7 voces miradas El nombre de los hombres Juan Cruz López (Espelúy, Jaén, 1979) Licenciado en Humanidades y en Antropología Social y Cultural, trabaja en la gestión documental de archivos históricos. Premio “Andalucía” de Narrativa (2008) y de narradores jóvenes del Instituto de la Juventud (2009). Premio “Facultad de Humanidades” de poesía de la Universidad de Jaén (2014). Es responsable de la antología Negra flama: poesía antagonista en el estado español (CNT-Jaén, 2013). Ha participado en los encuentros poéticos Voces del extremo y es coorganizador del ciclo de recitales poéticos La caja de Lot que se celebran en Jaén. Editor de Piedra Papel Libros, es autor del fanzine Cotarro. Su primer poemario es El nombre de los hombres (Baile del Sol, Tenerife, 2016). Los tres apartados del libro, “Sed”, “Sombra”, “Semillas”, se abren con citas bíblicas (Apocalipsis, Job, Mateo) y jalonan este viaje desde la palabra ausente a la esperanza. La muerte de Dios, la pesadilla del siglo pues “el infierno/ fue real// aquí/sobre la tierra”, el paraíso en ruinas, la culpable indiferencia. Y frente a ello el deber de no olvidar. Pero, ¿cómo encontrar la palabra “sobre la cual edificar/ la casa/ nueva del hombre”? Dónde el agua que se hace palabra. Cómo llegar a ese “verbo” que “me descosió los labios”. Una mujer, un abrazo, el amor juntando dos soledades. Y el encuentro con la multitud de los sedientos: “me sentí parte de ellos, con el mismo corazón/ en el vientre del laberinto”. Pero ya no existen certezas: “Sé que nada voy a hallar/ pero busco/ no pierdo la esperanza de encontrar/el nombre justo de los hombres, la palabra que nos salve.” Sin mapas, sin brújula, sin maestros, a la intemperie: “Ya no hay caminos. La tormenta/ ha borrado de un plumazo/ las rutas seguras”. El poemario termina con esa búsqueda de una palabra que colme la sed, que rescate a los ausentes; en versos de Jorge Riechmann, que sea “palabra que muerde un trozo del pan de la verdad”. Este libro de aliento profético muerde ese pan. Y disuelve certezas. Porque quizá sea el momento de preguntarnos más por el “cómo” que por el “qué”, tal vez sea, además de exigencia estética, una necesaria propuesta política. “Pasé los años/ buscando el qué, /su nombre justo, / y fue el cómo quien me halló y me dio forma.” Antonio Crespo Massieu VIENTO SUR Número 147/Agosto 2016
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En el principio de todo —dice la Biblia— fue el Verbo, y el Verbo era Dios, su misma carne. Pero si Dios ha muerto, dónde se encuentra ahora el Verbo si no es en el vacío de este paraíso en ruinas.
Nos dijeron que después de que matáramos a Dios seríamos más libres y más iguales en una tierra nueva alumbrada por la luz de la razón y bendecida con los frutos del árbol de la ciencia. Pero aquí no hay más que mugre, sangre, huesos pelados. Un inmenso cementerio donde enterrar al fin el nombre de los hombres.
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Ellos están durmiendo en las fosas del olvido, revueltos y dispares, unos sobre otros en charcos de arena y cal. Sus huesos, hechos ya ciscos, sus voces sepultadas y todavía rebeldes. Uno de ellos vino a visitarme la otra noche. Fue él quien me dijo que la memoria de los justos duerme en la esperanza de los que nunca desesperan. Esa mañana desperté con la historia de la infamia grabada en las costillas. Tengo el deber de no olvidar.
No, yo no sé dónde se encuentra la palabra sobre la cual edificar la casa / nueva del hombre. Guardo tan pocas en los bolsillos… Yo no sé dónde se encuentra, pero aún me quedan fuerzas para buscarla. Al fin y al cabo, mi vida se alimenta de esa raíz tan vieja como el mundo. VIENTO SUR Número 147/Agosto 2016
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Arrastraba mis pasos bajo el inclemente sol. Tarde o temprano moriría de sed. Entonces recordé las llamas de la palmera ardiente. Froté mis ojos y los abrí otra vez. Las arañas huyeron por mi rostro abajo. Se había roto el espejo.
Soñé que miles de hombres me crecían por dentro y al despertar / encontré a muchos dormidos al raso, arropados unos con otros alrededor de la palmera en llamas. Vi sus rostros —iguales y distintos, hermosos e ignorantes— bajo la inmensidad del mundo. Supe de sus preguntas y también de sus tesoros. Allí, sobre la arena, me sentí parte de ellos, con el mismo corazón en el vientre del laberinto.
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Yo nunca supe quién me salvó esa noche, quién me dio agua cuando dije «agua». Había soñado que fue esa palabra la que mojó mi boca; soñé que el Verbo me descosió los labios.
Entonces una mujer caminó hacia mí, me dio su mano. Acercó su boca a mis labios secos y pronunció la palabra «amor». La última araña escapó saltando desde mi lengua afuera. Sentí que algo se rompía dentro.
Pasé los años buscando el qué, su nombre justo, y fue el cómo sin embargo quien me halló desde un principio y me dio forma. VIENTO SUR Número 147/Agosto 2016
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Su olor tan cerca… En ese instante recordé que en realidad fue ella quien vino a calmar / mi sed aquella noche.
Día a día pierdo mis pasos detrás de una pista falsa. Sé que nada voy a hallar pero busco, no pierdo la esperanza de encontrar el nombre justo de los hombres, la palabra que nos salve. No voy a desistir —os digo—, deseo hallar y merecerme, sobre todo, el nombre de los hombres. Quiero morir con la certeza de que solo dejé huesos, hundirme en la tierra sabiendo que si hube de sembrar semillas estas fueron de paz.
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