Año 0 #5
1.- m. Inspiración, capacidad creadora de poetas y artistas. 2.- zool. Periodo de celo sexual de las hembras de los mamíferos. 3.- Mosca parda vellosa, cuyas larvas son parásitos internos de mamíferos.
Revista L itera ria
Coo pera ción Voluntaria
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L’TIROIDEA ...
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EL SURREALISMO NO ES UNA VANGUARDIA ... UNIÓN LIBRE ...
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DÍA 30 ...
12 JUEGO DE LUZ ...15 NOCHE ABIERTA ...
14 LÉASE EN FORMA DE SUSURRO ...17 ÚRSULA II ...18 FRACTAL ...19 CONFIRMÓ QUE SEGUÍA SIENDO ÉL ...
Consejo Editorial: Edición: Isak Maldonado, Miguel Ángel Jiménez y H. Piña Mendoza Diseño gráfico: Isak Maldonado Corrección de estilo: H. Piña Mendoza y Miguel Ángel Jiménez Colaboraciones: Pablo Gálvez, Claudia Contreras, César Hernández, Damaris Caballero Arango y Andrés Herrera Ilustraciones: Marco Almazán, César Armando (CA) y Juan Méndez (JM) Mayo 2012
En portada: Collage: Escena de Un Perro Andaluz (1929) y Last issue de La Révolution Surréaliste (1929)
Ponga atención realista lector de letras huérfanas y vacías: Cuando prende el televisor, enciende la computadora, mira hacia arriba, a los espectaculares en donde se acomodan rostros “sinceros” sedientos de poder, al abrir el periódico o Estro… ¿Qué es lo que busca? ¿Hay alguna remota correspondencia entre el deseo y lo que obtiene? La jodida realidad nos queda debiendo. Y es ésta, a través de nosotros mismos, la que nos ha engañado y contaminado con ideas ajenas e implantadas. Ideas de necesidades que no son tales, sino caprichos. Abra bien los ojos y esté atento a las señales. Busque ese instante en donde la realidad se rompe, se fractura y se infiltran las pistas para encontrar el verdadero camino, aquél que lleva a la vida que sí es, y no es ésta. Lo podrá ver en la mano del pordiosero o del que se arrastra limpiando zapatos. En el perro astuto que desconfía del hombre, alejándose. Pero también lo verá en aquél no tan hábil, que bien acicalado y trajeado se dirige al trabajo, en donde no podrá ser él mismo porque será rechazado, pero si asegura que es “él mismo”, se tratará de una mentira, porque en realidad es “el otro” que se ha adentrado en él cuando todavía era un niño. Nadie es quien debiera ser. Apuntemos en otra dirección, no sólo la mirada, sino también la voz y el pensamiento. Apuntemos a las letras que nos dan conocimiento. Apuntemos a las letras que no sólo distraen nuestra atención de lo que en verdad está afectando al ser humano. Apuntemos, como arma de fuego, contra todo aquello que nos hace imbéciles e inútiles. ¡Disparemos!!
