos rodeaba y mantenía abstraídos escuchando a los chamanes con sus sabios consejos, sus claras leyendas, sus visiones y sentencias, todo era mágico, todo tenía un sentido, nada estaba de más. Lejos del mundo contemporáneo, virtual, cuya característica es el caos y la enfermedad es una fístula de desigualdades inmensas que amenazan con salpicarnos con su espeso líquido pestilente. »Víctor Hugo era lo más parecido a un niño, sus ojos vivaces se quedaban colgados en el frugal espectáculo que nos brindaba la naturaleza, sin duda mi amigo estaba excitado, nunca lo vi tan feliz, tan accesible, alejado completamente de sus demonios y tormentos que lo convertían en un ser especialmente irregular, allí palpé su estado natural, su grandiosa y enfermiza sensibilidad, me dijo que anhelaba tener la valentía de acercarse completamente a ese mundo virginal y mandar al otro de comodidades, exitosos y miserables —donde somos esclavos creyendo ser amos— a que se lo metieran por el orificio final del tubo digestivo, todas sus actuaciones pringosas, mal llamadas evolución, adelanto, progreso, desarrollo.

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»No hubo pozo cristalino, hilo de agua que no visitáramos, hacíamos el sexo como Dios manda, en medio de una soledad cómplice y un cielo azul surrealista, todo se prestaba para aquel encuentro, donde el amor y el sexo se fundieron en uno solo teniendo aquellas aguas como bálsamo, practicándole a Víctor Hugo el falotorismo, sin ningún complejo, mucho menos escrúpulos, me sentía completamente mujer, capaz de satisfacer a su macho en aquel acto, orgullosa al ver como se contraía, al escuchar sus gemidos que eran la campanada de la satisfacción, igual me pasó a mi ante la traviesa y tibia lengua de mi amante que penetraba todas mis hendiduras, todas mis zonas de gozo y arrebato. Al igual que en aquellos lugares mágicos los hoteles y las modestas posadas fueron testigos de nuestra travesía amorosa, no recuerdo haber comido en aquellos cinco días que estuvimos internados en la pasión. »Víctor Hugo accedió a complacerme en un capricho, era visitar la pagoda de un poeta que conocí cuando era quinceañera, fue mi primer viaje a esos parajes, y lo hice en compañía de una entrañable amiga de liceo que hoy en día sólo el recuerdo de los buenos momentos que pasamos me quedan, pues la engulló un cáncer en poquísimo tiempo, esa hiena de nuestros días. »Llegamos al sitio, nos atendió el poeta, con voz entrecortada y sumido en un abandono voluntario, esperaba la muerte casi ciego, sólo un indígena anciano era su aliciente, su interlocutor, su confesor, quizás quien lo iba a enterrar no

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muy distante de su santuario donde se alababa la belleza del Creador. »Le comenté a Víctor Hugo que cuando lo conocí se había enamorado locamente de mí, el hecho de ser yo una niña de quince años y él un hombre de cincuenta no lo inmutó, no lo acomplejaba esa gran distancia, estuvo durante un tiempo mandándome por correo cartas a la casa de mi amiga, dentro, siempre había una flor silvestre disecada y un poema que sellaba la correspondencia, no era una cosa original, pero te puedes imaginar Rosa María lo que eso significaba para mi. Fue la única vez en vida que noté celoso a Víctor Hugo, por supuesto que me sentí que contaba, alegre, dichosa, que pena que todo era una construcción irreal de lo que uno quiere en vida. »Una mañana me dijo que cuando se amaba, el sexo se hacía sin complejos, ni olores de por medio; terminando la noche, empezando el alba, sin desayunos, ni arreglos asépticos de tocador, ése era el verdadero amor, el que nacía de aceptarse tal como uno era, además una mujer es hermosa al levantase, cuando recibe los primeros rayos matinales, es allí donde se puede apreciar las dimensiones de su hermosura, sin maquillajes, ni cosméticos de por medio que lo que hacen es hundirla en la transfiguración de “la piel moderna”, escondiendo la magia que tiene el estado natural, haciendo de ella una bufonada andante y sonante. »Durante esas cinco mañanas me repetía el mismo discurso “qué bien te sientan los prime-

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ros rayos mañaneros”, lo de más era hacer el amor con apetito, mi cuerpo enhiesto sobre el de él que posaba en cruz sobre el lecho, mi cuerpo cabalgaba sin descanso, cada mañana el acto se convertía en faena sin rumbo, buscando alargar al máximo tanta felicidad, tanto deseo, terminábamos con nuestros órganos deliciosamente adoloridos. »Rosa María, es en los sueños que nos pasan los peores y gracias a Dios también los mejores y más hermosos episodios, prueba es lo que te acabo de contar, pasará mucho tiempo para que se me olvide tan hermoso pasaje onírico, sin duda regalo de Víctor Hugo; ha hollado hondo en el traspatio de mi palpitante, en esa ánfora agrietada que todavía da un poco de beber. »Si llego a un acuerdo del corazón con Lucho, trataré de repetir o hacer realidad esa revelación, con el mismo entusiasmo, intentando los detalles en el mismo escenario, que no me extrañaría que fuera el paraíso de donde fueron expulsados Adán y Eva por desobedecer el mandato divino del Creador, de Dios. Estoy segurísima que Víctor Hugo bailaría de alegría con mi padre y mi padrino Serafín, si consigo tanto gozo, tanta felicidad, como la que te he contado me sucedió en ése tan bien enhebrado soporte, hasta donde me acercó aquel poeta loco que podía ser mi abuelo, cuando yo era una glamorosa señorita quinceañera que destrozaba corazones, como según ese señor me contó, sintió un magnetismo hacia mi, que lo hacía escribirme religiosamente una carta mensualmente, hasta ya entrada yo en los veinte

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años, que lo que me producían eran ataques de burla y risa, que necia y altanera se es cuando se ostentan quince años angelicales, muy bien distribuidos, sin penurias y en los cuatro costados. »Sin duda que el dicho ése de que soñar no cuesta nada, es lo más parecido a la realidad, uno con los sueños, los trances oníricos, vive maravillas, el problema se nos presenta amiga cuando caemos de la nube de los sueños, en este charquero que lo alimenta, lo irriga el creador de la miseria humana, el demonio, Satanás, y te digo esto porque el siglo pasado y éste que comienza está signado por la maldad, por la autodestrucción, por la intriga, por la rivalidad banal, por la hambruna, por las más descaradas e inicuas guerras que ha podido ver la humanidad, los métodos más cínicos de destrucción se han puesto de manifiesto, los han utilizado dementes con supremo poder, eso tiene que ser obra del diablo Rosa María. »El hecho que la gente dependa enfermizamente de una computadora, de una vulgar máquina, te has preguntado hacia dónde nos está encallejonando?, hacia la deshumanización total, hacia la estupidización llana y simple. »No me extrañaría que en estos días esa ciencia bastarda y mercachifle invente una píldora que satisfaga el deseo sexual de nosotras las mujeres, para así sacar de circulación a los hombres y los benditos consoladores en estos tiempos de clonaciones y otros sacrilegios; argumentaran que están obsoletos y que si es por tener un hijo eso se resuelve en un laboratorio de genética con

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la facilidad de tomarse un vaso de agua con la milagrosa técnica in vitro, que a tanta mujer desesperada ha sacado de su esterilidad, de su fastidiosa militancia machorra. Lo único que se necesita de los machos es su valiosa gotita de semen, quedarán entonces para ser ordeñados como a las vacas, como a las cabras. Aunque te parezcan cuentos, fábulas, hacia allá va nuestra sociedad Rosa María, por obra del propio demonio, del diablo.»

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Todo corrobora que en el interior de los tiempos modernos, fervorosamente alabados se estรก gestando un monstruo de tres cabezas: el racionalismo, el materialismo y el individualismo. Ernesto Sรกbato



17. Sentados en el césped del parque Maychaca con el salto de agua observando

—Iolanda eres como un pájaro blanco, un enigmático pájaro blanco; quisiera yo fueras mi pájaro blanco, tómalo como un cumplido, no se si lo estoy haciendo bien, por mucho tiempo mis ojos han tenido como objetivo a Lucila, ya las cosas están cambiando, le doy gracias a Dios, aunque te parezca mentira le he pedido a ese señor que me saque a esa señora de mis intersticios. »Fui a ver a tu amiga, la analista, Rosa María, en verdad es una muchacha agradable, me le fui por la calle del medio y le conté mi problema de dependencia, me trató de maravillas, me recetó unas pastillas para conciliar el sueño, me dio mucho ánimo esa conversación, me dijo lo terrible y titánico de la lucha que quiero emprender, pero tengo que hacerlo porque la vida esta llena de mejores opciones, la muerte es lo que me espera, en eso fue clarísima, si continúo haciendo el acto suicida de mi dependencia, de mi enfermedad, para atrás ni para agarrar impulso como dicen por ahí, me preguntó sobre Lucila, le di sin prejuicio un panorama de su conducta, me comentó que aparte de un problema de personalidad múltiple; desorden de identidad, tiene uno que es más peligroso y es posible que sea irreversible,

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que es que le manejaron la percepción, lo que llaman vulgarmente un lavado de cerebro, en esos casos es mejor alejarse de la persona para así evitar enfrentamientos que puedan desembocar en actos de agresión violentos, ella me terminó de convencer que es lo mejor Iolanda me voy a mudar al taller, mi preocupación es Luis Antonio, el niño está empezando a detestar peligrosamente a la madre, ya no la tolera y su comportamiento se está convirtiendo hostil y a veces grosero, le he dicho que baje la guardia con su madre y trate de respetarla, porque a fin de cuentas ella es su madre, quien lo trajo al mundo, eso se respeta. »La gente que piensa amiga, necesita tener algo que considere propio, un lugar que los conecte, es por eso que empecé a cargar mis bártulos y cachivaches para el taller, en el apartamento, con Lucila adentro no puedo pensar, mucho menos crear. Ayer cuando le dije que me estaba mudando y que lo estaba haciendo por la salud mental mía y del niño, se puso a reír y a citarme trozos del Apocalipsis: “la batalla que Dios y los ángeles de la oscuridad liberarán, será la última, está a la vuelta de la esquina, los jinetes del Apocalipsis ya están preparados para entrar en combate contra el mal, destruirán todo a su paso, así lo escribió Juan el Visionario, el Armagedón está más cerca de lo que la gente imagina, me dijo que no me preocupara por el apartamento, me lo iba a dejar, ella ya está lista para partir a Megido, donde se escenificará el último combate, saldrá vivificada de ese encuentro, porque ella es una de las elegidas que esta inmune al veneno del demonio”.

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»La dejé con su perorata, no se percató cuando me fui, todavía en el segundo piso se escuchaba su caletre bíblico, yo me pregunto, ¿habrá más castigo que el que estamos viviendo en la actualidad?. Eso de sustentar la transformación del alma a través del dogma da sus dividendos, si señor. »Tengo muchas cosas que confesarte Iolanda, una de ellas es que tengo cinco hijos en mis anteriores matrimonios, muy a pesar de lo que digo que son hijos míos, mi único hijo es Ñaño, los demás diríamos que son adoptados, como dice mi viejo jocosamente: “Lucho se consiguió dos vacas paridas, para que tener más becerritos”. »Angelina como Raiza ya tenían esos muchachos cuando me matrimonié con ellas, lo que pasa es que eran pequeños y yo los presentaba como míos, eso lo puedes corroborar porque ni siquiera me buscan y no es por que me porté mal con ellos, son las madres que los han alejado de mí y están en su perfecto derecho, con mis antecedente que más se puede hacer, a ti no te puedo mentir, no te puedo omitir estos pasajes de mi vida. »Iolanda hubo un tiempo en que Raiza, desesperada, agobiada por nuestros problemas, por mi problema, optó por alumbrarme con una macumbera del Amazonas, cuando lo supe me largué definitivamente. »Esa mujercita me dio cuanta porquería con nombre de preparado te puedas imaginar, todo se lo suministraba la bruja quien de paso le sacaba grandes sumas de dinero con el cuento que yo

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terminaría idolatrándola, creyéndola la última gaseosa del desierto. Lo de dejar la bebida era un tratamiento aparte que necesitaba de otras invocaciones y de fuerzas dinerarias. »El día que me fui, que recogí mis corotos, no vi para los lados, estaba temblando de miedo, agarré la calle sujeto al crucifijo que siempre ha colgado de mi cuello, me acordé del daño irreversible que le hizo una gamberra a mi amigo Raúl Bola de Plomo, gracias al señor salí del túnel. »Dios ayuda definitivamente a quien se quiere ayudar. No sé donde leí que lo femenino es una fuerza vivencial entrañable, capaz de dar de beber al sediento y posada al peregrino; será por eso que a los hombres se nos hace difícil la soledad, en lo particular nunca he podido subsistir sin una mujer rondándome, que oriente mis pasos, cuando me siento solo, cuando estoy físicamente solo, sueño que me ahogo en un estanque de boras y astromelias en medio de la oscuridad, son desesperantes esas pesadillas, se me olvidó preguntarle a tu amiga Rosa María, el significado de esos sueños. »Aquello era una catedral de carne que la luz de neón en medio del espectáculo desnudaba sus sinuosas curvas, cantaba como un turpial que se encuentra con las primeras lluvias de mayo. Ya los asiduos a los negocios del triángulo me había comentado de una tal Althea que cantaba en unas de las tascas las canciones de Vinicius de Moraes; Antonio Carlos Jobin y Joao Gilberto; la mujer era de esa tierra de samba y garotas irresistibles.

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»La mujer cantaba como un ángel, me disculpas la imagen Iolanda que está de más de trillada, cuestión aparte merece como se movía en el escenario, te lo imaginas!! Aquella diva interpretaba con gran sensualidad y gracia canciones del Bossa Nova que me cautivaban; La Chica de Ipanema, País Tropical, Desafinado, Aquarela do Brasil, Tributo del Avión. »En fin aquella mujer me parecía maravillosa en escenario, me recordaba por su color a mi diosa Elis Regina. »Fue así que iba nada más que a verla, los tragos eran después de la actuación de mi admirada Althea. La conocí, que no hice para caer en ese acto, hasta un dibujo de ella en escenario, ese fue el gancho, en su atropellado portugués me dio las gracias. »De allí salimos a cenar antes del show, los domingos le enseñaba los sitios históricos de Angostura, donde un visionario de metro y medio, el siglo pasado reafirmó su obstinada empresa de libertar parte importante de este continente, él me recuerda que la utopía y el desencanto, siempre irán de la mano. Sin darme cuenta Althea estaba metida en mi taller, en mi cama, del night club se iba a dormir en el taller, entramos en una de sinceridades, me confesó que su verdadero nombre era Angelina, que estaba indocumentada en el país, al igual que todos los músicos que la acompañaban. Había arribado a estas tierras de trabajo por el Amazonas, era de Manaus, allí estaban sus hijos y un matrimonio deshecho, como toda muchacha humilde e inexperta se le había

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metido la locura en la testa de casarse de catorce años, de esa unión hay dos muchachos a quien religiosamente tenía que mandarles dinero. »Durante ocho meses estuvimos conviviendo, hasta que un día la policía allanó el night club y se la arrastraron con intención de deportarla, lo único que la podía salvar era el matrimonio, allí estaba yo como todo un redentor y salvador al rescate de su amada; me casé y allí empezó mi viacrucis. »Angelina cambió radicalmente, de una muchacha humilde se convirtió en una señora de armas tomar, sin consultarme mandó a buscar a sus hijos, quienes por mi nexo con la madre, no tenían ningún problema de ingreso al país. »Malas mañas y travesuras trajeron de su tierra, como una que ameritó la intervención de un juez de paz que nos conminó a mudarnos del barrio, sólo me permitió mantener mi taller como sitio de trabajo; los “niños” agarraron a tres gatos, los bañaron en gasolina, les prendieron fuego y los soltaron en la noche por la calle más céntrica del barrio, no era para menos esa sanción. »Nos mudamos por insistencia al otro lado del río, en una urbanización donde sus moradores tienen un ladrillo en el cerebro en vez de masa gris, Angelina empezó a trabajar en un club privado exclusivo, le iba bien, empezó con la cantaleta que a los muchachos había que nacionalizarlos, ya ella lo había hecho, tontica la muchachita; la única manera era reconociéndolos como hijos míos, tuve que acceder para no escuchar más su cháchara matinal y que a mí me descontrolaba el

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día; cómo hizo; eso es una buena pregunta porque todavía yo no sé, lo único que hice fue ir a una dependencia del gobierno y firmar unos papeles, a todas estas esos muchachos ya estaban reconocidos en su país por su padre, o sea que el acto fue ilegal, pero para lo que le importaba a la amiga. Empecé a tomar descontroladamente, me sentía utilizado, no tenía privacidad en ningún espacio de la casa, los muchachos me trataban peor que un cachifo, Angelina se trajo a su madre “por unos días”, con la madre venía una “hermanita”, para que cuidara a la doña; aquellos días terminaron siendo para siempre. »De Garota de Ipanema se transfiguró en Arpía de Manaus, pero como dice mi amigo José Roberto Duque, historiador arrepentido y picaflor de profesión: “Nada encadena más fuerte que un cabello de mujer”, yo seguía embelesado, no importaba si los cuatro frentes fueran cubiertos por raspicuis, y que las sobras que eran para los perros fueran a parar a mi estómago. »A todas estas Angelina empezó a faltar en las noches, no llegaba a dormir, cuando ella hacía presencia toda desgarbada en la mañana yo partía para mi taller, casi no cruzábamos palabras, la razón era que tenía un tórrido romance con el dueño del club, que por cierto le llevaba unas cuantas décadas por delante. »Poco a poco me fui llevando mis cosas, mi ropa, mis cuadros que adornaban las paredes del nido invadido, creo que no se dieron cuenta cuando me fui, cuando me esfumé.

