Disfrutar al màximo cada momento
"Algunos afirman que el amor nunca existió."
El.efecto.Match
Estudio.sobre.aplicaciones.
Los.Voyeristas.
El.juego.de.las.llaves.
Y.la.tentación.de.estar.con.los.demás.
Parejas.a.la.distancia.
Recomandaciones.para.parejas.virtuales.
El.visto.y.el.ghosting.
Las.reacciones.de,los.ignorados.
LUSTRUM
El.amor.en.la.cotidianidad
Fotoreportaje.del.street.love.
Paris.anorgásmica.
Un.viaje.hacia.la.ciudad.idealizada.
Infideldad.en.pandemia
Sostener.un.amorío.viviendo.con.ella.
Infidelidad.y.culpa.
Perdí.el.control.por.la.calentura.
Fotoreportaje.del.amor.cotidiano
Amor.y.ciudad. Amor.Moderno.
Expresiones.de.amor.públicas. Entrevista.de.pareja.
Rupturas.dolores.e.insomnios. El.encanto.de.ver.a.los.otros.tener.sexo.
Recomendación.para.salir.del.pasado.
Las.mejores.sexshops.
La.liberación.de.la.monogamia.
Cuando.el.amor.hace.sufrir.
Señales.del.destino.
El.elixir.del.amor.
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Tips.para.ser.openmind.
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Crónica.de.una.mujer.libre. Medicina.para.los.celos
Explorando.el.matrimonio Astros.del.mañana
Carta.astral.para.el.amor
EL AMOR EFIMERO
A pesar de los grandes avances de la tecnología en busca de la evolución del ser humano, nos hemos visto enfrentados ante una nueva era de la desconexión. La idea del amor como la concebía Platón en su texto el banquete, en donde seres andróginos estaban destinados a buscar a su otra mitad perdida, parece quedar cada vez más en el olvido. Las relaciones humanas modernas avanzan tan rápido que se están olvidando de entablar conexiones só lidas y persistentes. En la búsqueda del yo, la otredad pasa a un segundo plano, las parejas modernas están siendo cada vez más cerradas ante el encuentro significativo. La impor tancia del individuo como ser autosuficiente ha llevado a la sociedad a buscar en los demás el placer para la satisfacción propia. Sin embargo el amor persiste, muta y evoluciona. Lo vemos en las calles, en la vida cotidiana, incluso en series y películas de Streaming. Las re laciones humanas son complejas, el amor como lo describe Erich Fromm es una expresión que se divide en lo erótico, lo filial, lo fraternal y lo individual. A pesar de lo líquidas y frá giles que puedan llegar a ser estas relaciones hacen parte de una construcción colectiva en busca del encuentro con nosotros y con los demás. Teniendo esto en cuenta, para nuestra primer edición de SIGNUM queremos atrevernos a mostrar las facetas del amor filial, indi vidual y erótico a través de la expresión literaria, periodísitca y fotográfica combinada de manera perfecta en un proyecto editorial que busca mostrar la incertidumbre y la ilusión del amor en las relaciones modernas.
Quiero presumir de ti, besándonos en el balcón, Idolatrarte Hasta que te hartes Quiero que el mundo sepa de nuestra obseción ¡Tocarte! Quiero lamer la sal que traes de la playa, pedir asilo bajo tu toalla ¡Tocarte!
EL
EFECTO MATCH
Están jugando con nuestra cabeza, de acuerdo con la BBC aplicaciones como Tinder, Grindr y Bumble son adictivas y alimentan patologías narcicistas.
María Inostroza & Dennise Dune Por
Adicción Narcicista Sensación Excitante
Una de las características que la psicoterapeuta De nisse Dune ocupa para describir aplicaciones como Tinder o Grindr es que estas se enfocan en un solo rasgo de las personas: el físico. «Estas aplicaciones crean una atmósfera que los psicoterapeutas consi derarían históricamente como patologías narcisista. Esto, ya que la forma en que están diseñadas se basa en apariencias y en comunicaciones online no emo cionales (chats virtuales), en lugar de comunicación fuera de línea (como puedes ser una llamada telefó nica)», explicó Dune.
¿Son adictivas estas apps?
De acuerdo a la psicoterapeuta consultada por la BBC, elementos como el «swipe«, que es cuando se te presenta la oportunidad de darle Like o Dejar Pa sar a una persona, para después saber qué dijo esa persona sobre ti, puede generar efectos adictivos por «ser un gatillador de ansiedad que se fusiona con la descarga de dopamina que una persona puede sentir al hacer match». Y al ser un acto repetitivo, pueden generar aun más dependencia.
El catálogo de nuevas conexiones puede ser infinito y según la BBC, digno de estudiar, ya que existen com portamientos que pueden estar afectando nuestra salud mental. En un reportaje investigativo el me dio inglés siguió a tres personajes en sus viajes por el mundo de las apps de citas, al mismo tiempo que entrevistó a la psicoterapeuta, Dennise Dune, para ahondar en el uso de estas aplicaciones y cómo es posible aprender a usarlas mejor.
Entre las tres personas que sigue la producción de la BBC se encuentra Alvin, usuario de Grindr que pasa más de ocho horas a la semana en la aplicación y que solo ha tenido citas a través de esta app por años: «La uso como una forma de validación. Soy adicto». Ante la declaración, la especialista explicó que: «Cuando buscamos validación de nosotros mis mos, no estamos buscando validación de cómo nos vestimos —que es lo que ofrecen estas apps—, sino de algo mucho mas profundo, como si somos dignos de ser amados».
Acción Compulsiva
La primera recomendación para evitar acciones compulsivas al usar estas apps es darse cuenta de aquellos patrones en la conducta que generan el uso excesivo. Analizarlas y entender el nivel de uso para luego hacer lo lógico: disminuir la cantidad de tiem po que pasas en estas apps.
"Creo que nací en la era equivocada, valoro el amor romántico, atento y empático, aquel que demuestra compasión con los demás."
Meggie Moore (Usuario de Tinder)
El del
ALGORITMO AMOR
* Millones
de usuarios tiene Tinder actualmente a nivel mundial, convirtiéndose en un ícono de las relaciones humanas de la era moderna. Usuarios Masculinos
Dato Curioso
Según estadísticas de Tinder oficiales, las personas que sonríen tienen un 14% más de probabilidades de conseguir matches. El 71% de las mujeres y el 61% de los hombres quiere que le escriban algo creativo para empezar. Los que llevan un sombrero o lentes de sol tienen menos de probabilidades de conseguir matches.
Tinder se ha convertido en todo un modelo de las relaciones modernas, rápidas, prácticas y selectivas.
Match
21,3%
Perfiles femeninos contactan casi de forma inmediata a su Match. Mientras que solo el 7% de los masculinos lo hace, limitando la comunicación a pesar de haber obtenido un Match.
En promedio 3 Match por semana son un sinónimo de tener éxito con la aplicación par la población masculina.
minutos
En promedio se usa la App al día.
De los usuarios de Tinder para por ventajas.
La mayoría de los seductores de Tinder pagan el prémium para tener cantidad ilimitada de likes y saber quién ha mostrado interés por sus perfiles.
Años
Since 2012
Han conseguido sus parejas actuales
% 9 3 35 60 %
El próximo año se cumplira el décimo aniversario de la app más usada por Millenials. (Jóvenes de 20 a 34 años)
Más amistad que amor
El 54% de los usuarios afirma ser soltero en busca de relaciones amistosas o encuentros casuales.
En 2020 se alcanzaron 3.000 millones de ' swipes ' , siendo el récord de esta app.
THE VOYEURS
Entre La ventana indiscreta, Doble cuerpo, Blow Up y Black Mirror, la película de Sydney Sweeney es una fábula con mensaje: "no mirarás a tus vecinos aunque te enfrentares con un placer culpable".
Alberto Hernando PorThe Voyeurs puede ser un poco decepcionante si no sabes lo que estás mirando. Como revisión de La ventana indiscreta de Al fred Hitchcock y de la mirada voyerista adolece de los mismos problemas que La mujer en la ventana: la película se toma demasiado en seria a sí misma, cerca del final se suceden los truculentos giros de guión sin sentido -hay, por lo menos, cinco finales seguidos en que piensas que va a acabar la película- y tiene un serio problema con la verosimilitud. Hay que mirar a The Voyeurs con buenos ojos. Nada más comenzar, un trávelin avanza con suavidad por la calle y gira la esquina hacia un local de lencería, atraviesa el escaparate y mira hacia el fondo a través de las cortinas entreabiertas de un probador: una mujer increíblemente atractiva en un bodi íntimo se contempla en el espejo. De pronto, nos advierte en el espejo. Nos ha visto, y cierra las cortinas con enfado. Sal tan los créditos. El director Michael Mohan ha presentado sus mejores armas. El juego de espejos y de miradas en que consiste el film, el recor datorio de que tú y yo -a este otro lado de la pantalla- formamos parte de ello y aquello que la convierte en un placer culpable, a saber, los mo mentos de intimidad de vamos a poder atisbar. The Voyeurs está muy lejos de figurar entre las mejores películas eróticas y no tiene la perversa inteligencia de un psicothriller como Instinto básico, pero al menos vie ne con moraleja. Aunque bien pensado puede que ese sea el problema.
La mujer de la tienda de lencería es Sydney Sweeney, y en el juego me taficcional que propone Mohan no queda claro si en esta primera esce na se trata de la actriz o del personaje. The Voyeurs es ella, que sostiene toda la película en un papel que debería transformarla de la magnífica actriz secundaria de series como Euphoria y The White Lotus en una estrella protagonista. Aquí está radiante como una joven algo ingenua que ha pasado toda la vida estudiando para llegar a donde está y, ahora que lo ha conseguido, no sabe vivir si no es a través de los demás.
Durante las dos horas que dura la película hay mucho sexo y mucho cunnilingus, pero apenas un polvo entre la pareja protagonista. Ellos son Pippa (Sydney Sweeney) y Thomas (Justice Smith). Son jóvenes y bellos y encantadoramente cándidos. The Voyeurs comienza cuando ambos se mudan a vivir juntos en un piso de Montreal en un barrio don de desconocen las cortinas. En su primera noche ellos descubren que pueden ver todo lo que hacen sus vecinos de enfrente -jóvenes y bellos también, en un estilo radicalmente distinto, como salidos de un anun cio o un psicothriller-, lo que incluye sexo salvaje, y nosotros descubri mos que Pippa y Thomas se quieren tiernamente, pero pasión lo que se dice pasión como la de los vecinos… pues no. Nada más acostarse Pippa aparece con el sexi bodi de la lencería… para encontrar que Thomas se ha quedado dormido con las gafas puestas. Se las retira con mimo.
