Estudios sobre artes industriales

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)( íSTUDI0S SOBRE AltTES nmUSTRIALES


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BIBLIOTECA ANDALUZA

3.& SERIE·-TOMO V.-VOLUMEN 25

ESTUDIOS

SOBRE- ARTES INDUSTRIALES POa

FRANOISOO GINEIt Profesor de la Institución libre de Enseñanza.

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MADRID: 1892 LIBRERíA Dlt JOS! JORRO

Paz, 23

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Las parsonas que tengan alguna familiaridad con el ~sunto á que 10B siguiontes artículos se refieren, adyertirán desde luego que con una sola excepción-El mooilia7'io clt la Odista-y tal cual idea general sobie 103 muebles, su cla.sificación. etc., son mero extracto de los libros ·acreditados sobre la materia, que en loa relipectivos lugares se citan. Todos ellos han sido ya pulJlicados en el Boletín de la Institt¿ci6n 'Libl'e (le Enseiianza, en la llevisla IIispa.noAmericana, ó en La Ilttstmción Artística, con la mira de vulgarizM' en términos sumarísimo~ Jas investigaciones d~ 108 especialistas. No es difícil que algunos de los aserto3 que contienen ' estén rectifica.dos hoy día por el progreso de la indagación 'y la. cienoilt; COSIlI que ignoro, POl' no /iif


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asunto en que yo tenga estudios formales, ni áun casi informales y de referencia, ni siga el desarrollo de 10Fl conocimientos. Pero como la mayor parte dQ esas afirmaciones desoansan sobre datos reales y ob· jetivos., los esfuerzos, cada vez más intensos, de los hombres consagrados á exclarecel' estos problemas, puede bien presumirse que, más que á corregirlas, vengan á completarlas y ttmpliarlas. Dos palabras, ahora, Ó pOOaB más, sobre la importancia de estas cuestiones. Suelen tenerlas por baladíes y triviales, no ya. los ignorantes-entend!endo por esta. palabra-pues. en otro sentido, ignorantes somos todoa-los pedantes que hablan de las COBas que no entienden con mucho mayor desenfado que el que usarían de cierto si las entendieran; sino hasta personas concienzudas, y áun los mismos que tí. su estudio se dedican: fenómeno á primera vista extraño, aunque se explica por la frecuente parcütlidad, estrechéz y deficiencia de la. actual cultura especialista. Piensan unos y otros que el estudio de los muebles, como el de las vasijas, los trajes. las joyas, tapices, bordados, armas, encajes, abanicos, etc., etc.. es mero pasatiempo de dea·


7 ocupados que, á falta de quehaceres formales, inventan estas monerías con que entretenerse y entretener 6. sus correligionarios de uno y otro sexo . Pero de esto-y de todas las cosas-puede decirse lo que de la filosofía deci:;¡, Sanz del Bio: «que da á cada cual lo que le pide y tiene para toclos los gustos): desde una educación severa de la conciencia en la verdad, hasta esos lugares comunes pa,ra hacer discursos sentimentales, conseri'adores Ó revolucionarios, en academüLs, parlamentos, ctUedras, púlpitos, ceremonias públicas y pl'Ívadas y solemnidades administrativas. Cualquier coleccionista inteligente puede clasificar COll exactitud un cacharro, lo mismo que un bibliófilo, ó un colector de mariposa.s, ó un tratante en pinturas, ó en vinos, ó en caballos, cOlnl'a.rtf:n con el módico el consa bido «ojO) parDo sus res!jl?ctivI1S especio,lidades . Pero considerar lo que hay (lentto de aquel bano, do aquellas formas, de aquella ornamentación; el íntimo enlace que gnanlan todos sus elementos con las costumbres, el género de vida, el medio natUlal, los gustos, las influencias, 01 espíritu entero de un pueblo ó un tipo de

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es oosa que pide otra aten"


ción más detenida y otra manera de mirar el cacharro, Si se reflexiona sobre qué toscos, bárbaros é insignificantes utensilios se funda nuestro conocimiento do los tiempos prehistóricos, se viene á comprender esa relación interior de cosas que, a.l parecer, en el uso común son de tan poca monta, con otras, cuya gravedad se entra. de tal suerte por los ojos, que á nadie le consiente celTarl<>s, Cuando Luis XVI y su deSTellturada consorte ayudaban con tanta ingenuidad lí. !J1l'ooación incipiente contra el mobiliario de Luig XV y tí. la difusión de la sencillez del gusto pseudo-clásico contt' a el barroco y churrigueresco, patrocinando la mesa ele pié da aguja y el clavo romano, y la urna, y el pabellóu en flecha., y las hfLc6s de los lictoree, quo parecían aúu tan inofensivas como 10d idilios de Trianon, hijos, más ó menoa legi~imos, de Emilio y La Cabalta indiana, contribuían, 110 sé si pOl' ley invencible, á la. formación de aqucll.lUracin ele Nll.'ia y sangre, que arrasó trono, religi.ón, familia, aristocracia, gremios, municipios, universidades, economía .. , la estructura social entera; pero que respetó y sirvió la lenta evolución de aquelbs «(modas». y la guillotina, y ']~rmidol', y Brumario, lp.e


empujaron más y más hacia aniba, hn,sta corenarlas lm el sólio con lA. mascarada ceSI1.rea. de Napaleón: momento á la. par do apogeo y de cODsiguiente decadencia de la «inocente» pA.stoxela neo-clásica. En esta indomable solidaridad de todos los factores de un ciclo, un jarrón del Reijro habla muy bajito, pero muy claro, de la Revolución F rancesa; y una silla pseudo-gótica del año 20, de Restamaci6n y Santa A.lianzft . Tan fácil ea construir la historia de la civilización-la verdadera histol'üt-sin la elel mobiliario, como sin Ji'. de la ciencia, ó la religión, ó la política. Todo está eu todo; y el ideal que inspira las formas aparatostts de la sociedad tr:tbaja en el taller del artesano y lleva por igual en un mismo sentido todas las fuerzas ele la vida humanft . Vistos ftsí 108 muebles, ¿no es verdad que dicen ya otra cosa?

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BIBLtOTECA ANDALUZA 3· ~ ~EME· -TOMO

V.- VOLUMEN

ESTUDIOS SOBRE EL i\IOB1LIARIO

, PRECIO: · Para los suscritores:

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Para el público: 1,5°.

peseta.


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En toda clase de edificios, públicos ó privados, desde la. más humilde casa al más suntuoso templo, hay ciertos objetos que, sin formar parte de la construcción, se colocan dentro de los mismos, ora para hacerlos más agradables y confortables, como ahora se dice, esto es, para que respondan de un modo más completo á la idea de una habitación de gente culta y civilizada, ora en general para que en ellos puedan debidamente realizarse los diversos fines á que se encuentran destinados. Ya se comprende fácilmente por esto, que se habla aquí del ?nobilia?'io en un amplio sentido, según el cual l abxaza lo mismo


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las mesas, asientos, camas, etc., que los vasos de porcelana 6 vidrio; loo tapices, cortinajes y alfombrn.s, como lL)s espejos y los bronoes; el servicio del comedor, oomo el del culto: en suma, cuanto caba €:n la expresada idea de obj eto independiente de los edificios. y del cual sin embn.rgo estos necesitan. Porque si el concepto, por ejemplo, más senc1110 de la caRa (no ele la habitaci6n, en que también entra la cueva) es el de un cobertizo que nos n.briguo de la intemperie, y si 108 vecinos do semejl1nto casa-llamárnosla así-bien Vlleilen sentarse y dormir en el suelo, comer con los deilos , beber y lavarse en las fuentes y secarse al sol ó al aire; conforme la casa se agranda y mejora, ,a sintiéndose tambión la necesidad, no sóio de adornarla SillO de hacerla más cómoda: y con ambaH, la de servirse de utonsilios que permitan desompeñar más cumplidamente las diversas fnnciones de la vida domóstica. Por esto, sin duda, desde que hroliamos vestigios, por r emotos quo sean, de la existencia del hombre en lag sociedades primitivas , en esos períoCios llamados por HU antigl1edad y oscuridad para nosotros «prehÍl,tÓl"iC(lSl) Ó «(ante-históricos l), halli\.mos


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también señales de muebles y artefactos, rudimentarios, sin duda, pero en cada uno de los cnales debe mos ver el gérmen de un desarrollo m'Í.s Ó m ~ nos impor~ante . Así, como elinen-hir, la piedra la.rga hincada en el suelo, y en la que van distinguiéndose sucesivamente, merced á. groseras entalladuras, primero una cabeza, que hace de ella un herlnes, luego unos pies y unos brazos, hasta convertirla en figura rígida, sacerdot!11, hierática, y por último, nada menos que en esttitl1ft de Fidias, donde alcanza el grado supremo üe libertad y de belleza, así la roca informe, donde celebraron 103 hombres sus primeros sacrificios, ha venido á ser el suntuoso altar de nuestras catedrales; la dura cama de yerba, el magnífico lecho esculpido, sobre cuyos muelles colchones se extienden espléndidos brocados; y la tosca vasija de barro, endurecido. al sol, las mal'avillas del Japón ó de Sen'es. De notar os que , sogún se va elevando el nivel social de la cultura, todos estos oujetos son cada vez m'~s apropiados á su destino y mÁ.s graciosos, delicados y elegantes; desenvolviéndose al par y eu concorde medida en la historia de las sociedades la utilidad y la belleza. No es esta la opinióJl.


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ae ciertos escritores contemporáneos; por ejemplo, del filósofo Spencer, el cual Cree quo la tendencia estética, esto es, el intento de producir cosas hermosas, es como ar- . tíoulo de lujo, que no nace hasta que las primeras y más subalternas necesidades se han satisfecho: acordándose sin duda de aquel refrán de. «vientre vacío no está para músicas u • Pero como dosde los más remotos tiempos y en los pueblos menos cultos de que se t~ene algún dato, hallamos canciones, danzas, pantomima.s, pinturas (que comienzan á veces por las que se hacen en sus propios cuerpos), no es posible asentir á esta opinión, por respetable que sea . . En cuanto al papel de esa tendencia on los utensiliqs de la casa, tampoco puede acepta).'se. Las armas é instrumentoH vrehistóricos, aparte de su forma, en cuya elección entra también alguna razón estética, tienen con suma frecuencia líneas y figuras grabadas, que no son otra cosa más que puros adornos, sin los cua.los en nada S6 perjudicaría su buen servicio: que es, por cierto, lo mismo que hey acontece, v. g., con nuestras vasijas ínfirr..as de barro, en las cuales, ya en la forma, ya en cierta ornamentación que Be les añade l se tiende á


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darles más agradable apal'iencia. De lo que no cabe dudar, es de que este intento, según va dicho, se desanolla con la civilización hasta un grado incalculable. Llega día, en que la utilidad .~el objeto tiene apenas un valor secundario, como acontece con muchos muebles preciosos que decoran los salones de las gentes acomodadas y de buen gusto, sin que nadie piense en emplearlosl para el fin que á primera vista l'epl'eSentan, y que casi viene á convertirse en pretexto de su construcción (1). Desgraciadamente, no basta poseer ese buen gusto para tener á su disposición y en su casa tales pl'imores; pero el progreso de (1) Sobre la unión, 6 más bien unidad de elemento constn.d ivo y el estético, unidad hasta hoy casi exclusivamente estudiada en la arquitectura, el trabajo más com pleto que conozco es la Memoria de D. Fernando G. Arenal, Relaciones mtre el arte y la industria, premiada por El Fomento de las Artes y publicada en el Boletln de la b¡stifltciólllibre de E1lseñanza (1 88485): en ella se.procura, tal vez por vez primera, reducir á unidad este principio y aplicarlo á las llamadas « artes industriales.lIo-Bay odición especial, en un vol. Madrid, Fortallet, 1385,


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la civilización va de día en día facilita,ndo, on esto como en las demás COSfLS, á tallas la~ clases sociales, aun á las Ulás hUlli! des, la n,clquisiciún de objetos que, acceúbtes solo en otro tiempo para las más pudientes y elevadas. S3 halln.n cada vez al alcance de mayor número de personas, El arte del mobiliario tiene más aHA. importancia de lo que Á. primera vista parece, Sirva de ejemplo lo que OCUlT<l en 01 de la ¡ cagtls particulares, Tolo cuanto contribu::¡; á ha.cedA.J mis útiles, cómodas y agrn.du,bIes, sirva para an.cionarn03 á ellas y har' ~ 'r que encontremos en el hog'l.l' nna poesírL, un atrA.ctivo, un encanto, que es dificil ha.llar en cualquier habitación sucia, desmantelada ó molesta . El descuido con que este género ele cosas se mira en pneblos poro adela.ntl1dos (como en el lluestro acontoce, y COil particnln.ridad on 1as clases ill\:ldia:-l) os CIlUela, y muy principal, de que en eso:; pueblos sea tan pobre y desund:1 In. vicla 0e la Iu.milia, procl1l'an'l.o cada cual no pas u' en cUr'la sino las hora"! absolutamente indispunsables y reducioudo es t.as á un lUlUimo cada vez m.irs codo. Lo que 1:1 caSfl, por semejanto camino, va perlliendo, lo ganan al propio compás el café y el casino, donde,


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presciucliendo de otros estímulos más 6 meuos pla,usibles, so hallan siquiera cierto comfoTt y cierta decoración . Aunque esta sea en oca~ioues del peor gusto posible, siempre llab1a.rá á la f::mtasía y superaré. infinitamonte á los atractivos de un cuartucho, vetlticl0 ele papeles mugrientos y adornado según patrón irrevocable con deBvencijaclos muebles, que enseñan sin puelor pOI' entre sus desgarraclas cftrnes, de verde reps ó negra. gutapercha, las ruines entrañas de apretadas mazorcas de pelote. Así es qua basta ver los cn.fés ele una ciudad, para adivinar el grado ele cultum que en ella alcanza In. vida doméstica. Si son suntuosos, según acontece en :;VIadria ó en Barcolona, bien podemos decir: ¡quó , mal vivir!lll estas pobres gento 4 ! ((El COn7.fort y 01 buen gusto del salón rlel casinodice un escritor (1) clorlicac1o Ú. estos aSllU'tos-contribuyen tanto carne? la sociedad y \ 1) 'V, J Loftie, Defensa del arte en la crrsa, con ~pecial referencia á la eco71olllfa C?l colecciona?' , ob1'as de arte y á la importallcia del gllsto C7l la cdli(aciólIY la moral, (en inglés )-Lóndres, 1877; cap, Vi El arte y la lIIo?'al pág. 97.

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los periódicos á. sacar á los Jóvenes de casEt. Empujamos , literalmen te, tÍ nuestros hijos pura que busquen fuera fl,quellas uomotlidanes y orden quo no halln.n dentro . Extir palUoa on ellos el gérmen del buen gusto; consilleramos al arte UOlDO un gltsto inútil y cortn.mos el mlÍo!:! fuerte la;w con que podemos encadenarlos al hogar doméstico_)) y es-~réftlo bien el lector-que no me atrevería á decidir CUtí.l de etltas dos cosas es más difícil: si saber ser rico, Ó s!lhor ser pobre.


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Siguiendv el milJUlO ejemplo ue la casa. y 6OncruMndonol á él por ahora, do. a.rtes principa.les hay, que 19 refieren al interior de lIluesbra.s Tiviennltll, y áun de lodo .dilicio: el de la. decoración y el del mueblaje. El primero tiene por fin el embellecimiento <l6 aquellas en sí mismas, ó sea, todo cuanto concierne á su disposición con el 8010 intento de que presente un aspecto grato, elegante, estético: ora. se trate de adornos incorporados a.l edificio y que constituyen su decoradón fija ó arquitectónica, v. g. los de los techos, paTimeot'os, paredes, puertas, chimeneai; ora. de aquellos otroi, como cuadros, iapicea, eitaiual, bronces, espejos, que forman su decoración

móvil, independiente, iepa.ra.da.-Por

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que respecta al arte del mueblaje (que llaman ' (ll1L8~¿blentent los francesb-S), esto es, el de inventar, ó elegir y colocar en la casa los diverso!! objetos movibles que ha menester, según lP"s n ecesidades de la vida que deben en ella cumpliI'se, se diferencia grandeme=:lto del unterior: pues el decorado)' se vale de toda clase de objetos, sean ó no muebles, pero exclusivamente para procurar el adomo de la casa; miéntras que el amnebladol'-con pertlón sea dicho de la respetable ortodoxia de la Academia-sólo / emplea., según el mismo nombre dice, muebles; y esto, atendiendo á todos los fines de la vida doméstica, no mern.mente al embellecimiento de la casa: aSÍ, lo mismo se' ocupa de un espejo, que de un armario, una arteRa ó una mesa de cocina. Por último, ambas artes tienen el parentesco que desde luego se comprende, merced al cual, se mezc1n.n y hl'Jsta f¡'í cilmente se confunden, Sin embargo, ni tí. un::o, ni á otra, S9 concede hoy todavía la importancia tí. qU"e tienen del'echo; yei arreglo de una Ollsa, ya se encomiende IÍ. un tapicero, ya lo dirija eI dueño mismo, se verifica las más veces, bajo el aspecto de la decoración, como bajo el de la comodidad, sin otra guia

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que un instinto vago, falto de principios, ebpoyac1o á lo sumo en la cootumbl'c Ó en el {"tusto individual, más ó menos delicado, y ~l que con frecuencia acompaña la mayor iguorancia tocante ,1. be condiciones á que tleoe obedecer el adorno de nuestras vivien(~as, cTe los fines íÍ, que ha, ele responder enda una de sus partes, y hasta de los medios que la civiliza.ción actual pone á nuestra disposicióll para satisfacerlos. De aquí, 01 mal gusto, lUonotonía, incongruencia, molostia y demás c/¿¡,siler¿us , con que se alhajan las habitaciones en los países lttrasa,tos (1) . Ei mobiliario abraza, pues, aquellos objetos independientes y perfectamente sepa'1'[1 bIes de los edificios, que en estos se co10clUl para satisfacer los lines á que se encuentran destinados; y el arte de amueblar dichos eclificios os el de elegir y dis¡)Quer esos objetos, 108 muebles, de unn. ¡nanera adecuada tÍ ln.s oxpresadas necesidados . Elduye, pues, este concepto, multitud l·-

( r) Illdicaciónpara la dec6raciótl de ltrs Cltsas Cvil pinturas, obr as de madera y ntob¿Jiario (en

inglés), por Rhoda., é Inés Garret.-Lon'dres Ii76.-Introducción. )

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BL KO:JILu.:ale

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de obras; por ejemplo, tod.as aquellas que el c:1rpintero, el mal'moli3ta, el astuquÍsta, el pintor y domdo!:, el vidl'iero, el papelista, 01 artista. cedmico, el herrero, broncista, etc., etc., ejecutan en puertas y ventanas, techoi y pavimentos, muros, rejas, cerraduras, azulejos y demás, para la ' comodidad y ornf\to del interior de nuestra:5 habitaciones; tÍ resal' de la extraordinaria importancia artíetica que en muchas ocasiones alcanzan. Las puertas ele la catedral de Toledo, debidas á Villalpando, ó las del Baptisttlrio de Florencia, de Ghiberti; las grandes chimeneas esculpidas de Italia, en que á veces no desdeñó poner mano el insign e Miguol Angel (como «so dice)) de la dal palacio de Cintra en PorLugal), ó la célebre de la. casa del Infantado. en Gua.dalajara; los techos de colgantes y estalactitas d-e los monumentos granadinoa, 6 el artesonado de la Universidad de Sal:tmanca; los mosaicos romanos, de que puede yerse una peqlieña mncstra en el Museo Arqueológico, ó los bizantinos dEll Misrab de Córdoba; las verjas de la capilla del Condestable en Burgos, ó las cerraduras del pa.lacio del Escorial; las a.filigranadas paredel de la Alhambra, 108 a.zulejoB d81


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Alc:í.zar de Sevilla, las vidriel'a<3 de León ... son maravillosos ejemplos del arte incalculable que en esos géneros puede desplegar la inventiva del hombre. Pero, en cuanto constituyen en cierto modo parte de los edificios mismos, de los cuales son en rigor insgparablss, puesto que por sí solos no tienen fin alguno, por mis que en casos (lados pueda.n traslada.rs.e de un lugar á otro, no deben incluirse én el mobiliario, sino en el arte de la decoración arquitectónica. A este arte correspondan también las p1n tu l'aS murales y la ornamentación escultural que revisten bóvedas, paredes. arcos, pilares, cúpulas; y en realidad, aquellos CUftdrOB, ó estatuas., como las del claustro de San Juan de los Reyes da Toledo, ó las imágenes de los retablos en los templos, que si, materialmente, pueden trasladarse del sitio que ocupft.n, ideal y estática· mente deben considerarse como elementos de la decoración fija á inseparable del edificio, compuesta y calculada toda sobre estos elementos, euya falta la dejaría truncada y sin s€'ntido. Lo cual no contradice al valor independiente de dichas obras. Respeéto de !liquellas que l por el contra-


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rio, han sido producic1a,s sin relación con un lugar determi.nado en q ne hayan de colocarse, según acontece con la mayoría, de los cl1aclt'os, bustos, estátuas, etc., en que solo se atiende ,1. la obra en sí misma, quedan también fuera del mobilüu'io; pero por otra causa. Pues si es cierto que, sin perjui.cio del valor que <i eRas pl'oducelones artítlticas, como tales, corresponda, puoden ser estimadas asimismo como elementos de ornamentación, cuyo lugar en el edificio y en relación con otros objetos debe determinarse artísticamente también, la importanci..'l. de esr.a clase de obras es tal, ¡;' Ca.llS<~ del desarrollo que ya han n.lcanza.él.o, que 11. nadie extrañará ver excluida de la historia del mobiliario la de la pintur:l, lior ejemplo: toda vez que el valor independiente de sus obras supera al que puedan teller COlDO elementos decorativos y ¡:nbol'f!.inados, No es, pues , tan 8010, como 6. vecos se dice, la cau.sa do esta exclnsión el carácf,er puramente estético de dichas obras, mióutras que los muebles propiamente dichos tienen ante todo un destino utilitario. En un j arl'ón d~ porcelana del Retiro. dedi ('!l do á tener flores, esta utilidad es puramen-


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te decorativa y estética; pues ni la8 flore s ni el vaso estlí.n en la casa con un fin diverso del que preside á la adquieición de un cuadro ó de una esM,tua. No debe sin embargo, olvidarse que esta ra.zón del fin puramente estético de las últimas obras citadas tiell3 cierta importancia también: ya que, en la inmensa mayoría de los mue bles, el destino utilitario se r.onserva si- . quiera. como pretexto y det01:mina el tipo y forDla de su construcción. . Por todo ello, es hoy uso común comprender solo en el mobiliario aquellos objetos que, siendo separab~es del edificio (auuque accidentalmente se hallen fijadoro en él de un modo más ó ménos duradero), tienen por fin servil' para las funciones de la vida qUI3 en él han de realizarse: ora estos objetos guarden su primitivo destino, 01'[1, lo hayan perdido, conservando únicamente 01 carácter de elementos de la decoración movible. Pues, respecto de esta última clase, debe advertirse qUé Los objetos pif3rden su finalidad primitiva, ya por el cambio de las necesidacles humanas que traen consigo el decurso y vicisitudes de los tiempos, y á consecuencia del cual dejan de servir para satisfacerlaFl !l."'I~Uoo


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útiles de que ant eriol'mente se valían los hombres, ya por su beneza é importancia artística, que nos hace posponerlo todo á estels cualidades, Pero, aunque perfectamente separable de las demiís, el arte del mobiliario mantiene con todas íntima relación. Así se observa qneel gusto de ca~la época, sus inclinaciones estéticas, lo que suele llamarse, condensado en una fórmuln., su ideal, S0 expresa en los muebles mcís insignificantes, lo mismo quo en las más grandiosas creaciones del génio, y con tanta mayor precisión, cuanto mayor es su importancia. Recuérdese que, al difundirse en Europa la reacción clásica desde fiues del siglo XVIII, no es solo en el Arco de la Estrella, en los monumentos de Cano va ó en las pinturas de David, donde se refleja aquel espíritu de imitación á lo antiguo; y el estilo imperial, quo conforma tí. su manera. los más suntuosos muebles de los salones régios , enriqueciéndolos con bronces, adorna 00n sus correepondi0ntes clavos romanos de metallas sillas más humilJ.l?s, los cajones de las mesas y cómodas, los marcos de los espojos y hasta las perchas para las tohallas . Así, entre otras relaciones que podría-


EL M01HLUIUO

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mos citar, nuestro arte toma de la arquitectura, acomodándolas en calidad y dimensiones á sus fines: 1.0 las formas, proporción y clisposición de las maSMj 2. 0 las pilastras, columnas, molduras y 1llotivos do ornamentación, que son casi idénticos en muebles y edificios; como toma de la plástica las esculturas, grupos, cabezas, fiores) figuras de animales reales ó fantásticos, etc.; y aprovecha el arte del tejido en las telas oon que los recubre; y los de labrar metales y materias preciosas, tallar, tornear, incrustar, esmaltar, pintar, dorar y demás, para 1:1s diferentes partas y adornos que necesita. Tanto mís, cuauto que el mobiliario de ebanistería pertenece . como la arquitectura, á un tute más amplio, á saber, el de ht construc ión segúu formR.s geomé-tricas, fl,rte CllyO desarrollo histórico ofreco varias otra.s ramas, ya más, ya menos importantes: sirvan de ejemplo la jardinerin. y la armería. Las indicac:ones precedentes pueden servir, aUI!que sea poco, para fijar un tanto 1M ideas relativas á lo ql1e debe oomprenderse por arte del mobilia?·io.