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»Cristóbal, un lobo de tribunales jugado en siete plazas fue quien se encargó por segunda vez de mi divorcio, por cierto abogado raro en estas tierras de constante y sonante, amante del buen vino, hermosas mujeres, la literatura y por su puesto la pintura, con cuadros es que le pago sus honorarios, sabe tanto de los caminos escabrosos que transita la dama ciega, que ni Raiza, ni Angelina se enteraron cuando se disolvieron, ni en qué términos, nuestros nudos de guaya. Hoy Angelina es toda una señora, se casó con el septuagenario dueño del club, al hombrecito me cuentan que le dio un beriberi que lo mantienen postrado en una silla de ruedas, Angelina es dueña y señora del negocio, una que otra vez me la he conseguido en la vía, su cara es la de quien ve un leproso. »Empezar un nuevo cuaderno de bitácora, dos se llenaron de buenos momentos, con desenlaces fatales, y es como dice el dicho todo lo que genera placer es pecado, los caminos que transité con esas dos hembras me lo dibujaron. »Adriana fue lo que llaman estúpidamente amor a primera vista, la conocí en una exposición de mi obra en Angostura; mujer de gran formato, pechos grandes y jugosos, con el tiempo descubrí que eran de silicona —que tristeza— era dueña de una galería y andaba en busca de talento, eso me dijo aquella noche en que una pertinaz lluvia le desfloró el maquillaje, me comentó que en mi pintura había un toque de decadencia que le atraía, yo le contesté que me asustaba la decadencia que estábamos viviendo, sonrió di-

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ciéndome que creía que nos íbamos a entender muy bien; por supuesto que así sucedió, al mes estaba cómodamente instalado en su pent house capitalino, pintando como un jornalero, no me dejaba respirar, y cuando lo hacía me metía en su cama, no sé cuantos cuadros hice en seis meses de relación con ese ciclón del dinero, no terminaba un cuadro cuando ya estaba vendido, me empezó a preocupar ese detalle pues yo no veía el dinero, cuando quise poner las cosas en orden Adriana me puso mis bártulos y mis caballetes en el primer piso del edificio, con una carta perfumada que lo que decía en el fondo era que me largara porque había conseguido un verdadero amor, aquello me dio ganas de llorar, de orinar, vértigo y pare usted de contar; otra vez me habían usado, otra vez había hecho de tonto útil; la mujercita me robó hasta el alma. »Siempre aparece en los periódicos o la televisión, inaugurando exposiciones en su exclusiva galería que descubre “nuevos talentos”, peldaños de su ambiciosa escalera, que más fui yo sino un peldaño que ella se cansó de pisar. »Con esa otra derrota me consiguió Lucila, mi comportamiento arisco con ella se debía a esos tres golpes, a esos tres pinchazos que me crearon un antídoto contra el amor, lo demás tú lo conoces Iolanda, no es necesario repetirte esa cancioncita. »Le abrí el corazón a esa frágil y delicada mujer el día que se apareció en mi taller con un crucifijo de oro italiano, me imagino que fue en unos de esos ataques compulsivos de generosi-

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dad atizado por el comienzo de nuestra relación, todavía cuelga en mi pecho, acaricia el lado cristiano de mi corazón, a pesar que me ha dicho que me deshaga de él, porque no se deben adorar imágenes. »Para aquellos tiempos ella logró sustraerme de lo peor que me ha sucedido, de mi peor pesadilla, vivir abigarrado, despierto al sueño. Eso se lo agradezco. »Iolanda, existieron amores que se convirtieron en desamores, me desentendieron de la cotidianidad, del mundo, me internaron por estados pavorosos que tú no te lo puedes imaginar, pero lo importante es que aquí estoy, con deseos de amar nuevamente, con ganas de crear, de pintar lienzos atiborrados de color, que sean ellos los que asesinen mi tragedia, que sean ellos los que logren chamuscarla con mi alegría, con mis ganas de revivir, así como revive el ciruelo en los meses de abril y mayo para regalarnos su frutos. »La clave de tanto optimismo me las ha dado tú Iolanda, aunque no lo creas, porque he descubierto que la incertidumbre es el tuétano de la transitoriedad, cuando te conocí te evitaba, me escondía, porque estaba impregnado de incertidumbre, en la medida en que nos hemos ido conociendo, me has dado seguridad, me has dado certidumbre, hemos matado la transitoriedad, ya no somos extraños; contigo me siento bien porque comprendes mi tragedia, mis pocas alegrías, mis equivocaciones y aciertos, uno de los grandes embustes que cargamos encima los que tratamos de hacer arte, es que tanta racionalidad, tanta

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inteligencia disfrazada, tanto “glamour” termina matando el derecho que tiene todo mortal a ser cursi, ridículo, timorato y por sobre todas las cosas díscolo. Tuve un profesor de filosofía del arte que me decía: “Luis Rafael el artista que no tenga un vicio conocido es de temer”. »Praga se me hizo vivible por ese señor que sin pudor me decía que era un pintor frustrado, a él le escuche decir que un verdadero artista debe no temerle a las fatigosas temporadas en el infierno que irremediablemente vive el creador y sobre todo pisar con recelo las breves estancias en el paraíso. »Existen especímenes que viven justificando sus adicciones, no dándose cuenta que lo que “crean”es lo que nunca deberían haber hecho porque sencillamente no saben separar las aguas, no saben vivir en el áspero jardín de la creación. Amiga Iolanda, mejor pájaro blanco, el enjambre tecnológico donde sobrevivimos nos roba cada día más nuestra esencialidad humana; nos sumerge en la frivolidad y la banalidad, distrayéndonos de los fenómenos más importantes de la vida. El lenguaje tecnocrático —discúlpame si me estoy pareciendo a un fastidioso sociólogo del arte-cientificista tiene como característica innegable, inequívoca, lo yermo, que lo ha desprendido abyectamente de la belleza, de la estética, de lo sublime. »Para finalizar y no te me duermas —quisiera yo en mis brazos— el artista plástico suele sentirse conmocionado por las tragedias que le rodean, nos inmiscuimos de tal manera que lo que

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creamos, para el observador pareciese que nos hubiese sucedido en carne propia, es por eso que somos tan enrollados. »Un artista, un escritor, no respeta calendarios a la hora de tomar decisión de partir al absurdo, ayer, martes 7 de marzo —de paso carnaval— de este comienzo de milenio que no pinta nada bien, mi amigo, el escritor Argenis Martínez, se voló con un frío plomo la mitad de su prodigiosa pensante, fue en su natal pueblo llanero de San Juan que terminó el capítulo de la novela negra que venía siendo su vida; en más de una ocasión amenazó con terminar con sus días porque ya se le estaban haciendo muy molestos y fastidiosos sobrevivir en este mundo de idiotas, trepadores, rastreros, santurrones, moralistas, trasnochados, analfabetas con toga y birrete. »En fin se hartó de vivir con el alma crispada, pasmosa y petrificada al mismo tiempo, se cansó de lanzar sus arengas incendiarias. La última vez que le vi fue en el bar Las 5 Copas, cerca del periódico donde trabajaba, me contó dos chistes cáusticos: “Mi abuela se metió a minera después de anciana, reposa a tres metros bajo tierra. Mi tercera esposa era tan obesa, que una noche me levanté sudoroso, soñaba que jugaba billar con los planetas”; lo que uno hace por dinero mi estimado Lucho. Mi amigo Argenis Martínez, vivía en una ciénaga, cuna de la provocación; en una ocasión me lo conseguí en el bulevar, iba yo en compañía de una de mis alumnas a comprar tubos de óleo, ella, extremadamente delgada, con busto de niña, como dicen por ahí, me dijo

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el muy osado delante de la joven: “Lucho, una mujer sin tetas, es como andar, es como hacer el amor con un amigo”. No pude evitar el sonrojo, le dije a mi acompañante que era loco, eso no valió de nada, pues ella conocía al personaje y sus desmedidas travesuras. De mi amigo guardo muchas frases como que “Todo lo malo que he hecho es por amor a una ramera”: “Hacerlo por dinero es como perder la virginidad”; “Estoy seco por haber hecho el sexo tantas veces”; “El desencanto derriba la arrogancia que pretende transformar el mundo en una hora”. »Creo que fui uno de los contados amigos de Argenis. Pocos lo soportábamos, quizás eso contribuyo con su partida. »Tú cercanía me ha despabilado, pájaro blanco, me ha enseñado que no se puede vivir con una sepsis aguda del alma, que no se puede odiar, a Lucila hoy la veo con otros ojos, inclusive intento ponerla bien ante los ojos despiertos de Ñaño y la mente prematuramente perspicaz de ese niño. »Ya no me importa que hace con su vida, si es feliz en esa creencia que particularmente considero enajenante, pues bienvenido sea, pero eso sí, bien lejos con su perogrullada, que respete mi estado, si se quiere ecuménico, sin dogmas, sin querellas sectarias como alimento de la creencia; si quiere vivir colgada de los gritos y rebuznos de su pastor Vampirrata, que viva, ojalá que más adelante no termine ahorcada. Por los momentos mi preocupación es dejar de fumar, tengo que dejar el cigarrillo, creo que me ha manchado

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hasta los glóbulos rojos; tengo el síndrome de la autodestrucción encima, como me dijo el coyote de tribunales Cristóbal, quien tiene en estos momentos en sus manos y su cabeza la disolución de mi nudo matrimonial que me está asfixiando; vive en mi una sed demoledora de libertad, que espero Cristóbal resuelva. »Todo hombre enamorado intenta hacer poemas a su amada, no importa que el mundo haya perdido el juicio y que caminar nuestra ciudad es un difícil sendero donde lo que tiene más seguro es colisiones con farsantes escabrosos, engorrosos a la hora de desenmascarar, la calle, nuestras calles son un nocivo cóctel de dilaciones donde el arte de razonar difusamente ha muerto; entonces es el bálsamo del amor que nos hace sobrevivir, es por lo antes expuesto Blanco pájaro que te dedico estos poemas, son tuyos Iolanda: “Balada agridulce para Iolanda Gota a Gota he pensado en ti, pájaro blanco de alas frías y cantos de susurros. Blanco pájaro temeroso de lejanas sombras donde converge el nervio verde de los que no se han ido. (II) Gota a gota en duermevela, he temblado pensado estrepitosa-

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mente en el día en que pueda ser dueño de tu plumaje y que nada me sea extraño, mucho menos me parta el rayo de lo esquivo que manejas usualmente con maestría. (III) Gota a gota observando el paisaje abstracto del techo de mi buharda, te he pensado lentamente, sin barullos ni alcoholes de por medio que extravían mis ojos. Pasando de lo torpe a lo ágil he saltado la alambrada del silencio y me he convertido en un confeso combatiente de afectos atravesado gota a gota.

Orinoco (I) Ya trazada la quietud del sueño, se erigen en el horizonte barcos que albergan vagabundos incansables, ebrios de tanta variación. Y es que no es fábula que nace del morado amanerado, mi río no se parece en ningún puerto.

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(II) Entono su mágico himno nocturno, mientras la flor silvestre se derrama, sabe de la guerra, del camino espinoso de la paz. Es cuna de insomnes y suicidas cansados del tiempo. No vive la codicia frente al Missisippi, al Nilo. (III) En sus orillas he escuchado los más nobles valses de Straus, leído a Walt Whitman y sentido libre en un país de oprimidos y harapientos. Le he susurrado a Iolanda la invulnerable verdad y es: El reflejo de su figura en el agua se está convirtiendo en obsesión que en nada envidia un trazo de la mejor época de Picasso. (IV) Mi río sabe que los pintores y poetas le conversan en serio, sabe guardar y esperar, es confidente de blancos y negros secretos.”

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»Espero que gusten amiga, los hice estando tú presente, entre ceja y ceja, la pena se me esfumó, ahora te puedo decir sin titubeos y sin temblores que eres un pájaro blanco —que quisiera fuera mío— que entona cánticos en mis sueños, espantando las pesadillas que me han mantenido en el pretérito, abierto a la noche y al implacable mar de luz del día.»

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«Me encuentro en un conflicto entre la atracción que ejercen sobre mi problemas religiosos, mi conciencia y razón que me dicen lo contrario. Por esto se haya en todas mis películas algo religioso. Pero no soy anticlerical, ni antireligioso. Nunca me propongo luchar o pasarme al lado anticlerical o fomentar el ateísmo. Me limito a ser sincero conmigo mismo y a expresar lo que siento». Luis Buñuel



18.