La única escena apasionada en que veremos a Thomas y a Pippa será gracias a lo que despierta en ellos la sensación de espiar a los vecinos. Una noche, en la que Pippa ha comprado unos prismáticos, se animan a (tratar de) imitar lo que ven en la ventana de enfrente. Os podéis imagi nar que la tentación de mirar sin ser visto irá a más. Incluso se colarán en una fiesta de Halloween en casa de sus vecinos para colocar un micro (en realidad, se trata más bien es un sistema de escucha por láser; pero
puestos a colarse nadie puede entender porque no simplemente ponen un micro. Cosas como estas son las que debes evitar preguntar a la pelí cula si quieres disfrutarla). A partir de ese momento, los protagonistas descubren que el vecino engaña y manipula a su mujer y el juego se con vierte algo progresivamente chungo. Thomas querrá detenerlo allí, pero Pippa necesita ir a más. El desastre. De tanto mirar la vida de los otros han desatendido la suya.
Llegado a este punto la película comienza una espiral de degradación, vueltas de tuerca, golpes de efecto y sorpresas disparatadas que no va mos a desvelar. Es el punto en que The Voyeurs se convierte en una fábu la muy insistente con su moraleja, como una de esas fantasías de castigo de Black Mirror en las que el mundo es tan tan malo y las personas tan perversas que se merecen que les pase de todo. ¡Incluso cuentan una fábula de Esopo y comentan su moraleja!, que ya no sucede ni en la es cuela. La figura del voyeur plantea preguntas interesantes sin necesidad de volverse tan discursiva. ¿Dónde están los límites de la mirada? ¿Está mal simplemente mirar o no comienza a ser perverso hasta que te pro yectas en lo mirado? ¿El límite es sencillamente pasar al allanamiento y a intervenir en la vida del otro? ¿Cómo de grave tiene que ser lo que es tás viendo para decidir intervenir? ¿Puedes aprovechar tu información y anonimato para jugar con la vida de los demás… por su bien, claro?
En la primera mitad del film todo esto está allí, en la progresiva obse sión de Thomas y Pippa. Y ellos son tan encantadores, actúan tan bien, y tienen tanta química, que es irresistible. Tienen una intimidad que no necesita ser erótica para fascinarnos. Michael Mohan, que también escribe la película, se ha esforzado en que formen un arquetipo con el que uno pueda identificarse, una versión idealizada de lo que es una pa reja corriente. Es parte del juego de espejos de The Voyeurs, que se dirige tanto a la mirada como a la identificación.
Sin embargo, llega el momento en el que Mohan se propone aprove char esa identificación para acosarnos a acusaciones y preguntas, aun a costa de la verosimilitud, y todas las preguntas sobre los límites y la perversión se vuelven explícitas. La moraleja de The Voyeurs es clara: "deja de mirar las redes sociales y de preocuparte tanto por la vida de los demás y cuida la tuya". Ah, y lee la letra pequeña del contrato cuando alquiles un piso.
Personalmente me encanta que jueguen conmigo cuando soy parte del juego, como en las películas de Brian de Palma, que no son preci samente verosímiles, como en Doble cuerpo, pero no me resulta nada agradable cuando una historia manipula al espectador y controla su mirada para poder soltarle un sermón. En cualquier caso, no hay mal que por bien no venga, y a medida la película avance por sus derroteros finales se adentrará más y más en los terrenos del thriller erótico. Sólo hay que mirar The Voyeurs con buenos ojos.
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LUSTRUM
~ El arte de liberar las emociones del alma ~En esta sección se explora la catarsis del individuo desde crónicas gráficas y escritas que exploran la conexión o por el contrario, la desconexión con la otredad en la busqueda por establecer una relación que vaya más allá de lo efímero.
FotoreportajeEL AMOR EN LA CALLE
Mikaël Theimer‘Street Love’ empezó a crearse por sí sola como una colección independiente de la anterior con los retra tos de parejas mostrando su amor en público, inspi rándose en el icónico trabajo de Robert Doisneau. Y aunque en un momento dado experimentó con la idea de utilizar parejas que quisieran posar para estas fotos, pronto se dio cuenta de que los resulta dos no le gustaban y prefería los retratos callejeros espontáneos e inesperados.
Así que ahora se limita sólo a retratar parejas be sándose en público que encuentra casualmente y a invertir el 100% de su energía en la fotografía porque “me hace más feliz que cualquier otra cosa que haya hecho antes. No es tanto por la fotografía, sino por las cosas que estoy retratando, las personas que mi cámara me permite conocer, los lugares a los que me lleva, las situaciones en las que me pone, y las his torias que descubro. Me conecta con el mundo y sus habitantes. Y me encanta por ello”.
Lo curioso es que Mikaël no siempre quiso ser fo tógrafo sino que acabó trabajando en ello casi por casualidad. Tras dar muchos tumbos por el mundo del marketing y la publicidad, hace dos años decidió parar y comprarse una cámara para comenzar un proyecto personal. Habiendo sido fan de Brandon Stanton y su serie ‘Humans of New York’ (un blog muy popular en el que retratan y entrevistan a per sonajes callejeros de la Gran Manzana), al fotógrafo se le ocurrió la idea de realizar su propia versión ca nadiense, algo así como ‘Humans of Montreal’.
En los besos palpita el amor, la traición y el dolor
Hay besos que palpitan en íntimos anhelos, aquellos que con fervor extrañan un sabor
Cuando todo parece haberse desplomado, una fuga adolescente arrastra a la autora en un viaje hacia la ciudad idealizada. El encuentro con la realidad derriba los clichés románticos
PARÍS anorgásm Ica
Por María Paz Ruiz GilMiguel quiso invitarme a su carro. Recuerdo que esa noche él estaba pasado de éxtasis y que su primo, el borracho, quien caminaba como un artista de rock inglés bamboleando su perfecto trasero de pared a pared, dijo que iba a manejar. Yo debía temer lo peor. Solo sé que me senté en la parte de atrás del Renault 9 y que el primo empezó a cantar una canción de Jane’s Addiction al tiempo que la carrera séptima se con vertía en la angosta calle 116.
Bogotá estaba iluminada entre la niebla, y la desquiciante voz del vo calista desgarró nuestros tímpanos helados. Cantábamos como niños de la guerra, como huérfanos de un padre al que llamaron rock. Cuatro cuadras más adelante, después de frenar con un chirrido que todavía cruje en mi mente, me bajé del carro y entré por la puerta del condo minio donde vivía. El portero una vez más me miró con cara de que yo estaba desperdiciando mi juventud, y abrazó a Caín, el rottweiler que custodiaba los cuatro edificios y que estaba pendiente de ser sacrificado por haberse tragado la pierna del repartidor de pizza.
«Puso su canción favorita de Depeche Mode: Strangelove, su primo se equivocó de pie. En lugar de frenar en el semáforo, apretó el acelerador con toda su energía etílica...»
Esa noche dormí envuelta en olores de ron con Coca-Cola. Mi madre no estaba en la ciudad y era divorciada. Nadie me vigilaba de cerca. El hambre me despertó por la tarde. Miguel no había llamado. Tampoco llamó ese día ni en las cinco semanas siguientes en las que estuvo al borde de la muerte. Porque después de dejarme en mi casa, puso su canción favorita de Depeche Mode, que si mal no recuerdo era “Stran gelove”, y su primo se equivocó de pie. En lugar de frenar en el semáforo, apretó el acelerador con toda su energía etílica.
Ambos primos terminaron dando piruetas complicadisimas para bailar con la muerte en medio de un apestoso olor a freno quemado so bre la carrera once, la más mediocre de la capital. Miguel quedó con una gruesa cicatriz en la cabeza que me pareció difícil de acariciar, pero pa sar mis dedos por todas esas puntadas de hilo sobre su accidentado crá neo me revolvía en un placer delirante. Su primo, el más borracho de los primos que mi mente haya conocido, perdió una oreja en la misma carrera once. Lo más lamentable, según Miguel, es que en el jaleo del ac cidente el disco de Depeche Mode se apagó y en su lugar arrancó a sonar un vallenato. Nunca quiso decirme cuál, pero aseguraba que nadie, ni pasado de éxtasis, lo elegiría como el tema perfecto para suicidarse.
Al primo borracho sus amigos en un acto de cinismo y sentido del hu mor trágico empezaron a llamarlo “Pocillo” y a Miguel le dio por irse a París para convertir su cabeza en algo más que un trofeo sacado de un accidente de tránsito. Jamás crió pelo por donde pasaba la cicatriz, y esto lo averigüé porque en un engaño del destino, en lugar de irme a conocer Edimburgo, terminé en su apestosa guarida para ratas en París.
Yo no quería a Miguel. En realidad me parecía un muchachito que bailaba bien, leía poco y sabía lo mínimo de música para poder andar conmigo. Cuando salíamos, el plan era irnos poniendo borrachos poco a poco y luego, si podíamos y no era muy tarde, ir a mi casa para tener sexo de borrachos.
«En un engaño del destino, en lugar de irme a conocer Edimburgo, terminé en su denigrante cuarto para ratas en los suburbios de una París olvidada...»
Las pasiones suelen ser breves, o mejor aún, deben ser breves, de lo contrario la vida se consume y se vuelve impracticable
Supongo que no era el mejor amante, pero como le gustaba reír y no te nía muchos complejos, yo disfrutaba poniéndole a comer mis pies o mis caderas al tiempo que lo hacía repetir la tabla del seis. También le pedía que leyera a Mircea Eliade sobre mi espalda. A los dos nos gustaba el porno y eso me resultaba muy divertido.
Los borrachos en esa época, y en otras, me atraían mucho más que los sobrios, de quienes desconfío tanto como de los que nunca han fumado o de los que no han probado jamás la marihuana ni la infidelidad. Esos son los grandes sospechosos de la raza humana, porque contravenir los vicios es la tarea de los viciosos, no de los que se alejan de las tentaciones por un extraño orgullo, que no es otra cosa que ignorancia o temor.
Las pasiones suelen ser breves, o mejor aún, deben ser breves, porque de lo contrario la vida se consume en ellas y se vuelve impracticable. Por supuesto que a Miguel no podía hablarle de esas cosas: él era 590 veces más simple, monocelular, y su discurso sobre el poder lo había hereda do de un padre terrateniente de corbata e inculto, con esposa operada arriba y abajo, un padre de esos que leen revistas en lugar de libros y que ven televisión en lugar de películas.