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lUEBLES EN LA EDAD ANTIGUA

Ante todo. conviene advertir que los muebles de que se va á dar somerÍsima idea, son los que podríamos llamar «de ebanis· tería. )) Prescindimos, -pues, de los obj etos restn.ntes movibles comprendidos en el mobiliario: tales como tapices y telas, armas, vidrios. lozas y porcela.nas, orfebrería, etcétera, qne, ora sea con un fin principalmente estético ó decorativo, ora con el de servil' para otros fines de la vida individual y social, forman con aquellos el conjunto de medios, tan complicados ya en nuestra época, de que se vale el -hombre para satisfacer, dentro ó fllel'lI. de las casas, sus diversas necesic1ades.


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LO~ lruEBL!lS ANTIGUO!

El ebanista se diferencia. del carpintero en que éste cOll'ltruye ciertos elementoB esenciales de los edificios, que no pue(len apellidarse muebles, como las puertas, armaduras, techumbres y pavimentos . Pero también produce verdaderos muebles, aunque toscos y sencillos; y estos son los tipo~ fundamentales de los que labrtL la ebanístel'Ía: tipos, que en e ta aparecen ya modio ficados, perfeccionados, enriquecidos, así en sn traza general, como en su decoración, y que á su vez sirven de modelo para los muebles Í;l,bricad09 de metales y otras materias m!Í.s ó menos precioaas, como el mR.rm, el jaspe, el ma,rmol, la malaquita, etc. Ahora bien, merced á. la expresada relación de los muobles de carpintería con los de ebanistería, hay que acudir á aquellos para clasificar estos, ó lo que es igual, para reducirlos á sus formas principales: ya que la banistería quizá no ha inventado un solo mueble; sino que los ha trasformado todos, si bien hasta un límite indescriptible. ¿Cuáles son osos tipos? Sin violencia alguna, parece que pueden reducirse á cuatro: la cama, la m esa, el asiento y el n.rca, ó caja. EstOi sou los muebles, de que tOdOi lo~


LO! MUEBLES ANTIGUOS

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demás se del'iva.n ó combinan . Un sofá, por ejrmplo, 6 es una moc1ificación de la cama, ú consta 110 (los ó trts asi.enbos uni.dos y pOl'feClliooac103: una cómoda es la combiuacióll do un:L mllsa con una série de cajas; nn lit (li~ ?'e¡)os Ó una. ch(úse-longnc, la C011l binal'iól1 de un sofá. v de una cama. rrellg<1Se siempro ea cuenta que, según una ley propia {le toaa lJistol'ia y de todo desenvolvimientc, y::i la cual bau llamado 108 filósofos ley de «(diferenciación p:rogresi va. ¡), 6 con otros nombres análogos, 1<1 vitla pasa siempre de lo simple á lo complejo, desplegándose graclualmeute los diversos elementos que, al principio, se hctllan fundidos é indistintos en la unidad de qUG pl'oce:ien; al modo como ht planta. se va desarrollando desde la. semilla, Merced :'i esta ley, en los primeros ticmprs y en lo~ gradoR másl'udimentarios de la civilización, estos tipos de mobiliario no so distinguon tan perfe<>tameuLe, sirviendo un mismo objeto p(tra vario,,¡ usos: por ejemplo, de meo a y oe arca, de cama y ele a.siento. No de otra snerte, en los puc:blos pequeilos y atrn· saJos, un mismo com0rciante venrte comes tibIes, y telas, y loza, y ferretería: en9l1ma, todos los géneros más c1iV61'SOS; caüa uno

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de 108 cuales requiere más tl1i'de, ó en círculos U1¡Í,S nmplio8, uno 6 muchos estab16cilUientos para él solo.


l.-TIEMPOS PRIMITIVOS

Ficilmeute se comprende que, en aquellas remotas edades, llamadas pl'e-hist6ricas , á cltusa de no óxistir historia en ellas, ya escrita, ya en forma de fidedigna tradición, habiendo de descubrir sus elementos por indicios y huellas de interpretación dificil, el mobiliario'debió ser punto monos que nulo. JJaa necesidades de la vida son siempre idénticas en el fondo; pero el moJo de f'atisfacerlas varía 6. compás de la cultura y engcnc1rtl. exigencias cada vez mayores, á. las cuales responden indefectiblemente los nuevos medios que inventa el ingeuio humano. Las' formas de los primeros utensilios han sido las más simples: los materiales, al principio. la pieru:a tos-

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MUEBLES PRIMITIVOS

ca, sin labrar 6 rudamente labrada (según las épocas), el barro, la madera y demás partes de los vegetales, 10R huesos, pielesyplums,s de los animales yalgunos tejidos hechos á mano, ó con instrumentos groseros, Á esta es á la que se llama edad de piedra, con SUB dos períodos, de la piedra en bruto (taUada) y de la piedra pulimentada: nombres 'lue se derivan de los únicos instrumentos que por entonces servían á nuestros progenitores para atender á sus necesidades, y que consistían en trozos arrancados de las rocas y unidos luego á piezas de madera (hachas, flechas, cuchillos, etc.) Viene después la edad de los metales, donde el CObl'C y bronce, primero, y después el hierro, prestan poderoso auxilio á aquellltS rudimental'Ías industl'Ías; y la invención del vidrio, que eI\sanclla la esfera de lae primeras artes_ Ya se ailvierte que, de todos estos útiles, los de piedra son los que mejor ha.n llegado hasta nosotros, y los do madern., más expuestos IÍ. alterarse, los menos conserva· dos; habiendo que recurrir, para 10 poco que de de ellos se sabe, á los informes dibujos que en las rocas é instrumentos formados de éatas Be encuentran á veces,


JlUEBL!l! PRIMITITOS

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Entrando ahora en el ligero estudio de los principales muebles-si tal nombre merecen-de esta edad, comencemos por la cama. No crea.n nuestros lectores que esta preferencia tiene por fundamento el consideril.ble atractivo que en todo buen español ejerce su mueblo predilecto, en el cual, á semejaaza de todos los pueblos meridionales y atrl1sad03 (que no basta lo meridional por sí solo), quisiera pasar casi toda su vida. La camn. representa el primer pa-pel en el mobiliario <10 todas las épocn.s y países, por una razóu muy sencilla: por S&1' el mueble de que mlÍs largo tiempo hacemos. uso. De aqní que su perfeccionamiento se haya adelantado al de los demás trastos de nuestra habitación: pues , áun cuando no reparemos en ello, por la fuerza de la costumbre, el mcís humilde jergón l'epresenta un inmenso progreso, superior al que han experimentado lOB demás útiles domés ticos.Hasta en el más mísero tugurio de la última aldea, la cama eB siempre la pieza fundamental del mobiliario, todo el cual la cede en valor é -importancia.


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MUEBLES !BOOTIVOS

Aparte de esto, las primeras C!Lmas han dibido ser bastante duras. Una. piel, un montón de paja 6 yerba sobre el suelo, en un principio, han representado para el hombre prehistórico, según parece, este medio tan importante de descanso. Téngase en cuenta que, á juzgar por lo que hoy acontece cún la mayoría. de lo.s pueblos salvajes (de los que, no sin grave exposición á error, se suele inferir los USOR de los primeros hombres), nuestros más remotos !\sceBdientes acaso preferirían dormir sentados ó recostados contra un arbol ó contra la p~red (1). Sin embargo, parece que en las estaciones y países más fríos dormían á veces hacinados en zanjas, cuyo f~ndo rellenaban en parte oon ceniza oaliente, encendiendo al rededor fuego. Algunos datos. tales como el ejemplo de los salvajes de América (no de las razas que ya alcanzaban una civilizaoión tan compleja como la de los mejicanos y peruanos al tiempo de descubrirse el Nuevo Mundo), v. g. los caribes de 1M pequeñas (1)

Sales y Ferré, Prehistoria y origm de la

oioilizaciófl, t. 1, pág. !4é .


JlUl!IBLES JlBIMITIVO!l

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Antillas, permiten inducir que, al punto que aquellas edades conocieron el arte de fabricar tejidos, los emplearon en hamacas, esto es, en fajas suspendidas en alto por sus extremos. Q~1izá los plleblos llamados lacustres, porque edificaban sus habitaciones en los lagos, sobxe estacfl.s, y que fueron de los que más desarrolla.ron la industria de las telas, harían un uso considerable de estos lechos colgados, que son ya. un progreso sobre los anteriores. Hasta qué punto ha. debido desenvol verSé en ciertos puebIo la cOllstrucción de hamacas, lo indica el hecho de que en la América del Sur se hayan empleado nada. menos que como puentes y en una longitud de 40 metros. Humboldt, en sus Sitios de las Corclillera$, describe varias de estas singulares hamacas, cuyas oscilaciones suelen causar más de una desg!'acia al viajero 'imprudente; especialmente merece citarse una, po!' la cual pasaban hasta mulos cargados (1). Pero, dejando áJun lado digresiones, S6 comprende que, en estas l'emotas edades, las restantes piezas del mobiliario no po-

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(3) Ob. cit., trad. de Bernardo Giuer. p.

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llU1::8LES PI\DUTIYOS

dían diferir grandemente de la que acahamos de señalar. Una piedra ó un tronco 80n 110y todavía, entre los salvajes, los asientos mlís a.ltos, ya que muchas veces el suelo mi"mo reprosenta este pltpel; un hoyo en la tierra, ó en ln.s paredes, sirve para guardar los obj etos que se quiere tener más preserva.dos de la intemperie, de la codicia ó de los animales dañinos. Mayor importancia tionen las mesas, de las cuales deben citarse las que servían probablomente para los sacrificios religiosos y cuyas formas son muy varias. Tanto estas mesas, como las que andando los tiempos (pues en un principio no existían, y luego un mismo objeto serviría á la vez de ::tBiento y mesa) se introdujeron en el uso doméstico, parece debían consistir en masus de piedra, cuya. superficie se disponía en relación con los fines á que se hallaban destinadas, yo. en un plano más ó menos irregular, ya con ciedos huecos pan\ el hogar, ó para recibir la sangre de las víctimas, etc., etc.

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MUEBLES EGIPdIOa

ll.-ANTIGUO ORIENTE

De los diversos pueblos del antiguo Oriente, deben estudiarse sobre todo el egipcio, el asirio y el caldeo y el hebreo. El cR.rácter general del mobiliario egipcio, ya atendiendo á los objetos que en los Museos Británico, del Louvre y otros se conservan, ya á los que las pinturas, relieves y otros restos ele aquel pueblo ó de las indicaciones y descripoiones más indirectas se han podido sacar, y espeoialmente por las rel)l'esentaciones de la vida doméstica figuradas en las paredes de los enterramientos, guarda la necesaria relación con el de todo su arte, así en sus líneas y formas generales como eu la ornamenta·

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~1JEBLEg

EGIPCIOS

ción (1). El predominio de las formas piramidales, en la disposición de las masas; una regularidad y simetría, por decirlo así, literal y en cierto modo monotona, en la distribución ele los miembros particulares; el predominio de las formas elementales geométricas y esquemáticas sobre las orgánicas y más complejas; el valor simbólico de los atributos, animales y demás r epresentaciones accesorias, valor que en r ealidad solo en Grecia se pierde, como ha hecho notar Hegel (2); el carácter severo ue BU fantasÍ:'.., que se retleja en la s01 riedad, grandiosidad y sencillel?i, Ull tanto soca, '.1B creaoiones; todos estos signos apn.l'eCCll en los objetos ele BU mobiliario, cuyo e.studio todavía neeesita datos más abundantes que los que poseemos. No lo son grandemente los que 1'especto de las camas de los egipcios se han haUado. Según Wilkinson y Hungel'Íord (3), t

Ott. Müller, Manual de Artjueologia. EsU/ica, trad, franco de Bénard, t. n. (3) \-Yilkinson, Los antiguos egipcios (inglés), cap. VI y VII.-Hllngerford Pollen, Aluebles y obms de madera que se halla?l en el jJ{useo de Kensi1zftO?t (inglés); Londres, 1874, p. U, (1)

(2)


MUEBLES EGIPOIOS

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solían dormir en los sofás que usaban duranie el día, ó sobre esteras, más ó ménos gruesas, ó en tarimas de madera de palma. ~us almohadas dejaban también bastante que desear; eran trozos de palo, ó de otros materiales aun más duros, redondeados y n.hondadoB en I!1edio con una cavidad para apoyar la cabeza; en el Museo del Louvre, en París, y en el Británico de Lóndres, se conservan algunas de estas almohadas, de madera y de alabastro. En la D esC1'ipcí6n de Egipto (1), hay una lámina de uua especie de sofá-cama, con su cojin correspondiente y cuatro gradas para subir tÍ. él. E bers habla (2) do muebles análogos, fabricados de oro y cubiertos de pieles de león; pero estos obj etos corresponLlen ya á la época del influjo helénico. Las sillas e:an de diversas formas: con bmzos ó sin ellos, de respaldo recto ú oblicuo, plano ó cóncavo; altas ó bajas; de madera más ó ménos preciosa, labrada., ta(1) ' Descripti01l de !- Egyjle; Antiquitts, vol. n, lám. 89. lig. 8. (2) Una princesa egipcia (alemán); vol. I, capítulo 13; pág. 203 de la edición inglesa de Tauchnitz do 1870:


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MUEBLES EEl:IPdIOS

lIada, dorada, incrustada, ó bien de marfil; cubiertas con telas, pieles, cuero ó caña trenzada, como nuestros asiontos de rejilla. A veces, carecÍn.n de respaldo y se doblaban, al modo do nuestras sillas do tijera; y los piés de las más ricas terminaban en cabe. zas de animales. Las más humildes se reducían á un trozo de madera, ligeramente ahondado y puesto sobre tres 6 lluatro piés. Las que se han llamado biscllia, esto es, sillas dobles ó pn.l'a dos personas, tal vez no lo fueran, sino asientos más anchos y de mayer magnificencia, seglm aconteció más tarde en el mobiliario romano (1). Poseíarn sofás de distintas hechuras, que I.Í. veces representaban animales y tenían en uno de sus extremos lateraletl la cabeza; en el opuesto, la cola, y en los piés del mueble, los del animal. Parece que no tenían respaldo y que el asiento estaba forrado de cuelO Ó de telas de n.lgodón, de ricos colores; sirviendo de soportos figuras de esclavos, empleados COll este mismo espiritu de llUmiilación en otros objetos semejantes. Era frecuente el uso de sentrtrse en el suelo con (1) Rich, Dictioml. des ([ntir¡. 1'omaitleS c. trad. Chéruel¡ arto Biseítium.

¡r~cques,


MUE:aLES

lllGIPOIO~

v las piernas cruzadas; y los hombres y las " mujeres se colocaban separados unos de otros, aunque en la misma habitación. Entre 10sG1sientos, pareceuatnral comprender sillas de manos, palanquines y carruajes. Los egipcios poseian lujosos CRlTOS, ya de guerra, ya de recreo, adornados de los más ricos materiales, incluso de una especie de laca análoga á la usada más tarde por los chinos y japoneses . En cada uno se ~ colocaban so10 dos ó hes personas . La fama de sus constructores de carruajes era grandísima; los reyes hebreos les encargaban los suyos, y Salomón pagó por uuo de ellos próximamente 1.800 pesetas. El suelo era de tabla, de cuerdas entreteji.das, ó de correas que descansaban sobro el eje y la ex, tremidad de la lanza, encajada en él. Tenian dos rue(las; el ceutro estaba colocado detrás de ellas; y 01 peso, dividido á veces entre 6stas y el cabn.llo, uo em, sin em '! bargo, consic1erable. Cuando seüescuganchaba IÍ. aquel, el cOvhe se sostenía sobre un apoyo, formado á vecas por una estatua de madera, figmaudo un esclavo (1 ). T..Jos costados eran bajos y 01 respaldo abi.erto, subian-

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llUlllBLES EGIPCIOS

do aquellos desde el eje háciaadelante, hasta llega(en el frente IÍ unos dos piés y medio de altura. Las ruedas, sujetas con piezas de bronce, tenían cuatro ó seis rayos y las llantas eran de metal, Eu el Museo de Florencia se conserva la armadura de madera de un carro egipcio, Debe advertirse (1 " que estos tenían tanta mayor importancia, cuanto que en Egipto no se hizo uso del caballo para silla, sino para arrastre, hasta tiempos muy adelantados: costumbre /3e. guido. por los griegos de la época homérica, que, como lo!:; egipcios-sus maestros en tantas cosas----combatian 6. pié ó en carro, más no á caballo, considerando como salVt1.jes á los pueblos que monta.ban (centauros) . Los demás objetos del mobiliario eg~p­ I)io~ que se conocen, Son ménos impOl'tantes que las sillas. Había mesas rectangu1al'es de cuatl'o piés, unidos abajo por otros tantos travesaños, formando también un rectángulo, afirmado más aún por dos bastones que, partiendo de él, se cruzaban en diagonal y terminaban en las juntas de los ( 1) Reuleaux, D¿vélop/Jetlle?tl des machiltes da?l.s ¡'h1lmanité (1876), po 14.


MUEBLES EGIPOIOS

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pié s y el tablero: á veces, éste era algo cóncavo. Había otras ovaladas; las que servían para comer, eran redondas y solían descansar en un solo pié en el centro (al modo de nuestros veladores), formado por una columna ó una estatua; pero las mayores de esta clase tenían tres ó cuatro piés, cuando no estaban constituidas por un tablero horizontal apoyado en otros verticales. Las había también d~ metal y de mármoles. J.Jas arcas, urnas, cofres y cajas eran principalmente de pino , cedro, ébano, sicomoro, tamarindo, acacia y marfil; ó de listones de palmera unidos firmemente hasta formar tablas- procedimiento usado hoy mismo en el paÍs,-decorando con pinturas, relieves é incrustaciones que representan hojas, animales ó dibujos de fantasía. Su figura general era cuadrad~, co~ tapa plana, curva, ó en forma de teJad?, a dos aguas; solían descansar en cuatro p16S cortos, prolongación, á veces, de los cuatro listones verticales que constituían la armadura, sobre que se encolaba y clavaba el resto. Algunas tenían gran tamaño y ser'Vían de cofres: otras, de neceseres, guardajoyas, eto. Los féretros de cedro p~ra con-


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ASIRIOS,

()ALDEO~ y PERSAS

servar los cadáveres momificados imitaban exteriormente, como 6S sabido, la figura de las momias y ofrecían una rica decoración de pinturas. En nuestro Museo A.rqueológico Nacional pueden verse ti'es de estos fére. tros. Si el mobiliario de los egipcios nos es poco conocido, menos aún sabemos del de los asirios y caldeos, así como del de los persas antiguos, BUS más directos herederos. Las pinturas y relieves de estos pueblos han llegado hasta nosotros en un estado mucho peor que los de aquel, cuyo climf\. seco ha favorecido su conservación. Layard (1) nos habla. de lechos de metal y mn.dera, enriquecidos con incrustaciones de marfil, y de la frecuencia con que empleaban adornos en figuras de cabezas y ex.tremidades de animales , especialmente de toro, león y camero, en qne solían terminar los piés de sua muebles, que en otras ocasioues acababan en forma de pifia. La::! maderas más usadas eran el pino y el cedl'o, sobre todo el último (llevado de (1) Nftlive y sus 1'uinas, y también M01UtHIWlIS de Nbtive (ambos en inglés).