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a burla y la provocación ya no eran suficientes. Los imperativos dadá resultaron infructuosos para aquellos que buscaban satisfacer la apremiante y recién reconocida necesidad de cambiar la manera de entender y ver la vida. Fue así que, al margen de Dadá, se traza y cobra vida la idea surrealista. En el amplio y nebuloso mar de la revista Littérature (1919-1923) se percibe la oscilación incesante que experimentan sus animadores, quienes pasan de la base de la ola a la cresta, o bien de una ola a la otra1. Este periodo, de mayor intensidad para Dadá, fue de gestación para el surrealismo. Louis Aragon lo denominó “el movimiento difuso”. Adquieren la voluntad de retroceder a la fuente de la poesía, concebida como la única expresión verdadera del ser2. Son rescatados los textos de autores poco conocidos, inéditos, olvidados o mal leídos que se someterán a una relectura minuciosa con el fin de distinguir el sentido oculto. Nerval, Baudelaire, Lautrémont, Rimbaud, Aloysius Bertrand, Achim d´Arnim, Novalis y Apollinaire son algunos de los escritores que los surrealistas establecieron firmemente como su genealogía literaria. Breton, influido por las teorías de Freud, creía que el hombre había perdido toda imaginación y deseo, los poderes de la infancia, y es, aseguraba, en el campo de los sueños donde se pueden recuperar. Jack London pensaba que los sueños no son más que
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ES LO QUE SERÁ El individuo sincero fracasa en medio de una sociedad de gente falsa, es necesario mentir para lograr un poco de felicidad Marqués de Sade
H. Piña Mendoza
EL SURREALISMO NO ES UNA VANGUARDIA, EL SURREALISMO
Collage de la colección que realizó Max Ernst para su novela gráfica surrealista Une Semaine de Bonté (Una Semana de Bondad)
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una grotesca mezcla de las cosas que ya conocemos3. Y es dentro de esta mezcla de imágenes, que los surrealistas trataran de discernir los verdaderos deseos albergados en aquellos recuerdos lejanos de infancia, que una realidad falsa se ha empeñado en mantenerlos ocultos de nuestra conciencia, suplantándolos por deseos que no corresponden al auténtico yo, el yo profundo. La importancia que hasta ese momento se le había dado al sueño era casi nula. Esto se debía, principalmente, a que una vez despierto, el hombre sólo puede contar con su memoria como la única aliada para intentar sustraer el conocimiento que hasta antes del sueño ha permanecido oculto. En otras palabras, puesto que la memoria, en estado normal, es decir, en estado consciente, no puede sino evocar muy débilmente las circunstancias del sueño, por lo tanto, queda relegado al interior de un paréntesis, al igual que la noche4. Había sido considerado por pocos y los que lo hicieron no llegaron a verlo más que una segunda vida5. Los surrealistas irán más allá y pregonaran que justo en el sueño es en donde se encuentra la verdadera vida. A partir de entonces el sueño, la duermevela y los estados de abandono en los que el espíritu se libera de sus frenos y de sus limitaciones serán objeto de una promoción que no se realizaba desde la era romántica6. Martin Amis resume en retrospectiva, y al parecer sin buscarlo, esta experiencia cuando dice: “Por la noche, al disponerse a penetrar en las selvas del sueño y la tentación; los objetos parecían otra cosa: la tabla de planchar era una mecedora y el espejo un aguamanil. Estaba siendo informado; la información llegaba de noche, para inhumarlo”7. Sin embargo, mientras la información pretende “enterrar” al hombre, el surrealismo busca sacarlo de su fosa y enfrentarlo cuerpo a cuerpo con la realidad. No con la luz del día sobre ellos sino con la luz de la noche. Luz reveladora, luz repleta de libertad, amor y poesía. Luz que destella en el interior de los primeros hombres y termina por explotar en Dadá, sepultándolo. De estas sesiones, en 1919, de las manos de Breton y Soupault, surge Campos magnéticos, primera obra indiscutiblemente surrealista y en la que se aplica por vez primera la escritura automática. Un asunto de variar la rapidez de la pluma, a fin de obtener destellos