Betancourt AgustÍn de
Auto histórico sobre Castizos e Ilustrados
en un acto
en un acto
Madrid, 2024
Ingeniero humanista es la descripción más utilizada, y más precisa, de Ignacio González Tascón. Doctor ingeniero de caminos, canales y puertos, su obra Fábricas hidráulicas españolas, de 1987, fue la primera de una larga y variada serie de actividades dedicadas a la investigación y difusión de la historia de la ingeniería, realizadas desde instituciones como el Centro de Estudios de Obras Públicas y Urbanismo (CEHOPU), la Fundación Juanelo Turriano o la Cátedra de Estética de la Ingeniería en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Granada. Trabajo materializado en libros, exposiciones, viajes de estudios, conferencias, clases y cursos, buscando ilustrar a las más amplias audiencias, pero también despertar el interés y la vocación de sus alumnos y colaboradores, a los que siempre trató con celo y generosidad.
En la breve obra teatral que aquí presentamos, escrita para ser interpretada por sus alumnos de Granada, se conjugan dos de los rasgos más señalados del trabajo de Ignacio González Tascón. Por un lado, el tema de la obra, cuyo protagonista es el insigne ingeniero canario Agustín de Betancourt, sobre quien CEHOPU realizó una gran exposición en 1996, comisariada por el propio Ignacio. Por otro lado, el afán por inculcar en sus alumnos, superando la mera obligación académica, el entusiasmo por la historia, sus personajes y sus obras.
En este año de 2024, cuando se cumple el bicentenario de la muerte de Agustín de Betancourt, resulta especialmente oportuna la edición de esta obra, mediante la que Ignacio González Tascón rindió homenaje a la memoria del ingeniero canario.
Personajes por orden de intervención
1. Godoy
2. Betancourt
3. Bauzá
4. Ana Jourdain
5. Alejandro I
6. Napoleón
7. De Wolant
8. Bazaine
9. Duque de Wurtemberg
(El escenario está en penumbra. En la parte delantera hay nueve perchas, cada una de las cuales porta una chaqueta diferente. Al pie de cada percha, figura el nombre de cada uno de los nueve actores que intervendrán en la obra. Los actores se encuentran sentados entre el público y suben al escenario cuando participan en la obra. Una vez en ella, permanecen todo el tiempo en el escenario, como estatuas inmóviles, o ayudando a cambiar los decorados que se precisen.)
GODOY.— (Sube al escenario y se coloca lentamente su chaqueta, su sable y abre un cofre lleno de medallas con aspecto de chatarra. Poco a poco, va llenando su casaca de condecoraciones hasta que no cabe ninguna más. Después se coloca un fajín de color estridente y, mientras, va diciendo.)
¡¿Dónde diablos estará mi condecoración de Caballero de la Orden de San Pancracio?!, ¡con el aprecio que la tengo y no la encuentro! ¡Con este lío de medallas que tengo! ¡Pero todas ellas bien merecidas por mis servicios a la Patria! ¡¿Qué haría Su Majestad, de carácter débil y apocado sin mí?! Bueno, ya está. (Mirándose a un espejo grande.) He tardado lo mío, pero presento un aspecto imponente, como corresponde al Príncipe de la Paz.
Ahora se va a enterar el inspector general de Caminos y Canales de lo que pasa cuando no se me obedece ciegamente. ¡Que pase el inspector general Agustín de Betancourt!
(Godoy mira entre el público tratando de encontrarlo. Se baja del escenario y lo busca sin éxito. Lentamente, sube de nuevo. Mientras, una persona, salida de entre el público, sube por el extremo opuesto al escenario y se
pone una chaqueta más sencilla, que recuerda vagamente a un uniforme militar. Se la coloca, dejando el cartel que indica quién es el personaje en algún lugar visible. Cuando termina de vestirse, hace una ligera reverencia a Godoy y dice:)
BETANCOURT.— Excelencia, estoy a vuestras órdenes.
GODOY.— Pues francamente, no lo parece. Me da la impresión de que habéis olvidado que los tiempos en que servíais a Floridablanca ya han pasado. En toda la Corte se dice que por entonces acababais haciendo siempre vuestra voluntad y que le teníais completamente dominado.
BETANCOURT.— Excelencia, Floridablanca era un ministro competente y dispuesto siempre a escuchar. Gracias a su celo, me fue posible reunir en París a un grupo de científicos de gran valía y formar las colecciones del Real Gabinete de Máquinas, el primer centro de investigación y estudio en España en el campo de la ingeniería.
Hoy lo dirige Juan López de Peñalver. Es un notable matemático, un economista competente y un hombre de gran cultura. Pero es sobre todo un gran ingeniero y una excelente persona. Me gustaría que lo conocierais.
GODOY.— Bueno, bueno, ya veremos. No creo que tenga tiempo para esas cosas.
BETANCOURT.— Excelencia, lo que llamáis «esas cosas» vertebran nuestro país, permitiendo su desarrollo. Las nuevas máquinas de vapor, cuyo funcionamiento logramos averiguar en Inglaterra, tienen una gran importancia no sólo en las fábricas textiles, sino también en los arsenales de la Marina y en las fundiciones de cañones. El nuevo telégrafo óptico, que presentamos a la Academia de Ciencias de París, Breguet y yo mismo, permitirá enviar mensajes rápidos y secretos entre Madrid y la flota del Atlántico. Tendrá una gran utilidad en la paz y en la guerra y dará empleo a los soldados que han perdido un brazo en las guerras que nos asolan. Pues a diferencia del que utilizan
en Francia, nuestro telégrafo puede manejarse con una sola mano. La nueva Escuela de Caminos y Canales formará ingenieros civiles con sólidos conocimientos científicos que evitará que vuelva a repetirse una catástrofe como la rotura de la presa de Puentes.
Más de 600 muertos en Lorca y todas las acequias de riego destruidas, un terrible daño que hubiera podido evitarse con buenos conocimientos sobre la cimentación de presas.
GODOY.— (Sentándose y encendiendo un grueso puro.) A veces estas catástrofes que envía la naturaleza son inevitables. En cambio, otros daños causados por los desbordamientos de los ríos, como el Genil a su paso por mis posesiones granadinas del Soto de Roma, son perfectamente evitables y, sin embargo, mis noticias son que no habéis hecho nada por resolverlo desoyendo mis órdenes. Como ya le dije anteriormente, esta finca es un regalo de Su Majestad, que ha decidido premiar mis desvelos por el bien de la patria y quiero sacarle buen partido.
Pero el río Genil se sale a veces de madre y me inunda los plantíos arruinando mis cosechas de cáñamo que vendo a un buen precio a la Marina para fabricar jarcias y cordelería. Le he ordenado reiteradamente que levantase un grueso muro de cantería junto al río para evitar que mis cultivos se inunden y mis noticias son que no lo ha hecho! ¡Si es así, exijo una explicación clara e inmediata!
BETANCOURT.— Los ingenieros no podemos conjurar los desbordamientos de los ríos como si fuéramos magos.
Levantar una gran muralla para proteger sus campos de cultivo de las inundaciones del Genil sin duda los protegería, pero a costa de agravar la situación de las restantes huertas próximas al río, de las que malviven centenares de familias granadinas.
De la rotura de la presa de Puentes he aprendido que es mejor colaborar con la naturaleza que oponerse a sus designios.
Es necesario limpiar el cauce del río, y ya hemos hecho nivelaciones precisas para darle una pendiente lo más uniforme posible.
Hemos eliminado todos esos azudes de hojarasca y ramas que hacen los agricultores ilegalmente para regar. Estamos arrancando los
árboles que crecen en el cauce del río, plantando alamedas fuera de su nivel de avenida. Los cultivos situados aguas arriba de Granada han de prohibirse, reforestando esos terrenos. La pendiente excesiva sólo podremos compensarla sujetando el suelo con árboles y arbustos. Pediremos a la Corona que los asuntos del agua tengan una jurisdicción única, con el fin de evitar la parálisis que provocan los funcionarios celosos de sus competencias. Los oidores de la Chancillería y el Corregidor deben actuar coordinadamente.
En definitiva, creo que no hay que enfrentarse con la naturaleza, salvo cuando estemos seguros de ganarla. Y no es precisamente el caso. Hemos hecho un sifón bajo el cauce del Genil, para que cuando quitemos los azudes hechos con ramas que agravan las inundaciones, no se perjudique a los agricultores que utilizan las aguas del río Almanjáyar para regar. Pero estas obras sólo darán fruto a largo plazo.