!smros, OaLDEOS

y PERSAS

Europa ó de la India), además del ébano, el palo rOBa y otros igualmente preciosoE; con el marfil, el bronca, 01 01'0 Y hasta los eoma.ltes, cnya invención, por tanto, es muoho más antigua de lo que en otro tiempo se creía, según puede vorse en las placas que guarda el Museo Británico . Verdad ea que, en menor escala, ya lo usaron los egipcios. . Las camas debían ser magníficas: frecuentemen te forraban sus armaduras con planohas de oro y plata y vestían el Jecho de ricas telas y cortinajes. En el libro de Estér se alude á la riqueza del mobiliario persa, sobre todo, á sus camas, en términos análogos. Los asientos más antiguos, 8Hgún al menos se hallan en algunos relieves que nos quedan, carecían de respaldo y veníau á sal" do tij era, ó una especie da banquetas, cuyO'3 piés, mÁ.B ó menoa tornaa(los y aun tfl.lladoH, se sustituían á veces por ngLlrRB da animales ó ('0 cautivos, al modo de las sillas egipcias ele brazos, aunqne mús pesarlas; defecto que parece advertirse en general en 108 objetos que da este mobiliario se conocen. Las sillas de alguna importancia el"an muy altas y tenían deI.mte un tabu-


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ASIRIOS, OALDEOS y PERSA!

rete más ó menos ricamente decorado y cuyo adorno correspondía al de alJuellas. En las esculturas de Persépolis se hallan muchas de estas formas; y en un bajo relieve de los palacios de Jorsabad se ve 'ln suntuoso sillón, tan alto de asiento, como bajo Lle respaldo, y cuyos piés acaban en largas piñas: el cojín descansa sobre dos esculturas que representan dos caballos, y cada uno de sus brazos forma una balaustrada, compuesta de tres figuras. Debe advertirse que los mona.rcas persas son los primeros de quienes sabemos 00miesen reolinados en leohos ó sofás . Los carros asirios eran menos ligero& que los egipoios, aunque no menos lujosos; en los últimos tiempos, la parte de madera estaba adornada oon rosetones tallados y otl"OS motivos demasiado profusos. Digamos il1cidentalmente que los caballos, ricamente enjaezados, llevan plumeros y largas cintas flotantes: nuestros mosqueros de fleco, bellotas y madroños sobre la frente de los animales de tiro, y áun de silla, como el trenzado de las crines y el ataclo de la cola, parece que provienen de aquellos países, de donde con tantas otras cosas los heredaron los pel'sas, que á su vez los tras-


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HEBREOS

mitieron tí los árabes, de quienes los tomamos nosotros. A. los persas so debe también, probablemente, el uso de cubrir los caba.llos con capa razones ele malla y otros adornos ele sedn,. No e3 extraño ql1e se desplegase tanto lujo en los arneses: porque, al cOlltrario de 10 :3 egipcios, los asirios, desde muy aütiguo, como sus sucesores los persas, eran graneles jinetes. Lns mesas, [m-Uogas tÍ las sillas, tenían los piés en forma de grandes piñas ó conos invertidos, cuya base sobre¡;aJía de la nrlladura del tablero, al modo de las molc1uras de las mesas porLllgllesns de estos últimos siglos. En cllanto á sus cofres, cajas y arcas, nada cierto puede indicarse. Finalmente, imposible parece que, á pesar de ln. abundancia ele fueutes que poseemos sobro 1n, hi:'ltOLirt de los h~breos, sepfLmos t3.11 poco de sns muobles. En ci,:rto modo, esta falta do pormenores sobre 01 particular en su li teratura atestigut1 el os - _ caso de~alTollo que, en pal'te por sus largas peregrinaciones, en parte por otros motivos, debieron adquirir sus artes suntuarias, al menos en aplicación á la vida civil. La iudicación qne en ellibl'o ele J¡¿dLt se ha-ce

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HEBREOS

dol pabellón y cortinajes del lecho de Holofernes se czee que l'esponde tal vez á la forma de estos muebles entre los hebreos de más elevada posición: en el Crtlllar de los Cantares, se habla del de ¡ 'alomón (mmque para otros se quiere decir litera ó andas), hecho de cedro del Líbano, cou columnas de plata, respaldo de oro y gre.das cubiertas de púrpura (1), Tambiéu, en el ))cII,teronomio (2), se die o que el lecho del gigante Og era de hierro y tenía nueve codos de largo. Por último, en el libro lIT de los n eves (3). se describe el trono del subio rey, an,ílogo sin duda á la silla de Jorsabad, ya citada, aunque sustituidos los caballos por leones, doce de los cuales, además, se hallaban colocados en las seis gradas por (londe se subía á él. En opinión de algunos escritores, el mobiliario hebreo debió estar hecho en su mayor parto por artífices extranjeros.

(1) (2) (3)

Cap. lIT, 9; 10, 11.

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J l.

X, 18.


ITT. ~GRfi1CU

Entramos en un nuevo mundo, así por la naturaleza de las obras, como por la mayor abundancia de los datos. Grecia inaugura un períod.o en las artes todas, tan pe~mliar, con un sello tan característico, que, al contemplar su originalidad y riqueza, se comprende haya podido reinar por largos siglos la idea. de que aquella maravillosa nación nada debía á las demás, habiéndolo creado todo de su propia sustancia. Sin embargo, esta idea inexacta es boy unánimemente contradicha; merced á un mayor conocimiento de los antecedentes y orígenes de aquella cultura, y merced también fÍo principios más acertados en punto á lo que debe ,erdadeL"a.m ente entenderse por originalidad. Nada pierde el arte llelénico, qua Ri-


&RECU.

gue siendo tan admirtl,blc como antes, por que se expliquen las causas de esta originalidad, sus condici:mes y los elementos que recibe do otros pueblos, de los cuales se sirve y que grallualmente y con incomparable ingenio trasforma. En el mobiliario se observa.n necesaria· mente estos dos factores. el heredado y el propio. Grecia toma de Egipto, de Asiria. del Asia menor, fOi'maq y motivos de decOl'ación, que en los primeros tiemp03 se conservan con escasn. mnilanza. Por ejemplo, en uno do los bn.jos relieves del MuS80 Británico, procedente de Janto, se halla es\:ulpida una silla completamente asirin., tanto en su figura, cuanto en su adorno; y en el :Musco Pio·Clementino, de Roma, se hallan otras dos. que recuerdan tn.mbien procedencia semejante. En ellas, el asiento está sostenid.o, YP, por do:; panteras sentadas y aladas, ya por dos sirenas de análoga forma. Pero, conforme va desenvolviendo a.quel pueblo su vida peculiar. va realizando en esto orden nuevas ideas. El progreso del mobiliario entonces tiene diversas causas. Nace, primero, del desarrollo' da necesidades cada vez más complejas y que exi·


GREOIA

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gen instrumentos, mís varios y r efina dos; y segundo, del incrameuto de las deLU:ls artes , con las qna [n.u estrecha dependenda guarda el LUobiliario, s egún ya S.l in\ticó, Por esto, en 01 período de floreci miento, que llova el nombre do siglo de Pericles, el mobiliario arcanza también su mayor belleza y apogeo, da que luego de cae con las demfÍs artes, aunquo después; por SOL' también sus progrc:ios más tardíos) 5iu qnG la suntuosa. magnificencia ele los m¡"Ltl:1'Íalcs pueda compensnr la degenera icón de las formas , gu 109 pl'im eroE! tiompos, la soncilloz de las costumbroi:l y el pl'euominio do la vida pública 80bl'O la privarla no pormitieron gran dasEmvolvimien~o tí estas artes , cuyas obrns m ,ís preciadas apenas poclían aspirar á servil' fuera elo los templos y las grandes solemnidaeles nltCionales: oca3iones casi exclusivas pfll'a desplognr el lujo que faltaba en las casas . Aclemú'l, Jet preponderan . cia (10 lag cJ:¡,;¡CS pop lllal'cs fuó tal ,í veces, por ejp.mplo en Atona~, que obligaba tí los ricos :í captarse su bJuevolencia, gastando se patrimonio en estas fiestas : es decir, h aciénueles dodicar á las d iversiones p úblicas, cnidndos y re curaoa qu e hahi'Ía n debi",


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GRECI!

do emplear en BUS casas, á tener sobre el particular las ideas de lluestros tiempos. NU 3va aplicación del principio de aquella cólebró ÍtÍ,bula de Schubart, del maudarín y el bonzo, en que este da gracias ¡Í, aquel por los sacrificios que S8 impone para presentarse en público tan espléndidamente vestido y adornn.lo, sin poder por ello gozar de su magnificencia, no ya más, sino tanto siquiera, como los pobres, ,í. quienes da gratuitamente tan hermoso espect:ículo. En Inglaterra 1 no es !'aro este mono de concebir las funciones de las clases ricas . En la época ele Homero, Ó lí. lo menos, en la que él describe, se llacían ciertos muebles de bronce, hasta que fueron introduciéndose materiales más 'ricos, como el 0:'0 y la plata, el ámbar, el marmol, el m:tl'fil y las maderaq precio 11/3. Muchas vece3, se construían formando un armazón, gelleralmente de olivo, y fcrd,ndolo luego con chapas de metales costosos. Después ele este primer período, parece que el mérito a,rtístico fué aclquiriendo cada vez más importancia; y áun cuando nunca desaparo:)ieron los materiales euntuosos, el valor de los objetos no se midió ya principal-

111.


<JRECIA

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mento por el de ell03. El bronce se esculpió y gl'a.bó; introdújose la. incrustación y el chapeado; afiuóse el torneado; la talla 011 madera,se (llevó á un grado desconocido hasta on Lonces; y el uso de los colores aurncntó In, impresión piutoresca de los muebles. m progr~so rea.lizado por Grecia en las formas de ef\tos corresponde al que en todas sus obras cumplió sobre GUS progenitoros orientales. Con ello, ya se dice que las líneas ligida:¡ d~sn.parecieron, tra.sform¡índo!'e e'l curvas complicadas y gmciosas; se a.delgazaron los soportes y se hicioron más elegantes; 8,tenc1ióse en la construcción do los muebles á la mayor comodidad para. su uso; y pro;~eutaron una ligereza, una eslJeltez y Ulla. vida-así pudiera decirsecomplehmente distintas de la. pesadez y n.mazacotamiento que luego habían ele 1'0nacer en 10;i estilos greco orieutal y bizantino. Eu cuanto á. la clecol'ltL:ión, el o.(101anto fLlé suporior todrtvÍn., Oon solo reflexioDar c>u la. inmensa. l)erfeccióu de la. ei:lcultum griega, tipo incompa.rn.ble con torlas las n,nteriorc; y siguientes, se comprende qué verdadero a,bismo debía existir entre los adamas esculpidos del mobiliario, hel'ma-


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GREOL\.

nos de 103 del Partenon, y aquellos otros dell!]gipto y el Asia, cuyo mérito DO pOl el:lto dobe desconocerse. La talht on cedro, encina, almno, narnujo, ropresC'ntn1n cnhozas do hombros, ó de fieras como 01 león Ó olloopnl'ílo; esfin~E's con lus alac levantadas (,forma favorita - dico un ol:lcritor -cle la ornamentr.ción he él1ica,l) ]1ero her edada de Egipto); piés y ganas de toda clase de arumales, otc . Puede calcularse qué perfección liegaría tí n.lcanzar on la pa. tria de :Fidias; y lo mismo los c1C;iü:ís elementos. En un principio, el adorno ora puramente e.;;guemático ó geométrico, es decir , da figuras abstractas y poco coruplicadas, :llmq ne oriundas á veces do las naturales (v . gr. las grecas ó meandros); pero, luego, esta fantasía abstracta cadió tí la realidad y ensanchó sus dominios, hasta abrazar on ellos á la creación eutera y formar verdaderas composiciones de personajos y grupos de animales. Así se explica CJllO Grecia llova.se su mouiliario tí tod<l.f! parteg, eomo había Jloyü.do sus otriLS l1utllifestacio!lf>i! artísticas; Bl~ipto y A¿iria, SU8 antiguos lllaestros, sufrieron sn influjo é importaron sus tipos y hasta sus obrlts; y el mobiliario romano es 8010 un c1csarroJlo dol griego, desarrollo Cl!-

J !l11


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GRECI A

yo carácter so apreciar<Í, en su luga r opor tuno . 'fodos a (}uellos mueblt.s que « tienen piés, 1) es decir, que tles c;ansan sobr e uno ó varios oOlJOl'G \:s :~ mo(lo de columuas, recibier on grn,u Y~Hied¡ta de formas . Ln.s priucilJU.l eH t crminaci·mes eran en iigl1m ele garra, ó de una htl'ga y muy uelg,léla piriímiLle invertida. y ligcl'l1mente trunua.d.ét, t er lninl1ción á que lu ego se ha llama.do opié ele aguja" 1) y que por exp1'o 'a1' perfectamente la mej or iclt;a ele esta. clase de Bopoi'tes, con el mÍuimo de material y el máximo de resistencia, 1m Hega(lo tí. ser prcnominu,nte entr e todas , hasta nuestros tiempos inclusi ve. Y sin em· bargo, esta forma ofrece quiz¡), un n u evo ejemplo de la h erencia orientétl: pues probalJlemonLe es solo la trasformaci ón gradun,}, mer ,~ o d ñ. un guslo deli cado , do aquo lla:l piú:w , ó macizos conos que hemos nolailo on lo;; muobles a.sirias . mobilia rio .lel ü:,tilo n eo-<>llHico, qne ha. í'e~üdo i mperando delC) e Luis X VI ha,gt;l, el pl'imor tercio (lo nuestro siglo, esto es, hl:tbta la época de la reacción romántica , mobiliario (lel cunol abundan los ejemplos, entre otl'OS lugares, on los palacios de l\ll:Lrhid y sitios reales, puede dar alguna idea general de

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GREOIA

estas formas; si bien o.cbe tenerse en cuonta que estlln acomodadas R. las necesidades y nsos modernos, y que lu. imitación sude dejar bn,stn.nte que desear; sobro no ser di rectamente griega, sino más biell romana . Pues ni el arte griego se conocía bien aún, si es que en realidad se tenía de él a.lguna noción exacta, ni el ideal que por entonces imparabflJ en los espíritus y en todas las esferas de la vida, desde la política á la literfLtura y al traje, era realmente griego,!Í pesarde que tanto se hablaba de Greciadoquicra. Por otra parte, el influjo tal vez más directo sobre el mobiliario de ese período neoclásico Be debe 11. 103 descubrimientos de Hel'culano y Pompeyn., admirablo ejemplar do la sociedad romano-helena del imperio. Nótese que los dibujos y figuras que se conservan de muebles griegos no son anteriores al siglo VI antes de Oristo. La filiación oriental del mobiliario heló· nico Stl ha hecho m{is evidente desde los últimos descubrimientos recién hechos en Ohipro y en el Asia menor, señalad<,tmeute on rfroya. Oon ser los poemas homéricos una de las m'Ís grandes expresiones de su g<::nio nacional, el menaje en ellos descrito, especialmente en la Odisett, eonserva un cartÍc-


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ter completamen te oriental. El catálogo, !ld más, ds esos muehles es por extremo sucinto. A juzgar por esa fuente, tenían camas, sillas, cunos, mesas, cofres y cajas; y si queremos contar toda clase dEl objetos domésticos, pieles, tapices, porta-antorchas ó candelabros, platos, bandejas, urnas, jarros y copas : todo ello de forma sencilla, un tanto pesada aún y cuyo tipo contrasta con lo suntuoso, á veces, (le la decoración (1) . Los lechos usados por los griegos en los tiempos heróicos y siguientes servían solo para dormir, no pues para comer, y eran muy seucillos . Homero en la Iliacla, habla de alguno torueado; y en la Orii.sea aludo varias veces á esh clase ele muebles . La conocidadescril)ción que en el último poema (1) hace del ele Psnélope indica grande atraso y cierto busto semi- b<1.rbaro. «Yo mismo lo he becho con todo esmerO,') dice Ulises . « Había en el patio (le palacio u n hermoso olivo, tan grueso como Uila gmesa columna. Maudé construir á su alrededor una 0.1(1) V. sobre este asunto, tratado algo más al pormenor, el artículo El mobiliario de 111 Odúea. (I) Od. XXIll.


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1'1

,11

1I

GREOIA.

coba; corté luego las rama.s del ;írbol; aserré el tronco, hasta deja.l'lo oí la. a ltlll'll conveniente; allané y acomodé el pié, agnjel'eá,ndolo de trecho en trecho ytolldiendolObrtl la madem correas de piel ele toro, teñichs de púrpura; y luego, para ol1l'igucc'Jrlo, prodigué en él el oro, la plata ~r elll1ul'fil. IJ nn. (Juma. con 1'a¿ces en el suelo, hecha nacb, menos que por un rey en el cOlTa.l d.:J HU casa, es sin duda un mueble extraño y en rigor no es siquiera un Inllebll!, pues que, como el propio lises añade, sería, menéate!' aserrarle los pié.:! para trasladarla ¡í otro sitio, Todas las magnificencias y esplend.orefJ de este locho no impidieron que su dueilo y ant'Jr durmiese, la primera nocho de su regreso, punto menos que al raso y sobre unas pieles de Cl1rncro y de buey; costumbro, por lo c1em'ís, extremadamente en uso It0r aquellos tiempos (1), Aparte del dato sobre la sencillez del menaje de entónces, hallamos cm esa. descripción otros variod, entro los cnales solo señalaremos dos, Ante todo, vemos confirmada. In idea ele qua el uso de los metales

--(1) Eb, IV,

\'11, XI',


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prociosos en el mobiliario, lejos de denotar gran a.delanto, se compagina perfectamente con un arte todavía en la infancia. cuyos ulteriores progresos, sin necesidad de desterrar ::tquellas aplicacioues, las sunordina á otros factores decorativoB de mayor iID portancia. No clej a de ser curiosa la opinión de ciertod autores (4) de que el uso del marfil comenzarÍ:1 por el de colmillos €:lltoros de elefante, como piés de 108 mnebIes. Adem:ís, las correas que, sujetas en la maderr., dobían sostener el lecho propiamtmte dicho, compuesto de tapetes y pieles, in(lican ya ciedo adelauto sobre las pioles enteras y tendidas, que son bastante ménos cómodas, por su continuidad y rigidez. Igual perfeccionamiento denotan el uso de cobertores ó mantas, citado por Homero.Pausania~ habla de dos lechos de bronce, de Tllrtcso, uno de estilo dórico, y otro jónico, consen'nclos en el tesoro de AUis, poro de focha incierta, aunque parece que pedenecÍan tÍ tiempos anteriores al florecimiento del arte helénico (5). (4) Huuger[ord, CLXXI1, al cual desde aquí seguimos ya en casi todo.


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Este f1.orecimiento, como es sabido, se inicia cinco sjgloH a.ntes de ht era. cristiana; y ya hemos dicho las causas de q ne no apl'oi'eúhaoe í[uüo n,l mobilirtrio como :í las otras manifesla.cione;¡. En un vaso del Museo BriLánico, est,í representado un mueble, mita'llecho, mitad sofá, para dos personas, compuesto de un colchoncillo, que cubre un rico paño, el cual deja ver por (1ebajo un trozo de los largueros torneados, apoyados sobre cuatro piés, que van dismilluyendo hácia su pade inferior, terminada por una bola; sobre el colchoncillo, hay tí. cada extremo un cojin, forrado asimismo de rica tela listada; delante, un. taburete largo y de poca altura, con adornos de marfil, sirve de escalón. En otras figuras, S9 halla un Bolo almohadón, pero mayor. En unas y otras, las telas tienen carácter oriental. Por último, se abrigaban, para. dormir, con pieles, tapetes y malltrts de lana, las mcÍB finas de las cuales venían de Mileto, Cartn,go ó Corinto. Andando el tiempo, se aiíadió á vecas un lienzo, á modo de nues(5)

Hungerford,

XIX.


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tras sábanas, un verdadero colchón, y hasta una almohada. Veng;\'mos ahQra á los (t.~ienios, Ya hemOS (lic:lO que el ol'Ígen del soH puedo explicarso do dos maneras: ó por la trasfor1lltLC1Óll de la cama, ó por la unión de dos ó tres asientos; de estas dos formas, aquella clomina en la, edad anLigua y la segunda en la moderna, Representan dos ideas complet.amente Llistintas: la primora, la de un mueble para reclinarse ó recostarse, y des cansar de modo más perfecto que sentado; la última, la. de un asiento donde puedan conversar con ma.vor intimidad dos ó más pel'sonas. Los líts' ele ?'epos, las sillas alargadas (chaises-longnes), los divanes, etcétera, pertenecen á aquel tipo; los canapés, confidentes, marquesitas, vis-a-vis, y otros análogos, al último, Por ejemplo, en la época macedónica y á inflnjo sin dud:¡ del sibal'üismo persa, se introdujo la moda de comer rocostados en los lechos (moda que había ya comenzado en 1<1 Grecia asLltica), la cual vino á ebrles carácter mixto de cama y sofá: muchas veces consistían solo en un tablado, ó en una especie de poyo de mampostería, sobre el cual se tendían los alDlohadones. A diferencia de lo que aco!lte-


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cía en Roma, cada, uno de estos lechos servía únicamente para dos personas, siendo el sitio de honor, como entro nosotros, el cle la clerecha. Las mujeres no comían roclinadas, sino sen tatlas en sillas. Eran, esto;; últi1l103 muebles, de vltrins hecllUl'ns. Los había. con respaldo y sin él, con y sin brazos; tabmetes, bancos, sillones, tronos, etc .-También llomero describe la silla de Penélope, utoda .de marfil y plata, obra ele1 célehre tomoro Icmalio 'J que tenía nnida.un tabl1l'ete mny cómodo ymagnífico») (1). Sobro ella se tendían varias pieles, según añado, por lo cual debía ser uua especie de esqueleto ó al'maclma de madera, fOlTftda y aclomada luego C011 chapas de aquellos materiales preciosos. Tal vez podría doblarse para trasl)ortarla C011 mayor facilidad: por lo lllénos, los griegos poseín1l asientos (lo este sistema, sif'ndo algunos de e]]08 de metales. Las sillas con espaldar solían tUlcrlo bastante inclinado hacia atrás y CCmp\lesto de lns tres piQZA.s capitales que hoy 8e usan todavía, esto es: de dos barras uuidas horizontalmente en la parte S111~eriol' por una tabla ancha y

(1)

Od. XIX.


(tREOU

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curva, destinada á sostener el cuerpe, apoyado sobre ella. El asiento, más ó ménos plano, ya se cubria con telas, ya con pieles de león, leopardo, etc.; y los dos piés de delante bajaban, apartándose de los de atrás, para dar al mueble toda la estabilidad posible y compensar la falta de travesaños. El perfil general era semejante á una h, cuyo trazo mayor se quebrase hácia atrás, formando ángulo obtuso con el asiento; modelo que desde entonccs ha venido luchando con su rival, el de respaldo recto, habiendo acabado por prevalecer, merced sin duda á. sus condiciones higiénicas, estudiadas, no hace mucho, de una manera científica (1). Sin embargo, los tronos de las divinidades solían diferir de este tipo y ser rectos, así en la dirección del espaldar, como en todos sus ángulos. En el Museo de Reproducciones artísticas que, bajo la dirección de uua competentísima perso-

(1) V. uno de los núms. de Natut't (inglés), correspondientes al año r879 Ú 80j no lu tengo á la vista.

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111I1

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na. (1), se halla instalado en el Casón del Hetiro, podrán contemplar nuestros lectores en uno de los relieves del aclmimble fLiso del Padenon el trono de Júpiter, gran sillón cuadrado, con brazos sumamente bajos, sostend.os en su parte anterior por dos pequeñas esfinges aladas; el €spaltbr es también bajo y el asiento muy ln,rgo; 10H piés están unidos por un travesu,uo. y Sil forma general es sencilla y noble, por más que en estos tronos dI) las di vinitlades era donde la talla de la madera despleg!l.ba mayor lujo. Análoga figura-sa.lvo cnrecer de esfinges y tener delante un taburete que descansa sobre cuatro patas da perro, al parecer, y en 01 cual apoya los piés el padre de los dioses-ofreco otro sillón on que (1) El Sr. D. Juan F. Riaño. Este museo brinda en sus vaciados importantísima fuente para 01 estudio de artos y épocas do que poco ó nada. poseíamos on 11adrid. Aparto de las reproducciones dol Parlenon, ahora por vez primera completas, encierra otras de admira· bIes estatuas, bustos y relieves de, las mojores épocas clásicas; dipticos romanos, objetos de vidrio y de metal, muebles romanos, el célepre tesoro de Hildesheim, etc., etc.