diferentes, pero sin ir lo suficientemente lento como para que la razón se imponga, buscando abolir la coherencia tradicional del relato y dejarle espacio a una coherencia impulsiva, nutrida por lo desconcertante del sueño. Es en 1924, con el Manifiesto del surrealismo, que el movimiento adquiere su esencia y la fuerza que ha hecho posible su imparable expansión. Aparte de trazar los lineamientos por los que el surrealismo se regirá, Breton se muestra en contra del realismo. Al esgrimir la famosa frase: “Quiero que la gente se calle tan pronto deje de sentir”8 lo hace poniendo de ejemplo un pasaje de Crimen y Castigo. Asevera Breton que la descripción de un cuarto hecha por el escritor ruso fue una pérdida de tiempo porque, dice, yo en ningún momento he penetrado en tal estancia9. Al parecer olvidó que de una imagen a la realidad sólo hay un paso10 o, tal vez, no estaba dispuesto a darlo. Me viene a la mente la película The Limits of Control de Jim Jarmusch. Esa escena en la que un Lone man (hombre solitario), interpretado por Isaach De Bankolé, se encuentra observando con atención la casa, custodiada por
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un considerable número de guardias, en la que debe entrar para eliminar a su objetivo, el americano, interpretado por Bill Murray. Cambia la escena y sin advertir cómo lo consiguió, vemos al “Lone man” dentro de la fortaleza, el americano al percatarse, sorprendido, le pregunta: “How did you get here?” (¿Cómo entraste aquí?), para lo que el “Lone man” responde ingeniosamente: “I used my imagination” (Usé mi imaginación). Sólo existe una lectura de esta escena y es justo la más inverosímil, que tan sólo con imaginar el acto, fue capaz de entrar. Montaigne también era de aquellos que experimentan la fuerza de la imaginación11. Por otra parte, Breton era más dado a los paseos. Impulsado por esa sed de vagar al encuentro del todo12, acostumbraba trazarse recorridos que lo llevaran a experimentar una serie de “coincidencias” muy significativas, reveladoras de verdades ocultas. El azar impregnaba estos itinerarios. El objetivo consistía en estimular el conocimiento, en especial sobre el de uno mismo, porque conocer es un acto que transforma aquello que se conoce13. Un fuerte instinto los mueve a buscar aquello que se encuentre cargado de ese poder del que resulte posible esperar una revelación. En actitud alerta para distinguir las verdaderas señales de las que sólo tiene la apariencia y con la firme esperanza de localizar ese instante en donde lo maravilloso se introduce en la vida cotidiana. Ese difícil punto de intersección entre la necesidad del yo profundo y lo que el mundo necesita mostrarnos. Al respecto, Max Ernst fue capaz de captar ese escurridizo instante desde muy temprano en su carrera. Motivado por los consejos que Leonardo Da Vinci hacía a sus alumnos, en su Tratado de la pintura, acerca [1] Patrick, Waldberg, Dadá. La función del rechazo. El Surrealismo. La búsqueda del punto supremo, “El surrealismo: la búsqueda del punto supremo”, trad., María Virginia Jaua Alemán, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1994, p.58. [2] Ibid., p. 55.
Notas
[en línea]. <http://gruposurrealistademadrid.org/textos/otros-textos-el-surrealismoen-su-presente> [Citado en 2 de mayo 2012].
- Amis, Martin, La información, trad., Benito Gómez Ibañez, Barcelona, España: Ed. Anagrama, 1996. - Breton, André, Manifiestos del surrealismo, trad., Andrés Bosch, La plata, Argentina: Ed. Terramar, 2006. - London, Jack, El vagabundo de las estrellas, trad., A. C. García, Valencia, España: Ed. Numa, 2000. - Montaigne, Michel de, Ensayos, España, Ed. CONACULTA, OCÉANO, 1999. - Nerval, Gérard de, Aurelia, México, Ed. Ediciones Coyoacán, S. A. de C. V., 1994. - Pariente, Ángel, Poesía surrealista en español, Antología, París, Ed: Éditions de la Sirène, 2002, p. 9. - Paz, Octavio, Las peras del olmo, México, 3ª ed., Seix Barral, 1984. - Waldberg, Patrick, Dadá. La función del rechazo. El Surrealismo. La búsqueda del punto supremo, trad., María Virginia Jaua Alemán, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1994. - GRUPO SURREALISTA DE MADRID. Otros textos: el surrealismo en su presente.