Miguel no era para mí, eso estaba clarísimo. Hasta María, la señora que limpiaba la casa, me decía que el muchacho de la espantosa cicatriz le parecía demoníaco por su forma de mirar y porque tenía dentro la mala suerte. Si yo hubiese oído los consejos de María, quien fue abuela a los treinta y dos años, habría tenido más aplausos y menos dolores: jamás habría fumado ni bebido cerveza en ayunas, nunca habría faltado al co legio ni se me hubiese ocurrido dejar a la perra amarrada a un poste de la luz para irme a conocer a un vecino, ni habría llorado por ese vecino cuando me dejó por una amiga amiga (mucho más fea que yo, aunque con más apellidos). Pero el caso es que una vez más desoí a María y me fui enganchando al chico de la cabeza de alcancía hasta ter minar metida en su buhardilla de Saint-Denis, el barrio de las putas y los drogadictos parisinos.
Él había ido a parar a esa olla con la idea de aprender francés; yo ha bía ido a buscar algo de cariño en París, lugar por el que siempre había profesado una fascinación que se despedazó al conocer Saint-Penis, esa esquina sacada del infierno.
Lo cierto es que Miguel lloraba dentro de las sábanas porque la vida en su hediondo apartamento sin aire acondicionado le suponía muchos esfuerzos. No comprendía por qué ahora habitaba entre personajes mi serables, por qué su dinero no le alcanzaba para comprar buena comida y por qué ahora tenía que sobrevivir a punta de paté y Coca-Cola. ¡Pero era un tipo de veintiún años! ¿Qué carajos esperaba?
No tenía más que una cama a ras de suelo y ninguna ganas de compar tirla conmigo. De eso me di cuenta en cuanto llegó la hora de dormir. Ahí supe que no éramos amigos, ni siquiera sentíamos un aprecio ver dadero, y solo nos gustaba el otro para pasar la noche. Su crisis personal había asfixiado su libido y me había hecho pensar que María tenía mu cha razón: ese tipo no era el mío.
«Si hubiese oído sus consejos, habría tenido más aplausos y menos dolores en mi vida...»
«Ni siquiera sentiamos aprecio verdadero, solo nos gustaba pasar la noche juntos...»
Esa noche entendí que cualquier ser humano está destinado, configurado y preparado para sobrevivir pero no para ser feliz...
Le propuse que pusiéramos las almohadas enfrenta das, pero cada vez que su pie rozaba mi cara sentía que me había equivocado al visitarlo. Estaba com partiendo mi intimidad con un tipo que dormía a cinco centímetros de mí después de intentar tener sexo conmigo sin poder conseguirlo... Mala señal.
Ante una situación así, ante un polvo incon cluso, tenía que tomar medidas. Me subí la pijama, primorosamente elegida para ser arrebatada a mor discos, y me la puse con una camiseta encima como si fuera una armadura. Acto seguido, aunque era verano, conseguí medias y mordí la almohada en un acto de súplica depurativa. Miguel no iba a tocarme.
Tenía que escapar del París de Miguel, porque todo lo que este tipo tocaba se convertía en mierda. Ahora Miguel iba a ostentar el título de ser el hombre que no había podido dormir conmigo, el incapaz, el gran fracaso de pieles. Y París, la ciudad anorgásmi ca. Al día siguiente madrugamos para no tener que dormir con los pies del uno en la nuca del otro y nos metimos en el metro.
En un acto de perfecta estupidez, Miguel sugi rió que nos saltáramos juntos el torno de acceso. Me pegué sin querer a su cuerpo y fuimos detenidos por dos policías. “¡Colombianos!”, gritaron el par de uni formados al ver nuestros pasaportes.
Tuve que pagar una multa que equivalía a la mi tad de mi presupuesto para esa semana. Me despedí de Miguel en la estación. Ese día empecé a ver que mi suerte se manchaba con él, y que tal vez todo esto ocurría porque Miguel no tenía ética de ningún co lor, al igual que su hermana, quien terminó viviendo en Australia porque la habían cogido robándose el Icfes. El idiota iba a sus clases de francés. Mientras tanto, yo tenía que buscar la forma de alojarme en otra casa, debía encontrar alguna persona que me recibiera por los cuatro días que faltaban para que saliera mi avión de regreso a casa.
Esa tarde fui a caminar y a leer en el Jardín de Luxemburgo con las antenas puestas. Conocí a un par de moros que me hablaban en francés y a los que no les podía contestar porque no hablaban inglés. Uno de ellos me apuntó su teléfono en una servilleta.
Como no tenía celular, utilizaba mi desparpajo para pedirles a los que paseaban por Saint-Denis o por donde fuera que me regalaran una llamada. Na die se negó ante tamaña sonrisa, y como no enten dían español, jamás supieron que les estaba dando a mis amigas en Colombia un informe plagado de madrazos y de horribles deseos para Miguel.
Cuando decidí que no tenía plata suficiente para vivir o para morir de forma digna en París, fui a la Rue des Capucines a cambiar el tiquete de avión para regresarme antes. Mi francés había mejorado tanto como mi sueco, pero pude entenderme en inglés con tenderos, bodegueros y con cualquier peatón que se me cruzara, incluido un negro altísimo y gordo que aparte de darme las indicaciones para no perderme, me convenció de quedarme con él porque iba a verse con un colombiano enseguida.
En patines apareció un rapero que me tomó ca riño de inmediato. El tipo se las daba de malo más de lo que le tocaba, porque me decía: “A una moni ta como usted en mi barrio la quiebran”. Buen final sería ir a su jodido barrio y que me quebraran bien quebrada entre cinco. Tal vez él vivía también en Saint-Denis.
"El instinto de supervivencia es como un clic que salta ante las situaciones más adversas, y que despierta con el fin de salvar la vida."
Pero luego, hilvanando esta historia, han aparecido mujeres que lo conocieron y aseguran que el verbo rrágico rapero era un niño consentido de una fami lia pudiente bogotana.
Lo único que importa es que aquel cantante de doble vida me dio fuerzas para huir de Miguel, al tiempo que con un aire de mafiosito en patines me veía llorar sobre un trozo de pizza que me había comprado en el Louvre. Adorable rapero de queso, mentira y palabras finas.
Volví a casa de Miguel a pasar mi última noche con él. No había conseguido a nadie que me acogiera por tres días. Recordé la clave de su portero automá tico, porque en París ya no existen los porteros hu manos y por eso cada portal tiene una clave numé rica. Si uno la olvida, todo empieza a complicarse, porque allí nadie le abriría la puerta a una inmigran te despistada que no sabe francés.
Nos tocó cenar juntos. Él preparó unos espague tis grasientos que fui incapaz de comer y me regañó por no tener estómago suficiente para saborearlos. Esa noche empezó a odiarme, lo sabía por la forma en que me hablaba, por el desdén con que me mira ba.
El vecino gritaba con voz herida algo que Miguel se negó a traducir. Abrí la puerta y encontré a los bomberos tendiendo una red para recogerlo cuando se tirara por el balcón. Vivíamos en un edificio que daba para escribir historias suicidas. No me pareció tan mal. Como ya sentíamos asco el uno por el otro, esa noche hicimos un trato y fijamos turnos para dormir en el catre.
Él durmió sus cuatro horas, pero yo no pude completar las mías, estaba nerviosa de dormir des pués de él, entre sus sábanas aromatizadas por el olor a cañerías que despedía su milenario inodoro. Tuve ganas de ser bulímica y de vomitarle los espa guetis en la cama, tuve ganas de mandarlo al barrio del rapero para que “lo quebraran entre diez”.
Le pedí su tarjeta de llamadas y me la gasté completi ta hablando con una amiga, que me pasó el contacto de otra inmigrante franco-colombiana en París. Me lanie resultó ser una lesbiana que vivía con su her mana en La Bastilla.
Yo no sabía nada de sus afinidades sexuales hasta que me tocó dormir con ella. Tuve que dormir otra vez en el suelo y apechugada, pero ahora con una mujer que intentaba respirarme en la oreja con claras intenciones de hacer caldo conmigo, aunque su juego erótico de susurros no me atrajo.
A la mañana siguiente le propuse que yo dormi ría en el sofá. Su hermana, al presentir lo que había pasado, me dijo que me prestaba la cama principal del ático, consiguiendo que yo me muriera de pena y de alivio a la vez. La hermana era violinista y estaba haciendo unas temibles audiciones para ser parte de una orquesta. Esto, que parecía fantástico, resultó ser la principal causa para que yo saliera despavori da de La Bastilla.
A las cuatro de la mañana la violinista arran caba a tocar con toda la fuerza de sus veinticuatro años, con toda la pasión de una extranjera –a quien cada oportunidad le costaba dos veces más que a los franceses–, con todo el ímpetu de una mujer que sa bía que podía echar a perder su carrera si no pasaba las audiciones. A las cuatro de la mañana ningún violín suena bien si se toca en la misma habitación en que uno duerme, con la noche en medio, con el calor derritiendo todo, con el olor a cigarrillo entre error y error en los tiempos de la partitura.
Y Melanie, que ya me miraba como se mira a los ex novios malucos, dormía con tapones de oído al tiempo que se movía dentro de sus sudorosas sába nas de una forma más que sospechosa. Entre tanto, la violinista, que veía el cuadro repetirse tanto como su sonata, le gritaba que tuviera compostura y no se masturbara delante de mí.
No me quedaba ni un solo billete para entrar a ningún museo, así que la última tarde recorrí París con mi maleta de ruedas y me senté a escu char jazz en un parque. Invertí mi tiempo en programar las horas para que pasaran trotando, y dejé de preguntarles a los peatones lo único que desde siempre he sabido en francés: “Quelle heure est-il?”, frase que se pronunciar mejor que el presidente de Francia.
Cuando ya estaba dispuesta a pasar la noche en el metro, tuve la for tuna de encontrarme en el vagón al bajista que había tocado jazz en el parque. Un tipo de barba caótica, gafas de pasta y lento como un suspiro para andar. Si el rap vuelve a los hombres acelerados, y el violín vuelve afanadas y obsesivas a las mujeres, el bajo reduce las revoluciones de quienes lo tocan hasta hacerlos vivir en cámara lenta.
Al reconocer al bajista celebré mi capacidad de observación, creí en Dios y hasta en Orfeo. Ya tenía una cara conocida, ahora solo tenía que convencer a su dueño para que me invitara a dormir a su casa.
Un reto en verdad absurdo...
Esa noche supe que cualquier ser humano está destinado y configura do desde el vientre materno para sobrevivir y no para ser feliz. La feli cidad es un postre, pero el plato fuerte es mantenerse con vida. Y man tenerme con vida equivalía a pasar ocho horas en una casa, escondida de los matones y de cualquier malandro que pudiera descubrir que yo solo sabía preguntar la hora en francés, mientras llegaba por fin el sol de verano a derretir hasta las ratas.
¿Eres drogadicta? –me preguntó el bajista con ganas de cuestionar mi mal aspecto.
¡No! –le contesté de inmediato.