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se h alla sentada esta miama c1ivinidad y que puede verse en nues!iro :Museo Nacional Arqueológico. Se encuentra. esculpido en los relieyes que decorau el bL'o al ó pu t eal , hallado en la 1\1oncloa por el señor Rada (1) : brocal, por ci.erto, que há pocos años Schneider y Bdzio (2) han declarado uno de los datos mits ínter santes par!), formarse ia~11 del frontón oriental d¡ü P H'tenoD, cuya parte pl'i.'1cipn.l, como es sahido, uo se cousel'va, ni. eu el original, ni siquiera en los dibujoa de Oal"8y y S!iuart . A propósito de taburetes: en 01 r olieve del Museo Bl'i!i,inico que l'epl'esent1. la visi.ta de Ba.co !i lcaro, hay uno e lp~ril.r1o, hori,wntal y decorado con mn,scari.lhs. En el propio friso del Partenon ya citado, 83 ven otras ai vinidades sentada.s en tahuretes sin bra zos ni respalclo y montarl·)s sobre cuatro piés altos y nG.La.do3: y bs (10.:1 estatuas del

(1) TIa sido publicado, con una monogra · fía, por el Sr. Villaarnil y Castro en el t. v del J11úSI'O EsptZliol de /Ílltigiiedadcs. (2) El primero, en Viena, 1880; y el ültimo, en la~ lecciones de Arqueología que en el curso de 1881 dió en la Universidad de 130' lonia.


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68 frontón oriental, que generalmente se tienen por representación de Ceres y Pros epi na, estÁ,n asimismo sentadas en taburetes mucho más sólidos, cuyos costados macizos bajan casi hasta el suelo, dejando apenas asomar la terminación de los piés. Por último, tratando de asientos, no debe olvidarle el famoso trípode, desde el cual pronunciaba sus oráoulos la. pitonisa del templo de Delfos. El más importante de los carruajes griegos era el a?'ma·, de dos ruedas, arrastrado por dos caballos, ó por cuatro, y tallligero, que ti veces tenía la caja. de mimbre trenzado y con las dimensiones estrictamente indispensables para dar sitio á. una sola persona que de pié los guiaba. El frente era redondo y cerrado; los lados se cortaban oblicuamente hácia atrás, y todo estaba. clavado y sostenido sobre el eje, al cual se unían las rueda!!! por pinas y cubos, como hoy. El extremo libre de la lanza terminaba en una cabeza. de carnero ú otro animal, esculpida y á veces dorada; y el conjunto se decoraba con delicado arte. Los jefes iban á la guerra en carros de esta cla se. Pamanias (1) habla de uno de bron(1)

I, 2~j

apud Hun¡erford

XIX.


G' ce toma.do á los beocios y conservado en la Acr6pa.lis de Aténas. El harmarnaxa era una especie de litera montada sobre cuatro ruedas, destinada especialmente al servicio de las damas y los niños, y de origen oriental según parece. En el friso del Partenon pueden verse algunos ejemplares de los tipos más pequeños. Son casi todos muy bajos; las ruedas están divididas por cuatro rayos solo y llevan á una 6 dos personas, ya de pié, ya sentadas, á las cuales acompaña el apobates, «(especie de peon armado con yelmo y escudo argólico (1),) 6 bien un guerrero, Ó 1111 heraldo. Las mesas de este mobiliario consistían, las más de las veces, en un tablero de madera, marmo16 bronce, más ó menos enriquecido, y colocado sobre un trípode; siendo muy común esta clase de soportes aplicados á braseros y otros objetos. así del culto, como de la vida doméstica. Las mesas para comer, sin embargo, á causa de sus mayores dimensiones, se apoyaban so bre más piés, que imitaban los de diversos animales; y sus tableros eran, ya cuadrados, ya l'edondos. Quizá las mesas con un (1) Riafio; Ct!ttátogo del MlIse~ de Refratiflc;i~nes artlsticas, pág. 33.

,


70 solo pié, á la manero, ele nuestros veln.do~ res modernos, no fueron desconocidas tí. los ,griegos; los romanos al menos, las tenían . Los altares de los dioses eran mesas de materiales ¡,reciosos, puestas delante de las imágenes y en las cuales se colocaban las ofrendas, se quemaban los perfumes, se vertía el vino y se hacían los sacrificios; para cuyo obj eto tenían á veces una cavidad en la. porte superior con una especie de sumidero, á fin de dar salida tí los líquidos usados en las ceremonias. En toda clase de muebles de algún valor, la regla genexal era. que los n.dornos de re1ieve' v. gl'. las hojas, fiores, garras, cabezas y áun figuras entoras ele animales, estuviesen adt::más pintados de colores, ó clorados. En cuanto tí. caja.q, arcas, etc ., no conocemos datos snficient€:s, si bien debo hacerso ménto elo la c'·lebre arca ele Cipselo, conservada en Corinto como reliquia do la leyeLda del celebro tiWDO, al cllal, siendo niÑO, encerró BU ruaüxe en aquel cofre, paxa salvarlo de las iras de la nobleza do ria, en el siglo VII antes de C. (1) . Era, 8c(1) Pausanias, 3, 17; ap. Theil, DictiU1l1t. d~ /Jiographie, etc.) arto Cypse/us.


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GRECIA

gún parece, de cedro, de planta elíptica, y decorada alternativamente por fajas hori zontales de madera tallada-;-c~iyos relievea representaban las conquistas de los antepa sados de Cipselo-y otras incrustadas de marfil y 01'0 (1) . También Homero menciona algunas cttjitas (2); pero sin dar pormenores.

(1) (2)

Ménard, Hist. des Od. XIII YXV.

bCc1U/X

ads, p. 56.


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V.-ROMA

Loa romanos, en la época de los reyes, tomaron de los étruscOS su mobiliario, del cual se hallan algunas indicaciones en los vasoa y tumbas de aquel pueblo. Esto debe TJOtsl'se tanto más, cuanto que, en el desarrollo ulterior de las artes romanas, bajo el prepotente influjo de G1'eoia, jamás se pierde por completo la huella de aquel origen; distinguiéndose la concepción artística romana de la helénicp. por una mayor robustez y grandiosidad en las masas, que con frecuencia degenera en cierta pesadez. pom]Ja y afectación de majestad y magnificencia, sumamente ajenas al fino tacto del pueblo gl.'iego, PO); lo ménos on los tiempos


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ROMA

de su mayor pureza, antes de la dominación macedónica.-Por estas cualidades en el arte de Roma, cOl'respondientes á la altisonancia y rebuscamiento de que suelen adolecer hasta poetas como Virgilio, orado· res como Cicerón, historiadores como Salustio y Tácito, desenvolvió la a.rquitectura el arco y la bóveda en términos desconocidos á los griegosycapaces de l'Iatisfacer el deseo de aparato, anejo á su ideal, y las necesidades de una vida que no podían ya encerrarse en los reducidos espacios de la arquitectura adintelada. Para explicar el carácter del arte roma· no, mixto de etrusco y griego (la superposición del frontón al arco, de un pÓl'tico adintelado á una construcción aboveda· da, etc.), algunos arqueólogos consideran que el llamado arte romano es tan sólo un momento del etrusco mismo que, en su de· cadencia, al tiempo de la conquista de Grecia, sufre el influjo de esta y aprovecha sus elementos para una composición híbri· da y sin estilo propio. La catástrofe de Hel'culano y Pompera. noa ha prepo1'cionado abundantes ejem. ploa del mobiliario romano: toda vez que, a.l descubrirse en 1713 Iv. primera, y eu


ROllfA

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do

1748 la segunda aquellas ciudades, han ofrecido el cuadro de sus costumbres públicas y privadas, sorprendidas y como petrificadas por el torrente de cenizas que nos las ha conservado hasta hoy. Sin em bargo, csto cuadro dista m ucho de representar el de los primeros tiempos, en que ' la formación del espíritu militar rom ano y la sencillez de la vida privada ofrecían muy otro carácter del que tomó á conse cuencia de las guenas púnicas y fué eu aumento basta llegar al monAtruoso lujo del imperio; en cuya época, el romano, dueño ya del mundo, se abandonó á la molicie y sen"ualidad quo suelen seguir á todo pouer oxcesivo y acompañan todas las deca,dencias. Este lujo se ol:ltentó, no Eolo en lloma, sino en otros centros, como An tioqnÍa y AlojandrHt, (aquella,-dice un es critor,-la mits corrompida y disoluta, ésta la más culta y reuna,du, de todas las graneles ciut acles provmcialeil,» y ambas muy intluYLntes on las maneras, usos y modas del imperio entero. E n la época de esto es cuando el mobiliario, pues, ee desarrolla en un grado hasta allí desconocido, por lo ménos, según los da-

tos de que hoy por hoy podemos disponer.


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ROMA.

Las maderas usadas en los muebles eran principalmente el pino, el álamo, el olivo~ el fresno, abeto, ciprés, encina, haya, limonero, nogal, y sobre todo el cedro: empleaban, como hoy, el chapeado y el embutido; el barniz y la cola; con los demás procedimieutos é ingredientes para enriquecer aquellos artefactos con ébano, marfil, boj, palma, concha, etc. Las camas de los romanos eran Bumamente diversas. Como forma general, cons· taban de un marco rectangular, montado sobre cua~ro :piés, y encima del cual se tendían cuerdas cruzadA.s (institae) para sostener el colchón, primeramente relleno de yedras, y luego de lana, do viento y aun de de pluma, y hasta basteado (toms). Cubríalo una colcha (st?'agalu1n) y lo completaba Ulla almohada (pnlvinus) , á la que sustituía en ocasiones el extremo del mismo colchón 2 doblado 6 inclinado sobre el declive que solia hacer el cabacero. Llamá.base tm'ctl, el paño más ó ménos rico que ó. veces se ponia bajo el colchón, colgando hasta el suelo, como cuelgan nuestras colchas; solo que estas no se colocan debajo, sino encima de los colchones. Muchas ca~as

tenían ruedas (lecti spemlati,

spherl~


!\OlíA

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at;,); otms eran una especie de petate (grabatltln, de donde el francés g¡'abat), en que n.l colohón reemplaba una estera. Por lo común, eran sumamente altas. neoesitando taburetes y hasta vel'dl1deras escaleras para subir á ellas: al lecho nupcial (lflctuS genia· lis) representado en el Virgilio del Vatica110 y copiado por Rich (1), preceden nueve escalones colocados á los piés. Algunas camas tenían, oomo las actuales, dos testeros; pero, así por sus dimensiones como por sus usos, estos lectuli eran más bien que camas, sofás. En la verdadera cama para dormir (lectlbs ctbbicula1'is), no siempre había estos dos testeros, sino uno solo, y lo más común en la cabecera; en cambio, tenía siempre un espaldar (pluteus ) como los de nuestros sofás, en el sentido de la longi. tud, no dejando abierto, por consiguiente, más que un lado para entrar (sponcla). En cuanto á las colchas, gozaban de gran celebridad las llamadas atálicCts, en memoria de Atalo, rey de Pórgamo, que las usaba, y eran de telas ricas y bordadas d'El oro, Usaban igualmente cortinajes y pabellones, (I Rich, Dictio1tl/, d'alltiqlútis rOlllailles et 11 eC~l¿es (trad. Cheruel); París, I~63, p. 356,


78 como también doseles con mosquiteros de gaSl1 (canopca), sobre todo en las cunas (en . n abl¿lae ) da los niños, pitra defenderlos

contra los insect os, á los cuales se procuraba también ahuyentar mojn,ndo las cOl,tinas con ciertas esencias arom,íticaa , Los romanos que tanto uso hadan de los lechos para. sentarse, e~cribil' y demás fines análogos á los que cumplen nuestros modernos sofás, divanes; Rillas ahtrq¡llÜl'l, descansos, oto., los empleaban también para comer, rodeando con ellos tres de 108 lados de la mesa, que era cuadrada, y dejando abierto el coarto parfL el servicio de los manj ares. Esta combinación de tres lechos alrededor de una mesa, conatituín. el célebre triclininrn, nombre que se daba también al mismo comedor, 1Jos hombres comían recostados en esos lechos y apoyados sohre el codo izqu ierdo: las mujeres, al principio, sentadas, como en Grecia, po\" parecer en toncos impropia de BU sexo aquella ro~ición , un t anto libre;basta que al cabo desaparecieron estos escrúpulos, al par con tantos otros . La altura de las mesas parlt los tri clínioa no pasaba de la de los lechos: difícil flería hallar en esta (1isposición una prueba del ponderado refinam iento de los romanos


ROMA.

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en punto al comfort de la vida. Algo más cómoda sería nna especie de chaiselongue (accubitwn), sustituida en los últimos tiempos al lecho triclinal, tí fin de aumentar el número de los comensales, que antes no excedía regularmente de nueve, tres en cada lecho. Al introducirse las mesas redondas, en vez de lfl,s cuadradas, tomó Gste la forma de uu somicírculo . En ell\Iuseo de Nápoles se halla un lecho, que prob'1.blemente corresponde al accubitl¿ln y fuá encontrado en Pompeya en 1868: es de bronce fundido y tiene un solo testero, con una pieza inclinltda y algo convexa, para, reclinarse (anaclinte?·i1GJI1.). El bidinilGl/t era. también á modo de un sofá-cama para dos personas; y el sCYlnpodil¿?n, especie de silla pl'l'longac1a para tenderse, y principalmente usada p01' los enfermos, era otro muohle análogo, gue forma la transición olltre estos y los destinados á servil' de Itsieut(\, de los cuales debemos apartar toda clase de soflÍs Ó canapés, do qlle ya hemos hablado, por usarse para am bos fines . Viniendo pues á los asientos (sedes), comencemos por los más inferiores . El subselio (stGbsellimn) era nn banco lar-


so

RC!JMA

go sin respaldo, al modo de los nuestros. A veces coustaba sólo de un tablón fijo sobre cuatro piés un tanto divergentes: los había de madera y de bronce. Un banco venía á ser tambien el escaño (scamnmn), pero más corto, como destinado á una sola persoua; macizo, á modo de un cajón (forma proba.blemente primitiva de todo asiento de roa· <'lera) y con un escalón delaute; constituyendo en su conjuuto un mueble algo parecido á las escalerillas de dos ó tres gr9,das que se usan en nuestras iglesias. Un escaño de esta clase, pero de menores dimensiones, solía ponerse delante de las sillas elevadas y de cierto lujo, según se obtorva en muchas estátuas y relieves de J úpiter, eu que se le representa sentado en nu trono con los piés apoyados sobre uno <1e estos escaños de dos gradas, cuya particularidad lo distingue de otros muebles más sencillos, ya destinados al mismo uso do sostener los piés , ya al de permitir la subida á los le!lhos, etc. Tales eran, por ejemplo, el escabel (scabelh¿?n) y el alzapiés (supp eclaneum). . La sella y la caihedra equivalían, en general, á nuestro taburete y nuestra silla: es dscir, q.ue la primel'a, era. un asiento


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ROMA

más 6 menos alto, sostenidQ sobre tres ó cuatro piés, sin respaldo ni brazos. No por esto dejaba de admitir gran lujo en sus materiales y su adorno; pues esta clase de asientos, así servían para los más humildes artesanos, como para. las damas de elevarla posición, las cuales se sentaban ordinariamente en taburetes, y no en sillas. Baste decir que la célebre silla curul (sella cumlis), oriunda de Etruria, privilegio el" los loeyes y los más eminentes magistrados' públicos, y enriquecida con incrustacioues de marfil y adornos de oro, no era otra cosa que un taburote de tijera, que se doblaba como los catrecillos que llevan nuestras señoras ~í. las iglesias, pero de mayor tamaño, y que se distin~uí:i de todos los demás asientos de este sistema por tener los piés encorvados, en voz de rectos. Si es cierto lo que algunos dicen y ya hemos indicado, de que al principio qnizñ. se usaban onteros los colmillos de elefante, más tarde sllstituídos por placas de mf~rfil, tal vez dependiese de aquella cÜ"cunstancia. In. forma de los piéso A pesar de todo ost.o, el nombre sella se aplicaba también á algunos n.sientos provistos de espaldar, como la sella tonsoria, 6 sillón de barbería,

6


,I!

82 asiento bajo, con un respaldo es~recho y brazos más altos por delante que en su unión con aquel. Qtro tanto acoI:!tecía con la sella, geslataria, de que luego hablaremos. Aunque el nombre ((trípode)) (tripus) tiene un sentido muy ámplio, por aplicarse á todo mueble sostenido por tres piés, cualquiera que fuese su objeto, designaba también la clase m:'Í.s humilde de taburetes, como igualmente el célebre asiento de la Pitonisa, de que ya se ha hecho mérito. Había varias clases de sillas (cathedrag). Las más comunes eran como las nuestras ordinarias, con el respaldo algo encorvado; cuando tenían sobre el asiento un cojín, se llamaban cathed/'ae stratae; unas y otras eran por lo general muy altas y necesita ban un alzapié delante. Las sillas de los profesores y de los obispos en la iglesia primitiva se denominaban también cathedrae, de donde ha recibido luego su nombre de catedral la iglesia matriz ó principal de cada diócesis. La cathedra langa y la catlzedra supina eran como las poltronas de nuestros días, esto es, sillas con un asiento muy largo, y un respaldo tendido hacia


ROMA

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atrás . A veces, la cathecl1'a tenía braz03, que, cuando formo,ban ángulo recto con 01 espa1dar y con el asiento, llevaban el nombre de ancones . El biselli1tnt era un asiento de lujo, destinado á las pereonas constituí das en dignidad encumbrada. Se redueía á un banco que, aunque de bastante tamaño, quizá, para admitir dos personas, piensan algunos escritores que sólo servía para unn, como lo muestra en su opinión el no tener delante m!Ís que un taburete pequeño para los pjé~. Otros (1) creen que en el bisolio se sentaban más de un magistrado, por ejem · plo, los dos cónsules, y á vea es, cuand() era bastante ancho para ello, ho,sta tres, llamándose en este caso t'risellium. El asiento se cubría con a.lmohadones y tapetes, que colgaban por los lados. En el Museo de NápolQS se guardan algnnlls de estas sillas, dos do las cuales se hallan reproducidas en el de Kensingtou, Son de bronce, con restos de incrustaciones de plata, semejantos tí. los nielos posteriores, y los piés, tornendos y cincelados, tienen tnl altura" que requiere la colocación de un escabel delante (I) Sobre esta divergencia, v. Ricb, Bis.:lliulIl y Hungerford, 86.


"OlfA.

para que la. persona apoyase los suyos. Ea gen9ral, todos los asientos aestinaelos á los mag~strados públicos eran ,suficientemento elevados para que pudieran ver y ser vistos' " en medio de la multitud en las solemnidades. Por 'fortuna, en el Museo dé Reproducciones, tantas veces cita.do, poseemos unn. excelente Mpia de uno de estos biselió~ auténticos deNápoles, mueble interesantísimo, forma.do por cuatro columnas onlazadas en su par~e superior pOi' cLlatro barras horizontale~, una de ella,s, ltl. del frente, que parece principal, deeol'ada con ombutidos de plata y oro y con d€>iI magníficas cabezas de caballo, de bulto redondo (I~. En 10s euatro angulas sobresalen adamtÍ.s cua tro remates, que se elevan unos om,04. Su altma es nada menos que de Inl,05; y la longitud del asiento, casi igual, difícilmen' te a.utoriza la suposición de que si rviese para más de una perdona, por ser doma.s iado redncida; sobre toelo, si se tione en ouenta quo S9 trata. de nn asiento ele apa.l'a(1) Seguimos la descripción del Sr. Riafío en su oxcelente Catdlog(J (!'lá¡. 113). Gracias á s u celo, podemos e3tudiar estos importantes o bj etos d'aprés 12fT/l/re, por decirlo así.


HOMA.

135

to para magistradoCJ y ocasiones ·solemnes. Cuaudo á este banco se añadía un respaldo y brazos, se llamaba trono ó solio ,solilbl/¿), on el cual, c®mo el .nombre mismo d ice, no se sontn.bn: má$ que una persona. Al principio, esta denominación se aplicaba á un sillón cuadrad.o, de espald'Ul' muy alto y brazos macizo.:!, destilUado ti los royes, y cuya fOl'ma, en sentir ' de alglluos escritor8:3 (1), tenia por objeto protegcrloll coutro. to o golpe quo puditll'an re . cibir ó. traición, de lado, 6 por la espalda; pero, n.ndaudo los ti~mpos, vino á 8igniJ~­ ear cualGJ.uiol' lOillÓlJl. cómodo y propio dQ personas de respeto; Y. gr.: el de los. ab ogados en SUB ga.binetes de consulta. A veces, los tronos esLa.ban chapeados C0n placas de marfil, como acontecía en el del Júpiter do Olimpia. TJos vehí,cnlo~ (sobre tone, los que servían para trasportar á lA.s peraonas y que hemos ooloon.do inmediabmente 1O1 lado. do los mueblos pn.ro.. acoatar¡¡e, r eclinarse y S911tarse) emn ya muy variados en Roma. Una "eñal de la trasfor.lt3.n.ción gradual de la silla en cocRe, se halla : ea el uso romano (1)

RicJ., 592.