Bibliografía
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de inspirarse en las manchas y grietas de las paredes, se le ocurre colocar sobre ellas una hoja de papel para dibujar y frotar una mina de plomo. El denominado frottage, del cual surgió un cúmulo de imágenes cargadas de misteriosas evocaciones, de signos de catástrofe y desolación. Tal era la atmósfera en la cual el surrealismo alcanzó su madurez. En 1925 toma conciencia política de su situación en el mundo en relación con la situación del hombre en el mundo14, sobrepasa así la esfera de las vanguardias, dejando, por lo tanto, de ser una. Aun cuando historiadores y críticos literarios insistan en ello, no podemos ceñir su aparición a ese momento histórico, implicaría delimitarlo, pues como se ha visto, el surrealismo es una actitud del espíritu humano y como tal es atemporal. El romanticismo es sólo una de las muestras evidentes de que esta actitud luchaba por exteriorizarse desde hacía mucho. Fue necesaria la Gran Guerra para que el malestar tomara forma, pisara primero la orilla opuesta, la orilla de la mofa, y así, el espíritu surrealista despertara. Es un movimiento que se inserta en la tradición del pensamiento revolucionario. Se trata de una empresa revolucionaria que aspira a transformar la realidad, y así, obligarla a ser ella misma15. En una realidad, como la de ahora, en donde la utilidad sigue imperando, en donde todos somos instrumentos16, qué mejor que adoptar esa actitud surrealista que siempre buscará transformarla. Y hacerlo, como ellos, uniendo a Marx y a Rimbaud en esta frase: “Transformar el mundo, cambiar la vida, rehacer de arriba abajo el pensamiento humano”17. [3] Jack, London, El vagabundo de las estrellas, trad., A. C. García, Valencia, España, Ed. Numa, 2000, p. 11. [4] André, Breton, Manifiestos del surrealismo, “Manifiesto del surrealismo”, trad., Andrés Bosch, La plata, Argentina, Ed. Terramar, 2006, p. 21. [5] Gérard de, Nerval, Aurelia, México, Ed. Ediciones Coyoacán, S. A. de C. V., 1994, p. 25. [6] Waldberg, Op. cit., p. 60. [7] Martin, Amis, La información, trad., Benito Gómez Ibañez, Barcelona, España, Ed. Anagrama, 1996, p. 152. [8] Breton, Op. cit., p. 18. [9] Ibid., p. 18. [10] Waldberg, Op. cit., p. 58. [11] Michel de, Montaigne, Ensayos, “De la fuerza de la imaginación”, España, Ed. CONACULTA, OCÉANO, 1999, p. 43. [12] Waldberg, Op. cit., p. 61. [13] Octavio, Paz, Las peras del olmo, “El surrealismo”, México, 3ª ed., Seix Barral, 1984, p. 121. [14] Castro, Eugenio, Seminario: El surrealismo en el presente, En: Otros textos: el surrealismo en su presente. [en línea]. <http://gruposurrealistademadrid.org/textos/ otros-textos-el-surrealismo-en-su-presente> [Citado en 2 de mayo 2012]. [15] Paz, Op. cit., p. 121. [16] Ibid., p. 122. [17]Ángel, Pariente, Poesía surrealista en español, Antología, “Razonado desorden”, París, Ed: Éditions de la Sirène, 2002, p. 9.
