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2007

Alumn@s de 6º de Primaria

CUENTOS DEL MUNDO

Cuentos traídos desde todos los rincones del mundo, para que disfrutes con las historias que velan los sueños de chicos y chicas como tú.

EDITORIAL JUAN DE VALLEJO Colección TORRE DE BABEL Burgos Mayo 2007


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CUENTOS DE ÁFRICA:   

La madre loca Las tres vacas ¿Por qué la hiena tiene la piel a rayas?

CUENTOS DE AMÉRICA:     

Waqanki El origen del maíz La hierba mate Aprender a compartir El sapo y el urubú

CUENTOS DE ASIA:     

Los sueños de Pak Diro Sakuntala o el anillo prodigioso Tuminah y el oso Los cuatro dragones La venganza de los cuentos

CUENTOS DE EUROPA: 

La verdadera historia del hombre lobo

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La leyenda de la mano agujereada Cómo nacieron los Pirineos El cuento de Pomperiposa

CUENTOS DE OCEANÍA:  

El koala y el emú El hombre que quiso conocer la luna

Todos estos relatos, cuentos y leyendas de distintas partes del mundo, han sido recopilados por los alumnos y alumnas de 6º A de Educación Primaria, cuyos nombres figuran al final de esta publicación. Lo que vais a poder leer es el fruto de un trabajo de investigación, del área de Lengua y Literatura, realizado durante varios meses, buscando en diversas fuentes de información: Biblioteca del Centro, Internet y otras Bibliotecas. Algunos de estos textos se han trasladado a formato audiovisual en un CD titulado “Cuentos del Mundo”, dentro de la colección TORRE DE BABEL. Además y, sobre todo, han sido la base para que por unas horas nos convirtiéramos en “contadores de historias”, dramatizándolos para el disfrute de compañeros y compañeras de todas las edades.


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La madre loca Hace mucho, mucho tiempo, vivían en una aldea dos mujeres jóvenes que no habían tenido la suerte de tener ni hijos, ni hijas. Había un dicho según el cual "una mujer sin hijos era una fuente de desgracias para la aldea". Un día, una señora vieja golpeó a su puerta para pedir comida. Las mujeres jóvenes la recibieron con mucha amabilidad y le dieron de comer y ropa para vestirse. Después de comer y extrañada por el silencio y la ausencia de voces infantiles, la anciana les pregunto: - ¿Dónde están vuestros hijos? - Nosotras no tenemos hijos, ni hijas y por eso, para no causar desgracias a la aldea nos pasamos el día fuera del pueblo. Entonces, les dice la señora: - Yo tengo una medicina para tener hijos, pero después de haber dado a luz, la madre se vuelve loca. Una de la mujeres le contestó que aunque enfermase ella sería feliz por haber dejado un niño o una niña en la tierra. En cambio, la segunda le dijo que no quería enloquecer por un hijo. La señora vieja dio la medicina solo a la que se lo pidió. Después, algunos años más tarde la señora vieja regresó al pueblo y se encontró a las dos mujeres jóvenes. La que no había tomado su medicina le dijo: "Tu nos dijiste que quien tomara la medicina se volvería loca, pero mi hermana la tomó, tuvo una hija y no enfermó" Y la anciana le respondió: "Volverse loca no quiere decir que se convertiría en una persona que anduviera rasgándose las ropas o que pasara todo el día mirando a las nubes como si paseara por el aire; lo que yo quise decir es que una mujer que da a luz un niño o una niña estará obligada a gritar todo el tiempo, para a continuación no parar de reír, llorará por la criatura, le pegará, le amará… Eso es el ser madre y volverse loca.


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Las tres vacas Cuenta la leyenda que había una vez tres vacas en la sabana. Las vacas eran una blanca, una negra, y otra roja. Las vacas se defendían entre ellas, puesto que eran muy amigas. Un día un león muy astuto les dijo a las vacas de color negro y rojo: -La vaca blanca es un peligro para vosotras, pues por la noche los cazadores la ven mejor y pueden descubrir vuestra posición, entonces os mataran para comeros a las tres. ¿Me la puedo comer yo? Las vacas lo pensaron detenidamente y contestaron: -Sí, te la puedes comer así nadie nos matará a nosotras. Al cabo de dos semanas el león volvió a donde la vaca de color rojo y la dijo: -La vaca de color negro es un peligro para ti, pues por el día los cazadores la pueden ver mejor y descubrir tu posición, entonces os mataran para comeros a las dos. ¿Me la puedo comer yo? Después de pensarlo detenidamente la vaca de color rojo contesto: -Sí, te la puedes comer así a mí no me matará nadie. El león se comió a la vaca de color negro. Días después el león se comió a la vaca de color rojo.

MORALEJA: No hay que desconfiar de los amigos, porque alguien te diga cosas malas de ellos.


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¿Por qué la hiena tiene la piel a rayas? Hace mucho, mucho tiempo una hiena y una liebre eran muy buenos amigos. Pero la hiena, le engañaba a la liebre y cada vez que ésta pescaba un pez grande era la hiena quien se lo comía. La hiena inventaba juegos extraños y tras acordar que el que ganara se comería el pez, la hiena siempre acababa ganando y comiéndose el pescado. Un día la liebre pescó un gran pez y le dijo a la hiena: - ¡Hoy es mi día! ¡Hoy me comeré yo solo este gran pez! . - Es demasiado grande para un estómago tan pequeño, le dice la hiena. Se pudrirá antes de que puedas comértelo todo. - Es verdad, dice la liebre. Pero lo pondré a ahumar por la noche para conservarlo en pedazos pequeños. ¡Estará delicioso! La hiena no aguantaba de envidia y seguía deseando comerse el pescado de la liebre. ¿Me lo comeré yo solo! se decía a sí misma. Y no hacía más que planear para satisfacer su egoísmo. Llegada la noche, la hiena cruzó sigilosamente el río, acercándose hasta donde dormía la liebre. En ese momento, el pescado, partido en trozos, se asaba lentamente y la grasa que caía sobre las brasas perfumaban el ambiente. La hiena se relamía ya de gusto, riéndose de la liebre por la sorpresa que se llevaría ésta al ver que le habían robado el pescado con el que tanto soñaba. Mientras tanto, la liebre estaba acostada haciéndose la dormida pero muy atenta a lo que hacía la hiena. Cuando la hiena agarró el primer trozo de pescado, la liebre se


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levanto de repente, cogió la parrilla que estaba encima del fuego y corriendo tras la hiena le azotaba con ella mientras la hiena aullaba de dolor, de vergüenza y de rabia. La hiena acabó con todo el cuerpo marcado con las barras de la parrilla y desde entonces las hienas llevan rayas en la piel y por eso desde entonces las hienas odian a las liebres.

REFRANERO AFRICANO “El amigo sincero tiene lágrimas para ti, aunque tenga los ojos secos” de la tribu Rundi de Burundi. “Buena compañía vale más que buena comida” de la tribu Lúo de Uganda y Kenia. “Corazones vecinos valen más que cabañas vecinas” de la tribu Beté de Camerún. “El camino que lleva al amado, carece de espinas” de la tribu Duala de Camerún. “El camino de la selva no es largo cuando amas a la persona que vas a visitar” de la tribu Mongo de Zaire. “Cuando una aguja cae en un pozo son muchos más los que se asoman que los que bajan al fondo” de la tribu Toucouleur de Mauritania. “El hechicero que trepa a la planta sabe por donde bajar” de la tribu Ewé de Togo y Ghana. “Regalemos a Dios una vaca. Si nos dice que está flaca, le responderemos : Tú eres quien hace enflaquecer y engordar” de la tribu Tigrino de Etiopía. “Cuando roben la vaca de tu padre, procura al menos agarrarte al rabo” de la tribu Abisinio de Etiopía. “Por mucho que adelgace, el elefante no se atreverá a cruzar por un puente de lianas” de la tribu Toma de Guinea Conakry. “Más fácil es transportar un termitero que ejercer autoridad sobre un poblado” de la tribu Rundi de Burundi. “Dos jefes no montan en la misma barca; ¿quién achicaría el agua?” de la tribu Ewé de Togo y Ghana.


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“Cuando tropieza el jefe, todos sus súbditos tropiezan tras él” de la tribu Bantú de Zaire, Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial. “Viaja con un habitante del lugar, roba con el hijo del jefe del lugar” de la tribu Tigrino de Etiopía. “Si quieres hablar mal de un jefe, espera a estar fuera de su territorio” de la tribu Bantú de Zaire, Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial. “Cuando el mono es rey, conviene danzar delante de él” de la tribu Duala de Camerún. “La sardina que intenta imitar a la ballena se hace daño” de la tribu Bantú de Zaire, Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial. “No insultes al cocodrilo antes de cruzar el río” de la tribu Ewé de Togo y Ghana. “Ha muerto del rey, pero el mercado sigue su curso” de la tribu Popo de Benín.


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Waqanki (Leyenda quechua. Perú) Se dice que durante una premiación al ejército del Inca que regresaba victorioso de una campaña, una de las princesas del Inca se fija en uno de los jóvenes oficiales del cual queda prendada. No paso mucho tiempo y el Inca es informado de estos amores y monta en cólera por la osadía de un plebeyo al relacionarse con la nobleza. Inmediatamente ordena su captura y ejecución. La bella princesa intercede con el Inca por su amante. El Inca, Hijo del Sol le perdona la vida pero, no estando satisfecho lo envía con un pequeño destacamento a apaciguar una zona rebelde en el interior de la jungla amazónica, conociendo de antemano la imposibilidad de la misión encomendada y la segura muerte del oficial. Al enterarse la doncella de tan drástica decisión corrió tras las huellas de su amado llorando desconsoladamente. Y dice la leyenda que en la floresta donde caían sus lágrimas brotaban unas bellas flores. Desde ese día a las flores de esta especie se les conoce como orquídeas WAQANKI.

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El origen del maíz (Leyenda guaraní. Paraguay) Hubo hace mucho una gran sequía. Los ríos no llevaban agua, los peces habían muerto y los cazadores nada encontraban para alimentar sus proles y el Dios Tuba permanecía sordo a las desesperadas rogatorias. Dos jóvenes guerreros, Avati y Ñegrave, expresaron a viva voz su disposición a dar sus vidas para que cesara la catástrofe. Un desconocido apareció entonces y dijo ser emisario de Dios, para buscar en la tierra un hombre dispuesto a dar la vida por los otros, porque entonces el Dios haría crecer de su cuerpo sacrificado, una planta que saciaría toda hambre. Los jóvenes guerreros reiteraron su voluntad. No era necesario el sacrificio de ambos y el que quedara vivo debería encontrar el sitio apropiado para enterrar a su compañero. Fue elegido Avatí. Ñegrave se despidió llorando de su querido amigo y llorando lo enterró. Siguió llorando al visitarlo y regar su tumba todos los días, con la poca agua que arrastraba el río, hasta que la promesa se cumplió y de la tierra que cubría a Avatí brotó una planta desconocida que creció, floreció y dio sus sabrosos y nutritivos frutos: el maíz. El mensajero desconocido regresó para corroborar la historia y comunicó que por voluntad del Dios, el generoso Avatí, de cuyo cuerpo se nutrió la planta, viviría para siempre mientras se cultivara el maíz, que desde entonces alimenta a todos lo guaraníes.