Solo te dejaré entrar si me dejas ver tus brazos.
Debo estar más horrorosa de lo que pensé –le dije mostrando mis ante brazos libres de picotazos de heroína.
El músico me condujo a su apartamento. Me puso sobre la cama un cepillo de dientes con el precio puesto y dijo que tenía que pasar la no che componiendo una nueva canción.§
Rychvalsky Daria Shevtosva Jeffrey CzumLecciones sobre
INFIDELIDAD
Poner los cuernos a tu media naranja es lo peor del mundo, así que al menos ten un poco de delicadeza a la hora de practicarlo.
Por LIZZY FIDELLlamadme precoz o desarrollada antes de hora, pero la primera vez que le puse los cuernos a un novio fue mucho antes de follar por primera vez. Tenía 14 años y llevaba saliendo tres meses con un niño del colegio, cuando me dejé besar por Matteo en una playa en Bodrum. De camino al hotel, sin arrepentirme nada de nada le envié un mensaje a mi novio diciéndole que le echaba de menos. Desde esa tarde, siempre he pensado que poner los cuernos es un tipo de maldad necesaria, una parte de la vida por la que pasamos todos inevitablemente, en ambos lados del espectro: desde los simples halagos, hasta las terribles ETS. Tú lo sabes, yo lo sé, hasta tus padres lo saben.
NO SEAS UN IDIOTA
Todos tus amigos lo saben y cada una de tus parejas lo sabe. Todos somos culpables de estas dos cosas. Pero eso sí, mentirte a ti mismo es peor que poner los cuernos. A pesar de que el hecho de liarte con alguien que no sea la persona a la que has jurado fi delidad es una mierda para todos los involucrados, no deja de pasar cada día. Así que he pensado en compartir todos los conocimientos que he ido acu mulando durante mis días de perra canalla. Espero que os ayuden cuando os encontréis en la Avenida del Adulterio y empecéis a sudar al sentir que sois unos seres humanos despreciables.
Esto quiere decir que no se lo tienes que contar a tus amigos, ni hacer el guarro con amigos de tu pa reja, a menos que odies con ganas a la persona con la que estás y desees humillarle hasta el punto de que sólo escuche canciones de Nick Drake y se lave la boca una vez al mes, mientras que lo único que hace en su vida es darle a refrescar a tu página de Face book. Toda esa mierda de que la verdad siempre sale a luz se basa en que todo el mundo es subnormal y comparte sus indiscreciones con otros subnormales. Yo le he puesto los cuernos a todos mis novios. Espe ra, ¿sí? ¿Tú crees? Da igual, porque no hay manera de saberlo porque yo no soy idiota.
Así que tú tampoco lo seas. Si necesitas desahogar te cuéntaselo a tu madre (ella te quiere más e igno rará las cosas infames que haces a los demás porque te parió) y si necesitas follarte a alguien del entorno que compartes con tu pareja, fóllate a su mejor ami go. Éstos siempre tienen más que perder que tú y guardaran bien el secreto.
Es improbable que termines con esa persona
En serio, lo es. Así que, despierta de una vez. Igual eres víctima de un tifón de estrógenos o testosterona, u otros genes y otras zonas, que hacen que las perso nas tengan un imán de genitales en la boca, pero el problema es que todas esa emoción sale de uno de los climas más secos. No es el amor lo que dirige a tus hormonas, es el aburrimiento y el constante temor de estar solo para siempre. Además estás demasiado loco durante ese estado como para establecer algo que funcione y seguro que se iría a la mierda en un par de meses después.
Del mismo modo, tampoco deberías fantasear so bre alguien que está cerca del final de una relación. Eso no va a funcionar nunca. Sigue hacia delante y encuentra a otra persona que te ayude a salir del abismo de monotonía y auto-compasión en el que te encuentras. La buena noticia es que siempre hay alguien ahí fuera. Principalmente, porque todo el mundo pone los cuernos.
Algo no funciona en la relación
Cuando estás feliz y satisfecho sexualmente en tu relación, no tienes ningún interés en salir de caza ni de recrearte en la ropa interior de otra gente. Echan do un vistazo a mi pasado infiel, todas las veces que lo he sido coinciden en un momento en el que yo era medio consciente de que tenía problemas con mi pa reja y me sentía eternamente desganada.
Otras veces no me gustaba demasiado el tío que con el salía. O se había mudado a otro país para hacerse cienciólogo. Cualquiera que sea tu razón, poner los cuernos puede ser realmente algo bueno, porque a menos que tengas cero alcance introspecti vo, es una entrada bastante efectiva hacia la claridad. En cuanto te encuentras buscando furtivamente las partes sudorosas de cuerpos de extraños en salas/ca lle/gimnasio/baños te das cuenta de que estar acos tumbrada a cómo te abraza tu novio por las noches no significa que estés eufórica con tu relación.
LO DIGAS
Sólo lo haces para vomitar tropezones de culpabili dad, porque piensas que lo único que puede hacer te funcionar como una persona otra vez es decir la verdad, bajar la cabeza y esperar tu sentencia (que secretamente esperas que sea el fin de la relación, porque si te gustara lo suficiente no le hubieras en gañado. De esta manera puedes seguir con tu vida, con la seguridad de ser un ser humano responsable y decente que, bueno, la ha cagado alguna vez pero tiene los cojones de admitirlo. Arrogante de mier da. El privilegiado que se beneficia de la verdad en esta situación eres tú. Este tipo de exorcismo de culpabilidad te convence de que la única manera de acabar con todo es hacer que tu amante te odie. Jamás te odiarán, estarán profundamen te enamorados de ti durante años y e odiaran a ellos mismos por ello. Enhorabuena has arrui nado de nuevo tu relación.
Hay una pequeña posibilidad de que la infideli dad sea buena para tu relacion: Tu relación es un cuadro, pero los dos ponéis tanto empeño en tiraros pedos silenciosos bajo el edredón que compartís, que no os dais cuenta. Por desconta do, lo que has hecho está mal, pero también es mucho más emocionante que estar refunfuñando todo el finde mientras hacéis maratones de Curb Your Enthusiasm. Además, te deja entrever a qué sabe la promiscuidad sin tener que serlo de for ma íntegra y follarte a mil personas diferentes.
JAMAS SE
Poco a poco, esto va restaurando la confianza se xual en ti mismo. Esa confianza que ya sabías que estaba ahí, pero que se había empañado de bailar siempre juntos en las fiestas. Esto te ayuda a sen tirte más cómodo en tu relación. Ahora añade toda esa culpabilidad y la tensión sexual que brota de ella: este mix es la forma más segura de no conver tirte en una versión más joven y menos deprimen te de tus padres. Al menos por un tiempo. En algún momento de fines de los años ochenta, cuando ya era una fotógrafa famosa, Nan Goldin volvió a Boston, su ciudad natal, para someterse a un pro grama de desintoxicación. Como muchos de sus contemporáneos, Goldin huía de una pareja muy persistente: heroína y alcohol. El plan de rehabi litación preveía una internación en dos etapas, la primera en una clínica, la segunda –más liberal–en una “residencia intermedia” pero también exi gía que Goldin no dejara de trabjar, Como el nomenclador de la toxicología nortea mericana no consideraba que sacar fotos fuera exactamente un trabajo (por otra parte, ¿no era la obra de Goldin la prueba flagrante de que también la fotografía era un viaje de ida?), Goldin tuvo que buscarse otra cosa. En algún momento de fines de los años ochenta, cuando ya era una fotógrafa famosa, Nan Goldin volvió a Boston, su ciudad natal, para someterse a un pro grama de desintoxicación.
Balada sexual
Nan
Goldin
Por Alan PaulsEn algún momento de fines de los años ochenta, cuando ya era una fotógrafa famosa, Nan Goldin volvió a Boston, su ciudad natal, para someterse a un programa de desintoxicación. Como muchos de sus contemporáneos, Goldin huía de una pareja muy persistente: heroína y alcohol. El plan de reha bilitación preveía una internación en dos etapas, la primera en una clínica, la segunda –más liberal– en una “residencia intermedia”, pero también exigía que Goldin trabajara. Como el nomenclador de la to xicología norteamericana no consideraba que sacar fotos fuera exactamente un trabajo (por otra parte, ¿no era la obra de Goldin la prueba flagrante de que también la fotografía era un viaje de ida?), Goldin tuvo que buscarse otra cosa. Terminó empleándo se en una oficina más o menos anónima del Museo Fogg en la Universidad de Harvard, donde día tras día, durante meses, no hizo otra cosa que meter dia positivas de otros en marquitos de plástico, mientras en el piso de arriba, en la cátedra de artes visuales, los profesores más conspicuos de la universidad más rica del país teorizaban largamente sobre los slides de La balada de la dependencia sexual ante un audi torio de estudiantes boquiabiertos. El rumor no tar dó en correr. Al poco tiempo, los mismos chicos que se quemaban las pestañas estudiando la obra de Gol din para sus exámenes finales bajaron a la biblioteca y se perdieron en un laberinto de pasillos buscando a la nueva empleada, una chica de poco más de treinta años, con el pelo enrulado, alarmantemente flaca, que trabajaba siempre en silencio. Cuando dieron con ella, mirándola muy de cerca, como si fuera de otro planeta, le preguntaron: “Usted no puede ser Nan Goldin, ¿no?”.
La gente que aparece en mis fotos dice que estar con mi cámara es como estar conmigo. Es como si mi mano fuera una cámara. En la medida de lo posible, no quiero que haya ningún mecanismo entre el momento de foto grafiar y yo. La cámara es parte de mi vida cotidiana, como hablar, comer o tener sexo. Para mí, el instante de fotografiar, en vez de crear distancia, es un momento de claridad y de conexión emocional. Existe la idea po pular de que el fotógrafo es por naturaleza un voyeur, el último invitado a la fiesta. Pero yo no soy una colada; esta es mi fiesta. Esta es mi familia, mi historia.