LA UNIÓN LIBRE
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André Bretón Mi mujer de cabellera de llamas de leña De pensamientos de relámpagos de calor De talle de reloj de arena Mi mujer de talle de nutria entre los dientes del tigre Mi mujer de boca de escarapela y de ramo de estrellas de última magnitud De dientes de huellas de rata blanca sobre la tierra blanca De lengua de ámbar y de cristal frotados Mi mujer lengua de hostia apuñalada De lengua de muñeca que abre y cierra los ojos De lengua de piedra increíble Mi mujer de pestañas de palotes de escritura de niño De cejas de borde de nido de golondrina Mi mujer de sienes de pizarra de tejado de invernadero Y de vaho de cristales Mi mujer de hombros de champán Y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo Mi mujer de muñecas de cerillas Mi mujer de dedos de azar y de as de corazones De dedos de heno cortado Mi mujer de axilas de marta y de encinas De noche de San Juan De alheña y de nido de escalarias De brazos de espuma de mar y de esclusa Y de mezcla de trigo y del molino Mi mujer de piernas de bobina De movimientos de relojería y de desesperación Mi mujer de pantorrillas de médula de saúco Mi mujer de pies de iniciales De pies de manojos de llaves de pies de calafetes que beben Mi mujer de cuello de cebada imperlada Mi mujer de garganta de Valle de oro De cita en el lecho mismo del torrente De senos de noche Mi mujer de senos de pinera marina Mi mujer de senos de crisol de rubíes De senos de espectro de la rosa bajo el rocío Mi mujer de vientre de apertura de abanico de los días De vientre de zarpa gigante Mi mujer de espalda de pájaro que huye vertical 8
De espalda de mercurio De espalda de Luz De nuca de piedra rodada y de creta Y de caída de un vaso en el que se acaba de beber Mi mujer de caderas de lancha De caderas de lucerna y de plumas de flecha Y de tallos de pluma de pavorreal blanco De balanza insensible Mi mujer de muslos de greda y de amianto Mi mujer de muslos de lomo de cisne Mi mujer de muslos de primavera De sexo de gladiolo Mi mujer de sexo de placer y de ornitorrinco Mi mujer de sexo de alga y de bombones antiguos Mi mujer de sexo de espejo Mi mujer de ojos llenos de lágrimas De ojos de panoplia violeta y de aguja imantada Mi mujer de ojos de llanura Mi mujer de ojos de agua para beber en prisión Mi mujer de ojos de leña siempre bajo el hacha De ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego
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[1].- La unión libre. En: André Bretón, Poemas I, trad., de M. Álvarez Ortega, Colección Visor de Poesía, Madrid, 1993, p. 108.
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... Miguel Ángel Jiménez
¿Qué hacer con esta sangre que no cabe ya en las venas? ¿Dónde vaciar el ojo de tu imagen y la lluvia que aún resiste la primavera? ¿Debo secarme el sudor con el viento o callar cuando entre los árboles cantando pase? ¿Y mi piel…? ¿Cubrirla acaso con tierra y hojas recordando tu aroma? Beber mejor la sangre derramarte en llanto y confundir tu cuerpo líquido en el sudor de mi carne, nombrarte con el viento y bajar hasta tus raíces de árbol enverdecido y mojada, respirarte.
Sin título, Bolígrafo sobre papel carioca. Marco Almazán
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DÍA 30 Isak Maldonado Tú misma me has dicho algunas veces que no tengo madre, pero es increíble pues te percibo a diario Ya sea de vista o de oído, vestida de blanco enfermera o ante tu fuga al trabajo Déjame decir que tu esfuerzo no ha sido en vano ni mucho menos un mal gasto Me enseñaste a fomentar mi espíritu en lugar de mis bolsillos A no morir de hambre y ser alguien útil Aprendí a ser acomedido aunque no siempre me dé la gana Me inculcaste la justicia y respetar a la mujer Por ti descubrí lo que es tener principios El ser recto solidario y honesto Te aprendí a buscarle más de 4 pies al gato y encontrar la excepción a la regla Ahora caigo en cuenta Que deveras te tengo ¡Pero qué Madre! Es un orgullo saberme tu hijo. 11