GODOY.— (Muy irritado.) ¡Colaborar con la naturaleza! ¡Se acabó mi paciencia! ¡Inspector Betancourt quedáis destituido de todos vuestros cargos en Granada!
A partir de ahora le sustituirán miembros del cuerpo de Ingenieros Militares, que tal vez sepan menos hidráulica pero, desde luego, obedecen más disciplinadamente al Príncipe de la Paz.
¡Ah, y llevaos a ese joven ingeniero a quien tanto apreciáis y cuyo nombre no recuerdo nunca! (Sale Godoy y Betancourt se queda cabizbajo, recogiendo planos y documentos. Mientras, un nuevo actor, el joven ingeniero Bauzá, sube al escenario y se pone su modesta chaqueta. Después, se acerca a Betancourt y le dice:)
BAUZÁ.— Estaba ahí fuera y creo haber oído una fuerte discusión con el Príncipe de la Paz. ¿Qué ha ocurrido?
BETANCOURT.— ¡Menudo Príncipe de la Paz! ¡A mí tendrían que llamarme Príncipe de la Paciencia por soportarlo estoicamente! Hemos sido destituidos de las obras del río Genil. Y me temo que lo peor está aún por llegar. No creo que la situación pueda sostenerse durante mucho tiempo. A este ministro fatuo y presuntuoso, en cuya casaca ya no caben más condecoraciones, yo ya no puedo aguantarlo más. Además, la situación política interna se deteriora día a día y Francia,
donde tantos amigos tenemos, se convierte en una potencia cada vez más fuerte y amenazante. He de reflexionar sobre mi futuro. Vente a cenar esta noche a nuestra casa. Le diré a Ana que prepare algo especial, quizá ese roastbeef que tanto te gusta. Podremos charlar tranquilamente.
(Se extingue la luz. Se vuelve a encender y aparece la casa de los Betancourt. Están en la mesa cenando Betancourt y Bauzá. Ana Jourdain sube al escenario y se sienta con ellos.)
ANA JOURDAIN .— Matilde se acaba de dormir. He tenido que cantarle una canción de cuna inglesa que aprendí de niña y que es infalible. Servíos un poco más de café. Rafael, deja que te ponga uno de estos piononos que ha traído un amigo de Agustín de su último viaje a Granada. Y prueba también esta tarta de chocolate y menta que yo he preparado. Es mi mejor especialidad inglesa.
BAUZÁ.— Acabaré engordando. Pero en fin, ponme un poco más. El dulce mitigará nuestras penas.
BETANCOURT.— Ana, he estado meditando sobre nuestro futuro. Negros presagios se abaten sobre España. Si no me equivoco estamos al borde de una catástrofe y eso lo sabe todo el mundo, menos Su Majestad, que confía el gobierno a ese turbio Godoy. He sido destituido de las obras de Granada y no pienso esperar futuras humillaciones. En Francia, la ascensión imparable de ese brillante general Napoleón, lleno de talento y ambición, es una amenaza creciente. Nos iremos de este país, Ana. Mientras yo vendo nuestros bienes en España, prepara los equipajes para un largo viaje y despídete de nuestros amigos. Después instálate en París con los niños. Allí tenemos buenos amigos que nos ayudarán. Rafael debe de quedarse aquí. Rafael, estaremos en contacto contigo y, más tarde, ya veremos lo que resulta más conveniente.
ANA JOURDAIN.— De acuerdo Agustín. Creo que necesitaré al menos cuarenta baúles para llevar nuestro equipaje. Y seis grandes carruajes para transportar nuestras cosas y las de los niños.
BETANCOURT.— Ana, nos vamos al exilio, no a hacernos cargo de una Embajada. Trata de reducir en lo que puedas el equipaje. Vende o regala lo que no resulte imprescindible. Además, no creo que vayamos a quedarnos en París mucho tiempo. La Francia de Napoleón dispone de un formidable ejército, que no me extrañaría nada que apuntara sus bayonetas hacia España. Y no me gustaría vivir en un país que entra en guerra con el mío. Quizá tengamos que partir más lejos.
BAUZÁ.— Pero Señor, ¿qué será de todos nosotros? ¿Qué ocurrirá con la Escuela y el Real Gabinete? ¿Adónde irá a parar el trabajo de tantos años?
BETANCOURT.— No perdáis la calma. Permaneceremos en contacto. Tratad de que Juan López de Peñalver siga al frente de las colecciones del Gabinete. Permaneced unidos y atentos a los últimos avances científicos. Sois jóvenes y eso os dará fuerzas para afrontar el difícil futuro. Además, yo quiero revisar en París un tratado de máquinas que he escrito con José María Lanz. Será útil a los ingenieros franceses, y quizá algún día pueda publicarse en español. En fin, hasta pronto. Estoy seguro de que nos veremos de nuevo pronto en alguna parte. (Se despiden y se apaga la luz.)
(Un despacho lujoso. Por una ventana se divisa la catedral de Erfurt, en Alemania. Se oyen voces que vienen de una sala de reuniones próxima. Una voz potente va anunciando a las personalidades que hacen su entrada en la sala.)
UNA VOZ POTENTE.— Excelencias, ¡el Emperador de Francia Napoleón Bonaparte! ¡Su Alteza Imperial el Zar de Todas las Rusias Alejandro! ¡Los Condes de Baviera y de Westfalia! ¡Su Majestad el rey de Sajonia!
(Se oyen murmullos cada vez más fuertes, hasta que una música cortesana lo va invadiendo todo. Entonces entra en la sala Alejandro I, que lleva del brazo a Napoleón Bonaparte. Charlan de pie y después se sientan en sendos sillones.)
ALEJANDRO I.— Aunque la antigüedad y nobleza de vuestra dinastía se remonta a vos mismo, y no admite por tanto parangón con la casa de los Romanov, no quiero dejar de reconocer vuestras brillantes campañas militares y vuestra habilidad política. Como hombre ilustrado que soy, heredero de Pedro el Grande, aprecio la grandeza de vuestro talento militar. Acabáis de ocupar España, poniendo de relieve la imparable decadencia de la dinastía borbónica. Estoy seguro de que vuestro hermano José será un excelente rey para los españoles. Quiero, sin embargo, advertiros que la Gran Rusia, que gobierno como Zar, aunque atrasada todavía en muchos campos, es una gran nación que podría convertirse en un enemigo mucho más formidable que España. Nuestros campesinos, influidos por los archimandritas y popes y
nuestra formidable caballería cosaca defendería hasta la muerte a su patria y a su zar. Y sus territorios, hostiles y extensos, os lo recuerdo, resultarían inabarcables para vuestros ejércitos.
NAPOLEÓN.— Gracias, alteza, por vuestros consejos. Pero, como sabéis, mi preocupación se centra en derrotar a Inglaterra. Su escuadra nos bloquea en Europa y dificulta el comercio con nuestros puertos de ultramar. Han pretendido cortar el suministro de azúcar de nuestras colonias americanas —de importancia básica para el abastecimiento de la tropa— tratando de crear un descontento popular. Afortunadamente, nuestros científicos no se han rendido y comienzan a extraer cantidades importantes de azúcar de la remolacha, que se cultiva con facilidad en las frías tierras de Francia.
ALEJANDRO I.— ¡Qué cosa tan extraordinaria! ¡Azúcar extraída de la remolacha! ¡Quizá esto sirva algún día también para Rusia! Los científicos y los ingenieros, la verdad, es que piden y piden como los mendigos en día de funeral, pero hay que reconocer que algunas veces nos sacan las castañas del fuego! He oído decir que en vuestras campañas militares os hacéis acompañar siempre por un nutrido séquito de sabios.
NAPOLEÓN.— Así es, en efecto. Hoy las guerras no las ganan tan sólo el valor de los soldados, sino su equipamiento, la intendencia de que disponen, la calidad y movilidad de la artillería, la información rápida y fiable... El genio militar ya lo pongo yo, si me permitís pecar de algo inmodesto.
ALEJANDRO I.— En toda Europa se habla de vuestras brillantes campañas militares, basadas en la rapidez, movilidad y conocimiento del terreno. Pero también Rusia se moderniza. Nuestra capital, San Petersburgo, es hoy quizá la ciudad portuaria más hermosa del mundo. Disponemos de gobernantes ilustrados, ríos extraordinarios y materias primas abundantes. En pocas décadas estaremos a la cabeza de Europa en muchos campos. Desde que Pedro el Grande, con su visión genial, trasladó la capital desde Moscú a un
arenal sobre el que hoy se levanta la ciudad de San Petersburgo, Rusia se abrió al mar y construyó una gran escuadra. Es lo nuevo contra lo viejo. En Moscú se respira la vieja alma rusa, huele a cirios, popes y tradición. San Petersburgo es la corte ilustrada. Se embellece con palacios neoclásicos y hermosos jardines y allí progresa la ciencia moderna y el poder naval.