—Anoche me dediqué a ver películas de Stanley Kubrick, hace dos semanas vi su última producción —dicen que inconclusa— porque como es de todos conocido al genio se lo llevó el sueño eterno. »Empecé con El Resplandor y terminé con La Naranja Mecánica, cada vez que veo esa película le consigo un nuevo secreto, definitivamente Kubrick siempre estará fuera de lote, es genial, yo diría malévolamente iluminado, tiene treinta años realizado ese film, y todavía guarda vitalidad y vigencia; sobre todo por estos días que la violencia no deja de ser un espectáculo vulgar, tan común como ir al baño a defecar. »Ese Londres surrealista que aborda Kubrick yo lo viví y lo recuerdo hoy con muchísima nostalgia, había un cinema donde semanalmente pasaban películas de Stanley, como no tenía perro que me ladrara y el pegoste de Roberto ni siquiera se había asomado a mi solitaria vida, veía cine enfermizamente, en dos o tres ocasiones tuve sueños con un mismo protagonista: un unicornio; soñaba que hacia el sexo con ése animal destellantemente blanco que emerge de las fábulas, su cuerno penetraba mi vagina con extrema delicadeza para así llevarme a la cúspide del orgasmo, después yo acariciaba su mastodóntico miembro viril hasta conseguir derrama-

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ra su espeso y radiante semen sobre mi cuerpo totalmente desnudo; finalmente montaba en sus ancas y me llevaba en medio de la noche sin ser advertidos por los noctámbulos a la puerta de mi departamento donde después de un tibio baño conseguía las profundidades »Insondables del sueño. Sin duda que esas extravagancias oníricas se las debo a las películas de Kubrick, abordaba la noche con esas imágenes grotescas, dantesca, desproporciónales, que más se puede soñar Rosa María después de ver una obra de ese transfigurador de la realidad. »Vivía en las afueras de Londres en una imponente mansión, en una impenetrable fortaleza, se disfrazaba de mendigo, panadero, prostituta, para recorrer la ciudad con tranquilidad, odiaba a los fotógrafos, tan es así que de Kubrick las fotos que se tienen es de una década atrás, en sus filmaciones estaba terminante prohibido sacarle fotografías, además era muy difícil percatarse de su llegada porque lo hacia siempre disfrazado, luego se introducía en un cubículo con vidrios lóbregos como sus pensamientos y desde allí manejaba las filmaciones con sus manías características, tan es así que me enteré que los protagonistas de Con los Ojos Bien Cerrados, su ultima película, tuvieron que recurrir urgentemente a sesiones psiquiátricas para superar los traumas y maltratos a que fueron sometidos en el rodaje del film. »Cuando estudiaba en la universidad en la cátedra que correspondía a suspenso tuve un profesor Irlandés cuya obsesión era Kubrick, los dos

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semestres cursados con el susodicho se refirieron a las películas y los detalles que las rodearon. »Nos puso como trabajo complementario, o una sesión fotográfica del director o una entrevista, todos los alumnos protestaron, comentaron que más fácil era tocar el cielo que lo que pedía el irlandés, tan loco y maniático como Kubrick. Casi todos mis compañeros de clase abandonaron esa idea antes las tantas barreras que tenían que saltar, sin saber al final si iba a tener éxito en tamaña empresa que había sido un fracaso para periodistas del mundo farandulero de Hollywood quienes son unos expertos en eso de enquistarse en la vida a los artistas sin descansar y por su puesto sin pedir permiso. »Se me metió en la cabeza que tenía que conseguir o una entrevista o las gráficas deseadas por el irlandés, quien de paso era un creído que lo único bueno que tenía era su catolicismo independentista; para lograr tal cometido me hice amiga de una amiga de una de las hijas de Kubrick, mujer hermosa y enigmática, militante al igual que Carol, hija del cineasta, de la religión budista, fue toda una odisea entablar amistad con Carol, muchacha insípida, con nada especial, tan sólo ser la hija de un monstruo del celuloide. »El encuentro fue en un monasterio budista en la celebración de la entronización del decimoséptimo Karmapa, aunque tal coronación era en un templo en el Tíbet, ellos celebraban con el mismo fervor y fe en este extremo del mundo la ascensión de ese niño de siete años como la reencarnación de Buda, uno de los tres pilares de

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esa silenciosa, paciente y paradigmática religión, enemiga de la violencia y de todo elemento que signifique destrucción, algo que a mi me parece una de las maneras de acercarse a un ser superior sin muchos aspavientos, sin golpes de pecho, sin autoflagelaciones, todo en ellos va por el camino de la sabiduría, de la armonía cósmica, nada está de más, lo único es la violencia, la destrucción, el equilibrio es su clave de subsistencia, la manera de acercarse a ese ser superior que las mayorías buscan desesperados para así limpiar sus conciencias empantanadas, luego saldrán a ensuciarla de nuevo porque esa es una condición sembrada como maldición en nuestra “civilización” occidental, de eso no se salvan ni siquiera los que practican dictaduras religiosas fundamentalistas, quienes viven pendientes del pecado, por eso lo cometen, se les convierte en obsesión, las obsesiones terminan enloqueciendo. »Que más se puede esperar de quien utiliza las sagradas escrituras en beneficio propio, haciendo del sofisma, los eufemismos, las argucias y las interpretaciones impregnadas de falsedad el pan nuestro de cada día, esos que le quitan hasta el derecho a respirar a sus “ovejas”, bajo el concepto de sacrificio al “Señor”; esos que conciben al mundo como un lugar amenazante que hay que destruir por orden de un poder divino; esos que se muestran cerrados y evitan intimar con “mundanos” porque viven en nichos donde es practicado un estilo de existencia moralista y punitivo, donde viven pendientes de la tentación absurda de la carne.

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»Durante semanas me estuve viendo con Carol en el monasterio, poco a poco la fui abordando, a veces en medio de aquella hemorragia de monjes que salían de todas partes con sus túnicas rojas, sus cortes al rape y sus manos unidas en señal de oración o plegaria; sin duda que Carol buscaba en esta gente el afecto que en su estrambótica casa no tenía, aquí era una reina, un ángel bienvenido, caído del penumbroso y esquizoide principado de su padre, el cual ha quedado plasmado en sus películas indisolutamente. »Carol para los tiempos cuando la conocí era una técnico en computación abstraída del día a día, cargaba los insostenibles fastos más resaltantes de su existencia, me contó que tuvo un amor furtivo con un menino integrante de la servidumbre en la mansión familiar de Hertforshire, su padre consiguió al muchacho como Dios lo trajo al mundo debajo de la cama de Carol, con su acostumbrada frialdad decidió condenarla a estudiar en un colegio de adolescentes en Viena, según él para que no siguiera perdiendo el tiempo con la servidumbre, quienes se distraían mucho detrás de su trasero apetitoso y sus impulsos, propios de una quinceañera que empieza a descubrir el gozoso acto de fornicar. »Lo esquivo de su padre radicaba en que como todo ser complicado y genial era sumamente tímido, añadiéndole que tenía un temor enfermizo a la fama por su característica vacuidad, el comparaba su reputación con un sarcoma que le iba carcomiendo sus espacios más preciados, con demonios que quebraban el cristal de un

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reparador y placentero sueño, por eso su fobia al mundo exterior, por eso su claustro y paranoia sin límites. »Confieso que terminé cursimente enferma de compasión por Carol, logré unas fotos abominables de Kubrick acariciando sus perros en el jardín de la mansión, escondida en la habitación de Carol, con una odiosa hiedra que me quitaba visibilidad, desde el ventanal las tomé, no fueron del otro mundo, pero me permitieron salir airosa con el irlandés, quien me enteré tiempo después las vendió a una revista de esas escandalosas que escudriñan la vida de los famosos; como tiempo después también me enteré que al exigente profesor lo pescaron junto a otros cineastas morbosos filmando escenas porno marginales en un suburbio londinense, se especuló un tiempo que los mismos eran autores de cine snuff, filmaban reiteradas violaciones anales-vaginales, desprendimiento de senos; cercenamiento de miembros, mordiscos sangrientos de los pezones de las víctimas, para finalmente degollarlas y picarlas en pedacitos como cualquier pieza de carnicería, esta aberración la llaman cine de extinción, asesinatos que tienen como objetivo registrar las imágenes. »Scotland Yard nunca pudo probar nada, pero para mi ese hombrecito estaba hasta las narices en ese negocio que tiene como norte filmar la “muerte real” de infelices. Como un ser puede sentir placer o diversión viendo un vídeo donde es ultrajada salvajemente una jovencita, luego con la frialdad que llevan en la sangre ciertos locos ver como le colocan en la frente un revolver

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3.80, la imagen aterradora donde la cabeza de la infeliz estalla como una patilla, dejando los trozos grises de cerebro por todo el escenario. »El sadismo es una de las características más asquerosas del humano, desde que el mundo es mundo es practicado, el circo de Roma y la “Santa Inquisición”, la crueldad erótica del Marqués de Sade y ahora esto que parece irreal del cine de extinción. »Estas escenas me rondaron un tiempo, tenía pesadillas donde me veía salpicada de trozos de cerebro de la pobre infeliz protagonista estelar de la película de mi exigente profesor irlandés, y eso que se confesaba muy creyente, muy católico, definitivamente los extremos son malos consejeros, los extremos terminan convirtiendo a ciertos seres en obispos de la perversión, militando patéticamente en la ordalía, viendo pecados hasta en los reflejos de la poceta, pretendiendo entrar al cielo sobre las llamas del infierno. »Este es un mundo de apariencias, de pequeña y ya adolescente me apasionaban las películas de Ava Gardner, mi adorable viejo italiano me llevaba a ver mi ángel, antes se tomaba una botella de whisky o tres o cuatro de vino en su defecto, lo que hacía era dormir mientras yo suspiraba viendo a mi diva derrochar talento, estando ya en la universidad vine a saber quien era, el pobre Frank Sinatra no podía levantar la cabeza de tanto cacho que le pegó mientras estuvo casada con él, era un ser desastroso, borracha, promiscua, escandalosamente bella, odiaba el cine y todo lo que tenía que ver con él, murió entre las sábanas

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del olvido, con perros de compañeros y su fiel ama de casa latina que le preparaba su plato favorito: pollo frito. »Empecé a desmontar a la Gardner de mi altar cuando me enteré lo mala gente que fue, eso me hace dudar de los íconos, de los ídolos. Uno de mis profesores en Londres me dijo una vez que lo mejor que uno podía hacer era no intentar conocer los detalles que rodean la existencia de la gente que nos impresiona, que nos brinda cierta inspiración con su manera muy original de vivir, la gente particular en el fondo carece del sentido de la inhibición, por lo tanto su vida se desarrolla en los primeros planos, díscola, desordenada en extremo, atentando constantemente contra lo instituido, no perciben la realidad, el día a día, la genialidad tiene un precio: la desgracia, y como dice mi amigo Eliécer Álvarez, el ridículo es el cáncer de la fama. »Ayer, entrada la tarde, me conseguí en el pasillo del edificio a Lucila, me vio con desdén, me quite de tonterías y le hablé de Lucho, de lo bien que le está yendo, de la profundidad con que ama a Ñaño; era como hablar con un ladrillo, no se inmutó, los gestos de su cara eran lo más parecido a un teléfono ocupado, me largó como para que todo el edificio se enterara, que seres como Lucho, de un presente inestable y un futuro ignorado están muy cercanos al infierno, si yo estaba interesada en ese ejemplar que lo agarrara completico para mí.

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»Esa mujer todavía ama a Lucho, Rosa María, lo que pasa es que el no poder meterlo en su cerrada creencia religiosa le causa una impotencia que se confunde con odio. Ahora entiendo a Lucho, es difícil, sumamente difícil vivir con una cretina, con alguien que crea un cronograma hasta para hacer el sexo, que se horroriza y confunde con pecado lo que el creador le sembró con generosidad entre las piernas para gozo pleno terrenal. »Lo ama todavía, intuyo que va a hacer todo lo posible para que él y yo diluyamos nuestra atracción, ella es el calvario de Lucho, así lo percibí, ahora es que le toca lo duro a mi amigo, lo va a desgraciar más de lo que actualmente está, así somos las mujeres caprichosas, si no conseguimos lo que queremos, por lo menos, nos conformamos con que no sea para nadie, si no es mío, si no es como yo digo, no será de nadie, así piensa y actúa esta cretina santurrona.»

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Enamorado del silencio, el poeta no tiene mรกs remedio que hablar. Octavio Paz



19. En el consultorio de Rosa María

—Claro que creo profundamente en un creador del universo Rosa María, lo que pasa es que soy reticente a creer en la protección de una iglesia, a los extremos que por lo general ejercitan las congregaciones, me parecen trampas caza bobos salpicadas de mucha elementalidad, sufro de claustrofobia severa cuando asisto a esos espacios y empiezan a predicar sobre el futuro que nos abordará implacable si no tomamos al pie de la letra sus interpretaciones muy particulares de los diez mandamientos; organizar el futuro es natural en todo humano, pero obsesionarse por el mismo es echar al bote de la basura el presente, es perder el tiempo. No niego que en estos tiempos le otorgamos un enfermizo valor a nuestro cuerpo que nos hace olvidarnos de lo que llevamos dentro, sin duda que si tomáramos más en serio nuestra alma, el lado espiritual, seríamos un poco más felices, la sociedad sería más tolerante y por ende menos injusta. »No se quien dijo por ahí que el amor es la energía que nos conecta a todo y a todos, vivir es un acto de amor, es una concesión que me ha dado el Creador, que no me canso de repetir es un gran amigo, un gran pana lleno de generosidad y comprensión infinita.

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»Me gusta respirar la belleza del río, sobre todo si Iolanda me acompaña al atardecer, la energía de mi trabajo emana de las entrañas de sus aguas, mi río es una de las patas del trípode que vengo siendo, le debo a él la violencia de mis trazos, los espíritus que reposan en la cresta de su humedad me protegen y marcan las pautas frente al lienzo, nunca me dejan solo, me protegen, me alumbran el sendero, siempre y cuando esté en mis cabales, sobrio, sin los efectos de la yerba y el alcohol que me extravían, que me hunden en la oscuridad de la tragedia, que me diluyen en la miseria lacerado por lenguas de fuego que salen del propio infierno. »He atravesado espesas aguas de excremento para poder llegar a la verdadera belleza, para poder ver con todo su esplendor el principio del día y olvidarme del huerto marchito donde tan sólo se oyen quejas; Rosa María soy un militante de la queja, un amante achacoso de la misma, que buscó a través del trazo y otras cosas mitigar la torrencial lluvia de penas, saltar el lodo de mis tormentos, borrar las escoriaciones que tantas veces me han marcado, caída tras caída en este mundo hostil que me ha rodeado. »Con decirle amiga que ya sentía que el futuro me había execrado sumido en el olvido; en las noches me asaltaban pesadillas, eran espacios como los que describía el gran Juan Rulfo: “donde se han muerto hasta los perros y ya no hay quien ladre al silencio”. »Mis ojos hundidos y vidriosos eran el espejo del infierno donde me retorcía, donde languide-

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cía, un suicida como lo era yo, prisionero del vicio, en vez de tener cabeza, cerebro, lo que tenía sobre los hombros era una licuadora prendida a máxima velocidad, los borrachos no somos aptos para la felicidad, vivimos en la complejidad, complicándonos hasta tomando agua, vivimos cargados de angustia, las noches son sombras tormentosas sin tregua, sin final. Mi última pesadilla era que viajaba en un avión que se prendía en la bruma del infinito, previo al incendio me habían perforado los ojos con un taladro odontológico, sentía el fuego en mis testículos y en las plantas de mis pies, me desperté sudoroso, lo primero que hice fue tocarme la cara en busca de los espejos empañados de mi existencia. »No quiero que me asalte el desconcierto y el miedo, no quiero vivir más en la penumbra, en el zaguán del tormento, no quiero ser más aliño del hervidero del desespero, no quiero seguirle el juego a la muerte, no quiero seguir siendo parte de las noches oscuras, no quiero seguir siendo objeto seducido por la evasión. »Un mes de diciembre me asaltó como en cinco ocasiones una misma pesadilla, estaba en el centro de un potrero atiborrado, convertido en un lento quelonio, desfallecía esquivando los cascos hiperquinéticos de caballos cerriles. »Cuando no era en el potrero, el escenario era una pestilente cochinera, los cerdos intentaban comerme las patas, desesperado me refugiaba en mi casa carapacho, esperando lo peor, sumergido en las profundidades de mi propia oscuridad; por cierto aquellos tiempos dormitaba con la luz

