Cuentos para niños

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Juanito y las mentiras Cuando el zorro Juanito llegó al colegio, sentía vergüenza por ser el nuevo. Pero el primer día se le acercó a un compañero de su clase. − ¡Hola!, me llamo Rodolfo, la liebre. ¿Tu?

−Juanito… Juanito el zorro, respondió en voz baja. − ¿Te gusta el fútbol?

Los ojos de Juanito se iluminaron, ya que le encantaba este deporte. Al ver esa reacción, Rodolfo le dijo: -¿Te animas a jugar una pichanga en el recreo? − ¡Sí, me apunto!, dijo Juanito alegre.

Un partido fue suficiente para que Rodolfo hablara con el entrenador de la selección del colegio para incluirlo a Juanito. Y es que jugaba tan bien que para el fin de semana, ya era titular. Desde el inicio, marcó la diferencia. Era un goleador como pocos. Tenía un fortísimo disparo al arco y, además, manejaba una técnica que le permitía asistir a sus compañeros. Todo el estadio quedó deslumbrado cuando con la primera pelota que tocó, hizo una guacha y después de correr y dejar atrás a la defensa, marcó un golazo. Al terminar el partido, Rodolfo se le acercó a Juanito. − ¡Juanito! ¡Fue un increíble gol!

− ¡Gracias! – respondió Juanito sonrojado.

−Oye y, ¿no quieres ir a jugar a mi casa? ¡Tengo el último juego de fútbol!

Y ese fue el inicio de una gran amistad entre Juanito y Rodolfo. Eran inseparables. Se sentaban juntos en clase, se reunían para estudiar y hacer trabajos grupales. Hablaban todo el día. Se volvieron tan unidos que hasta en la cancha, ya sabían que iba a hacer uno y el otro. Para los cuartos de final del torneo escolar, Juanito se había convertido en el goleador y estrella del equipo, mientras que Rodolfo no se cansaba de darle pases gol. Incluso, eran conocidos como el ‘Dúo de Oro’. Pero, en un partido amistoso, sin querer, los roles se invirtieron: Juanito terminó por darle una asistencia a Rodolfo, quien definió con una chalaca. El entrenador vio una alternativa en el juego y decidió cambiar el sistema. Ya en los camerinos avisó a todo el equipo que desde ese momento tenían que darle más pases a Rodolfo, pues sería el nuevo encargado de los goles.


Y todo cambió. Para cuando terminaron las semifinales, el panorama era distinto. Rodolfo era el goleador y máxima estrella, mientras que Juanito se dedicaba solo a asistir. Cuando la tribuna coreó el nombre de su amigo, Juanito se dio cuenta que le habían robado su puesto y que tenía que hacer algo al respecto. Ya en los vestuarios y aprovechando que Rodolfo no estaba, empezó a decirle a cada uno del equipo que este había hablado mal de ellos, que como ahora era la estrella, el resto tenía que admirarlo y felicitarlo por ser tan bueno. Y si bien les pareció raro, terminaron por creerle y molestarse. “¡Qué se ha creído! ¡Es un juego en equipo!”, comentaban.

Para cuando llegó la gran final, la situación era distinta. El equipo no le daba pases a Rodolfo y ni las llamadas de atención del entrenador pudieron hacerlos cambiar de opinión. “Esta es mi oportunidad para ser el mejor y volver a ser el número 1”, pensó Juanito. Así que pidió la pelota y empezó a correr. Como era un jugador tan bueno y veloz, se llevó a todo el equipo contrario. La tribuna se paró, parecía que iba a ser un golazo. Pero cuando se dispuso a patear, apoyó mal un pie y se dobló el tobillo. Gritó de dolor y más aún de frustración por no haber conseguido el gol de la victoria. Estaba por acabar el partido cuando tuvo que ser retirado de la cancha y sustituido. Pero tan mala suerte tuvo que en la siguiente jugada, el equipo contrario metió un gol, que fue suficiente para ganar el campeonato. Nadie entendió qué había pasado. El público se fue del estadio renegando pero quien realmente estaba furioso era el entrenador. -¡¿Qué sucedió?! ¡¿Por qué no siguieron mis indicaciones?!, increpó.

-Lo que pasa entrenador es que nos enteramos que Rodolfo ha estado hablando mal de nosotros y no queríamos… -¡¿Qué?! ¡¿Y quién les dijo eso?!

-Juanito, respondieron todos a la misma vez.