Aunque nació en Washington en 1953, Goldin se crió en Boston. “Harvard” fue la primera palabra que pronunció. Hija de profesionales esforzados, dejó sin embargo la escuela a los catorce años y se metió en una institución experimental, decididamente hi ppie, que decepcionó las expectativas de sus padres pero inauguró el programa estético-existencial que sostendría toda su obra. Empezó a hacer fotos a prin cipios de los años setenta, mientras estudiaba en la Escuela del Museo de Bellas Artes, veía tres películas por día y formaba la familia postiza que la acompa ñaría a lo largo de treinta años: en sus fotos, donde sus amigos aparecen a menudo como modelos, pero también en sus viajes, sus romances, sus largas tem poradas de adicción. Ludwig Wittgenstein escribió que “imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida”. Nadie como Goldin para darle la razón. En los setenta, la fotografía artística era una práctica narcotizada por el academicismo, la prolijidad y una compulsión naturalista que parecía reducir el mundo a una sucesión más o menos monótona de árboles y rocas. Goldin irrumpió en la disciplina con un impulso punk radicalmente excéntrico: »sacaba
sacaba instantáneas, fotos caseras a menudo mo vidas o fuera de foco (“Yo quería hacer foco, pero casi siempre estaba demasiado borracha”) que parecían fotogramas directamente extirpados del tejido de la experiencia, y lo que se veía en ellas eran los cuerpos, las caras, las relaciones y las es cenas de los que estaba tramada la vida de Goldin y su pandilla. En la huella de la gran tradición pop (Andy Warhol y la Factoría; Tulsa, el primer libro de fotos de Larry Clark), Goldin reinventaba la fo tografía al mismo tiempo que las formas de la vida. O mejor: hacía del arte una forma de vida. Iniciado en Boston, el gran “diario visual” de Goldin encontró su forma, su registro y su mate rial en la Nueva York de principios de los ochenta, una ciudad donde la bohemia artística y la vida se xual cambiaban a un ritmo tan vertiginoso como las reglas del mercado de arte. Mientras se ganaba la vida trabajando en bares, Goldin sintonizó rápi damente su cámara y su flash con los signos poli morfos de una suerte de after hours histórico, en el que las viejas categorías que hasta entonces habían definido la identidad y la experiencia (arte/vida, masculino/femenino, público/privado, personal/ político) parecían desmoronarse o enloquecer, intoxicadas por una modernidad plural, impura, descaradamente antidogmática. Tras una parada en el mundo de las drag queens (“Yo quería ser una drag: durante un par de años quedé completa mente absorbida por su mundo, su conciencia, su identidad. La mayoría de las que conocía eran más grandes que yo, así que yo era como su hermani ta menor”), Goldin empieza a trabajar en la per turbadora narrativa personal con la que aun hoy, después de treinta años, se la sigue identificando. Fotografía a sus amigos, sus roommates, sus aman tes, sus compañeros y compañeras de viaje. Los fo tografía maquillándose en el baño antes de salir a una fiesta; bebiendo, charlando, preparándose un pico de cocaína o besándose durante la fiesta; llo rando, haciendo el amor o durmiendo en camas solitarias después de la fiesta. Inmediatas, rápidas, nada intrusivas, las fotos de Goldin son tan do cumentales que a menudo hacen las veces de me moria o de evidencia jurídica. Le recuerdan, por ejemplo, lo que el alcohol o las drogas borraron de su mente, o la ayudan a dirimir controversias amistosas mostrando cómo sucedieron en realidad las cosas. Y a veces son todo a la vez: retrato, do cumento, prueba, monumento, diagnóstico, grito de amor desesperado, pedido de auxilio. Como ese autorretrato de 1984 en el que Goldin, desfigurada por los golpes, un ojo inyectado de sangre, mira a cámara en un impasible plano americano, mien tras al pie de la foto un texto lacónico dice: “Nan después de haber sido golpeada”.
Muchas de esas imágenes –entre ellas el rostro en primer plano de Brian, el amante violento, de dien tes podridos, que mira y amenaza a la cámara solo una página antes de que aparezca el autorretrato de Nan con paliza– desembocaron en La balada de la dependencia sexual, un slideshow de 45 minutos y 700 fotografías que Goldin empezó a presentar en clubs y salas de cine en 1981, acompañado por una banda sonora donde la ópera convivía con la mú sica new wave y el blues con el punk. Eran shows especulares, como rituales primitivos o ceremo nias de familia: los que miraban las fotos eran casi los mismos que las protagonizaban. “Las fotos de Goldin”, escribe Arthur Danto, “registran y encar nan ese momento de la historia social en que todo el mundo era artista, y el amor y el sexo encontra ban maneras esperanza de trascender límites y de construir nuevas habitaciones para el corazón”. »
HACER DEL ARTE UNA DE VIDA. EXPRESIÓN
De ahí la extraña, paradójica universalidad que tienen los slides de Goldin. No la conocemos a ella; no conoce mos a Brian, ni al hombre de remera a rayas que en una cuchara calienta heroína en Nueva York en 1979, ni al skinhead que baila en una habitación empapelada de Londres; ni a Suzanne, que se arregla frente al espejo del baño del Pergamonmuseum en Berlín Oriental; ni a David y Butch, la pareja que está por llorar, que llora o acaba de llorar en el Tin Pan Alley, en 1981. (Por otra parte todos ellos, miembros de una misma familia, mi ran a cámara –es decir: a Goldin y a nosotros– con una especie de indiferencia distraída y majestuosa, como si no tuvieran nada especial que mostrarnos.) Pero lo que podemos conocer –lo que las fotos de Goldin hacen visi ble de un modo extraordinariamente conmovedor– es el hilo secreto que ata a todos esos personajes entre sí y a todos ellos con la fotógrafa: ese lazo feroz, indestruc tible, culpable de todos los éxtasis y todo el horror, que se llama dependencia.
A menudo temo que los hombres y las mujeres sean irrevocablemente extraños entre sí, irreconciliable mente inadecuados, como si vinieran de planetas diferentes. Pero a pesar de todo sigue habiendo una intensa necesidad de aparearse. La gente sigue juntán dose, aunque las relaciones sean destructivas. Es una reacción bioquímica: estimula esa parte de tu cerebro que solo se satisface con el amor, la heroína o el choco late. El amor puede ser una adicción. Siento un fuerte deseo de independencia, pero al mismo tiempo anhelo la intensidad que viene de la interdependencia. Pienso que la tensión que se crea allí es un problema universal: la lucha entre la autonomía y la dependencia.
Si parece heredar de Warhol el culto de lo domés tico, lo artísticamente no formado, lo documental, su política de la intensidad, en cambio, Goldin no la saca del pop impasible sino del cineasta John Cas savetes, quizás el único artista norteamericano con temporáneo con el que su temperatura emocional acepte compararse. Como en las fotos de Goldin, en los filmes de Cassavetes (Faces, Shadows, Husbands, Love Streams) también hay una familia sustituta que surfea en la cresta del arte, el sexo y la amistad. Hay parejas que se pelean, se reconcilian y se dejan. Hay escenas en baños, en cocinas, en dormitorios de mal gusto. Hay camas deshechas (en La balada..., la única cama hecha que se ve está en un prostíbulo), teatro de la pasión pero también del insomnio, el re proche o la traición.
Hay alcohol, hay demasiados cigarrillos, hay ra yas de rímel borroneadas por las lágrimas, tacos quebrados, bares abiertos toda la noche, camas extrañas. Hay cuerpos que se atraen, se abrazan y se pierden, con un encarnizamiento y una ceguera que solo la adicción justifica. Y en ambos está la idea fuerte, casi el principio de que el arte –una serie de diapositivas, una película– es solo una de las formas que adopta la vida para seguir adelante, para insis tir, para cambiar de aspecto. Al observar las fotos de Goldin no vemos exactamente obras de arte: vemos el paisaje, el campo de pruebas y el devenir de una forma de vida para la cual el soporte de celuloide, el marco o la luz del flash son alimentos tan imprescin dibles como el oxígeno o la comida.
En mi familia de amigos está el deseo de intimidad de una familia de sangre, pero también el deseo de algo más abierto. Los roles no están tan definidos. Son relaciones largas. La gente se va y vuelve, pero esas separaciones no rompen la intimidad. Esta mos unidos no por la sangre ni por un lugar, sino por una moral parecida, por la necesidad de vivir a pleno y en presente, por una desconfianza hacia el futuro, un respeto parecido por la honestidad, la ne cesidad de franquear límites y una historia común.
Boston, 1988, es el punto de inflexión. Goldin, como en las alegorías terapéuticas más vulgares, sale de la clínica de desintoxicación y redescubre lo que empañaba la bruma estéril de las resacas: la luz. Des cubre que en la frase sacar fotos con la luz que haya –la consigna punk que rigió siempre su trabajo–, la palabra “luz” no significa obligatoriamente cual quier luz de neón roja prendida en un bar abierto toda la noche. La claridad natural del día empieza a desalojar los colores sucios de un eterno interior no che, pero el mundo de Goldin no se ablanda. De 1989 son sus retratos “psicológicos”, una serie que inicia en la clínica y que toma como modelos a adictos y enfermos de sida. Vida y forma siguen entrelazadas, como lo prueba una foto un poco posterior en la que arden unas velas ofrecidas a la Virgen de Fátima, en Lisboa: “Voy a las iglesias y prendo velas por mis amigos enfermos de sida, para tratar de mantener los con vida. Es algo que he estado haciendo desde hace doce años”.
En los noventa, a medida que el nombre de Goldin irrumpe en las galerías y museos de Europa, sus fo tos se vacían de conductismo y caen en una suerte de lacónica introspección. Los modelos –siempre los mismos: David y Bruce Balboni; Sharon, a quien fo tografía desde hace un cuarto de siglo– ya no miran a cámara: están ensimismados en una interioridad precaria, cuyas reglas probablemente desconocen. A veces, incluso, han sido reemplazados por paisa jes desiertos: una llanura, un cielo, un mar. ¿De las tinieblas tóxicas a la ecología luminosa? No exacta mente: “Mi trabajo nunca fue metafórico”, dice Gol din, “pero los paisajes a menudo están infundidos de traumas. Pueden parecer muy hermosos, pero lees el pie que acompaña la foto y te enteras de que ese cielo tan lindo fue fotografiado la noche en que un amigo se suicidó”. Por lo demás, la lógica de la forma de vida Goldin es cualquier cosa menos una recta as cendente. A mediados de los noventa, poco después de la consagratoria retrospectiva que le dedica el Whitney Museum de Nueva York, Goldin, enamora da de un heroinómano, recae brevemente en la adic ción. Corta el affair, entra de nuevo en un programa de desintoxicación y registra todo el proceso en una muestra titulada Recaída/Desintox, donde el género slideshow es reemplazado por la presentación de una grilla de imágenes simultáneas.