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encendida, como un sol, era tanto mi temor a la oscurana, no se cómo fecundaba en medio de la claridad el óvulo de las pesadillas que me sembraban en la vigilia, en el trasnocho más desconcertante, que desembocaba en estados soporíferos deprimentes. »Era habitante de un pueblo desnudado por la prosa rulfiana: “Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Aquí, así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar”. »Me encanta el Jazz Rosa María, me enamoré de él por el negro Thomas Hunter, un solitario viudo, pionero de las minas de hierro del hoy no tan acogedor pueblo de El Pao; después de sacarle las entrañas a los cerros el verde desapareció y el poblado se marchitó como una cayena decapitada; vivía cerca de mi casa, del corazón de su refugio salían las notas melodiosas y las voces de Guillespie y el ya centenario Louis Daniel Amstromg, hijo de Nueva Orleans, carbonero menesteroso, domador con su swing del Missisippi, quebrando el tedio de las partituras y por supuesto el bostezo de sus miopes y paralíticos lectores. Esas jocundas rumbas matutinas que tenían como objetivo despertar la algarabía de una gigantesca pajarera que ocupaba el centro de su búnker sembrado en mi nostalgioso barrio de infancia, yo las disfrutaba hasta más no poder. »Thomas era alérgico a las medicinas, la política, las religiones y desde que enviudó a las mujeres, su iracunda misoginia me la demostró una

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tarde invernal, mascullando me dijo: “La mujer fue hecha a partir de las costillas del hombre que, como te confirmará cualquier carnicero, no es la mejor parte”. »Todo ese estado de encierro y rechazo del negro amante y amigo enfermizo de los pájaros empezó el desdichado día en que su mujer murió de un malogrado parto, Dios se llevó a la criatura también, quien era esperada con urgencia y ternura. Ese episodio le sembró de amaranto su mirada indiferente, impermeable a tragedias y tempestades del corazón, es como me dijo una vez mi madre: “al negro Thomas se le murió un pedazo de alma”; ahora lo comprendo, ahora me es familiar su trato esquivo y su peculiar indiferencia que lo mantuvo siempre al margen de nuestro bullicioso barrio. »Su aislamiento tenía que ver con su manera exquisita de quemar las horas, los días, le escuché decir que costaba mucho tener buen gusto en estos tiempos donde los protagonistas son idiotas y mequetrefes que a cualquier balbuceo o acción pretendían darle rango artístico, ante tanto adefesio lo más sano era el claustro, el encierro, sólo así el disfrutaba de la música, su obsesión y frustración. »Thomas nunca se planteó un pacto con el olvido que le permitiera reconstruir su vida; el futuro, el porvenir, nunca le latió arrítmicamente a flor de piel, como en estos tiempos me late a mí. »Por cierto que se murió el lusitano, quien mandó a matar al loco indígena Sonrisa, todo porque se instalaba frente a la taguara que re-

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gentaba y le ahuyentaba los clientes, unos zagaletones del barrio del frente le dieron tanto palo y puñaladas que lo convirtieron en un trozo de carne amoratada, agonizó cinco días. »Cuentan las lenguas malas del barrio que tuvieron que abrirle huequitos al féretro del lusitano para que los gusanitos salieran a vomitar. »Nadie se conmocionó por su muerte, nunca le perdonaron el asesinato de Sonrisa, el angelical y apacible, quien era uña y sucio del negro Thomas, eran Raúl “Bola de Plomo” y “Sonrisa” sus protegidos, demás decir amigos. »A nuestro país últimamente Rosa María lo contentan con mendrugos de pan duro para que no agarre el sendero de la violencia, de la protesta; hay arlequines por doquier, integrantes del circo en que nos han convertido para que no razonemos, para que no pongamos las cosas en su santo lugar. »A lo que te comenté se le suma lo de la bendita globalización, que nos convierte en beodos informáticos que marchitan los pocos derechos humanos hasta ahora consagrados, nos quiebran la vasija que guarda nuestros secretos, desaparecen bajo el falso espejo de una computadora nuestras atesoradas intimidades. Somos, amiga, instrumento de poderes incontrolables, intangibles, que nos mantienen hundidos en la confusión; creemos estúpidamente en la perfección, en la castidad, no dándonos cuenta que la imperfección es lo más cercano que tenemos, principio y fin de la condición humana.

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»El síntoma de la imperfección más temido por mí, es el ridículo, a duras penas he comprendido que es sumamente difícil esconderse del ridículo, porque desde nuestra llegada al mundo tenemos en el lomo esa etiqueta, ese estigma, es por eso que mis temores son como una concha de molusco que nada penetra. »En este lúdico teatro que viene siendo la vida, el problema o complicación venía siendo en que yo desconocía las reglas del mismo, a veces me visto de indiferencia para poder vivir en este mundo bastante antihigiénico, sacrificando días, pensando nuevas incertidumbres que traerá el mañana, pidiéndole al creador, al padre del universo, que me de tolerancia y sabiduría para seguir sobreviviendo, para esquivar sin ofuscarme este mundo donde se habla mucho y no se dice absolutamente nada. »También para gozar con dimensiones excepcionales los obsequios que me da el creador, Iolanda es uno de ellos, estoy muy enamorado, como un quinceañero, convergemos en muchísimas cosas, definitivamente con lo que no estamos de acuerdo es en el cine, mientras a ella le interesan los rollos existenciales llevados al celuloide exageradamente por el judío Woody Allen, a mi me divierten los vacilones de Mario Moreno Reyes, por cierto ayer se cumplió un año más de su nacimiento, ese desgarbado, rico de talento y condición humana; con su harapo al cuello, una lengua mugrosa de tela que hace de corbata, camiseta agujereada y pantalones raídos y caídos.

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»El que no se ría con Cantinflas no tiene corazón, ahí su legado: Los Tres Mosqueteros, Gran Hotel, El Supersabio, Un Quijote sin Mancha, El Bolero de Raquel, El Barrendero... y pare de contar tantas películas hechas por ese genio que se caracterizó por pinchar con humor las almas de esta humanidad hoy en decadencia, su épica del sin sentido que tantas carcajadas me ha arrancado. »Yo no estoy ya para esos rollos, para la complicación, que tanto ve mi querida Iolanda, un individuo como yo, obsesionado con la muerte y la religión, neurótico, adicto al diván del psiquiatra, fracasado con las mujeres, con un poco de inteligencia; no puede seguir masturbándose con películas seudo eruditas, prefiero la trivialidad y la sencillez, la risa antes que el llanto, y mira Rosa María que de llanto y tristeza yo se bastante, no hay dudas. »No sé si es peligrosa mi tolerancia, está rayando en la indiferencia, es como la verdad que termina siendo también peligrosa cuando va en contra de intereses y personas, o la fe cuando raya en la santurronería arrogante, o cuando se es dueño de un halo de belleza y se le marchita con vanidad, o el concepto de lealtad mal entendido, no se le es fiel a una persona cuando se ejercita con ceguera y despreocupación, la lealtad tiene que ver muchísimo con decir de una manera apropiada las imperfecciones y los devaneos que por lo general hacemos antes de meter la pata hasta las honduras del dolor, para ser más claro Rosa María, la lealtad no puede ser sinóni-

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mo de incondicionalidad, de ser así estamos ante una relación enferma. »Hoy agarré la mañana con optimismo ilimitado, de hecho estoy aquí demás de animado y parlanchín, escuché antes de abrir sus inmensos párpados el sol el trinar de Mercedes Sosa, en definitiva, soy un tonto nostálgico que a través de la voz de Mercedes quiere reeditar el pretérito, escuchar sus añejas canciones me siembra un optimismo extraño en el pecho que me convierte en animoso mortal que busca en los entretelones del día lo bueno y hermoso de esta tierra custodiada por ríos. »Observé un retrato de la Madre Teresa de Calcuta que reposa a un costado de mi desordenada mesa de dibujo, definitivamente es increíble que en ese cuerpo diminuto, mágicamente menudo, estén atesorados la constancia, la dedicación, la sabiduría y sobre todo su ilimitada capacidad de amar y servir sin esperar más nada que mitigar la miseria y soledad de tanta gente sin oportunidad, el mundo no es el chiquero que aparenta, todavía hay generosidad, fe y sobre todo amor de donde agarrarse. »Vi en la televisión algo que es ya muy común en estos tiempos virtuales donde los que más tienen parecen ser víctimas, están preocupados por una serie de medidas económicas que atentan contra la obesidad de sus bolsillos, me dan vergüenza estos especímenes, por supuesto Rosa María que apagué el televisor tristemente decepcionado; tristeza me dio porque uno de esos llorones empresarios lo vi hace poco defendiendo

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a su hijo asesino, el niñito de bien después de alterarse y envenenarse las neuronas con drogas y alcohol solía salir con otros amiguitos a rociar en gasolina a los indigentes de la noche, los recolectores de la miseria convertida en latas de aluminio, hundidos en una euforia satánica, les lanzaban fósforos encendidos convirtiéndolos en pocos minutos en amasijos chamuscados inservibles hasta para los gusanos, él como buen padre salió en defensa de su hijito, él está completamente seguro de que su vástago es una víctima de los cuerpos policiales quienes le han inventado toda esa monstruosa historia para empatucarlos, lo de la gasolina, la droga y estar en el escenario del crimen fue todo un montaje de la policía, eso que con lágrimas en sus mejillas denunció este prominente hombre de negocios que en lo único que se ha preocupado en su vida es en engordar sus bolsillos a costilla de los que menos oportunidades tienen, de las mayorías, las eternas perdedoras aquí y mucho más allá. »Es de preguntarse qué resortes mueven este desierto de crueldad donde nos contraemos, donde sobrevivimos. Cómo conseguirle sentido a la existencia en este archipiélago donde adolecemos de hambre y de sed espiritual que esté en armonía con la esencia de la solidaridad. Cómo evitar indagar en el sin sentido de nuestra hoy comatosa condición humana que se mueve apáticamente entre cierta frivolidad que trata de hacer el bien y el tan común y ordinario mal que va de la mano ahora de la gélida indiferencia convertida en desprecio.

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»Verbigracia, no es verdad que la mayoría de nuestros actos son un remiso sofisma que ya lo que me produce es un desidioso bostezo, vivimos un amancebamiento drástico con la mentira, vivimos tapándole la luminosidad a la verdad, que valga la pena decir, por ella murió Cristo, es por eso que somos unos reincidentes deicidas, acudimos diariamente a la juerga de la falsedad sin aparentemente tener ninguna huella de arrepentimiento, sembrados en el marchito matero del olvido. »Vivimos en un mundo absurdo donde cada habitante trata de imponer su “verdad”, para ser más pormenorizado, cada quien defiende su territorio de las garras del intruso, no importa que en el intento rueden lágrimas y cabezas, este es un universo individual donde cada quien defiende lo suyo a base de estulticias y paupérrimos argumentos, lo importante es sobrevivir. »Rosa María, a mí que alguien me explique por qué en mi barrio de infancia los hombres tienen la sinhueso más venenosa que las mujeres; parece que todos hubieran nacido y crecido en la hermosa Villa del Yocoima, donde los hombres hace un centenar de años le quitaron su papel ancestral de chismosas a las mujeres, el ejercicio de la cháchara perniciosa es muy común entre hombres, este es el único lunar que he conseguido en la Villa de las mujeres hermosamente peligrosas. »Recuerdo a Lois Valenzuela, quien después de una breve estadía en la escuela de historia en la Universidad Central y en la guerrilla izquierdista, le quedó el gustico de vaciar las bóvedas

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bancarias y las vidrieras de las joyerías donde acude la frívola y metálica “jai” citadina, un mal día lo pescaron y lo enviaron sin ver a los lados para la cárcel dorada, salió prometiéndole hasta a los perros realengos convertirse en hombre de bien, se dedicó a la promoción deportiva, el problema estribó en que siempre se anotaba con los perdedores. Su penúltima travesura fue dárselas de artista plástico, a más de un ingenuo le pegó por el pecho uno de sus cuadros adefesios, a mi taller iba con bastante regularidad, me llevaba yerba y algunas botellas de ron barato, cuando me descuidaba me robaba, más de un lienzo me tumbó, le borraba mi firma y le estampaba la suya, ¿así quien no es pintor?. Me comentaba una de sus tías, con gesto de orgullo en la cara, que al Bugs Bunny le va de maravillas, hoy en día es uno de los cosmetólogos más cotizados de la capital, se la pasa en París y los países vecinos en congresos y otros trámites relacionados con la pasarela y la belleza femenina. »Tremendo hijo este que parió mi barrio, hasta yo en ocasiones me siento un tanto orgulloso de Lois Valenzuela, el popular Bugs Bunny, a quien le deseé en más de una ocasión le saliera una hernia en la lengua para que dejara de estar prendiendo las calles del barrio con la insidia odiosa. »Por cierto que los dientes volados que ostentaba y que le dieran paso a su popular remoquete hoy lucen perfectos, parejitos, como si fueran de fábrica, no de una trabajosa y muy creativa cirugía buco facial.

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»Nunca se me olvidará una de nuestras andanzas de muchacho, fue en el Bar La Colmena, de madrugada, llegamos y quebramos todas las bombillas que daban luz al estacionamiento; con la oscuridad como cómplice inmediato robamos todas las baterías y aparatos de sonido de los carros de los clientes, quienes se encontraban observando ebrios el espectáculo grotesco que escenificaban las abejas moradoras de la agria colmena. »Tampoco se me olvidará el día que se fue para la capital derrotado, sin esposa y más limpio que talón de lavandera, tuve que comprarle un pasaje de última clase en las chatarras que salen cerquita de nuestro barrio, me dijo: Lucho —fijando la mirada en los cubitos de hielo de un vaso con whisky que temblaba en sus manos— ésa mujercita es una mosquita muerta, quiebra la loza íntegra con su carita muy bien lavada y planchada, moralista de pacotilla, que vive reprimida, pero cuando le sale a flote el demonio que lleva por dentro hay que correr porque te atropella, es una actriz de alto vuelo. »Mi amigo Lois Valenzuela se fue castigado también por la lluvia que ese día no paraba de caer, lo despedí en la terminal, iba más borracho que estropajo de mercado, sintiéndose como un coleto utilizado para limpiar vómito, así me lo hizo saber, si se acercaba a una postura de excremento no iba a existir ninguna diferencia. »No cuestiono a la mujercita, el Bugs Bunny se acostumbró a vivir de la trampa, lo más lógico es que la agraciada criatura que tuvo como mu-

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jer terminara hastiada, cansada de tanta mentira aprendida en los pasillos de su vida díscola. »Pero me alegró inmensamente que el amigo le haya conseguido sentido a su existencia, no se puede vivir entre dos aguas, se termina empapado, de verdad me siento alegre por sus éxitos. »Esa tragedia amorosa me acuerda de Lucila, ella está inmersa en su religión, por mí, me dejó el pelero con toda la razón del mundo, quien puede vivir con un vicioso, con un ser fuera de equilibrio, siento un gran dolor de conciencia por el daño que le hice, por el tiempo que le hice perder, ahora se la pasa forrada de ropa en estos parajes calurosos en nombre del evangelio, obviando el pecado enfermizamente, yo soy el culpable de que una mujer tan hermosa e inteligente sea presa de una creencia absolutista, anestésica y amnésica, dándole a la sinhueso sin parar, idolatrando hombres, en vez de crear un canal directo con el Padre, como hoy gracias a Iolanda lo tengo yo, porque parar las manecillas de la bomba de tiempo que venía haciendo con mi vida de adicto es obra del Padre, del gran pana amoroso que es mi Dios, redescubrir afectos, olores, sabores y el amor que hoy siento por mi amiga fotógrafa es el mejor regalo que me ha dado el Padre; retomar la creación, transmitir mi pensamiento plástico con la facilidad con que se pesca en un barril. »Quiero que desaparezca de mi esa imagen de insoportable, de zombie patético que aruña el muro insaltable construido por sus demonios, quiero dejar de ser un león de la selva que vive y le espera la muerte, en completa soledad.