San Petersburgo es ahora la ventana exterior de Rusia. Sería para mí un honor y un placer invitaros a pasar una temporada en nuestro Palacio de Invierno.
NAPOLEÓN.— Os lo agradezco sinceramente. Bien. Si os parece podemos entrar en las negociaciones concretas de paz... ¡Ah! ¡Por cierto!, ya se me olvidaba. Algunos de los sabios que me asesoran, entre ellos
Carnot, Coulomb y Monge, me han rogado que concedáis audiencia cuando os sea posible a un ingeniero español que ha vivido durante muchos años en París y que goza de buena reputación. Al parecer, se ha enfrentado con Godoy y está establecido provisionalmente en París. Tiene interés en entrar a vuestro servicio en Rusia. En fin, vos veréis...
(Se anima la charla en la habitación de al lado y ambos personajes salen hacia el bullicio.)
(Se enciende la luz. El zar está solo, escribiendo un decreto sobre la mesa.
Entonces entra Betancourt y le saluda con ceremonia.)
BETANCOURT.— (Entrando.) ¡Muy agradecido a su Alteza Imperial por recibirme! No le haré perder su valioso tiempo. Agustín de Betancourt queda a disposición de su excelencia para lo que ordene.
EL ZAR.— Agustín Agustínovich, vayamos al grano. Veo que habláis buen francés, pero sospecho que ni una palabra de ruso. De momento os servirá. Todo el mundo en mi corte y en mi administración habla buen francés. Los zareviches lo aprenden antes que el ruso. Creo que pretendéis entrar a mi servicio. ¿Conocéis ya San Petersburgo?
BETANCOURT. Sí, alteza imperial, en noviembre del año pasado hice una fugaz visita. Me pareció una ciudad maravillosa, aunque he de reconocer que su clima es más frío que las Islas Canarias en las que pasé mi niñez. Y queda tanto por construir...
EL ZAR.— Pues vos ayudaréis a eso y a otras muchas cosas. Y no me lo agradezcáis a mí, sino a vuestros amigos, los científicos franceses, que son los que os han recomendado.
Os ofrezco ingresar en mi ejército con el grado de general, destinado al departamento de Vías de Comunicación. Tendréis un sueldo de 24000 rublos anuales que se os revisarán a medida que deis muestras de vuestra valía. Aunque ya sé que no sois militar, un grado en el ejército es lo único que hará que os respeten.
Recoged en cuanto os sea posible a vuestra familia en París y trasladaros a San Petersburgo. Allí necesitamos ingenieros hidráulicos, constructores de máquinas e ingenios y gente experimentada con capacidad de organización. Mi ayudante os pondrá al tanto de los detalles y el protocolo de la Corte Imperial. Hasta pronto, Agustín Agustínovich.
CUADRO III
(Escena de la familia Betancourt ya en San Petersburgo.)
ANA JOURDAIN.— ¡Qué país tan diferente! ¡Y menudo frío en invierno! No sé qué pensarás tú, pero a mí el ruso me parece una lengua totalmente incomprensible.
BETANCOURT.— Con el tiempo Rusia te acabará gustando, Ana. El clima no es precisamente el de las Canarias pero el Zar nos ha acogido con generosidad y tu dispondrás de un hermoso carruaje para pasear y una dacha para pasar el verano en el campo con los niños. Además, las cosas en España han empeorado. Los ejércitos de Napoleón han invadido nuestra patria y la ruina y el desconcierto se han adueñado del país. Me llegan noticias de que todos nuestros amigos viven con dificultades. El palacio del Buen Retiro ha sido ocupado por el ejército francés y las colecciones del Real Gabinete que allí se exponían y que con tanto esfuerzo logramos reunir, se han metido en cajones que se trasladan de un lugar a otro por todo Madrid. La Escuela de Caminos y Canales se ha cerrado y el resto del país se sume en la pobreza y el desconcierto. Pero no todo son malas noticias. El Zar me ha subido el sueldo a 60.000 rublos anuales. Podrás comprarte ropa nueva, adecuada a la moda de la Corte.
ANA JOURDAIN.— Y nuestros hijos podrán estudiar con buenos profesores, como lo hacen los hijos de la nobleza rusa. Y yo me compraré algunos abrigos de pieles para el frío. Y un samovar de plata. Y una vajilla de porcelana inglesa para recibir a nuestros invitados.
BETANCOURT.— Ana, hemos de tratar de vivir aquí con comodidad pero sin ostentación. Somos un español y una inglesa viviendo en una tierra que no es la nuestra y cuyas costumbres desconocemos. Debemos ser prudentes y discretos, al menos los primeros años.
ANA JOURDAIN.— De acuerdo, Agustín. Por cierto, ¿qué tal va tu trabajo? ¿Qué tal es ese De Wollant que te han puesto por jefe?
BETANCOURT.— Este mundo nuevo me resulta apasionante. Yo tan sólo echo de menos a los amigos de Madrid y de París y al dulce clima de Canarias y Andalucía. Floridablanca, a quien tanto debemos, ha muerto. Mis jóvenes discípulos tienen dificultades en España. Europa está revuelta por todas partes. Pero aquí todo me resulta agradable. El consejero De Wolant, es un hombre inteligente que nos protege. Pero son muchas las personas próximas al Zar que se preguntan en voz alta que puede aportar un ingeniero liberal español que no esté al alcance de un técnico ruso ortodoxo. Hay que procurar no humillar a los ingenieros rusos, anticuados en su oficio, pero hábiles cortesanos. Podrían llegar a perjudicarnos.
ANA JOURDAIN.— Bueno, creo que todo va bien de momento. El hecho de que el Zar haya autorizado finalmente la creación del Instituto de Vías de Comunicación pone de relieve la confianza que te tiene. Supongo que será parecida a la Escuela de Caminos y Canales que fundaste en Madrid.
BETANCOURT.— La finalidad es la misma, pero habrá algunas innovaciones. Rectificaremos algunos errores anteriores y los alumnos tendrán una mayor dedicación a la construcción de caminos en climas fríos y a las vías de navegación fluvial, más importantes en Rusia que en España. Se dará mayor peso a la planificación urbana y los conocimientos de hidráulica teórica y aplicada. El nuevo instituto incorporará a las tareas docentes no sólo a ingenieros rusos, sino también a españoles y franceses.
¡Será una gran escuela! ¡Ah! Y, a diferencia de la de Madrid, los estudiantes rusos aprenderán también algo de ingeniería militar, de
utilidad en caso de que finalmente haya una guerra con Francia, algo que no debemos descartar.
ANA JOURDAIN.— Bueno, veo que estás en plena actividad. Pero te conviene también disfrutar de nuestra nueva vida cerca de la Corte.
Hoy el príncipe Oldenburg da una fiesta en su palacio, que terminará con una hermosa velada musical. ¡Anímate, cariño, y disfrutemos de la nueva vida que emprendemos juntos!
Los chicos han salido a aprender a patinar en las heladas aguas del canal Fontanka con sus amigos. Y tú y yo deberíamos aprender ruso, pues el francés sólo lo hablan los nobles y los cortesanos. A mí me gustaría poder entender lo que gritan las campesinas en sus puestos en los mercados, tan distintos de los que he conocido en Madrid y en París.
(La luz está apagada. Se oyen sonidos de guerra y, después, la obertura 1812 de Tchaikovsky, significando la victoria rusa sobre Napoleón. Betancourt en su despacho oficial, presidido por una gran bandera rusa y un retrato del Zar, está absorto dibujando sobre un plano con un compás. Mientras traza un círculo, entra el consejero De Wollant.)
DE WOLLANT.— ¡Buenas noticias para todos, Agustín Agustínovich! Los ejércitos franceses de Napoleón han sido totalmente derrotados por el pueblo ruso. El Zar está encantado con el comportamiento de los jóvenes ingenieros del Instituto. Han servido con eficacia en el frente y su formación mixta, en ingeniería civil y militar, ha permitido restablecer nuestras comunicaciones y cortar la retirada al ejército de Napoleón.
BETANCOURT.— El general Bonaparte cometió un grave error ocupando Moscú, creyendo que así paralizaba el corazón de Rusia. La suerte estaba echada desde el momento que los moscovitas quemaron sus casas, sus graneros y sus cosechas, dejando a las tropas rusas sin alimentos ni cobijo frente al terrible invierno. Se comportaron con la misma determinación desesperada que los madrileños en 1808. Verdaderamente, tendremos que afrontar un largo periodo de reconstrucción. Espero que el Zar autorice el regreso de los profesores franceses desterrados de San Petersburgo durante la guerra.