El entrenador pidió que todos se retiraran del camerino y se quedó conversando solo con Juanito. A él no le tomó mucho tiempo en darse cuenta de su error y quiso enmendarlo. “Lo primero que tienes que hacer es pedir perdón a cada uno de tus compañeros, en especial a Rodolfo. Una vez que lo hayas hecho, vuelve, porque hay algo más que tendrás que hacer”, fue lo que le dijo el entrenador. Y así lo hizo. Puerta por puerta, fue donde sus compañeros y les pidió perdón. A quien más le costó hablarle fue a Rodolfo pero grande fue su sorpresa cuando este lo abrazó y le dijo: “Cualquiera se equivoca, amigo”. Alegre, volvió donde el entrenador y le contó cuáles habían sido las reacciones.


-Yo sabía que te iban a perdonar, Juanito –respondió el entrenador- Pero como te dije, todavía falta algo más. Cuando te hayas recuperado, dejarás de ser jugador de este equipo y por medio año, serás el nuevo recogebolas. -Pero entrenador, ¿por qué recogebolas?

-El rol que cumplirás es igual de importante. Tendrás que estar atento a las necesidades del equipo, a correr cuando tiren lejos la pelota, a dárselas para que puedan seguir jugando. Esa será tu forma de apoyarlos a ser el mejor equipo. Pasaron tres meses y Rodolfo es el goleador y estrella del equipo, mientras que Juanito ha decidido ser el mejor recogebolas que exista. Hoy, después del entrenamiento, ambos se irán a terminar un trabajo para la feria de ciencias, donde están seguros obtendrán el primer lugar.


El ingrediente secreto La mamá de Leo –Sofía– era considerada como una de las mejores cocineras de toda la ciudad. Todos los platillos le quedaban exquisitos; para chuparse los dedos, literalmente. Podía cocinar riquísimo desde una causa rellena, una papá a la huancaína, un menestrón o una lasaña. Todo. Y, sin duda, su sazón se llenó de elogios, logrando una fama importante que trascendió de pueblo en pueblo. Pero quienes estaban más orgullosos de ella eran su Leo y su esposo, Tomás. Era casi una costumbre tener que agradecer las felicitaciones de las personas que se cruzaban por la calle. Su capacidad de convertir la comida en deliciosas obras de arte les daba una felicidad inmensa a ellos y todo el mundo que la rodeaba.

En una ocasión, el canal más importante de la televisión de la ciudad le hizo una entrevista a Sofía. En ella, dijo algo que nadie sabía: que tenía un ingrediente secreto. No especificó si era un líquido o una especia, solo afirmó que “lo llevaba siempre consigo”. Cuando Leo escuchó sobre la existencia de esta substancia, sintió algo un remesón interno. Algo así como cuando uno se entera de una mentira. ¿Era su mamá quién hacía una comida deliciosa? ¿O era este brebaje la verdadera razón del sabor? Así que se propuso averiguarlo. El primer día, decidió ver cómo hacía el desayuno. Se despertó temprano y se sentó al frente de ella. –Leo, báñate de una vez, le decía Sofía media confundida de verlo–, en un rato ya tienes que ir al colegio. –No mamá. Hoy quiero ver cómo haces la comida–, le respondió muy confiado. –Leonardo, báñate en este instante–, ordenó la madre.

Y Leo tuvo que hacerlo. Para cuando volvió, la comida ya estaba lista.

Durante la semana intentó atraparla con las manos en la masa, pero no pudo conseguir su cometido. Entonces, propuso lograrlo durante el fin de semana.

Cuando llegó el sábado, se bañó y cambió para que poder ver a su mamá cocinar y que esta no le dijera nada. En efecto, la mamá lo saludó con un beso en la mejilla y le preguntó que iba a hacer ese día a lo que él respondió “anda a cocinar, por favor”. Ella le sonrío y siguió cortando las verduras. Al término de una hora, la comida parecía que ya iba a estar lista. El olor que había llenado la casa era tan delicioso que Leo se sentía feliz, pero no había visto cuál era el ingrediente secreto.


–Mamá, hay algo que no entiendo–

– ¿Qué pasa, hijito?, ¿Algo relacionado con el colegio?

–No… es que… en la entrevista que te hicieron la semana pasada, dijiste que usabas un ingrediente secreto. Y he estado un buen rato viéndote cocinar y nada, no veo que utilices alguna receta oculta… –Ay, hijito…

–¡Sí, má! Y tú dijiste que ese ingrediente siempre lo traías contigo, que lo llevabas a todos lados y aun así, no he visto que hayas usado algo que no esté en esta cocina. –Así es, hijito. El ingrediente siempre lo llevo conmigo. –Pero, mamá, dime, ¿qué es?, ¿cuál es tu secreto?

–Leo, el secreto para que todas las cosas salgan bien, es hacerlas con amor. Y eso es algo que puedes llevar contigo a todas partes. Leo le sonrió a Sofía y la abrazó. Se sintió feliz de escuchar eso y le dijo: “eres la mejor madre del mundo, te amo”. Llamaron a Tomás y juntos se sentaron a comer, después de bendecir la mesa.


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