N OCHE
A B I E R T A R R I B “They call it night, A They call it night, And I know it well” Beirut
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l amante y el marido se hacen a la mar. Nadie, ninguno sabe cuál es quién. Van muy ebrios. Es muy de noche. Apenas pueden remar. ¿Quién es cuál? ¿A dónde irán a dar? ¿Pretenden hacerse amigos por compartir mujer? En la isla lo que sobra es eso. Sólo hay cinco hombres. Tres son homosexuales y copulan conjuntamente, no entre sí. De las mil mujeres que hay ninguna se ha dignado a hacer un censo. Y ellos, ambos, se disputan el amor de una. Pero ya no riñen. Y ella es fea. Desde hace días, beben juntos. Y es gorda y mentirosa. Los dos se hacen a la mar: el marido y el amante. Y van ebrios y cantando al honor de su mujer. Se han olvidado la red. Querían atrapar miles de peces. A falta de una –buena– mujer. Toneladas de sardinas o atunes bagres. Más ligero cargamento que aquella esposa infiel. El motor no ronronea porque no existe. Los remos, primero uno y luego el otro, se alejan flotando mar adentro. Como zapatos yéndose noche arriba. El botecillo queda varado a la deriva. Hiede a alcohol, a hombre que no está solo, a algo que es todo menos único. Quedan las cañas. Sí, pero no hay señuelo. Los tiburones son buena carnada. Para el ron, para la amistad fundamentada en razones de odio. Los dos piensan lo mismo. Ambos son el mismo. Se abrazan. El hombre engañado. Lloran. Des- pechados, corazonados, coyuntados. Y no hay más que hacer. La última gota de licor. La primera de sangre. En la marea, una lágrima – ¿de quién? – se hace una ola. Embiste la embarcación – ¿y cuál? –. Un bramido bajo el agua. Y a flotar. Contra los leviatanes. La noche se abre. No de piernas. Ni de brazos. Se cierra de frente y de boca. Sube. Con la marea, los dos. Abrazados. Como un matrimonio de tres. Cantando a las cañas que… no; sin carnada picarán. Y que se hunden lejos, bien bien lejos, de la mar.
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Pablo Gálvez
JUEGO DE LUZ Claudia Contreras
Un ave, mi hijo es un ave abre tiernas alas acariciando el viento, sumerge inocencia en ingrรกvido vuelo, gira, flota, goza tierno anhelo: Ser breve e inmaterial por un instante.
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ntró al edificio, alzando su mano derecha y preparando la mira da, que buscaba como siempre ser amistosa, pero que nunca lo conseguía, para saludar al oficial de ojos trasnochados que aguardaba a que su turno terminara. Ingresó una clave en la computadora dispuesta para el registro de los empleados y en seguida colocó su dedo índice en el lector de huellas dactilares, mientras el oficial lo inspeccionaba con mirada turbia y desconfiada. La computadora verificó su identidad y aunque Héctor Rodríguez tenía sus dudas, no le quedaba más que creerlo, pues ni la computadora ni su dedo podían equivocarse. Caminó por un largo y estrecho pasillo, llevando su figura rechoncha y repulsiva, en un pantalón gris de vestir y en una camisa morada. Tras cincuenta y seis pasos se detuvo en el umbral de un extenso cuarto, en las paredes unos enormes estantes color metálico estaban llenos por viejos y grandes libracos. En el centro de la habitación varios escritorios color caoba esperaban ser ocupados. Héctor se dirigió al que le había sido asignado. Dejó sus pertenencias en uno de los cajones. Después tomó de uno de los estantes un gastado y amarillento mamotreto que depositó en el escritorio. Encendió la computadora y la lámpara. Se sentó calmoso, se puso los lentes y abrió el libro. Un polvo pesado se espabiló y flotó con pereza.