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La hierba mate ¿Por dónde podré bajar?, se preguntaba la solitaria luna paseándose por el cielo. El inmenso espacio azul le parecía una jaula y su único amigo era el aire. Lo envidiaba por su libertad para desplazarse de un lado a otro jugueteando con las nubes. Su mayor anhelo era pisar esa verde alfombra de las praderas que veía desde arriba, y dejarse resbalar por las colinas que descendían hasta un profundo y misterioso manchón azul. -Quiero conocer ese otro cielo que tienen abajo -le contó al aire. - No es el cielo, mi amiga -silbó él-, es el mar. Se acrecentaron sus deseos y en un ataque de mal genio gritó: -¡Quiero bajar! ¡Quiero bajar! Una estrella peleadora le dijo: -¿Para qué formas berrinche? Eres centinela de la noche y no puedes dejar tu puesto. Al verla llorar lágrimas de plata, las nubes se pusieron de acuerdo. Ellas la comprendían, porque en sus viajes siempre admiraron la tierra. --Te vamos a ayudar para que no se note tu ausencia -le dijeron-. Cada una de nosotras colgará sutiles gasas de neblina y entre todas formaremos un telón, que dejará la noche más oscura que boca de lobo. -¿Qué es eso? -preguntó ingenuamente la luna. El arco iris prestó su escala de siete colores, y la luna, con una capa negra, un aderezo de tules y una coronita de estrellas, como una reina, bajó orgullosa. La tierra le abría al fin sus brazos amorosos, sus lagos y sus abanicos de palmera. La primera sensación que experimentó fue la de volar, de ser libre como un pájaro, hasta que sus pies tocaron unas agrestes colinas cubiertas de vegetación, entre las que cantaba el río Paraná. Se volvió niña, fascinada por las flores y los perfumes. Al mirarse en las aguas, su cara redonda le pareció demasiado pálida entre los coloreados frutos. Hubiera querido ponerse trenzas y parecer una campesina. -¿Dónde habrá niños? - se preguntaba, sin saber que era este un lugar tropical y muy desierto. -Ven a nadar - la invitó el río con un murmullo de cascadas. No se hizo de rogar la traviesa luna. Se despojó de su paca y tules y de su coronita de estrellas para sumergirse en las rumorosas aguas que se llenaron de reflejos. En el oleaje aparecía y desaparecía, cual un barco redondo y blanco, y era ella la que miraba el cielo, un tanto oscuro sin su presencia.


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"Ahora -pensaba- que he probado los frutos y conozco eso verde que es el pasto, los helechos y el agua; ahora que he aquietado este deseo de tierra, podré volver a mi sitio y ser para siempre una luz lejana, que alumbre los caminos del mundo y las ventanas de sus casas. Pero, ¡qué bueno fue mirar desde abajo!" Ni se acordaba del cielo y lo encontró lindo. Con su falta de experiencia se olvidó del jaguar, el temible animal de la selva que en las noches busca siempre alguna víctima para calmar su feroz apetito. Agazapado entre los juncos, vio a la luna, le pareció una gran tortilla de maíz, un tanto cruda tal vez. Cuando quiso abalanzarse a devorarla, el cuchillo de un diestro cazador terminó con su hambre y con su vida. Este hombre con su mujer e hija eran los únicos habitantes de la enmarañada selva; había construido una choza en un claro y hacía tiempo que andaba en busca de liquidar al jaguar que robaba sus animales domésticos. -No temas, criatura -le dijo a la luna, que tiritaba de susto, sin saber aún de quien era esa redonda cara pálida-. Yo te llevaré a mi choza, en donde mi familia te atenderá. Generoso, como buen campesino, le cocinó la última tortilla de maíz que quedaba; pasarían muchos meses antes de la próxima cosecha. La luna, envuelta en una gran sábana, se sintió feliz y humana entre gente tan amable, hasta que oyó decir a la mujer de su salvador: -¿Qué vamos a comer mañana? Se acabó el maíz. Con un poco de pena se puso su capa de reina, sus gasas y su coronita maltrecha. Se decidió a partir para volver a tomar su puesto en el firmamento y de paso agradecer su ayuda a las nubes. Nadie se había percatado de su ausencia ni de su viaje a la tierra y el arco iris se afanaba guardando su escala. La luna pensó: "¿qué puedo regalarle a esos campesinos que tan amablemente me acogieron? Algo que los ayude a vivir momentos felices, a olvidarse de la soledad y que los reponga de los duros trabajos que realizan". Entonces, muy emocionada, dejó caer sus lágrimas de plata que, iluminando la choza de luz y reflejos, regaron los campos. Cuando al amanecer el buen hombre salió de la casa, arbustos desconocidos habían brotado por doquier. Entre el verde oscuro de las hojas asomaban blancas florecillas. La mujer, de pura hambre, preparó una infusión con esta yerba nueva y al beberla se sintieron todos mucho mejor y con ánimo. El arbusto cundió como maleza por todas partes, y el país se hizo famoso y rico por su yerba mate. Se dice que la hija del campesino fue la depositaria de este regalo, que jamás murió y que va por todas partes repartiendo este don de la luna.


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Aprender a compartir Sucedió una vez, lo que a continuación te voy a contar. Escucha con atención. A los niños y niñas les gusta jugar con sus juguetes favoritos. En especial a unos amigos que vivían en un barrio de la gran ciudad. Eran unidos, una gran pandilla de cuates, que les gustaba divertirse y jugar con sus juguetes preferidos. Ellos eran: Carolina, Carlita, Jesús, Jorge, Raúl y Luisito. A Carolina y a Carlita les gustaba jugar con las muñecas, las cambiaban de ropa, de peinado e inventaban historias de amor donde el muñeco más guapo era el galán. Jesús se entretenía con su Nintendo, con las aventuras de Mario Bros tratando de no perder ninguna vida y llegar al último nivel. Jorge no podía salir al parque sin su pelota de basquetbol y Raúl sin su patineta con la cual hacía piruetas en el aire. A Luisito, el más pequeño de la pandilla, le encantaba jugar con sus carros de control remoto. Ellos no podían salir a divertirse sin sus amigos inseparables: sus juguetes. Pero existía un problema con esta pandilla de amigos... no se prestaban sus juguetes. No querían que nadie más que ellos, sus propietarios, jugaran con ellos. Si Luisito tomaba la patineta de Raúl, éste se enojaba y le gritaba: _ ¡Dámela! ¿Qué no sabes que la puedes romper?. ¡Juega con tus carritos, la patineta es para niños grandes como yo! _ Así que Luisito se ponía a llorar. ¡Ah!, pero cuando Carolina le pedía prestado un carro para jugar con sus muñecas, le decía: _ ¡Los carros son juguetes de niños, no de niñas! Lo que no se imaginaban, era que no muy lejos de allí, en el País de las Ilusiones, donde se fabricarlos juguetes, el duende mayor, llamado Igor, que era el encargado de la producción, los estaba observando con su telescopio, y éste se puso muy triste


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porque no compartían los juguetes, discutían en vez de jugar, peleaban y cada uno se iba a su casa, enojados, terminando el tiempo de jugar. _ De nada sirve que yo haga los juguetes con mucho amor para los niños, si éstos no tienen buenos sentimientos, como lo es el compartir. Estoy muy cansado, creo que me tomaré unas vacaciones, y me iré al país de los sueños, a descansar un poco y olvidar mi tristeza. Y así fue, el duende Igor, se fue del País de las Ilusiones y dejó la fábrica de juguetes encargada a los pequeños duendecillos verdes, que eran muy traviesos y que no sabían cómo manejar las máquinas. Cometían muchos errores, por ejemplo, si hacían carros seles olvidaban las llantas; las pelotas las hacían triangulares y no rebotaban; a las muñecas les ponían los cabellos de alambre, olvidando las piernas y los brazos. Eso no era tan grave como cuando hacían los muñecos de acción, en especial, a los superhéroes. A Batman le cambiaban su cuerpo por el de la Mujer Maravilla; a Supermán, lo vestían con la máscara del hombre araña, lo vestían con la máscara del hombre Araña; a los dinosaurios los armaban con patas de chango y boca de pez; a los caballitos los adornaban con jorobas de camellos y trompas de elefantes. Era un tremendo lío en la fábrica. Por eso, cuando los juguetes pasaban por el control de calidad de la mega computadora que los supervisaba, ésta los devolvía y daba la orden de: “Juguete con desperfectos. Debe destruirse”. Por lo tanto, la fábrica no producía ningún juguete. Pero eso no era todo el problema, había algo peor...terrible...espantoso. Existía en la fábrica un maleficio. Por cada juguete que la computadora destruía, desaparecerían juguetes que los niños del mundo tuvieran en su poder. Fue así como empezaron a desaparecer, como por arte de magia. ¡Zas! ¡cataplum! y el juguete invisible. Como te has de imaginar, a los amigos de la pandilla les sucedió también el maleficio de los juguetes invisibles. Al primero que le pasó fue Jorge, que estando jugando basquetbol, lanzó su pelota a la canasta y... ¡desapareció!. Jorge la buscó por todos


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lados pero no la encontró y muy triste se fue a su casa, y su mamá lo regañó, creyendo que la había perdido. Lo mismo le pasó a Carolina y a Carlita con sus muñecas. A Jesús con su Nintendo, cuando fue a buscarlo no lo encontró. Raúl buscó hasta por debajo de la cama y de la alfombra su patineta y Luisito, hasta los lentes de aumento de su papá se puso para buscar sus carros de control remoto. Así, poco a poco, los juguetes se fueron extinguiendo, como los dinosaurios. Quizás con los años, sólo verían en fotografías y en los museos. Los niños del mundo estaban tristes, porque ¿qué iban a hacer ahora que no tenían juguetes?. La pandilla de amigos, también empezó a preocuparse. Dónde vivían los niños y las niñas se la pasaban encerrados en sus recámaras y sólo veían televisión. Como eran vacaciones no iban a la escuela, así que tenían mucho tiempo libre. Por las mañanas la pandilla veía televisión, en las tardes también y por las noches, se reunían en el club para comentar lo que les pasaba. En las primeras semanas les agradó la idea de ver durante mucho tiempo la televisión. Pero ya se sabían hasta los comerciales de memoria y no les causaba gracia ver los mismos programas. Sus ojos estaban irritados y les dolía la cabeza, además estaban engordando de tanto comer golosinas frente al televisor. En una noche, en la que se reunieron en su club, Carolina, la más inquieta de todos, les dijo: _ Ya me aburrí de tanto ver televisión, quiero volver a jugar con ustedes, debemos de hacer algo. _ No podemos hacer nada sin los juguetes, le contestó Jesús. _ Yo sin mi patineta no me divierto _dijo Raúl. _ Extraño mis carritos _ lloriqueó Luisito. _Recuerdo cuando encestaba la pelota en la canasta _ dijo Jorge al momento de aventar un papel al cesto de la basura. _ ¡Ya sé! _ exclamó Carolina. Jorge, me has dado una idea genial. _ ¿Qué idea? _ le preguntaron todos a coro. _ No es necesario tener juguetes para jugar, podemos hacerlos con nuestra imaginación_, comentó entusiasmada Carolina, al momento de dirigirse a cada uno y les dijo:


