Veintiun libros de los ingenios y máquinas de Juanelo Turriano-Presentación

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Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas de Juanelo Turriano Transcripción del manuscrito con Prólogo de P E D R O L A Í N ENTRALGO

y Reflexiones de JOSÉ ANTONIO GARCÍA-DIEGO

Volumen I

FUNDACIÓN JUANELO TURRIANO

DOCE CALLES

FUNDACION JUANELO TURRIANO


Los editores agradecen la colaboración del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.

Comité Asesor de la edición BEGOÑA GARCÍA-DIEGO Y ORTÍZ LUIS CERVERA VERA ÁNGEL DEL CAMPO FRANCÉS JAVIER GOICOLEA ZALA IGNACIO GONZÁLEZ TASCÓN

Transcripción ROSA GARCÍA CALVO

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Reflexiones: Herederos de José Antonio García-Diego. Transcripción: Fundación Juanelo Turriano. Manuscrito: Biblioteca Nacional. Madrid. Ministerio de Cultura. De la presente edición: Fundación Juanelo Turriano y Ediciones Doce Calles, S.L. ISBN ISBN ISBN ISBN ISBN ISBN ISBN ISBN

Obra completa 84-87111-78-5. Facsímil. Tomo I. 84-87111-73-4. Facsímil. Tomo II. 84-87111-74-2. Facsímil. Tomo III. 84-87111-75-0. Facsímil. Tomo IV. 84-87111-76-9. Facsímil. Tomo V. 84-87111-77-7. Transcripción. Volumen I. 84-87111-72-6. Transcripción. Volumen II. 84-87111-71-8.

D. L.: M-12.146-1996. Coordinación editorial: Concha Aguilera. Producción editorial, Diseño y Maqueta: Ediciones Doce Calles, S.L. Fotografía: Pablo Linés Viñuales.


FUNDACIÓN JUANELO TUKRIANO

PATRONATO

Begoña García-Diego y Ortíz Bernardo Revuelta García

(Presidenta) (Vicepresidente)

María Nieves Vázquez Menéndez

(Secretaria)

José Antonio Fernández-Ordóñez

(Vocal)

José María Aguirre González

(Vocal)

Francisco Vigueras González

(Vocal)

Ignacio González Tascón

(Vocal)

Antonio Quijada Lesmes Javier Goicolea Zala

COMITÉ ASESOR

P e d r o Laín Entralgo Antonio Rumeu de Armas José Mañas Martínez

(Presidente) (Vicepresidente) (Secretario)

José María de Areilza

(Vocal)

Manuel Díaz-Marta Pinilla

(Vocal)

Julio Porres Martín-Cleto

(Vocal)

Ángel del Campo Francés

(Vocal)

Luis Cervera Vera

(Vocal)

David F e r n á n d e z - O r d ó ñ e z H e r n á n d e z

(Vocal)

FUNDACION JUANELO TURRIANO


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A José Antonio García-Diego (1919 - 1994)

La Fundación Juanelo Turriano dedica esta obra a la memoria de su fundador. Él fue uno de los iniciadores de las investigaciones sobre la historia de la Ciencia y de la Técnica en España y para ello creó esta Fundación. Su contribución a esa tarea fue inmensa y no sólo en nuestro país, sino, principalmente, en el extranjero. Fue presidente de la Sociedad Española de la Historia de la Ciencia y de la Técnica (SEHCYT), del International Comittee for the History of Technology (ICOHTEC), miembro de número de la Academia Internacional de la Historia de la Ciencia, miembro del Consejo de The International Molinological Society (TIMS), de la British Sundial Society, de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, entre otras muchas. Fue vicepresidente primero del XIX Congreso Internacional de Flistoria de la Ciencia (Zaragoza, 1993). Escribió varios libros y numerosas monografías. Su aportación al conocimiento de grandes figuras españolas, Agustín de Betancourt, Juanelo Turriano, José María de Lanz, etc., ha sido muy importante. Igualmente lo han sido sus trabajos sobre las obras hidráulicas, especialmente presas españolas y el proyecto para reconstruir el artificio de Juanelo en Toledo, junto con Fernando Chueca y José Manuel González Valcárcel. La publicación de Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas es el homenaje de todos nosotros a su memoria, a su pensamiento y a su obra, en ello hemos puesto nuestro entusiasmo y esfuerzo.



AGRADECIMIENTOS

La Fundación Juanelo Turriano agradece la colaboración de las personas que se citan a continuación, sin cuyo esfuerzo e interés no hubiera sido posible esta edición. La comisión asesora de la obra formada por Dña. Begoña García-Diego y Ortíz, D. Ángel del Campo Francés, D. Luis Cervera Vera, D. Javier Goicolea Zala y D. Ignacio González Tascón. Dña. Araceli Sánchez Pinol, jefe del Servicio de Difusión de la Biblioteca Nacional, que ha dado toda clase de facilidades para la ejecución del facsímil. D. Alberto Porlan, filólogo, que ha supervisado la definición de los numerosos términos del glosario. D. Juan Armada Diez de Rivera, conservador del Real Jardín Botánico de Madrid, por su trabajo para la definición de los términos del glosario referentes a su especialidad. D. Joaquín Fernández Pérez, Vicedecano de la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid, por su ayuda en la elaboración de las definiciones del glosario. D. García Rueda Muñoz de San Pedro y Dña. Esther Carmona Ayuso, que han participado, respectivamente, en la investigación sobre el códice y en los trabajos de secretaría.

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PRESENTACIÓN

En 1964, Ladislao Reti, siguiendo las indicaciones de Lynn White Jr. y Alexander G. Keller, encontró el manuscrito de Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas en la Biblioteca Nacional de España. José Antonio García-Diego que consideraba a Ladislao Reti como su maestro, se sintió enormemente interesado por el códice. Por dos principales motivos: la atracción que en él despertaba la figura de Juanelo Turriano y su vocación por la historia de la ingeniería hidráulica. En efecto, Juanelo Turriano ha sido considerado el autor del códice y así se afirma en las portadillas de los cinco volúmenes en que está dividido, las cuales fueron escritas por mandato del famoso arquitecto Juan Gómez de Mora. Sin embargo, existían dudas sobre la verdad de la anterior atribución y José Antonio GarcíaDiego dedicó gran parte de su actividad investigadora a su comprobación. Como resultado de su trabajo y el de Luis Cervera Vera, Manuel Díaz-Marta, Ángel del Campo Francés, José Antonio Fernández-Ordóñez, Carmen Bernis y David Fernández-Ordóñez, entre otros, quedó descartada la autoría de Juanelo Turriano. La búsqueda de su verdadero autor no ha dado resultado hasta la fecha actual. Los editores, no obstante, hemos mantenido en la portada el nombre de Juanelo Turriano, tal como figura en las portadillas citadas arriba. El manuscrito trata principalmente de lo que entonces se llamaba arquitectura hidráulica y que ahora denominaríamos ingeniería hidráulica. Por las fechas atribuidas a su escritura, puede decirse que es el primer tratado sistemático en el mundo sobre esta materia. En 1982 el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, a instancias de José Antonio García-Diego, editó una versión modernizada del códice, que se encuentra agotada. La Fundación Juanelo Turriano, que José Antonio GarcíaDiego creó y dirigió hasta su fallecimiento en enero de 1994, nos hemos propuesto 13


honrar su memoria publicando esta edición facsímil del manuscrito. Completamos así dos de sus mayores ilusiones: dar a conocer a los interesados en la historia de la técnica esta importante obra, que ha permanecido ignorada tantos años y poner de manifiesto lo avanzado de la técnica española (tan desconocida) en el siglo XVI, en especial en el campo de la ingeniería civil. En efecto, durante el reinado de Felipe II se construyeron obras importantes, por ejemplo, la presa de Tibi, de 42,70 metros de altura, cerca de Alicante, también atribuida erróneamente a Juanelo Turriano. Esta presa ha sido un récord de altura durante casi 300 años excepto los 14 años que se mantuvo en pie la presa de Puentes, de 50,16 metros de altura, en la Cuenca del Segura, Murcia, terminada en 1788, cuya ruina se produjo en 1802 por defectos de cimentación. La Fundación Juanelo Turriano tiene por fin el estudio de la historia de la ciencia y de la técnica. Desde 1987, fecha de su creación, estamos dedicados a estos campos de la investigación. Hemos realizado numerosos estudios, especialmente en el campo de la ingeniería hidráulica, sin olvidar el de la mecánica, y publicado numerosos trabajos, investigaciones y biografías sobre obras y personas importantes. Entre ellos cabe destacar: «Giovanni Francesco Sitoni. Ingeniero renacentista al servicio de la Corona de España» de José Antonio García-Diego y Alexander G. Keller; «Breve discurso a Su Majestad el Rey Católico en torno a la reducción del año y reforma del Calendario» de Juanelo Turriano; «El Real Gabinete de Máquinas del Buen Retiro. Una Empresa Técnica de Agustín de Betancourt» de Antonio Rumeu de Armas; «José María de Lanz, Prefecto de Córdoba» de Jorge Demerson; «Pedro Bernardo Villarreal de Bérriz (1669-1740). Semblanza de un Vasco Precursor» de Estíbaliz Ruiz de Azúa; «Un Enigma Histórico: El Baño de la Cava» de Julio Pones; «Presas Antiguas de Extremadura» de José Antonio García-Diego y «José Rodríguez de Losada. Vida y Obra» de Roberto Moreno. Nuestra biblioteca cuenta con unos 3.500 volúmenes, algunos de ellos de gran antigüedad, rareza y valor. Es, posiblemente, una de las bibliotecas españolas más completas en el campo de la ciencia y de la técnica. Con esta obra que ahora publicamos se extiende y completa esta labor. Es el resultado del trabajo entusiasta de muchas personas durante más de un año. Se ha deseado hacer una publicación de gran calidad, como era norma de José Antonio García-Diego y lo sigue manteniendo su Fundación. La obra consta de cinco volúmenes facsímiles, que se corresponden con las divisiones del códice, más dos volúmenes para la transcripción, en la que se incluyen unas reflexiones que sobre el manuscrito hizo José Antonio García-Diego, un índice temático, onomástico y topográfico y un glosario de palabras poco usuales o de difícil comprensión.

Fundación Juanelo Turriano

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PRÓLOGO

Sólo una razón de carácter estrictamente personal puede justificar el hecho de que yo, tan profano en el conocimiento de la ingeniería actual como en la investigación de la pretérita, escriba estas líneas para la edición de Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas que con tanto amor y tanto saber preparó José Antonio García-Diego; sólo la amistad que con él me unió y mi agradecimiento al honor que me dispensó, a redropelo de mi ignorancia, llevándome al Patronato de la Fundación Juanelo Turriano, por él creada para fomentar en España la historiografía de las Ciencias y las Técnicas. Solían los antiguos elogiar la eminencia de un hombre en el ejercicio de su profesión anteponiendo al elogio, como su más idóneo género próximo, la condición de Vir bonus, de varón bueno. El buen médico era, así vir bonus medendi peritus, varón bueno perito en el arte de curar, y el buen orador vir bonus dicendi peritus, varón bueno perito en el arte de hablar. Varón bueno, en el mejor sentido de la palabra, fue de por vida José Antonio García-Diego: suave, cordial, generoso, lealmente abierto a toda doctrina, con tal de que fuese honestamente profesada, sin mengua, eso sí, de una exquisita fidelidad a sus propias convicciones. Sobre esta ingénita y lúcida bondad como plinto se levantó su extraordinaria pericia en las actividades a que conjuntamente le condujeron su profesión, era Ingeniero de Caminos, y su vocación, el descubrimiento y el estudio de cuanto con la historia de la ingeniería y sus técnicas tuviera relación: documentos manuscritos o impresos, restos de puentes y presas, artefactos de toda índole, semblanzas y avatares de los pioneros de la técnica, y con muy especial amor si estos fueron españoles. Tanto, que no quiso contentarse con su personal indaga15


ción en los diversos campos de la historiografía ingenieril y dedicó su fortuna y su tiempo a la creación y al gobierno de la Fundación que por deseo suyo lleva el nombre de Juanelo Turriano, el ingeniero que más admiró y más acabadamente estudió. Aunque atribuidos a Juanelo Turriano, no parece probable que el gran cremonense fuese el autor de Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas-, con el necesario rigor crítico lo afirma José Antonio García-Diego. Pero el simple hecho de tan temprana atribución pone de manifiesto que en Juanelo vieron sus coetáneos y tantos otros siguieron viendo una de las figuras más eminentes y representativas de la técnica del Renacimiento. Con la emoción que en todo hombre sensible a la historia debe suscitar tal hecho y tal atribución he contemplado yo las páginas de Los Veintiún Libros y he leído las que García-Diego dedica al hombre a quien se atribuyeron. Diré por qué. Cualquiera, por escasa que sea su cultura, sabe que Italia fue la cuna de esa formidable y cautivadora hazaña histórica que desde Michelet y Burckhardt llamamos Renacimiento. Diez años más joven que Juanelo, el belga italianizado Andrés Vesalio, añorante de sus años en Padua, llamará a Italia vera ingeniorum altrix, verdadera nodriza de los ingenios. Madre de los que en ella —humanistas, pintores, escultores, arquitectos, médicos, comerciantes— nacieron durante los siglos XV y XVI; nodriza de los que a lo largo de esos doscientos años a ella acudieron para perfeccionar su saber, y de los que, sin ir a Italia, de italianos renacentistas aprendieron cómo ponerse al día en su profesión. En el caso que aquí importa, los españoles que en la España de Carlos V y Felipe II aprendieron lo que el italiano Juanelo les traía: la iniciación de una técnica, la ingeniería, no sólo basada en la inventiva empírica, también, y aún principalmente, en la visión racional y matemática de la naturaleza. Cuando Juanelo trabaja en España, casi un siglo falta para que Galileo, Descartes, Huygens, Boyle, Newton y Leibniz construyan los fundamentos de la ciencia y la técnica modernas. Pero no es difícil advertir cómo en las técnicas de carácter mecánico —entre ellas, la hidráulica— ya entre los siglos XV y XVI empieza la vigencia de los principios que Galileo explícitamente considera clave de su método: la visión de la naturaleza y del artefacto como un conjunto de formas geométricas y la concepción de las fuerzas mecánicas como conjunto de vectores de dirección variable y de intensidad cuantificable. Con esa todavía incipiente, pero ya utilizable intuición procedieron los constructores del Duomo de Florencia y de la cúpula de San Pedro, los proyectistas del Puente de Rialto, los ingenieros de los arsenales de Génova y Venecia. Compuesta e impresa en Italia, eso entreveo yo en la Historia de la composición del cuerpo humano (1556) del palentino Juan Valverde de Hamusco; compuestos y poco difundidos en España, eso mismo vienen a ser Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas, no por azar atribuidos al cremonense Juanelo Turriano. No otra es la causa de la emoción de que antes hablé. Emoción que se hace

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melancólica cuando pienso en el lamentable destino que en años sucesivos tuvo en España la prometedora novedad que esa Historia y estos Veintiún Libros traían consigo. Para la Fundación Juanelo Turriano, nada más debido y nada más honroso que haber promovido la publicación de un manuscrito tan competente y amorosamente estudiado por quien la creó. El cual, de justicia es decirlo, no escudriñaba y valoraba los restos del pasado como laudator temporis acti, como uno de esos que alaban lo de antaño para compensar la pena que les produce lo que está siendo, sino como operario de la España «en buena salud, bien vertebrada y en pie» que a comienzos de siglo propuso Ortega a los españoles.