DE WOLANT.— Sabéis bien que el Zar atendió a vuestros deseos de que los ingenieros franceses que enseñan en el Instituto fueran tratados con generosidad durante la guerra. Potier, Fabre, Bazaine y
Destrem pueden ya volver de su destierro de Siberia y se reintegrarán al Instituto. Por orden mía han seguido cobrando sus salarios y se les ha tratado con dignidad. El aprecio que tenéis a todos ellos ha influido en la actitud del Zar.
BETANCOURT.— Os lo agradezco vivamente, consejero De Wollant. Sabéis que os profeso una gran simpatía y ahora admiro vuestra caballerosidad con unos hombres de ciencia que tienen la mala fortuna de ser franceses cuando ese corso alocado envía a su pueblo a un desastre seguro. Muchas gracias, consejero.
DE WOLANT.— Una cosa más que estoy seguro os agradará. El Zar os ha distinguido con una de nuestras más altas condecoraciones, la Orden de San Alejandro Nevski. Me ha encargado oficialmente que os la entregue. Sois, desde la muerte del matemático Euler, que sirvió en esta misma ciudad a la zarina Catalina la Grande, el primer extranjero al que se otorga tan alta distinción. Si me lo permitís, será para mí un honor prenderla en vuestra casaca.
BETANCOURT.— Gracias, alteza. Trataré de hacer honor a ella. Transmitid a su majestad mi agradecimiento. Espero que ahora, tras la guerra, tengamos un periodo de reconstrucción que nos permita mejorar los caminos y organizar el comercio del Imperio utilizando las vías fluviales...
DE WOLLANT.— ¡Ah!, se me olvidaba. El Zar está también encantado con la reforma que habéis diseñado en la fábrica de cañones de Tula. Las nuevas máquinas de vapor facilitan enormemente el barrenado de los cañones de hierro que tanto precisa nuestra Marina Imperial. Por cierto, el Zar me ha preguntado por la utilidad de esas máquinas de vapor de doble efecto, que pueden aplicarse por igual al achique minero, a la industria o al accionamiento de las dragas. ¿Dónde aprendisteis a construirlas? ¿Fue en París o en España?
BETANCOURT.— Son unas máquinas muy ingeniosas, cuyo funcionamiento pude conocer en un viaje que hice a Inglaterra y que, por
cierto, me costó un gran resfriado del que tardé varias semanas en reponerme.
DE WOLLANT.— Contadme la historia. Y alegraos de que no fuera en San Petersburgo. El resfriado hubiera terminado en pulmonía, que quizá os hubiera podido llevar a la tumba.
BETANCOURT.— La cosa tiene cierta gracia, sobre todo después de que han transcurrido muchos años. Fuimos a Birmingham a visitar a Watt, que acababa de inventar unas nuevas máquinas de vapor que nadie había visto y cuyo secreto guardaban él y su fabricante Boulton con gran sigilo. A mí me acompañaba José de Lugo, que traducía lo que decía Watt al español y lo que yo hablaba al inglés. En realidad yo no necesitaba traducción, pero se trataba de ganar tiempo y de distraer a Watt para poder averiguar algo en sus talleres. Pero debía de estar prevenido, pues a pesar de que le adulamos sin límite, se negó rotundamente a enseñarnos las nuevas máquinas y nos llevó, en cambio, a visitar una fábrica de botones que no revestía interés alguno.
DE WOLLANT.— ¿Y el resfriado? ¿Dónde os lo pillasteis?
BETANCOURT.— Ante el cariz que tomaba la visita, no nos quedó más remedio que despedirnos de Watt. Nos había tratado con puño de hierro en guante de seda. Su socio Boulton ni se dignó a saludar. Permaneció observándonos escondido tras una cortina. Pero su prominente tripa, su respiración agitada y la punta de sus zapatos delataban su presencia. Abandonamos desalentados Birmingham y regresamos a Londres, donde tuvimos más suerte. En el Támesis, junto al puente de Londres, estaban montando unas máquinas de Watt. Llovía y hacía un frío terrible y tuve que pasarme varias horas encaramado en una verja hasta que pude ver parte de una máquina ¡Y no tenía cadenas!
DE WOLLANT.— ¡Claro! Al no tener cadenas, comprendisteis que era una máquina de doble efecto. En fin, creo que vuestro resfriado mereció la pena.
BETANCOURT.— Sobre todo para los franceses, que fueron los que más se beneficiaron de mi descubrimiento. Pues la Academia de Ciencias de París publicó una memoria mía que pronto tuvo gran difusión. Sin embargo, en Madrid, estos nuevos ingenios pasaron desapercibidos, a pesar de que envié los planos al Real Gabinete de Máquinas del Retiro.
ALEJANDRO I.— Os he hecho llamar, Agustín Agustínovich para agradeceros vuestra labor al frente del Instituto durante la Guerra Patria contra los franceses. Ese pérfido sátrapa, que usurpa la corona del rey de Francia, ha sido derrotado. Pero la ciudad de Moscú ha quedado devastada y la economía del país maltrecha. El consejero De Wollant ha solicitado esta reunión cuyo contenido no debe trascender fuera de este despacho.
DE WOLLANT.— Con vuestro permiso, excelencia. Se trata de algo de capital importancia, pues afecta a la base de la economía de Rusia. Como sabéis, general Betancourt, los científicos de Napoleón fabricaron una gran cantidad de rublos de papel falsos y sus soldados los distribuyeron aprovechando la invasión de nuestro país. La mala calidad de nuestro papel moneda facilitó la tarea. ¡Han dejado maltrecha la economía del país! Es necesario construir cuanto antes una nueva fábrica de moneda en San Petersburgo, donde se fabriquen unos nuevos rublos de papel difíciles de falsificar.
ALEJANDRO I.— Y el consejero De Wollant me ha propuesto que seáis vos quien proyecte la nueva fábrica y diseñe los nuevos billetes. No sabía que tenías aficiones artísticas. Si os consideráis capaz, podéis poner manos a la obra cuanto antes.
BETANCOURT.— Gracias por vuestra confianza, majestad. Me siento muy honrado. Espero no defraudaros. Podríamos levantar la nueva factoría a orillas del Canal de Fontanka y, de este modo, dispondremos de agua limpia y abundante para fabricar buen papel. Lo mejor sería levantar un nuevo edificio neoclásico en cuyo interior instalaremos modernas máquinas de vapor que permitirán realizar con facilidad los trabajos más pesados.
Si os parece, majestad, yo mismo diseñaré los dibujos de los nuevos rublos, pues estudié Bellas Artes en Madrid y, sin ser un reputado artista, me considero al menos un sólido dibujante.
DE WOLANT.— Me alegro de que mi propuesta prospere, majestad. No os arrepentiréis. (Dirigiéndose a Betancourt.) Me gustaría que tuvieseis los diseños de los nuevos rublos listos para el mes próximo. Entonces se inaugurará el puente de Kamemmoostroskii, el primero estable sobre el río Neva.
La ciudad está dividida entre los que creen que el puente de Betancourt es una temeridad que se hundirá con el primer deshielo y los que piensan que ya era hora de que San Petersburgo contara con algo mejor que un puente de barcas que hay que reparar cada poco tiempo y poner y quitar cada vez que el Neva se hiela o deshiela.
BETANCOURT.— Consolaos pensando que Sevilla, la ciudad española que ve llegar desde hace siglos los galeones cargados de oro y plata de las Indias, tiene sólo un viejo puente de barcas. Quizá su majestad Imperial se digne acudir a la inauguración.
ALEJANDRO I.— Dadlo por hecho. Acudiremos juntos a la apertura del puente. Nos acompañarán los miembros de la Academia de Ciencias y también el gran patriarca de San Nicolás, acompañado de sus archimandritas. Al fin y al cabo, como suele decir Betancourt, eso de hacer puentes es oficio de pontífices.
BETANCOURT.— Lo leí alguna vez en un viejo diccionario castellano escrito por Covarrubias. Como sabéis, el arte y la historia son dos de mis aficiones al margen de la ingeniería.
ALEJANDRO I.— El arte y la historia... Por ello nos juzgarán a todos en el futuro. Sabrán perdonarnos errores y actos crueles siempre que, finalmente, resulten beneficiosos para el pueblo. Pero jamás nos perdonarán que no embellezcamos con grandes monumentos y edificios, nuestras ciudades, o que en nuestras colecciones falte la mejor pintura de nuestro tiempo.