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_ Jorge puedes jugar al basquetbol construyendo bolas de papel y con un bote, la canasta, en la que las arrojarías. En cambio, Jesús que es bueno para dibujar, puede diseñar sus propias aventuras de Mario Broos, puedes hacer una patineta de madera, con la ayuda de un adulto, pues me has dicho que te gusta mucho la carpintería. Como Luisito es feliz jugando con tierra, que mejor que se imagine una gran autopista y la haga con piedritas, hojitas y todo lo que encuentre a su lado, y los carritos puede construirlos con palitos de paleta. Y nosotras Carlita, podemos hacer las muñecas de papel y los muebles con latas. ¡Ya ven que si podemos jugar si usamos nuestra imaginación!. _ También podemos jugar al bote pateado, a las escondidas, a los encantados, a la peregrina, a brincar la cuerda _ dijo Jorge emocionado. Raúl se puso muy serio. Los demás le preguntaron, si no le había gustado la idea de hacer sus propios juguetes. A lo que Raúl les contestó: _ De nada sirve que hagamos nuestros propios juguetes, si no aprendemos a compartirlos. Los verdaderos amigos saben dar y recibir, se prestan sus juguetes, confían en los demás, se apoyan, no se burlan de otro porque éste sea diferente, porque sea gordo o flaco, use lentes, esté moreno o blanco. Los amigos sinceros se aceptan como son y se respetan. Nosotros no compartíamos nuestros juguetes preferidos y eso no era bueno. Propongo que entre todos, los construyamos, nos los prestemos y así nos divertiremos más. _ Tienes razón, de ahora en adelante compartiré mis juguetes con ustedes y ayudaré a quien me lo pida _ dijo Carolina. _ ¡Sí!, ¡Para eso son los amigos! _ gritó Luisito. Y fue así como la pandilla de amigos se abrazaron y valoraron la importancia de la amistad. Como verás, muchos niños siguieron su ejemplo, hicieron sus propios juguetes y juegos, y sobre todo, aprendieron que era muy importante compartir, igual lo hicieron en la escuela, en la ciudad, etc., difundiéndose esta grandísima idea.


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De todo esto se dio cuenta Igor, el duende mayor, que los había observado en su telescopio. Comprendió que había juzgado mal a los niños. Con gran alegría Igor volvió al País de las Ilusiones y arregló los desperfectos de la fábrica de juguetes y de la computadora. Enseñó a los duendecillos verdes a cómo manejarla para posteriormente poder tomarse un tiempo para descansar y que los niños pudieran seguir disfrutando de sus juguetes. Con el tiempo en la fábrica de juguetes la producción volvió a la normalidad y se surtieron juguetes a todas las tiendas y jugueterías del mundo, en el que se incluía una leyenda: “Este producto debe compartirse para que dé mejores resultados” Nuevamente los juguetes que antes eran invisibles se hicieron visibles, ya los podían ver, tocar y jugar con ellos los niños. Los papás y mamás del mundo felices fueron a comprarles juguetes a sus hijos, los niños ahora organizaban su tiempo de mejor manera: a veces jugando con sus muñecos, carros, pelotas, patinetas, Nintendo, y computadoras. Otras veces veían televisión, y en muchas ocasiones jugaban con su imaginación, creando sus propios juguetes y aventuras. La idea de la pandilla del barrio favoreció a muchos que no tenían juguetes, pues comprendieron que para divertirse no necesariamente se debe de comprar muchos juguetes, o que sean muy caros, o ver sólo televisión o estar todo el día usando la computadora. Para jugar, sólo basta ser niño y usar la imaginación. Lo que importa más es el juego y no el juguete. Y sobre todo, comprendieron que los verdaderos amigos comparten lo que tienen. El mayor tesoro que existe en nuestras vidas es la amistad.


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El sapo y el urubú En un principio, el vanidoso sapo tenía una espalda lisa y lustroso. Ocurrió que el sapo y el urubú fueron invitados a una fiesta que se iba a realizar en el cielo de los animales. Después de hacer sus preparativos, el urubú fue a burlarse del sapo. Lo encontró entre los juncos de un charco croando de la manera más melodiosa posible porque estaba adiestrando la voz. Se saludaron los animales. El sapo decía que le habían invitado por su gran habilidad de cantante. El urubú dijo que él también estaba invitado, para que el sapo se dejara de jactancias y se fue convencido de que el animalito verde era un gran farsante. Al otro día muy de mañana, el urubú se alisaba las negras plumas sentado en un arbusto, preparándose para el viaje, cuando se le acercó el sapo. El instrumento del urubú, la guitarra, estaba en el suelo pues la estuvo templando toda la noche. El sapo le dijo que él se iba ya de camino porque caminaba muy lento; en realidad lo que hizo fue meterse en la guitarra. Cuando el urubú levantó el vuelo estaba tan entusiasmado con lo de la fiesta que no se percató de lo pesado de su guitarra. Pronto dejó atrás las nubes, la luna y las estrellas. Al llegar, los demás animales le preguntaron por el sapo, a lo que contestó que no creía que fuera posible que viniera pues el sapo apenas si saltaba como para alcanzar el cielo. ¿Y cómo que no lo había traído?. Pues porque no le gustaba cargar piedras, contestó. Dejó a un lado la guitarra esperando que llegara el momento de la música. Entonces el sapo salió de su escondite y apareció de improviso ante la concurrencia, más hinchado y orgulloso que de costumbre. Lo recibieron con gran asombro, entre aplausos y felicitaciones. Mientras, se reían del urubú. Entonces comenzó la fiesta, había comida en cantidad y todos se llevaban bien. Estaban dedicados al baile, al canto y a la interpretación de sus instrumentos


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preferidos pues la fiesta era para que cada uno se luciera en sus habilidades. Entre todo este alboroto, el urubú rasgueaba contento su guitarra y el sapo soltaba sus "do" de pecho. En el momento de más alegría el sapo aprovechó para introducirse de nuevo en la guitarra. Terminó la fiesta y nadie notó su ausencia a la hora de las despedidas, sólo el urubú, que le tenía rencor por haberlo puesto en ridículo. Echó a volar de regreso; estando receloso esta vez noto el peso de más. Continuó volando hasta distinguir el suelo, pasó bajo la luna y con esa luz pudo ver al sapo acurrucado en el fondo. ¡Sal! le gritó el urubú. El sapo rogó que no le echara. Como el sapo no salía por miedo que lo arrojara, el urubú sacudió la guitarra hasta que el animalito salió por los aires moviendo las patas. Iba muy rápido en la caída pero la distancia era también mucha, así que el sapo tuvo tiempo de pensar en que ojalá pudiera caer sobre agua o sobre arena. Primero creyó que caería en una laguna pero el viento lo desvió, luego divisó un prado y más adelante un frondoso ombú. Pero continuaba alejándose de estos lugares para dirigirse a unos duros caminos, unos roquedales, el patio de una casa. Al fin dio contra unas rocas, de espalda. Cuando despertó pasaron muchos días para que se recuperara. El golpe había sido tan fuerte que la espalda le quedó para siempre manchada y llena de protuberancias. Esta es la razón por la que el pobre sapo tiene tan fea presencia. Dicen también que debido al golpe se le malogró la voz, pero esto no se puede asegurar.


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Los sueños de Pak Diro Pak Diro era un campesino, y vivía en una aldea o caserío cerca de la ciudad de Kuala Lumpur. Más pertenecía a un grupo de personas que les gusta soñar. Soñaba llegar a ser un hombre riquísimo, con grandes casas, rodeadas de bellísimas muchachas o doncellas que le sirvieran, y gozar de cualquier cosa, sin alzar un dedo. Su mujer, pobre mujer, le repetía continuamente: -¡Pak Diro, deja de soñar! Sin trabajar no se puede obtener nada de la vida. -Hazme el favor, - replicaba el – ustedes las mujeres no entienden nada del mundo de los hombres. Un día Pak Diro fue como arrebatado por una crisis mística, y decidió dirigirse a un monte sagrado donde haría oración, se alimentaría de hierbas y viviría en absoluta pobreza. Aunque nos costara sacrificio, un periodo de soledad será útil: los dioses nos ayudaran favorablemente – confió Pak Diro a la mujer que se mostraba admirada y sorprendida de aquella imprevista decisión. Llegados a la cima del monte los 2 peregrinos encontraron un viejo templo abandonado. Se establecieron convencidos que el ayuno y la penitencia les habría ayudado a acercarse a Dios y a conocer la voluntad sobre ellos. Una tarde, mientras aquellas dos almas solitarias estaban orando, apareció un anciano de barba larga y blanca. -Pak Diro – le dijo el anciano – tu devoción y la de tu mujer me conmovieron. Debes saber que yo puedo satisfacer cualquier deseo de tu corazón, presta atención, porque de tantos deseos que están en tu corazón puedo satisfacer dos. Escoge con cuidado lo que quieres pedirme. - Si, si, santidad – exclamó Pak Diro lleno de felicidad Se sentía confundido y excitado de no lograr ni siquiera hablar. - Aquello... cuanto... yo... yo


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- Espera, Pak Diro - le aconsejó el anciano venerable – reflexiona con calma antes de expresar aquello que deseas. Es cosa sabía que tu consultes a tu mujer. - Todos quieren salud y felicidad y larga vida- dijo Pak Diro a la mujer. – podemos escoger solamente entre estas dos cosas. ¿Qué escogerías tú? - Yo escogería la salud y la felicidad – sugirió la mujer. - Más no. Las cosas más importantes de la vida son las riquezas. En realidad si miras a tu alrededor puedes constatar que el hombre más inteligente está al servicio del más rico. - ¿Qué hacer del dinero del mundo si te enfermas o si no eres feliz? A este punto Pak Diro empezó a perder la paciencia, como siempre cuando su mujer tenía parecer distinto del suyo. En un momento de la discusión con la mujer, tomado por la ira el hombre exclamó: - ¡Quisiera que te volvieras una oca! Imprevistamente marido y mujer se encontraron rodeados de humo y relámpagos. Pak Diro cayó al suelo como fulminado. Cuando las fuerzas le volvieron tuvo la fuerza de levantarse, el pobre hombre se dio cuenta con susto que un deseo ya había sido escuchado: ¡la mujer había sido transformada en oca! - ¿Cómo he podido desear una cosa como esta? – exclamó con hipo y sollozando Pak Diro. Y dirigiéndose de nuevo al anciano venerable que había hablado le suplico: - Por favor santidad, devuélveme a mi mujer. No quiero ser marido de una oca. - El anciano apareció de nuevo y dijo: - Este es tu segundo deseo, Pak Diro. Yo puedo transformar tu mujer, más no satisfacer algún otro deseo. Trabaja con responsabilidad, no pienses en el dinero. Y entonces serás feliz. El viejo agitó la varita mágica que tenía en la mano y pronunció palabras misteriosas: enseguida la oca se convirtió en la mujer de Pak Diro. Cuando Pak Diro se dirigió al anciano venerable ya había desaparecido. Se sabe que Pak Diro no volvió a ser más rico. Siguió el consejo y vivieron con sencillez, y de mutuo acuerdo y felices