Pedro Lain Entralgo

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REFLEXIONES SOBRE LOS VEINTIÚN LIBROS DE LOS INGENIOS Y MÁQUINAS

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PREFACIO

Ya anuncié en 1982, cuando prologué la edición española de este códice —inédito durante siglos— que se estaba propiciando un acontecimiento mundial. Verdad fue que se agotaron tres ediciones y, que de la cuarta quedan pocos ejemplares. Numerosas críticas en la prensa diaria y revistas españolas vinieron a confirmarlo, si bien no fueron tantas las extranjeras como pudiera esperarse. Se trata de la primera Architectura Hidráulica que ha llegado hasta nosotros. Como tal, misteriosa y desconocida hasta ahora resulta ser, sin embargo, cabeza de una gran serie de libros importantes para el desarrollo de las ciencias y los oficios, que tan positivamente sirvieron al bienestar de los pueblos. La misma que se sigue escribiendo ahora, con bien diversos títulos y se continuará en el futuro. Antes de las fechas en que pueda situarse la redacción del manuscrito, aparece en la historia el fenómeno que llamamos «tecnología». Es ésta, en inglés, la única palabra que suele aplicarse a unos determinados estudios históricos, aunque coexiste, desde luego, con el vocablo «technique». En francés se acusa la distinción entre tecnologie y techniques. Como indica, muy acertadamente, el gran historiador Maurice Daumas, la primera acepción se sitúa entre la ciencia y la técnica caracterizándose por su mutua interpenetración. Cuando escribo yo en mi lengua sigo su criterio y unas veces utilizo tecnología y otras técnicas: no así lo hacen, desde luego, otros hispanohablantes. Lo anterior no es una digresión innecesaria, pues yo creo que la tecnología es la impulsora, entre otras cosas, de los primeros tratados monográficos aparecidos, de los que, hasta ahora, sólo eran dos los famosos: En 1540 aparece, en italiano, el primero, «De la pyrotechnia», después de muerto su autor Vanuzzio Biringuzzio, natural de Siena. En él figuran las aplicaciones derivadas del fuego y, muy especialmente la metalurgia. 21


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

En 1556, el sajón Georg Bauer publica en latín «De Re Metalica», y latiniza también su nombre, Georgius Agrícola, con el que pasará a la posteridad; aquí a la metalurgia, se añade la minería. El fuego, la tierra, el agua y el aire. Nuestro códice puede decirse que añade el tercero de los cuatro elementos clásicos. Algún lector podrá pensar que la historia de la tecnología especialistas o, en todo caso, para aquellos que un historiador ha llamado «ingenieros sentimentales». Y es verdad que no es afecta seamos o no especialistas, ingenieros y más o menos ternura.

es materia para norteamericano así; a todos nos propensos a la

Hoy en día, aún partiendo de muy diferentes filosofías políticas, no se concibe la idea de que la historia de un pueblo tenga sentido si no trata, en profundidad, del quehacer de sus trabajadores; tomando este nombre, naturalmente, en su sentido más amplio. En el texto del manuscrito que ahora se publica, los protagonistas son arquitectos, constructores de molinos, obreros, ingenieros o arquitectos hidráulicos, y están explicadas, además, sus obras. He aquí un ejemplo de cómo, a mi modo de ver, la tecnología ha sido un factor determinante de la condición humana, en distintos períodos históricos: Se refiere a la decadencia española, sobre la que la historiografía moderna está modificando opiniones e incluso variando los supuestos períodos en que tuvo lugar. Tradicionalmente las conquistas militares y el haber llegado a ser la primera potencia mundial, se consideraban hechos gloriosos. Y lo que siguió, decadente. Pero al estudiar hoy sucesiva y sociológicamente en cada reinado, el nivel de vida del pueblo, se llega a resultados inesperados. Desde el tiempo de los Reyes Católicos el país disponía de recursos naturales relativamente importantes; a ellos vinieron a sumarse los procedentes de América, que fueron capaces, además, de proporcionar la necesaria financiación. A pesar de ello España fue durante siglos exportadora de materias primas e importadora de productos manufacturados, lo que hacía imposible, hasta hace no mucho tiempo, que la mayoría de su población tuviera un nivel de vida suficiente. En esto se ve claramente, la poca atención prestada a la tecnología por parte de los gobernantes junto a las clases dominantes, lo que tuvo graves consecuencias en el desarrollo de nuestro país, contribuyendo también la mala administración, el esquema clasista, las guerras innecesarias, la nefasta política religiosa, etc. En los últimos años se han publicado en España trabajos importantes sobre la historia de las técnicas y de las ciencias. En la primera —que es la de mi especial interés— aunque tuvimos ilustres predecesores, me siento satisfecho de que su desarrollo lo iniciaran personas de mi generación. Tenía a mi modo de ver, dos caminos a seguir para redactar esta introducción general, contando con el apuntado marco histórico. El primero, situar la obra en él, comparándola con las más significativas de las dos ramas citadas, así como con otras que fueron publicándose durante el 22


José Antonio García-Diego

siglo XVI, o se conservan manuscritas, algunas de las cuales gozan, también, de justa fama; teniendo en cuenta, claro es, lo que se conocía entonces tanto de construcciones hidráulicas, como de hidráulica teórica. Pero he preferido dejar esto a otros y, en cambio, seguir el segundo camino que juzgué más riguroso, presentando el códice con objetividad crítica y como valiosa obra de estudio, proporcionando algunas claves, tanto para meditar como para investigar los múltiples problemas que presenta como pieza histórica importante en la bibliografía tecnológica española. En las dos primeras partes, que se refieren a la descripción e historia del códice, seguí el orden del comentario de Ladislao Reti a los manuscritos de Leonardo, que están también en la Biblioteca Nacional de Madrid. Necesitó esto cierta paciencia y descifrar algún punto oscuro. Pero la última, dedicada a la autoría, presentaba un problema de increíble dificultad, al que he dedicado bastante tiempo, y sobre el que he pensado mucho. No lo he resuelto. Pero sí creo haber adelantado bastante e incluso ofrezco pistas útiles y no sólo mías sino de autores especializados. Algunos me han ayudado desinteresadamente. Pero también, desde que en 1987 creé la Fundación Juanelo Turriano, hemos encargado estudios que ayudarán a clarificar los puntos que aún permanecen oscuros. Esperamos que esta edición vaya a despertar el interés de los estudiosos de los países occidentales, así como de los de Europa Oriental en especial. En la primera introducción general, cité a las siguientes personas que me habían ayudado. Son, por orden alfabético: Tomás Marín, Alfonso Pérez Sánchez, Antonio Tovar, Virginia Tovar y María de las Nieves Vázquez. De ellos, mi admirado amigo Antonio Tovar falleció en 1985, dejando un gran vacío en la ciencia española. También me ayudó, desde Leicester, Alex G. Keller. Y para lo referente a Sitoni, que en esta segunda introducción general ha desaparecido prácticamente, pero sobre el que he publicado un libro, Bern Dibner, que vivía en Norwalk, Connecticut, y Giuseppe Scarazzini, de Milán. Dibner también ha muerto, en 1988. Sabio y filántropo admirable, el manuscrito del ingeniero milanés estaba en la biblioteca Burndy, creada y financiada por él. El largo tiempo transcurrido entre la primera y la segunda introducción general, hace que tenga que dar las gracias a otra serie de personas, que me han ayudado para esta última. Empiezo por Ángel del Campo. Ingeniero de Caminos, historiador, excelente conocedor de la pintura barroca, algunos de cuyos secretos ha desvelado; y, también, un buen acuarelista. Numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ha revisado todo el texto y me ha proporcionado un resumen de sus monografías, del que procede la parte que se refiere a las figuras del códice. Carmen Bernis es la mejor especialista en los atuendos y vestimentas en España en diversas épocas. Ha publicado varios libros —ahora prepara uno interesantísimo, sobre los trajes de los personajes de El Quijote— y numerosas 23


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

monografías. Sobre la época en que se escribió el manuscrito, tiene una obra fundamental para su datación: el catálogo de la Exposición del pintor Sánchez Coello, en el Museo del Prado. También, la parte referente a su especialidad, está tomada de lo que ha publicado sobre Los veintiún libros... Julio Porres, además de un historiador importante, es director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. José A. Fernández Ordóñez es catedrático, en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, de Historia y Estética de la Ingeniería, por lo que su opinión es muy importante en un asunto como el que nos ocupa. Numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, su ayuda ha sido considerable. En una de sus monografías sobre el tema, colaboró su hijo David. Ahora me permito mencionar la parte importante que ha tenido la Fundación Juanelo Turriano, que yo creé en 1987, y que se dedica, principalmente, a la historia de las técnicas y de las ciencias. María de las Nieves Vázquez, actualmente miembro de su Comité Ejecutivo, ha colaborado eficazmente conmigo, como ha venido haciéndolo desde hace muchos años. Figura, por tanto, también en la lista correspondiente a 1982; pues su ayuda comenzó desde cuando yo empecé a dedicar sólo una pequeña parte de mi jornada de trabajo, a los estudios históricos. Los dos trabajos relacionados con el códice y encargados por la Fundación a especialistas, se citan en el texto. Tenemos preparados otros, para un futuro próximo. A continuación se transcribe íntegro el informe de Benito Bails sobre el códice.

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FUNDACIÓN JUANELO TURRIANO


José Antonio García-Diego

INFORME DE BENITO BAILS SOBRE EL CÒDICE DE JUANELO TURRIANO

Para dar del escrito de Juanelo una noticia que baste á formar juicio de su utilidad consideraré los dos puntos á que debe entenderse en toda obra. A saber: la sustancia y la forma. En cuanto a la sustancia, no hay duda en que da muestras su autor de que nada ignoraba de cuanto pertenece á la práctica de su arte: que tenía inventiva y que era sumamente sólida su instrucción. Pero para dar mejor á conocer cuán llena es su obra, y cómo deja desempeñado cada uno de los asuntos que abraza, pondré aqui un extracto de cada uno de los tomos de que se compone.

Tomo I «Los veinte y un libros de los ingenios y máquinas de Joanelo, los cuales le mandó escribir y demostrar el católico Rey D. Felipe II, Rey de las Españas»1. Contiene los cinco primeros libros, que comprende este primer tomo, cuanto pertenece a buscar, probar y conducir agua de un sitio á otro; y aunque en alguno de estos asuntos trae sin duda alguna mucha broza, da en ellos muestras de que puso cuanta diligencia cabia para dejar plenamente instruido al lector. Los dos libros mas farragosos y en que hay bastante patrañas son el primero y tercero, que por decir verdad mas parecen propios para una obra de medicina, que para un tratado de obras hidráulicas. Le bastaba ceñirse á las señas que da para conocer si el agua es de buena o mala calidad, que son las mismas que leemos en los modernos. El libro II no deja nada que desear ni tampoco tiene que desechar. Los experimentos ó pruebas que propone para averiguar donde podría encontrar agua son sencillos y segurísimos ó por lo menos, no tenemos otros, ni distintos ni mejores en los autores modernos de estos tiempos, que tanto han adelantado las ciencias naturales por medio de la experiencia. Por lo mucho que importa a la buena colocación y dirección de los encañados saber cuánto está ó debe estar mas bajo el parage adonde deseamos el agua, que no el manantial, fuente ó manadero de donde se saca, hace indispensable ejecutar algunas nivelaciones, cuyo asunto declara en el libro IV, proponiendo primero el método que aconsejan también los modernos para juntar en una zanja las diferentes vetas de aguas que pueda haber esparcidas en el sitio de donde se intenta sacar agua. Este libro mas parece un tratado de propósito de niveles, por la prolijidad con que trata de estos instrumentos, que no una noticia cual pedia su intento. Finalmente, el libro V es una recopilación de cuantos betunes pudo adquirir noticia, por la necesidad que haya de servirse de alguno de ellos para embetunar las juntas de los caños que sirven en la conducción de las aguas, cuyos caños no todos pueden ser de una 1

Bien se nota que la dedicatoria no pudo ser de Juanelo, pues que cuando murió, no había nacido Mecenas. Por esto y otras cosas que vió Bails en los manuscritos, se conoce que son copias.

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Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

pieza; y propone diferentes especies al fin del tomo. Los betunes que propone pasan de cuarenta, y confiesa él mismo en esto su demasía.

Tomo II En el primer libro, que es el VI de toda la obra, se proponen las diferentes especies de acueductos, que el autor llama aguaductos, y trae varios dibujos de esta casta de obras, que son útilísimos para la multitud de casos que abrazan, y porque ahorran muchas palabras. En el libro VII encierra muchísimos puntos, siendo el Io

Los acueductos ó minas subterráneas para la conducción de las aguas, acerca de lo cual especula varios modos de hacerlas, según sea la calidad de la tierra por donde han de pasar: cómo se ha de fijar la dirección, y se vuelva á tomar cuando por causa de algún impedimento ha sido forzoso dejarla; y cómo se han de ejecutar en tierra floja.

2o

Da el modo de cavar la mina.

3o

Enseña cómo se hacen las minas por donde se saca agua de algún rio para regar tierras y abastecer fuentes.

4o

Propone varios medios de hacer entrar el agua del rio en la acequia que se hace para riego.

5o

Habla, bien que con suma brevedad, de las acequias ó posas, como él las llama, que se sacan de los rios para navegar.

6o

Declara lo que hay que hacer para angostar un rio cuando lo pida la navegación: y aqui habla de los diques de tierra, llamándolos motas de tierra.

7o

Da reglas para encaminar agua á una altura, que ha de atravesar un valle; y para hacer pasar un agua por debajo de otra, y un encañado á la orilla de un rio.

8o

Trata de lo que se debe practicar para secar tierras pantanosas.

9

o

Ultimamente dice cómo se han de hacer las pesqueras o viveros de pescados.

El intento de Juanelo en el libro VIII es declarar cómo se ha de encaminar el agua para hacer alguna fuente ó para alguna población falta de agua. Declara un medio ingenioso para encaminar el encañado cortando alguna montaña ó pela viva; y con este motivo trae una descripción muy puntual del «ergate» o «malacate», y del torno. En el libro IX trae diferentes modos de hacer diques, presas o azudes, que asi las llama él, abrazando también sus preceptos lo perteneciente á los espolones. Se echa de ver en todo, particularmente aqui, que su construcción era maciza, y que más deseaba acreditarse de prudente que no de arrojado. En todas las fábricas debe ser el punto esencial la firmeza y robustez, pero sobre todo en las que se dirigen á contrarrestar la violencia de las aguas corrientes. Finalmente, el asunto del libro X es tratar de cisternas y aljibes, desempeñándolo con su acostumbrada prolijidad; y también trata de los baños, asi de agua fria como de agua caliente.

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José Antonio García-Diego

Tomo III En este tomo tercero trata: Io

De los molinos para moler trigo y otras semillas, y lo especifica todo con dibujos. Trae todas las diferentes fábricas de esta especie; y señala las proporciones de las partes de que se componen.

2o

En el libro XII enseña cómo se han de hacer los molinos para cerner la harina, y los batanes.

3o

En el libro XIII abraza una infinidad de puntos. A saber: I o Cómo se construyen los molinos de aceite. 2 o Cómo se hace el almidón. 3 o Los ingenios de azúcar. 4 o Los ingenios para bruñir armas. 5 o Para lavar lanas. 6 o Para paños teñidos. 7 o Sacar el alumbre y el salitre. 8 o Hacer sal. 9 o Ultimamente, varios modos de sacer agua levantándola a cierta altura.

Tomo IV E s t e tomo incluye en cinco libros, que son el XIV, XV, XVI, XVII y XVIII, toda la doctrina perteneciente al modo de pasar los ríos, y á los diferentes artificios, que para este intento se han discurrido, como son barcas, balsas, puentes de madera, de piedra, de barcas, odres &c. E s muy abundante en ejemplos, mas que ninguno de los autores que he visto; porque ni en Paladio, ni en Serlio, ni en Alverti, ni en Sacamozzi, ni en Belidor se hallan tantas especies de puentes, asi de madera como de piedra, como trae Joanelo en este tomo. Con motivo de estas dos especies de fábrica trata de la madera y de la piedra, especificando con suma prolijidad é individualidad las diferentes especies de árboles, cuya madera puede servir asi para la edificación de los puentes, como de otras fábricas, cuales son suelos ó pisos de casas, techumbres &c. Señala asi los tiempos como los medios que se han de aprovechar para cortar los árboles, de modo que tenga su madera todo el aguante y duración posibles. Y aunque trae acerca de esto alguna broza, se echa de ver que tenia leido en el asunto cuanto dejaron escrito los antiguos filósofos y naturalistas, y en lo sustancial concuerdan sus preceptos con los de los modernos mas acreditados. Lo propio practica, aunque no con tanta extensión, respecto de la piedra; y acerca de uno y otro propone con sus nombres y dibujos las herramientas que sirven para cortar los árboles y labrar la piedra. También enseña cómo se hace el ladrillo, la teja, la cal y el yeso, individualizando las diferentes maniobras que para esto se requieren y las herramientas que sirven. En todo concuerda con lo que enseñan los autores de estos tiempos, á excepción de una especie que trae acerca del yeso, que contradice cuanto sobre este particular traen los demás escritores que tengo manejados. Dice Joanelo, que el yeso despues que sirvió en una fábrica se puede volver á cocer, y servirá como antes, siendo asi que todos los autores dicen unánimes, que el yeso no se puede volver a cocer, y de nada sirve sino usado á manera de yesones.

27


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

Ultimamente, concluye la doctrina de los puentes de piedra con proponer un pensamiento suyo para hacer un puente quebrado cuando el rio sufra la navegación de naves de mucho buque, cuya arboladura no podría pasar siendo todo de una pieza el arco del puente. Este artificio del puente quebrado es tanto mas apreciable, cuanto viene a ser en lo sustancial el mismo que se les ocurrió a los franceses en el siglo pasado para ensanchar los espolones que hay al lado del rio Sena en la ciudad de París sin angostar la madre del rio: cuyo pensamiento ha sido celebrado y con mucha razón.

Tomo V De todos los tomos este, á mi ver, es el mas pobre, porque ni abraza tantos asuntos como los tratados de los modernos, ni aun los que trata los toca con la prolijidad que los demás. Su asunto son las obras marítimas, y enseña: Io

Cómo se ha de fabricar una pared que detenga las olas.

Determina el escarpe que han de tener estas paredes.

3

o

Especifica las siete circunstancias que ha de concurrir en un puerto de mar, y cómo ha de ser acomodado y fuerte por su sitio, forma y por la materia con que se fabrique.