86

ROMA.

de colocar un asiento sobre dos varas, con ~ virtiéndolo de esta suerte en una especie ne palanquin, análogo á la silla en que na ~ van todavía al Pontífice romauo en ciertas solemnidades; la silla. curul tomaba su uombre de que se la coloc:tba en el cano (cnrrz¿s) de los magistrados que tenían der echo á usarla. Las sillas montadas de este modo engendraro11 las de manos; los leellos y Aofás colocados eil igual forma, laa diversas clases de literas. Entre aquellas, lit prindpal era la sella gestato1'ia, dif2l'ente tle la de los Papas, aunque denominada de iLlént,ica manera; servía principalmente á lns damas y consistia e11 un asiento colo(;ad0 en Ulla caja más ó ménos abierta, cubierta por eucima y llevada á hombros por ,los 6 más sirvientas. En la blastema y la Lcctica, por el contrario, la persona iba tell(lida ó recoshda sobre un lecho con almohadones: ¡:los caballerías, uua delante y otra detrá,s, sob~'e las cualp8 descausaban las varas, trasportaba la primera. La leclica, destinada al principio tau solo para ln,s mujeres, pero extendida luego, á cansa de la, general molicie, á ambos sexos, era un lecho, de cuyos cuatro ángulos snbíau cuatro soportes verticales, que sostenían


87 un techo ó dosel forrado exteriormente de cuero. y del cual pendían grandes cortinajes, que podían correrse y descouarse; á veces, eran se reemplazados por costados macizos con ventanas cerrfl,das por hojas de • mica, en oficio de vidrios. Según el mayor ó menor lujo del dueño, la lectica era llevada por dos, cuatro, seis y hasta ocho esclavos; y estos vehículos se generalizaron de tal modo, que en ciertos sitios había estaciones ó paradas de literas de alquiler, al modo de las de nuestros coches de plaza, y que se denominaban cast?'a lecticario?·um. Dejando á parte los carros de labranza y de guerra, por su especialidad, mencionaremos rápidamente los vehículos destinados al trasp orte de mercancías. Tal era, en primer término, el a?'cwma, el más sencillo de todos, formado por un tablón plano montado 80 bre dos ruedas y con una lanza para 108 dos animales que lo arrastraba.n. Cuanclo el a1'wma tenía grandes dimensioneª, las ruedas macizas, sujetas al eje, que giraba con ellas, y una baranda de madera, análoga á la de nue3tras carretas, constituía el plaustrwn, tirado por bueyes. El plo,¡¿st?'um majus, como el nombre lo dice, era todavía más grande y tenia cuatro rue-


88

BOMA

das; mientras que, por el contrario, úl era un carro de igual forma, pero mucho más pequeño, con dos ruedas, • arrastrado por bestias menores, y hasta pOi' cabras; el sarraco (sa?Taewn) era un plaustro cerrado todo alrededor, excepto por delante. SemeJantes á edte eran el carro (enrms), que venia á ser como los nuestros, una caja abierta solo por arriba, y el camulco (ehamuleus), especie de carromato. El clabula1'(J tenia el fondo encorvado y recordaba la forma de una teja con la concavidad hacía arriba; pero no era macizo, sino de enrejado. Los carruajes ó coches, destinados al trasporte y comodidad · de las personas, pueden reducirse en Roma á dos tipos : abiertos y cerrados; siendo los primeros por lo común los de más lujo, y sirviendo los segundos principalmente para viajar. Eutre éstos, debemos men0Íonar: la al'ce/'a, que era una especie de arcón grande, usado ya en tiempo de las XII Tablas, con cuatro ruedas, cubierto exteriormente de tapices y destinado á traspOl'tar á los enfel'mos, que iban dentro, tendidos sobre almohadones, por todo lo cual venía á ser una leeti Cct montada sobre ruedas; el earpe~~tulm, di plastt:lll~m


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origen etrusGo, con dos ruedas, tira.do generalmente por bueyes ó mulas, cubierto por un toldo redondo y muy semejante á nuestr03 carros de violín ó á las ta.rtanas clásicas de Valencia; la 1'heda, en todo análoga á nuestras galeras, es decir, que se reducía á un cCLrpentwn mayal' y con cuatro ruedas, empleado para conducir á famil¡as enteras, con sus equipajes; y el pilentmn, de dos ó de cuatro ruedn.s. y que parece haber sido el único carruaje da lujo cubierto: usábanlo las matronas en los días de r ala, era. sumamente alto, pintado, dorado, esculpido y adornado con almohadones y cortinajes. En cuanto á su forma, los rnltoros no estlÍn con testes. Algunos (1) apoyándose en nna medalla de la. emperatriz Faustina, lo convierten en una especie ae templete, sumamente elevado y donde pn.rece imposible tuviese dama n.lguna la pícara ocul'l'encia de sentn.l'se; pero otros (2) que ftpelan Ií. los relieves de las columna"! de Teodosio en Constantinopla" creen ora un carro redangular, con los costados algo '.

(t) Rich, 485. (2) Hungerford, ex, ev.


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ROMA

elevados, un pálio sostenido sobre ellos, al modo de nuestl·os break!;, unavuertaabierta á cada lado para entrar en el coche y para dejar ver á las damas que lo oenpaban, un asicnto én cada testero 'J un taburete cntra ambos, más bajo y semejante á los que vamos en las carrOljfl,S de los siglos XVII y XVIII. Los carruajes descubiertos, si se exceptúa la bwna, especie de cestón de mimbras, con cuatro ruedas y destinado á llevar mucha gente, son todos coches de lujo. El C16?Tl¿S era, como el arma grieJo, un pequeño carro, con dos ruedas pequeñas también, colocadas sumamente distantes del frente, cerrado por los lados y poi' delante, y que dejaba detrás un espl1cio abierto, suficiente apenas para dar entrada. á las dos personas que, cuando más, conducía y que iban bn él ele pié; estos carros se usaban en las carreras del circo y se llamaban biga, si llevaban un par de caballos; t,.iga y qL~ad1'iga, respectivamente, si llevaban tres ó cuatro. Nerón iba á los juegos hasta con diez caballos, siendo esta una de sus menos graves habilidades. El Ci8it¿11t y el C88ednTn, equivalentes á nuestras calesas ó á 1l'J carratella de Nápoles, tenían la caja colgada, dos


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91

grandef:l ruedas, capacidad para u na sola persona y sorvían ii. voces por BU ligereza para correr la posta, conocida. ya de los re mallOS, qno estahlecían los relevos en sus ma.gní [¡ca s vius. 'l'odos estos coches so decomban espléndídctmente; pero los más sunmosos {)ral1 la carroza (ecnuca) y el ca rro tl'iuufll,l (CII ¡'¡'u.; t¡'iu.m¡Jlt.'dis) , Aquella, montada sobre cuatro moclas y arl'astrnc1a por mulas ó bu \yt>:3, u'lc,ió en la época imporial, cU:1ndo lloJó tí su n,pogeo la magnificencia en las artes :mntull,l'iaf:l, que h deCOl'aron con primoi'of:HtS esculturas y pint uras, con placas elo ma1'lil, bronce y oro. E l carro triunfal puedG ct)mpn.rarse - y per-' ·lónese la vlllgrtl'iiiad-á. Ulln. sobel'bia ti naja, con todí~ cln.se de ar1ol'ilOS y preciosi lbdes, pero tinaja al fin, montann sobre . dos l'lledeci La,.:, ftl'l'astl'ada por gran nÚffie·· ro de cabnlloB, y :inn por elt::fllntes y otros auimales ImwíJs; elentro de l'lla iba 01 ge - neral VietOl'ioFlO, elo l)ié y en una posición ele comoclichul ,);l:3t,nnte tludosa . Lrts I/W.iíloS etú 108 rOlili1.1l0S tmían, 01':1 un pié (mono]J,jdi nl//.), I)ra, b'us, cuatro y lÍ.un ClUCO , Las ptiuuipl11es, s~JLí.n las fOl'llliLS J objeto, eran las siguientew 1.0 las que podl'Ía.mos llamar de adorno, especia.lmente


ROMA

92

usadas como muebles ele lujo, y entre las cuales se debe citar la mesa delphica, lb-' mada así po!' recordar las formas del- célebre trípode de Dalfas, coust¡tba como é&te de tres piés, aunque en vez de asiento sostenía un tablero, por lo generp.l d4l ~1Í1' ­ mol ó bronce, materiales de qUQ tÍ. veces estaba hecha la. mesa entora; 2,°, las consagl'n.das á fines religiosos, como la sacra, que equivalía á nuestroB altal'(;s, era ele metales preciosos y servía prn'n, colocar sobrn ella las ofrendas ante las imágeues de las ,elivinidadlas; y la anclaúr¡!;, á que imitan algunas de las mesas de costura del est.ilo neo-clásico, cOIDl?uesta:J de elos pisos. 018l! ' perior de 108 cuales era algo cóncavo; 3,°, la llesa para comer (mclisa), que al principio era cuadrada ó rectaügulal', cambial1c1o luego 08t~t fignra en redonrta y conservl1ndo sólo la antigua para los soldados en el campamento; el ciliúantnJll, sostenido por tres piés, servía parfl¡ coloCfw 103 vasos ) demú's vasija::; ele bebc.l'; 4,°, las mesas de aparador, donde se e:s.ponía la vajilla y que, si tenían dos tablas, llevaban el nombre de abacns y cuando formaban consola y eran (le mármol, el de cartibnlwIL,' 5.°, las d$ cocina, para pl'eparar los alim'entoil I


:&OlllA

ó poner á escurrir la vajilla (ttrna?·iumj;. G.o, las mesas de los vendedores, equintlentes ~í las de hoy, ~ nuestr08 mostradores, etc.; debe citarse especialmente entre és tas la mensa argenta?·ja., banco de los cambistas, análogo á los de modefitoe intl.ustriales que en nuestras plazuelas Sl1e len ejercer estas fnnciones can las criadas que van á la compra. Sabido 6S que, de . flstOS bancos, donde los genoveses, veneciano y florentinos, tan célebres comerciantes en la Edad Meüia, colocaban la moneda para esta clase de negocios., siguiendo la tradición romana, vinieron los nombl'es de «( banca», «(ba.nqueroll y~ bancarrota 11 ; este úl timo, fundado en el hecho de mandar romper dicho mueble á aquel comerciante que no podia hacer frente á sus compromisos, prohibiéndosele el ejercicio de su -profesión. Ooncluyamos esta parte con anvel'ti:!: clue el lujo en 10.3 mesas fué tal, que alguno de cstos muebles llegó á valer cercn. ae un millón de realed de nuestra moneda (1). ~.ambién, afortunadamente, poseemos en (1)

Hungerford.


94

I

l\Oi\1:A

el Museo de Reproducciones un ejemplar ele m esa romana. Es In. copia de un monopodiUln ó veln,dorcito de bronce, hallado en Pompeya. en 1864 y perteneciente hoy al Museo Naeioual de Nápoles. El tablero, rec · tangular, de Om,25, por om.50, es de mar· mol y está montacl0 de modo que puede gi. rar sobre el pié; éste figura una columna contra la cual se a.poya Hna Victoria, sobre uu globo emhutido do plata, con medias lunas; en la mano derecha tiene un trofeo y In. columna acaba en una cabeza (1). Su altl1l'a es de om,80. Debemos citar otro mueble mfÍ.s ouya repro clucción puecle verse en dicho lIIu· seo. Es un brasero, montad.o sobre un trÍo pode, de bronce . Cada uno de los piés termina abajo por una pata de perro, y arriba en una esfinge con ala~, abiertas hu.cia arriba, saliendo ele BU espalda un adorno que sostiene elo1'[\ser0. cuyo borde exterior cstá á su vcz decorado con cn.laveras do buey y festones en reli.eve (2 ). Procede de Hel'culano; hoy se hrdla 0n 01 1.Inse~ (le

Riaño, Catálogo, p. 112. (2) lb., ib.

(1)


ROMA.

Nápoles, á donde han ido á parar casi todos los tesoros <le las dos célebres ciudades. Su altura es de Oro ,80. Los muebles para guardar objetos pueden distinguirse en dos géneros cardinales: el armaTio y la caja, entre los cuales caben luego multitud de grados intermedios. A la primera categoría pertenecían enRoma varios tipos. Los romanos, según parece, no gU!ll'daban SllS traj es en cofr6s, sino en roperos ó en cuartos especiales con perchas; los primeros (armaría) estaban por lo común fijos en la pared: á otros más pequeños y movibles, destinados á libros, llama· ban fomli, y, cuando tenían departamen-, tos, locularnenia. En cuanto á las habitaciones donde se colgaban los vestillos, se comprende su impel'Íosa necesidad en casos como el del célebre y nunca bien ponderado Lúculo, que, según Horacio, t enía nada manos de 5.000 trajes para sus repreBentaciones dramáticas; si bien Plutarco reduce este número á proporciones menos imponentes. El riscus era el mueble qua servía para conserval' los vestidos de las mujeres; y el muscarium (probablemente análogo á nuestros armarios de reposterírt, que

loa italianos llaman 1noscaiuole), el que


9'

ROMA

. pe6servaba de las moscas á los manjares, LOmo la palaora lo indica. Pasando al otro tipo, el a1:ca designaba lo mismo que entra nosotros, incluso en la ¡~ cepción de caja de caudales; de estas úlLimas se ha hallado' en Pompeya un hermoso ej emplar en forma -de prisma rectangular, colocada horizontalmente sobre dos pedestales de marmo!, revestida por dent. ro de placas _de hierro, por f"era de bronce y toda aclornada con mucho gusto. f.J11 capsa era Ull¡1 cnja 'cilíndricn., como el ::c1'inium (el écrin francés proviene de aquí), ,lel cua.l se distinguia, tan to por su desti110, como por la foema de In, tapa, La primera servía para guardar los. libros ó volúmenes, ya á fin de colocarlos en las biblioLecas, ya de llevarlos consigo, y era de haya, t enia cerradura y tilipa plana; mienl¡;as que el segundo, de tapa cónicn. é intel'ÍormeHte dividido en departamentos pam· lelos y verticales, se usaba muy principalmente para enconar perfumes y otros va!Íos objetos del tocador de las damas. AnfÍ· logo á este mueble era elloculns , que signifi· caba, ora una especie de neceser (ya de toilette, de escríIJü', etc.), ora toda caja compartida en huecos especiales; al paso ~ue ls.


ROMA

theca equivalia tal vez á nuestros estuches. Pero la caja más rica y adornada era lo.

pyxis, ó guarda-joyas. Salia hacerse de boj, en los primeros tiempos; pero luego emplearon en ella otras maderas m:fÍs preciosas , el marfil, la pla.ta y el oro, decorándola con relieves <le mayor mérito y dedicánuola á presentes de lujo, en que desaparecía casi por completo su propio destino . Así, por ejemplo, Nerón ofreció á Vénus una pya;i.s adornada con piedras precios!1s y que contenia, .. . . ¡nada ID9nos que su baxba! h asta entónces intonsa . De esperar es que la dio sa, á. pesar de la tierna ad.nesión de su devoto, estimaria harto más el continente que el contenido . Tales son en resumen las principales piezas del mobiliario romano . Después de éste, la pr eponderancia del imperio de Oriente llevó el influjo bizantino á tonas partes ; de la combinación do ambos elem entos con las neoesidades y costumbres de los pueblos bárbaros, arodel'ados del Occiden te de Europa, nacieron los tipos románico y Oj1val; tras de estos, apareció en los muebles el gusto del Renacimiento, al cual siguie ron después el greco-romano, tan severo;

7


98 el churrigueresco y barroco, al que se deben importanteil modificaciones en los muebles, por lo que respecta á la comodidad (señal ovidente de que, áun las decadencias dejan siempre algún fruto y sirven ó. la edifi· cación de la historia); y el estilo neo-clási· ca, engendrado por las ideas del siglo XVIII, llevado á su I1pogeo por el primer Napoleón y que se sostuvo en boga medio siglo, hasta ceder el puesto, á su vez, á la reacción romántica en pro de la Edad Media: l'eacción que ha dejado sus huellas también en los muebles. Hoy, estos, siguiendo slem· l)re el gusto dominante, ya en la arquitectura, por lo que concierne á sus formas generales, ya á la escultura y demás artes, en su decoración, vacila entre la imitación de los antiguos tipos, especialmente el clÁsico (que asimismo renace un tanto en el vestido de la mujer) y el estilo sin color y sin carácter propio del eclecticismo artístico del período contemporáneo. Las nuevas ideas engendrarán, sin embargo, nuevo arte allá en su dia, y de él nacer¡ín asimismo nuevos muebles, más conformes á lag necesidades de la civilización que ahora comienza á vislumbrarse.


EL MOBiLIARIO DE LA ODISEA

Sabida. oomo es, la importanoia de la Qclisea para oonooer la vida pri vada de los

griegos en la épooa homérioa, faoíl es oomprender el interés que ofreoen las freouentes descripciones de muebles y utensili03 de todas clases que en aquel poema se enouentran. Sin entrar en un exa.men de ellas, permítasenos insertar ú. continuación y por vio. de ensayo una especie de catálogo de dichos objetos, tales como hemos podido entresacados de aquel admirable libro, on una riÍpida lec tnra (1). Tal ve? promueva algún estudio por parte de persona (1) Las referencias son á la traducción francesa de Ana Dacier, od. de la viuda Seguin, Aviñon,r805i 2 vol.


100

1IL MO:srLI.UnO

más competente y dedicada á estas cosas. Camas. -En el libro 1 (1) menciona la de Telémaco, sin descl'ibirla; si bien da ¡í, conocer que, contra lo que otras vecas acontecia, este príncipe se desnudaba para acostarse, sirviéndole por cierto de ayuda de cámara su fiel nodriza Euriclea. En otro lugar (2), la divina Elena manda á las mujeres de su séquito que pongan camas debajo de un pórtico, lo cual se ra· duce á tender unas cuantas pieles en el suelo; encima, unas telas de lana; sobre es· tas, unos tapices; y sobre los tapices, unas mantas ó cobertores: todo ello, de lo mejor y más rico, pero bastante duro, y análogo al ~echo que para Ulise& dispusieron tamo bién .en el pórtico de aquel magnífico palacio de Alcinóo, cuyos muros eran de bron· ce y cuyas puertas eran de oro (3); solo que. en este lecho hay púrpma, tapices y colchas, pero no pieles; razón por la cual, debía ser algo mlÍs duro todavía. Sobre tapices magníficos dormían también en la isla flotante de Eolia aquellos hijos del rey (1)

(2) (S)

Pág. 17. IV. pág. 65. VII. pago 127.


DE LA ODIelEA

101

de los vientos, cuyo padre, poco guftrdftdor de los re3pet03 de la sn.ngl·e, 103 casó (Ion sus propias hermanac.¡ (1). Pieles y cobertores de telas formaban el lecho que prepararon á Ulises en el barco que le dió Aleinóo (2). De pieles de cabras y ovejas era el que Enmeo formó en su cabaña, junto al fuego, para su mala'lenturado señor, sobre el cual tiende t10r todo abrigo una capa muy gt·ande y recia (3); y semejante es el que, por no querer usar otro que Penélope ordenó le dispusiel·an (4), se a,rregló 01 propio Ulises, tendiendo una piel de buey, sin curtir, y sobre ella alguuas de camero, ele los muchos que mataban cada día los infatigables pretendientes de su :fidelísima consorte (cama la más desagradable ne todas); cubriéndose luego con la manta que lobre él echó Euriclea (5) . Y el padre de Ulises, cuyos gustos parecerían hoy un tanto sóbrios para tan principal persona, «no dormía sobre hermosos tapices, ricas telas, (1) T. 1,X,p. 173. (2) T. 2, XUl p. 4. (3) lb. XlV , p. 38. (4) lb. XIX, p. 128. (5) lb. xx, p. 13~.


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EL

N:OBILI!RI~

ni magníficas colchas; sino, en invierno, en el suelo, alIado del hogar; y en verano, en medio de su viña, sobre un montó n de hojas) (1). Tan sólo ofrece más complicad¡¡, construcción el lecho de Vulcano, citado inciden talmen te (2) con motivo de la célebre histori eta de los amores de Venus y Marte; histori eta, sea dicho de paso, quo muestr a hasta qué punto una ironía análoga á la de Voltaire, había ya, en los tiempos de Homero, clavado su dardo en el SQno de la religión helénica. Sin embargo. de este lecho, todo lo que se sabe es que tenía llosel y colgadur2.s, alrededor de cuyas par· t e3 extendió el herrero mayor del Olimpo sus sutilísi mas redes. No mucho más complicadas son las diversas clases de asientos enume radas por Homero. Ya se ostenta n cubiertos con tapice3, entretegidos á veces de lana y oro (3); ya tienen delante un tabure te ó escaño (4); ya son de una sola pieza, revestidos de magníficas telas fabricadas por las mujeres T. 1, XI, p. 19 8 Y 1:99. lb. vm, p. 139. (3) T. 1, IV, p. 59: t. 11, XIX. p. 1<4-5. (4) lb. ib. p. 56 Y 59; x, p. 185.

(1) (2)


DE LA. ODISEA

lOS

de los feacios (1): ya están adornadoá con clavos de plata, al modo del que á Demodoco pusieron en el palacio de Alcinóo (2). En otrlts ocasiones son bastante más sencillos: taltls eran los que Eumeo disponía tÍ. su amo (3), echando al suelo unas cuantas matas verdes y cubriéndolas con una piel de cabra montés; ó se limitan á pieles tendidas sobre alguna armazón de madera (4). Se habla de escabeles (5) y de taburetes para los pié:; debajo de las mesas (6). Una indicación más detallada hay sólo acerca de la célebre silla de Penélope (7), «toda de marfil y de plata, obra de Icmalio, célebre tornero, que había empleado todo su arte en ella, uniéndole un taburete muy magnífico y cómodo. »-En cuanto á las mesas, solo se mencionan grandes, pequeñas,

(1) (2)

(3) (4) (5) (6) (7)

lb. VIl, p. 127. lb. VUl, p. 131; X, p. 18 3. T. 2, XIV, p. 21, XVI, p. 63. T. 2, XVll, p. 79; XIX, p. 120. lb.ib.p. 8S· lb. ib. p. 92: XVIII, p. 114: XIX, p. lb. XIX, p. lIS.

1I8.


104

,. EL MOBILIA.RIO

de cocina, etc. (1), pero sin dar idea alguna de sus formas . En cambio, es por demás interesante la descripción de cómo se construyó la. balsa que en la isla de Calipso hizo Olises: el pasaje todo merece ser citado, en extracto al menos (2) (1. •• Apenas hubo dorado la aurora el horizonte, Ulises se levantó ... Ella (Ca,lipso) le dió una hermosa hacha de dos filos, con mango de olivo, y una sierra nueva; y echando delante de él, llevóle al extremo de la isla, donde mayores árboles ha.bía: alisos, álamos y pinos, que son los que tieneu una madera más seca, y por tanto, más ligera y propia para el mar ... Ulisas se puso á derribar aquellos árboles y á aserrarlos ... veinte derribó, aserró, igualó y alzó. La diosa le trajo barrenas, quo le sirvieron para taladrarlos y unirlos. Sujetólos con clavos y cuerdas, é hizo una halsa tan ancha como el fondo de un buque de carga que un hábil carpintero hu(1) T. 1, IV, p. 56; V lll, p. 131; t. 2, XTV,' P . 35; xv, p. 45; XVII, p. 89; XIX, p. 119; xx, pá· ~ gina 149. . (2) T. I, <.\ I p. 95.


DE LA.

ODI~E"

105

biese fabricado conforme á todas las reglas de su arte. La rodeó de tablas, afirmadas á unos maderos puestos verticalmente de trecho en trecho, y la. concluyó cubriéndola con tablones muy gruesos y juntos; erigió un mástil cruzado por una entena, y para gobernarla bien, le puso un buen timón, á cuyos dos lados ató dos fuertes cables tejidos de sauce, á fin de que resistiese al ímpetu de las olas; por último, cargó lastre en el fondo. Calipso le trajo telas para hacerle velas, ]ue él cortó perfectamente, sujetándolas á las vergas y poniéndole los COl" deles que sir-ven para atarlas y tenderlas; tras de lo cual, arrastró su peqneña embarcación á la orilla con buenas palancas para botada al agua.. ))-Todo esto se hizo en un día! Dudamos que la notoria habilidad de Mi'. Gladstone, como leñador, hubiere logrado tan rápido éxito. No concluiremos sin añadir á. este desabrido caM,logo lo. indicación de algunos otr03 objetos, la mayor parte de los cuales salen de nuestro propósito y pertenecen al arte de la platería ú otros afines. Las cajitas más· ó menos ricas (1); las fuentes, ja. (1) T. 2, XlII, p. 45; xv, p. 45, XVI, p. 63; XVIIlJ p. Il4i XIX, p. IIS y 120j XX, p. 145 Y149.