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Sakuntala o el anillo mágico Hay en la India, al pie del monte Himavat, un bosque sagrado donde viven los ascetas consagrados a la meditación y a la sabiduría. Sus lagos son de agua azul, siempre inmóvil; el arroz silvestre crece allí espontáneamente junto al césped de los sacrificios, y los animales del bosque son sagrados para el cazador, de afiladas flechas, que debe entrar humilde y desarmado en el silencioso recinto. En este bosque habita la doncella Sakuntala, hija adoptiva del asceta Kanva. Ella, hermosa y delicada como un jazmín recién abierto, cuida las plantas y los animales del bosque. Con granos de arroz y dándole a beber la leche en el cuenco de su mano ha criado un cervatillo, que salta siempre alegre detrás de sus pasos. Sus amores son las flores y los árboles, que riega y mira crecer día por día; y su gran fiesta, cuando, a la llegada de la primavera, estallan en el bosque los primeros brotes. Un día, el joven rey Duchmanta, descendiente del dios de la Luna, llegó de caza al santo lugar. Venía en su veloz carro, con el arco de bambú atado a la muñeca, persiguiendo a una gacela negra, que penetró jadeante en el bosque de los solitarios. Internose el rey tras ella, y tendría ya su arco dispuesto a disparar cuando una voz le contuvo diciendo: ¿Quién se atreverá a manchar de sangre el bosque de la meditación? Detén tu brazo, no caiga tu flecha en el cuerpo de la humilde gacela como un rayo en un búcaro de flores. Entonces el rey se dio cuenta del lugar en que se hallaba, descendió del carro y, dejando en él su manto y sus armas, porque en el recinto sagrado debe penetrase con vestiduras sencillas, se dirigió al interior del bosque en busca de la ermita del venerable Kanva. A su paso, el pájaro no se espanta en la rama donde canta, y el gamo, que pace junto al sendero, levanta su cabeza para mirarle dulcemente. De pronto oyó el rey, en un bosquecillo de bambúes, voces y risas de mujer, y se puso a observar entre el follaje. Era la hermosa Sakuntala, que, con otras dos doncellas, regaba los árboles. Llevaba una humilde vestidura de corteza de árbol, sujeta con leves nudos de cáñamo a los hombros, y adornaba sus orejas con dos flores de acacia.


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Así apareció a los ojos del rey, a través del follaje, sobre el verde tierno de la pradera, como un panal de miel nueva. Y Duchmanta olvidó al verla su palacio; olvidó la gacela que hasta allí le había llevado, y su corazón tembló en la quietud religiosa del bosque. Luego, adelantándose, se presentó a las doncellas, que al verle quedaron un poco turbadas. Pero su noble aspecto y la delicadeza de sus palabras las tranquilizaron, y ofrecieron al desconocido el plato de leche, arroz y frutas, ofrenda sagrada de hospitalidad. Los discípulos de Kanva llegaron al bosquecillo de bambúes, y reconociendo al rey Duchmanta, le dijeron que su venerable maestro estaba ausente rezando en los santuarios del oeste, y le invitaron a pasar la noche en su cabaña. El rey no pudo negarse a ir con ellos, pero sus ojos no se apartaban de la hermosa Sakuntala, que quedaba allí. Así iba, su cuerpo hacia delante y su alma hacia atrás, como la seda de una bandera llevada contra el viento. Varios días permaneció el joven rey con los ascetas en la montaña sagrada. Su corazón adoraba Sakuntala, y cuando al caer la tarde conversaba con ella, sentados sobre la hierba, sus palabras se entrelazaban como las ramas de los árboles. Y al fin un día el joven rey le confesó su amor, temblando como un niño. Sakuntala bajó sus ojos de largas pestañas, y nada contestó. Pero sus manos cogieron una hoja de loto, y sobre ella escribió con la uña estas palabras: "No conozco tu corazón, pero día y noche el amor atormenta a la que ha puesto en ti toda su esperanza." Al leer estas palabras, el joven rey la estrechó entre sus brazos. Y en el silencio del bosque, bajo los ojos de los dioses, le dio el juramento de esposo. Días después llegó el séquito del rey al bosque sagrado, llamándole de nuevo a su palacio. Antes de partir, Duchmanta habló así a Sakuntala: Toma mi anillo de oro, esposa mía. En él está grabado mi sello y escrito mi nombre. Cuenta una letra por cada día, y cuando todas las letras hayan sido contadas deja el bosque de tu padre y vete a mi palacio. Así se despidieron Duchmanta, hijo del rey de la Luna, y Sakuntala, la doncella sagrada, amada de los pájaros. Largos son los días de la espera. Sakuntala está triste sin su corazón, contando día por día las letras del anillo, y las lágrimas del amor marchitan sus mejillas, como dos jazmines regados con agua hirviendo.


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Un día Sakuntala, absorta en sus recuerdos, olvidó los deberes de la hospitalidad, no atendiendo al ermitaño Durvasa, que llegó al bosque cansado y sediento, y el ermitaño, ofendido, lanzó su maldición contra la doncella diciendo: El rey no se acordará de Sakuntala, como el hombre ebrio no recuerda sus palabras del día anterior. Sólo el anillo nupcial le devolverá la memoria. ¡Ay de Sakuntala si pierde su anillo! Pero la doncella no oyó la maldición. Y el destino cruel arrebató el anillo de su mano un día al entrar en el baño, en el celeste Ganges de las tres corrientes. Entre las aguas del sagrado río se hundió el anillo nupcial, y con él se hundieron entre la espuma los recuerdos del rey. Cuando el día de la promesa llegó, las doncellas del bosque engalanaron a Sakuntala y ungieron sus cabellos. El venerable Kanva, que llegó aquel día, la bendijo y dirigió su palabra al bosque diciendo: ¡Árboles sagrados! la que no quería beber cuando vosotros no habíais bebido; la que, gustando de adornarse, no cortaba, por miedo a heriros, ni una sola de vuestras ramas, Sakuntala, se va a la casa de su esposo. ¡Dadle todos vuestro adiós! Y entonces se obró un perfumado milagro. Un árbol produjo un vestido de lino, blanco como la luna; otros destilaron su jugo de laca, de gomas y resinas para perfumarla, y otros le tejieron brazaletes de fibra y coronas de hojas y flores, y el cuchillo del bosque cantó diciéndole adiós. Sakuntala se despidió de su cervatillo. Dio tres vueltas alrededor del fuego sagrado, mientras sus compañeras levantaban ritualmente en sus manos los granos de arroz. Y luego, como manda la escritura, todos los ascetas la acompañaron hasta el borde del agua. Así se fue Sakuntala del bosque, llevando su perfume, como una rama de sándalo cortada y trasplantada a otro país. Ya se retiraba el rey Duchmanta de su Consejo, cuando se le avisó la llegada a palacio de dos ascetas conduciendo a una hermosa doncella. El rey, respetuosos con los habitantes del bosque sagrado, les hizo pasar enseguida a su presencia, interrogándoles sonríe el motivo de su llegada. Los ascetas respondieron, inclinándose: ¡Seas siempre victorioso! El venerable Kanva te envía por nosotros su saludo. Venimos a traer la esposa a casa del esposo. He aquí ¡OH rey!, a tu esposa Sakuntala. Duchmanta se quedó absorto ante estas palabras mirando fijamente a Sakuntala, que, temblando de emoción, no se atrevía a levantar los ojos. Ni el nombre de la doncella ni su rostro le recordaba nada. De este modo se cumplía la maldición del ermitaño Durvasa. Y buen contestó el rey echándose a reír. ¿Qué juego es éste? Yo no he visto en mi vida a esta linda muchacha ni he oído su nombre. ¿Cómo puedo tener una esposa a quien no conozco? Pero como los ascetas no le acompañaran en su risa y le miraban severamente, Duchmanta se puso grave. Se acercó a la doncella, contemplándola largamente, sin


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reconocerla, pero conmovido por su belleza y su sonrisa inocente. Así esta Sakuntala, entre los dos severos ascetas, como una rama verde entre hojas amarillas. Hermosa niña dijo el rey con ternura. ¿Qué prueba puedes darme de que eres mi esposa? ¿Tienes en tu dedo mi anillo nupcial? Sakuntala, con un rápido gesto de alegría, fue a mostrar su anillo; pero entonces echó de ver que lo había perdido al bañarse en el sagrado Ganges de triple corriente, y dos lágrimas temblaron suspendidas en sus largas pestañas, luego, las fuerzas la abandonaron y hubo de apoyarse, desfallecida, en sus compañeros, cerrando los ojos. Duchmanta, conmovido por el dolor de la joven, llamó a su preceptor, un anciano lleno de sabiduría, que sabía encontrar la verdad entre las mentiras como el cisne que bebe la leche sin tocar el agua que se ha mezclado en ella. Y le interrogó diciendo: He aquí que esta muchacha dice ser mi esposa, y yo no la conozco. ¿Cómo puedo saber la verdad? Y el sabio respondió: Esta muchacha va a tener un hijo. Espera, ¡Oh rey! Si el recién nacido tiene en su mano derecha la figura de la una rueda, las profecías se habrán cumplido y el niño será tuyo. Con estas palabras los ascetas dieron por terminada su misión y, rechazando a Sakuntala, que, llorando acongojadamente, quería regresar con ellos, tomaron el camino del bosque. Sakuntala, entonces, huyó del palacio, llena de dolor y de vergüenza, maldiciendo el duro corazón de Duchmanta. Y por más que centenares de esclavos la buscaron por todas partes, no fue posible encontrar su paradero. Un día los guardias de palacio prendieron a un pescador, al que encontraron un anillo de oro con el sello y el nombre del rey. Fue llevado a la presencia de Duchmanta, acusado de ladrón. Pero el pobre pescador negó tal delito, afirmando que el anillo lo había encontrado en el vientre de un pez caído en sus redes en el celeste Ganges. Tomó el rey el anillo en sus manos, y al contemplarlo su corazón latió apresuradamente. Como una nube que se descorre dejando paso al sol, así el olvido se descorrió en su alma, y las escenas del bosque sagrado, la persecución de la gacela negra, el amor y el juramento de Sakuntala se presentaron nuevamente ante sus ojos. Puso Duchmanta en libertad al pescador, regalándole el joyel de su turbante, y mandando uncir su brillante carro, marchó al galope de sus caballos hacia el bosque sagrado.