En el libro XX propone cómo se han de fortificar los puertos, y en esto da reglas generales no mas, sin detenerse en el pormenor, tan preciso hoy dia que se ha utilizado tanto en el arte de sitiar y defender las plazas de guerra. El asunto del libro XXI es enseñar cómo se han de hacer relojes de agua, y el modo de repartir con las aguas para el riego, sobre cuyo asunto, de igual importancia que dificultad, dice lo que se sabia en su tiempo, y los modernos lo declaran con menos palabras y mayor acierto. En cuanto á la forma es preciso confesar que está escrita la obra con muy poco método, y entre las muchas pruebas que hallará el que la leyere con cuidado, y van algunas insinuadas en el extracto de los tomos, solo daré una muy patente. Después de declarar Joanelo con suma pesadez en el tomo I y sobrada credulidad cuanto oyó y leyó acerca de las cualidades del agua, vuelve á lo mismo sin la mas leve necesidad, é interrumpiendo el asunto en que está, al fin del tomo II. El estilo, además de su estupenda pesadez y reiteradas repeticiones, es bárbaro en lo mas de la obra; porque hay infinitísimas cláusulas, que no hacen oración, y quebrantan las reglas mas elementales de la sintaxis. Este defecto, el descuido con que está señalada la puntuación, la omisión de alguna figura y de algunas letras en alguna de ellas hacen dudosa para los facultativos la inteligencia de varios pasajes, que para otros han de ser totalmente ininteligibles. Para dar al público la obra ha sido necesario arreglar la puntuación, la ortografía y la modernización de ciertas expresiones y palabras; y para ello hemos contado con personas versadas en los asuntos de la obra, porque de estar algún carácter de esta parte de la ortografía en otro lugar que el que le toca resulta muy distinto y errado el sentido sustancial, bien que al parecer esté la oración como debe, atendida la contextura gramatical. La obra tampoco se escribió en Castilla. Solo una vez habla de Madrid: una no mas de Castilla la Vieja: dos ó t r e s de Sevilla, y en una dice que no ha estado alli. Pero habla muchísimo de Aragón. Corrobora mi proposición la multitud que hay en la obra de voces catalanas, que tengo todas apuntadas, y las palabras siguientes que se leen en la plana primera del tomo III:

28


José Antonio García-Diego

«Las cuales invenciones (los molinos) son muchas, y porque se tenga noticia dellas en el modo, como en los nombres de las invenciones, aunque en cada provincia les tienen sus nombre propios á cada género de molino, mas pondré los nombres ordinarios, que hay en estos reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, aunque los mas nombres serán aragoneses». El manuscrito que yo he visto parece copia, porque se encuentran diferentes claros, que dan á conocer que el copiante dejó lugar para las voces que no supo leer en el original que copiaba. Hablando Juanelo en el libro XIX, tomo V, plana 401, de los reparos hechos para sujetar la mar por los antiguos, y de que ya no queda de ellos hoy dia ningún vestigio, dice lo siguiente: «Adviertan pues los artífices, y con razón, si artificios y fábricas tan excelentes, levantadas por tan sublimados juicios, las vemos postradas, sin quedar dellas señal, ¿qué harán las que agora presumimos hacer con tanta temeridad y manifiesta locura? Agora pues se ha visto ya de cuánto valor sean estos edificios, y cuánto importa el dejarlos seguros y en acabada perficion, y que sacudan de sí el contrario (el mar), que perpetuamente los está acechando y acometiendo. Razón será pues que piense el que hace la fábrica cómo la emprende, el lugar y sitio que toma, los peltrechos y materia que pone, y cómo lleva su obra hasta el cabo; porque la ha dejar sola y puesta á las injurias del tiempo y tempestad del mar, que con su continuo movimiento la estarán batiendo, y por ventura no habrá oficial que sepa reparar el daño recibido». «Y piense cada cual, que aunque prudente y experto, y de sí muy confiado, le puede acaescer, como al mas sabio, por ser el conflicto con enemigo tan poderoso, que con sus resentimientos, sus repentinas y continuas venidas ha de inquietar y deshacer la obra hecha de sus manos. Que aunque haya hecho cuanto en sí es posible, todavía habrá de culpalle; pero haya hecho él la obra que este bien acabada y puesta en su punto, y digan lo que quisieren, que si algo hubiere no será por su culpa, sino por descuido de los moradores ó de los señores de la tierra, que no tienen cuidado de reconocer y reparar las fábricas que tanto les importan. Porque el artífice ya dió cuenta de su talento dejando la obra como convenia, que el hacella perpetua eso no es del artífice. Vayan ellos reparando el edificio y no perdonen á la bolsa, que la materia que los señores dieron al artífice, aquella puso: ella es perecedera, no eterna, luego acabarse tiene; remédienla cada dia, y asi la irán conservando sin jamas verse ruina en ella. Considerando todo esto, vea el oficial si su talento y habilidad es tanto que pueda salir con su empresa, y si no, consulte con artífices doctos, y sujétese á mejor parescer que el suyo, y jamas se fie de sí solo, que no hará cosa que bien paresca, ni que provechosa sea. Vea también quién manda hacer la obra, y en qué lugar: pida cuando fuere necesario con libertad; y no reciba cosa con escasez, sino que la materia sea muy buena, muy perfecta y que sobre: que los oficiales sean buenos y entendidos, y no se die dellos, sino que de contino vaya mirando lo que hacen, y asegurando su obra hasta que la deje muy á su contento. Si todo esto hiciere, bien puede emprender cualquier obra, pues con tanta discrepcion y sagacidad y tan á paso con todo quiso determinarse á dar principio á su máquina».

29


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PRIMERA PARTE

Descripción del códice

I Está en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid. Los cinco tomos llevan como signaturas sucesivas de la 3.372 a la 3.376.

II Se menciona por primera vez en el volumen II del índice manuscrito que escribió, desde 1821 a 1833, el que fue director de la Biblioteca Real, Francisco Antonio González: «Juanelo Turriano, Los veinte y un libros de sus ingenios y máquinas, que le mando escribir Felipe II (Falta el tomo V, con que se quedó el Sr. Conde de Floridablanca). L. 136, 7, 8, 9 y 40». «E inmediatamente debajo, con otra letra y tinta "Le debolvió la R. Acad. de la Hisf en de mayo de 1888"».

El primer párrafo aparece también en el tomo 2 de Gallardo.

III Pasando a los tamaños aproximados, el de las tapas es de 21 x 31 centímetros y el de las hojas, de 21 x 30. Las dimensiones del texto son variables, como suele ser el caso en manuscritos y, también, por haber más de un escribano; aunque no cambian mucho. Mínimo aproximado de 11,5 x 26 centímetros en el primer volumen y máximo de 12 x 27 en el cuarto. En algunos casos los dibujos tienen una mayor dimensión horizontal; hasta ser del orden de 20 centímetros. 31


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

Hay dos sellos, el antiguo y el actual de la Biblioteca Nacional. La encuademación es del siglo XIX, y en el primer tomo hay una etiqueta con el nombre del que la hizo, A. Menard, y también otra que parece corresponder a una signatura que hubiera en la anterior encuademación: «n° 13 obras de Juanelo/manuscrito 2.200».

IV Aquí, en mi primera introducción general, me refería a las filigranas del papel. He suprimido esta parte. En efecto, se puso para ayudar al problema de la datación. Pero no son útiles, pues se utilizaron algunas de ellas desde principios del siglo XVI hasta el XVII. Sin embargo si alguien se interesa por ellas, puede encontrarlas en el texto citado y, parte también, en el estudio paleogràfico al que más tarde me referiré.

V En cuanto a la desordenada paginación, ha sido un factor desfavorable que quizá influyera en la no publicación del códice, y en un cierto descrédito de la coherencia expositiva de su texto. Así, por ejemplo, escribe Bails: «En cuanto a la forma, es preciso confesar que está escrita la obra con muy poco método, y entre las muchas pruebas que hallará el que la leyere con cuidado... sólo daré una muy patente. Después de declarar Juanelo... en el tomo /..., cuanto oyó o leyó sobre las calidades del agua, vuelve a lo mismo sin la más leve necesidad e interrumpiendo el asunto en que está, al fin del tomo II».

Antes de analizar este ejemplo concreto diré que a nadie se le ocurrió, antes de mi primera introducción, comprobar la foliación; lo que, por cierto, no presenta ninguna dificultad, siendo tan clara la escritura. El primero que descubrió esto fue Reti. Pero no parece que llegara a ordenar el manuscrito, cosa para mí fundamental. Lo hago en el cuadro que sigue. Pero antes hay que referirse al título. El códice fue siempre conocido por «Los veintiún libros...». Pero los apartados o capítulos, llamados libros, son muchos más de 21. ¿Por qué esta cifra? Para mí sólo porque el adulador de Don Juan de Austria utilizó el prestigio de las cifras 7 y 3: lo tuvieron desde la Biblia —o antes— hasta aquel tiempo y, para los que creen en doctrinas esotéricas, la creencia continúa. Pocos años hace que la mayoría de edad en todos los países era a los veintiún años ( 7 x 3 ) , sin razón alguna que justificara esta cifra.

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José Antonio García-Diego

Tomo I

Libro I

Folio

Título de los capítulos

1

Calidades de las aguas y de sus propiedades y su generación (o nacimiento).

I

1

lOv.

De los efectos de las aguas y de las cosas que hacen dentro de la tierra.

I

1

19v.

De la graseza de las aguas.

I

1

19v.

De las señales que hay para haber de hallar agua de la que es(íá) dentro de la tierra escondida.

22

De las señales que hay para hallar agua y cuales son muy verdaderas.

I

I

1

2

25

De las experiencias que se ha de hacer para hallar agua.

I

3

28 v.

Como podremos conocer si (el) agua ser buena o no.

I

4

45 v.

De los niveles y de sus formas (para estas fábricas).

II

6

72

Del llevar agua en diversas maneras y [de la forma que se ha de tener para hacer los] aguaductos (sic).

II

6/7

92 v.

Minas como ellas se han de hacer y como se hagan las cequias para llevar aguas en diversos modos.

II

7

118 v.

Para llevar aguas que pasan unas por debajo de otras.

II

8

139

De las diferencias que hay en el llevar de las fuentes.

II II

9 10

153 v. 180

De diversos modos de azudes. De las cisternas y aljibes. Como se hacen en distintas maneras.

IV

14

204

De las barcas que sirven en lugar de puente(s) y de [otros] puentes.

IV

15

212 v.

De puentes de solo madera.

IV

16

233 v.

De las maderas y de piedras y [cuando] ellas se cortan y como se arrancan las piedras y como se hace la calcina y el yeso y ladrillos de diversas maneras.

IV

16

243 v.

De los árboles en suma.

IV

17

249

Las piedras en universal y en que tiempo se debe arrancar en la cantera y en que sazón y tiempo se deben poner en obra y cuales son más fáciles de quebrar y cuales son más durables en la obra.

IV

17

252 v.

De la calidad de las piedras y el modo de hacer rejolas (ladrillos) y tejas y otras cosas de barro para adornar edificios.

IV

17

256 v.

Que calidad de piedra es mejor para hacer calcina (hormigón).

I

5

274

De betunes de diversas materias.

ii

288

De diversas maneras de molinos (y tahonas).

III

12

328

Diversos géneros de cerner la harina.

III

13

330 v.

IV

ig

360

Los molinos batanes y de aceite, y de diversos géneros de artificios de la misma calidad para sacar aguas para hacer alumbres y salitres y lavar lanas y paños. De como se han de hacer las pilas de los puentes de piedra en diversas maneras.

III

33


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

Título de los capítulos

Folio

Tomo

Libro

V

19

394

De edificios de mar y como se han de hacer y acomodar en diversas maneras.

V

20

428

De hacer defensas a puertos para que armadas no puedan entrar.

V

21

459

V

21

v.

473

De divisiones de agua ansi de islas, como de otras cosas (tocantes al) agua. Final del códice.

Así ordenado y los títulos con ortografía moderna, el manuscrito resulta muy distinto. No difiere demasiado de lo que racionalmente debe ser un tratado de hidrotécnica generalizado: o sea, añadiendo puentes (ya que cruzan ríos o conducciones) y puertos (pues el agua del mar no la consideró esencialmente diferente). Tendríamos entonces, aunque sólo con cierta aproximación: Folio 1. 1 19 28 45

1.1.

v. v. v.

1.2. 1.3. 2. 3.

72

3.1. 3.2.

v. 1 1 8 v.

3.3.

139

3.5.

92

153

v.

180

204

3.4.

4.

CISTERNAS Y ALJIBES

De barcas. De madera.

7.

MATERIALES

v.

233

v. v.

7.1.

256 274

7.2. 7.3.

v. v.

7.4. 7.5. 7.6. 8.

288

8.1.

328

8.2. 8.3.

360

AZUDES

PUENTES

212

252

CONDUCCIONES HIDRÁULICAS

Depósitos. Canales a cielo abierto: acueductos. Conducciones subterráneas. Cruces a distinto nivel. Sifones. Transporte desde fuentes. Abastecimiento. Maquinaria auxiliar.

6. 6.1.

249

Ciclo hidrológico. Propiedades. Prospección. Calidad. INSTRUMENTOS TOPOGRÁFICOS (de necesaria utilización para lo sigue).

5.

6.2.

243

HIDROLOGÍA

9. 10.

394

10.1.

428

10.2.

473

11.

Madera, piedra, ladrillo, aglomerantes. Árboles. Piedras: extracción y talla. Piedras: calidad, ladrillos y tejas. Los mejores materiales para hacer hormigón. Betunes. ENERGÍA Y s u UTILIZACIÓN

Molinos. Sistemas de elevación del agua. Empleo de la energía (usos industriales y agrícolas). PUENTES DE PIEDRA Y s u s CIMENTACIONES PUERTOS

Obras marítimas. Fortificación y utillaje. VARIOS

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FUNDACIÓN JUANELO TURRIANO


José Antonio García-Diego

Desde luego hay que hacer observaciones sobre esta presunta buena ordenación. Es correcta hasta el apartado 5. Después, al tratar de puentes (6), se separan (9) los de piedra; seguramente por ser su concepto constructivo distinto y necesitar otro modo de cimentación: esta última es, en buena parte, como la de las obras marítimas a las que inmediatamente se refiere. Vuelve a seguir un orden relativamente normal con los materiales y con los molinos. Viene después la utilización de la energía. Y los puertos; porque el contenido del último libro es insignificante. Pero hasta ahora me he limitado al índice. No voy a entrar en detalles propios de una edición crítica o estudios parciales especializados, pero sí indicar que dentro de cada apartado pueden también detectarse anomalías. Parte de ellas proceden de que si la división en libros es arbitraria, los títulos dentro de cada uno de ellos no son a veces del todo lógicos o —con o sin indicar la razón— a una materia sigue otra distinta. Así, por ejemplo, en el caso al que hace referencia Bails, es exacto que a partir del folio 187 vuelve a tratarse extensamente de las calidades de las aguas. El razonamiento se encadena —en forma para nosotros extraña— partiendo de las precauciones que se deben adoptar para conservar en buen estado el líquido dentro de cisternas. Pero puede afirmarse que hoy nuestro pensamiento consciente sigue, a veces sin saberlo, un sistema que puede calificarse (aunque sólo en cierta aproximación) de cartesiano. En cambio, durante el Renacimiento lo anterior no tenía validez. Y ello se nota especialmente al tratar de tecnología y, aún más, de tecnología hidráulica. Ya que esta última llega a nosotros a través de científicos franceses del XVIII. Sus mentes, racionalistas a ultranza, no son comparables; aunque, por otro lado, parte del impulso inicial de sus creaciones fuera renacentista.

VI El número de figura es 440. Y se distribuyen, dentro de los tomos, en la forma siguiente: I

-

II

- 114

III IV V

33 90 99

- 104

Las ilustraciones del códice constituyeron su más preciado atractivo y la causa más importante de que fuera, desde antiguo, muy valorado. Están intercaladas a todo lo largo del texto, representando las estructuras, operaciones y máquinas que en él se describen. Por características de funcionamiento o peculiaridades, se pueden estudiar las diferentes figuras, agrupándolas según ras35


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

gos comunes que denotan autorías distintas al ponerse de manifiesto diferencias de estilos y de calidades artísticas. Para concluir en que fueron tres, por lo menos, los dibujantes y quizá uno más, verdadero artista, a la vista de cierto dibujo que se destaca de los demás, por su calidad excepcional y no ser de absoluta necesidad para el texto. Esta circunstancia de innecesariedad, también se presenta en otras pocas ilustraciones de las que, el propio autor, en su descripción se disculpa ante el lector. Igual sucede, en algún caso, cuando advierte el error de situación de la figura correspondiente, utilizando para señalarlo, un vistoso asterisco. Se relacionan estos detalles con lo cuestionable que resulta ser el orden de inserción, sobre las páginas del códice, de las figuras y el texto, ya que si bien por éste cabe deducir que le dejó espacio al dibujante, en muchos otros casos la escritura invade y recorta los espacios que rodean al dibujo, denotando la previa inserción de éste. También y excepcionalmente, se da el caso de una figura omitida y pegada posteriormente al pie de la página en que debiera haber tenido sitio. Todo esto, unido al conocimiento paleogràfico de que fueron varios los escribanos, y que la confección por cuadernillos del libro inicial —antes de desbaratarlo requirió un coordinador—, confirma que la difícil tarea del mismo hubo de extenderse al reparto y acoplamiento de los pliegos, entre escribanos y artista, dirigiendo un equipo de producción de más de seis personas. Si por la técnica del dibujo, a pluma, cabe deducir que el autor del códice lo destinaba a la imprenta, también es presumible que la dirección del trabajo requerido, dado el pleno conocimiento de la obra, corriera a su cargo, ya que su propia mano no podría salir presentable ni por caligrafía ni por diseño (nada extraño en aquellos tiempos). Sin embargo, no es descabellado identificarle con el peor de los dibujantes ilustradores, ya que no sería lógico, por su parte, contratar mediocridades que con ingenuidad repiten los detalles paisajísticos (y que bueno sería tipificaran lugares), o se ven obligados a tachar algún infortunio. Se conservan muchos dibujos de Gómez de Mora ejecutados con distintas técnicas. Pero los de nuestro manuscrito no pueden, en ningún caso, serle atribuidos.