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»Rosa María, yo era tan desastroso que hasta la basura me tenía miedo, un soberbio que asumió un nicho de excremento y se alimentaba de estiércol, es por eso que a veces tengo que verme en el espejo para presentarme yo solo, había perdido hasta el sentido de la personalidad, como en una ocasión me lo hizo saber mi amigo el poeta Luis Urbano Bello, por cierto que lo vi en estos días y me regalo un texto que decía más o menos: “Soy un hombre absoluto, privado, a diferencia de los honorables hombres públicos, que se deben a él y se esconden de él (público). Soy privado, íntimo, preso del interno espacio de mis pensamientos, de mis dislates que después de las rejas se quedan prendidas en los desmesurados ojos de los transeúntes, solo y solo, pero nunca público”. Últimamente el poeta está muy profundo, hablan de que tiene una tuerca fuera de tornillo, para mí es que está pintando y escribiendo en serio, esos comentarios provienen de la gente que lo odia cordialmente, es demasiado incisivo, yo diría torpemente incisivo, como todo artista es un alijo de pequeñas y grandes tormentas, es un genio signado por la volatilidad, es por eso que tiene que ser libre, atarlo a una relación amorosa es matar su creatividad, su originalidad, nunca me lo he imaginado, con mujer e hijo, me dijo en una ocasión en que nos fuimos de batahola, entre la bruma que alimentaba nuestros sendos porros encendidos, que si no fuera por los vicios no podría soportar el oficio, eran como los buenos recuerdos convertidos en su único patrimonio, que sus fracasos eran lo único que tocaba y

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últimamente respiraba, su lucha era para que los mismos no se convirtieran en su vida, su mundo es ancho y largo, espinoso y escabroso, pero hermoso en detalles, aunque sentía que cada día moría un trozo de él, aunque últimamente experimentaba la sensación de sentirse como un perro callejero arrollado por una funeraria, aunque viéndome con cara de derrotado me dijera que lo lastimaba en extremos el haber descubierto que la primera de todas las fuerzas que dirigen al mundo es la vulgar mentira. »Mis estados depresivos guardan las características de los de mi amigo Luis Urbano Bello, solamente que él no guarda pesadas cargas de conciencia como las que me aplastan, con Lucila y con mi hijo Luis Antonio, mi aliciente es que por lo menos ella se siente bien donde está, no importa que sea una gran evasión, un gran teatro donde los actores están más fundidos, más chiflados que yo, no importa...»

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Uno no puede ponerse al lado de quien hace la historia, sino al servicio de quienes la padecen. Albert Camus



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Domingo Me llamo Iolanda Teresa Bruno Freites, de profesión cineasta pero que ante las muchas complicaciones y vicisitudes que se presentan en el camino para ejercer con dignidad la mencionada profesión me he tenido que conformar con ser fotógrafa. Si, tengo un Foto estudio donde acuden las personas para contratar mis servicios, el cual no es más que congelar sus pocas alegrías o sus tantas tragedias a secas. No hay término medio, a menos que tomar foticos para pasaportes o carnet pueda ser un término medio en este oficio. Prefiero la pasividad rutinaria de las gráficas a tener que hacer películas deficitarias que nadie o casi nadie verá; o en peor caso ser una rutilante estrella del mágicamente asqueroso mundo de la publicidad de estos días. Decidí escribir este diario de notas harta de los especialistas de la conducta y la locura; quizá arrojando en papel mis escasos aciertos y muchos tropiezos consiga un poco de comprensión a los tantos espacios oscuros que me acercan al abismo. Mi última relación profesional fue con una loquera hermosísima que cosa rara, casi no hablaba, asentía o negaba con su pensante que lucía un corte ajustado al gusto varonil.

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Temí descubrir en mi la gota derramadora del vaso, lo que menos me gustaría ser es lesbiana, ya me parecía sospechoso que una mujer tan interesantemente hermosa fuera también inteligente, eso es un estigma que llevamos las mujeres en la espalda como desgracia, que no se crea que soy machista, no, lo que pasa es que Dios hace las cosas imperfectas para así darle un sentido de funcionalidad al mundo. Finalmente mi amiga siquiatra Rosa María, quien escuchó con supuesta atención todo el embrollo existencial por donde he pasado, terminó sacándome su apetitoso pompi; empezó diciéndole a su asistente que estaba ocupada, o de ser la primera en la consulta pasé a ser la última, esta táctica surtía efecto, ella sabía que me abrazaba el tedio cuando de esperar se trataba. Terminé dejando las cosas de ese tamaño el día que me dijo con una sonrisa generosa que buscara a Dios pues ella ya no me podía ayudar. Cuenta me di que Rosa María es tan complicada o quizás más que yo, pero sobre todo es humana, eso me ubica en el cruel terraplén que ocupo, uno idealiza esos loqueros que nos ponen a hablar como cotorras, no dándonos cuenta en el fondo que ellos tratan el asunto de una manera asépticamente impersonal, como ellos suelen decir “profesionalmente”. Recuerdo que me dijo que uno de mis problemas era que yo buscaba afanosamente el sentido de todos los movimientos que me daban vida; y me pregunto qué culpa tengo de haber sido construída por el ser superior con ese detalle —según ella— como defecto.

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Mi problema es que la asocié con un estado de salvación que no es más que utopía; ella está conformada de uñas, pelos, huesos, carne, vanidad e inseguridad, así de simple es la cuestión, yo soy lo que más se le parece a un decápodo que tiene por casa, por morada, una esférica de cristal que no vaticina el futuro. Admito que llegué a tener estados de mejoría transitorios durante el tiempo que estuve bajo la mágica presencia de la susodicha especialista, descubrir que fueron producto de mis interminables monólogos y sobre todo de la novedad, hasta ahora ningún siquiatra me había dado tanta libertad en las terapias y sobre todo me daba la posibilidad de descubrir yo misma la semilla del mal, eso me ha ubicado lastimosamente en la realidad, en mi ínsula, donde según Lucila, la madre de Ñaño y esposa de Lucho, tengo por compañía a Belcebú. A veces uno regresa bruscamente a lo que fue, el atolondramiento es el plato del día, eso me pasó cuando abordé con sabor a derrota estos parajes de hormigón que me vieron crecer, venía con un título bajo el brazo que me acreditaba como cineasta, dejaba atrás un Londres enfermizamente civilizado, un divorcio marcador del cual escribiré más adelante y unos contadísimos amigos que contribuyeron a hacerme más vivible mi estancia de apátrida en aquellas frías tierras que no tienen paz con la miseria. El sentido de oportunidad de mi madre me aventó a aquellos lares. Era el tiempo del mandato del hombrecito que caminaba y daba la mano,

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inventaron un programa de becas con nombre de prócer y yo iba allí como ternera al matadero, sin saber que iba a estudiar, porque eso lo decidió mi madre, me enteré cuando empecé el curso de idiomas, que lo mío sin chistar eran las ciencias cinematográficas. Es así como creyéndose una que se la está comiendo por agarrar el cuerpo entero de la oportunidad se hunde en la desgracia y el desarraigo. Si, es cierto que era conflictuada, el tiempo que incineré en Londres me terminó de graduar en estas lides. Todo gracias a mi queridísima madre que siempre ha querido vivir por mí y no se diga la vida de mi hermana Eugenia que se ha convertido en un calvario por los intentos de suicidio, pobre hermana. Lunes Cómo empezar esta segunda parte de mi rompecabezas, ya lo tengo, creo que ya lo tengo. Soy divorciada, con un hijo que se llama Efraín, me nació sordo mudo, no lo tengo conmigo por un dictado judicial que me declaró incompetente para criarlo, según reza en el escrito soy desequilibrada mental y con una marcada tendencia depresiva aliñada por inclinaciones autodestructivas. Detrás de este edicto está la mano corruptora de Roberto, mi ex, que dejé en Londres por adicto a cuanta porquería que drogara había, no hay alguien más desequilibrado que ese infeliz cuando no tiene que consumir; es bueno preguntarse entonces quién es más autodestructivo, él o yo.

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Vuelve a tocar mis ánimos la distimia, esta vez trajo en sus alforjas el recuerdo de Efraín, en donde estará y como estará ese trozo de mí, no me canso de ver la polaroid que me hizo llegar al foto estudio en correo expreso, en ella luce una gorra de los Yankees de Nueva York, cuelga de su ceja derecha un piercing, mi hermoso vástago hace todo lo posible para ser normal, creo que es más normal que el padre y yo, el hecho de que se exprese por señas creo que le da más inteligencia, lo hace más lúcido y hábil ante este mundo de pirañas, ante las imposibilidades esos seres especialísimos desarrollan sentidos y métodos de supervivencia asombrosos, no creo que un sordo mudo tenga tiempo para deprimirse, para molestarse sí, en este mundo de vulgaridades y seres convencionales, fastidiosamente predecibles, es mucho lo que tienen que batallar para abrirse un espacio de respeto, una brecha de mediana comprensión. Quisiera ser víctima de la amnesia, que este desierto donde he vivido traumatizada fuese presa de sus garras umbrátiles, no quiero seguir siendo otro despojo lanzado al vacío por el padre de Efraín, no quiero pertenecer más al martirologio de Roberto, cómo hago, vivimos presos de esos capítulos imborrables, de ese libro que con el transcurrir de los días nos vamos convirtiendo, soy pendular, paso de un extremo a otro, en esta urbe de urgencias creo que la mayoría medianamente informada es así, ser sensible en estos días es lo más parecido a una patología incurable, lacerante.

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Trato al máximo que el recuerdo de Efraín sea una tristeza escondida, pero es demás de pesada y creo que está de más decir lo peligrosa que se torna a medida que pasan los años y me abrazan los garfios de la soledumbre, es por eso que escribo en este intento de diario memorioso cuando me invita el desgano a compartir su lecho friolento. Esas imágenes que componen mi pasado londinense al lado de Roberto salen como ruinas dispersas de la bóveda de mi memoria, en más de una ocasión me han invitado a renunciar a la vida, es allí cuando salgo a la calle en busca de su sucesión de sonidos desordenados, estrepitosos, allí el suicidio se aleja como ave de rapiña. Quisiera a veces perder la identidad de lo que fui cuando los primeros rayos mañaneros me convierten en una apaleada del descreimiento en este caldo insípido que ahoga mis adentros. Este mundo donde utilizamos la razón más para aplastar que para erigir, más para asesinar que para vivificar, este mundito de oportunistas que pierden ante mis globos oculares sus ángeles en el mar de la sobrevivencia, sin valores morales, intelectuales, mucho, menos lo que siempre me ha preocupado como creadora: sin valores verdaderos que emanen de lo estético. Cerramos capítulos diarios llamados días, puerta y levante del poniente, retorciéndonos en el mal gusto, en lo fétido hecho instrumento de gozo, en definitiva estamos cohesionados en torno a lo procaz.

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¿En dónde se escondió el esplendor de mis días de infancia? Al lado de mi amoroso padre italiano, trasegador incansable de licor, conversador infatigable del triángulo de inmigrantes mágicamente diferentes. Dónde están los hilos lúdicos que movieron mis días de adolescente despreocupada, a dónde se fueron, el avance lastimoso del tiempo los engulló. Mi consentidor padrino Serafín, quien me rebautizó con el cariñoso Gutha, me dijo Gutha y Gutha me quedé, hasta mis familiares en Italia en sus cartas me llaman así; mi uraño padrino que un mal día tomó la trágica decisión de suicidarse metiendo el dedo en un zócate y su pie desnudo en la boca de una poceta, antes había prendido fuego a su posesión y sacrificado sus únicos compañeros; una manada de feroces pastores alemanes, que por instrucciones solo de él permitían que yo los acariciara y sacara a pasear los fines de semana por los recovecos de su acogedora finca. En definitivo, no es cursilería eso de que nuestros primeros años son lo más hermosos que nos toca, se fijan, se incrustan, en nuestros movimientos futuros, trasladarse al pretérito suele ser entre lo anacrónico y lo doloroso, pero sobre todo nos deja una sensación de gozo reconfortante. Cómo olvidar cuando paseaba mi tierno trasero de ánade por la plaza de la Villa del Yocoima, bajaban estúpidamente las mandíbulas los machos edecanes de la estatua de nuestro trágico prócer libertario. Como añoro aquel primer contacto con el sexo opuesto, fue en el parque Maychaca, con mi noviecito medio turulo de asombro

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al palpar que al fin me había decidido a desprenderme de mi pesada virginidad, fue un acto de lucidez, a tantos años de distancia hoy lo veo así, no nos atrapó ningún vestigio de violencia, nada fue desvergonzado, en ese acto que desembocó en un hilo imparable de sangre que me consagró como mujer. Recuerdo como ayer, y cierto gozo me incita a la masturbación, el pene ciego en busca de mi hendidura hermética, intentos fallidos que se convirtieron en firme disposición, en penetración dolorosa al principio y gozosa después al sentir el semen tibio correr de mi vagina a la entrepierna, todo aquella magia de aquel domingo debajo de unos vetustos apamates acicalados por las tenues lágrimas escapadas del torrente de mi río de aguas oscuras corrientosas. Fue un ocho de marzo, ironías de la vida, día de las sufridas mujeres, de las idiotas mujeres que se atreven a celebrar como si fuera el día de las mascotas o el día de la lactancia materna, todas olorosas a perfumes que alejan hasta los insectos, rodeadas de bisuterías escandalosas, acuden ante la estatua del padre de la patria para ofrendar un ramo de flores, el discursito de orden y todas las tonterías habidas y por haber pasa ese dichoso ocho de marzo en que nosotras creemos que nos las estamos comiendo, desquitándonos de tanto atropello, soberana estupidez, soberana cretinada. Un día de la mujer perdí mi himen, empecé a caminar con libertad por los pasillos sórdidos de la vida, sin otra arma que mi enfermiza inteligencia, estado vehemente que desnuda este mundo de pusilánimes empecinados en acabarlo por la

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patológica indiferencia que se ha apoderado de sus cerebros, mi país, este país, sin petulancia me atrevo a decir que es el más hermoso y completo del mundo, lo escribo yo que he viajado, que he visto otras realidades, pero quienes lo gobiernan sufren del síndrome del optimismo iluso, irresolutamente nos llevan al matadero como cualquier vulgar cordero. Sálvanos mi señor porque no saben lo que hacen. Martes Hoy es martes, llamé a mi asistente para que levante la Santamaría del foto estudio, suelen ser los martes vacíos y sensuales como una alcachofa sin cosechar. La ciudad amaneció espesa por la caliza que se ha apoderado de sus ventosidades, los obreros siderúrgicos cumplen hoy veinte días de justa huelga, me preocupan, si le comentara esa preocupación a Rosa María de seguro me diría que eso no es mi problema, ya que soy una mujer inteligente y hermosa que debe estar pendiente de buscar la compañía adecuada para que le caliente el otro costado de su cama, previa firma del contrato nupcial; así somos la clase media, patéticamente egoísta, tristemente individualista; soy y no soy de ella, repito, me preocupan los obreros, los que menos oportunidades tienen en este mundo salvajemente desigual, ¡Al bledo los globalizadores y su monserga! Que toquen el techo del infierno los cultores de esta sociedad de plastilina idiotamente light, Estoy cargada de mucho resentimiento, sólo el papel aguanta.