106

E:L MOBILIARIO

rros y aguamaniles, copas y urnas de plata y oro (1); las ruecas, canastillos y hasta cubas para bañarse, de estos m ismos metales (2); los trípodes y braseros (3); la. empuñadum de plata y la vaina de marfil labrado de la espada que Eurialo da en tlesagra vio á Ulises (4); el rico cinturón ti.a oro de Calipso (5); por último, los oélebres perros de plata y oro, que guardn.ban la entrada del palaoio de Alcinóo y á los cuales Vulcano, su diestro artífioe, había oncontrado de esta snerte medio de consej.'varIes eterna juventud (6), junto con las estiÍ.Luas de oro que servían de candelabroA para las antorchas, y las dem:ís maravillas de aquella mansión esplendente. .. tajeA son los principal es datos que el libro del gran poeta helénico encierra sobre el mobiliario de su tiempo, y la baAe para un es tudio interesantísimo . (1) (2)

(3) p.

T. T. T.

1, IV, 1, IV, 1, IV,

p. 56; t. 2, XIII, p. -4. p. 59. p. 59; t. 2, XVII, p. 8Si

T. T.

1, v, p . 94. I, V, p. 94. 1, VII, p. II 9 .

III .

(4) (S)

(6) T.

XVIll ,


EL MOBILIARIO EUROPEO, DESDE EL SIGLO VI AL Xli

1. -

PERíODO BIZANTINO

Cuando el centro de la cultura Be trasladó de Roma á Constantinopla, este cambio tuvo también su eco en el arte. En el imperio de Occid.ente, y por tanto en Italia, donde 5e hallaba. su metrópoli, la decadencia del estilo clcísico rpmano fllé acentuándose cada día, pel'dieJ;ldo su antigua pureza y su car!ícter, engendrando el estilo llamado latino, que propiamente no es otra cosa sino el último período del clasicismo moribundo, en medio de las turbulencias y dominación de los bárbaros. Por el contrario, Constantinopla, libre de invasores y colocada en íntimo contacto con los pueblos del Asia, pudo desarrollar cierta cultlll'R. pro-


YOBILI!BH,)

pia, que se l:evela en las artes por el estilo bizantino, el cual, á diferencia del latino, es un tipo original y nuevo, no una ruina; tipo que, yaliéndose del elemento clásico, tanto griego eomo romano, y tí la vez del elemento oriental, especialmente egipcio y persa, los combina, ó más bien, los fundo en una expresión unitaria, que ha tenido en ll!> arquitectura monumentos como Santa Sofía, San Vital ó San Marcos. Este arte, que comienza á desarrollarsecon motivo de la traslación de la sede imperial á Bizo,ncio, se extiende por la Europa oriental, las márgenes del Rin é Italia misma, adonde ~n el siglo VIII, además, se verm.ca, digámoslo así, una importación dixecta por la inmigración a.e gran número de artistas bizantinos, que huyen de la persecución de aquellos emperadores iconoclastas, á cuyo estupendo y fanático odio contra las imágenes tienen que agradecer la humanidad y la cultura, como ti. todos los fanatismos de todos los tiempos, el triste servicio de la destrucción de tantas creaciones insignes. y como las más de estas comaroas seguían aún el estilo romano de decadencia, más ó menos acomodado tí sus gustos y ne-


ínzANT'.INo

1.,

cesidades, el nuevo ade greco-oriental, ar venir á Occidente, se mezcló en diversas proporciones con el anterior, según el carácter de la fantasía, el medio natural, los hábitos y demás condiciones de vida dEl cada pueblo, naciendo el estilo llamado latino- bizantino, cuyas dos manifestaciones más importantes, algo distintas, como era natural, entre sÍ, se produjeron á orilla. del Rin (estilo riniano) y en Italia (italobizantino); en cuya última región, Veneci,a y Sicilia son más bizantinas que latinas, y RR.l'ena representa el centro de la más íntima fusión entre ambos elementos_ El influjo bizantino, menos sensible en la mayor parte de Francia que en otros países, llega, sin embargo, á. través de la antigua Galia, q,ue como Roma permanece principalmente fiel á. la tradición clásica, hasta el extremo occidental de Europa; y entre nosotros, el arte visigodo, del cual tan pocos restos de importftncia nos quedan, y ninguno que pueda compararse con los monumentos rinianos é itálicos, es una muestra más de la combinación entl'e dos factores, el nuevo y el decrépito (1), En cam(1) Amador de los Ríos, El arte ¡atino-b~l11t-


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. bio, mientras en Europa, á impulsos de aquella trasformación, que suele personificarse en Carlomagno, va sacediendo al ar~e bizantino otro arte nuevo, el románico, que aparece en Francia M,cia el siglo XI, nosotros podemos ofrecer algo propio, el arte árabe, arte oriental también, cuyos orígenes son muy complejos, cuya relación con el bizantino es más ó menos discutible, pero que, de todos modos, constituye una nueva manifestación, interpues ta primero entre la bizantina y]a romtínica, y paJ." alela dcspn és á ésta y la gótica, ojival, ó como quiera llamársela. Entre los elementos que determinaron el carácter especial do estas combinacio nes, se halla sin duda el de la raza. Pero los pueblos bcírbaros carecían de arte propio, hasta donde puene esto decirse, y des conocían ele tal modo las comodidades de la vida civil, que todavía en tiempo do Estrabón los francos no tenían otm. cama que el suelo. Así que, ni por su estado de cultura, ni por el género de vida que llevaban en los tillO l!1l EJjJaíiaj Caveda, tectura t1¿ lf-'sjm1a.

I-Iisloria de la Arqui-


BIZANTINO

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primeros tiempos de las invasiones, podían ejercer grande influjo sobre un desarrollo cuyos productos se limitaban á utilizar en el límite de sus cortas exigencias. Los monjes, por entonces poderoso instrumento de civilización en tantos sentidos,. lo fueron también en el arte; y las iglesias y monasterios conservaron las tradiciones y las desenvolvieron é hicieron progresar poco á poco, estimulados por bs nuevas necesidades, que, como desde luego se concibe, eran ante todo de ordon religioso.-Así los pintores, los escultores, los arquitectos, los carpinteros, los mueblistas, los músicos, los herreros, los doradores, los plateros, etc., etc., ó pertenecen á la Iglesia, ó la suven.-Lo cual no impide que, al amparo de esta organización, el genio propio do cada raza, en acción y reacción con toao el sistema de condiciones que la rodean, vayFu abriéndose camino y preparando el advenimiento de nuevas formas artísticas. Volviendo ahora á las suntuario,s bizantinas, entre las cuales se halla la del mobiliario, viéronse eclipsados el fauqto y mo,gni6.cenoia de Roma por los de su rival y heredera, que mostró desde luego la vida tal vez más pomposa que EurOlJI1 ha cono-


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cido. Conserváronse y aumentaron en esplendor los antiguos juegos públicos, aunque desapareciendo las sangrientas luchas ·(le los .gladiadores, desterradas por el espírjtu más suave y humano del cristianismo; el nuevo culto y su organización gerárquica trajo consigo un mundo nuovo también de necesidades artísticas; y la inmigración de muchos ricos, que huían del estado de guerra permanente en que Italia se hallaba, allegó á aquel centro inmensa cantidad de plata y oro, que auxiliaron la tendencia asiática, al uso exhuberante de metales preciosos en los muebles. El fausto fuá tal, que, según Gibbon, aparte del palacio imperial, poseía la corte bizantina otros doce en el casco mismo de Constantinopla, sin contar las residencias en los alreclededores y en laa deliciosas orillas dól Bósforo. Las fnentes principales para el estudio tlel mobiliario bizantino son los relieves, mosaicos y pinturas. Entre los primeros, descuellan los de la columna que Teodosio hizo levantar á imitación de las de Trajano y Antonino; así como los de la!) tapas ele marfil de los dípticos consulares, especie de libros de memorias, de gran tamaño y muy lujosos, que los magistrados nuevos acoso


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tumbraban regalar á sus amigos al tomar posesión de sus dignidades. En el archivo de la catedral de Oviedo se conserva uno, muy interesante, del siglo VI; otro del X hay en el Museo de Burgos; el Arqueo\ógico nacional ofrece un ejemplar admirable, y el Casón del Retiro encierra interesantísimas reproducciones de los más importantes del mundo: colección suficiente á dar exacta idea de una parte del mobiliario de aquel tiempo (1) . No se encuentra menor copia de datos en las pinturas-v . gr ., en los frescos y las viñetas de los manuscritos,-así como en los mosaicos . A todo ello pueden unirse (annque sólo tienen una utilidad indirecta) las descripciones de los escritores antiguos. Por. último, también se conservan todavía algunos objetos originales y auténticos, como son arquillas, piezas de bronce, esmaltes y .Billones (2). (1) V. Riaño, Sjanisll illdustrial A,'tS, libro hoy clásico en Europa sobre su asunto; y Ca-o Idlogo del Museo de Reproduccio7lCs artlsticas. (2) Hungerford Pollen) South KensÍ1zfton. 18 74.


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~imlÍLIA.RIO

Las cama.s bizantinas servían solo para dormir y descansar, habiéndose desterrado en el nuevo imperio la costumbre de comer recostados, como en Roma; costum1>re asiria, sin embargo. Únicamente, recuerdo de los antignos usos, se conservaba el nombre de triclinia anl'ea á la Cámara imperial, donde el soberano recibía en audiencia. L as lechos perdieron los testeros; tenían á veces una gmn cortina sobre la cabecera, ó á un lado (también se bncuentra en Roma); y los allornos fueron ya alusivos á la nueva religión, descollando entre los asuntos decorativos más frecuentes la Natividad del Señor y los sueños y _visiones de los personajes sagrados. Las cunas eran en un principio grandes trozos de madera 'ahondados, agujereados por cada lado para pasn.r unas correas que sujetasen al roño, y suspendidos, á fin ele que pudiel'an osciln.r. Todavía los aldeanos griegos usan cnnas semejantes (1). La antigua silla curul se trasformó por 108 bizantinos. En un relieve del siglo IX (1) Viollet-le-Duc, Dictio1l1t. dlt lIIob.j arto /Jérceatt.


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se halla representada con las modificacio~ nes que introdujeron. Conserva la figura de tijera, pero le añadieron dos brazos formados por dos delfines, y un r espaldo, que re suIta de la prolongación de dos de los piéa, unidos por un travesaño en lo alto, al modo de esas sillas de campo, con asiento de lona, que son hoy hn comunes . Un sillón análogo, pintado en un manuscrito del siglo VI, y que ofrece cierto carácter semiegipcio, está. sostenido por leones ó leopardos, de cuyas bocas cuelgan gl"UI:lSOS anillos, que sirven para trasladarlo de un sitio Jo otro. Sus brazos son dos Victorias aladas; en el espaldar lleva 'dos medalloues, y sobre el asiento y el , taburete para los pié s hay dos cojines. En otras sillas se ve el res paldo en forma de lira, que conocieron yf1 griegos y roma,nos. El trono del Em perador Arcadio ora de oro macizo y estaba adornado con dos leones y un arbol dol mismo metal, entre cuyas ramas y hojas cn.ntaban pájal'os movidos por un ingenioBO artificio, que ha,cía rugü' tn.mbién á los leone~ : mezcla de puerilidad y de magnificencia (que con razón dico un autor), muy. usual en otros tiempos, y á cuyo mal gusto se deben los autómatas que en nuestros


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sitios reales y señoriales han hecho las delicias de nuestros abuelos. Ohro ejemplo más de cuán fácil es la alianza. entre la simplicidad y Ja corrupción; lejos de deno tar ésta, como tantos pretenden, un grado suporior de ingenio, penetración y gracia. Algunas silla.s, ele estilo más ó menos puro, se conservan todavío., correspondient es tí. este período. La más célebre es la cátedra de San Pedro, colocada en la iglesia del Vaticano en Roma, y algo disfrazada por las adiciones de Bernini en el sigloXYII; adiciones en las cuales, así como en el célebre dosel ó baldaquino del altar mayor, se cometió la profanación de gastar los antiguos bronces del Panteón de Agripa. La silla es de madera, ri camente adornada con placas de marfil esculpido y con incrustataciones de oro. Su figura es la de una especie de arcón alto, cuyos dos pilares anteriores se prolongan haciendo ofiCIO de brazos, ó mejor, de apoyo para las manos, forma generalizada luego en la Eda,ll 1ü~dia. El espaldar consta de cinco columnitas de madera, tres de ellas al aire y dos adosadas á las barras verticales; termina toclo por un ático ó fron tón, cuyo tímpano deca ran tres óculos, siendo mayor el del


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centro. E l frente se halla adornado con diez y ocho cuadritos de marfil esculpido, gue representan pasaj es d.el Evangelio, y con íncrustaciones de oro; cuatro grandes anillas servían pam trasladarla; por su altura, parece debió tener en tiempos un taburete para 108 piés . Según Ir" tradición, esta silla perteneció al sen:1(:or Podena, uno de los primeros convel,tidos á la fé cristiana, y el rualla díó 6. San Pedro . Grandes discusiones ha habido fiobre esta tradición y sobre 1:1 época y estilo de las di~ersas partes de este mueble (1); 1)ero, do todos modos, es uno ele los más interesanto8 ejemplares del período anterior:i Carlomagno. En <,staR discusiones se ha mezclado tambien el estudio de otra cátedra de San Pedro, la llamada de Antioquía, que se conserva hoy en la antigua catedral de San Pietro in Castello. El asiento está formado

(l) V. Dos Jfemorias sobre la cátedra dI! San Pedro, etc. (con dibujos de Fontana y otros), en los Ve/lista 1II01U¿lIIetlta Soco Antiq.- I8 70 (aplld Hungel'ford) f


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por un trozo de marmol, procedente de un monumento árabe de Sicilia, y en el que hay grabada una inscripción coránica.Afirma la tradición que esta Ailla fué en viada por el emperador Teófilo (siglo IX) 6. la república veneciana, en agradecimiento lÍo sus servicios contra los sarro.conos. Ya que nombramos ri, VeneciA., no debe olvidarse la preciosa silla bizantina que se dice haber sido del evangelista San Marcos, patrono de la Reina del Adriático. Trasladada da Alejandría. á Constantinopla, á instancias de Santa Elena, y traida por los venecianos, con otras reliquias y despojos de la capital del imperio de Oriente, á principios del siglo XIII, se guarda hoy en el Tesoro de San Márcos. Esta silla es de marmol, aunque parece que en otro tiempo estuvo cubierta con placas de marfil esculpido; tiene brazos y un espaldn,r bastante alto é inclinado Mcia. atrás , formando á modo de un frontón truncado y coronado por dos volutt1.s invertidas, que sostienen una piedra, en cuyas dos caras, anterior y posterior. se halla grabada una cruz con los cuatro Ev!\ngelistas, dos delante y dos detrás; en el princi)?~l

traveaa.fí.o del respaldo ha,y también

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Hada una vid sobre el Cordero pascual, símbolo de Jesucristo (1). Citemos, por último, entre los sillones bizantinos que aún nos quedan, el de San Maximiallo, arzobispo de Ravena (siglo XI). Es tambión chapeado de marfil y se conserva en la sacristía de la catedral do diclm ciudad (2). Su estilo, como el de la mayoría de los monumentos de Ravena., es más bien latino -bizantino que bizantino puro. . Debe tenerse presente que estas sillas eran tanto más lujosas, cuanto que escaseaban los muebles para sentarse. La mayoría ele los biz~ntinos se sentaban en el suelo sobre tapices, costumbre oriental que todavia duraba en pl eno siglo XI (3) Y que djó lugar tí. que, según la leyenda del Boman de Ron ('1), 108 normandos que a.COffipaliaban al duque Roberto Guiscardo en su peregrinación á la Tierra Santa, admitidos (1) V. La Catfedra alessalldrina, etc., por G. Secchi.-Venecia, 1853 (ap. Hungerford). (2) V. Du Sommerard; Les arls sompluaires (idem). (3) Viollet, pág. 3 2 • (4) Parte r.B, versos 8, 2, 7, 3 Y siguientes (ap. Viollet).


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á la presencia del emperador, tendiesen sus capas en el suelo y se sentasen encima, l'ehus!\'ndo «llevarso luego el asientoD (1). La más importante silla fabricada por este tiempb en Occidente, es la famosa del Rey Dagobarto (siglo VII), que se conser va en el pequeño Museo de la Biblioteca N acional de Paria. Su historia auténtica es curiosa. Fué su autor San EJoy (588-659), hábil platero de Limoges (lugar tan célebre por sus obras de metal y sus esmaltes), ~u­ tes de ascender al episcopado; extraña jubilación para un artífice. Lotario li, rey de los francos, le encargó un sillón para su trono; y el platero, con el 01'0 que el prín. cipe lo hizo entregar, construyó dos, uno de oro macizo, que ha desaparecido, y que probablemente se habrá fundido p3.ra dar á su precioso material muy diverso destino, y otro de bronce dorado, que es el que se conserva (2). Su fOlma fundamental ea (1) Es curioso hallar luego atribuido este hecho á un I:!mbajador español enRoma. ¡Cómo viajan las leyendas! (2) Lenormallt, Afélanges d'archéol. par les RR. PP. Martinet Cahier, t. l. le jau/mil de

Datobert (ap. Hungerford).


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completamento clásica, suministrando unn, prueba más del influjo que en Franeia mantuvo por largo tiempo el arte romano, Se rcduco tí un sillón de tijera, almodo de la silla curul; solo que no puede doblarae sin desarmar todo lo que forma la tijera, á la cual mantienen rígida, por una parte, cuatro piés derechos, dos á cada lado, que atan verticalmente carla una de las dos aspas del sillón; por otra parte, el res'" paldo, que descansa sobre los extremos superiores del a.pa posterior, Ambas aspas se hallan muy abiertas y unidas en los centros 6 cruces por un barrote. horizontal torneado, que remata con un clavo en cada punta, El espaldar, de hechura. do frontón, es una. banda con adornos calados. L09 brazos, cuya nTitacl superior B6 afiadió eu el siglo XII, al restaurar el mueble, Bon mitad bizantinos, mitad románicos, y tel'minan en dos pomos, :1 semejanza de los que coronan las barras verticales de cH.da J.¡.do del l'(lspaldo; y los cuatro piés concluyen al'l'iba., donde Bostienen el asiento, en cuatro cabezas de tigres ó panteras, cuyos cuellos y pechos presentan hasta su mitad, pam. adoptar á seguida una forma geométrica y l'ematal' en ell3uelo por CU¡¡;tl'O gt\-


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rras sobre un pequeño zócalo. Las dos cabezas, anterior y posterior, de cada lado se unen por una barra; y entre estas dos balTas y la central se tendería la tira de cuero ó de tela que constituiría el asionto. En opinión de M. C. Lenormant (1), la adición de cabezas de animales tí la antigua silla CUl'ul es hija de las ideas y el simbo- lismo cristianos. Si el famoso sillón se doblaba cuando fué hecho por San Eloy, y solo se hizo rígido en el siglo XII, por la restauración y adiciones del abad Suger, se comprende esta modificación en tiempos en que ya no era necesario andar con los trastos acuestas y llevar los tronos á los campamentos; verdad es que en el siglo XII se hacían silloDes de bronce análogos al de Da.goberto (2), que se desarmaban y doblaban. Algunos de estos sillones (llamados eD Francia ja1¿destel¿il, y de aquÍ faute¿¿il) eran tan altos, que oap'eyes y personajes á quienes c')rrespon· dian no podian ocuparlos sin ayuda ajena; (1)

Ob. cit,

(2) Como el que trae Viollet-le-Duc 6n la pág. 399.


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por lo cual, andando los tiempos, se les añadió un taburete, que figura ya siempre unido á ellos desde el siglo XII, y que más tarde se trasformó en una grada de dos ó tres escalones. Por último, al final de este periodo comienza á cubrirse el asiento del fatbdesteui l con paños ricos que llegan hasta. el suelo. Poco podemos decir de otros muebles de esta época. Los carros siguieron las antiguas formas clásicas; pero el número de los grandes vehículos destina.clos al trasporte de familias enteras aumentó considerablemente, por haber aumentado también la circulación y el movimiento general de unas localidades á otras. Según Gregorio de rrOUl'S (1), en Francia habia ya un servicio público de coches en tiempo de los Merovingios, esto es, descle el siglo VII; coches que más podian llamarse carretas de cuatro ruedas, clavadas directamente sobre los ejes, con una abertura atrás para entrar, y tiradas por caballos montados por postillones. Vea.n nuestras lectoras si tiene nobilísimo. abolengo el atalaje á la Daumont, hoy tan frecuente y que tiene en realidad (1) oist. de Frmlce, lib. IX ap. Viollet, SS)·)


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sus ventajas. Los efectos de un movimiento que debia ser infernal, se suavizaban 1lU tanto á fuerza de almohadones, colchonci110s y tapices . En este tiempo, la decora· ción de los carruajes era muy sencilla. Habilt también carros do dos ruedas para las faenas agrícolas.-En cuanto á coches de lujo, el célebre carro de llonorio , de oro macizo, adomado con tapicf:la, cortinajes de púrpm'a, incrustaciones do piedras finas, etc., etc., y anastrado por mulas cubiertas igualmente de telas y guamiciones de Elro, era, al decir de los historiadores, muy superior áun á 10B más suntuosos del imperio del Occidente. Las arcas y cajas eran muchas veces de formas poliédricas, v. gr., do prisma exagonal, en vez de las antf\riores figuras de cilindro ó de prisma rect.angular horizontal; y complicábanse todavia conrenmtes, pomos y templetes, muy diferentes do las antiguas tupas sencillas, y que preludian la l'iqueza posterior de estos mueblos en la Edad Medía. EEtre las arquillas que de este tiempo se conserVlln, las principales son de marmol esculpido . En España, desde la in vasión musulmana, y sobre todo

desde la. fundaoión del califato de CÓ1·doba.


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(siglo VIII). centro de la más alta cultura europea, S6 dos arrolló la. fabTicación de estos mueblecitos, tomand o 'un carácte r bizantino y orienta l, modificado un tanto por las condiciones que determ inaron la génesis del estilo árabe. En el museo de Ken&ington, en la catedr al ele Pampl ona y en la de Braga (Portug al), se conser van los ejemplares más interes ltntes quizá de arquill as J.) marfil de este tiempo (1) , Recuérdese, á pl'dp6sito de obl'l13 de marfil, que los díptie:H consul ares, y[1, en otro lugar mencio nados, son anterio res. Por último , entre los 1l1ftl'files anglo -sajones, que son muy famoR03, y consist en en marcos , puños de 0spa(hs y otras armas, peines, etc " descuellan algunas al'quillas que aún sL1bsisten, la más notabl e quizá de las cuales pertene ce n.lsiglo VIII y Be halla en el Museo Británico (2), ofreciendo intm'es antes relieves de un gusto comple tament e bárbaro, con inscripciones rúnica s. En cuanto á las mesas, las necesidades ([) Riaño, Artes industriales españolas, al cual seguimos en todo esto. (2) Ivories, by William Maskell.