VII Otros datos importantes son los que nos suministran los trajes de algunos de los personajes que aparecen en los dibujos, sobre todo para conocer la fecha aproximada del manuscrito, lo cual es de suma importancia para dilucidar algunas de las cuestiones que su estudio y publicación han suscitado. El estudio de los trajes y las modas aplicado a la datación de obras del pasado pueden llevarnos a resultados imposibles dé obtener por otros medios, pero a condición de que esté hecho con rigor y con una base documental suficientemente rica. Sólo así, pequeños detalles que pasan desapercibidos a los que tienen un conocimiento superficial del tema pueden resultar sorprendentemente significativos. Y ese es nuestro caso. 36


José Antonio García-Diego

Para cualquier conocedor del arte del siglo XVI es fácil ver en ellos la moda española de la época de Felipe II. Lo que ya no es tan fácil es saber captar los pequeños detalles citados, y más tratándose de una época en que el traje español mantuvo un mismo estilo durante un período insólitamente largo, pues apenas sufrió cambios a lo largo de más de medio siglo. Los autores de los dibujos han representado unos personajes vestidos como humildes obreros, y otros que reflejan en sus trajes el estilo de los que vestían —empleando una expresión de la época— al uso cortesano. El traje de corte era el que imitaban cuantos se preocupaban de su apariencia exterior, y el culto a las apariencias fue en aquella época una verdadera obsesión. Incluso los menestrales, y aquellos que las pragmáticas contra el lujo llaman oficiales de obras mecánicas, se esforzaban por imitar el traje de los caballeros; a juzgar por las críticas de los contemporáneos, no pocas veces lo lograban, llegando a competir con los señores; se dijo, «así en soberbia como en vestidos». Entre los personajes representados en el códice, el que sigue más de cerca la moda cortesana es uno que aparece en el Libro Quarto, De los niveles y sus formas. Aunque por su vestido se le puede suponer una categoría superior a la de los otros, no se trata de un personaje que vaya necesariamente vestido a la última moda, como si hubiera sido un caballero o un hidalgo rico. Los nobles entonces, que menospreciaban a los que vivían de un trabajo manual, no se ocupaban de instrumentos topográficos. El personaje en cuestión viste jubón, calzas con abultados «muslos» formados por fajas o cuchilladas, y un herreruelo puesto de modo que le tapa la espalda y deja los hombros al descubierto. Lleva un pequeño cuello de lechuguilla, y es en él en lo que se diferencia de nobles y caballeros, pues es pequeño y escarolado, no almidonado y abierto con molde como los que vemos en los retratos de corte. En esta referencia a su traje empleo la terminología de la época, por lo cual no llamo gregüescos a las calzas, no gola o gorguera el cuello, como hoy en día se suele hacer erróneamente. Veamos ahora cual es ese pequeño detalle, aparentemente insignificante, que hace posible situar los trajes del códice en los años noventa del siglo XVI o primeros del siguiente, e imposible en fecha anterior. Este detalle es que las calzas ya no tienen bragueta, algo que puede pasar desapercibido a un observador actual pero que hubiera sido inimaginable y más que chocante antes de los años ochenta del siglo XVI. Desde la primera mitad de este siglo, por influencia del atrevido traje de los lansquenetes alemanes, la bragueta se había convertido en uno de los elementos más llamativos y más característicos del traje masculino europeo. Ningún hombre vestido a la moda prescindía de ese símbolo de la virilidad triunfante. Su tamaño llegó a ser tan grande que en un texto fechado en 1573 se nos cuenta de un paje que escondió una perdiz en la bragueta, quedando fuera tan sólo una pata. Paralelamente a la drástica reducción de la bragueta, hasta hacerla desaparecer de la vista, se produjeron algunas otras transformaciones en las calzas, reflejadas también en el personaje de la figura que comentamos. En los anos 37


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

setenta (que quedan descartados por ella como fecha posible de los dibujos del códice) las calzas de prominente bragueta se habían acortado al máximo, dejando totalmente al descubierto los muslos de las piernas; por entonces eran de contornos redondeados y dejaban asomar el forro entre cuchillada y cuchillada. Las modificaciones introducidas, poco antes de 1590, consistieron en que las calzas se alargaran de nuevo hasta cubrir el medio muslo o algo más; en que las cuchilladas, muy juntas, no dejaban ya asomar la tela del forro; y en la manera de disponer el relleno que las abultaba, de modo que alcanzaban su máxima amplitud en la parte inferior, donde terminaban en una superficie horizontal. Podemos seguir paso a paso los cambios de la moda a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI a través de los retratos de corte. Muchos de ellos son obras fechadas; de otros se puede suponer ésta con bastante aproximación. Como respaldo a las conclusiones expuestas, cito a continuación algunos ejemplos de fecha segura. Existen otros muchos, en que se supone con bastante fundamento, y coinciden perfectamente con los citados. Calzas con bragueta, muy cortas, redondeadas, que dejan asomar el forro entre las cuchilladas, aparecen en los retratos siguientes: 1573,

El Archiduque Alberto, copia de Sánchez Coello, Innsbrück, Portratgalerie Schlos Ambras.

1574,

El Archiduque Wenzel, por Sánchez Coello, Viena, torisches Museum.

1577,

El infante Fernando, por Sánchez Coello, Madrid, Convento de las Descalzas Reales.

1583,

Felipe III infante, con la emperatriz María, por Blas de Prado, Toledo, Museo de Santa Cruz.

Kunsthis-

Calzas en las que la bragueta apenas se acusa o no se muestra, más largas que las anteriores, con las cuchilladas juntas y estiradas de modo que no dejan ver el forro, aparecen en los retratos siguientes: 1590-92,

Felipe II infante, por Pantoja de la Cruz, Viena, torisches Museum.

Kunsthis-

1594,

Felipe III infante, por Pantoja de la Cruz, Viena, risches Museum.

Kunsthisto-

1599,

El Archiduque Alberto, Madrid, Convento de las Descalzas Reales.

1600,

El Archiduque Alberto, por Pantoja de la Cruz, Munich, Colecciones Pictóricas del Estado de Baviera.

Los restantes ejemplos fechados de este modelo de calzas son todos del siglo XVII. Volviendo al personaje representado en «Los veintiún libros...» se pueden sacar las conclusiones siguientes. Viste al estilo cortesano, pero no exactamente como lo haría un personaje de elevado rango social, pues su cuello de lechuguilla no es grande ni almidonado, ni los muslos de sus calzas quedan tan 38


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estirados y rectos en su perfil como los que vemos en retratos de infantes y nobles. Los rasgos al estilo cortesano que hay en su traje corresponden a modas que hacen su primera aparición en la corte después de su primera aparición, y también que persistiera después de que en ese círculo hubiera ya pasado, pero lo que no tiene sentido es que un personaje como el que nos ocupa, probablemente un «oficial de obras mecánicas», se adelantase a nobles y reyes, y vistiese según una moda que apareció por primera vez en la corte más de diez años después. Podemos situarlos en los años noventa del siglo XVI o en los primeros del siguiente, pues el estilo que cuajó en los años noventa persistió durante el reinado de Felipe III. No me refiero a los trajes de los obreros, aunque son importantes, pues no existen muchos en otros manuscritos, libros o cuadros. Se hace mención a ellos en el libro de Carmen Bernis, que ya he citado.

VIII Muy importantes son los datos que pueden proporcionarnos la paleografía. Para la primera introducción general entregué una muestra, compuesta de una, no muy numerosa serie de páginas tomadas al azar, a Tomás Marín, catedrático de paleografía y diplomática de la Universidad Complutense de Madrid. Este buen amigo, me había ayudado desinteresadamente en varios otros de mis trabajos. Pero, como es natural, ahora era necesaria una investigación mas completa. Y, dentro del programa que está llevando a cabo la Fundación Juanelo Turriano, se encargó a María Isabel Ostolaza y Elizondo, que era profesora titular de paleografía y diplómita en el Departamento de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la misma Universidad, aunque recientemente se ha trasladado a la Universidad Pública de Navarra, el estudio detallado. Doy un corto resumen de éste. La actual versión de «Los veintiún libros...» se debe a amanuenses profesionales que copiaron un modelo y no al dictado. Es evidente que existió éste, ya que la copia se realizó siguiendo la planificación de tal modelo para lo cual, a veces, se dejaron páginas en blanco o se estiró la letra para evitar los huecos que podían romper la estética de la página. La tarea de estos copistas se hizo de manera fluida, alternándose tres distintas manos, no sólo en el cambio de páginas, sino también a media página. Se detecta la actividad de dos organizadores-correctores. La tarea del primero de ellos se refiere especialmente a la correlación entre el texto y los dibujos mientras que la del segundo fue trazar los epígrafes de encabezamiento de los libros 19, 20 y 21 al igual que las mayúsculas que comienzan el texto de estos libros; también escribe la palabra FINIS situada al final de los libros 15, 17, 18, 19 y 20. La escritura del códice corresponde a las características generales de la renacentista que deriva de la humanística del siglo XV. Es obra de expertos calígrafos. La tipología de la letra corresponde a modelos que se pusieron de moda 39


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en la segunda mitad del siglo XVI, por lo que se puede afirmar que la copia y la primera ordenación pudo ocurrir en el último tercio del siglo XVI o los primeros años del XVII. Mientras que la segunda se produjo en la primera mitad del siglo XVII momento en que se introducen las portadillas, que son de la misma mano que retoca la numeración de los libros. Estas portadillas, utilizan una letra humanística redonda que vuelve a repetirse en los epígrafes que enuncian los distintos libros, según la ordenación actual.

IX Voy a dedicar sólo un corto espacio, a las características del texto desde el punto de vista filológico. Y esta brevedad se explica porque Juan A. Frago Gracia y yo, publicamos un libro titulado «Un autor aragonés para los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas». Pues bien, sus primeras 93 páginas constituyen un estudio filológico detallado y excelente de Frago, catedrático de la Universidad de Zaragoza, y considerado como el mejor especialista en dialectos aragoneses, tanto en España como fuera de ella. El interesado en esta materia, debe leer por completo, y cuidadosamente, esta parte de nuestra obra. En ella se afirma y razona, de modo exhaustivo, que el autor era aragonés. Lo que yo ya indicaba en mi primera introducción general. Pero también en algo importante me corrige, pues yo afirmé entonces, equivocándome, que desde el punto de vista idiomàtico el códice no era uniforme, lo que, por cierto, podría conducir a suponer que hubiera sido una obra colectiva; aunque yo nunca lo creí. Él ha justificado la unidad del texto, demostrando que las diferencias internas dependen del tema tratado y, de las fuentes en cada caso utilizadas. El aragonesismo léxico es constante; puede en algunos casos escasear, pero nunca falta. Ya por mi cuenta, diré que el autor conocía el italiano y en el códice hay algunos italianismos. Pero ignoraba el latín; en el manuscrito, de unas 950 páginas, sólo hay, en esta lengua, dos frases y el nombre culto de una yerba. Para tan poco, pudo preguntárselo a un amigo o a un cura, que entonces abundaban mucho. Esto es muy importante pues el no saber latín era señal cierta de no haber tenido una educación universitaria, e incluso de no pertenecer a la clase superior ilustrada. Es sabido que, aunque parezca increíble, el ignorarlo fue una de las cosas que amargaron la vida de Leonardo da Vinci, produciéndole un sentimiento de inferioridad. En resumen, el códice está escrito en castellano, pero lleno de aragonesismos. Tanto es así, que el libro de molinos, especialmente importante, tiene algunas cosas que yo no he llegado a entender; a pesar de que la molinología es asunto del que me he ocupado bastante. También se debe a Frago el mapa de una parte de la provincia de Huesca, precisamente una de las que eran entonces más rurales y menos tocadas por la modernidad. Procede de una paciente localización, a petición mía, de los

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aragonesismos significativos. Los tres números corresponden, en su opinión, al grado de probabilidad mayor o menor de las zonas. Considero este trabajo como de gran valor, ya que en una de estas zonas puede suponerse que nació el autor o bien, por lo menos, pasó los primeros años de su vida. El mapa, con otros datos a los que después me referiré, espero sean útiles en la búsqueda del autor. Por cierto que no sé si este sistema ha sido empleado antes, con este objeto: yo, al menos, no conozco otro caso.

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SEGUNDA PARTE

Historia del códice I

En el siglo XVII se separó en cinco partes, de extensión parecida, un largo manuscrito. Y, al principio de cada una de ellas se colocaron sendas portadas. Son éstas de letra totalmente distinta, como ya he indicado. Dice la del primer volumen: «Los Veinte y U/Libros de los Ingenios y Maquinas de/Juanelo los quales le Mando escribir/y demostrar el Catholico Re/D. Felipe Segundo, Rey! de las Hespañas/y nuevo Mundo».

Sigue un escudo y después: «Dedicado al Serenissimo Señor Don/Juan de Austria Hijo de el Catholico/Rei D. Felipe quarto Rei De las Hespañas».

Y en la página siguiente, y precediendo al índice de los capítulos (libros, denominación esta que entonces era corriente y ha continuado, aunque no usándose mucho, hasta la literatura española del siglo XX). «Los Zinco/Libros Primeros de los Ingenios/de Juanelo Ingeniero Mayor de la/ Magestad del Rey D. Felipe II/Rey de las Españas/ y Nuebo Mundo. Consagrados al Mesmo Señor/Rei D. Phelipe Segundo su/Señor, por mano de Juan Gómez de Mora/su valido».

En las dedicatorias de los tomos tercero, cuarto y quinto hay una variante: «Y los consagra a su Magestad Catholica por Mano de su Mayordomo Gómez de Mora».

Así empieza, si no la existencia, la historia del códice.

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Juan


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II Es conveniente iniciar el análisis de estos textos, por la figura de Juan Gómez de Mora. Personaje muy importante en las cortes de Felipe III y Felipe IV, en las que con el título de Trazador y Maestro Mayor de Su Magestad gozó del más alto honor como Arquitecto de la Corona. Nació en la ciudad de Cuenca el año 1586, en el seno de una familia de artistas, cuando su tío Francisco de Mora había alcanzado ya la fama con iguales títulos, tras haber sido llamado por el Rey Felipe II para ejercer, como ayudante de Juan de Herrera, en la construcción del Monasterio de El Escorial. Protegido y educado por él, asistió en Madrid al Estudio de las Matemáticas, se formó en Arquitectura y entró a servir como ayudante de su tío con satisfacción del propio Rey, que le otorgó, a los veinticuatro años de edad, por sus merecimientos, la sucesión de aquel en todos los servicios y honores profesionales. Fue distinguido además con los cargos de Aposentador y Ayuda de la Furriera, por lo que se le responsabilizó en cuestiones de etiqueta y administración de palacio. Fue un arquitecto muy importante no sólo por serlo de la Corona, sino también por sus trabajos para la nobleza, la iglesia, los particulares y especialmente como Arquitecto Mayor del Ayuntamiento de Madrid. De los que se relacionan con la técnica a la que el códice está dedicado, pueden señalarse su intervención en el urbanismo de la capital y en el de su abastecimiento de agua con la traída del Amaniel. En 1613, al comienzo de su carrera, ya se ocupó de revisar el sistema de regadíos de Murcia; en el período de 1622-1624 restauró los puertos de Cádiz y Gibraltar, que principalmente a causa de las guerras se encontraban en mal estado. En 1636 volvió a trabajar en las obras hidráulicas murcianas. Fue, sin duda alguna, lo que hoy llamaríamos un intelectual formado a la sombra de su tío que le legó, además de saberes y títulos, una gran biblioteca y análogas inquietudes por ampliarla con tratados y traducciones al castellano, de autores principalmente italianos, que ilustrasen sobre el Arte de la Arquitectura y aquello necesario para la buena construcción. Todo ello con el espíritu y aliento que transmitió Juan de Herrera a la Academia de las Matemáticas, de cuya dirección estaban encargados los Trazadores y Maestros Mayores del Rey, y en cuya casa tuvo su domicilio. Su biblioteca fue tasada dos veces. En 1613 tenía 70 libros y se valoraron entre 400 y 500 reales. A su muerte, en 1648, no se indica el número de volúmenes, pero se apreciaron entre 3.500 y 4.000 reales, cifra entonces importante y poco corriente. Heredó los libros un hijastro, Juan Caja, que era muy rico, pero se arruinó. Los vendió en 1651.

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III Y ahora Juan José de Austria (1629-1679), cuya vida resumo brevemente. Hijo natural de Felipe IV, destinado a servirle al frente de sus ejércitos, inició brillantemente su carrera militar en 1642 con una importante acción represiva en el virreinato español de Nápoles, y dirigió la campaña de Cataluña consiguiendo la rendición de Barcelona en 1652. Intervino también militarmente en Flandes con desigual fortuna, siendo nombrado Gobernador en 1656; fracasó en las campañas para la recuperación de Portugal (1658). Su vida política se inició propiamente al morir Felipe IV en 1665. En oposición al gobierno de la reina por minoría de edad del heredero Carlos II, llevó a cabo un intento frustrado para tomar el poder, por lo que fue desterrado a Aragón con el título de Virrey, donde residió hasta que en 1677, reinando ya Carlos su hermanastro, logró hacerse con el gobierno hasta 1697, en que murió. Personaje complejo; para mí, quizá casi un gran hombre. Puede identificársele con los intereses de la naciente burguesía frente a los de la aristocracia, cuyos miembros no le consideraron nunca como uno de los suyos. Una faceta de su talante —que anacrónicamente podría denominarse p r o g r e s i s t a era el interés por las ciencias y por los que las cultivaban, cosa poco corriente en sus contemporáneos de alto rango. En su palacio tenía reuniones con hombres notables en varios saberes, formando como una incipiente Academia de Ciencias y Letras. Su biblioteca con más de 1.300 volúmenes reunió libros e incluso modelos mecánicos, por lo que el manuscrito hubiera sido muy bien acogido en ella; sin embargo, investigaciones recientes en los archivos donde se halla el inventario de sus bienes, a su muerte en 1679, desvanecen esta suposición. Aunque pudo antes regalarlo o venderlo; esto último, porque al morir dejó muchas deudas. Hay que tener siempre en cuenta que lo que se dice de este personaje, puede ser sólo una de las mentiras que aparecen en las portadas.