(Se extingue la luz.)
CUADRO VI
BETANCOURT ALMUERZA CON EL ZAR
(El Zar está en su despacho, en donde hay preparada una mesa para dos comensales. El Zar está de pie, mirando un plano de San Petersburgo con relativo interés. Se ve que espera la llegada de alguien.)
BETANCOURT.— (Entrando.)Buenos días, majestad. (Mirando su reloj de bolsillo.) Espero no haberos hecho esperar.
ALEJANDRO I.— ¡Dejadme ver ese curioso reloj! ¡Supongo que se trata de una de esas famosas obras de arte de Breguet que, al parecer, hacen furor en mi corte!
BETANCOURT.— (Entregándole el reloj.) Así es, Majestad. Una vieja amistad me une con Breguet desde que junto diseñamos en París un curioso telégrafo óptico provisto de anteojos. Llegó a instalarse en España, entre Madrid, donde residía la corte en invierno, y Aranjuez, donde, como sabéis, se encuentra el Palacio de Verano. Desde hace unos años, represento los intereses de Breguet en San Petersburgo y más de un noble me ha comprado alguno de estos famosos relojes, aunque si he de deciros la verdad, no siempre me los han pagado. Cada uno tiene su escudo y la sonería es magnífica...
ALEJANDRO I.— ¡Um! Me gustaría tener uno de estos hermosos relojes. Deberá llevar grabado el escudo imperial de los Romanov y la sonería ha de ser algo muy especial, una música de campanas de aire militar, que recuerde mi victoria sobre ese plebeyo Napoleón Bonaparte. ¡Ah!, y yo sí os lo pagaré al contado.
BETANCOURT.— Gracias, majestad. Os lo encargaré inmediatamente. Espero poder complaceros en un par de meses.
ALEJANDRO I.— Bueno, sentémonos a la mesa. Hoy tenemos unos excelentes «blinis» rusos y, en vuestro honor, he ordenado hacer de postre una tarta de almendras e higos que sé que os encanta. ¡Servíos y contadme que novedades hay por San Petersburgo!
BETANCOURT.— La ciudad se desarrolla con orden, trazando amplias avenidas y bulevares como en París o Ámsterdam. Los nuevos edificios, tanto viviendas como fábricas, se atienen al gusto neoclásico imperante, lejos de las extravagancias barrocas que todavía imperan en algunas construcciones religiosas.
Aquí os traigo también las pruebas de los primeros rublos impresos en la nueva factoría construida a orillas del Canal Fontanka. Espero que merezcan vuestra aprobación. Las máquinas están ya preparadas para iniciar la emisión.
ALEJANDRO I.— Veamos... Me gustan. El águila imperial de los Romanov, por una parte... ¡Ah! Y veo que por la otra habéis representado la silueta de la propia factoría. Me parece bien, aunque creo que convendría añadir en alguna parte algún símbolo de la Iglesia. Ya sabéis que el Patriarca siempre se queja de que en este país hay cada vez menos templos y más extranjeros. Quizá se podría añadir alguna de las inequívocas cúpulas de la Catedral de San Basilio del Kremlin. Así, los moscovitas se verán también representados. Desde que Pedro el Grande trasladó la capital a San Petersburgo, han sentido un resentimiento comprensible. Y al fin y al cabo los moscovitas son quienes nos han sacado las castañas del fuego en la guerra contra los franceses.
BETANCOURT.— De acuerdo, majestad. Así se hará. Las modificaciones estarán listas la próxima semana. Si os parece, podremos iniciar la emisión el próximo mes.
ALEJANDRO I.— Antes he de hablar con el ministro de Hacienda. He de preparar con él el decreto imperial que permita sustituir los antiguos rublos de papel por estos nuevos. Bien, si no tenemos algo más pendiente de resolver...
BETANCOURT.— Majestad, me gustaría someter a vuestra consideración algunas ideas urbanísticas para San Petersburgo. Guardan
relación con el decreto imperial por el que me pusisteis al frente del Comité de Construcciones y Obras Hidráulicas de la ciudad.
ALEJANDRO I.— Veamos esas propuestas. Ya sabéis que lo que más me gustaría es que mi nombre pasase a la historia junto con el de Pedro el Grande como benefactor y artífice esta ciudad.
BETANCOURT.— Seguro que lo lograréis, majestad. Se trata de mejorar la traza urbana, construyendo grandes avenidas. Pero al igual que en Ámsterdam, es preciso hacerlo compatible con los canales que son las arterias de la ciudad. Aquí os traigo los planos que hemos preparado. (Le enseña los planos.) Asimismo, hay que evitar las aguas estancadas que provocan en verano el paludismo que transmiten los mosquitos. Todas las lagunas que aún se forman entre los arenales deben de ser canalizadas o desecadas. Y hemos también de mejorar la navegación por el Neva, vía de capital importancia para el comercio con el interior de Rusia.
ALEJANDRO I.— Me parece bien. Pero no olvidéis que me habéis prometido traer pronto un proyecto para construir una nueva iglesia para San Petersburgo. Una catedral neoclásica y sin cúpulas de cebolla, que consagraremos a San Isaac, símbolo del esplendor de la nueva Rusia.
BETANCOURT.— No lo he olvidado, majestad. Aquí os traigo los dibujos que ha realizado Montferrand, un joven colaborador llegado de Francia. He revisado los planos y he hecho algunas modificaciones, pero en conjunto me parece un diseño acertado.
ALEJANDRO I.— Veamos los planos... Bien, creo que será un hermoso edificio, aunque como sabéis, el terreno de cimentación deja mucho que desear. Pero en ese campo estoy seguro de que lograréis construirlo con éxito. ¡Ah!, y quiero que las columnas sean monolíticas, empleándose piedra de gran calidad y belleza. Los pórfidos rojos y la malaquita me gustan especialmente.
BETANCOURT.— Así se hará, majestad. Yo mismo me ocuparé de los detalles constructivos que revisten en este caso una gran compleji-
dad. Las cimentaciones, sobre terrenos pantanosos, han de realizarse hincando pilotes de madera a gran profundidad y el transporte de las columnas hasta su emplazamiento definitivo requerirá el diseño de grúas y andamiajes muy especiales. He traído unos dibujos al respecto. Estos mismos andamiajes servirán para levantar la gran columna triunfal que os inmortalizará, como los grandes obeliscos dieron gloria imperecedera a los faraones egipcios. La emplazaremos frente al Palacio de Invierno. Me gustaría que asistieseis a su colocación. Será un espectáculo que os asombrará.
ALEJANDRO I.— Bueno, veo que todo está encauzado. San Petersburgo me recordará cuando ya haya muerto, como hizo con Pedro el Grande.
BETANCOURT.— Una cosa más, majestad. Me he tomado la libertad de incorporar al Cuerpo de Ingenieros de Vías de Comunicación a un joven español llamado Rafael Bauzá. Fue alumno mío en la Escuela de Caminos y Canales de Madrid y ha ingresado a vuestro servicio con el grado de Teniente Coronel.
ALEJANDRO I.— Agustín Agustínovich, si os dejara plena libertad, llenarías de españoles mi administración. En fin, lo acepto porque supongo que es una persona competente y leal.
BETANCOURT.— Es un excelente ingeniero, lleno de vida y con ilusión de labrarse un porvenir en Rusia. Fue mi colaborador más próximo en las obras de Granada y allí construyó, durante el efímero reinado de José Bonaparte, un hermoso puente de piedra sobre el río Genil.
ALEJANDRO I.— Me parece bien, pero tratad de contar más con los ingenieros rusos. A veces me llegan quejas a través de mi familia de la poca estima en que tenéis a los hombres de este país.
BETANCOURT.— Lo tendré en cuenta, majestad. Si no tenéis más órdenes para mí...
ALEJANDRO I.— Sí, antes de que os vayáis quiero encomendaros una tarea urgente y delicada. La familia imperial pasará el próximo invierno en Moscú. Es un modo elocuente de agradecer a sus habitantes la heroica resistencia y de reconocer sus sufrimientos durante la ocupación de Napoleón. Nos alojaremos en el viejo Kremlin, pero será necesario construir con rapidez una Sala de Ejercicios Ecuestres como las que hay ya en Alemania. Ha de tener grandes dimensiones, y no he de deciros que no puede haber columnas intermedias que dificulten la evolución de los caballos. Sólo vos podréis levantarla en tan corto espacio de tiempo. ¡Ah!, y debe tener calefacción, ya sabéis lo duros que son los inviernos en Moscú.