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Pero Sakuntala no está en el bosque ni en el reino. Nadie la ha vuelto a ver, nadie puede indicar sus huellas. Y Duchmanta llora de dolor y de arrepentimiento, un año y otro año, afligido por el recuerdo de Sakuntala, la amada de los pájaros. Cuando en el cielo estalló la lucha entre los dioses y los gigantes, el celeste Indra envió su carro, húmedo de rocío, al joven Duchmanta, hijo del rey de la Luna, para que le ayudara en el combate. Y en el veloz carro de oro, disparando sus flechas por encima de los relámpagos, Duchmanta venció a los gigantes. Recibió en premio una guirnalda de flores de "mandara" uno de los cinco árboles eternamente floridos en el cielo de Indra. Y al regresar a la tierra, Indra hizo que el celeste carro se detuviera en la altísima montaña Cumbre de Oro, consagrada a la penitencia, donde las almas puras, más altas que las nubes, se acercan a los dioses. Allí, con el cuerpo ceñido de pieles de serpientes, apretado el cuello por un dogal de lianas secas, largos los cabellos donde anidan los pájaros, los penitentes solitarios rezan inmóviles de cara al sol. Apeóse el joven Duchmanta para recibir la bendición de los solitarios. Y al internarse entre los árboles vio a un hermoso niño que jugaba con un cachorro de león. Reía el niño, agarrado al león por la melena, y Duchmanta, gratamente sorprendido por la belleza y el valor del pequeñuelo, se acercó a él, mirándole conmovido. Como el rey no tenía hijo, siempre que veía a un niño su corazón se llenaba de ternura y de tristeza. Y sucedió entonces que al niño se le cayó un talismán que llevaba colgado al cuello, y el rey se agachó para recogerlo. Al hacer esto, el aya del niño, que llegaba en aquel momento, lanzó un grito diciendo: ¡Desdichado extranjero! No toques ese talismán, porque se convertirá en una serpiente. Sólo el niño y sus padres pueden tocarlo. Duchmanta se quedó absorto ante estas palabras, porque ya había recogido el talismán y no lo veía transformarse en serpiente. Entonces, temblando de esperanza, cogió entre las suyas las manos del niño, y vio grabada en su diestra la figura de una rueda. Y abrazándole loco de gozo, le decía: ¿Quién eres tú, hermoso niño, que pareces hijo de los dioses? Soy nieto del rey de la luna respondió el niño, orgullosamente. Mi padre el héroe Duchmanta a quien nunca conocí. Entonces apareció Sakuntala con el rostro demacrado por las mortificaciones y recogido el cabello. Y era aún más hermosa en su dolor, semejante a la liana de flor blanca con los pétalos agostados de sol. Duchmanta cayó de rodillas ante ella, besando el borde de su vestido y pidiéndole perdón. Luego puso nuevamente en su dedo el anillo nupcial, y en el carro de oro del celeste Indra volvieron los tres a su reino. Los mismos dioses conmovidos por esta sencilla historia, la escribieron después en verso, mojando sus pinceles en el rocío del cielo.


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Tuminah y el oso En las fábulas orientales con frecuencia las personas y hasta las divinidades, se transformaban en plantas o animales. Hasta entre nosotros, en la historia, suceden cosas similares. Lo que sucede es porque la fábula quiere hacernos soñar; en la narración magia y realidad se funden, y nuestra fantasía vuela a regiones lejanas y realiza nuestros sueños secretos. También Tuminah ha vivido un dulce sueño, y su despertar fue más alegre. Omar vivía con una mujer y sus cinco hijas en un pequeño pueblo de la isla de Pinan. Las cinco muchachas eran todas bastante graciosas; más muchos jóvenes las habrían pedido por esposas, ellas no habían todavía encontrado ninguno que les gustase o fuese considerado digno de ser escogido como marido. Con el pasar de los años las muchachas no eran tan jóvenes, tanto que Omar y la mujer empezaban a preocuparse, temiendo que sus hijas no encontrasen ocasión de casarse. Un día Omar y la esposa se sorprendieron bastante al ver un simpático Oso en acercarse a la casa. _ ¿Qué buscas?_ le preguntaron. Muy educadamente el oso se acercó y dijo: _ Le estaré muy agradecido si me permiten casarme con una de vuestras hijas _¡Ah! ¿quién ha escuchado que un oso se case con una joven? _ ¿Por qué en lugar de reírse de mí no preguntan más bien a vuestras hijas si quieren casarse conmigo? No soy un hombre, más soy honesto y trabajador. Interpelada la de más edad rechazó decididamente: _¿Casarse con un oso? ¡no, no, nunca! También las otras hermanas rechazaron la propuesta. Excepto la última, Tuminah, que era la más bella y la más dulce de todas. _¿Casarse con un Oso? No me parece una


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elección que descartar. Si es gentil y honesto, será ciertamente mejor que tantos hombres. Las hermanas se reían. Fue así que después Tuminah se casó con el Oso. Después del matrimonio frecuentemente los parientes y los amigos tomaban en broma la extraña pareja: más esto no parecía turbar la armonía y felicidad de los dos esposos. Tuminah no sabía todavía como el marido lograse dinero para vivir. Cada mañana al alba el Oso se dirigía al trabajo, para regresar después a la noche profunda. Siempre más curiosa de conocer la verdad sobre este misterio, un día Tuminah decidió seguir a su marido a escondidas. Él bajó a la playa y aquí advirtió algo prodigioso: el Oso se despojó de la piel como de un vestido, y se transformó en un bellísimo joven. Después, subido en la barca, empezó a remar hacia adentro. Apenas el marido estuvo fuera de la vista, Tuminah salió del matorral donde se había escondido y se llevó la piel del Oso. Aquella tarde, cuando regresó el marido, por cuanto buscase no logró encontrar su piel. Solamente entonces Tuminah se acercó al joven y dijo: _ No te cambies de nuevo en Oso, te ruego. Eres más bello así como eres realmente. _ ¿Te avergüenzas de mí? _ No, más sería así de bonito si todos se dieran cuenta que tú eres un hombre. Apenas las hermanas descubrieron que era bello el marido de Tuminah, enseguida se volvieron celosas. Más Tuminah no se dio cuenta de este sentimiento: su corazón no había nunca experimentado lo que eran los celos. Enseguida, el marido le confió que marcharía para unos asuntos de negocios muy importantes: _ Estaré varios meses fuera, más cuando regrese seremos ricos. Tuminah se mostró comprensiva y generosa: aunque lo sentía mucho, aceptó que el marido se fuera. Las hermanas se sintieron aliviadas y dijeron a Tuminah: _ Tu marido te ha dejado para siempre, no lo verás más nunca. Ciertamente volvió a ser Oso. Pasaron tantos meses que a Tuminah parecían interminables. Finalmente un día algunos pescadores corrieron a casa de Tuminah para decirle que el marido regresaba con una entera flota de naves llenas de tesoros inestimables: sedas, oro, jades y otras joyas. Tuminah se puso sus mejores trajes y corrió a la playa para recibir al marido. Las hermanas la siguieron. Repentinamente encerraron y amarraron a Tuminah y la pusieron en una barca lanzándola mar adentro. Mientras se acercaba la


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flota, ninguna nave se dio cuenta de la barca que llevaba a la joven casi invisible por las altas olas. De último venía la nave almiranta, engalanada de fiesta con banderas de mil colores: el joven que en un tiempo vestía con piel de oso, hoy estaba vestido como el almirante de la flota. _ ¡ALTO! ¡Anclad las naves! gritó dándose cuenta de algo que movía entre las olas. ¿Qué cosa es aquella barca pequeña allá abajo? Como la nave se fue acercando, los marineros vieron la figura de una joven amarrada y tendida en el fondo de la barca. Bajaron un bote y llevaron a bordo a la joven. El marido enseguida la reconoció y lleno de asombro preguntó: _¿Tuminah, qué sucedió? Cuando Tuminah se reincorporó, le dijo al marido lo que había sucedido con sus hermanas. _Tus hermanas son unas brujas. Tienen necesidad de una lección. Entonces encomendó a la esposa que no saliera de la cabina de mando de la nave por ninguna razón. El comandante desembarcó. Las cuatro hermanas lo esperaban con vestimentas de grandes ocasiones. _¿Dónde está mi esposa?, les preguntó. _Nosotras no lo sabemos. Hace algunas horas bajó a la playa para recibirte, y desde entonces no la hemos visto. Aquel día las hermanas quisieron hacer fiesta por el feliz retorno del cuñado y organizaron un gran almuerzo al que invitaron a toda la gente rica, la más importante de la isla. Mientras le servían las delicatesen, exquisiteces y manjares, el joven narró sus aventuras, y como logró quitar a los piratas el galeón cargado de tesoros. En fin concluyó: _Cuando estaba por llegar al puerto vi una pequeña embarcación que vagaba entre las olas. Dentro había una joven que había sufrido un atraco por los bandoleros, amarrada y abandonada a su destino. A estas palabras las cuatro hermanas empezaron a preocuparse. El joven dio unas palmadas y compareció Tuminah acompañada por algunos marineros. Estaba vestida de telas finísimas y tenía una corona de diamantes en su cabeza. Al verla las hermanas se sintieron morir de envidia y de miedo. _No las llevaré delante del juez, como merecéis _ prometió generosamente. _Más exijo que dejéis el pueblo lo más rápido y que no os dejéis ver. Espero que esta lección le sea útil para el futuro. Nadie sabe donde fueron las cuatro hermanas; mientras se sabe ciertamente que Tuminah y su marido vivieron felices.


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Los cuatro dragones Hace mucho tiempo, cuando no había ríos ni lagos en la Tierra sino solamente el mar del Este, habitaban en él cuatro dragones: el Gran Dragón, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón Perlado. Un día, los cuatro dragones volaron desde el mar hacia el cielo, en donde comenzaron a jugar con las nubes. De pronto uno de los dragones dijo a los demás “¡Vengan rápido a ver esto, por favor!” "¿Qué sucede?” preguntaron al unísono los otros tres, mirando hacia donde apuntaba el Dragón Perlado. Abajo, en la Tierra, se veía una multitud ofrendando panes y frutas y quemando incienso. Entre el gentío se destacaba una anciana de cabellos blancos, arrodillada en el suelo con un niño pequeño atado a su espalda. Ella rezaba: “Dios de los Cielos, por favor, envíanos pronto la lluvia para que tengamos arroz para nuestros niños”. Y es que no había llovido por largo tiempo. Los cultivos se secaban, la hierba estaba amarilla y la tierra se resquebrajaba bajo el sol ardiente. "¡Cuán pobre es esta gente!” dijo el Dragón Amarillo, “y morirán si no llueve pronto”.