La moda la tienta, lo que no deja de ser una oca sión para la venganza. Empezando los setenta, la joven y descarada Goldin tenía una sola idea en la cabeza: llevar a las drag queens a la tapa de Vogue. A principios de los ochenta, en Nueva York, un par de casas de ropa le encargaron fotos que después se negaron a publicar, alegando que todos los modelos parecían adictos. (Se equivocaban: eran adictos.) Pero a fines de los noventa, contratada por la casa Matsuda, Goldin reúne a su vasta familia de freaks (algunos modelos tienen 16 años, otros 53; abundan las variedades de drag queens) y entrega una cam paña –como mínimo– extravagante. El diseñador japonés aúlla de placer. Los ejecutivos de Nueva York ponen cara de asco y reducen el lanzamiento a un par de avisos y a la publicación de un libro, New York Naked. “Me dieron más pantalla por eso que por veinte años de trabajo”, dice Goldin, celebrada ahora por las publicaciones especializadas como la diosa del chic heroinómano: palidez extrema, raquitismo, ojeras profundas, labios violáceos. La moda podrá ser un campo de batalla pertinente (“Trabajé con Matsuda para pelear contra ciertas cosas: el juveni lismo, la belleza anoréxica, la idea de que para lucir bien cierta ropa hay que tener un aspecto determi nado”), pero nada más peligroso que el poder de sus
equívocos. Goldin trabaja con Helmut Lang y el New York Times la llama “fotógrafa de modas”. “Tengo que salir de aquí”, dice Goldin que pensó: “es peli groso. Mis fotos no están armadas. Si me consideran una fotógrafa de modas, todo mi trabajo perdería la credibilidad que tiene por el hecho de ser real. Esa es la diferencia entre el arte y la moda: los fotógrafos de moda nunca te hacen llorar”.
Yo tenía once años cuando mi hermana se suicidó. Fue en 1965, cuando el suicidio adolescente era un tema tabú. Yo estaba muy cerca de mi hermana, y era consciente de las fuerzas que la habían llevado a elegir el suicidio. Vi el papel que la sexualidad y la represión jugaron en su destrucción. En esa época, principios de los sesenta, las mujeres que estaban enojadas y eran se xuales daban miedo; estaban fuera de los márgenes del comportamiento aceptable, fuera de control. A los die ciocho años, mi hermana se dio cuenta de que la única manera de escapar era acostarse en las vías del tren.
En la foto que remata la introducción de La bala da... hay una casita baja de ladrillo a la vista, con un jardincito, un árbol que hace sombra en el frente de la casa y una chica joven, de pulóver azul y pollera escocesa, parada en la puerta, en actitud de hablar con alguien que está fuera de cuadro. Fechada en 1964, es una foto extraña; tiene una luz y una nitidez casi hiperrealistas: exactamente lo contrario de lo que Goldin empezará a hacer seis años más tarde. La chica es Barbara, la hermana de Nan, y al verla aca bamos de enterarnos de que está muerta.
En la semana de duelo que siguió fui seducida por un hombre mayor. Fue un período de gran dolor y de pér dida, en el que al mismo tiempo se despertó en mí una intensa excitación sexual. Sentía mucha culpa, pero estaba obsesionada por mi deseo.
Nan Goldin empezó a sacar fotos a los dieciocho años, al mismo tiempo que se volvía sociable y sen tía por primera vez la sed del alcohol. Fue entonces cuando tuvo un deseo intenso, tan poderoso, proba blemente, como el que le había despertado el hom bre que la raptó: quiso recordar. “Al abandonar a mi familia, al recrearme a mí misma, había perdido el recuerdo real de mi hermana”. Mucho tiempo más tarde, después de creer durante años que llevaba un “diario visual” porque estaba obsesionada con su propia vida, descubrió que todo lo que hacía lo hacía para recordar, para atestiguar, para dar fe, pero no de algo que le era propio sino de otra cosa. De otra: de Barbara, la hermana perdida. Descubrió que esa autobiografía en imágenes, en la que llevaba traba jando un cuarto de siglo, era en realidad la biografía imposible de una muerta amada. §
PURGARE
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La obsesión de aquello que no se puede tener ~
En esta sección se hace evidente la veneración tóxica del individuo para atraer aquello que jamás podrá tener en su posesión.
HECHIZOS PARA ATRAER EL AMOR
Sortilegios, conjuros, rituales y pociones para transformar tu vida amorosa y potenciar toda tu fuerza cósmica.
Gema Monroy Por
Un cristal de cuarzo ahumado y otro de cornalina roja para desarro llar superpoderes en la cama. Una pizca de pimienta de Jamaica, otra de tomillo seco, cinco clavos de olor, y cinco gotas de aceite esencial de rosas para bendecir tu App de citas. Diez gotas de aceite esencial de la vanda, cinco de jazmín, un puñado de pétalos de rosa y unas cuantas ve las para prepararte un baño que atraiga el amor. “Si te falta algún ingre diente, siempre puedes usar tu imaginación y reemplazarlo por algún otro que esté en sintonía con el hechizo. Aunque lo suyo es seguir los pasos que se indican”, nos explica Semra Haksever, autora de Hechizos de amor (Ed. Cinco Tintas), un bellísimo manual práctico con instruc ciones claras y sencillas para llevar a cabo rituales, conjuros y pociones capaces de transformar nuestra vida amorosa.
Para realizar con éxito un hechizo mágico, como con casi todo en esta vida, según Serma lo más importante es creer en lo que haces. Más allá de las palabras del conjuro, de los elementos de la pócima utilizada, del lugar donde se realiza, de la situación planetaria…, lo principal es tu in tención. “¿Dónde está tu cabeza? ¿Qué estás pidiendo? ¿Estás conectan do con la mejor versión de ti mismo y estás pidiendo un resultado que te ayudará a elevarte, a sacar lo mejor de ti? La magia funciona de formas misteriosas, quién sabe qué serie de eventos podrías tener que atrave sar para alcanzar el resultado deseado, por eso es muy importante que estés preparado para lo que pides”, nos recuerda la autora que, para la realización de este manual recurrió a algunos de los hechizos que mejor han funcionado en su propia vida, además de a otras fórmulas clásicas de siempre, pero con su toque personal. “Al igual que en un libro de co cina puede haber recetas para un plato clásico, pero cada chef tendrá su propia versión, cada bruja tenemos nuestra propia manera de llevar a cabo un mismo hechizo”.
Efectivamente, Semra, que ha publicado otros dos libros prácti cos sobre esta temática –Magia para el día a día y Mama Moon's Book Of Magic–, se considera una bruja. ¡Y bien orgullosa que está de serlo! “Siempre me ha interesado la brujería. Siempre, desde pequeña, el uni verso me ha conducido hasta mujeres con un poder espiritual increíble que me han guiado y han sido mis maestras”, nos cuenta Semra. “Creo que hay mucha gente a la que al escuchar la palabra ‘bruja’ le surgen las viejas opiniones patriarcales. Siempre me preguntan: "¿tú eres una bruja buena o una bruja mala?" Lo cual me parece una pregunta pasada de moda y me lleva a pensar que todavía tenemos un largo camino por recorrer. Es importante que honremos la memoria de las mujeres, de las brujas, a las que se ha tratado tan injustamente a lo largo de la historia”.
Sortilegios para atraer al amante perfecto, para lograr que esa per sona tan especial se fije en ti, para alcanzar nuevos y desconocidos ni veles de placer en la cama, para sanar tu corazón roto, para asegurar la fidelidad de tu amante, para deshacerte de los efectos de otro hechizo, para crear tu propio amuleto de la suerte… De todos los hechizos que se recogen en este manual, Semra nos asegura que el más potente es, sin duda, el de auto amor. “Si te amas a ti mismo, te estás poniendo en primer lugar y, entonces, eres intocable. Te conviertes en un imán para todas las cosas buenas. Si funcionas desde una posición de amor propio, el universo sabrá que eres digno de que sucedan cosas maravillosas”.
Para hacer crecer tu autoestima y elevarte en el pedestal que te me reces, Semra aconseja reservarnos tiempos de calidad para nosotros mismos, darnos muchos abrazos, concedernos esos mimos que nos hacen felices y decirnos cosas bonitas. Y, por si todo esto no es sufi ciente, nos da la receta de un aceite con el que untarnos el cuerpo a base de bien y de una deliciosa infusión que alimentará el amor por nosotros mismos; además de instrucciones precisas para hacer lo que debería ser nuestro ritual diario.
Así, nada más levantarte o antes de acostarte, mezcla en un mortero una pizca de pétalos secos de rosa, un poco de galangal en polvo y otro poco de sándalo en polvo. Añádele tres gotitas de aceite esencial de cla vo. Enciende un disco de carbón en un plato resistente al calor y añádele la mezcla para quemarla. Mientras, mírate en un espejo y, contemplan do tu reflejo, proclama en voz alta y con todo tu convencimiento y entu siasmo: “Te quiero. Soy una fuerza cósmica radiante”.
Para preparar tu aceite de autoamor tan solo necesitas una base de aceite de almendras (o cualquier otro que te guste) a la que añadirás varias gotas de aceites esenciales: 10 de rosa, 7 de sándalo, y tres de cardamomo.
La infusión de autoamor también es sencilla: pétalos de rosa, una vaina de vainilla picada, 7 gotas de agua de rosas, 1 cucharada de hojas de escaramujo y otra de rooibos. Lo pones todo en una tetera con agua hirviendo durante 10 minutos y, antes de tomarte la poción, colocas las manos encima y la bendices con tus mejores vibraciones.
HECHIZOS DE AUTOAMOR PARA QUERERTE MÁS PÓCIMAS DE SEDUCCIÓN Y MÁGIA SEXUALOtros de los hechizos del libro que más llaman la atención, por lo me nos de quien escribe estas líneas, son los enfocados a desarrollar la ma gia sexual. Para adquirir súper poderes en la cama, Semra recomienda colocar un cristal de cuarzo ahumado y otro de coralina roja debajo de la almohada. Para hacer que tu amante enloquezca de pasión por ti en tre las sábanas, escribe su nombre en un papel, esparce por encima un poco de guindilla en polvo y enciende una vela roja al lado.
Y para elaborar una poción de seducción infalible: infusiona en agua hirviendo dos pizcas de pétalos secos de rosas, dos vainas de cardamo mo machacadas (hay que dejarlas en remojo la noche anterior), dos cu charaditas de hojas de hierba damiana y añádele canela molida y miel a tu gusto antes de bebértela.
LA MÁGIA FUNCIONA
La efectividad de estos hechizos está probada. “Tengo muchos clien tes felices que han encontrado el amor gracias a los hechizos y pociones que he hecho para ellos. La vela ‘My Love Manifestation’ también está tenido resultados asombrosos”, asegura nuestra bruja.
‘My Love Manifestation’ es uno de los best-seller de su línea de velas, inciensos y ungüentos basados en la magia de los aromas Mama Moon Candles. “Estos aromas mágicos funcionan como una ofrenda a los es píritus, pero también desde un punto de vista científico, ya que los olo res tienen la capacidad de activar el sistema límbico en el cerebro. Nos ayudan a relajarnos, a motivarnos, a concentrarnos. Para aumentar el poder de las velas y pócimas, realizo un círculo protector a su alrededor y las bendigo con una mezcla de incienso mágico”, nos explica Semra, y confiesa que su favorito es ‘Abundancia Suprema’: “Siempre que lo uso me siento empoderada y sé que tendré un día increíble. Y para ayudar me a concentrarme mientras trabajo, también me funciona muy bien la vela ‘Focus & Clarity’”.