BETANCOURT.— Haré lo que pueda, majestad. (Sale Betancourt y, después, fumándose un puro, el Zar.)
(Reunión familiar en casa de los Betancourt. Están en animada charla Betancourt, su mujer Ana, y Rafael Bauzá.)
ANA.— Rafael, prueba un poco de vodka con caviar. Y sírvete un poco de jamón de oso. ¡Ah!, y deja ya de añorar el jamón serrano y el vino de Jerez. Cuanto antes te acostumbres a la nueva vida, mejor te sentirás.
BAUZÁ.— Este vodka parece alcohol puro. Pero el caviar está buenísimo y el jamón de oso no está nada mal. Bueno, Agustín, cuéntame ya como se tomó el Zar mi ingreso en el Instituto.
BETANCOURT.— Se ha enfurruñado un poco, pero ha dado su aprobación a vuestro nombramiento. Volvemos a estar juntos, como en los viejos tiempos de Granada. ¡Qué alegría teneros de nuevo a mi lado! ¡Contadme cosas de nuestra patria!
BAUZÁ.— Hicisteis bien en marcharos antes de que Napoleón nos invadiera. El levantamiento de Madrid fue una carnicería y durante la ocupación, los liberales sufrimos entre dos alternativas igualmente dolorosas. Unos, como yo o Lanz, colaboramos con José Bonaparte, creyendo de buena fe que era posible frenar la barbarie de la reacción. Nos llamaron afrancesados y sufrimos las iras posteriores del pueblo y del absolutismo de Fernando VII. Otros, como Ibáñez, el artífice de las fábricas de Sargadelos se pusieron al lado de los patriotas, pero fueron asimismo calumniados y aniquilados por los campesinos azuzados por el clero. Con el regreso de Fernando VII se desató la más negra reacción absolutista que arruinó lo que con tanto esfuerzo se llevó a
cabo durante la Ilustración. Hoy España es un país bárbaro y atrasado, cada vez más alejado de Europa. Yo malviví trabajando en Granada a las órdenes del general Sebastiani. Allí construí un puente sobre el Genil, siguiendo vuestras enseñanzas sobre los empujes en los puentes rebajados...
BETANCOURT.— (Riéndose.) He oído decir que utilizasteis en su construcción los sillares de la Iglesia de San Jerónimo! ¡Si llegáis a caer en manos de la Inquisición se os cae el pelo!
BAUZÁ.— Guardad con discreción estos hechos. Una ola de absolutismo recorre Europa y creo que ni vos ni yo estamos en condiciones de permitirnos alardes liberales con los tiempos que corren...
BETANCOURT.— Bueno, ahora os encontráis en una nueva patria que nos trata con generosidad. Tengo para vos un trabajo que no admite demora. Como sabéis su majestad imperial acaba de ocupar Polonia y me ha ordenado construir en Varsovia una nueva fábrica de acuñar moneda. Yo he hecho los diseños del edificio y de la maquinaria, pero conviene que vosotros estéis al frente de las obras para garantizar la buena ejecución. Las máquinas de vapor serán las primeras que se utilizarán en Polonia y hay que asegurarse de que todo vaya bien.
BAUZÁ.— ¿Acuñación de moneda empleando máquina de vapor? ¿Cómo es posible mecanizar el proceso?
BETANCOURT.— Acordaos del procedimiento de virola partida de Drozt. Había un modelo en el Real Gabinete de Máquinas de Madrid. Después de recibir el impacto que acuña la moneda, la virola se abre en tres partes, permitiendo la salida de la moneda. Es un procedimiento que se usa desde hace algún tiempo en Francia.
BAUZÁ.— Ya entiendo lo que queréis decir. En pocos días estaré preparado para salir hacia Varsovia. Se hace tarde y he de regresar. Sin vuestra generosa ayuda y con los vientos que corren por Europa no habría encontrado un trabajo de ingeniero en Rusia. Os lo agradezco profundamente. Buenas noches, Agustín. Hasta pronto Ana.
BETANCOURT, MINISTRO DEL ZAR
BAZAINE.— Debo en primer lugar felicitaros, excelencia. Estoy seguro de que el Zar ha acertado al nombraros director general de Vías de Comunicación. Seréis un digno sucesor de De Wollant. Sois el primer extranjero que ocupa tan alto cargo.
BETANCOURT.— ¡Querido Bazaine! Os agradezco vuestras palabras, pero no me llaméis excelencia. Llamadme como hasta ahora general Betancourt. Ambos sentimos la muerte de De Wollant, que era un hombre generoso y experimentado. Pero el mundo sigue y, ya que sois mi más próximo colaborador, quiero plantearos algunos nuevos proyectos que ahora podremos abordar con mayor facilidad.
BAZAINE.— Os escucho, excelen... general Betancourt.
BETANCOURT.— Como creo que sabéis, Bazaine, el comercio interior de Rusia depende en buena medida del transporte fluvial de mercancías durante los meses en que los ríos no se quedan helados. Es un tráfico de extraordinaria importancia, pues los caminos terrestres se encuentran impracticables por el barro en primavera y por la nieve y el hielo durante el invierno. Invertir en mejorar la navegación fluvial es tarea primordial en la Rusia que nos ha tocado vivir. Hay que diseñar nuevos muelles y embarcaderos, construir grúas portuarias y dragas para sacar el mejor partido posible a la navegación interior.
BAZAINE.— Me ocuparé de seguir el plan que habéis diseñado, general Betancourt.
BETANCOURT.— Estoy seguro de que así será. Pero quiero además abrir nuevos caminos a la navegación fluvial. Como sabéis, hasta ahora las embarcaciones sólo navegan a vela o remontan los ríos arrastrados por animales de tiro que se mueven por los caminos de sirga. Pero hoy ya es posible utilizar máquinas de vapor que accionan grandes ruedas de paletas. Así, los barcos no necesitan ya ni viento ni mulas. ¡Se propulsan por vapor! Es necesario que los comerciantes adinerados inviertan en estos nuevos barcos, que a la larga resultarán muy rentables. Pero debemos asegurarles el suministro de carbón de piedra, para impulsar la navegación a vapor. Vos os encargaréis de hacer una cartografía con los principales yacimientos de carbón, y de elaborar un plan para transportarlo a los embarcaderos donde atracan los barcos comerciales. ¡Hay que prever el futuro!
BAZAINE.— Así se hará, general Betancourt.
BETANCOURT.— Yo, mientras tanto, me encargaré de una nueva tarea de gran envergadura que me ha encomendado su majestad imperial. Como sabéis, la feria comercial de Makáriev ha sido arrasada por un incendio, y las frecuentes inundaciones que ha sufrido a lo largo de su historia aconsejan reconstruirla en un emplazamiento más adecuado.
Después habrá que levantar una nueva ciudad que no arda con tanta facilidad.
BAZAINE.— Construir una nueva ciudad es tarea ardua. Y elegir el lugar más adecuado requiere un profundo estudio en múltiples aspectos.
BETANCOURT.— He reflexionado bastante en este asunto. El lugar ideal es junto a la población de Nizhni Novgórod, donde confluyen dos grandes arterias fluviales, los ríos Oka y Volga. El terreno es llano y permitirá planificar una ciudad comercial de traza regular y con caminos terrestres y fluviales. Levantaremos grandes pabellones alineados, de manera que se faciliten las operaciones de carga y descarga de las embarcaciones.
¡Construiremos una ciudad funcional, que será el corazón comercial de Rusia! Tendrá hasta su pequeña catedral, inspirada en la de San
Isaac. ¡Los cazadores de Siberia podrán intercambiar sus pieles por grano georgiano! El precio del carbón y de la madera se abaratará considerablemente. He traído unos planos preliminares, para que los veas.
BAZAINE.— Una idea muy ambiciosa, general, y muy costosa, si me permitís decirlo con franqueza. Aunque es cierto que los comerciantes de toda Rusia podrán abastecerse de materias primas y manufacturas para afrontar el crudo invierno. Pieles, carbón, grano, salazones, hierro de forja para los puentes colgantes...
BETANCOURT.— Cueros, aguardientes, textiles...
BAZAINE.— Las vías fluviales se convertirán en la sangre del cuerpo ruso y por ellas le llegarán alimentos y materias primas para la industria. Una idea extraordinaria.
BETANCOURT.— Gracias, Bazaine. Espero que pronto sea una realidad y que nuestros enemigos, envidiosos y ociosos, no logren paralizar el proyecto.
Antes de que os vayáis quiero también encomendaros que comprobéis el buen funcionamiento de la draga de vapor que he diseñado para el puerto de Kronstadt. Como sabéis, la isla fortificada es el gran baluarte que nos protege de la amenaza de los suecos. Y aunque consume mucho carbón, es un ingenio formidable que hasta ahora no ha necesitado ninguna reparación.