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CONFIRMÓ QUE SEGUÍA SIENDO ÉL H. Piña Mendoza
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En esa silla Héctor se sentaba de las siete de la mañana a las tres de la tarde. Todo ese tiempo, excepto por un receso de treinta minutos que dedicaba a ingerir alimentos y otros quince que repartía de la forma que decidían su vejiga e intestinos, lo usaba para capturar la información asentada en esos libros. Clavaba los ojos en el libro y tecleaba con rapidez. Alrededor, cinco personas más, cinco teclados más, cincuenta dedos trabajaban, furiosos. Acompañados, por una decena de viejas computadoras inservibles, obsoletas, patéticamente dispuestas o más bien abandonadas sobre una mesa rectangular, como vestigios de una antigua civilización. Una imagen que a Héctor lo hacía pensar en sus huesos. No debían cambiar palabra entre ellos, tampoco podían escuchar música, en resumen, no podían hacer nada que los desconcentrara. Aquel día los dedos de Héctor parecían no responder de la forma acostumbrada. El medio se adelantaba al índice, el meñique al anular, el pulgar ni siquiera hacía el esfuerzo por moverse, como si no aceptara estar unido a aquella mano. Un sudor frío recorría los poros de la espalda de Héctor, de sus axilas y pantorrillas. Intentó distraerse dedicando una breve mirada a la pared de su derecha, en donde se ubicaba un reloj que siempre iba adelante por tres minutos y que parecía presumirlo con un nítido tic tac. Alrededor del reloj se encontraban, pegadas con diurex, varias hojas. Casi todas parecían establecer diferentes reglas. Incluso aquella que decía “sonríe” parecía más una imposición que una invitación. Héctor nunca supo por qué, pero todas las veces que colocaba sus ojos ahí, terminaba viendo la misma hoja de color morado que se ubicaba encima del reloj y que en letras negras ordenaba que
se dejara el lugar de trabajo completamente limpio, tal como había sido encontrado y que se hiciera, por lo menos, cinco minutos antes de dar las tres de la tarde, con el fin de que el próximo turno pudiera empezar sus labores con puntualidad. En esa ocasión, cuando terminó de leer, Héctor, de pronto, se sintió incapaz de seguir aporreando teclas. Cerró los programas y también su sesión. Al levantarse restaban once minutos para las tres. Las palabras de la hoja no se habían ido de su cabeza y en seguida pensó en la mujer que las había escrito. Más que en ella, pensó en su rostro, cubierto por diminutas y muy juntitas marcas de acné. Héctor creía que en cierta forma esa mujer de rostro barroso también era responsable de lo que él sentía o de lo que no podía sentir. Le llevó unos momentos decidir lo que haría. Una de las chingaderas que solía hacer Cinthia consistía en no permitirles la entrada al baño antes de acabar su jornada. En esos cinco minutos donde no podían trabajar pero tampoco irse, ella, invariablemente, cerraba la puerta de los baños con llave. Y no había quien se atreviera a decirle algo. Pensando en esto, Héctor tomó sus cosas, y con paso presuroso se encaminó al baño, como si estuviera a punto de expulsar, sin su consentimiento, un fétido bulto de excremento. Cinthia ni siquiera lo imaginó, apenas estaba por agarrar las llaves. Ya en el baño, Héctor echó una meada con rapidez. Se enjuagó las manos, sin usar jabón, y se echó agua en la cara y en el cabello, peinándoselo hacia atrás usando los dedos. Después con un poco de papel se secó lo restos de agua de la cara y se miró al espejo. Se le ocurrió, de repente, tratar de reconocer sus cuarenta y dos años en cada uno de sus rasgos.
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– ¿Qué sucedería si tomaran una foto a cada una de las partes de mi cara, y se presentara esta serie de fotos a la misma cantidad de personas, podrían reconocer, todas por igual, que tengo cuarenta y dos años? Bajó la vista y cerró los ojos. Se preguntó que estaría haciendo Cinthia. Se la imaginaba caminando de aquí para allá desesperada. Héctor no lo sabía con certeza pero se figuraba que así había sido siempre, dando órdenes desde el momento en que empezó a hablar. Y no estaba equivocado, ya desde niña Cinthia mostró esta inclinación, tanto con sus amigos como con sus familiares. Ella elegía un juego y escogía las reglas que debían seguir, aun cuando el juego ya tuviera reglas o llevara instructivo. Ella lo