RITUALES & CONJUROS POCIONES PRÁCTICAS HECHIZOS BRUJERIA
RITUALES CONJUROS POCIONES PRÁCTICAS OSCURAS BRUJERIA MÁGIA NEGRA
Sortilegio 1 - Atrae a tu amante perfecto Mezcla en un mortero una pizca de pétalos secos de rosa, un poco de galangal en polvo y otro poco de sándalo en polvo.
LOS CONJUROS SON EFECTIVOS , PODERO S O S , RÁPIDOS
Sortilegio 3 - Potencia tu amor propio
Una pizca de pimienta de Jamaica, otra de tomillo seco, cinco clavos de olor, y cinco gotas de aceite esencial de rosas
Sortilegio 5 - Desarrolla poderes en la cama Coloca en tu habitación un cristal de cuarzo ahumado y otro de cornalina roja en las noches.
CLIMAX
~ El cuerpo que anhela la excitación y el deseo ~
En esta sección se exploran las prácticas sexuales de parejas que quieren volver a contectar su intimidad, liberando abiertamente el instinto natural que busca del placer.
MATRIMONIO SWINGER
"Bien hecho, cariño”, le dice el bombero desnudo a su mujer. Se están mirando con amor y me siento un poco desplazada. Después de todo, yo soy la que le ha practicado sexo oral. Ella está ocupada haciéndole lo propio a mi marido a nuestro lado.
Si hace un año me dices que iba a ver cómo una desconocida se la chupaba a mi marido y no iba a sentir celos, me habría reído en tu cara. Siempre he sido celosa. Si mi marido o uno de mis exnovios se atrevían siquiera a mirar a una mujer atractiva, yo asumía que querían acostarse con ella. Soy famosa por las discusiones de pareja que casi siempre empe zaban con una acusación por celos.
Nada me parecía más peligroso para mi necesidad de controlarlo todo que el swinging, y por eso me in vitaron como periodista a dos complejos hoteleros de Cancún con todo incluido donde la ropa es opcio
Si hace un año me dices que iba a ver cómo una desconocida se la chupaba a mi marido y no iba a sentir celos, me habría reído en tu cara.
Gema Monroy Por
nal: el Desire Pearl y el Desire Riviera Maya. Acepté porque eran vacaciones gratis, pero por dentro decía que no a las excitantes y a la vez preocupantes imá genes que inundaban mi cabeza de orgías, de sexo grupal y de mi marido dando placer a otras mujeres.
Los celos no eran lo único que me asustaba. Como exadicta al sexo y al porno que ha escrito largo y ten dido sobre el tema, he tomado demasiadas decisio nes destructivas en mi pasado sexual. Aunque había reprimido mi adicción desde que conocí a mi ma rido gracias a una combinación de mis esfuerzos y su apoyo, ¿supondrían unas vacaciones lascivas reabrir viejas heridas?
“No pueden obligarnos a hacer intercambios”, le dije a mi marido (y a mí misma) mientras hablába mos de lo que nos preocupaba. Como padres de una niña pequeña, no veíamos el momento de dejarla
con sus abuelos y estar sin hijos en cualquier sitio durante cuatro noches. ¿Por qué no hacerlo en un hotel para swingers?
Estuvo de acuerdo y añadió: “Tampoco pueden obligarnos a desnudarnos”. Desire no se anuncia como un hotel para swingers. Descubrí más tarde que preferían describirse como un hotel para parejas donde la ropa es opcional, lo que resulta más inclu sivo para que parejas más convencionales como no sotros puedan disfrutar sin tener que intercambiar saliva o cualquier otro tipo de fluido corporal con un desconocido.
Unas semanas más tarde llegamos a la lluviosa Cancún. Un divertido taxista nos llevó hasta el re cóndito Desire Pearl, donde empleados sonrien tes nos dieron la bienvenida en una recepción con champán y documentos de descargo de responsa
"Entre los huéspedes de entre 30 y 70 años, había gente delgada, más gordita, baja, alta, con pechos naturales, de silicona, con el pene pequeño, con el pene grande, peluda y recién depilada. Y todo el mundo parecía relajado, confiado y feliz estando desnudo"
bilidad. Las normas del hotel incluían respetar su política de “no es no”, no hacer fotografías a otros huéspedes y no practicar sexo en público en zonas concretas como el jacuzzi o la sala de juegos.
De camino a nuestra habitación, todos los em pleados dejaban de hacer lo que estuvieran haciendo —barrer hojas mojadas, llevar equipaje, vigilar las instalaciones— para saludarnos y mirarnos directa mente a los ojos con una mano en el corazón.
“Les enseñamos a reaccionar ante una persona desnuda, a mirarla directamente a los ojos”, me ex plicó más tarde Alberto Martínez, director general de Desire Pearl, cuando le pregunté cómo gestiona ban los empleados la desnudez y el sexo en público.
Me costaba creer que fueran capaces de trabajar con tanta distracción. Me gustaría aclarar que cuan do dejó de llover temporalmente y mi marido y yo fuimos corriendo al jacuzzi, descubrimos que había tantos tipos de “distracciones” como categorías de porno que yo solía ver, al menos en lo que respecta a los diferentes tipos de cuerpo. Entre los huéspedes de entre 30 y 70 años, la mayoría estadounidenses blancos, había gente delgada, más gordita, baja, alta, con pechos naturales, de silicona, con el pene peque ño, con el pene grande, peluda y recién depilada. Y todo el mundo parecía relajado, confiado y feliz estando desnudo. Aunque me sentía fuera de lugar, me quité enseguida la parte de arriba del bikini y mi marido se quitó el bañador como si no hubiera otra opción posible. Pese a que me solía sentir insegura por mis muslos y mi torso, ver todos esos tipos de cuerpo acabó rápidamente con mis inseguridades (no porque pensara que mi cuerpo era mejor, sino porque nadie parecía estar comparando). Mi marido y yo pedimos bebidas y nos miramos el uno al otro pensando: ¡Están todos desnudos!
Todo el mundo era abierto y amable en el jacuzzi, pero no era la gran orgía que me esperaba. Aunque normalmente siento ansiedad en situaciones socia les, ahí estaba cómoda. Resulta reconfortante ver el efecto positivo de la desnudez en el acto de sociali zarse. Como niños que aún no saben lo que es la ver güenza, la gente miraba a los demás, hacía cumpli dos constantemente sobre su cuerpo, hacía chistes y hablaba abiertamente sobre sus fantasías.
También se daban conversaciones completamen te normales, desde el trabajo hasta los vecinos (la mayoría de corbata y pudientes, ya que el hotel no era precisamente barato) y nos sorprendió la canti dad de gente que hablaba de sus hijos. De las incon tables parejas con las que hablé en esos cuatro días, solo conocí a dos que no tenían hijos.
“¿Saben vuestros hijos dónde estáis?”, pregunté a una pareja de Ohio. “Por supuesto”, respondió el marido. “De hecho, nuestra hija de 16 años fue la que escogió la lencería y los disfraces sexis de su madre para las noches temáticas”.
Cuando notaron mi gesto de sorpresa, que pronto pasó a ser de admiración, el hombre se explicó un poco más. “En casa todo el mundo sabe dónde esta mos. Se lo contamos a nuestros compañeros, amigos y familia, a todo el mundo”.
Después lanzó una idea simple, pero revoluciona ria: “Nosotros creemos que si tienen un problema con nuestro estilo de vida, no los queremos en nues tras vidas. Simplifica las cosas”. Otra mujer presu mía de haberle comprado a su hija adolescente un vibrador como regalo de Navidad y hablaba del orgu llo que sintió cuando lo vio fuera de la caja y debajo de la cama de su hija. Me dejé llevar por esta forma tan abierta de ver las cosas. Ese era el tipo de relación que quería tener con mi hija cuando creciera, todo lo contrario a la que tuve yo con mi madre, que solo me
habló de sexo una vez cuando era pequeña. Me seña ló a la entrepierna y me dijo: “No dejes que nadie te toque ahí abajo nunca”.
Aprendí no solo de mis padres y nuestro ambiente catolólico, sino también de la televisión, los libros y las canciones —desde los cuentos de hadas y las comedias románticas a la mayoría de las canciones pop— que nadie respeta a las zorras, que los hom bres son los que engañan y las mujeres las que lloran y que las relaciones son frágiles. Y aunque considero que ahora estoy mucho mejor, aún tengo cosas que me frenan. Los celos son una de esas cosas, pero tam bién lo eran los prejuicios hacia qué tipo de gente iba a encontrarme en el hotel.
Como mucho otros, antes de llegar al Desire, mi reacción instintiva era que los swingers eran extra ños, incluso me daban un poco de pena. Era algo que la gente de mediana edad hacía cuando se aburrían de sus mujeres. Probablemente era idea de los ma ridos. Pero tras mi estancia en el hotel y hablar con la gente de allí, me di cuenta de lo equivocada que estaba. Nadie parecía aburrido ni tenía pinta de no seguir enamorado. Parejas que llevaban décadas ca sadas se besaban y se tocaban en público como ado lescentes. Y las mujeres no habían ido hasta allí obli
gadas. Muchas de ellas habían tenido la iniciativa de ir al hotel o, si no la habían tenido, habían tomado la decisión final.
“Las que toman la decisión de venir aquí son las mujeres”, me explicó más tarde Martínez. “La que acepta es la mujer”.
Es verdad que en el hotel las mujeres parecían más agresivas que los hombres. La mayoría de los cumplidos que recibí me los hicieron mujeres. ¿Has tenido un bebé? ¡No te creo! Y muchas de las veces que me entraron, fueron mujeres. No puedo dejar de pensar en besarte. ¿Puedo? Y aunque muchos mari dos no dudaban en empezar una conversación ami gable con otras mujeres y hombres tanto si tenían un interés sexual en ellos como si no, las mujeres evita ban hablar con alguien a no ser que buscaran algo más y analizaban el jacuzzi y la pista de baile como si estuvieran de caza.
“Es la sexta vez que venimos”, nos dijo un hombre estadounidense del medio oeste cuando salíamos del jacuzzi para ir al bar de recepción, donde la gente iba en lencería o con trajes de lo más sexi. Su mujer, que estaba sentada a su lado y estudiaba la estan cia, llevaba una espiral alrededor de los pezones. No parecía estar interesada en hablar con nosotros.