IV Si fuera cierto que Felipe II mandara escribir el texto a Juanelo Turriano, habría estado en alguna biblioteca real; muy probablemente en la de El Escorial. La siguiente etapa de su historia demuestra que tal cosa no ocurrió. Voy a considerar qué utilización pudo tener la obra. Su muy buena conservación indica que ésta fue pequeña: y, seguramente, sólo relacionada con modestos trabajos, principalmente de construcción. Para esto último me apoyo en algunas anotaciones que se advierten, de mano e índole distintas. Al comienzo de una de ellas hay una nota que dice: «Este libro está escrito más arreglado que los dos antecedentes, por lo que no se omitió nada y sí sólo el corregirle su escrito y números y letras de los signos». Lo que puede ser importante para llegar a comprender, aunque solo sea en parte, la elaboración de la obra total. 45


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Relacionadas posiblemente con la técnica, hay otra serie de escritos, a veces de difícil lectura pero que pueden fecharse en el siglo XVII. Una vez se trata de hacer brotar el agua de un pozo por el disparo de un arcabuz. También hay un conjunto de bocetos a lápiz: en unos se prensa manualmente un material (posiblemente cera) con agua caliente. Otros son esquemas del mecanismo de un molino con rueda hidráulica horizontal; y, lo que a mí me parece más interesante, anotaciones sobre una obra concreta, aunque no se dice de dónde; incluyendo los nombres de los oficiales, la cifra de peones y otras cosas con ella relacionadas. Luego el códice fue utilizado por técnicos de no gran categoría, y no por sabios o cortesanos; lo que puede ser importante como prueba adicional cuando me ocupé de la autoría. Hay, también, dos escrituras que podrían decirse son domésticas. La extraña receta de un bálsamo que contiene aceite de azucenas, cachorrillos, lombrices y trementina. Y dos más (tachadas): una de morcillas dulces y la otra de chorizos. Todas estas anotaciones están bien al principio bien al final de los tomos. Son, por tanto, posteriores a la división del manuscrito, luego tardías.

V Las portadas presentan el primero de los problemas con que hay que enfrentarse. En mi opinión, pero sin asegurar nada, Gómez de Mora pudo adquirir la obra en circunstancias que se desconocen. Estaría en su biblioteca hasta que ésta fue vendida. Y entonces la compró alguien, con la intención de regalársela —logrando algún beneficio, seguramente— o vendérsela a Juan José de Austria. Del comprador sólo se sabe que era incapaz de expresar claramente ni siquiera conceptos simples (por ejemplo, no están del todo claras las alusiones a Felipe II y Felipe IV) y que, aunque utilizó el nombre del gran arquitecto para dar valor a su obsequio, conocía imperfectamente los títulos de éste. Bien es verdad que aunque la palabra valido suele hoy usarse sólo en el sentido de primer ministro nombrado por un rey absoluto significa, según el diccionario de la Real Academia Española, «el que tiene el primer lugar en la amistad y gracia de un príncipe o personaje». Pero en cambio es muestra de ignorancia el darle el título de Mayordomo, de bastante menor categoría que el que tenía de Ayuda de la Furriera. En cuanto al escudo, es el de Castilla y León, acolado de la cruz de San Juan de Jerusalén o de Malta (orden de la que Juan José de Austria era prior) y con corona real. Prueba de adulación, pues no podía usarla; aunque también es cierto que está en otros documentos que a él se refieren. Finalizo con algo que puede tener importancia. ¿Por que el autor de las portadas dijo que el texto trataba de ingenios y máquinas? Precisamente cuan46


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do de estos se ocupa poco y con más equivocaciones que en el resto. Para mí, porque es más atractivo que el de, por ejemplo, «Tratado de obras hidráulicas» y aún más si era el primero en el mundo. Había en cambio bastantes manuscritos en España sobre máquinas. Y ahora sigue ocurriendo lo mismo: yo vi por primera vez el nombre de Juanelo Turriano, en un libro de divulgación de la historia de las máquinas, traducido del alemán y titulado Los ángeles de hierro, hoy agotado. No creo haya otro parecido de divulgación de la historia de la hidráulica.

VI En 1651 vende su biblioteca. En 1679 Juan de Austria muere. Pudo, por tanto, recibir el obsequio durante todo el período que cubre la segunda parte de su carrera y, al no aparecer entre los libros de su nueva biblioteca, sería por haberlo regalado o vendido. Yo, aunque sin pruebas, por la total conexión del códice con Aragón a que después haré referencia, me inclino por el tiempo en que allí fue gobernador, o sea entre 1669 y 1677. Desde luego pudo ser después. Y también que en este Reino fuera donde el que iba a venderlo lo comprara. Del testamento de don Juan, al menos en su versión no completa, pero, en principio suficiente que he podido consultar, parece deducirse que sólo dejó deudas; y no menciona su biblioteca.

VII Hay que pasar ahora al primer cuarto de siglo XVIII; del intervalo intermedio nada se sabe. La primera noticia del códice aparece en el libro de Juan Román Teodoro Ardemans, Fluencia de la tierra y curso subterráneo de las aguas, publicado en 1724. Ardemans (1664-1726) fue un arquitecto, pintor y escultor muy distinguido, al servicio de Felipe V. Entre los varios cargos que poseía está el que llama «con la llave de Furriera» o sea el mismo que he citado para Gómez de Mora; en la vida de ambos hay otras coincidencias. Fue arquitecto y fontanero mayor de las obras reales. Dirigió la obra del nuevo palacio de Aranjuez y proyectó y construyó parte del de La Granja. Estaba seguramente interesado por la técnica, pues escribió la Descripción en las minas de Almadén (1718), y un Tratado de construcción (1719). Su libro es curioso —quizá merecería reeditarse—. En él se cita el manuscrito atribuido a Juanelo Turriano, algunas veces como única referencia, otras unida su opinión a la de otros autores clásicos. Contiene figuras que están, en cierto modo, inspiradas en las del códice. Por tanto, su lectura por Ardemans, puede considerarse como un eslabón entre la utilización por unos oscuros constructores, y la adquisición por el per47


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sonaje Santander, de la que voy a tratar después. No hay ninguna pista sobre donde pudo leer el códice, pues no figura en el inventario de su biblioteca. La siguiente y muy importante referencia, está en la notable obra de Llaguno y Cean Bermúdez, ya citada, y de la que copio la parte que interesa, Noticias de una obra de arquitectura hidráulica, que escribió Juanelo Turriano. Pensaba el bibliotecario mayor D. Juan de Santander el año 1777 imprimir los manuscritos de esta obra, que hubo de encontrar no sé donde y comprar para la biblioteca real, donde existen; pero antes quiso asegurarse de su utilidad, y para ello pidió informe a D. Benito Bails y sobre el modo de enmendar algunas faltas que se notaban en los manuscritos. Bails se los devolvió con su parecer el I o de diciembre de dicho año, y Santander le escribió las gracias avisándole haberlos recibido con fecha 16 del propio mes y año. El clérigo Juan Manuel Santander nació en 1712 y enseñó en la Universidad de Alcalá. En 1741 fue a Francia para adquirir libros destinados al Colegio Mayor de San Ildefonso y a su propia biblioteca. Disfrutó distintas prebendas y, en 1751, le nombró Fernando VI Bibliotecario Mayor. Encontró insatisfactorio el estado de la biblioteca ya que, según indicó «...si se exceptúan los volúmenes de su fondo primitivo, todo lo demás no pasaba de la esfera de comunísimo, pudiéndose dar el nombre de Librería Conventual más propiamente que el de Biblioteca Regia». Intentó mejorarla proponiendo, entre otras cosas, el que allí trabajaran personas conocedoras de lenguas extranjeras. Pero sólo logró —algo es algo— aumentar sus fondos. No encontré la fecha de su muerte. En cuanto a Benito Bails (1730-1797), fue uno de los más importantes científicos de su tiempo, especialmente como matemático. Su aportación principal fue la de haber introducido, didácticamente en España, el cálculo infinitesimal y la geometría analítica. Estudió en Francia y sabía muchos idiomas. Pero lo que en este caso interesa más, es que enseñó estas materias científicas aplicables a la arquitectura, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que, entonces tenía, además de sus funciones propias, las no menos importantes de la enseñanza. Interesa también el que, en su obra fundamental Elementos de Matemáticas (que pese a su modesto título comprende diez tomos), se trata tanto de hidrodinámica y obras hidráulicas, como de ingeniería civil. Fue, por tanto, muy acertada su elección para emitir el informe. El Instituto de Gijón, fundado por Jovellanos, le encargó más tarde trabajos parecidos. El informe, que aparece en el libro de Llaguno, se ha transcrito en páginas anteriores; aunque suprimiendo solamente, salvo en el primer libro, el texto de las portadas. No lo hice en mi primera introducción general, pero ahora lo considero necesario, pues aunque buena parte de él está anticuado, puede servir para situar la obra y seguir buscando a su autor. Sin embargo, repetiré después alguna de sus partes. Bails y Santander eran hombres de la Ilustración. Lo que explica que Llaguno, defensor de los mismos valores espirituales, aún perteneciendo a otra generación, escriba: «La lástima es que la Real biblioteca no le dé a luz (las obras), siguiendo el propósito del Sr. Santander, que tenía ya calculado su importe y el de las láminas que era preciso grabar. Con esto lograría el público


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tener una obra en castellano anterior á las muchas que sobre los mismos asuntos escribieron los extranjeros, y verían que no eran exóticos en España los conocimientos de las ciencias naturales y exactas en el siglo XVI». Observación ésta muy justa pues poco se sabía entonces, y aún después, sobre la tecnología española de la época. Tales comentarios me indujeron a creer que algo se debió intentar hacer entonces. En mi primera introducción general estaba más seguro de ello pues suponía, equivocadamente, que era propia de Bails la nota inserta que empieza con «Este libro está escrito...». Pero el reciente estudio paleográfico que se ha hecho la sitúa, como las otras en el siglo XVII. Y es que aquel fin de siglo ilustrado, difícilmente le hacemos responsable de las lamentaciones de pasividad ante el valioso manuscrito. Pero también a la Ilustración pertenece el hecho inexplicable que relaciona a una de sus máximas figuras, el Conde de Floridablanca, con el códice. Como ya hemos indicado, tuvo en su poder el tomo quinto, no se sabe desde cuando; pero sí que fue devuelto, en 1885, setenta y siete años después de su muerte, a la Biblioteca —que entonces ya se llamaba Nacional—. Esta devolución la hizo la Real Academia de la Historia. He consultado este enigma a mi amigo el ilustre historiador Antonio Rumeu de Armas que, hasta hace poco tiempo, fue Director de la citada Academia, quien cree como lo más probable, que fuera esta propia entidad la que intentara publicar el códice; lo que queda, por tanto, para investigar en su archivo. Puede ser de interés el dato curioso de que la fecha del documento suscrito por Bails coincide con aquella en la que Floridablanca llegó al poder (1776).

VIII De nuevo el manuscrito se eclipsa en los fondos de la Biblioteca Nacional. Dejando aparte autores o referencias poco relevantes encontramos a Menéndez Pelayo que sólo menciona su título comentándolo con este breve párrafo: «... Juanelo Turriano, que si no fue español de nacimiento, en lengua castellana escribió su libro y en España y para España hizo sus trazas y diseños». Durante el tiempo en que fue director de la Biblioteca Nacional parece haberse ocupado tan poco de este códice como de los dos de Leonardo. Lo mismo hay que decir de varias otras personas, muy importantes, entre los que le siguieron en el cargo. En el libro de Picatoste sólo se resume lo que aparece en Llaguno. Pero hay que mencionarlo, pues gracias a él se despertó modernamente el interés por la obra, como vamos a ver inmediatamente.

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IX Llego a nuestros tiempos. En 1964, Alex G. Keller, profesor de la Universidad de Leicester, al leer el texto de Picatoste se dio cuenta de la importancia y rareza del manuscrito. Tenía entonces treinta y dos años bien ocupados ya que, además de servir durante cerca de tres en el ejército, había trabajado en las Universidades de Oxford y Cambridge y había enseñado en la de Jerusalén. No disponía entonces de fondos para estudiarlo; por lo que informó de ello a Lynn White Jr., importante historiador, entre otras cosas, de la tecnología del Medievo y del Renacimiento, ya fallecido. Él le puso en comunicación con una persona que influyó mucho en la vida de Keller y mía, Ladislao Reti. Yo le considero mi maestro, además de tener por mí un afecto que, aunque la diferencia de edades no lo permitía, podría llamarse paternal. Quería, ya retirado de la investigación química y de los negocios, poder dedicarse por entero a su otra actividad, que era la que realmente le gustaba: la historia de la tecnología del Renacimiento y, dentro de ésta, muy especialmente, la obra de Leonardo da Vinci. Por ello era ya famoso, a pesar de que sus trabajos fueron realizados cuando tenía más de sesenta años, muchos problemas y mala salud. Una terrible tragedia familiar le hizo dejar América y pasar el resto de su vida en la ciudad italiana de Monza. Enseguida se entusiasmó por la vida y la obra de Turriano y por el códice, entonces a él atribuido. Él y Keller hablaron de éste por primera vez en la última de las viejas posadas de diligencias de Leicester. Un año después reanudaron la conversación visitando otro monumento de la ingeniería antigua, esta vez en las mismas entrañas de la tierra, la mina de sal de Vieliczka, en Polonia. La colaboración que habían proyectado, tuvieron que llevarla a cabo a través del océano, con pocos encuentros personales. Tenía la esperanza de ver publicado en español y en inglés, el códice «Los veintiún libros...». Y ansioso de ver impreso este rico acopio de información, que según él, tenía que contribuir tanto a nuestro conocimiento como a nuestra comprensión de la vida material que subyace en las huellas de la cultura pasada. Y comenzó su investigación, que —aunque con muchas interrupciones— se prolongó hasta 1966. De ella puedo reconstruir las siguientes etapas. Primero copió a mano el texto de varios libros, añadiendo anotaciones. Pudo luego hacer dos microfilmes de todos ellos. Y, finalmente, su trabajo se facilitó al adquirir en Madrid, de un curioso personaje que vendía, entre otras cosas libros, un ejemplar completo mecanografiado y con todas las figuras bien reproducidas mecánicamente. La letra y la clase de las copias (en negativo) indican claramente, su vejez. No es totalmente exacto en la ortografía y puntuación, aunque el texto se ve fue copiado con mucho cuidado. Me lo regaló su viuda y, si no para la edición, fue ampliamente suficiente para un primer estudio: hoy está en la biblioteca de la Fundación Juanelo Turriano. Otro misterio: ¿quién sería este pacientísimo erudito? Pero un acontecimiento inesperado impidió que continuara su trabajo y que yo, para bien o para mal, lo heredara. En el invierno de 1964-65 se re50


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descubrieron en la Biblioteca Nacional dos códices de Leonardo da Vinci a los que después se asignarían los nombres de Madrid I y II. En 1967 el Estado español autorizó la publicación de dos ediciones facsímiles, una en castellano y otra en inglés, designando como responsable de ambas a Ladislao Reti. Grande es el valor de «Los veintiún libros...» pero hay que reconocer que la aparición de dos nuevos códices vincianos y de los más importantes, constituyó para la historia de las ciencias —y no sólo para ella— un acontecimiento mundial de primerísima importancia. No es, pues, de extrañar que Reti abandonara su anterior trabajo. Sin embargo, viniendo a Madrid con frecuencia, aunque ocupado en sus estudios leonardescos, siempre encontró tiempo para ayudarme.

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S

I


TERCERA PARTE

La atribución

Los términos del problema I Hasta hace muy poco, fue opinión unánime que Juanelo Turriano era el autor. Ello basado sólo en las portadas, sin ningún apoyo documental ni testimonio de los que conocieron al gran ingeniero y relojero renacentista. Algunas veces se indicaba que era una copia del siglo XVII. Ello demuestra que casi nadie leyó el códice. En nuestra época, Keller, Reti y yo constituíamos excepción, al menos hasta que se imprimió la obra completa en dos tomos.

II En junio de 1973 fui a Monza y vi por última vez a mi amigo Ladislao Reti. Le dije que había llegado a la convicción de que la atribución era errónea. A él le quedaba poco tiempo que vivir; y lo sabía. Indico esto ya que creo es la mejor explicación de que, además de contestar que estaba de acuerdo, mostrara bastante interés en que yo dejara constancia del hecho, en nombre de ambos, para establecer la prioridad. Yo cumplí su deseo en un artículo para la revista Technology and Culture, de Chicago. La redacción incluso puso, por su cuenta, tras mi título las palabras, A question of authorship. 53


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El que me haya leído hasta ahora sabe que el problema de la autoría, hoy por hoy, no ha sido resuelto. Sólo una investigación detallada y profunda, ya iniciada, tendrá quizá éxito. Me atrevo sólo a proponer claves que pueden delimitar en el tiempo, en el espacio, incluso en el esquema mental, al responsable.