¡Vigilad que no le falte combustible y que se lleven a cabo las operaciones de mantenimiento, indispensables para asegurar su buen funcionamiento!
BAZAINE.— ¡Veo que los nuevos tiempos nos traerán más trabajo!
¡Me voy antes de que se os ocurran nuevos proyectos! Antes de que empiece a dudar si vuestro nombramiento ha sido una buena idea.
¡Hasta la vista general Betancourt!
(En el despacho del Zar se encuentran Alejandro I y su tío, el duque de Wurtemberg.)
DUQUE DE WURTEMBERG.— Os digo, desde mi avanzada edad y mi responsabilidad como familiar allegado a vos, que la situación en la Dirección de Vías de Comunicación es insostenible. Betancourt se ha convertido en un aventurero con relaciones entre los liberales más peligrosos que cuestionan la monarquía.
ALEJANDRO I.— Creo que exageráis. A mí me parece un hombre sensato y capaz. No veo razones de peso para destituirle como me pedís.
DUQUE DE WURTEMBERG.— Veo que no estáis al corriente de la situación. Betancourt ha emprendido un viaje de inspección recorriendo los lugares más perdidos del Imperio y ha escrito un informe demoledor que nos pone a todos en ridículo. A los tártaros de Kazán les ha prometido un abastecimiento de agua. Y ha ordenado que se desequen las ciénagas con el pretexto de que diezman la población. Y está empeñado en establecer remolcadores de vapor para facilitar la salida de Georgia al Mar Caspio a través del río Kurá. ¡Ni vendiendo vuestros palacios de invierno y de verano habría dinero para tanta obra!
ALEJANDRO I.— (Perplejo, mirando el informe de Betancourt.)Veo que la situación es seria.
DUQUE DE WURTEMBERG.— Seria no es la palabra adecuada. Calamitosa sería un diagnóstico más exacto. Ha trastocado todos nuestros
planes, sustituyéndolos por otros nuevos cuyo costo es imposible evaluar.
Mirad aquí. Está empeñado en transformar los puertos marítimos del Mar Negro, con la pretensión de desarrollar el sur del Imperio.
Y leed aquí. El informe es despectivo con nuestras autoridades locales a las que acusa de incompetentes y corruptas.
Es una vergüenza nacional. ¡Este general Betancourt nos desprestigia e insulta cada vez con mayor arrogancia!
ALEJANDRO I.— (Moviendo la cabeza.) Veo que la situación es más grave de lo que pensaba. No sé.
DUQUE DE WURTEMBERG.— El informe de su viaje a través del Imperio es demoledor. Parece redactado más por un enemigo que por un ministro de su majestad imperial.
Fijaos lo que escribe ahí: «Todo está por hacer y el éxito vendrá sólo si se llevan a cabo obras importantes. El único obstáculo a esta empresa son las escasas asignaciones a las obras públicas; de ello estoy más convencido que nunca».
ALEJANDRO I.— La verdad, eso no lo veo tan grave. En una corte llena de aduladores a veces se agradece un soplo de franqueza. Ese joven poeta Pushkin he de reconocer que a mí me hace gracia, aunque en ocasiones es irreverente.
DUQUE DE WURTEMBERG.— Ese Pushkin es un desvergonzado y un mujeriego que debería estar entre rejas. No creo que escriba nunca nada que merezca la pena. Pero el caso de Betancourt es mucho más grave. Es un ministro de vuestra alteza imperial y, por tanto, un mal ejemplo para el pueblo. El clero se queja de que le ha humillado, llamándole oscurantista e ignorante. ¡Y eso lo dice un ministro que no respeta la religión ortodoxa!
ALEJANDRO I.— Hombre, lo del clero tampoco hay que tomárselo por la tremenda. La verdad es que los archimandritas son bastantes pesados y agoreros...
DUQUE DE WURTEMBERG.— Betancourt es un peligroso liberal. Recordad que fue él quien os recomendó a su compatriota Juan Van Halen.
ALEJANDRO I.— Van Halen era un militar de gran talento. Recordad que derrotó a los rebeldes tártaros del Kan de Kasikumik. Fue condecorado con la Cruz de San Jorge por su decisiva acción en la toma de Joserek. No sólo Betancourt, también el general Yermolov sentía por él un gran aprecio.
DUQUE DE WURTEMBERG.— Sí, pero vos mismo os visteis obligado a expulsarlo arrestado hasta la frontera por sus peligrosas ideas políticas. En cuanto se enteró de que en España había triunfado el levantamiento liberal, le faltó tiempo para pedir la baja en nuestro ejército e iniciar el regreso a su país. Fue un ingrato que trató con desdén al ejército ruso.
ALEJANDRO I.— No necesito que me lo recordéis. Aún me irrito cuando pienso en su actitud impropia de una persona madura. Fue un desagradecido y un estúpido.
DUQUE DE WURTEMBERG.— Pues la situación actual con Betancourt es aún peor. Está empeñado que los campesinos puedan acceder, por el simple hecho de tener talento natural, al Instituto de Vías de Comunicación. ¡Algo intolerable para la nobleza! Además, no es trigo limpio. He revisado las cuentas de la administración del Instituto y de la Dirección General y hay corrupciones y un gran desorden administrativo. Nos arruinará.
Últimamente, pretende nada menos que construir un canal artificial que comunique el Volga con el Don. ¡Es algo que no se podrá realizar nunca! ¡Además, ha acogido a Lamé y Clapeyron, dos jóvenes franceses expulsados de la Escuela de Minas de París por sus ideas revolucionarias!
ALEJANDRO I.— ¡Basta ya, vos ganáis! Desde hoy vos supervisaréis la actividad de Betancourt y seréis su jefe. Pero tened mano izquierda y
no lo humilléis. Sé de buena tinta que Betancourt es un hombre que no pregunta a sus colaboradores por sus ideas políticas. Sólo les examina de ingeniería y les exige en su trabajo. Y la Feria de Nizhni Novgórod ha sido un gran éxito. ¡El primer año han acudido más de 200.000 mercaderes y se han ingresado 500.000 rublos en las arcas del Estado!
¡Con esto dejaremos zanjado este asunto!
(Música bizantina. En la nueva escena, el mismo despacho, con el Zar, su tío, el duque, y el general Betancourt.)
ALEJANDRO I.— Me han llegado noticias sobre vuestra desmesura al frente de los asuntos que administráis. Al parecer ningún presupuesto os parece suficiente para cubrir las necesidades del departamento que dirigís. Criticáis abiertamente mi administración y aunque no voy a negar vuestro celo y talento, deseo que a partir de ahora despachéis los asuntos de los que os ocupáis con mi tío, el duque de Wurtemberg. Él será a partir de ahora vuestro superior jerárquico.
DUQUE DE WURTEMBERG .— No os preocupéis, general Betancourt. Yo me ocuparé tan sólo de los asuntos administrativos y de representación. No pretendo inmiscuirme en los negocios relacionados con la ingeniería. Los desconozco por completo.
BETANCOURT.— Pero... ¿Y quién se ocupará de completar las obras de la Feria de Nizhni Novgórod? ¿Quién dirigirá el Instituto de Vías de Comunicación? Se necesita alguna persona que conozca a fondo los últimos avances de la ciencia...
DUQUE DE WURTEMBERG .— No os preocupéis demasiado por estos asuntos. Creo que os habéis ganado un merecido descanso. En cuanto al Instituto, creo que la disciplina está algo relajada. Convendrá imponer mano dura y tratar a los alumnos como a los cadetes de las academias militares. La disciplina hace maravillas... Por cierto, creo que vuestro hijo Alfonso se prepara para ingresar en el Primer Regimiento
de Caballería de la Guardia Imperial. Será para nosotros un gran honor que la estirpe de los Betancourt permanezca al servicio del Zar...
BETANCOURT.— Así es. ¡Cierto que a veces siento un gran desaliento! Con vuestro permiso me dedicaré a culminar las obras de la Feria, mi proyecto más querido. Con el debido respeto, solicito autorización para retirarme.
ALEJANDRO I.— Podéis retiraros Betancourt. Sabed que aún cuento con vos para terminar los proyectos iniciados. Gracias por vuestros buenos servicios. (Sale Betancourt.)
DUQUE DE WURTEMBERG .— Bueno, no parece que se lo haya tomado demasiado mal. Pensé que resultaría más difícil.