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Buscando unos negativos añosos, conseguí una foto más añosa que me recuerda mi paso por el colegio mixto de las monjas de Fátima, aquella manada de españolitas severas que me introducían a fuerza de pellizcos y jalones de oreja en el supino mundito de las buenas costumbres y los correctos modales de una futura señorita de sociedad; en la amarillenta imagen se nota la carita pícara de Francisco Antonio, quien cuando nos formábamos para rezar o cantar el Himno Nacional se adhería a la punta de sus zapatos un trozo de espejo para verme las pantaletas, él fue a quien consiguió mi madre tocándome mis tiernos genitales una tarde que cumplía años mi hermana Eugenia, por poco nos mata a los dos, creo que desde ese día mi madre insistió en mi condición anormal, en mi inclinación por la mala vida, ese fue su argumento para descalificarme ante mi padre, que sentía una marcada inclinación afectiva por mí en vista que era evidente mi fragilidad emocional, papá y mi padrino Serafín eran los protectores, mis ángeles de la guarda ante los atropellos físicos y subliminales de mi madre que insistía también que aquella protección era enfermiza, nada sana para mi futuro crecimiento, en el fondo eran celos con patología incluida, de eso hoy no me queda ninguna duda. De Lilito, alias Francisco Antonio, sólo sé que tiene como diez hijos en escalera y está incapacitado con una enfermedad respiratoria y un gajo de hernias discales que le cuelga de la columna vertebral, lo están secando y jorobando poco a poco, pasó 25 años pegado a las pestañas de las

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celdas en la fundición de aluminio, no he querido verlo, mejor guardo su imagen de niño hermosamente terrible que hacía perder la compostura a la manada de españolitas severas a quienes les debo las pocas buenas costumbres que me quedan. Empezaron a desprenderse las primeras lluvias de mayo, me hunden en el túnel de la nostalgia, ese frío acogedor que se apodera de estas tierras exasperantemente calientes, me reconforta y no me motiva a salir a la calle, me quedo enclaustrada, revisando mi inventario de recuerdos, viendo en la televisora regional los programas que me embelesaban cuando niña-adolescente, los otros canales son centrífugas que despiden violencia y mal gusto, la otra opción es disfrutar una vez más los videos de Cantinflas; Kubrick; Almodóvar; Kurosawa y el infaltable Chaplin; me arrellano en mi poltrona italiana de ébano con un tarro de cotufas, de esas que ponen a vibrar al microondas. Ese ostracismo me sienta bien en estos días nostalgiosos donde hace falta la compañía de un buen espécimen masculino que me ponga a caminar los umbrales amatorios del fornicio, no como en los últimos tiempos en que compartía lecho con Roberto, los orgasmos se me convirtieron en pasajes tristes que me inhabilitaron por un tiempo para el sexo; no sé como pude salir embarazada de semejante patán, de semejante cretino, por más inteligente que una sea siempre el resentimiento y cierto odio se nos instalan desgastándonos, mellandonos.

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Recuerdo cuando paseaba mi trasero de ánade espléndido de candidez por los vericuetos de la Escuela de Cine Londinense, Roberto era una rémora insufrible que poco a poco se fue posesionando de mis espacios. El principio fue como siempre lo planeamos las mujeres, nos sobra inteligencia para entrampar a los machos, esperé pacientemente el momento adecuado para entregarme, un día en que dejaba esa abominación natural llamada menstruación permití entre cierta resistencia complaciente que me dejara como nos lanzan al mundo, los consabidos lloriqueos, el cuentico de la virginidad, las gotas de sangre en la sábana que daban veracidad a mi resistencia, impericia fingida en el acto; cómo se ufanaba el imbécil al creerse mi único dueño, cómo insuflaba vanidad inicua a su humanidad de macho utilizado, en el fondo lo que hice fue utilizarlo, de otro orden es que pagué bien caro ese estado de lucidez enfermiza, se me convirtió en una cruz de plomo una vez que descubrí mi incompatibilidad para vivir con aquel trozo de carne procaz que necesitaba de cualquier porquería que drogara para poder cargar con lo pesado de su mediocridad, tan sólo era un hombrecito muy bonito, muy solicitado que se acostaba con la facilidad de las rameras ante los billetes con cualquiera, descubrí también algo, la promiscuidad no agota a las hembras, a los hombres sí. Quisiera ser una mujer que no mira hacia atrás para así no perder tanto tiempo, pero el pa-

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sado es mi prisión, inclusive mi aversión por los loqueros se debe a ese afán de ellos por jorungarle a uno las llagas del pretérito, sé que Dios me librará algún día de ese mirar obsesivo hacia atrás, lo siento, lo anhelo, eso tiene que consagrarse sin sacrificar mis capacidades, menos mi esencia humanista de ver y sentir la sociedad, lo que menos quiero ser es una estúpida sumergida en las aguas de la banalidad y la indiferencia, una triste boba adornada para cazar el futuro viendo las vidrieras de los centros comerciales de moda, de los novísimos centros de consumo de lo insustancial e innecesario. Miércoles Al mediodía de hoy me hubiese gustado almorzar con Lucho ese suculento carpaccio de avestruz que descubrió mi paladar por su iniciativa, que ahora se ha convertido en costumbre de mi parte. Lo fui a buscar a su estudio taller y uno de sus alumnos me dijo que tenía dos días que no pisaba sus umbrales, dejé una nota para que me visitara esta noche pero no vino, es madrugada, la llovizna que se desprende con parsimonia ahoga las plantas del balcón, ojalá con Lucho no esté pasando lo que me estoy imaginando, cuando se desaparece es porque tiene una de esas devastadoras crisis alcohólicas, es dramático verlo pelear con los demonios que lo atormentan, es desesperante observarlo intentando salir del laberinto, círculo infernal de su enfermedad.

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Semanas atrás dejó en mi casillero postal un sobre con una nota escrita confusamente, sin duda estaba ebrio, un CD de Frank Sinatra donde se nota con sobre saltador su preferencia por I Love París, qué pintor no ama París; ciudad que no me trae buenos recuerdos, la visité en compañía de Roberto y Efraín nacido de días, allí me dejaron entrever la anormalidad de mi niño, ciudad luz para todos, oscura y trágica para mí. Volvamos a lo que me mortifica, ésa vida díscola que lo mantiene tambaleante frente al abismo de la muerte. Lucho es un artista excepcional pero malogrado por el alcohol y en segundo término la hierba, qué artista no cojea de un pie, peligrosos son esos sin vicios aparentes, nada bueno se puede esperar de alguien que trasgreda las normas creativamente y que aparentemente no sufre el cataclismo de sensibilidad donde se desenvuelven los hacedores de percepciones sublimes que quiebran el espejo de la cotidianidad. Él es lo más parecido a esa canción de Fito Paéz que insiste que “hay que correr el riesgo de levantarse y seguir cayendo”; vive parándose y cayéndose, creando y desvaneciéndose ante el líquido dulce-amargo instigador de su insolencia como me lo comentó la última vez que hablamos, se retuerce en su infierno paradisíaco pintando con los colores que le ha dado miserablemente la verdad de vivir al desnudo, sin apariencias ni eufemismos engendro del síndrome del avestruz.

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Me atrae ese macho, creo nos parecemos, está tratando de superar su separación de Lucila, me ha insinuado algunas cosas pero lo siento con mucho temor a entablar una nueva relación, no es para menos, con esta es la tercera tragedia que le ha tocado vivir, se ha buscado las personas menos indicadas para compartir, yo no puedo hablar mucho, lo mío también es de llorar. De llorar sentado en la sala de baño del sanatorio es lo que le pasó a Lucho con Lucila y que los ha llevado a la traumática separación. Lucila es médica, pero un mal día decidió sumarse a una de esas sectas religiosas que lo primero que le prohíben a sus adeptos es pensar, los esclavizan mentalmente, siempre que veo estas manifestaciones de fe religiosa me recuerdo de lo que en una ocasión dijo Andrés Malraux: “el siglo XXI sería el siglo de las religiones o no sería nada”; ahora la mujer presume de santa o sacerdotisa, abandonó la medicina en vista que el único que cura es su Señor, se la pasa con un reverendo para arriba y para abajo, se especula que con el hermano Vampirrata le montó y monta cuernos, ve pecado hasta en los actos más insustanciales, maltrata a Ñaño en nombre de Dios pues dice que tiene las malas costumbres de su padre; el niño tiene inclinaciones por la pintura. Siempre que la veo subir las escaleras del edificio con su vestido hasta los tobillos y su cabeza cubierta con un trapo veo en sus ojos la locura conviviendo con un profundo resentimiento, no quisiera por nada en el mundo estar en el pellejo de mi amigo, pobre hombre.

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Jueves Retomo mi cuaderno fucsia de notas satisfecha, engordé de ánimo viendo una vez más Zorba el griego, una vez más reafirmo mi predilección por Anthony Quinn, es de lo mejor, además a sus ochenta y tantos años no ha perdido la candidez, las ganas de vivir, se dejó de su esposa y tuvo un hijo con su secretaria 50 años menor que él, está bien ubicado en el mundo, sus primeros hijos y su esposa dicen que enloqueció. La única nota discordante de este día luminoso fue que leí en las primeras páginas de los diarios que se inmolaron 230 personas integrantes de una secta religiosa en Uganda, me vino a la mente inmediatamente Lucila, ojalá y a esta amiga no se le ocurra un día de estos pensar que su tiempo en la tierra está vencido y la necesitan en el paraíso para atender los resfriados de los santos elegidos por su Dios. Cuando abrí la puerta del apartamento esta mañana me conseguí con una cesta repleta de flores de jardín, no tenía remitente, pero sé que se trata de una de las tantas travesuras de Lucho, no me queda duda que anda en trance, de seguro pasó la noche de vergel en vergel bajo la lluvia pasmosa decapitando musaendas, hortensias, jazmines, pitiminí y unas rosas rojas tan hermosas que me imagino que las compró pues no tienen olor.

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Ese gesto me sembró optimismo para soportar la claridad ambivalente de este segundo jueves de mayo, estoy pensando en serio en las pretensiones de mi amigo, me mortifica su problema, creo que radica en una absoluta soledad, la cretina que tuvo a su lado está apostando a su hundimiento, ella sabe que se está suicidando y lo permite, menosprecia la magnitud de su talento, lo inconmensurable, no me extrañaría que en el fondo viva la llama de la rivalidad, total ella es una supina que nada en las aguas espesas de la mediocridad, él es lo más parecido a un albatros en tierra. He visto gente en peor estado que mi amigo recuperarse, por qué él no lo puede hacer, además estaría yo cerca para ayudarle, seríamos dos contra su enfermedad, somos dos enfermos de soledad, con hábitos y creencias no convencionales que se pueden fundir en función de hacer los días que nos queden por vivir menos fastidiosos, en una relación es definitivo ciertas coincidencias, algunos objetivos en común, por supuesto el amor y el sexo como bisagra, esto debería intentar hacerlo urgentemente, se me está oxidando ése órgano dispuesto por el Creador para el gozo y el dolor, cómo sufrimos, cómo gozamos e allí esa complejidad con la cual nacemos y que nos siembra sensaciones y percepciones que nos hacen levantarnos diversas, actuando con sigilo en un mundo donde el peor ridículo lo hace el hombre, su soberbia no es más que un pretexto para esconder su incapacidad o falta de talento.

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Nosotras con humildad recogemos los cristales rotos de sus frustraciones y los llevamos sin mucho escándalo por el pasillo que queremos. Nosotras hechas para el sufrimiento y el dolor carnal, para la humillación y la aparente minusvalía, muchos se han imaginado un mundo sin hombres, lo que no han podido imaginarse es un mundo sin mujeres, el mundo sin padres funciona, lo que no funciona es un universo sin madres, ya lo decía mi padrino Serafín, quien por cierto nunca se casó, ni tuvo hijos, la mujer es como el cerdo, sabrosa pero extremadamente peligrosa, cómo sabía mi padrino lo predecible que suelen ser los hombres y lo diversas y complejas que somos las mujeres. Es la una de la mañana, escucho una versión de Everybody loves somebody de Sinatra, atormenta el estallido de cohetes que celebran el triunfo de la huelga de los siderúrgicos, esa victoria ha estremecido estos parajes de hormigón que tanto amo, que tanto odio, sigo convencida que Lucho es lo que más se acerca a mi..... Fin

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Amar la verdad significa soportar el vacĂ­o y por consiguiente, aceptar la muerte. La verdad se halla del lado de la muerte. Simone Weil



21. Íngrimo, enclaustrado en el estudio taller

—Hoy el teléfono sonó a primera hora de la mañana afónico, admito que me embargo el temor, una noticia mala de por medio, un saludo inquisidor de Iolanda, en fin me imaginé lo peor ya que estoy hundido en lo peor. »Siempre se espera en el inhóspito rincón del temor, sujeto a las hebras de un terror indescriptible, esa llamada me trasladó al tiempo en que toda mi existencia giraba en torno al reclamo y reproche de Lucila y mi familia más cercana; también ella y su perorata me ubicaron en la sabana de lo dubitativo, atender o no, silenciar el timbre que me taladraba hasta los sitios más recónditos del cerebro, lo que menos quería era un sermón aderezado con los primeros rayos de la mañana. »Tomé el auricular lentamente, con mis temblorosas manos, heridas de resaca, era Rosa Del Valle, la mujer con las piernas más hermosas que he conocido y que conozco, estaba de paso en la ciudad, me dijo que ya estaba por llegar al taller, no me dio tiempo a decirle que no iba a estar, a esquivarla, como lo he estado haciendo con gente cercana últimamente. »Mientras llegaba me intrigó como supo de mi y como dio con mi taller venido a menos, herrumbroso, donde las arañas con sus tejidos des-

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nudan mi tragedia; Rosa Del Valle aquella espigada morena que por poco me convierte la vida en cuadritos, harán quince años de nuestro segundo encuentro y en medio del deterioro mental que me produce el alcohol, en estos instantes la recuerdo nítida, de sonrisa gustosa y cabellera espesa que solía rescatarme de la crisis de identidad que sufría, ojos de amplitud, insondables en ocasiones, insinuantes que se introducían suavemente en mí despertándome el buen ánimo. »Luce igual, diría que más interesante, los años no le han quitado la candidez a su mirada, tampoco han endurecido su sonrisa que al verme se marchitó un poco por el estado deplorable en que me encontraba, no se explicaba mi vida de temerario solitario que sobrevivía incrédulo, el apartarme a los rincones de lo lóbrego en estado íngrimo, eso de sentirme bien solo, para ella era una farsa, eso de incinerar días sin compartir con nadie le parecía increíble. »Concluyo que me siento bien solo, que puedo vivir largos periodos en completa soledad, sin más roce humano que el que me puedan dar los que me prestan servicios, que son valga decirlo personas con una gran carga de generosidad, en ningún momento me reúno con la gente que intenta o hace arte o ejercita el pensamiento, son aparte de aparentes, extremadamente aburridos, dramáticos, patéticos, caóticos, ¡Dios me salve de esa casta! »Es así que mis grandes amigos son el portugués de la panadería, el carnicero Tilingo, la señora que me zurce la ropa, mis amigos entra-

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ñables del mercado periférico, siempre con un chiste a flor de labios, las prostis antillanas que pasean sus cansadas humanidades por el malecón en busca de algún fastidiado de su domicilio, intentando algún rebusque, engatusando obreros ebrios de soledad, en fin mis hermanos desprovistos de eufemismos y apariencias. »Allí estaba con toda su belleza Rosa del Valle, observándome con lástima auscultó lo más mínimo de mi taller-encierro, creo entendió a medias mi tragedia, no se cuando me quedé dormido, no se cuando sé marchó, conseguí en la mesa de la cocina una epístola escrita con su letra clara y su impecable redacción, todavía despedía perfume, el Anaís Anaís de siempre.

Ciudad Sin Rostro, 7 de septiembre de 1999 Lucho espero que cuando leas esta nota te encuentres en tus cabales y por supuesto bien. Verte nuevamente ha sido para mi un acontecimiento extraño. Amargo y dulce al mismo tiempo; amargo por tu crisis existencial que no terminas de superar y porque nuevamente compruebo que contigo siempre pierdo (esta vez fueron las botellas de ron) ¿te imaginas como debí sentirme? Afortunadamente para mi soy una persona asertiva. Dulce volver a verte, porque siempre te recordaré con la memoria del corazón, (con la que se recuerda lo que le es grato a uno). Digamos que siempre seré tu “aspirina”, que remedio ¿no?.