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del nuevo cuno hicierou que los altares recibiesen un desarrollo importantísimo; pero como, de una parte, estos objetos se hallan por lo común fijos en el suelo ó los muros de los templos, y no pertenecen, por otra, al mobiliario de las casas, nos limitaremos á mencionar los altal'es portátiles (tabulae itinel'al'iae), que por enton.ces comienzan á extenderse y cuyo uso llega á su apogeo eu los siglos XI y ~U_ Están constituidos por losas de marmol, jaspe, pórfido ú otras sustancias semejantes, encaiadas en marcos de cobre dorado, repujado, etc. Verdaderamente, no parece que se atendia gran cosa á ' 10. facilidad de trasportarlos_ En punto tÍ. altares, deben citarse como el objeto quizá más importante de esta. época los cuatro frontales (que así podríamos llamarlos) del altar mayor de la iglesia de San Ambrosio do ~ilan, obra de Wolsinius (siglo IX), Y cuyos tres lados pYincipales son otras tantas placas de oro repujado y cincelado. Aunque los púlpitos, como las sillerías de los coros, no pueden llamarse siempre muebles, ya por hallarse frecuentemente tijas en un lugar determinado de los templos, ya. pOr Ber muohas veceS de piedra,

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estuco ú otros materiales, e~rando en el orden intermedio de lo que podría llamarse mobiliario arquitectónico (como son hojas de puerta, artesonados, chimeneas, retablos fijo~, vidrieras y demás), en algunas OCfl.siones merecen aquella denominación; por ejemplo, en estos tiempos, en los cua les solian ser, cuándo de hierro, cuándo de madera, pero fáciles de trasportar de un lugar tí otro. Los historiadores árabes (1) refieren maravillas del púlpito de nuestra gran mezquita de Córdoba, bárbaramente destruído en el siglo XVI, para emplear sus materiales en la construcción de un altar. Mandólo fabricar Al-Hakem; era de ,marfil y de maderas preciosas (cuyas piezas, sujetas por clavos de oro y plata, ha- . cen subir algun o.:l al número de 36.000), 'y enriquecido todavía con piedras finas . Se subía á él por nl,leve escalones. Deben mencionarse los atriles y facistoles, ora destinados á los Coros de las iglesias, ora tí ia lectura de la Epístola y el Evangelio, ora tí facilitar la de toda clase de li bros de gran tamaño, en las casas particu(1) Riaño, Sp. ¡ud. arts, IIO.- Viollet, Dict. titare/lit.; Chaire.


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lal.·es. Los de ~so sagrado eran de uño ó dos lados, siendo muy posterior el aumento de éstos hasta cuatro; y estaban adornados, pa:a denotar la elevación de los cánticos y textos religiosos, con un águila, que á veces sos tenia sobre sus alas el atril, y á veces, si éste era de dos caras, coronaba el remate del mueble, todo frecuentemente de cobre ó bronce. Todos los viajeros que visitan la catedral de Toledo conocen el atril de bronce del coro, que, aunque muy posterior á la época tí. que el texto se refiere, conserva aún una forma semejante á la primera de estas dos . Refieren los historiadores (1) que, en Francia, el ya citado rey Dagoberto (siglo VI) hizo donación á la cálelebre abadía d.e San Dionisio de un facistol de cobre, en figura de águila, decorado con las imágenes de los Evangelistas y otras varias, y que procedia de la iglesia de an Hilarío de Poitiers; facistol dorado luego en el siglo XII por el mismo abad Suger, que mandó restaurar y añarlir el famoso si· llón antes mencionado . Los atriles parí], las casas ó bibliotecas se introducen posteriormente, á imitación de los de las iglesias . (1)

Viollet, I7 é.


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Do:! palabra-s, para concluir este período, referentes á nuestro 8uelo. El mobiliario de los visigodolil debió ser suntuoso, más por el valor de los materiales que por su mérito artístico. Oien vasijas de oro-dice Gibbon-cincuenta de ellas llenas de monedas del mismo metal y cincuenta de pedrería, formaban una parte poco considerable del tesoro gótico. Ouando, en el siglo VI, los francos se apoderaron del palacio de Narbona, hallaron inmensa cantidad de objet08 preciosos, entre ellos, sesenta copas de oro, una gran bandeja del mismo metal, que pesaba 100 libras, y la famosa mesa cuyo tablero era de una solf~ esmeralda (!) con tres aros de perlas y multitud de piedras finas. Mencionemos de paso el célebre tesoro de las. coronas hallada.s en Guarrazár, cuya mayor parte se halla en el Museo de Oluny, conservándose dos flolamente y una cruz en nuestra Armería Real. Todo este lujo-como advierte un escritor-ha debido servir de gran obstáculo á la conservación de objetos tan tentadores para la codicia y la rapacidad del vulgo.


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H.-PERioDO ROMÁNICO

La idea de que el año 1000 debía acabarse el mundo, idea tan extendida en todo el siglo X, no era muy á propósito para procurar un gran desenvolvimiento á cierta.s artes, que tienen poco que ver con la muerte. Por fortuna, estos terrores pasaron; y á aquella noche de barbarie sucedió el ronacimiento de Carlomagno, coetáneo del desarrollo que en España tomaba la cultura árabe, quizá la más propia, original y característica (sea dicho entre paréntesis) que, al menos en arquitectura, nuestra patria ha tenido. El arte cristiano, que por entonces comienza á germinar y á anunciarse, que se desenvuelve en los siglos XI y XII y cede el puesto al ojival ó gótico, aparece casi á un tiempo en los más


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import antes centros nacion ales, ofreciendo en cada uno un sello peculia r. De él dan ejemplo, en Inglate rra, la arquite ctura norma nda; la lombar da, en Italia; la románica , en Frauci a; la riniana , en Alemania; etc . Pero, geuera lizando y ensanchando más el horizonte, pueden distinguirse tres corrientes principr.les en la evolución artístic a que se extiende desde el siglo IX al XII inclusive: la occidental, cuya más esplén dida manife stación se halla sn las catedra les francesae de este tiempo; la arábiga ú orienta l, cuyos focos á la sazón se encuen tran en Córdoba y Damasco, y la. de las gra.ndes ciuda.des de Italia, cuyo refinamiento supera en el siglo XI á todo el resto de Europa , áun á Córdoba misma ; su ccnh-o máli insigne, Venecia, tan rica ya y floreciente por su comercio y sus mannfacturalil en el siglo XI, y cuya defensa ]Jatur alla libertó de invaeiones, guerra s y destrozos, se disting ue por combin ar en cierto modo el elemento orienta l con la tradici ón clásica, de una maner a más igual y proporcionada que los demás pueblos . Difícil es reducir á Ullidad caracte rística todo el mobiliario de este período, sin cae! en las fórmulas al'bitl'arias á que tan fl'e-


RoMÁNI"e

Isa

cuentemente se va á parar por este peligroso camino. A pesar de la numerosa literatura que sobre estas materias ya existe, falta mucho todavía para que loa datos inventariados por los escritores permitan hacer un estudio compal'¡¡,tivo. En general, puede decirse que, no considel'anuo sino el tiempo en que este arte se ofrece ya completamente forma.do, y reduciéndonos, además, casi exclus'ivamente, á la dirección cristiana, cabe distinguir dos períodos . El el primero, que viene á comprender el si glo XI, predomina el gusto clásico; y en el segundo (siglo XII), ya merced á la creciente comunicación con Asia, ya al influjo de los árabes españoles, ya al de las Oruzadas, seenriquecen las formas sencillasytoBcas de aquel tiempo con muchos elementos orien tales y so prepara la transición al estilo ojival. Este, en el mobiliario, no despliega su tipo característico hasta el siglo XIV, una centuria después de la arquitectura, cuyo desarrollo pr9cede, como es natural, al de cuantas artes se derivan de ella.>



DEL SiGLO

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A.-MOBILIARIO DEL SIGLO XI

Procuremos señalar algunos rasgos generales del mobiliario europeo en el primero de estos períodos. Los muebles son fuertes, macizos, pesados, muy escasos de decoración, relativamente, áun los más ricos; decoración, ade. más, que principalmente toma sus asuntos de la historia sagrada, de los símbolos religiosos, de la caza y de la guel'l'a, predominando siempre en ella cabezas, garras y figuras enteras de animales (león, águila, halcón, perro, etc.), combinados oon hojas, flores y juegos geométricos (v. gr., puntas, aj edrezados, lazos), y tratado todo ello de un modo convellcional en cuanto á la composición y realista y naturalista en los pOl'-

menores. Llls line!\s gener!\les de l!\s figl.l'"


i.

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• I

':

MO:JlttARIO

ras respiran una. ciel,ta severidad y energía, que procede de la robustez de las masas y la sobriedad del adorno; los paños de las figul'af!, plegados á la manel'fI, clásica, son más rígidos y acusan á veces hasta un grado pueril lfl,S formas del cuerpo que revisten; y la tranquilidad de las cabezas y lA,s aotitudes, entel'amente diversa de la olímpica serenidad de 10B griegos, tiene ya, en medio de su barbarie, algo misterioso, sentimental y romántico. Los castillos no eran todavía. una residencIa señJrial pet'manente (1), sino un verdadero campamento atrincherado, compuesto de unas cuantas barracas alrededor del donjon ó torre aislada, única construcción de sillarejo ó de mampostería. La vida enante exigía pocos muebles, y éstos, ó tan pobres que se abandonasen sin gran pérdida al enemigo, ó tales que pudiesen llevarse con el equipaje y tesoro del señor por donde quiera que éste fuese, lo cual acontecía hasta con los tronos de los reyes . En cuanto á las casas de las pobla(;iones, tenían por lo común un solo piso y una sola habitación para todos los usos domésticos,

(1) Viollet·le Duc, lJicliotm. d'afc/t.,


DEL SWLOiU

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áun los más incompatibles, careciendo á veces de hogar, y teniendo que salir á guisar á la calle; estado de cosas que duró has ta más aUllo del siglo XII, á pesar de la verdadera revolución que hicieron las Cruzadas en la vida de los señores dentro de sus castillos. Algo mejor era la que hacían los campesinos: por ser ley, sin excepción alguna conocida, que los pobres viven !liempre mejor, en cuanto á la vida doméstica, con más holgura, comodidad y salubridad en el campo que en las pobl2.ciones, y más aún que en las grandes ciudades. Pero estas circunstancias, nacidas de las condiciones locales y el género de ocupación, traían consigo poquísimo refinamiento en el mobiliario, mucha parte elel cual era obra del labrad:Jr mismo en su vivienda. Así es que el muebl~je de las iglesias, único centro fijo en medio de tan turbulenta inquietud, superaba por lo común al de los monarcas y mtÍs principales senores. Las camas eran verdadero objeto de lujo. En Inglaterra, donde la conquista de los normandos-siglo XI-,-determinó por el momento una pausa en el desarrollo de la cultura (por lo cual permaneció infel'io\'

lIluoho tiempo á los otros pueblos de E\lro..


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MOBI~IO

pR., salvo en el arte de labrar los metales), aquel mueble se reducía á un jergón tendido sobre cualquiera de los bancos que constituÍ::m el ajuar, ó sobre un arcón, dentro del cual se guardaba durante el día. En Francia, los artesanos dormían á veces en una especie de armarios, cada una de cuyas tablas constituían un piso, al modo de las litera~ en los camarotes de nuestros buques. Sólo los señores ó las personas muy acomoda.das se permitían la magnificencia de tener un& cama permanente, en alto, adornada. con cortinajes y tapices y situada en la pieza principal de la casa, ora forILando una alcoba inscrita en el espacio del salón, ora dentro de un hueco ahondado en el muro. Estas camas eran de madera ó de bronce, y solían tener un r espaldo de poca elevación en uno de sus lados, recuerdo sin duda del pluteu8 xomano, y un cabecero más alto, á fin de apoyar contra él gran cantidad de gru esos almohadones, á favor de los cuales, la persona más parecía sentada que acostada; disposición que duró hasta el siglo XIII. Sobre el colchón se extendía. siempre una gran sábana. Los taburetes, pequeños asientos de tije-

¡a y otl'aa

cl~sefJ

diverfla.a de sillas, Y8¡ de


PEL SIGLO XI

1St

madera, ya de metal, cubiertas con tapices, continuaron usándose, aunque estas últimas, ó sean los asientos con respaldo, ya con brazos (sillones), ya sin ellos, escaseaban de tal modo, que en la mayor parte de las viviendas no los babía, y donde los tenían, era. casi siempre uno solo: el del señor, ó simplemente el dueño de la casa; se colocaba. en el salón, Cuando más, había otra silla en el dormitorio, siendo siempre un asiento de honor. Los tronos de los prínoipes y de los obispos consistí an en uno de estos sillones, más ó menos lujosos, colocado sobre un estrado y adornado, ya con un dosel, ya con un cortinaje, Este adorno provenía de los bizantinos, que á su vez lo habían heredado de los pueblos ol'ientales, quienes gustaban de rodear al sob~l'ano de cierto misterio y apartarlo de la vista de SUB súbditos; al contrario de lo que acontecía en Roma, donde el emperador se mostraba en público con suma frecuencia, y siempre de suerte que pudieFle ser visto desde todos lados, En Oriente, estos cortinn.jes cubrían las sillas de los monarcas, y sólo se les descorría en momentos solemnes; mientras que, al pasar á Occidente, perdieron BU ~igniftoación

y quedal'on convertidos en 1Il~"


MOBILIARIO

adorno, propio para realzar y singularizar la consabida maj estad de los príncipes. En este pel:íodo, el trono estl\ constituido por una silla de tijera, siurespaldo, al modo de la curul, y cuyos cuatro extremo a superiores rem:1tan en cabezas de animales, única parte que deja descubierta la tíbpicería, generalmente tendida sobre el asiento y encima de la cual se coloca un almohadón . Un estrado, por lo común de dos gradas, eleva al personaje sobre la concurrencia que lo rodea; y una especie de palio, á veces ·en figura de cúpula y montado sobre columnas fijas, sirve de techo, bajando desde él una cortina por cada fren te, tres ele ellas recogidas en pabellones y caidn.la otra al fondo detrás de la silla. Entro las famosas tapicerías de la catedral de Bayem:, pertenecientes al siglo XI, hay una que representa al rey Eduardo, sentado en un banco, sobre el cual hay un cojín y que tie· ne delante un escabel ele tres escalones, coronado todo ello pOl' un arco, del cnal pende al fonelo una de estas colgaduras. Aunque de tiempos muy posteriores, puenen dar cierta idea de eS09 sillones los tres que, sobre un estrado y delante del se~ 1'0

)?ulcro del ca,rdena.l

;Mendoza~ 136

ven

61l


DEL SIGLO XI

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el presbiterio de la catedral de Toledo. Según' nno de los primeros arqueólogos de nuestro país (1), lo oaraoterístico del mobiliario árabe cnnsiste en la oarencia de objetos grandes y de difícil trasporte; probable recuerdo de su antigua vida nómada bajo tiendas. El principal lujo de este mobilia.rio, más que en tallas y relieves, el!!tá en la delicadeza y nimiedad de las ensambladuras, esto es, en formar cada superficie con el mayor número posible de piezas: tendencia naeidll. sin duda de la necesidad de contrarrestar laa dilataciones de la madera debidas al calor del clima. En cuanto á. sua principales clases de muebles, aon contadores, bufetillos y guardajoyas, con algunos taburetes y mesas . Las arquillas del Museo de Kensington (siglo X); las de Bayeux, la de Sangüesa, conservada en Pamplona (si glo XI), y otras muchas arábigo-españolas, formadas según el gusto y tradición persa (2): las cristianas, como (1) Riaño, en su Estudio sobre la Alhambra. (J¡!omtlllm tlJs arquiteclótúcos.) . (2) Riaño, Sprl1lish irttiltstrial arts, p. 1% 6, Y

siiS,


142

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1:

MO:8ILJAIUO

la de San Millán de la Cogulla (siglo XI), de madera ohapeada de 01'0 y marfil, pero trabajada conforme al mismo estilo, 111s del Museo Arqueológico Nacional y otras muehl!l.s, son ejemplares de este género de objetos.


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DEL SIGLO XII

B,-MOIHLURI8 DEL

SI~LO

XII

Todavía en el siglo XII eran de madera la mayor parte de las ha.bitaciones partioulares, por ser más barata esta. clase de material, á causa de los grandes bosques que aún cubrían inmensa extensión del suelo en Europa, bií , se introdujo en casi todas las ciudades, para remediar la frecuencía de los incendios pOi' las noches, la disposición de mandar apagar el fuego en todas las casas á una hora dada, generalmente al toque de oraciones, ó al de ánimas, que por esto se llamó en algunas partes el cOtlvre-feu; con tanto más motivo, cuanto que ya toda!! las casas solían tener hogar, aunque no todas chimenea, por lo cual era molestísimo tener que aufril' el humo, que


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MOBILIARIO

no hallaba otra salida que las puertas y ventanas, por fortuna-para este fin-sin vidrios todavía. Sin embargo, las casas iban Riendo cada vez mayores y subdividiéndose sus pisos en cámaras, En. Inglaterra, los normandos introduj eron las solanas (sola?'ia), esto es, const!'Uyeron en las viviendas habitaciones especiales al Oriente, ó quizá al Mediodía, las cuales eran las preferidas, y el locutorio (parloi1'), ó sala de conversación, que dil'íamos hoy, donde, á imitación de los conventos, se reoibía á las personas extrañas, Las alcobas se formaban con tabiques de madera, biombos ó cortinajes, tomftndo su espacio del de las salas donde se cortaban. La mayor seguridad de que comenzaba á gozarse, permitiendo á cada cual establecerse en un sitio fijo, sin andar como hasta entonces, errante de acá. para allá, con los muebles, permitía, juntamente con este progreso en las casas, el del mobiliario. La misma razón lleva á trasformar y mejorar de un modo considerable los castillos feudales , que eran por entonces las casas de los señores, y siguieron siéndolo hasta el Renaoimiento. ConstruÍanse ya de piedra c~si siempre y mtJ.chomáaespaoiosos,


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DEL SIGLO XII

y estos son los que se llamaban mansos (manoirs; de maneo, permanecer), en vez del antiguo donjon; dando así á entender con el nombre mismo el carácter normal de la ' vida en la nueva habitación. Constaban de varios cuerpos y pisos, á los cuales se subía por una escalem de caracol, y aunque en cada piso no solía haber más que una sala, se dividía ésta Á. veces en varias, por medio de tabiques de madel'a, Las ventanas eran pequeñas y en talud, Esta costumbre de divisiones con biombos (como en el JaFón) y tablas duró tanto, que todavía puede verse en Villaviciosa (Astúrias) en la cas8, donde aseguran paró Carlos V. Desde el punto que la vida se hizo más tranquila y constante en estas casas, com~nzó á dejarse sentir el influjo de la' mujer y, en parte por medio de ésta, el del clero, que hallaba mRS fácil aCCQSO en los sentimientos y dulzura de este sexo que en el salvaje y duro corazón de los señores; pese á la falsa poesía caballeresca de nuestros románticos de este e.iglo. La posición de la mujri se elevó tanto, que, en ausencia del marido, ella gobernaba y disponía por sí; á todo lo cual vinieron también á. servir poderosamente las Cruzadas, que

10


14. , ;

n

}[O:;ILIA~I'

arrastr aban tÍ Ol'Íente á loe ca.balleros. Ademá¡¡, la guerra , aunque frecuente, comenzó á tener carácte r excepcional, y á gustar el señor de la vi:ia más tranqu ila, apacible y sep'entaria, que le retenía en su casa, sentado por las noches al lado de su mujer y junto al fuego. Fortale cíaase de este modo la intimid ad de la comunión doméstica, tanto má,s, cuanto que el aislam iento individual , ley común en este período (sobre todo para 10i señores, cuyas residen cias so httllab an casi siempre en despoblado), hacía imposible una vida pública que, atrayen do al hombr e fuera de su casa, como en Grecia y Roma, para el manejo de 108 intereses políticos, habría quizá perpetu ado el desvío y alejam iento entre los esposos. ASÍ, la necesidad de vivir más en la casa que antes trajo consigo, con la. mayor import ancia de la mujer, el cuidado de 6sta por mejora r la habitac ión, .mbell ecerla y hacerl a máscon fortable . Las Cruzad as, que h'ajel'on á Europa tan inmen sa cantid ad de telas, muebles, tapices y joyas orienta les, con tantos usos ele la misma procedencia, auxiliados por la ooupación y cultnra de los árabes en Espa:lia, ejercie ron tambié n una acción muy

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I


D:lL lIGI:.O XII

H.'T

enérgica sobre las artes snntua rias y la vi da doméstica toda . El lujo de las grande3 órden es de Cluuy y el Cister (qne de t al modo sojuzga rou por cierto nuestr a vidn. intelec tual y artística) sirvió de modelo á los particu lares ricos, que empezaron t ambién á pintar las parenes y t echos da sus habitaciones; aunqu e ningun a de éetas decoraciones puede compa rarse con las del estilo árabe, cuyas placas de estuco pintadas y dorada. s, recu erdo de los mosáico!! bizantino s, ofrecen tan rico efecto. Por último , Venecia, que posee ya una aduana , se constit uye eu un centro de fabricación y de comercio impor tantísi mo en tre Orient e y Occidente; sobre to do en lo que se refierG á t ejidos, objetos de vidrio y metal y muebl os de pequeñ as dimen siones, que orrecen un cal'icte r ol'i ental las más veces . Ya, en este tiempo, las casas de los artesanos y obreros t enían por lo común un a cama, una mesa, dos sillas y un cofre ó arca, y el mobili ario ele los scñores había ad quirido bastan te complicaoión , como vere mos . Sus foxmas gen erales pueden dividir se en dos gxupos . E l pl'imero, lo constituían aquello s muebles fáciles de tl'aspol'tar,


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1I0~lLtARIO

ya -por un resto de los antiguos hábitos, yo. para. la mayor comodidll.d de los mismos usos domésticos; los de esta clase soHau hacerse de hierro, cobre ó bronce. El segundo grupo e1'a el de los muebles grandes, que apenas merecían este nombre de muebles, porque sus dimensiones y su peso los tenían fijos, y áun clavados, en un mismo sitio. Pero unos yotros se caracte rizan ahora por las formas ~ más complejas y curvas que, merceel al empleo del torno, em piezan á tomar l!ts grande s piezas rectan guIares de la época precedente (v_ gro, los monta ntes do los respaldos, que mucha s veces se hacen en figura de balaus tre, columna , etc .), por la mayor precisión y exa.ctitud de las líneas y la riqueza de las decoraciones. Consistía esta en pintur as, molduras geométricas más ó menos sencillas, lujosÍsimas labores de taracea , incrustaciones de estaño, marfil y otras mateú as. En la ornam entación de JOB clavos, charnelas, cerrad uras y demás piezas del abund ante herraje que, 1anto para mayor seguridad (pues los muebles no Eolían estar emamblados), como por adorno, se prodigaba en mnchos objetos: con que este arte comenzó á elevarse en un grado antes desconocido. "