ALEJANDRO I.— Es un hombre noble y disciplinado. Tratad de respetarlo y no lo humilléis innecesariamente. Ha de terminar aún la Feria y conviene que termine la construcción de la catedral de San Isaac. Tened un poco de mano izquierda. No creo que viva ya muchos años; la muerte de su hija Carolina le ha hecho envejecer de golpe y es ya un hombre anciano.
(Se apaga la luz. Se oye una voz solemne y grabada que dice: Agustín de Betancourt falleció en el verano de 1824 a la edad de 66 años. Fue enterrado en San Petersburgo cerca de su hija Carolina. Al año siguiente corrió la misma suerte el Zar Alejandro I de Rusia. Un año más tarde, en 1826, se publicó el primer número de la Revista de Vías de Comunicación, proyectada por Betancourt en sus últimos años. En ella se incluye un artículo de Resimont sobre la vida y obra de Betancourt, acompañado de un retrato suyo.
A partir de entonces, el espíritu de este ingeniero español pervive en muchos hombres y mujeres ilustrados.
Quienes hoy hemos representado esta obra, alumnos de la escuela que fundara Betancourt, pensamos, al igual que él, que el Arte, la Naturaleza y la Ingeniería pueden y deben convivir juntos como lo hicieron en su vida y su obra al servicio de España y de Rusia. Muchas gracias.)
En 1784 ingresa en el cuerpo de Guardias de Corps y pronto consigue la protección de Carlos IV y María Luisa de Parma. Desde 1792 entra en el gobierno como secretario de Estado.
Godoy rompe con la neutralidad española ante la Revolución Francesa y entra en guerra contra la Convención Francesa. La posterior Paz de Basilea (1795) con Francia le valdría el título de Príncipe de la Paz.
Aliado de Napoleón, dirigió la guerra contra Portugal con el fin de apartarla de la alianza inglesa. La inestabilidad política y financiera del país y la invasión francesa, realizada con el pretexto de atacar a Portugal, aumentaría la impopularidad de Godoy. El Motín de Aranjuez (marzo de 1808) pondría fin a su carrera política, acompañando a los reyes a su destierro a Francia.
AGUSTÍN DE BETANCOURT Y MOLINA
De familia acomodada canaria, una vez finalizada su educación, se traslada en 1778 a la Península donde continúa sus estudios en los Reales Estudios de San Isidro y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. En 1784 viaja a París y en 1788 a Inglaterra, en misión de espionaje comercial, para estudiar la máquina de vapor de doble efecto de James Watt. De vuelta en París dirige un grupo de pensionados que reuniría memorias, planos y documentos relacionados con la ingeniería civil europea y que constituiría el fundamento del Real Gabinete de Máquinas. Regresaría a España en 1791. Además, Betancourt propone la creación de la Escuela de Caminos que no abriría hasta 1802. Su enfrentamiento con Godoy le llevó a exiliarse en Francia en 1807 para instalarse un año después en San Petersburgo al servicio del zar Alejandro I. En Rusia también se encargó de la reforma del cuerpo de ingenieros, diseñó edificios como la Sala de Ejercicios Ecuestres de San Petersburgo y el Manezh o Picadero de Moscú. Tras retirarse en 1824, murió pocos meses después.
Casa de la moneda de Varsovia. Proyecto de Betancourt compartido con Rafael Bauzá.
RAFAEL BAUZÁ
Ingeniero de caminos. Se trasladó a Madrid, donde se había abierto en 1802 la Escuela de Caminos. Bauzá formó parte de la primera promoción de estudiantes, pues ingresó en la Escuela en noviembre de 1802. Ingeniero de la máxima confianza de Betancourt, dirigió por orden suya algunas obras.
En 1808 permanece adscrito a la dirección de caminos en Madrid. Hacia 1812, opta por exiliarse en Francia, donde el industrial y relojero Abraham Louis Breguèt, amigo y colaborador tanto de Betancourt como de Lanz, propuso al ministro de Manufacturas y Comercio, conde de Sussy, que se sirviera de su talento en beneficio de la industria francesa.
En 1816 se encontraba en Rusia, donde Agustín de Betancourt, que residía allí desde 1809, lo había atraído a San Petersburgo con el fin de consolidar en el cuerpo de ingenieros de vías de comunicación. En el imperio ruso, Bauzá fue responsable de la ejecución de los proyectos inspirados y diseñados por Betancourt.
En 1823, Bauzá pidió retornar a España con plenos derechos de ciudadano mediante una instancia que presentó en las Cortes del Trienio Liberal. El retorno del absolutismo fernandino, le obligó a permanecer en Rusia, donde murió en 1828
De origen inglés, contrae matrimonio, aparentemente, en 1790, con vínculo secreto ante la supresión de los matrimonios religiosos en la época. Este casamiento carece de documentación que lo avale. En 1797, Agustín de Betancourt incoa un expediente de soltería para formalizar matrimonio canónigo en Madrid. Tendrán cuatro hijos.
Inician su vida en común en París hasta que, en 1791, se trasladan a Madrid. En 1807 están, de nuevo, instalados en París. A partir de 1808 se traslada con su marido e hijos a Rusia.
En 1823 pierden a su hija durante el parto de su nieto, que también fallece. Tras la muerte de Betancourt, permanece en Rusia hasta 1828, cuando se traslada a Alemania para, posteriormente, mudar su residencia a Bruselas. Tiempo después, regresa a París donde fallecerá en 1853
Emperador de Rusia (1801-1825). De carácter liberal, inició procesos de reformas, tales como la abolición de la tortura. A pesar de esto, su tradición zarista y autocrática le impulsaron a crear organismos absolutistas. La relación entre el Zar y Betancourt fue muy estrecha. Esta confianza fue lo que le permitiría a Betancourt desarrollar su amplia obra en Rusia. Un informe sobre el estado de las vías de comunicación en Rusia redactado por el propio Betancourt no fue del agrado del Zar. Este hecho mermó dicha confianza y constituyó un duro golpe para Betancourt. Fallecería un año después que el ingeniero.
cruzando los Alpes (1801) por Jacques Louis David. Österreichische Galerie Belvedere, Viena (Austria).
Cónsul y emperador de Francia. Militar de carrera, su progresivo ascenso tiene lugar, principalmente, durante el período de la Revolución Francesa. En noviembre de 1799, ante una Francia gobernada por un Directorio desprestigiado y amenazado por posibles revueltas internas a favor de la monarquía, Napoleón encabeza un golpe de estado. Se proclama posteriormente emperador de Francia. Considerado como un gran estratega, promovió el Código Napoleónico que establecía la meritocracia en el funcionariado y abogaba por la libertad religiosa. La muerte de Napoleón en 1821 está rodeada de misterio, ya que el supuesto cáncer de estómago que acabó con su vida pudo ser en realidad envenenamiento por arsénico.
“Devolan, Franz-Pavel Pavlovich” publicado en el noveno volumen de la “Enciclopedia Militar”, la editorial I. D. Sytin en 1912.
Retrato de Dominique Bazaine (1786-1838). Tabla conservada en Rusia.
FRANZ PÁVLOVICH DE WOLANT
General, ingeniero militar y arquitecto de origen neerlandés. Servía como Ingeniero Principal en el ejército imperial ruso. Planificó las ciudades de Odesa, Tiráspol, Ovidiópol o Novocherkassk y varias fortalezas en la costa septentrional del mar Negro. Es el autor del primer puente de hierro fundido en San Petersburgo y del sistema fluvial de canales más grande de Europa que comunica San Petersburgo con el Volga.
Científico e ingeniero francés. Educado en la Escuela Politécnica de París como ingeniero. A petición de Alejandro I de Rusia, ejerció en Rusia como oficial del ejército en el cuerpo de ingenieros para establecer un instituto para la educación de ingenieros de transporte, y en 1824 se convirtió en su director. Bazaine permaneció en Rusia hasta 1834. Fue responsable de muchos de los puentes de San Petersburgo y sus afueras así como de otros importantes proyectos de ingeniería civil.
Alexander Paul Ludwig Konstantin von Württemberg (18041885). Litrografía de Johann Baptist Clarot. ca.1840.
El duque Alejandro de Wurtemberg (1804-1885) ejerció su carrera militar en el ejército del Imperio austríaco. En 1800 se traslada a Rusia. En 1811 fue nombrado Gobernador de Bielorrusia por su sobrino, el emperador Alejandro I. Participó en la guerra contra Napoleón. En 1822 fue nombrado por el Zar director general del departamento de Vías de Comunicación en sustitución de Agustín de Betancourt. Esta sustitución fue provocada por el descubrimiento irregularidades en el departamento. El duque fallece en 1833