El Gran Dragón asintió. Entonces propuso "Vayamos a rogarle al Emperador de Jade para que haga llover”. Dicho lo cual dio un salto y desapareció entre las nubes. Los demás lo siguieron de cerca y todos volaron hacia el Palacio del Cielo. El Emperador de Jade era muy


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poderoso, pues estaba a cargo de los asuntos del cielo y de la tierra. Al emperador no le agradó ver a los dragones llegar a toda velocidad. "¿Qué hacen aquí? ¿Por qué no se comportan como es debido y se quedan en el mar? El Gran Dragón se adelantó y dijo: “Los cultivos de la Tierra se secan y mueren, su majestad. Le ruego que envíe pronto la lluvia”. “Muy bien. Primero vuelvan al mar y mañana enviaré la lluvia”, dijo el emperador. Los cuatro dragones le agradecieron y regresaron muy alegres. Pero pasaron diez días y ni una sola gota de agua cayó del cielo. La gente sufría más, algunos comían raíces, algunos comían arcilla, cuando ya no hubo más raíces. Viendo esto, los dragones se pusieron muy tristes, pues sabían que el Emperador de Jade sólo se preocupaba por su propio placer y nunca se tomaba a la gente en serio. Sólo ellos cuatro podían ayudar a la gente, pero ¿cómo hacerlo? Mirando hacia el vasto océano, el Gran Dragón dijo tener la solución. "¿De qué se trata? ¡Habla ya!” dijeron los otros tres. "Miren. ¿No hay muchísima agua en el mar en donde vivimos? Podríamos tomarla y arrojarla hacia el cielo, entonces caería como si fuera lluvia y se salvarían la gente y sus cultivos” dijo el Gran Dragón. “¡Buena idea!” dijeron los demás aplaudiendo.“Pero”, advirtió el Gran Dragón, “si el emperador se entera nos castigará”. "Haría cualquier cosa con tal de ayudar a la gente” dijo el Dragón Amarillo. "Entonces comencemos. De seguro no nos arrepentiremos” dijo el Gran Dragón. El Dragón Negro y el Perlado no se quedaron atrás y volaron hacia el mar para llenar sus bocas de agua, que luego soltaron sobre la Tierra. Los cuatro dragones iban y venían y el cielo se oscureció de tanta actividad. No pasó mucho rato hasta que el agua del mar estaba derramándose en forma de lluvia sobre toda la Tierra. "¡Llueve, llueve! ¡Los cultivos se salvarán!” toda la gente saltaba y gritaba de alegría. Las espigas de trigo y el sorgo se enderezaron. El Dios del Mar descubrió lo que estaba sucediendo e informó al emperador. "¿Cómo se atreven los cuatro dragones a dar lluvia sin mi permiso?” El Emperador de


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Jade estaba furioso y ordenó a las tropas del cielo que apresaran a los dragones. Los dragones, en evidente inferioridad numérica, no pudieron defenderse y pronto fueron arrestados y llevados al Palacio del Cielo. "Ve y pon cuatro montañas sobre los cuatro dragones, para que nunca más puedan escapar” ordenó el emperador al Dios de las Montañas. Este uso su magia para que cuatro grandes montañas aparecieran volando y cayeran sobre los cuatro dragones. Aún así, los dragones nunca se arrepintieron de sus actos. Decididos a ayudar a la gente por toda la eternidad, se convirtieron en cuatro ríos, que corrieron atravesando las montañas y los valles, cruzando el territorio de oeste a este para llegar finalmente a su hogar, el mar. Y así se formaron los cuatro grandes ríos de China: el Heilongjian (Dragón Negro) en el norte, el Huanghe (Río Amarillo) en el centro, el Changjiang (Yangtze, o Gran Río) en el sur y el Zhujiang (Perlado) mucho más al sur.


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La venganza de los cuentos Érase un niño al que le gustaba muchísimo que le contaran cuentos .Sin embargo, a pesar de lo mucho que disfrutaba escuchando las historias, el no se las contaba nunca a nadie. Cada cuento nuevo que aprendía lo guardaba celosamente en la memoria, y nunca le decía a nadie ni palabra de su contenido. El niño era hijo único de padres ricos que, para complacerlo y hacerlo feliz, se encargaban de que siempre hubiera alguien para que le contara un cuento nuevo cada día. Bueno, pues los padres murieron, pero el fiel criado que se hizo cargo del él, siguió contándole un cuento nuevo cada noche. En un rincón de su cuarto, el niño tenía una vieja bolsa de cuero, cuya apertura estaba prietamente atada con un cordel. Aquella bolsa llevaba allí años, colgada de un clavo, olvidada por todos. Pero resulta que, cada vez que el niño escuchaba un cuento y no se lo decía a nadie, el espíritu de aquel cuento se introducía dentro de la bolsa y se quedaba allí. No podía escapar de aquel encierro a causa de la obstinación del niño en no contarles los cuentos a los demás. Y, puesto que cada día el niño escuchaba un nuevo cuento, cada día un espíritu más se sumaba a los que ya vivían en la bolsa, de modo que, al final, ésa estaba llena del todo, y los espíritus de los cuentos no podían casi ni respirar. El niño fue creciendo. Cuando cumplió quince años su tío le concertó el matrimonio con una muchacha de otra rica familia. En vísperas de su boda, el joven salió a divertirse con sus amigos, y el criado, se puso a atizar el fuego de la habitación de su amo, para que a su vuelta estuviese cómoda y bien caliente. En esto estaba cuando, de pronto, como surgidos de ninguna parte, el criado creyó oír susurros a su alrededor. Movido por la curiosidad, aguzó el oído y escuchó atentamente lo que decían. -Parece que mañana se va a casar, ¿verdad?-dijo una voz -Pues sí-repuso otra-.Y nosotros aquí, medio muertos de asfixia. -Tienes razón ¿no va siendo hora de que nos venguemos? Con mucha cautela, el criado echó un vistazo en la habitación a través de un agujerito en la ventana de papel. Para su sorpresa, constató que allí no había nadie, pero reparó que las voces procedían de la vieja bolsa que estaba colgada en la pared. Se la veía muy hinchada, y se movía de un lado a otro como si una criatura se agitara en su interior. Se escuchaba una conversación: -Escuchadme bien –decía una de las voces.


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-Irá a caballo a casa de la novia .El camino es muy largo y el viaje lo dejará sediento. Yo seré un pozo a la vera del camino lleno de agua clara sobre la que flotará un cuenco. Si bebe de esa agua morirá. -Muy buen plan, muy buen plan, -repuso una de las voces – pero más vale extremar las precauciones. Por si acaso no bebe, yo seré un campo de deliciosas fresas que encontrará un poco más adelante .Si prueba una sola morirá. Una tercera voz se añadió a la conversación y dijo: -Si con esto no funciona, yo seré un atizador al rojo vivo en el saco de vainas de arroz sobre el que descenderá un caballo, una vez que llegue a la casa de la novia. Cuando ponga un pie encima, morirá. -Bueno, bueno -añadió una cuarta voz. -Os voy a decir lo que yo haré si fallara, todo eso: yo seré una pequeña serpiente venenosa, y me ocultaré en la cámara nupcial. Cuando esté dormido le morderé y morirá La habitación volvió a quedar en silencio, como os podéis imaginar el viejo criado estaba horrorizado. Naturalmente el criado adivinó que aquellas voces procedían de los espíritus. Al día siguiente el criado llevó al joven muchacho a casa de la novia, por el camino el muchacho estaba sediento y le dijo al criado: -Por favor podéis parar ahí y traerme un cuenco de esa deliciosa agua. Pero el criado se negó a parar. El joven muchacho no le dijo nada y siguieron el camino. -Ahí veo fresas – exclamó tienen un aspecto apetitoso. Por favor ve y coge unas cuantas para que calme mi sed.


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Pero el criado se negó. A esas alturas el tío del novio estaba enfadadísimo. La ceremonia tuvo lugar sin mayores problemas Llego la noche y los novios se retiraron a la alcoba nupcial. No llevaban allí mucho rato cuando, de pronto la puerta de la estancia se abrió de par en par, y allí estaba el criado, espada en ristre y con cara de pocos amigos. Los novios se quedaron estupefactos y no osaron moverse. El criado se abalanzó entonces sobre la alfombra y, de un tajo, dejando al descubierto a una pequeña serpiente, a la que mató de un golpe La conmoción despego a toda la casa, y vino gente a ver qué pasaba. También el tío del muchacho acudió, y entonces el criado explico su extraña conducta. Le habló de la vieja bolsa que colgaba de una pared, en la habitación del muchacho, y de los espíritus, del agua de las fresas de la serpiente… El tío del joven entendió entonces lo que había sucedido, y en vez de castigarlo ensalzó su felicidad y le agradeció que hubiese salvado la vida a su sobrino. Bueno podéis estar seguros de que el muchacho aprendió la lección. A partir de ese día no dejo de contar a los demás los cuentos que sabía. Y nada más llegar casa cogió la bolsa la desató, dejó salir a los espíritus y la tiró a la basura.


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La verdadera historia del hombre lobo El año de 1839 es clave en la vida de Perico Perro ya que según sus declaraciones es cuando aparece la maldición, la Bruja que le transforma en hombre lobo. Chiclana, Jerez y Puerto Real son sus principales destinos. En 1843 se ve involucrado en un extraño suceso. La muerte del Portero del Pico de Oro, Vicente Fernández. El Portero sale al paso de Perico para quitarle el cántaro por no poder entrar en el restaurante. Nadie ve al Portero pero el 25 de agosto aparece el cadáver de Fernández lleno de dentelladas monstruosas. El 10 de octubre de 1844, el Juzgado de Primera Instancia de Cádiz condena a Manuel a 10 años de presidio. Éste, en paradero desconocido, es declarado en rebeldía. Comienza aquí la negra historia de Perico el Perro que, oliendo el peligro, regresa a la Isla. A principios de 1844 se instala en las Callejuelas, tierras de provisión. Aquí se hace querer y pronto goza de la estima del pueblo. No se pierde una misa e incita a todos a rezar; es el perfecto devoto y lleva el cántaro en procesiones. Continúa con su oficio de Cantarero pero acaba siempre regresando al Güichi Torres. Es un hombre tímido y reservado. Nadie podía sospechar que tras ese aspecto inocente se escondiera una bestia. Durante su estancia en la Isla, Perico sería responsable de al menos nueve homicidios: siete mujeres y dos varones. Aprovechando que viajaba con frecuencia, Perico se ofrecía como guía de aquellos que quisieran emigrar a la ciudad. Algunos le siguieron y ninguno volvió a ser visto vivo. Todos ellos en noches de luna llena. Perico regresaba de sus viajes con cartas y buenas nuevas, el hecho de que sólo llegaran noticias por su mano, alertaron a vecinos y familiares. Desde la desaparición de Josefa, los rumores se disparan. De todos era conocido que en Portugal Perico vendía Toallas, muy populares. Allí le vieron aullar y dar de comer sus víctimas a los lobos, sus amigos. Y cada vez son más aquellos que apodan a Perico “El Perro”, convencidos de que había asesinado a sus conocidos y después se los había comido. A mediados de 1852 se le encuentra en Naveros, provincia de Vejer, dedicándose a la siembra de papas. Y es en estas tierras donde finaliza la leyenda que le convierte en hombre lobo. Según Perico, la maldición concluye el 29 de junio de 1852, día de San Pedro. Perico vuelve a ser un hombre normal. En agosto de 1852 comienzan las investigaciones. Ya en Cádiz, Perico se desmorona y confiesa; una confesión que rebasó fronteras, fue recogida en los periódicos de la época y originó apasionados


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debates jurídicos en salas abarrotadas. Y es que no todos los días se detenía a un hombre lobo. El caso levantó tanta expectación que incluso la Reina de España, Isabel II, tuvo que intervenir en el devenir de los acontecimientos. Los detalles del proceso están recogidos en La Causa 1788, del Hombre Lobo. Las más de dos mil páginas, divididas en cuatro piezas, dos rollos y un extracto descansan en el Archivo Histórico del Andalucía en Sevilla. Según declaraciones de Perico, las transformaciones ocurrían esporádicamente sin que él pudiera evitarlo. Manuel se revolcaba en el suelo y cambiaba de aspecto convirtiéndose, en hombre lobo. Daba muerte a su víctima con manos y dientes y después se la comía. Siempre eran presas fáciles: mujeres y niños. Pero, ¿qué fue de Perico el Perro tras el juicio? No hay respuesta. El hombre lobo de la Isla desaparece en 1854 tras la última sentencia. No hay constancia de su muerte, enterramiento o posible liberación. La imaginación popular echó alas y la leyenda del hombre lobo ya no paró de crecer. Existen tres versiones: Primera. (La oficial). Perico falleció de muerte natural al poco tiempo de ingresar en prisión. Segunda. Perico murió a manos de algún policía local ansioso de comprobar cómo se transformaba en lobo. Para sorpresa de todos, no resultó inmune a los disparos con balas normales y no de plata. Tercera. La que se cuenta al calor de la lumbre a medianoche. Perico escapó de la cárcel y, hoy en día, el hombre lobo de la Isla vaga por los bosques buscando nuevas presas. Cuarta y más inquietante: Se ha reencarnado y visto por los alrededores del Piojito.