ignoraba, todos sugerían leer las instrucciones y ella decía, como si fuera bien sabido –ah… sí… las instrucciones… es que están mal, vienen reglas que no son–. Todos reían y parecía la niña más simpática. Nadie imaginó que al convertirse en supervisora de más de treinta personas, les daría, durante ocho horas, sólo cuarenta y cinco minutos para comer, orinar y cagar. Héctor alzó la cara y pensando en Cinthia se dijo: – Sonríe… sonríe aunque no lo creas. Trató de hacerlo con naturalidad pero un espasmo le afectó el rostro y la piel se le estiró como plastilina. Una grotesca gran sonrisa se plasmó en su cara. Tras ver su cara con esa sonrisa ridícula, y llevado por un fuerte impulso, realizó una serie de gestos burlescos. El pasado se rehízo frente a él. Un recuerdo de muy lejos se formó atrás de sus ojos en una imagen nítida pero fugaz. Era su padre cubriéndose el rostro con una mano, sin tocarlo. Bajaba la mano y
la subía con lentitud. Cuando la cara quedaba descubierta, cuando quedaba a la vista de él, del pequeño Héctor, un distinto y burlón gesto aparecía en ella. Héctor estallaba en carcajadas. – ¿Cuánto hace de esto? Se llevó, en un gesto de marcada concentración, los dedos a las sienes, apretándolas con cuidado y sin apartar la vista del espejo cerró los ojos y se enfocó en la imagen, queriendo aprendérsela. Como si sus dedos sirvieran para algo más que sólo capturar datos en una vieja computadora se fue deshilvanando el torrente de imágenes intrincadas y comenzaron a adquirir coherencia. Pasaban de las tres cuando la puerta del baño se abrió. Cinthia tenía la cara contraída. No supo cómo reaccionar al ver salir a Héctor con tranquilidad, distraído, pero confiado. Con esa certeza del que lleva algo más. Así era, Héctor se dirigía a la salida con algo que no era de ellos, algo que no volería a olvidar, algo que le confirmó que seguía siendo él.
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Sin título, técnica digital, Juan Méndez
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Por un momento, Evitemos ser nosotros Y compartamos Lo poco que tuvimos…
Hormigas en forma de palabras Salen de sus labios de ciruela seca, Pinchan sin cesar mi cuerpo Hinchan el corazón Hasta hacerlo parecer corazón.
Una araña teje la noche Una araña teje nuestro hablar Calla silencio, Que no escucho su mirada.
César Hernández
LÉASE EN FORMA DE SUSURRO:
ÚRSULA II Damaris Caballero Arango
Te llamarás Úrsula... como la areola donde naufraga la humedad de mi boca. Abrázame Úrsula, tú, la de sienes blancas y vestido sobrio bebe a sorbos mis pies buscándote, susúrrame en la piel, vaivén de casi todo, vaivén de mis caderas. Tomas a puños la arena de mi cuerpo, la esparces en la repisa donde hay una vela, mirada examinante que sigue de ti, Úrsula, que sigue de ti... Revuélcame en tus cabellos, ecos del vaivén de tus caderas... el tiempo trasnochado y jadeante, el rojo de tu rostro... espejos jugando a asustarme, tomo el peine y el vino, tomo el agua y la sed de tus párpados cae suave sobre tu hombro, marfil despertando a sorbos de caricias. ¡Detente Úrsula! mójame, lluévete déjame danzar con los ecos de los silencios inquietos dejaré que no sólo me descubras el torso, veme aquí con el pecho abierto, volcán de palabras discretas, un presagio, un idilio que pronto será lanzado en la eternidad...
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FRACTAL (FRAGMENTO)
Andrés Herrera
I Por las noches duermo. Destenso un arco en mis sueños. La faz de la tierra se calienta, arroja géisers, gotas de lava hacia el cielo. Una flecha gira, gira, gira, tropieza, se levanta, tiene pies, camina, corre -un pez pasa volando-, gira, -remolinos de tierra-, gira. Se sacude el miedo, embiste, ya viene. De vuelta, un silbido la ataca; un frío la tiembla. El temblor se enrosca. La flecha anda por andar, se torna humana; gira, gira, gira, observa, grita, toca los cielos, se enrama: un día le brota un poema. Vuela al monte: trae botas, uniforme, -disparan rifles-. Es la guerra. Está sangrando. ESTALLA. Regresa la luz. Todo es vaho. Siente miedo: Cae. Sus quejidos cavan la tumba. Gira, gira, gira. El polvo vicia al aire. Vuelve a girar. Abro los ojos. Mis puños son dos volcanes en peligro de extinción.
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Como los parásitos que estro (se) reproduzca
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