El nombre de los hombres Apuntes para la presentaciรณn del libro
ARACELI PULPILLO RAMร REZ
S
Citando a Amaia Pérez Orozco cuando habla de la usencia de prólogo en su libro Subversión feminista de la economía: «Decía Virginia Woolf que si un libro necesita un prólogo no tiene más derecho a existir que una mesa a la que hay que poner un taco de papel bajo la pata para que no se tambalee ». Tal y como escribe Amaia, cuando leí El nombre de los hombres, de Juan Cruz López, advertí de una forma consciente la ausencia de prólogo, no como algo negativo, sino todo lo contrario, como algo que vuelve al poemario sólido por sí mismo y que invita a sumergirte directamente en una lectura desde la tabula rasa de un lector que entra por primera vez en un libro sin antesalas. El nombre de los hombres es un poemario encadenado, es decir, cobra sentido como un todo, y de hecho es para leerlo del tirón. Este poemario es una narración, una historia en Página | 2
forma de verso, que cuenta la historia de un hombre y que a su vez cuenta una parte de la historia de cada una de nosotras. En el poemario encontramos a un personaje literario que nos habla en primera persona, nos habla desde la construcción de imágenes con una fuerza literaria tremenda, un personaje que constantemente nos está haciendo empatizar con esa historia que cuenta, que no es otra que la historia de la propia humanidad. Y nos narra un viaje cargado de preguntas tormentosas que necesitan una respuesta, un viaje de lucha permanente contra uno mismo y, en cierta forma, contra el destino al que nos conduce la voluntad cruzada de los demás; un viaje cuya búsqueda no es otra que el reconocerse igual entre los otros, un viaje desde la oscuridad hacia la paz. Un viaje cargado de pesos y contradicciones, como la esencia misma de lo que somos. Y el lector también inicia ese viaje con el personaje literario, reconociéndose en su búsqueda y recorriendo ese itinerario junto a él, afrontando las contradicciones y las preguntas incómodas que atraviesan el paseo de una personalidad consciente. El poemario está dividido en tres secciones: «Sed», «Sombra» y «Semilla» y finaliza con un epílogo de un poema, el más largo del libro y con un tono bien distinto. Pero antes de estas secciones encontramos cuatro citas (Patti Smith, Belén Gopegui, Celso Emilio Ferreiro y Manuel Lombardo Duro) que vienen a esbozar, creo yo, las ideas e imágenes principales que encontraremos a lo Página | 3
largo del poemario, estas son: las ruinas sobre las que se levanta nuestra existencia lúcida; la ausencia de paraíso, ya que «solo hay tierra en la tierra»; la importancia de la palabra, del verbo, como única vía para el entendimiento entre los hombres y como territorio inmaterial donde se posibilita la creación de lo indecible, donde se hace posible nuestra recreación como especie, como sujeto humanidad. Como decía, son tres secciones y cada una de ellas comienza con una cita de la Biblia, libro del que se encontrarán muchas imágenes en el poemario. De hecho, la historia comienza con un poema donde se da cuenta de la muerte de la divinidad y de la orfandad que acompaña a los hombres desde su muerte. Como toda lucha con uno mismo, hay un viaje lleno de oscuridad y de luz. En ese sentido, las secciones «Sed» y «Sombra» son las más oscuras y «Semilla» es la parte más luminosa, la que parece trasmitirnos paz. El «Epílogo» será la reflexión final de este viaje para hallar el nombre de los hombres, su nombre justo. Hablemos de las secciones un poco más. En «Sed», la primera de ellas, encontramos palabras y verbos como muerte, vacío, ruinas, enterrar, mal, espanto, mugre, bestias o pesadilla. La atmósfera de esta sección es tétrica, tenue, ruinosa, miserable. Página | 4
En la segunda sección, «Sombra», encontramos elementos del poemario que siguen trabajando para que la atmósfera siga siendo oscura, y pesada, pero quizá no tanto como la anterior; aquí encontramos palabras y verbos como: nacer, parir, poblar, loco, anidar, estéril, angustia, reloj, hambre, terror o balbucear. En esta sección es donde se hace patente el enfrentamiento contra uno mismo, aquí es donde nacen las preguntas incómodas que hacen temblar la conciencia y nos hacen advertir nuestra falta de inocencia. Por último, es en «Semilla», la tercera sección del libro, donde más luz vierte el poemario, algo que se refleja en su vocabulario particular: espejo, salvar, mojar, descoser, verdad, reconocer, adivinar, tesoros, sentir, calma, paz, semilla o posible. Aquí las palabras se sienten, crujen, se retuercen, se reconcilian con el cuerpo y con el otro. Se habla de la compañía como una forma de paz tras haber recorrido en soledad ese camino exigente y autoexigente. Como decíamos anteriormente, el libro se cierra con un poema, «Epílogo», que termina de coser el poemario a través de una composición mucho más larga, donde el autor dibuja un mapa emocional de nuestra sociedad actual, distraída de su propia esencia y alejada de las rutas que podrían reconciliarnos con nuestra propia especie. En cierto sentido, y aunque sea una reflexión muy particular, El nombre de los hombres bien puede recordarnos a la novela de Cormac McCarthy, La carretera, no solo por sus imágenes sino por ese viaje de búsqueda, un viaje Página | 5
cargado de coraje y de preguntas que, eso sí, difícilmente se puedan contestar, pero en cuyo planteamiento nos va la vida como seres nacidos para vivir en sociedad. Por eso es un poemario valiente, porque nos enfrenta a nosotras mismas, porque nos invita a reconocernos en lo humano, en la contradicción, nos alienta a perseverar en la búsqueda de un nuevo lenguaje que nos permita reconocernos en la diferencia, nos ayude a saltar por encima de nuestras propias insuficiencias. El autor, así, vuelca en nuestro personaje sus propios miedos e incertidumbres, regalándonos un poemario, que sin pretenderlo es tremendamente social y con el cual nos podemos sentir plenamente identificadas. Araceli Pulpillo Ramírez, 16 de octubre de 2016, Madrid
Página | 6