“La sexta”, repitió él, “y nunca hemos salido de las instalaciones del complejo”. Me sorprendió, espe cialmente teniendo en cuenta lo cerca que estaba Chichén Itzá. ¿De verdad se pasaban todas las va caciones practicando sexo?
Cuando el hombre nos dijo que no eran swingers, me costó aún más entender por qué habían ido allí. “Lo vemos como porno en directo”, aclaró. Igual que nosotros, eran una pareja convencional. Nos cruzamos con muchas de esas los siguientes días. Un hombre me dijo que no estaba en contra de la idea del swinging, pero que nadie cumplía las expectativas de su mujer tras nueve viajes. Su mujer, pequeña, rubia y guapa, no nos miró mientras su marido confesaba esto.
Esto me provocó algo de inseguridad. Me pregun té: ¿No cumplimos sus expectativas? ¿No resulta insatisfactorio?, le pregunté. Se rio. “A veces la exci tación de no saber si va a pasar algo o no es suficiente para todo el año. Fantasear puede ser más satisfacto rio que la realidad”. Obviamente no solo había pare jas convencionales. Después de la cena de la primera noche, como no habíamos visto a nadie practicar sexo en público, decidimos volver al jacuzzi cuan do Cuando quedamos satisfechas, me separé de las otras dos mujeres y fuimos nadando hasta el bar
Entonces presencié la primera orgía pública. Aun que lo había leído en el documento de descargo de responsabilidad, mi primera reacción fue pensar que eso iba contra las normas.
“¿Esto está permitido?”, le pregunté a mi marido susurrando. Pero no me respondió. Estaba ocupan do mirando a dos parejas intercambiándose y gi miendo en una maraña de piernas y brazos a la luz de la luna. Cuando uno de los hombres al que se la estaban chupando se cambió con su pareja para que fuera ella la que recibiera, nos saludó.
Miré a mi marido y él me estaba mirando, espe rando a que yo tomara la decisión de irme corrien do o de unirme. Ahí fue cuando experimenté la característica clave del concepto del Desire: yo decidía por los dos. Cuando el hombre nos sa ludó, dejamos de ser una pareja convencional y pasamos a ser swingers. Al menos yo.
Con los celos aún en la cabeza y mi marido pro bablemente notándolo, empecé a juguetear con dos mujeres mientras los hombres miraban y solo tocaban a sus respectivas parejas. En un momento dado, miré hacia el bar de la piscina y me topé con los ojos del camarero. Es verdad que no pierden el contacto visual, pensé. Cuando quedamos satisfe chas, me separé de las otras dos mujeres y fuimos
nadando hasta el bar como si fuéramos viejas amigas, cada una riéndonos y dándonos mimos con nuestras parejas, pasando de diosas del exhi bicionismo a cariñosas esposas.
“Me llamo Ginger”, dijo una de las mujeres, alar gándome una mano arrugada para que se la estre chara. “Encantada”.
Los siguientes días, como si esa noche con el grupo hubiera desbloqueado algo en nosotros, mi marido y yo jugamos a ¿hasta dónde llegaríamos? Reservamos un sensual masaje para parejas en el spa en el que su masajista, una mujer, y el mío, un hombre, casi nos hacen llegar al orgasmo con las manos. Después juntaron nuestras camillas y nos dejaron acabar. Quedamos con las parejas del ja cuzzi para hacer más juegos de agua, lo que acabó por trasladarse a la habitación de alguien donde vi a mi marido tocar los pechos de otras mujeres mientras otros hombres me tocaban los míos. Lue go vi cómo se la chupaban varias veces mientras caras aleatorias se metían entre mis piernas. Du rante todo el rato, mientras bajábamos la guardia y llegábamos cada vez más lejos, mi marido y yo íbamos comprobando que todo iba bien, y las de más parejas hacían lo mismo.
“Manos y bocas está bien, ¿verdad?”, preguntó un marido.
“Si metes el pene en otra vagina, te mataré”, res pondió una mujer.
“¿Vas bien?”, nos preguntábamos mi marido y yo por turnos. “¿Te parece bien?”. La respuesta siem pre era sí.
Lo que más me sorprendió de ver a mi marido dar placer a otra persona fue que no sentí ni rabia ni resentimiento ni miedo. Probablemente fuera porque yo estaba haciendo lo mismo. Es más, me planteé que si estaba tan equivocada con lo que era ser swinger, algo natural, divertido y libera dor, ¿en qué más podía estar equivocada? Puede que mi recuperación de la adicción al sexo tuviera que basarse más en satisfacer mi sexualidad que en reprimirla. Puede que no tuviera por qué escon der de mi gente que soy swinger y no monógama, incluida mi hija. Solo es un camino alternativo a las mismas historias que la familia, la iglesia, los medios y demás nos cuentan siempre sobre el matrimonio. Puede que los celos, el control y la posesividad no eran las mejores vías de conservar mi matrimonio. Puede que esas vías infalibles nos condujeran al fracaso.
Pero no rompimos todas las barreras. El mejor sexo que he experimentado en este viaje ha sido con mi marido a solas en nuestra impoluta habita ción sin niños, mientras hablábamos de nuestras aventuras diarias.
En nuestro tercer día, cuando cambiamos del Desire Pearl al Desire Riviera Maya, que estaba aún más lleno, conocimos a un bombero y a su mujer en el bar. Congeniamos enseguida, hablamos de nues tros respectivos vecinos en casa, nuestros trabajos y nuestros hijos. Llevaban muchos años siguiendo ese estilo de vida y cuando les contamos lo que había mos hecho esos días, nos dijeron que habíamos esta do haciendo un “intercambio suave”, lo que parecía ser el siguiente nivel a “convencional”. A diferencia de un “intercambio completo”, las parejas que hacen intercambios suaves practican de todo menos sexo con penetración. Tanto mi marido como yo afir mamos que estábamos bien así, que no queríamos ir más allá. “Cada uno tiene su estilo”, dijo la mujer del bombero. Tenía la mirada amable y la voz suave. Sonreía a menudo y hacía preguntas atentas. Eso me gustaba. Parecía que le importábamos y más tarde me enteré que era algo importante para ella.
Amar. Explorar. Disfrutar. Love. Explore. Enjoy. Aimer. Explorer. Prende. Plaisir. Lieben. Erforschen. Genießen. Sevmək. Tədqiq etmək. Zövq. alın. Кахаць. Каб. даследаваць. Атрымлівайце. асалоду ад. Voljeti. Istražiti. Uživajte. Да обичаш. Да проучи. Наслади се. Estimar. Explorar. Gaudir. Sa. paghigugma. Aron masusi. Enjoy. Milovat. Prozkoumat. Užívat. si. Kukonda. Kufufuza. Sangalalani. Per. amassi. Per spiegà. Prufittate. Renmen. Pou eksplore. Jwi. Voljeti. Istražiti. Uživati. At. elske. At. udforske. God. fornøjelse. Milovať. Preskúmať. Užite. si. to. Ljubiti. Raziskovati. Uživajte. Esploru. Disrompi. Amar. Uurige. Häirida. Amar. Arakatu. Eten. Tutkia. Häiritä. Amar. Ferkenne. Fersteure. Amar. Rannsaich. Cuir. dragh. air. Bazen. Archwiliwch. Amharu. Amar. Explora. Interrompe. Αμάρ. Εξερευνώ. Αναστατώνω. Amarya. Bincika Rushewa. Amar. E ʻimi. Hoʻopilikia. Amar. Tshawb nrhiav. cuam tshuam. Fedezd fel. Zavar. Amar. Nyochaa. Mebie. Amar. Mengeksplorasi. Mengganggu. Hlub. Tshawb nrhiav. Txaus siab rau. A ghrá. Chun. iniúchadh. a. dhéanamh. Bain. taitneamh. as. Að elska. Að kanna. Njóttu. Amare. Esplorare. Godere. Kanggo. tresna. Kanggo. njelajah. Seneng. Жақсы көру. Зерттеу. Ләззат алыңыз. Gukunda. Gucukumbura. Ishimire. Сүйүүгө. Изилдөө. ырахат алыңыз. Jê hezkirin. Ji bo lêgerînê. Hizkirin. Amare. Ad explorandum. Fruere. Mīlēt. Izpētīt. Izbaudi. Mylėti. Ištyrinėti. Mėgautis. Fir Léift. Fir ze entdecken. Genéisst. Да сакаш. Да истражуваат. Уживајте. Untuk mencintai. Untuk meneroka. Selamat menikmati. Mitia. To explore. Ankafizo. Biex tħobb. Biex tesplora. Igawdu. Ki te aroha. Ki te tuhura. Kia pai. Хайрлах. Судлах. Сайхан амраарай. Houden van. Ontdekken. Genieten van. Å elske. Å utforske. Nyt. Kochać. Odkrywać. Cieszyć się. Amar. Explorar. Desfrutar. A iubi. A explora. Bucurațivă. Любить. Чтобы исследовать. Наслаждаться. Ia alofa. E su'esu'e. Fiafia. Волети. Да истражи. Уживати. Ho rata. Ho hlahloba. Natefeloa. Kuda. Kuongorora. Enjoy. In la jeclaado. Si loo baadho. Ku raaxayso. Kupenda. Kuchunguza. Furahia. Att. älska. Att. utforska. Njut av. Pikeun cinta. Pikeun ngajajah. Ngarasakeun. Magmahal. Maglakbay. Enjoy. Яратырга. Эзләнү өчен. Рәхәтләнегез. Дст доштан. Барои кашф. Бара баред. Sevmek. Keşfetmek. Eğlence. Söýmek. Gözleg üçin. Lezzet al. Кохати. Досліджувати. Насолоджуйтесь. Sevmoq. Tadqiq qilish uchun. Rohatlaning. Yêu. Khám phá. Thưởng thức. Ukuthanda. Ukuphonononga. Nandipha. Lati feran. Lati ṣawari. Gbadun. Ukuthanda. Ukuze uhlole. Jabulela. Ontdekken. Genieten van. Å elske. Å utforske. Nyt. Kochać. Odkrywać. Cieszyć się. Amar. Explorar. Desfrutar. A iubi. A explora. Bucurați-vă. Любить. Чтобы исследовать. Наслаждаться. Ia alofa. E su'esu'e. Fiafia. Волети. Да истражи. Уживати. Ho rata. Ho hlahloba. Maruh. Uurige. Häirida. Ratjr. Arakatu. Eten. Tutkia. Häiritä. Amar. Ferkenne. Fersteure. Amar. Rannsaich. Kupenda. Kuchung. Renmen. Pou eksplore. Jwi. Voljeti. Istražiti. Uživati. Lati feran. Lati ṣawari. Amar. Explorar. Disfrutar. Love. Explore. Enjoy. Aimer. Explorer. Prende. Plaisir. Lieben. Erforschen. Genießen. Juan.