Señas de identidad I Descartado pues Juanelo, creo que debo resumir en este apartado una serie de aspectos del códice. Las conclusiones que se derivan de ellos son, a mi entender, las que debería cumplir —más o menos— el autor.

II Me ocupo primero de cómo está escrito el manuscrito, citando a Bails: «El estilo, además de su estupenda pesadez y cansabilísimas repeticiones, es bárbaro en lo más de la obra; porque hay infinitísimas cláusulas que no hacen oración y quebrantan las reglas más elementales de la sintaxis».

Es esto, en gran parte, inexacto. La obra es de difícil lectura, aunque tiene partes más amenas que un tratado de hidráulica moderno. Lo de repetitivo es verdad. Reti da también una opinión desfavorable: «Una curiosa peculiaridad del manuscrito de Juanelo Turriano es la ciencia de su idioma... ¿Por qué está tan mal escrita la obra de Juanelo?».

insufi-

Lo explica por el poco conocimiento del castellano que éste tenía y atestigua Garibay. Y sigue: «Es característico del grosero estilo de Juanelo su extraña obligación de decir todo dos, sino tres veces. Estas repeticiones, junto con la interminable longitud de las frases y la ausencia de puntuación, hace de la lectura e interpretación de la escritura de Juanelo un trabajo a la vez grato y difícil fa painful labour of lovej... El verdadero lenguaje de Juanelo es dibujar».

Con el mayor respeto para la inteligencia y ciencia de Reti, tan superiores a las mías, no estoy de acuerdo con gran parte de esto. El conocía perfectamente el castellano actual por razones familiares —su esposa era española— y profesionales, ya que vivió bastantes años en Argentina. Pero menos el del siglo XVI pues, como he indicado, conoció el códice gracias a Keller y sus trabajos anteriores no trataban de la tecnología española. Para mí las repeticiones vienen de que es un borrador puesto en limpio por los escribanos y al que se añadieron, ordenadas, las figuras, pero no dis54


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puesto, ni mucho menos, para la imprenta. Desde luego, la razón de esta que podríamos llamar «puesta a punto» del códice no nos es conocida. Pero los escritores suelen tener la experiencia de que el borrador es más largo y repetitivo que el texto final. Así, por ejemplo, me ocurre a mí. Y en cuanto al estilo, doy unos pocos ejemplos, tomados al azar, de buena prosa castellana: «...porque los geógrafos y aquellos que han caminado y andado el mundo ellos como nosotros gustado y probado las aguas... (Libro 1).

han

...y cuando se sacan estas aguas de los ños es lo primero para beber y lo otro para algunos ejercicios que no se pueden hacer sin agua en mucha cantidad como son tintores, adobadores de cueros, y como es labar lanas y otros ejercicios y también para regar hortalizas, y otras diversas cosas que en las repúblicas hay como son huertos y jardines y cosas de regalo... (Libro 6). ... (a) estas acequias las podemos llamar rio dormido o

encalmado...

...No me muerda ningún zoilo (crítico presumido) ni maldiciente sátiro, aprenda el que se quisiera aprovechar y el docto alabe mi trabajo y buen celo» (Libro 19).

Para ilustrar la cantidad de voces castizas que conocía, pongo parte de un párrafo sobre plantas útiles para reforzar márgenes fluviales: «...hazes de esparto o de otras cosas o ramas de sabina o de enebro... cespedes... mimbres... sauce verde... sauces alamos chopos y todo genero de arboles que sean deseosos de agua... Pláceme mucho los que suelen plantar en las rivas mimbres zarzas ebulo svitigeras y otras cosas de esta calidad...»

III

En este apartado de mi primera introducción general, se enumeraban los autores citados, o aquellos que, indirectamente podía suponerse que conocía el que escribió el manuscrito. Durante el tiempo transcurrido, Alex Keller ha estudiado el asunto con mayor detalle y conocimientos sobre la ciencia y la técnica del Renacimiento. El lector encontrará los resultados en su texto, que sigue a este.

IV

Y ahora los lugares citados. En relación con los que aparecen en mi primera introducción, uno de mis actuales colaboradores los ha revisado, encontrando algunos nuevos (no muchos), tanto en Aragón como en lo que hoy es Italia. Pero las dificultades principales, advertidas ya entonces, siguen siendo de dos clases. La primera, separar los nombres en tres categorías: donde me parece claro que estuvo, en los que tal cosa es sólo posible y, por último, los supuestamente tomados de libros; tarea difícil. Entre otras cosas porque enton-

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ees, y ahora, una persona no se expresa de modo muy distinto si ha visitado un lugar o sólo lo conoce por lo que le han contado sobre él. El segundo problema es el de la ortografía. Bastante correcta, dada la época, y ello debido a que es un trabajo de escribanos: como es sabido, no era aún regla estricta y en textos escritos por los autores mismos —incluso grandes figuras como Montaigne—, cometían muchos y graves errores. Pero, desgraciadamente, en esto las únicas excepciones son los nombres de pueblos —puesto que los escribanos nada sabrían de los mismos—. Desde luego no he sido capaz de resolver una serie de enigmas. También la puntuación es a veces importante, ya que no es lo mismo un nombre geográfico al que sigue «en Cataluña», que si lo separamos poniendo en medio una coma. La mayor parte corresponde al Reino de Aragón. Y, a la Península italiana, principalmente Lombardía y, después los Estados Pontificios y la República de Florencia. Las referencias a Grecia, Egipto, etc., son sin duda librescas. En España hay tres series principales de nombres que considero interesantes. La primera se refiere a acueductos. Seis son romanos: Carmona, Segovia, Sádava, Monviedro (Sagunto) y Tarragona. A mi entender sólo debió estar en Sádava, por su situación y el que la obra era, y es, poco conocida. El resto procedería de referencias. Ya que, por ejemplo, se cita dos veces a Sevilla, pero deduciéndose fácilmente que nunca estuvo allí, a lo que volveré a referirme; lo que creo permite eliminar a Carmona. En cuanto al acueducto de Teruel, dice que es moderno; en efecto, lo construyó, entre 1552 y 1554, el arquitecto francés maese Pierre Bedel; éste si es posible, al menos, que lo viera. Sigue una lista de ríos en los que pueden flotarse almadías. Sobre todo, para dar una idea de su forma de tomar datos y razonarlos, la copio con un resumen, en cada caso, del comentario. Chucar (Júcar)

Ningún madero completo. Solo rajas de pino de 4 palmos de largo.

Tajo

Pobre de agua en sus principios. Maderas cortas y no todos los años.

Segre

No maderas gruesas de más de un palmo.

Guadalaviar y Cabriel

No pueden ser largas por las vueltas que dan.

Gállego

No traen muy largas ni menos muy gruesas y pocos maderos cuadrados.

El río de Pamplona (Arga)

Sólo rajas para quemar y hacer cubas.

Anca (?)

Maderos muy crecidos en largo y grueso.

Isavena

No gruesos ni largos.

Mijares

Ni grandes ni pequeñas por no tener cerca montes.

Las menciones, al menos para los ríos importantes se refieren, desde luego, a sus cabeceras. 56


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Sobre materiales de construcción hay, en el Libro 17, dieciocho referencias (más algunas repeticiones). Todas en Aragón excepto dos en la costa: Montjuich y el Maestrazgo de Montesa. De lo que dice sobre la desembocadura del Ebro, a mi entender importante, trataré más tarde. Otra serie de referencias aparecen por razones diversas. Estalactitas, una estatua romana cercana a Pamplona que no he identificado, un clavo de hierro dentro de una piedra (éste en Monzón). Hay bastantes otras. Ahora en la península italiana. Aunque cita lugares en Nápoles y Sicilia, no da pruebas de conocer estos territorios. Creí que podría ser una posible clave cronológica el que diga que acaeció «estos años pasados», un gran terremoto en Pozzuoli, pero éste tuvo lugar el 26 de septiembre de 1538. Es claro que en lo que hoy es Italia trabajó, sobre todo en Lombardía; extendiéndose con las menciones, aunque ya menos numerosas, a las repúblicas vecinas, Génova y Venecia. En territorio lombardo es de notar la abundancia de lugares o accidentes geográficos en, o cerca, de su frontera norte. Falta, en cambio, cosa relativamente extraña, Milán y como era de esperar al esfumarse Turriano, Cremona. En el centro de la península, la zona que conoció o de la que tuvo noticia, va desde Roma hasta cerca del Adriático. Hay bastantes referencias italianas a la calidad de las aguas y a las enfermedades que de ella pueden derivarse; por ejemplo, el bocio. Las clases de piedras aparecen entremezcladas con las españolas, como si el autor tuviera conocimiento directo de ambas. En algunos casos lo que dice es mínimo, en contraste con la importancia del lugar. Así Venecia sólo se cita por sus aljibes y Mantua, suponiendo —lo que no es cierto— que allí se inventaron los puentes de barcas. Es curioso que en aquellos momentos de supuesto orgullo nacional no haga mención de Toledo, de Madrid, de El Escorial... aunque no hubiera estado allí. Puede ser la explicación —y ello entonces habría que añadirlo a las otras pistas para la datación— que se escribió después de 1591, cuando Felipe II hizo ejecutar al Justicia mayor Juan de Lanuza y los fueros de Aragón quedaron en bien poco. Desde luego no insinúo que fuera anticastellano. Pero quizá olvidaba a Castilla; este intentar el olvido es característico de las épocas de represión.

V

LA DATACIÓN. Hoy con las nuevas investigaciones, principalmente sobre los trajes y la paleografía, que se resumen en la primera parte, el manuscrito puede datarse entre 1585 y 1610. Y con mayor probabilidad, entre 1590 y 1605.

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VI E L IDIOMA.

Me remito al apartado IX de la primera parte.

VII SUCESOS. Cuenta muy pocos. Si consideramos tales cuando, según él vio o no algo; a menudo ni esto es claro. Hay que recordar que analizamos un tratado de hidrotecnología. Pero, por otra parte, la exposición no era tan seca entonces como en nuestros días; en los que, por cierto, algunos autores dejan mención al menos de las obras en que han intervenido.

Doy como muestra dos párrafos de mínima importancia. Se gastaron centenares de ducados en abastecer a un pueblo y después el agua ni los animales la querían beber. Tuvo un amigo que cavó una trinchera e hizo un muro, pero el agua estaba más profunda y se le fue por abajo. Pero, para hacer todo aún más difícil hay un pasaje evidentemente personal y cuya segura interpretación yo, al menos, no he encontrado. Está en el Libro 19, en la parte que dedica a fortificación de puertos. «...porque sería cosa temeraria querer emprender cosas que traen consigo imposibilidad y hacerse contrario a la propia naturaleza que siempre procura de ir venciendo a su contrario, antes que ser vencida ni postrada. Vemos por el contrario hombres que sin tener cuenta con nada de esto sino impensadamente y ex abrupto ajenos de todo consejo emprenden obras tan importantes... así los tales quedan afrentados dejando mal nombre y su crédito abatido... Bien creo habré dicho algo pues no me faltaran ejemplos para probar mi intento y así me libraré de calumnias y habré correspondido a la reputación y honor de todos los artífices sin haber motejado a nadie... pues se sabe que hay algunos tan inconsiderados como aquel que quiso hacer un puente de naves que atravesase todo el mar. No me muerda ningún zoilo, aprenda el que se quisiese aprovechar y el docto alabe mi trabajo y buen celo. (De) que sea verdad todo lo dicho traeré ejemplos, ilustrarlos he con la verdad al ojo...».

Algunos folios después trata de la competencia entre profesionales: «...este ejercicio (de los puertos) era antiguamente de los arquitectos y hoy día de los que el vulgo llama ingenieros y por mejor decir de los que se hacen llamar ingenieros... pretendiendo que las cosas de la guerra y las fábricas de agua son una misma cosa, de lo cual veo ir engañados a muchos... en especial a los príncipes...».

A lo que sigue otra serie de duros juicios sobre los ingenieros, «como que defienden su ignorancia con un escudo de malicia, y a otros, simples maestros de obra a los que se encomiendan cosas importantes» —ya Frago cita alguno que no sabía leer— (toda esta parte merecería un cuidadoso análisis). Por fin viene ya la referencia concreta que podría interpretarse como origen (o uno de los orígenes) de la violenta diatriba. 58


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Siguiendo con la dificultad de fundar en el agua: «...máxime que entendí que estos años atrás mandaba su Magestad hacer un castillo dentro del mar debajo de Tortosa, de lo cual me admiré mucho que hubiese hombre tan temerario que se atreviese a hacer una semejante obra... Así que yo fui considerando como este castillo se pudiera hacer... vuelvo a decir que lo tengo por cosa muy dificultosa (pero posible)... Mas con gran dificultad y con muy gran peligro y excesivo gasto...»

Viene después su solución, muy inteligente, pero también encaminada a que sólo la pueda ejecutar un arquitecto. Primero un modelo de madera, pequeño y detallado, perfectamente a escala y que debe ser examinado —y en su caso modificado— por una serie de expertos. Sigue el estudio de las posibilidades de cimentación, profundidad a la que está el terreno y cuál es su calidad (esto último por medio de sondeos). Los Alfaques de Tortosa estaban fortificados desde antiguo, por la importancia estratégica para la defensa contra los corsarios. Pero Felipe II mejoró el conjunto. La historia de esto no creo sea bien conocida. Pero yo, basándome en planos y documentos de Simancas, he llegado a la conclusión de que intervinieron dos ingenieros: Juan Bautista Antonelli, muy gran figura, conocida sobre todo por su proyecto de hacer navegables los ríos de España, y Cristóbal (Garavelli) Antonelli, ingeniero militar. Ambos de la misma familia originaria de la Romaña y que todavía dio otros técnicos distinguidos al servicio de la Corona. Las torres eran en principio tres (en algún plano más) y desde luego debieron ser difíciles de cimentar. Los documentos que he visto, durante el poco tiempo que pude dedicar al asunto van de 1575 a 1581; pero parece que en este último año no estaban acabadas. Me he extendido porque considero esto muy importante. Aunque no es el único párrafo del mismo cariz. Así en el Libro 6: «...que veo que en las cosas que son de utilidad para sus reinos los reyes de hoy no paguen cien mil ducados y gastara(n) trescientos mil en una buena (unos bienes.) que no dura (n) una hora».

VIII INGENIERÍA.Voy a dedicar poco espacio a algo de lo que, tanto por mi profesión como por el contenido de mis otros trabajos históricos, puede suponerse sabría más; lo que el manuscrito indica sobre distintas técnicas.

Ello es muy es nuevo. Pero obras modernas en el siglo XVI

difícil. Ya dije al principio que, en cuanto a España, muchísimo aún analizándolo en conjunto habría que examinar todas las que tratan de la tecnología de la época. Más todo lo publicado e incluso en parte del siguiente y los manuscritos (aunque no 59


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queda ninguno tan importante como éste). Y como se echan en falta descripciones y documentos, visitar obras en pueblos de, por lo menos, dos países. Para mí es absolutamente clara la coexistencia de dos tradiciones distintas. Desde luego, entremezcladas. La primera española, o sea aragonesa-catalana. Claro ejemplo es la máxima importancia concedida a ruedas hidráulicas horizontales, las adecuadas para, en un país seco, aprovechar el agua al máximo. Las que funcionaban dentro de un cilindro vertical sólo se han encontrado en nuestro país. El cilindro se corresponde con la arubah, de origen oriental, que trajeron aquí los árabes. Dos magníficos y bien conservados ejemplares están en los molinos que derivaban su caudal de la presa Trujillo. Sus fechas son 1689 y 1690. Hasta hace pocos años había otro en la Casa de la Compañía de El Escorial, obra de Francisco de Mora, con probable intervención de Juan de Herrera. También es típico español el modo de tratar los riegos, para que nada se pierda de un líquido precioso. Escribe: «Digo cierto que si el agua se mercase como se mercan los demás licores, tengo por muy cierto que los hombres sabios pondrían en ello más cuidado». O la utilización del ladrillo por los moros. Pero aquello que tiene sólo razón en Italia y especialmente en su parte norte es también sobresaliente. Así el paso por debajo de lagos o brazos de mar. Y el transporte de barcas con cable: quién puede pensar en tal cosa para pobres ríos secos, o casi secos, en los estiajes, muy crecidos en invierno. Otra técnica que en mi opinión no es española y libresca casi siempre, a pesar de la referencia a Los Alfaques, es la portuaria. Procede lo que escribe o bien de textos clásicos o sobre los puertos italianos. Para evaluar lo que se sabía antes de la fecha probable del códice habría que consultar las obras de varios autores de los siglos XV y XVI. Una buena guía inicial es la obra de Bertrand Gille, Les ingénieurs

de la

Renaissance.

IX Voy a basarme para este apartado en la primera introducción general, pero también en nuestro libro «Un autor aragonés...», suprimiendo o, al menos, acortando lo que ya aparece antes. PERSONALIDAD.