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La leyenda de la “mano agujereada” La leyenda de la Pobla (Tarragona) hace referencia a su esplendoroso pasado musulmán, aunque, en relación al nombre “Mafumet” cita que su significado quiere decir “mano agujereada”, en contradicción con la historia. Según la leyenda, donde se ubica el actual pueblo existía un importantísimo castillo, al que se consideraba inexpugnable y era el orgullo de su caíd. En una batalla los moros hicieron prisionero a un soldado cristiano muy listo, el cual se hizo pasar por sordomudo. Trabajó tan hábilmente en el campo que el señor del castillo le hizo su jardinero y desde entonces el jardín era el más hermoso. En cierta ocasión hubo una reunión de caudillos moros y todos elogiaban aquella inexpugnable fortaleza. Mientras hablaban paseando por el jardín, nuestro esclavo escuchaba, pero, para no levantar sospechas, se hizo el dormido. Uno de los caudillos dijo conocer el punto débil de la fortaleza, y aseguró que si alguien incendiaba el bosque que rodeaba el castillo, sus ocupantes deberían rendirse inevitablemente. Los demás caudillos reconocieron que era cierta la apreciación de su compañero. De pronto se percataron de la presencia del jardinero dormido, y conscientes del peligro de que divulgara sus conversaciones, en caso de haberles oído, decidieron matarle. El señor del castillo, temeroso de perder tan buen jardinero, intercedió por él, asegurando que no representaba peligro alguno, ya que era sordo y encima estaba dormido. Sin embargo, sus compañeros, ante el temor a su indiscreción, y para asegurarse de que no les había oído, le


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amenazaron de muerte y de torturas. El jardinero siguió impávido fingiendo dormir, incluso cuando le amenazaron de derramar plomo fundido sobre él, cosa que hicieron sobre su mano, que sufrió una profunda herida y quedó irremisiblemente perforada. Sólo cuando sintió el dolor se movió y gritó, como si le hubiera sorprendido aquel horrible tormento. Tras la prueba quedaron convencidos de que ciertamente dormía. Al cabo de un tiempo, nuestro jardinero pudo huir e informar a las fuerzas cristianas sobre la manera de conquistar el castillo, cosa que consiguieron fácilmente. El rey, agradecido por su gesta, una vez conquistada la fortaleza, se la cedió en feudo, con el título de “Mafumet”, el de la mano agujereada.


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Cómo nacieron los Pirineos Cuentan que Pyrene fue una bellísima ninfa, diosa de las aguas y los manantiales, que acostumbraba a descansar a la orilla de un lago tranquilo. Y dicen que mientras los ruiseñores cantaban a su alrededor, ella miraba reflejada en las cristalinas aguas y acariciaba dulcemente sus largos y rubios cabellos. La paz y la calma llenaban la vida de Pyrene que, de vez en cuando, se sobresaltaba por las voces y el escándalo que formaban unos gigantes que vivían en las altas montañas. Ella sabía que aquellos monstruos salvajes querían destruir la tranquilidad de su valle. Pero al mismo tiempo se sentía segura porque un frondoso bosque impedía que sus enemigos se acercaran. Un día unas nubes grises y oscuras amenazaron con descargar una tormenta de rayos y truenos, pero los malvados gigantes los agarraron con sus enormes manos y los arrojaron sobre el bosque que les separaba de Pyrene. Inmediatamente comenzaron a arder todos los árboles y la maleza se convirtió en llamas, sin que Pyrene pudiera evitarlo. La noticia llegó hasta los oídos de Zeus, dios de los dioses, que mandó a su hijo Hércules para que sofocara el incendio y rescatara a Pyrene del infierno. El hijo obedeció a su papá y llevó a la ninfa junto al mar para que pudiera descansar y se recuperase. _Pyrene _le dijo _, aquí estarás a salvo. Y Hércules regresó al valle para acabar con los malévolos gigantes. _ Tu valle se ha convertido en cenizas pero yo buscaré otro para ti _le dijo al regresar a su lado. _ No. Yo sólo amo a mi valle y quiero regresar a él _ respondió la diosa.


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Pero allí no había pájaros, ni flores, ni mariposas, ni árboles... todo había sido destruido por el fuego. Incluso el manantial arrastraba las cenizas y sus aguas no eran cristalinas. Pyrene no pudo soportar aquel desastre y murió de pena al contemplar su valle deshecho. Hércules recogió el cuerpo de la diosa para llevarlo a lo más alto de las cumbres y para que nunca fuera olvidada levantó allí el más hermoso de los monumentos: una gran cordillera montañosa que separaba España de Francia. Y en su honor la llamó: Pirineos.


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El cuento de Pomperiposa Había una vez, hace muchísimos años, una bruja muy vieja que se llamaba Pomperiposa. No es un nombre muy bonito, pero a pesar de todo, es más bello que ella misma. ¿Os podéis imaginar cómo era? Tenía dos ojos rojos y pequeños y una boca grande con sólo tres dientes. En las manos tenía muchas verrugas y en la espalda una gran joroba. Le gustaba mucho masticar tabaco. Vivía sola en una casita en medio del bosque. Su casita estaba hecha de chorizos, jamones y en vez de ladrillos había bombones. Nadie se atrevía en el bosque a acercarse a su vivienda porque la bruja era muy mala. Si alguien se atrevía le convertía en un objeto. Su única pena es que cada vez que encantaba a alguien su nariz crecía un poco más. En el mismo bosque donde vivía Pomperiposa vivía también un rey que tenía dos hijos: un príncipe llamado Pepe y una princesa llamada Pepa. Un día los dos niños dijeron a su sirviente que querían dar un paseo por el bosque. Después de un rato de paseo llegaron a un lago y el sirviente, un poco despistado, se mojó sus zapatillas de seda. - ¡Oh, he de ir al castillo a ponerme unas botas!, les dijo el sirviente. Antes de marchar les indicó a los príncipes que no se moviesen de ese lugar hasta que el volviese. Pero claro, los dos niños no entendían de normas y continuaron su caminata alejándose cada vez más del castillo. Como iban por el mismo bosque de la malvada Pomperiposa, los pájaros, conocedores del peligro que corrían, dejaron sus cantos y empezaron a avisar a los niños para que no continuasen su camino. Pero ellos no hicieron caso, preferían pasar una aventura, el castillo era demasiado aburrido. Al encontrarse la casa de Pomperiposa se sorprendieron al verla formada de chorizos, jamones y bombones. Pomperiposa, que les observaba desde la ventana sacó su enorme nariz de la casa y les miró. Entrad, entrad-dijo. Yo soy vuestra hada. Os haré unos dulces con mermelada. El príncipe Pepe y la princesa Pepa la creyeron aunque sentían algo de miedo.


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Mmmmm- dijo Pomperiposa mientras les miraba. No he comido patos desde hace mucho tiempo.- al acabar de decir esto la bruja convirtió a los dos príncipes en dos patos pequeños y blancos. ¡Uy! - dijo la bruja- la nariz me ha vuelto a crecer. Los pájaros que observaron todo fueron a buscar a la cigüeña, que es el pájaro más inteligente de todos los pájaros porque cada invierno va a Egipto a estudiar los jeroglíficos de las pirámides, para que los aconsejara. - Ahora a nadar patitos míos- dijo Pomperiposa. Y los condujo al lago con su gran bastón. Pomperiposa estaba cerca del lago acariciándose su gran nariz. Al girarse observó que el sirviente de los príncipes se acercaba con una gran espada y ella reaccionó rápidamente convirtiéndole en un pájaro.


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Pío, pío...-dijo el sirviente pájaro saltando. En ese momento volvió a crecer otro trocito la nariz de la malvada bruja. ¡Por fin he encontrado la solución para acabar con los hechizos de Pomperiposa!gritaba a lo lejos la cigüeña que llevaba un gran libro en su pico.- ¡Solamente el grito más horroroso de la tierra acabaría con su hechizo!- explicaba la cigüeña. Los dos príncipes que entendieron el mensaje indicaron a la bruja que mojase su nariz en el lago para refrescársela. Una de las veces que tenía su nariz dentro del agua pasó un cangrejo que llevaba varios días sin comer y viendo esa suculenta nariz la enganchó fuertemente con sus enormes tenazas. - ¡¡¡Aaaahhh ¡!!.El grito de Pomperiposa era el más espantoso que se podía oír. Inmediatamente se rompió el encantamiento y los dos patitos volvieron a ser el príncipe Pepe y la princesa Pepa, y el pequeño pájaro se convirtió nuevamente en el sirviente. Después de dar las gracias a los pájaros y a la sabia cigüeña volvieron al castillo donde los padres les esperaban con gran preocupación por la tardanza de su paseo. Pomperiposa se convirtió en piedra y dicen los animales que un día al año se vuelve a oír el horrible grito de la bruja.