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Finalmente sólo me queda decirte que trates de ser feliz, es el primer deber que tiene un ser humano, yo hace tiempo descubrí que la felicidad no es un lugar donde llegar, ni un estado perfecto de cosas (eso no existe), la felicidad querido amigo, es encontrar satisfacción en las cosas simples y cotidianas que tiene la vida, es vivir cada día como si fuera único y especial. Es dedicar atención y tiempo a tus seres queridos (Esposa, hijos, madre, hermanos y amigos), porque dar felicidad a otros genera la propia a la larga. Querido Lucho, hasta los genios tienen el deber de ser felices, rodéate de cosas bellas y estimulantes porque sin ánimo de criticarte debo decirte que el arte ciertamente tiene que conmover, pero no deprimir, sabes porque lo digo (esas barbaridades de cuadros que estás pintando), que lejos de darte bienestar espiritual contribuye a que continúes atormentándote, tienes que crear con colores brillantes y alegres, no ese luto y tristeza perpetua de la que te gusta rodearte, te repito rodéate de cosas lindas que te alegren el alma, entierra definitivamente ese mundo de fantasmas donde te contraes, donde me causa una grandísima tristeza verte. Me atrevo a decirte que asumas definitivamente tu problema con el alcohol y las drogas, para superarlo no hay caminos fáciles, el único camino es el compromiso contigo mismo y el respeto que te debes, eso es lo que puede marcar la diferencia entre la persona que eres y la que puedes ser, vive la vida respetándote, cada vez que consumes estimulantes te irrespetas, date el

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valor que mereces, el cual no depende de los juicios de valor que otros hagan sobre ti, sino de tu propia conciencia de valía como ser humano y hombre extremadamente sensible que eres, tienes más sensibilidad y calidad humana en la uña de tu dedo meñique que mucha gente en todo el cuerpo. No seas tan crítico contigo mismo ni con los demás, cuando veas un techo no veas la teja que falta mira con ilusión el techo completo, recuerda que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Perdona a quien tengas que perdonar, a tí mismo, a mí, a quien sea, de verdad con el corazón; porque el perdonar nos libera de una gran carga de dolor y eso es un buen comienzo para la felicidad que debes construir. Te cuento que estoy escribiendo esto en una cafetería muy discreta, no me atreví a escribirte estas notas mientras dormías tu descomunal borrachera en tu buhardilla, pensaba que podía pasarla como en el otrora contigo, compartir cama y desayuno, pero te repito el alcohol me ganó la partida, es una lástima que me deprime. La concusión final de estas líneas es que debes darle un propósito a tu vida, que la felicidad, como la libertad hay que construirla todo los días, la lucha vale la pena sobre todo cuando tenemos personas a quien amar; y tú tienes muchas. Te recuerda siempre Rosa del Valle

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Lunes 8 de septiembre 1999. Últimamente los amaneceres se me visten de luto, un temblor que no tiene palabras para describirlo se apodera de las paredes de mi memoria; un olor rancio sale de la mansedumbre de mi cuerpo, son tantos días sin sentir los latidos del agua, la espuma antiséptica que ahoga los ácaros que hoy me corroen y gobiernan mis epilépticos movimientos. Son tantas sociales responsabilidades que abandonamos cuando estamos presos en las tinieblas de nuestros resentimientos. Aquí yazgo, hundido en los colores pasteles de mis fantasmas, saturado de linaza, alcohol y mala yerba, andando al óleo, que no es igual ni remotamente se le parece a pintar al óleo; envidiando la beligerancia infinita de esos pájaros que visitan mi jardín, tratando que no levanten vuelo al ver este zombie que emerge de la atmósfera descolorida de sus trazos enfermo de temor, hundido hasta el último pelo. Anoche el ludismo onírico me jugó otra de las suyas, una poblada de mangostas abrían un hueco en mi abdomen para atragantarse con mis secas vísceras, se les notaba muy animosas, desesperadamente animosas, era como si estuvieran descubriendo el hábito de devorar, era como si no hubiesen comido en toda su vida, el luto del amanecer y el canto guerrero de los paraulatos las regresaron a sus madrigueras. Otra vez en mi averno afronto lo que quizá no tiene regreso, si final, otra vez a tientas en busca

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del líquido que anestesia esta indescriptible tragedia, inexplicable desarraigo con punto final. Martes 9 de septiembre 1999 Hoy visité a tientas el barranco de los perdedores, donde las moscas suelen ser perdigones furibundos que atacan la sabia enteca; las ratas son la médula de la noche, la nuez del movimiento. Monté mi carabina de valor y asumí vivir esas horas como mis hermanos deslenguados, quienes nunca han sentido el tierno tallo de las hortalizas, menos saborear el olivar virgen, excelente para combatir el colesterol y otras dolencias. No saben de Juan El Bautista, decapitado por decir y defender con fogosidad la verdad, tampoco de Mahatma Gandhi acribillado por plantar libertad. El día suele ser lo más parecido a una constelación de zarpazos, los pájaros negros danzan alrededor de nuestros movimientos errabundos, por estos lares no llegan ni equivocados los que han hecho de las enseñanzas divinas un oficio lucrativo, menos las santurronas que pecan hasta ser gruesa costra. Allí se vive en el corazón de la esperanza, al lado de las aves de carroña que no duermen picoteando un poste vomitado del vetusto Vaticano. A tan sólo dos cuadras de pocilga pura el río de mis tormentos siempre enculebrado arremete contra los flatos de estos tiempos postmodernos; mis hermanos no se quedan atrás, aplastan con furia de nuevo milenio esquirlas de cinismo lanzadas desde los púlpitos edulcorados de los nuevos fariseos.

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Qué triste es la alambrada donde colgué en el intermedio del día mi cansancio, a tan sólo dos cuadras de basura pura sonó Bob Marley enredado en sus crinejas de oro, esfumado del Hit Parade, engordando el calor del día. A veces se puede ser libre en el vertedero de miseria municipal, me sentí exconvicto, livianamente libre, entre esos ángeles maestros del escondrijo, eruditos de rebusque, mis hermanos hambrientos de oportunidad que cargan con ternura sus perros sarnosos quebrando el jarrón de los complejos. Pisé una alfombra de polietileno, cáscara de ocaso de mi ciudad toda light, de creyente pulcramente light, vidriera de prohibiciones en technicolor, que sujeta con clips oxidados el deseo y los buenos sueños, me sentí incondicionalmente distante y complejamente cercano en esos parajes estoicos, todo sépticos, esfínter de mi ciudad acuática, celebré bailando en la punta de un alfiler henchido de ebriedad, perdido entre los entretelones calurosos de una tarde de promesas y urgencias, comprendiendo el existir como un periplo hondo en su concepto más denso, teniendo claro asumir la vida con sentido de las cosas, vivir volteando a los costados del día, vivir con un propósito donde los gestos, las imágenes y la justicia se conviertan en naturaleza de esa existencia. Es en ese preciso instante, donde hay una respuesta lastimosa, vivir para que a uno lo entiendan, para convertirse en alguien predecible que anda en busca de la venia y la sonrisa de utilería de quien nos rodea, si señor, no hay algo más

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absurdo que intentar enfermizamente que se nos comprenda, tratar que los demás nos dibujen una sonrisa de aceptación estúpida. 10 de septiembre de 1999 Hoy entró Rosa del Valle sigilosa despidiendo su añejado aroma que me recuerda nuestros primeros encuentros, nuestros primeros roces adolescentes, recogió todos los envases del líquido dulce amargo instigador de mi tragedia. Ordenó un poco esta buharda de orate donde me contraigo y diezmo con movimientos de Guacara. Le hablé del amor que empieza a tomar cuerpo en mi hoy desolada humanidad, le hablé de Iolanda, me escuchó en silencio aquella lluvia de palabras que tenían como objetivo reivindicar aquel amor que nacía con muchas dificultades, al borde del fracaso. Le dije que a pesar de las dos docenas de años transcurridos mi afecto por ella se mantenía, muy a pesar de lo implacable de los años nos unía ese tiempo tierno vivido con aquel halo de ingenuidad, que se traducía en nostalgia de la más pura, sin duda empezábamos a envejecer, ese es el síntoma que se incrusta en la memoria como rémora que succiona el buen pasado, los buenos tiempos, frustrándonos el presente, causando cierta tristeza por no haber aprovechado hasta el último instante ese pretérito hundido en nuestras maceradas arrugas que nos abren el camino a la vejez. De nuevo quedé dormido en la mesa de mis desvelos, de nuevo Rosa del Valle dejó otra epís-

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tola olorosa a Anaís Anaís, que me da la temerosa impresión que es la última, la despedida. Puerto de Tablas, madrugada 10/09/99 El amor de ella. Esto no es un título ¿sabes? Lo que escribo es una reflexión sobre un amor que sintió la joven que una vez fui. Para ella, el era muy especial, a sus 17 ó 18 años era encantador con sus ideas políticas raras (que ella no compartía) su sensibilidad y conciencia social; su compromiso con los que menos oportunidades tienen, que lo llevó a comprometerse con un partido medio comunistoide o ¿subversivo? Que a pesar de parecerle absurdo, ella lo admiraba por mantener sus convicciones. Por eso ante sus ojos el tenía una profundidad y un aura romántica que muy pocos jóvenes tienen a los 22 ó 23 años. En aquel entonces ella veía que él era poco tolerante con las superficialidades de la gente de su entorno; con una actitud demasiado crítica hacia todo lo que a él le parecía vano o “plástico”. En aquellos días conversaban mucho, siempre estaban hablando de cuestiones artísticas, problemas sociales o cosas impersonales. Nunca hablaron de las cosas sencillas que crean la intimidad emocional necesaria para fomentar una relación de pareja. Ella hubiera querido hablar con él sobre las cosas simples que hacen que dos personas puedan abrir su corazón uno al otro, que puedan compartir sus sentimientos y emociones; aún hoy cuando la memoria del corazón

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lo recuerda, ella se pregunta cosas simples sobre él que nunca supo. ¿Cuál será su color preferido? ¿Le gustaran más los amaneceres o será el crepúsculo?. ¿Qué frutas le agradarán, las cítricas o las dulces?. ¿Le gustará el mar? (Ella cree que le gusta) o preferirá los ríos. ¿Disfrutará de mojarse en la lluvia?. ¿Qué lo hace reír?. El era muy poco expresivo en el aspecto emocional, pero como ella lo amaba, lo adivinaba, lo intuía como una persona sensible que necesitaba saberse querido con sinceridad. Ella hubiera querido con todo su corazón, que él no hubiese sido tan cauteloso o tan tímido; que le pudiera haber brindado la oportunidad de llegar a su alma, a su corazón a base de ternura, comprensión y valoración personal (era como ingenua), él prefirió mantenerse aislado de ella, tal vez pensó que era una inconsciente o una superficial e inmadura. Ella era jovencita y quizás peque de inmodestia pero no era tan inmadura, al contrario, tal vez porque el amor que sentía por él era tal, que intuía mejor que él mismo los aspectos de su carácter que lo conflictuaban. Para ella la minuciosidad de él, su sensibilidad, su conciencia social, su manía de perfección, cosas que lo atormentaban y lo siguen atormentando, son energías que bien canalizadas hubieran podido hacer de él un buen educador, con esa mente analítica que posee, o el oficio de pintor que es un buen escape para esa excesiva autocrítica con que se castiga, que lo ha aislado en esa buhardilla encierro pavorosa. Total que ese amor de ella era un amor muy mal balanceado, ella pasional y sincera, él miste-

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rioso, reservado, distante. Ella se sentía atraída por el romance, le interesaba con él, tanto físico, emocional como intelectual. Pero él escogía sus afectos y ella no fue elegida. Hoy piensa que él escogió bien, porque la naturaleza emocional, romántica (no cursi, Dios la libre) e impulsiva de ella no podía compatibilizar con la racionalidad, frialdad y moderación de él. Quizás, piensa ella, que por ser el tan poco afecto a los riesgos; escogió amores más seguros, sólo que se le olvidó que el amor no trae certificado de garantía que nos proteja de su mal uso o manejo (si es que podemos referirnos al amor en esos términos) Que el amor y la vida están lejos de la perfección. Ella quisiera que él fuese feliz, que ese discernimiento intelectual que posee, esa lógica y análisis que aplica a todas sus actuaciones y situaciones hasta ahora sólo han servido para sumirlo en un mar de indefiniciones e incertidumbres que espero pueda usar finalmente para entender que la felicidad viene de nosotros mismos. De aceptarnos tal y como somos; únicos e imperfectos (pero perfectibles) a veces fuertes a veces débiles pero siempre con ilusiones, con sueños, propósitos, afectos (de hijos, amigos, hermanos y amores varios). La vida fluye por sí sola, ella lo sabe, y alguna de las cosas que trae no son bonitas, pero cada quien tiene que decidir que hacer con lo qué no le gusta, eso no significa que a veces...ella no pueda llorar, sólo que ella entiende que uno tiene la opción de ser víctima o sobreponerse a las circunstancias. No haber sido elegida significó alguna vez para ella un dolor largo que ya afor-

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tunadamente pasó; hoy tiene la certeza de que la vida es un privilegio con todo lo que conlleva. Definitivamente ella aprendió que el mapa no es el territorio, o sea que la realidad no siempre parece lo que nosotros planeamos, sin embargo debemos vivirla eligiendo lo mejor de nuestras circunstancias, sabiéndonos únicos y especiales, cumpliendo con el deber de ser felices, o medianamente felices. Ella aprendió otra cosa de él, las conversaciones profundas no son para mantenerlas con alguien en quien se tiene un interés romántico (Esta fue la lección mejor aprendida) eso es veneno. Hoy tengo insomnio, faltan 15 minutos para las 4am y no aparece por ningún lado el sueño, pero voy a intentar dormir por lo menos hasta las siete, así me da tiempo a pasar a despedirme y dejarte esta nota, tengo que tomar un avión a las 12m. Como podrás darte cuenta soy una verbalista sin remedio ¿Qué puedo hacer? Me gusta conversar o en su defecto escribirle a alguien, lo que pasa es que contigo no he podido contar como interlocutor, el estado de tu alcoholismo es una gran muralla, quizá ancha y larga como la China. Creí que me iba a sentir acompañada en este viaje y lo que he conseguido es un poco de más soledad, definitivamente el tiempo no pasa en vano. Espero que si me decido a darte estas líneas no seas muy duro conmigo, recuerda que no soy

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escritora, así que léelas con mente compasiva y no me critiques mucho. Te quiere bien, tu amiga siempre Rosa del Valle

Jueves 11 de septiembre de 1999. Estas noches de follaje con absurdos muertos que danzan alrededor de una horca torcida. Huelo el rastro de Iolanda en el desamparo de mi memoria; hermosa y comprensivamente compleja se me dibuja como un trazo ebrio de Tolousse Letré en la flor de mi piel que despide copiosamente el orín de Dionisyo; hembra o huella indeleble en este mundo de incógnitas salpicadas por mi río. ¿Dónde yace mi brújula? o las migajas de ella, acaso muerte, mujer seductora, en tus humedades salitrosas, en tus aberturas infinitas. Soy un espiral de nervios congelado en la llovizna de la queja y la letanía de los grillos que empiezan a emborracharse con mis dislates y efluvios. Huelo a Iolanda y su carruaje de buenas intenciones desde esta mesa maldita, habitada por botellas vacías y puntas de cigarro a medias; llegará y palpará lo que creo que soy y vengo siendo ........... un muerto en vida, que no asume la caída estrepitosa de la diferencia, de caminar a destiempo estos parajes acerados, humedecidos por mis dos ríos en los laberintos insidiosamente insondables de la memoria.

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En los momentos de la amargura cada quien debe mantener enhiesta su alucinaci贸n. Jos茅 Lezama Lima



22.