No sólo yo he escrito que es la obra de un hombre del Renacimiento. Con esta palabra suele aludirse a la coexistencia de un nuevo pensamiento racional con la tradición greco-latina; y entonces ello es exacto. Pero no, en cambio, según la Historia general. En la última parte del siglo XVI y comienzo del XVII lo que se vivía en España era la Contrarreforma; aunque, bien es verdad, que no veo huella de tal cosa en el texto misterioso. La ambigüedad razón-tradición aparece, entre otros lugares, cuando se ocupa del ciclo hidrológico. Sin afirmarlo de modo absoluto se inclina a que el agua procede de la lluvia y hay más cuando ésta es abundante. Y no del mar 60


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(tras ser depurada), como enseñaban los teólogos, porque su sentido común le dictaba que no puede subir a los montes «...jamás la vemos ya de suyo para arriba». Esto puede parecer obvio, pero la hidrología cuantitativa tuvo su origen en el siglo XVII, con Perrault, Mariotte y Hally. El enfoque es ya totalmente racionalista sobre los zahoríes. Todavía hay gente —-y no inculta— que cree en ellos y salen bastantes libros de este asunto. Yo tengo uno ilustrado; la diferencia está en las fotos de ¿investigadores? soviéticos y norteamericanos es sólo que los primeros van más elegantemente vestidos. Pero él escribe «Aunque he estudiado que hay hombres que conocen esto muy particularmente y saben ir discerniendo sin cavar ni hacer ninguna experiencia... a mí nadie me lo hará creer que la vista del hombre pueda penetrar a ver las cosas que están debajo tierra, que yo veo que sólo una hoja de papel (lo) impide... cuanto más tanta cantidad de tierra que es materia densa y corpórea que está encima de estas tales aguas...».

Por cierto que los métodos de prospección que propone parecen bastante razonables. En cambio, como ejemplo de la mezcla de razón y fantasía: «Sacan en Aso de Troades la piedra sarcófago tiene sus vetas las cuales son muy fáciles de hendir y si en esta piedra se hace alguna sepultura y se pone dentro algún cuerpo muerto y se consume y se convierte en la misma piedra el cuerpo y vestidos excepto los dientes los cuales quedan de su misma materia...».

Menciona algunos juegos hidráulicos de jardín en los que intervienen damas; son inocentes y seguramente se usarían tanto en Italia como en España: aquí las restricciones se centraban en otras esferas, a pesar de lo que algunos han supuesto. Ya de más difícil interpretación es lo que se refiere a los baños. Empieza por escribir de los romanos haciendo alarde —como tantas v e c e s de sus conocimientos arquitectónicos. Pero pasa después a los de su tiempo, medicinales, y aquí las cosas se complican. En efecto: «...y en estos baños hay muchos modos de regalos así de cosa de comida como de mujeres... hay personas particulares que tienen cargo de lavar y de raer todas las partes del cuerpo con navajas...», etcétera. Esto, aunque no es mi especialidad, me parece suena más a italiano. Para terminar este apartado, diré que era muy buen ingeniero práctico. Podrían multiplicarse los ejemplos, pero daré sólo uno: conocía los peligros de fundar en yeso. También trabajó y bastante, a pie de obra. En el libro de azudes (que por cierto es texto extenso sobre esta materia y aún hoy mismo no hay muchos tan detallados) pone sobre el cimentar dentro del río: «...y es necesario ir mudando los trabajadores que sacan el agua porque ninguno puede durar al trabajo de todo el día, cuanto más el de la noche sólo considerar esto pone espanto y horror...» Pasó días y noches con ellos. Y por otra parte, y ello le hace a mi entender especialmente atractivo, fue un profesional honrado, preocupado tanto del coste como de la calidad de lo que hacía: 61


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«Los azudes deben ser hechos con un ánimo sincerísimo y que los tales cargos tienen de hacerlos... conviene que ellos no sean gente que tenga cuenta con el interés que si esto hay pocas veces harán lo que deben en lo de la obra, porque estas obras conviene hacerlas a ellas muy riquísimas de materia y de artificio...».

Hasta aquí copio, con las necesarias reformas, la primera introducción general. Paso ahora, como indiqué, a inspirarme en «Un autor aragonés...». Para mí era un autodidacta. Su poderosa inteligencia le hizo asimilar extensos conocimientos, pero especialmente sobre aquello que aprendió por su experiencia profesional o a lo que era aficionado. Y es curioso el que coexistan análisis profundos, parte de ellos seguramente originales, con errores de bulto, que creo a veces proceden de simple ignorancia, pero otras del deseo de figurar, de hacer ver que era un sabio. Doy dos ejemplos. En el libro sobre azudes, incluye al final entre sus presas de bóvedas múltiples algunas que nadie construiría y yo he llamado estructuras «arquitectónicas». Y el sistema de elevar agua por la ladera de un río (Libro Doce, fol. 345 v, 346 r. y 346 v.) no puede funcionar. Considero imposible que el autor fuera un universitario ni que el códice permita suponer un estudio sistemático de las humanidades, a pesar de los autores clásicos que cita. Ya he dado antes algunas razones. Y, por otra parte, a este ingeniero, que escribe un texto científico de alto valor, puede excusársele el que flaquee a veces en lo referente a la hidráulica teórica, ya que ésta tuvo su principal desarrollo algo más tarde, pero no si hubiera frecuentado una sola Universidad, su muy pobre conocimiento de las matemáticas, incluso en cuestiones bastante elementales o conectadas con la nivelación, tan importante para la materia que trata. Esto ha sido puesto de manifiesto por Nordon, aunque en algún caso aislado el error puede ser en parte debido a la confusión idiomàtica; esto tampoco cuadra con la condición de universitario. Tengo que confesar que en mi perfil del personaje, tal como aparece en el libro que escribí con Frago, había algo que no encajaba del todo: y era porqué este hombre había vivido en algunos de los estados que hoy constituyen Italia y aprendido su idioma. Pero en 1990 y en un comentario publicado en la Revista de Obras Públicas ya decía haber encontrado la solución, lo que ahora amplío. La Fundación Juanelo Turriano encargó al profesor Severino Pallaruelo un libro sobre los constructores aragoneses de la época, aún inédito. En él aparecen los nombres de cerca de cuatrocientos y, de parte de ellos, sus obras; aunque todavía no hemos podido conectar a ninguno con el manuscrito. Sí, en cambio, descubre que un número relativamente elevado, trabajó parte de su vida en Italia. Si se aceptan hasta aquí mis conclusiones, creo queda en pie un problema importante: cuándo este constructor tuvo tiempo de instruirse, sumando a su experiencia la lectura. Y, además, porqué y para quién escribió el códice; pues ya sabemos que las portadas y sus dedicatorias son posteriores y contienen afirmaciones erróneas. Quizá pudo hacer compatible su trabajo con el estudio. O logró una fortuna suficiente —por ahorro o herencia— para dedicar su tiempo primero a leer y después a redactar el tratado, que le pudo ser encargado


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por algún noble aragonés, aunque hay otras explicaciones posibles. Lo descubriremos cuando conozcamos su nombre.

La hipótesis Turriano I Primero resumo su vida, hoy ya bastante bien conocida, tengo que decir que en parte por mí, aunque no todo está publicado. No es esto vanidad pues, al tratarse de un personaje importante pero secundario, y conociendo mi gran interés por él me han facilitado documentación, que completa la que yo ya poseía, diversos investigadores españoles y extranjeros. Los datos que siguen los he ampliado en un libro y si algunos, principalmente referentes a su labor como ingeniero, no aparecen allí, aseguro que están documentados.

II Juanelo Turriano nació en un pueblo cercano a Cremona, ciudad lombarda, hacia 1511. Primero aprendió astronomía. Pero también el oficio de relojero y a fabricar instrumentos científicos, relacionados especialmente con la cosmografía. Al mismo tiempo —y esta dualidad persistirá durante toda su vida— trabajó como técnico; era lo que hoy llamaríamos un ingeniero mecánico o hidráulico. Aunque no existiendo entonces la actual especialización, tenía que conocer otras muchas cosas: quizá la principal, la arquitectura. Tuvo otras actividades distintas; lo que todavía ocurre ahora, a veces, pero era mucho más corriente en el Renacimiento. Indico a continuación sólo los más importantes de sus trabajos. Ferrante Gonzaga, gobernador del Milanesado, le encargó un reloj planetario —años después haría otro— para regalárselo a Carlos V. No es este lugar para entrar en detalles; pero tal instrumento, al estar basado en el Universo de Ptolomeo entonces vigente, era complicadísimo y su autor había de tener mucha ciencia y otras cualidades, para que funcionara con bastante aproximación. El instrumento le hizo mundialmente famoso, pues superaba al astrario de Dondi, considerado como la obra maestra de la ciencia y la técnica medieval. Desde 1554 a 1556 estuvo en el séquito del emperador en Bruselas; y, hasta la muerte de éste, le acompañó en Yuste. Es allí donde se le empiezan a atribuir autómatas. A la muerte de Carlos V pasó al servicio de su hijo. Y ya en 1562 trabajaba como relojero en el Alcázar de Madrid. 63


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Su vida cambió de modo radical en 1565 y, de modo desastroso. Porque contrató, personalmente y sin tener dinero, con la ciudad de Toledo la construcción de un ingenio capaz de elevar el agua del Tajo al Alcázar. Obra extraordinaria, que le dio tanta fama como los planetarios, pero también le sumió en la miseria. Sus ingenios se movían por máquinas que él había en parte inventado y en parte modificado, mientras residió en Toledo, donde murió en 1585. Como ingeniero civil no destacó tanto. El rey le encargó algunos trabajos que hoy corresponderían a un «ingeniero consultor para obras hidráulicas». Habló siempre muy mal en castellano a pesar de los muchos años que pasó aquí: se expresaba en italiano. No se ha encontrado un solo plano o dibujo que pueda atribuírsele. Para el primer ingenio de Toledo utilizó un modelo «en pequeñita forma». De un pasaje oscuro de Ambrosio de Morales se deduce que, para calcular el rendimiento de la máquina, utilizaba papeles con series aritméticas; no, por tanto, fórmulas o ecuaciones, aunque fuesen sencillas. Fue, por lo menos desde su llegada a la Corte Imperial de Bruselas, un funcionario. Eran éstos muy pocos, al menos en comparación con los usos actuales; del orden de dos mil en Castilla, y bien organizados. Tanto es así, que Felipe II, al renovar el contrato que tenía con su padre, le obligó a residir en la Corte, y tenía que pedir permiso para cualquier desplazamiento. Alguno pensará que estos mandatos no se cumplían o eran simples cláusulas de estilo; pero hay pruebas de que no fue así. Puede por tanto establecerse, sin más excepción que viajes cortos, algunos seguramente a El Escorial y Aranjuez y estancias con la Corte en Valladolid y Toledo, dónde y cuándo vivió en España; o sea la parte de su vida en que se supone escribió el manuscrito. Los documentos que le conciernen especialmente durante sus largos años toledanos, no son sólo suficientes sino muy abundantes.

III Voy a rebatir la hipótesis de la autoría de Turriano en base a lo anteriormente resumido, pero dejando antes algo bien sentado. Creo que mi trabajo no puede calificarse de dogmático. Pero en lo referente a Juanelo mi opinión es absolutamente firme y segura. Aunque creo que no debo extenderme demasiado, ya que ello podría afectar al relativo equilibrio de esta introducción. Empiezo por los relojes. El que escribió el códice, que justifica esta indicación, no pudo haber proyectado y fabricado instrumentos que fueron considerados como sublimes. Ya que el autor no hace otra alusión al reloj mecánico que como fuente de energía para un disparatado —-y ni siquiera original— molino. Y hay aún que decir que, si no fuera por esto, habría que llegar a la conclusión de que ni siquiera conocía su existencia. En efecto, para medir el tiempo sólo cita las clepsidras y, además de hacer un comentario tan infantil como

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que éstas sirven tanto de día como de noche, se ve que ignora algo que ya los antiguos egipcios sabían; que tienen que ser troncocónicas para poder graduar en intervalos iguales la regla indicadora de las horas. Paso a la relación que sus famosos sistemas de elevación puedan tener con el texto. La única solución que da a un problema relativamente parecido al de Toledo está en el Libro 13, fol. 345. Quien sólo con sentido común y unos mínimos conocimientos técnicos mire la figura se dará cuenta inmediatamente de que esta serie de norias nunca podrían hacer subir del río una sola gota de agua. El fallo proviene de su deseo, visible también en otros pasajes, de impresionar al lector con una obra importante. En este caso resulta especialmente extraño, pues en el Libro 11 las ruedas hidráulicas tienen un lugar muy destacado y aparecen por primera vez conceptos que han sido considerados por algunos como precursores de los de las modernas turbinas. La importantísima suma de conocimientos sobre arquitectura hidráulica y sobre otras materias que contiene el códice son, en cambio, quizá superiores a las que debió tener Turriano. Aunque a esto, desde luego, se puede objetar que se desconocen todos los saberes técnicos que acumulaba su mente y que su biblioteca y archivo han desaparecido; diré pues, sólo, que parece improbable. El atribuirse un texto castellano de tales características es absolutamente imposible; ya he dicho su poco conocimiento de este idioma, y no hay que decir ¡el de los dialectos aragoneses! Añadiré que, en mi opinión, el desobedecer durante años la orden del rey de escribir un tratado sobre los relojes planetarios, para que no siguiera siendo el único capaz de hacerlos funcionar, procedía de esta dificultad idiomàtica. Y el texto de relojería que se encontró a su muerte y se perdió, estaba con toda probabilidad, en italiano. En cuanto a los lugares citados, los de Italia donde hay menos datos sobre sus viajes, lo que de él se sabe no parece corresponder al conocimiento de tantos lugares como hace figurar en la frontera norte de Lombardia y en el centro de la península. Venía de una familia muy pobre y, como maestro relojero, sólo llegó a abrir un taller en Milán; de ingeniero que no ocupó entonces ninguna posición importante ni parece que le encargaran misiones que le obligaran a viajar. En España la cosa está totalmente clara. Ninguno de los sitios en que se sabe vivió o donde hay la más mínima probabilidad de que lo hiciera, aparece citado. El único es Madrid, mencionado al tratar de materiales, pero atribuyéndole lo siguiente: «piedra oscura, ligera cómoda para labrar y resistente; atrae toda la humedad de la calcina. Cuando la quieren labrar la mojan». Se trata, por tanto, de un pueblo que no he identificado pero en terreno volcánico. Lo mismo puede decirse de Toledo, que no aparece y en donde, en su desesperada situación, se supone tuvo tiempo y humor para escribir tan largo manuscrito. El conocimiento de extensas zonas de Aragón y Cataluña es incompatible con su ya indicada labor de funcionario. Creo que estas son unas cuantas razones importantes. Pero, desde luego, podría citar otras muchas. 65


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En cambio no es de extrañar que apareciera su nombre en las portadas; porque el hombre se convirtió en un mito. Ya he escrito sobre esto, y después he encontrado dos nuevas atribuciones erróneas. La primera, un manuscrito conservado en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, que yo cité ¡como su primera obra! y estuve a punto de publicarlo equivocadamente. La segunda es otro manuscrito, quizá la primera traducción española de Heron de Alejandría. Estaba, hace muy pocos años, en el comercio de Londres, pero desconozco su paradero actual.

El supuesto de una colaboración de Giovanni Francesco Sitoni En mi primera introducción general, afirmé que el autor tenía un amigo italiano que le proporcionó datos sobre las diferencias que las obras hidráulicas tenían en su país, en relación con las españolas. Y que este fue, muy probablemente, Giovanni Francesco Sitoni. Por lo que incluí un primer resumen de su vida y obra. Después escribí un artículo en inglés sobre este personaje y en él, esta opinión se modera. Ya en el texto al que primero me he referido, había considerado que podía ser posible una atribución distinta, y en el artículo, que una relectura del códice en italiano había aumentado mis dudas. En consecuencia, que solamente debía mantenerse la hipótesis de que Sitoni, entre otros, podría haber tomado alguna parte en la preparación de «Los veintiún libros...». Aún así, reproduje en los índices de ambos manuscritos, pero sólo porque, aunque no estuvieran relacionados, eran los más antiguos hasta hoy conocidos, que tratan exclusivamente de obras hidráulicas. Y al haber sido yo el primero que los publicaba, desde luego me satisfacía. Pero seguí ocupándome de este personaje. Copio de Un autor aragonés para los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, obra escrita en colaboración con el profesor Frago, dos párrafos. «La supuesta ayuda del italiano (Sitoni) me parece ahora que tuvo su origen en mi entusiasmo por el descubrimiento y primer análisis de su manuscrito; pero había algunas otras razones, como su intervención en trabajos relacionados con la Acequia Imperial y los riegos de Lérida, que permiten suponer conoció a ingenieros aragoneses. En cualquier caso dejé de creer en ello en 1984 y, desde entonces, nada se ha descubierto en apoyo de aquella antigua opinión mía».

Y refiriéndome a un propuesto autor, del que me ocuparé después: «Hay que decir que el primero que dejó constancia escrita contraria a esta autoría, fue Marcel Nordon. Ya he citado su análisis de los errores matemáticos. Diré ahora que antes le sirvieron para demostrar que Sitoni no pudo ser coautor. Lo que yo, por cierto, nunca había supuesto: pero al menos hice constar que abandoné la hipótesis de que él interviniera en nada referente al códice».