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El koala y el emú Hace mucho tiempo, cuando el mundo vivía en el “Tiempo de los sueños”, los animales convivían en la más absoluta armonía y tranquilidad, ya que más o menos todos llevaban la misma vida, tranquila y sosegada. Pero un día estalló una discusión de enormes dimensiones que les encerró en el silencio más absoluto: se retiraron la palabra de unos y los otros. Pasaron las horas, los días y las semanas, y ni con el tiempo se devolvieron el saludo. Muchas gotas de lluvia cayeron de las nubes hasta que, finalmente, se dieron cuenta de que ni siquiera recordaban el motivo que les había llevado a enfrentarse .Era tan ridículo continuar en aquellas circunstancias que decidieron volver a ser amigos otra vez, como si nada hubiera pasado. Todos se hicieron amigos menos el emú, un animal lleno de orgullo y tozudez, y que se resistía a relaciones con sus semejantes que vivían en los árboles, a los que consideraban inferioridades. Una vez, el emú se encontró al koala, le dijo: -Tenemos que resolver esta cuestión de una vez por todas, y ver finalmente quién tiene razón en nuestro debate. -¿A qué te refieres? –Le preguntó el koala- pero si nadie ya recuerda el motivo que nos llevó a enfrentarnos… lo mejor es que volvamos a ser amigos, como antes lo fuimos, y nos olvidemos de la cuestión. Pero el emú entendía esto como una derrotara. Era demasiado orgulloso y se creía mucho mejor que los demás. Esto hacia que de tantos elogios que se lanzaba a si mismo, se fuera hinchando cada vez más y más, volviéndose grande y pesado, como un enorme globo cubierto de plumas:


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-¡Seguro que éramos los pájaros los que teníamos razón! por eso somos superiores a los animales que viven en los árboles. Además somos muy inteligentes y sabemos volar… Tanto llego a crecer su cuerpo orgulloso que cuando quiso pavonearse levantando el vuelo, el peso de su enorme cuerpo no le dejo volver a volar. Furioso y asustado, el emú empezó a correr arriba y abajo, estirando el cuello tanto como le era posible hacia el cielo, intentando tirar de él sin ningún resultado. Cuando se volvió hacia el koala le contemplaba la escena, el emú tenía un gesto tan aterrador que el pobre koala se encaramó de un salto al árbol más cercano. Una vez allí decidió que jamás volvería a poner un pie en el suelo, temiendo que el emú la emprendiera con él. Ni cuando la sed le asaltaba cedió en su empeño, pues descubrió que en las hojeas verdes se escondía un poco de agua, quizás menos de la que cabía en una sola gota pero suficiente para poder sobrevivir. Desde entonces el koala ya no bebe nunca agua como los otros animales, y se pasa los días y las noches subido a los árboles. La vida del emú también cambió pues desde entonces, no ha dejado de correr agitando sus alas cada vez más pequeñas, intentando sin éxito, volver a volar como lo hacía en aquél “Tiempo de los sueños”.


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El hombre que quiso conocer a la luna Un día, los hombres se pusieron a discutir si el Sol y la Luna eran una única persona, o dos personas diferentes. _Te equivocas decía uno_. Son dos personas distintas. _ No, no _ insistía el otro_. Te digo que son la misma persona. Como ninguno quería dar su brazo a torcer, la discusión se acaloró, y los dos hombres se comenzaron a dar golpes. Terminada la pelea, el hombre que decía que el Sol y la Luna eran personas distintas quedó tendido en el suelo, dolorido y magullado. Al pobre le daba tanta vergüenza haber llevado las de perder que decidió encontrar la casa de Ganúmi, la Luna, y salir definitivamente de dudas. Así que se dirigió a la orilla del mar, montó en su canoa y se puso a remar en dirección al lugar por donde sale la Luna. Navegó día y noche, adentrándose cada vez más en el mar, hasta que, finalmente, llegó a la casa de la Luna. En aquel momento la marea estaba baja, así que arrastró la canoa a la orilla adentro y luego se sentó en ella Al cabo de un rato apareció Ganúmi. Como eran días de luna nueva, Ganúmi tenía entonces el aspecto de un niño pequeño. _ Bienvenido a mi hogar_ dijo_. Por favor, te ruego que vengas conmigo. Pero el hombre no quiso creerse que aquél era verdaderamente Ganúmi y se negó en redondo a apearse de la canoa. _ No _ dijo en tono firme_. Tú eres un niño pequeño. Yo quiero que Ganúmi, la Luna, venga personalmente invitarme. _¡Pero si yo soy Ganúmi!_ insistió el pequeño_. Vamos, desembarca. _ Nada de eso_ repuso el hombre_. Yo quiero a un hombre mayor, y tú eres un pequeñajo. No. No puedes ser Ganúmi.

Y se quedó en la canoa con los brazos cruzados. Pasaron unos días y la Luna se hizo más grande. Ganúmi volvió a presentarse ante el hombre, esta vez con el aspecto de un muchacho joven. _ Vamos, ¿es que no vas a bajar nunca de esa canoa? _ preguntó_. Yo, Ganúmi, te invito a mi casa. Pero el hombre seguía en sus trece, y replicó:


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_ Muchacho, ya le dije al niño que vino el otro día que yo quiero ver a Ganúmi, y que sea él quien venga a invitarme. Así que no me muevo de aquí. Pasó más tiempo. Ganúmi se convirtió en todo un hombre, y una abundante barba le cubría la cara. Con ese aspecto, fue a ver al viajero, que seguía obstinadamente montado en su canoa. _ Te lo ruego_ le dijo con gran cortesía _. Desembarca y ven conmigo. Eres mi invitado. Pero el hombre seguía sin creerse que aquel fuera Ganúmi. _ No, no _ replicó _. Ya se lo he dicho a los otros. Yo a quien quiero ver es a Ganúmi.

_¡Pero si yo soy Ganúmi! _ exclamó el otro. Pero no hubo nada que hacer, así que se marchó. Al cabo de pocos días, Ganúmi volvió a la orilla del mar para intentar que su invitado desembarcara. Esta vez era ya un hombre entrado en años, cuyo cabello comenzaba a cubrirse de canas. _ Acompáñame, por favor_ le dijo al hombre de la canoa_. Yo soy Ganúmi y quiero que vengas a mi casa. _¿Cómo? ¿Tú Ganúmi? ¡Ni hablar! Yo quiero que el Ganúmi de verdad venga aquí para invitarme.


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Finalmente, Ganúmi apareció en forma de un hombre muy viejo que caminaba con la ayuda de un bastón. _ ¿Al fin! _ dijo el hombre, que ya comenzaba a cansarse de esperar _. ¡Tú sí que eres Ganúmi!. Y tras apearse de su canoa, siguió a su huésped, que le llevó a ver sus dominios. Primero le enseñó un lugar donde todo era blanco. La casa, la tierra, las plantas, nada había allí que no fuese blanco. _ Todo esto_ dijo Ganúmi _, es mío. Después le llevó a otro lugar. Allí todo era negro como la pez. _ Ese lugar es de Dúo, la Noche. Por último, Ganúmi llevó a su invitado a un lugar en el que todo era rojo. _ Esto _ explicó _, es de Hiwío, el Sol. Cuando Noche vuelve a su casa, el Sol sale desde aquí. A continuación, Ganúmi llevó al hombre a su casa y allí comieron juntos. Cuando hubieron terminado, Ganúmi dijo: _ Ahora verás como asciendo hasta el cielo. Primero surge Noche y yo voy detrás. Después, cuando los dos hemos vuelto a nuestra casa, sale el Sol. Como ves, Sol y Luna son personas distintas. Dicho esto, Ganúmi trepó por un alto árbol y desde allí se lanzó hacia el cielo. Se posó en el borde de una nube y todo el lugar quedó inundado por sus rayos. El hombre, después de ver aquello, pensó: “Bien, está claro que yo tenía razón. La Luna y el Sol son personas distintas, así que el otro tipo estaba equivocado”. Aquella noche el hombre no durmió sino que estuvo paseando por la casa de la Luna. Se fijó en que allí no crecía nada, salvo arbolitos y arbustos, pues el lugar estaba demasiado cerca del sitio de donde surgen la luz y el calor. Comenzó a clarear el alba. La Luna seguía en el cielo, pero no tardó en salir el Sol. Ganúmi volvió a la casa y le dijo a su invitado. _ Bueno, ¿has visto ya cómo son las cosas por aquí? _ Sí, he podido ver a la Luna, el Sol y la Noche; creo que ya puedo volver a mi casa. Pero antes de que regresara, Sol, Luna y Noche obsequiaron al hombre con un fruto de sus respectivos huertos. El fruto de Sol era rojo, el de Luna blanco y el de Noche negro.


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Entonces, Ganúmi le dijo al hombre: _ Espera a que se ponga el Sol y yo esté en lo alto. Yo te tenderé mi soga y tú la atarás a tu canoa. De este modo, mientras me desplace por el cielo, te arrastraré hasta tu casa. Una vez lleguemos allí tira de la cuerda y yo me detendré. Cuando vuelvas a tirar de ella la recogeré, pero antes enséñasela a los tuyos. Enséñales también los frutos que te hemos dado y nadie dudará de que has estado aquí. Al anochecer, Ganúmi le tendió al hombre su soga y éste la ató a su embarcación. Después, juntos se desplazaron sobre las aguas, hasta llegar al hogar del hombre. Éste, cuando vio que ya estaba en su casa, tiró de la soga. La Luna se detuvo. El hombre convocó entonces a los habitantes de su aldea, sin olvidar al hombre con el que había discutido. Entonces les explicó que había estado en el hogar de la Luna, el Sol y la Noche, contó lo que había visto allí y mostró los frutos que le habían dado. _ Todo esto prueba_ insistió_, que el Sol y la Luna son dos personas diferentes, y que con ellos hay una tercera persona, la Noche. Sin embargo, como notaba cierto aire de duda en el rostro de la gente, el hombre señaló hacia la cuerda. _ Mirad_ dijo_, con esta soga Ganúmi me ha traído hasta aquí. Esta cuerda pertenece a la Luna, y ahora voy a devolvérsela. Así que desató la cuerda de la canoa y tiró de ella. Al instante, se oyó un gran estallido, y, ante el asombro de todos, Ganúmi comenzó a recoger su cuerda hasta hacerla desaparecer en el cielo. Después de eso, el hombre invitó a los demás a probar los frutos que le habían dado. Al principio la gente no quiso ni tocarlos, temiendo que fueran venenosos, pero el hombre les aseguró que eran buenos, así que todo el mundo tomó un poco. Los kíwai viven en la parte oriental de lo que hoy es Papúa Nueva Guinea, a orillas del Pacífico. Como todos los pueblos papúas los kíwai son fundamentalmente agricultores.


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Autores y autoras de esta recopilación ALONSO PESQUERA, NICOLÁS ANTÓN BUENO, VÍCTOR MANUEL ANTÓN MARTÍNEZ, ÁLVARO ARCE FERNÁNDEZ, ANDREA BILBAO PUENTE, CRISTINA CASTAÑEDA VILLAESCUSA, ANDREA DE PEDRO VICENTE, DANIEL ESCALONA VILLEGA, Mª GABRIELA FERNÁNDEZ ALONSO, VERÓNICA GARCÍA TRIMIÑO, IVÁN GIL ABAD, JORGE GONZÁLEZ GARCÍA, MARINA GUTIÉRREZ ALONSO, HÉCTOR HERNÁNDEZ LABARGA, MARINA JIMÉNEZ GIMÉNEZ, ANTONIO LOPEZ ROJAS, LARA PÉREZ SOBERÓN, ALBA REVILLA GARCÍA, ANA RITU , VLAD MARCEL RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, JAIME SADORNIL DELGADO, DANIEL SÁNCHEZ HUERTAS, RUBÉN SANTAMARÍA PARDO, JORGE SIMBAÑA SANGUÑA, JONATHAN F. VARONA PÉREZ, MARÍA

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