Primer sábado de Septiembre —Ya no abordo el umbral de mi apartamento desahuciada, herida grave de desconcierto, ya no me rodean tantos misterios, he aprendido que la vida se va desgajando y algunos actos quedan, a veces quisiera saber porque en un instante quedo atrapada en el laberinto musical de Edit Piaf, es todo lo contrario a este mundo críptico, lastimoso, procazmente desproporcional. Duro es el camino, por supuesto ni una pizca de fácil, pero hermosamente diverso, cada persona tiene un sendero muy particular en la vida —palabras de Sinatra— eso también lo he descubierto en estos meses en que he dejado tranquilo a mi diario de tapas fucsia que me acerca tiernamente a mi adolescencia bien recordada. Mi mejor siquiatra ha resultado él con sus páginas en blanco hambrientas de mi pasado, mi futuro y mi presente, esto a pesar que no me gusta especular sobre el futuro, porque sencillamente no se disfruta con libertad del presente, lo más seguro que tenemos por venir es la muerte, por lo tanto es el presente el que tiene que marcar las pautas, cuando se vive obsesionado por el porvenir el mismo termina convirtiéndose en celda, en mazmorra. »Hay que vivir el presente, hay que indagar sin prejuicios en nuestra memoria lo hermoso y

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tierno que nos ha tocado vivir; con precaución lo traumático para así no nos vuelva a tocar, a sesgar parte importante de nuestro ciclo, lo séptico de nuestra vida debe permanecer en la bóveda de la alarma, no hay que jorungarla pues su hedor intoxica y salpica y puede llevar a un mundo huraño y desabrido de donde es difícil salir, lo digo yo que he sido convicta del pretérito, que precisamente no ha sido una canción de cuna, mucho menos un cuento de hadas para dormir infantes. »Leí hace poco en un semanario frívolo que mi amigo —creo que lo sigue siendo a pesar que más nunca me buscó— Carlos Blanco se había graduado de mago, Carlos es profesor de literatura; dramaturgo, actor, guionista, poeta, ensayista de temas religiosos, actualmente trabaja como ejecutivo de un canal de televisión por cable, ahora es mago y no me extraña que mañana sea astronauta; esto es lo que le llaman en el lenguaje beisbolero ser utiliti, en el fondo lo que mueve a mi amigo es un gran optimismo, no unas ganas de superarse, porque quien se supera entrando al mundo del ilusionismo en un mundo terriblemente plano, donde las imágenes grotescas se consiguen de esquina a esquina sin necesidad de hurgar. »Cada vez que tengo noticias de Carlitos me viene a la mente cuando éramos estudiantes del último año de secundaria en el colegio de los Jesuitas, él me pretendía, pero nunca le presté atención por estar tan cerca de mí, le fui agarrando afecto de hermano que a él no le gustaba, decía que los hermanos no se podían acostar a echar a

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volar las palomas como Dios los trajo al mundo. Oportunos episodios que murieron en las faldas de la sordidez me tocaron vivir con mi amigo, quien me enseñó la mina donde caen estúpidos a granel: los Mac Donald’s. Cuando nos mataba el tedio de las tres de la tarde sin clases de por medio me decía vamos a criticar idiotas en Mac Donald’s, se privaba de la risa haciendo la civilizada cola de los pedidos, de otro orden era el comportamiento automatizado de los empleados que despachaban las chatarritas, los emulaba con sus aires de arlequín venido a menos. »El complejo de cangrejo que tenía por casa una esférica de cristal que no vaticinaba futuro lo he superado notablemente, me he abierto completamente a lo que me rodea, esos miedos y temblores que se apoderaban de mí cuando salía a la calle ya no me hacen, ya no me convierten en su apetitosa presa, escribo orgullosamente y con un gran sentido de responsabilidad que mi existencia ha dejado de pertenecer al lado viscoso de la banalidad, ahora ostento un optimismo saludable, no de utilería y cosméticos, factores externos y afectos han contribuido a engordarlo, no se si estoy pecando de cursi, odio enfermizamente ese estado natural del ser humano, lo veo muchísimo en la fantasía de los fanatismos religiosos y en los impulsos irrefrenables de los consumidores compulsivos que se atiborran de objetos prescindibles en la existencia de cualquier mortal medianamente inteligente, ahora el problema está en conseguirlos, la inteligencia, la sensibilidad y la honestidad en estos días ya-

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cen en el subsuelo, ruedan por el piso, porque lo que más se le parece a la estupidez es este mundo sincopizado, barnizado de cierta terrorífica individualidad. Cada día hay más personas con complicaciones esquizoides; actúan de una manera; piensan de otra y sienten de otra, no persiste congruencia en sus acciones, esto se nota en este principio de siglo donde padecemos del síndrome de Dios. No es extraño conseguirse con profesionales de la conducta inmersos en esta enfermedad, inclusive llegan a ser líderes de sectas que manipulan con marcada vulgaridad a mayorías desesperadas por carencias y necesidades de orientación. Hay tanta gente que ostenta buenos modales, rayan en la beatitud pero tienen en su cerebro las cabras sueltas, fuera del corral, son esquizoides a escondidas, viven reprimidos en la cárcel de sus impulsos impuros, repito hacen una cosa, piensan otra y sienten otra, ese es en parte el universo de perversiones que nos deja como herencia el siglo XX. De idiotólogos está compuesto el vértice de nuestra sociedad, tienen como víctimas a las grandes mayorías con nombre de pueblo que es igual a lacayos o vulgo que es a la vez igual a conjunto de borregos que en cada materia no conocen más que la parte superficial. »Esto lo escribo responsablemente en mi diario de tapas fucsia, porque como dice el dicho el papel lo aguanta todo. En el mundo hay dos tipos de seres, los parroquiales, que hacen de sus días una rutina, algo denso y exacto como los mecanismos de un buen reloj suizo, le temen grimosamente a las complicaciones que suele traer

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consigo la inteligencia y con ella sus estados de incertidumbre; la otra cara de la moneda son los universales, ambiguos, inmanejables, creadores de sus propios espacios, pagan muy caro esa osadía, no son anestesiados por el sistema reinante de valores, por esa razón su vida en ocasiones es lo más parecidos a una morusa, esta anomalía, los hace trasgresores de un círculo que los termina vomitando despiadadamente, si no catapultándoles y convirtiéndolos en íconos, la pelea es demasiado fuerte, por lo general gana siempre la liturgia social que es lo que más se le parece a la idiotez. Trato en lo posible ser una parroquial ambigua, que le pide con fervor a San Judas Tadeo santo de los seres en problemas. Primer domingo de Septiembre —Aquí estoy de nuevo, con mi siquiatra entre las manos, escudriñando en la memoria, en esa fuente inagotable de especulación que es la mente, descubriendo que se escribe por la necesidad de salir de ciertas realidades cautivas en la bóveda de la memoria, ante esta pedorrea de chimeneas industriales que me invitan a unir las pestañas cuando salen los primeros vestigios de luz, cuando los gusanos de latón transportan a las factorías a sus trabajadores con ciertos ademanes ritualescos que dejan adheridas sus bocanadas de smoke a la neblina madrugadora que se alza moribunda aferrándose a los edificios por contables minutos mientras que los trazos del poniente la engullen.

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»Las cosas en ocasiones le mojarán a uno bajo el signo de la tragedia y la irresponsabilidad de quienes nos rodean, me explico, empezando por Roberto quien está más allá que aquí por una sobredosis que lo tiene atado a una maraña de tubos en coma, la madre me mandó a Efraín con todos sus bártulos y una cuenta de una docena de meses de su colegio, ella que era la que le atizaba a Roberto la candela del despojo, ella que jugó papel protagónico cuando me arrancaron a mi niño, las carencias de Roberto eran también en el orden de las decisiones, ella estaba detrás de él; muere lentamente y no siento ni lástima, ni compasión, ni alegría por su estado agónico, así me habrá hecho daño ese hombre, ni siquiera he sentido motivación para verlo, creo que tampoco lo haré. La hermana prístina, Lucila, término llegando a un arreglo de divorcio con Lucho, se casó con Vampirrata y se marchó como colona a la tierra prometida, descubrió que algo de sangre judía corría por sus venas y en base a eso construyó su pretexto para largarse y dejarle a Ñaño cautivo en la comunidad de santos campesinos donde ella se congregaba, lo rescatamos la familia de Lucho y yo acompañados de un comando policial, la cara del niño cuando nos vio llegar era de euforia mezclada con locura, si no nos hubiésemos propuesto rescatarlo lo hubiesen dañado irreversiblemente, ahora asiste a sesiones terapéuticas para recuperar la vivacidad, la inteligencia y alegría que yo le conocí, puerta de entrada a la relación que mantengo hoy con su padre; quien por cierto lleva cerca de tres meses

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recluido en una granja para farmacodependientes, al principio fue duro, traumático, pero al amigo ya se le ve otro rostro y otro ánimo, está pintando como nunca, es como si quisiera en estos tiempos de sobriedad precaria recuperar todo el tiempo perdido a lo largo de su existencia, lo veo muy bien y lo estimulo a que siga adelante, es la única manera que me pueda tener cerca. »Estamos pensando mudarnos del edificio donde fuimos vecinos, me dijo en nuestra última conversación que hiciera los arreglos para alquilar su apartamento, pues no piensa volver allí, viendo lacónicamente la pared se le escapó: dicen que donde uno una vez fue feliz no debe volver. »Nuestras relaciones íntimas es de escribirlo, empezaron en el sanatorio, la primera vez fue en el baño de la habitación que comparte con un portugués que es lo más parecido a un quelonio recién salido del cascaron, en el piso, bajo las gotas deliciosas de la ducha sellamos nuestro pacto amoroso, que manera más original de darle inicio a un romance, desde ése día veo esa sala como un espacio cargado de nostalgia y curiosidad. Me he convertido en una sobornadora profesional para que el portugués nos deje espacio y soledad en la habitación que comparte con Lucho; ya no hallo que llevarle de comer, come como una hiena, es insaciable, delgado y largo como una tenia, con mucho dinero, los hijos y la mujer lo administran, lo vienen a ver una vez por la cuaresma, eso sí, pagan el sanatorio puntualmente, debe ser para que no lo echen y ellos no tener que soportarlo nuevamente, me ha dicho

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con resignada tristeza que esta es su casa y esos locos y viciosos que deambulan por los pasillos y jardines sus hermanos. »Veo cada día más lucidez en Lucho, esto me alegra más por él que por mí, creo que ahora es que tiene para dar, para enrostrarle al mundo que nada más alcohol y droga no ha movido su vida, ya no habla desesperadamente, ni le tiemblan los labios y las manos, me preguntó por sus amigos, los indigentes que viven en las pestañas del malecón de Puerto de Tablas, me tiene como tarea que pague todos los sábados un modesto almuerzo para ellos, en el chalet de la señora rubia, dice que son sus únicos amigos porque en la sonrisa que ostentan no existe una pizca de falsedad, los sábados me esperan impacientes para preguntarme por Lucho y por su almuerzo, son sumamente respetuosos, creen que soy su esposa, se derraman en halagos y atenciones, allí sobrevive de todo, en la orilla del río tienen su campamento que me recuerda a los gitanos que transitan la costa atlántica de Europa, entre la mugre lo único que brilla es una infinita esperanza, ése es nuestro gran punto en común, nuestra preferencia por las personas que no han tenido oportunidades en la vida, eso creo que en el fondo también nos ha convertido la existencia en un film lastimosamente oscuro, pero que está poco a poco esclareciendo, diría que estamos en la época gris, distante pero no imposible de llegar a la azul, lentos pero seguros de lo que queremos, ya no somos dos mozalbetes que ostentamos el derecho a la equivocación, un fracaso sería de-

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vastador, es por eso que esta relación que está naciendo del incendio debe parecerse a los campos cuando reverdecen después de haber pasado las lenguas de la candela, tengo mucha fe y estoy obesa de ánimo, voy a celebrar por primera vez mi cumpleaños, son 36, será este trece, en la clínica donde está recluido Lucho, intentaré hacer una torta o ponerla, para que el portugués con pinta de tortuga termine engulléndola sin ver para los lados. »Allí estarán Ñaño y Efraín quienes ya se declararon como hermanos a pesar de las escaramuzas que arman por el control de la TV, Ñaño se ha convertido en la voz y los oídos de Efraín, tanto insistió que Efraín se deshizo del piercing que le colgaba de la ceja, los viernes es costumbre que Ñaño pase por el foto estudio pidiéndome permiso para ir a buscar a Efraín a la terminal, se internan en los centros comerciales a ver no se qué, no voy a objetar, total el mundo es cambiante y lo que no es bueno para mi a ellos los hace feliz. Primer lunes de Septiembre —Estos tres meses pasados han sido una locura, mi vida a girado 180 grados, si antes me quejaba porque estaba sola y no podía cuidar de Efraín, ahora estoy al borde, demasiada emoción junta, aunque suene cursi demasiada felicidad, tener a esos niños bajo el mismo techo me ha reafirmado la existencia, antes era algo, una cosa imperceptible que iba por los pasillos estridentes del día sin

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ver para los lados, cundida de temores, agusanada de miedo, encerrada en la mazmorra de mis desaciertos, me asusta tanta dicha, vivir en vilo tanto tiempo me sembró ese temor, esa tenebra en las pupilas que denotaba un guiñapo derrotado, es por eso que escribo lo que pienso y me pasó, si no lo hago me indigesto y corro el riesgo de estallar, si no echo afuera el dolor, la angustia hermana de la incertidumbre, lo más seguro que tengo es el manicomio, antes creía que contándole a cualquier hijo de vecina titulado podía conseguir cierto bienestar, me engañaba a mi misma, yo iba más allá que ellos sin darme cuenta, es por eso que mi diario es mi mejor loquero y mis pastillas de fluoxetina de 20 mg. mi mejor bastón, tanta nadería para llegar a esta simplísima y clara verdad, abomino la sesiones escrutadoras de mi pasado y ciertas religiones castradoras como elemento de consecución de ese gran misterio que viene siendo la felicidad, no me gusta vivir de espejismos, la mayoría lo hace, la mayoría se miente, porque si hay algo bien cierto es que este mundo de hoja lata y hormigón cada día es más decadente, estúpidamente invivible, es por eso que no hay que estar sola, de contables afectos hay que colmarse para así soportar el estigma de la inteligencia casada con la sensibilidad, porque ya lo dijo Anatole France: una persona nunca es feliz si no es pagando el precio de ser un poco ignorante. Fin

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La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque so単emos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo. Augusto Monterroso



Índice Hablame, hablame Iolanda Alondra Capítulo 1, 7 ∙ Capítulo 2, 23 ∙ Capítulo 3, 35 ∙ Capítulo 4,. 49 ∙ Capítulo 5, 65 ∙ Capítulo 6, 77 ∙ Capítulo 7, 93 ∙ Capítulo 8: Luna llena en la azotea del edificio, 107 ∙ Capítulo 9, 119 ∙ Capítulo 10: Camino al estudio fotográfico de Iolanda, 129 ∙ Capítulo 11: Anotaciones matinales de Iolanda, 139 ∙ Capítulo 12, 147 ∙ Capítulo 13: Almorzando en el boulevar de los pollos, 163 ∙ Capítulo 14, 171 ∙ Capítulo 15: Segunda cita en el boulevar de los pollos, 187 ∙ Capítulo 16, 199 Capítulo 17: Sentados en el césped del parque Maychaca con el salto de agua observando, 211 ∙ Capítulo 18, 231 ∙ Capítulo 19: En el consultorio de Rosa María, 243 ∙ Capítulo 20, 261 ∙ Capítulo 21: Íngrimo, enclaustrado en el estudio taller, 281 ∙ Capítulo 22, 297.



Imprimátur Hablame, hablame Iolanda/Alondra cuyo autor es Francisco Arévalo se terminó de imprimir durante el mes de Noviembre de 2014. Labrado con la ayuda de Dios para el cual se usó papel Bond. En su alzadura se emplearon Tipos Sabon LT Std de 9 a 18 puntos y Georgia de 11 puntos. Encartado de la revista Teatralidad correspondiente a 2013-2014 (Volumen 4 y 5).

Edición de 500 ejemplares



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