Repito, por tanto, que no existe la menor prueba documental y, por otra parte, las críticas interna y externa refutan el que exista relación alguna entre los autores de ambos manuscritos. 66


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Pero he seguido ocupándome de él. En 1990, la Fundación Juanelo Turriano publicó un libro titulado Giovanni Francesco Sitoni, Ingeniero renacentista al servicio de la Corona de España. Comprende el códice en italiano y su traducción al español. Una introducción mía, que estudia su vida y obra. Y el análisis del manuscrito por Alexander G. Keller. Y aún hay más, a pesar de la tardía fecha últimamente citada, el gran —quizá el mejor— especialista en Leonardo da Vinci, Augusto Marinoni, ha encontrado que Sitoni tenía una importante biblioteca con, al menos, opúsculos matemáticos y seguramente libros. Y la historiadora norteamericana Catherine Zerner un largo documento de su etapa de trabajo en España, que he tenido la suerte de que confirme lo que yo indicaba en el libro. Por cierto que ambas nuevas informaciones proceden de la Biblioteca Nacional de París, donde a mí no se me ocurrió buscar; quizá parte de lo que se llevaron las tropas napoleónicas.

La hipótesis Pedro Juan de Lastanosa Nicolás García Tapia, basándose en una investigación sobre doscientos ingenieros y científicos del siglo XVI, españoles o no, que trabajaron o se relacionaron con España, muchos de ellos desconocidos hasta el presente, concluyó que ninguno de los personajes estudiados reunía las condiciones requeridas por una razón o por otra, para ser el autor de «Los Veintiún Libros de los Ingenios y de las Máquinas»; Pedro Juan de Lastanosa era el único que no presentaba inconvenientes de ningún tipo para ser el autor, teniendo además todas las características favorables. En otro lugar dice que la autoría de Lastanosa «es un hecho científico demostrado y no sujeto, por tanto, a opiniones personales». Creyó poder demostrar que el autor del códice era Pedro Juan de Lastanosa, sin más pruebas documentales que se refieran a él que las arriba citadas. Ninguno de los personajes estudiados reunía las condiciones requeridas, por una razón o por otra, para ser el autor de «Los Veintiún Libros...», pero Juan de Lastanosa era el único que no presentaba inconvenientes de ningún tipo para ser el autor, teniendo además todas las características favorables. Se puede dudar razonablemente de esta afirmación, pese a su pretendida certeza científica. Pedro Juan de Lastanosa, que nació a principios del siglo XVI y murió en 1576, pertenecía a una de las familias más nobles de Aragón. Estudió en varias universidades españolas y extranjeras (estas últimas en Francia y Flandes), conocía varios idiomas, entre ellos el latín y tenía una muy importante biblioteca con libros en este idioma, pero además en griego, hebreo, francés e italiano. Tradujo del latín un libro de Oroncio Fineo. También escribió alguna obra menor, que dejó inédita. Trabajó para Felipe II, al parecer, como machinario, denominación poco corriente y que no aparece en el diccionario enciclopédico de Covarrubias (1611). Pero no se conoce ninguna obra ni máquina que pudiera atribuírsele. 67


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La refutación de la autoría de Lastanosa la hice en la segunda parte de mi citado libro Un autor aragonés.... En cuanto a la opinión de García Tapia, expresada en varias publicaciones, no tiene en cuenta todas las condiciones que debe cumplir el personaje y que aparecen, todavía ampliados en esta introducción general: datación, trajes, idioma, estilo, etc. Sus argumentos se resumen en un libro titulado Pedro Juan de Lastanosa el autor aragonés de los veintiún libros de los ingenios, que lleva fecha de 1990, pero que fue presentado en 1991. Pero, este volumen también dará lugar a algo francamente curioso y extraño. A partir de 1989, se han publicado en la Revista de Obras Públicas, varias monografías sobre el asunto y, después, comentarios de varios historiadores y respuesta del autor: muy buena costumbre de esta publicación y, además, no corriente en España. Las pongo a continuación: 1.

Á N G E L D E L C A M P O . DOS investigadores en busca de un autor: El PseudoJuanelo Turriano de José A. García-Diego. Comentarios por José A. García-Diego, Julio Porres, Carmen Bernis, José A. Fernández Ordóñez y Nicolás García Tapia y respuesta del autor. 1989, pp. 189-206 y 1990, pp. 39-60.

2.

NICOLÁS

3.

J O S É A. F E R N Á N D E Z O R D Ó Ñ E Z y D A V I D F E R N Á N D E Z - O R D Ó Ñ E Z . ¿Un plumífero plagiario? Comentario por Ángel del Campo, José A. García-Diego, Julio Porres y Severino Palíamelo. Contestación de los autores. 1991, pp. 19-32 y 43-53.

G A R C Í A T A P I A . En defensa de Lastanosa. (Se trata de una segunda publicación del comentario del apartado anterior). Comentarios por Ángel del Campo, José A. García-Diego y Carmen Bernis. 1990, pp. 27-33, 37-39 y 41.

Dado supuesto como ya he indicado que el libro antes citado lleva fecha de 1990 y se presentó en 1991, aunque en la bibliografía del primer comentario de García Tapia viene con la fecha de 1989, no fue posible que contestara a los argumentos de los diversos especialistas de gran categoría, excepto yo, que escribieron en la Revista de Obras Públicas y se citan en el Prefacio. Todos ellos niegan la autoría que él propone. Puesto que lo que escribo es sólo una introducción general, no parece adecuado dar un largo resumen de esta controversia. Pero, al menos, voy a poner un ejemplo. En un libro inglés que se refiere a la ciencia y a la técnica en tiempos de Felipe II, encontré en nota la referencia a una carta de Lastanosa, dirigida a un corresponsal innominado y fechada el 3 de enero de 1568. Está en Londres, en la Biblioteca Británica y la copio a continuación.

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José Antonio García-Diego

«Lastanosa 13 enero yerro de longitud Señor En el libro de las longitudes de Santacruz, donde piensa poder dar la longitud por la distancia de la luna al grado ascendente para verificar su regla trae por exemplo las distancias que hay de Genova hasta México pore (l) levante, y dize que la halla de catorze horas y media que son 217 gra. 30 m y esta cueta por el poniente de Genova a México restañan nueve horas y media, a lo(s) 142 gra. 39 m que faltan paral cumplimiento de todo el circulo. Y quitando 22 gra. 38 m que Genova diffiere de Sevilla, resta que conforme a la cueta de Sanctracruz Sevilla distaría de México 119 gra. 52 m que son casi ocho horas. Lo qual no solamente es falso y de falsos principios deduzido, pero ahora esta distancia excede en mas de quinze grados a la cueta mas generosa que hastaqui vu(l)garmente seha rescebido: y a la cueta de algunos, que dizen haver hecho por eclipse observación mas sabia que los pilotos (que porla mayor parte se alargan en sus viages) excede casi en dos horas: poniendo a México casi 30 grados mas al poniente délo que algunos dizen questa. Y espero que conel tiempo se aberiguara que México no dista de Sevilla mas de seys hasta seys horas y media. Este error seria en notable perjuyzio de la justicia de su magd en la demarcación de las Molucas. Y por haver en Sanctacruz cosmographo mayor de su mag1, y son conoscido en muchos años que ha estado este exercicio di este libro ansi paresciese, podría dar que hablar con los portugueses. Guarde mi señor la (ilegible) y muy reberenda persona de v.m. En Madrid XIII de enero 1568 Besa las manos de v.m. Su servidor Pedro Juan de Lastanosa»

Este documento, dirigido seguramente a un personaje de alta categoría, demuestra los grandes conocimientos de Lastanosa, tanto de astronomía, como de geografía y su intervención en un asunto político de gran entidad, los derechos controvertidos de las Molucas, que hoy forman parte de Indonesia. Y ahora pasemos a «Los veintiún libros...». En ellos puede leerse: «Tengo entendido que Sevilla tiene un río muy grande que le llaman Guadalquivir» (f. 321 v., p. 361). Esta frase, si el códice fuera inglés, sería: «tengo entendido que Londres tiene un río muy grande que le llaman Támesis». A mí, al menos, me parece imposible que ambos textos sean de la misma mano. Por otra parte, los Fernández Ordóñez, padre e hijo, el primero de los cuales como dije, es catedrático de Historia y Estética de la Ingeniería en la Escuela de Caminos, Canales y Puertos, de Madrid, se refieren al texto del libro de García Tapia, criticándole «por su débil cimentación científica en el desarrollo de sus investigaciones y de sus conclusiones», y los otros especialistas llegan a las mismas conclusiones. Termino este apartado con una cita de Einstein: «¡Qué triste época es esta, en que es más difícil romper un prejuicio que un átomo!»

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CUARTA P A R T E

Un epílogo para hoy Y aquí empieza la historia de cómo el Códice pudo convertirse en libro gracias a mi intervención; la dejo para un después que tampoco acaba hoy. Y constituye la Cuarta Parte de esta introducción.

I Voy a referirme ahora a mi intervención personal. En 1969 logré que mi pequeña Compañía de ingeniería, cuyo nombre era Onuba —que subsiste inactiva—, obtuviera el encargo de colaborar con la Confederación Hidrográfica del Tajo —Organismo del Estado— en la redacción de un estudio inicial titulado «Conservación de los niveles del Tajo en Toledo»; se terminó en 1970. Aprobado, como esquema general, dió origen a dos proyectos, uno de los cuales, como subtítulo del anterior, llevaba el de: «Edificios históricos y artísticos». Lo finalizamos en 1972; casi todos los monumentos recogidos en él estaban relacionados con la historia de la tecnología. La parte principal consistía en la reconstrucción parcial, a escala natural, de uno de los dos ingenios de Turriano, que elevaba el agua desde el río Tajo a lo más alto de Toledo constituyendo una de las obras máximas de la ingeniería del Renacimiento. Aunque la combinación de mecanismos era muy notable, lo más insólito eran las dimensiones del conjunto. El agua debía salvar desde el río un desnivel de 90 metros, con un recorrido del orden de 300, adaptándose a un terreno agreste y difícil. Nada parecido se había hecho hasta entonces en el mundo, puesto que, anteriormente a estos ingenios, el abastecimiento de mayor altura construido era el de Augsburgo: una torre de menos de cuarenta metros con siete pisos que, según la descripción de Cardan, utilizaba tornillos de Arquímedes. Trabajé en este proyecto con gran esfuerzo y entusiasmo; (no mucho antes había comenzado mi dedicación, todavía parcial, a los estudios históricos). 71


Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

Y quiero dejar ahora constancia de que las pérdidas —relativamente importantes— que se produjeron fueron aprobadas por todos mis accionistas, al tener yo sólo una participación minoritaria en el capital. Consecuencia de ello fue conocer a Ladislao Reti, e iniciar, como ya he dicho, una profunda y afectuosa amistad. Muchísimas veces hablamos no sólo de los ingenios hidráulicos, sino del códice que, entonces, se suponía que era del mismo Turriano. No sólo en Madrid, también en Toledo y en su casa de Monza, que era parte de un antiguo palacio, en un parque, con una gran biblioteca y magníficamente decorada. También departimos durante el Congreso Internacional de Historia de las Ciencias en Moscú y Leningrado, así como viajando desde Milán a Venecia atravesando después Yugoeslavia y Hungría. Yo pude trabajar más metódicamente a partir de 1973, cuando dispuse ejemplar mecanografiado. Completé mi labor buscando documentación en chivos, dentro y fuera de España y visitando varios de los pueblos citados el texto. Este estudio me ocupó también parte de dos estancias en Italia, 1981 y 1982.

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Creo haber sido el primero en consultar el Archivo Reti que, a su muerte en 1973, pasó a la National Gallery de Washington, D.C. Pero aunque no pude dedicar a él más que muy pocas horas, mi impresión fue que la documentación importantísima referente a Leonardo, lo era mucho menos para lo que ahora nos ocupa. Quiero, antes de terminar, contar el triste final de mis trabajos para la reconstrucción del ingenio toledano. El ministro de Obras Públicas se negó en 1973 a que la obra se llevara a efecto por razones que desconozco. Terminó la dictadura y vino la democracia. El proyecto se reformó, mejorándolo incluso y el nuevo ministro llegó a aprobar el gasto, pero los concejales de Toledo —elegidos por el pueblo— fueron los que se negaron a aceptarlo. Numerosas opiniones manifestaron que hubiera sido esa la obra de reconstrucción tecnológica más importante del mundo. Pero yo, después de esto, perdido el ánimo, me consideré definitivamente derrotado: no creo que se reconstruya nunca, al menos yo no espero verlo. Narré las características del ingenio y estos incidentes, en una monografía basada en una comunicación, que quedó inédita, en el Congreso Internacional de Historia de las Ciencias, que tuvo lugar en Berkeley, California, el año 1985. Por cierto que la leyó Alex Keller, en mi nombre, y después, en la discusión, por primera vez, vi fraternalmente unidos a americanos y soviéticos, preguntándose cómo los que aquí gobiernan o han gobernado, pueden hacer cosas tan extrañas, por no calificarlas de otra manera. Creo que contesté que se trataba de dos casos aislados pero que, desgraciadamente, yo sufrí sus consecuencias.

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FUNDACIÓN JUANELO TURRIANO


José Antonio García-Diego

II Paso ya a la edición española. Intenté, sin éxito, que publicaran el códice algunas editoriales comerciales. Pero me informaron que, su extensión y tema no permitía, en español (desde luego sí en inglés), tirar un mínimo de ejemplares que hicieran rentable la operación. Probé algunas Fundaciones, pero tenían ya hechos sus planes y tampoco logré nada: aunque es verdad que Dios no me llamó para el oficio de promotor. Y entonces, recurrí al Colegio de Ingenieros de Caminos. En esta Corporación se agrupa a todos los ingenieros civiles de España y es ésta mi profesión. Era entonces su presidente José Antonio Fernández Ordóñez. Su cátedra en nuestra Escuela de Madrid, aunque con nombre cambiado, es la que tuvo mi padre y que constituyó el eje de su vida. Y creo que su autorizada opinión influyó en que se aprobara la reconstrucción de que he hablado, en Toledo. Hubo demora por la magnitud de la empresa. La presentación del libro tuvo lugar el 24 de marzo de 1983, en la sala de actos del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, completamente llena. Intervinimos su Presidente, tres invitados y yo. En primer lugar, como es lógico, Alex G. Keller. Y después a los que yo considero como los dos más grandes historiadores españoles de la ciencias y de las técnicas: el profesor Juan Vernet, de la Universidad de Barcelona y el profesor José María López Piñero, de la Universidad de Valencia. Creo que merece la pena que quede constancia, aunque sólo sea un corto trozo, de lo que hablaron cada uno de los tres invitados. En primer lugar Alex Keller: «...el libro es más una enciclopedia de la ingeniería civil que de la mecánica; como ha notado García-Diego, una Architecture Hidraulique, o quizás una Hydrotechnia, por analogía con la Pirothechnia, descripción de todas las artes y oficios que utilizan el fuego. El agua es el tema de Los veintiún libros... El agua ha sido siempre esencial para la vida humana, la de las plantas, la de los animales; y por ello para toda la agricultura. En la Edad Media y en el Renacimiento, el agua era aún más que eso, la fuente principal de energía para la industria; y la ruta más importante de transporte, por los ríos y canales navegables, no sólo por el mar. En la mayor parte de Europa el agua movía los molinos que abatanaban los paños, trituraban materias primas para los tintes, bruñían armaduras (todas estas máquinas están en el manuscrito). Era necesaria también en todos los procesos de refino: se muestran en él los destinados a la producción de azúcar, almidón, salitre (para pólvora). Encontramos en el códice las primeras descripciones detalladas de las innovaciones entonces probablemente muy recientes, en el transporte por agua o sobre el agua: esclusas para los canales, dragas portuarias, transbordo con cables y también las técnicas de riego y saneamiento de marismas, tales como se practicaban en el norte de Italia y el este de España».

Luego, Juan Vernet: «Es decir: que si Los veintiún libros... van a dar origen a numerosos trabajos, por otra parte de los estudios ya realizados y aún inéditos, me refiero como puede

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Reflexiones sobre los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas

suponerse, a tesis de doctorado, en el campo de las humanidades, de la jurisprudencia, de la legislación, etc., que hacen referencia a los canales que abastecieron las tierras de regadío de Lérida, Huesca y Zaragoza durante los siglos XV, XVI y XVII probablemente permitirán, indirectamente, sustituir la autoría interina del manuscrito por la definitiva. Un ingeniero que construyó la cantidad de obras públicas que apunta el señor García-Diego no puede haber quedado en el anonimato».

Y por último, José María López Piñero: «Me parece indiscutible lo que García-Diego afirma al principio de su introducción: la publicación de este manuscrito será un acontecimiento mundial. Como primera arquitectura hidráulica, lo sitúa con toda razón junto a la Pirotechnia, de Biringuzzio, y De r e metallica, de Agrícola, anotando muy bellamente que, junto al fuego que representaría el primero y la tierra el segundo, este manuscrito añade el tercero de los cuatro elementos clásicos. Por lo tanto, un texto español de una forma u otra, figura al lado de otro italiano y otro alemán, entre las obras estelares de la primera tecnología moderna... Quiero subrayar que no se trata de un hecho aislado, porque la investigación histórica rigurosa está poniendo de relieve la posición central de aportaciones españolas en la ciencia y la técnica del siglo XVI. Sin excluir algunos aspectos puramente teóricos, como la filosofía natural, la geografía y la historia natural, resulta patente que las numerosas e importantes contribuciones españolas de esta centuria corresponden a campos de carácter práctico y mercantil, la técnica militar, el beneficio de minerales, la destilación y el ensayo, la agricultura, la veterinaria, la cirugía y la terapéutica farmacológica».

Todos los discursos y algunas figuras se publicaron en una edición no venal.

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