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La. talla, ó sea la ornamentaeión esculpida en la madera., no se presenta ha'3ta el siglo XIV, época de esplendor del mobiliario gótico. Las camas de este período son ya ente:¡;amente otra cosa, especialmeute en las clases aoomodadas, que es por donde empiezan siempre á iniciarse los pro~resos del mobiliario. Son estrechas, aunque tuviesen que servir para dos personas; con los piés macizos. torneados é incyustados; el lecho, de hierros ó cuerdas; los colchones, de telas de lujo, bordadas . y galoneadfts, así como la sábana y los cobertores. á veces piqnés; á estos se añaden también pielos . Debajo del colohón suele colgarse ha,sta el suelo un paño rico, recuerdo sin duda del t01'O romano; un escabel sirve p!1ra dar fácil ac ceso al mueble; y almohadones y cojines, coloca.dos junto al cabecero, generalmente muy elevado, mantienen casi sontado 0.1 cuerpo, conforme al gusto de la época, más ó menos confortable. Por último, solían tener el testero aproximado á la pared, dejando libre el acceso por ambos bdos; costumbre seguida hasta nueRtros tiempos, en que ya ha sido preciso arrimarlas á un l'Íncón de nueflltras mezquinas habitaciones. A


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Y013ILURIO

calla lado col~aba una oortina, sujeta á una percha ó vigtt saliente del muro, for m'tndo de esta modo una especie de 'alcoba, aunque sin dosel sobro las cortinas y de jando abierto el lugar de los piés. Una lámpara colgada para ahuyentar el terror que inspira ba la oscuridad en aquella edad supersticiosa de apariciones, brujas y encanta.mientos; un banco, que á la vez servia de arcón, una percha ó pértiga hincada en la pared para colgar la l'Op , uua silla á la cabecera, compleba ba.n el menaje de aquella especie de dormitorios . Los muebles para sentarse pueden clasifical'se en dos gmpos también, según que sirven para una ó para varias personas. Entre los primeros, los taburetes, escaños, esca.beles, etc ., era.n los más usuales, por reservarse las silla.s y sillones de respa.ldo p'l.ra los señores y persona.s de distinción . En cuanto á estos últimos muebles, constaban muchas veces de una armadl1l'flo de ma· dera, y áun de metal. Sobre ella se tendia un paño de lujo, que cubría, ya el Gspaldar tan sólo, ya también el 1i.siento, y hasta todo el sillón, el cual conservaba comunmente la forma bizantina en la disposición de f,lUS lineas generales; teniendo á veoes un


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respaldo tan bajo, que no pasaba de la cintura de la persona sentada. Debe advertirse que los brazos no eran, como hoy, una pieza. indispensable de las sillas de aparato. Viollet-le -Duc publica varios ejemplos de tronos sin este aditamento. Uno de ellos consiste en un sillón muy ancho, casi un banco, con cuatro piés derechos, dos de los que suben para formar el respaldo, el cual tampoco era siempre parte esencial de un mueble de esta clase . Lo característico de los tronos es qne en ellos el dosel, palio ó cúpula que lo corona. es independj ente del asiento, y suele en este período perder las columuas de delante, que le da· ban cierta figura de templete, quedándose colgado del muro ó de los do~ apoyos posteriores, y anquidendo por consiguiente la forma actual, sobre poco más ó menos. Las sillas de tijera continuaron usándose. Por último, toda silla, no solamente los tronos, tenía delante, bien un taburete para poner los piés, á veces fijo tí. aquella, hien un almohadón, bien una grada adornada con embutidos y labores análogas. LA. razón de estos apéndices no era sólo la altura de 108 asientos, sino la necesidad de resguardar los piés del !fío del pa,Timanto,


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MOBÍLIARIO

desnudo casi siempre y embttldosl1do por lo común con losas ó ladrillos . El Sr. Riaño llama b atención sobre el trono episcopal, que todavía se conserva detrás del magnífico altar mayor, en el presbiterio de la ca tedral de Gerona, hecho de una sola pieza de marmol blanco, con adomos sencillos y de bl"len gusto, y una grada de tres escalon as : mueble (sl merece este nombre) análogo á otros varios de Italia, y en especial al de San Clemente, on Roma, colocados también detrás del altar, según la costumbre que ya en otro lugar h emos indicado. Pero el tipo de asiento que toma por entonces un desarrollo antes desconocido, es .el banco; fenómeno n atural, tratindose de un mobiliario macizo, sólido y de grandes dimensiones, acomodado á sus necesidades, al par que á BU gusto por las formas robustas y severas. Los había montados sobre piés ó cubiertos de madera hasta ab.'l.jo, con respaldo y sin él, con brazos y sin brazos, movibles y fijos, y hasta adosados y empotrados en el mUl'O. Sus decontciones más comunes eran cabezas de animales en los extremos ó en los brazos; andando el tiempo, incrustaciones yla.bores de tarl1cea, más ó menos lujosas . Entonces nacieron 108


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bancos de t.res 6 más compartimientos (101(,1' mes), separados por brazos y provistos de respaldos, en ocasiones sumamente altos para que sirviesen de abrigo . Cuando estos bancos se hallaban destinados á personajes civiles y eolesiásticos, que debían desempeñar sus funoiones sentados en ellos, los brazos se convertían en verdaderos tabiques de incomunicación. En el Museo Arqueológico Nacional se conserva~jemplar de esta clMe de bancos en este tiempo (coro de Gradefes) . Ya se comprende que de ellos tan adecuados para servirá una corporación , han nacido las sillerí:ts de nuestros coros, cuyos asi.eutos, fÍ. diferencia de los destina - _ dos á dignatarios del orden civil, y á causa sin duda de la necesidad para los clérigos de permacecer alternativamente de pió y sentados durante los oficios de su ministe rio, se hicieron de báscula,. esto e~. que pudieran levantarse y aoblarse hacia al'l'iba, para que los eclesiásticos, al ponerse de pié, no perdiesen la incomunicación (que parece se procuró con insistencia para el mayor decoro del culto), añadiénd0so á poco en el asiento y por IR. parte inferior un especie de repisa, que , al alzarse aquel, sirviese de punto de apoyo cÍo los poco sufridos capit u ~


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MOBILIARIO

h1.(es; repisa que se conoce con los nombres do miscI'¡c;)/,dia, lJacicncia, etc . Los tableros de las mesas para comer eran rectangulares, cuadr ados, redondos y áun semicirculares; "solían tener un bOTde alredodor, de algunos centímetros de altura, y del cual pendían á veces paños que ocultaban los banquillos de tijera sobre que aquéllos descansaban, al modo de las mesillas de nuestros buhoneros; nada de mautelGs (con que á veces, sin embargo, cubrían los aparadores en los festines); nad.a de tenedores, ni áun platos para servirRe cada cual su raoión; los vasos eRtabau fuera de la mesa-siguiendo (1) una costumbre germana--y los huesos, despojados de la carne, quedaban sobre aquella, como un memento del triste fin de todas las cosas mundanas. En las casas más modestas, una sola mesa desempeñaba toda clase de oficios y solía estar fija en el suelo. O~ra especie de mesa, para escribir, formaba un pupitre (sc/'iptionale) armado sobré uno ó más piés. Estos pupitres, al principio, desde el siglo IX al XI, se colocaban sobre (1)

Viollet, 254, etc.


DEL SIGLO xtI

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las rodillas, y constaban de dos tablas horizontales paralelas, sepa.radas por otras tres pequeñn.s y verticales, que formaban como Ulla cajita abierta por delante y destinada á los rollos de pergamino y ii. los útiles de escribir , excepto el tintero, que se po!na en una prolongación de la tabla superior (1): á estos pupitres se añadió luégo un pié mís ó menos adornado y análogo á los de nuestros veladores. P ara guardar 108 trajes, la ropa blanca, las a~. mas y hasta los comostibles finos y especia,>, había una gran habitación en las casas, donlle se colocaban armarios, bR.ules y perchas, y que servía también de cuarto ele costura: en general, la ropa toda se hacía en casa. Las armts y cofres eran de más uso qne los armarios, y servían á la par de ilsi·mtos, de mesas y IÍnn ca.mas; sin em bfU'gO , en 1!'l'ancia los anncbl'ia no dejaban de emplearse, ya por laos personas ricas. ya en las iglosia.s, donde, coloca.dos á veces á amb os la.dos del altar, preludiaban las sacri:3tíaB. Los que se conservan en la catedra 1 de Bayeux son muy notables. En ocasiones

(1) Violl.t, 239'


...

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MOBILIARIO

eran simples alacenas abierbas en la pared; en otras, verdaderos muebles, sin ensamblar, reforzados oon cla.vos, herraje, barras y cerrojos, montados sobres pié s bastantes altos, cerrados por puertas que se abrían horizontalmente (al modo de nuestros contadores, bufe tillos y vllrgueños del siglo XVII) y decorados con pintura!, pero sin talla alguna on la madera.. Análogos son los que en Inglaterra introducen los normandos. Entre las arcas aplicadas á otros usos, hay algunas que deben indicarse especialmente. Tales son: las destinadas á conservar 108 cuerpos de 108 santos en los templos, com9 objeto de veneración para los fieles; los r elicarios, q\le contenían algún resto de estos mismos cuerpos, do sus trajes, etc. y por último las arquillaiil, cajitas y guard.g.-joyas de menor tamaño y muy vario destino. En cuanto á la primer", clase, consistían al principio en graneles cajas de maderas más ó ménos preciosas, fá.ciles de trasportar y que durante todo este tiempo guardaban aún la forma de los antigúos féretros, á que sustituían. Sucesivamente, fuá introduciéndose la costumbre de revestirlas con


DEL 8IGLO

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chapas delgada,s de cobre ó plata sobredorada, yf1 por lujo, ya también para su mayor duración, por lo que debían desvencijarso con los contínl1os trasiegos , procesiones y viajes hechos con gran solemnidad, pero por caminos que, generalmente, distaban harto de ofrecer las más elementales comonidades : uno de los capiteles de la .cripta. de la ahaclía de San Dionisio en Francia, que parecen ser del siglo X (1), da idea de modo d9 efectual' es tos viajes. Para responder mejor á aquéllos fines, comienzan Á. sustituirse estas c.a jas chapeadas (chásses) por otras de metal macizo, más sóllidas y portátiles por sus menores dimensiones : y 6l'jta reforma so inicia precisamente en el siglo

XII. M. Viollet-le-Duc divide los relicarios én dos clases (que poctríamos llamar locales y personales), según qlle se hll.llaban colocados en los t emplos y demás lugares sagrados, ó se llevaban como una prenda del vestuario, al modo de nuestros escapularios y medallas. Unos y otxos proceden de la c0stumbre de despedazar los cUbrpos, ropas y ef ectos de los santos, para aumentar la (1)

Viollet, 67.


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:U:OBILURIO

reputac ión de 103 santua rios que poseÍau algunos de éstos objeto:!! de venera ción, y extend er 01 beneflci; de las curacio nes milagrosa s q~18 á sn oon tacto yaún simrle pos8sió n S8 solía atribui r . Esté. desam ortización pia.do3a no dejó de te el' gravísimo:> inconv eniente s para la pure:m do la fé; n!1ciendo de ella un tráfico y una indust ria ele reliqui as, en que tomab an gran parte- los jUdlOS. y qne la.s pL'odigaba en la fabnlos:1 cantid ad que ha perpetu ado la l eyenda de las ochent a mil mnelus de Santa Poloni a. l\Ias pa.ra 01 arte, la necesid ad de multip licar los al'tefactos destinado:!! á consel'vrtr dignam ente tan preciad os objetos , produj o un desarro llo import antísim o , que crecía en la misma proporción en que aumen taba el número de reliqui as y dismin uía el fervor y confian za que inspira ban . Así vemos que, andand o el tiempo , las «(colecciones anató~ micas)) de nuestra s catedr ales-p ura 11 Sf1.1' la frase de Mr . Ford- han dado lugar ó. ver dadero s museo s de gran valor arqueo lógico : sirvan de ejemplo el Ochavo de nuestra I glesia Primad a y la Cámar a Santa de Oviedo. La más antigu a forma de estos relicarios era la d e cajas y arquiil las de marfil, metal


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Ó maderas

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pl'eciof3as, esculpidas, incrusta das, esmaltadas, pintadag, doradas, etc. Su estilo general era bizantino, ánn antos di 13S Crnzadas, y su procodencia, d') Constantinopla ó de Venecia, cuya industria se ocupn.ba con gran preferencia en fabl'ical' dichos cofrecillos; luego , se les destinaba indistintamente á unas ú otras reliquias, y hasta á U S03 profanos de cualquier género, no existiendo, por ]0 común, relación alguna entre el continente y el contenido. Ya se comprende, sin embargo, que á más de estos relicarios de pacotillapor decirlo así-había otros l-iquísimos, con signos religiosos, merced á los cuales no podían tener sino una aplicación de esta clase, y áun otros se hacían desde lnégo de encargo para determinadas reliquias, llevando entónces figuras, emblemn.s é inscripciones alusivas. Uno de los que sit.; upre se citan entre los más célebrss, es la llamada Ch{.t.~se (lB S. Ivet, que se conserva en el Museo de Cluny y que podía servil' parí\. los l'estos de este san to como para cualquieJ:a otl'a reliquia , Es de ba.se rectangular, con la tapa en forma de tejado fÍ. cuatro vertientes, y toda ella está revestida de placas de marfil esculpido en puro estilo románico


MOBILIA.RIO

del siglo XL, con más de treinta figuras en hornacinas separadas por columnas. En Esnaña, el más n.ntiguo ejemplar deaste género es el arca de San Millán de la Cogulla, en la Rioja; y revelando ya dicho mueble las huellas de la escuela árabe, debemos comenzar por indicar las obras hispanomusulmanas, que constituyen los antecedentes de aquél y otros relicarios análogos. Los estilos bizantino y p ersa ejercen desde los primeros tiempos de la dominación ~usulmana con~bante y poderoso influjo (1), ya por la importación directa de objetos orientales en España, ya por la vellida fÍo nuestro suelo de muchos artistas de aquellos países, sobre todo, desde la fundación del califato de Córdoba, cuya prosperidad y cultura atraían por entonces á la gente ele ingenio. Los cofrecillos de esta procedoncia suelen ser de madera, marfil 6 metale!:! esmaltado!;!; BU forma, prismática y áun cilíndrica; adornados con relieves, cuyos motivos de decoración son hojas, piñas, estrellas y flores, tratadas geométricamente, y hermosas inscripciones cúficas. (1) Segui.mos al Sr. Riaño en su Sjrt1lish i1¡dustl'ial al' ts, 127, etc.


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La tantas veces citada catedral de Bayeux y el Museo do Kensington poseen algunos jemplares de este g{.>nero y época; el señor Rin.ño publica por vez pl'imera otro importautísimo, del año 10U5, conservado en la catedral de Pamplona y que oÍl'ece figu ms de hombl'es y leones; también publica otros, pertenecientes, ya al Museo Arqueológico de Madrid, ya á la Academia de la Historia, ya á la catedral de Braga en Portugal, ya al Museo ds Burgos (esta arquilla corresponde al siglo X), á la iglosia de Sa.nto Domingo de Silos, á las catedrales de Perpiñan y Tortosa, y á diver sas colecciones particulares, El empleo de figuras de hombres y animales en la decoración de alguno de estos objetos no es tan extraño á la letra del Corán, y sobre todo á las costumbres árabes, como se ha pret~ndido; y su conservación en las iglesias como trofeos de victorias sobre los sarracenos ú ofrendaR adquiridas por medios más pa.cíficos, ha favorecido la pel'petuidad del gusto ariíbigo en estos muebles, áun entre los artistas cristianos, de que dan ejemplo la interesantísima cruz de marfil llamada de D. Fernando (siglo XI), que existe en nuestro Museo Arqueológico, al cual vino

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de San Isidoro de León (donde se conservan algunas al'quillas de este tiempo), y el arca ya citada, de San Millán de la Cogulla, perteneciente á la misma época, de más de metro y medio de largo, construíc1n. de madera, adornada con chapas de plata, piedras y cristal, además de 22 magníficas placas de marfil. D0 estos cofreeillos bizantinos, muchos veI).ían esmaltados; la imitación de estos esmaltes crea la famosa industria de Limoges : siempre ab Oriente lux. En cuanto al influjo de sus forruas es tal, que hasta el siglo XIII se conserva el carfÍc ter oriental en este género de muebles , como en el estilo de la orfebrería y los marfiles esculpidos . A propósito de orf(~brería, convi.ene ac1uertir que, áun dentro del siglo XI, se comenzaron tí introducir, alIado de los ~o­ frecillos dó madera, otras formas de r olicarios correspondientes á aquol arte, cuya pompa fué en esta ocasión desarrolHndose en extremo. Unas vaces tenían fIgura de torre, como el famoso de Conguea (tipo que, con el de templete, predominó luego eu el período oji.vn.l); otras, de linterna, etc. Por último, comen~aron tambiéu á construirse


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relicarios cuya forma. respondia á la de los objetos en ellos contenidos; v. gr., bustos, pa~'a guardar un cráneo, talef:! como los de las catedrales de Viena, de Francia, de Avila ó de Toledo; brazos, manos, ples y otrfLS partes del cuerpo, que indicoban los restos depositados en ellas . Tienen afinidad con los relicarios 101:! tabernáculos de estos tiempos, que son también porL·1tiles y consisten, ora en torrecillas donde sc guarc1a,ba la Eucul'istío, orQ. en tiendecillas (á que alude el nombra) de telas pr@cio~2.s, colgadas de una cruz Ó un pesc'ante y debajo de las cuales se ocultaba una caja da plata, oro, cobro esmaltado, etc., las más veces en figura dv paloma, y dest inada á a.quel sagrano uso . En el Museo dfl Clnny y en otra,,> colecciones se conservan algunos de estos tab':lmlÍculos, muy frecuentes eu Francia dUl'aute la Etlad Media, y quo fueron sustituidos despues en ca.si todas pades por los templetes o edículos fijos que hoy vemos en nuestros altares . Así pOi' su destino como par los materiates de que solían hacerse, debemos decir aquí algunp"s palabras sobre otru pieza importantísima del mobiliario eclesiástico, y áun en cierto modo del civil : los retablos


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port:itiles; tanto mis, cuanto que nada tan frecuente como combiuA.l' un retablo con una serie (le relicarios colocados en sus compartimientos ó enlazados de un mo(lo todavía mtÍs estrecho con el rotablo mismo; hasta el punto ele que en mnchas ocasiones sea difícil distinguir por S11 forma un retablo y uno de estos grandes relicari03. Tal acontece con el magnífico del siglo XIV que posee nneatra Academia. de la Historia. Sabido es que, en un principio, no había r etablo en los altares; considérese, por ejemplo, que, en las ca.tedrales, el trono del obispo se hallaba colocado en medio del ábside, clomte se encontraba al coro, esto es, exactamente detrás del altar mayor (como queda dicho se conserV'a en Gerona); y que, si hubiese tenido este encima un retablo, se l1abría hecho imposible, no solo que el prv;n.do presenciase los oficios divinos, sino la oolebración de muchas ceremonias preceptlladl1H en 1'l. liturgia de aquel tiempo. Posteriormente, quizá hacia el siglo X, se introdujo el uso de colocar sobre el altar, en c' ertas sol emnidades , un retablo portc1.til; tal vez coincidiría con este uso el ela colocar l::t silla d-elobispo alIado dal Evltngelio. Dichos retablos portátiles consistían


DEL SIGLO XII

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muchas veces en graudes planchas, análogas tí. los frontales de los altares, aunqne bastante más altas, sobre todo en los siglos sigLlientes. De estas planchas, quizlí, la más célebre es el famoso y úqllÍsimo retablo de San Marcos de Venecia (construido en el siglo X~ aunque arreglado en su forma actual en el siglo XIV), Humado la Pala d'oro, y que es una placa de este metal y de pInta sobredorada, de 3,70 metros de largo por 2,30 du alto, lleua do figuras 1'epll.lada y cinceladas, esmaltes y piedras preciosas. Taro bién debe citarse el retablo de la catedral de Basil· El, ftsi mi amo de 01'0 y conservado hoy en el Museo de Oluny. . Los dell1''is sou mtí.::l modernos. Indicaré que dentro del período románi~ co hemos tenido quizá retablos análogos tí. estos, aunque modestísimos, en España, al monos en OatRlulla, donde tanto influjo ejerció el arto italiano. En el Museo de Vich se conservan una especie de frontales de madera pintados, que parecen no haber sido frontales, sino retablos de este tipo; en alguna iglesia emplean otro para frontal. Son interesantísimos y acaso forman 108 antecedentes del magnífico retablo de plata, oro y pedrería también, análogo á 1013


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extranjeros cjtados, aunque del siglo XIV. que todavía se admira en la. catedral de Gerona (1). Hemos dicho que á veces los retablos son en cierto modo objetos de mobiliario civil. En efecto, aunque el nombre ele retablo no se aplica sino lí. las obras do pintura, escul· tura, platería, etc ., que se colocan eucima de los altares, con tal-de que tengan la. forma de una decoración nl1Í.s ó mellOS plana (de dondo precisamente provienaaquelnombre), también en las casas particulares había ciertoi! muebles semejan Les, aunque sin altar á que correspondiesen: tales eran 103 dípticos y trípticos colgados on las paredes , y que par3cen hn.ber si 10 los pl'imeW3 cuadros de que hay noticia en la Edad Media. (1) . Probablemente, la costumbre iniciada en el siglo XII debió nncer de un sentimiento de devoción; y así se comprende cómo los asuntos de estos primeros cuadros de caballete, que dirjamos hoy, son siero· pre religiosos, (1) Algunos de estos frontales han sido publicados en e~ 4lbwIl dt la Sección arqueolócica de la EXposIción de Barcelona do 18R8. (2) Viollet-le·Duc, jJlob., arto IillfTge.


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LA TAPICERÍA EN FRANCIA I

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LA TAPICERíA EN FRANCIA

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El al'te de In. tapicería, bajo -cnyn. deno minación tan heterogéneas clases de obras se confnnden aún (bordados, tejidos ri cos, etco), es, come tantas otras artes, de procedencia ol'Íontal. De el Oriente se propagó á todas partos. Eu Fraucia, desde el siglo V, se cree había ya dos fábricas de tapices historiados, esto es, decorados con figuras y g,oandes asuntos; pero todavía en el X, la abadía de Saumur, uno de los más importantes centros de esta industria, se limitaba caai ,í. copiar, ó imitar al menos, modelos orientales, dominando en sus composiciones elefantes, leones, pá-


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jaros y otros animales.-Sin embargo, hay dudas sobre si, tanto esta abadía como la. fábrica que existia en Poitiers á principios del siglo XI, y ulgunas otras, lo eran mú,s bien de telas, que de verdaderos tapices . Las primeras noticias claras y terminantes de manufacturas de este arte, entl'enuestros vecinos, pertenecen al siglo XIII; y en ellas aparece confirmado y continuac1o el influjo oriental, al hn.blar dd la distinción ellLro los tapices llamados «sarracenos» (sc¿n'azinois), hechos en Frando, pero se gún el estilo de Levante, y los propiamente fr anceses (noslre.~) , menos ricos, exelusivamente tejidos con lana y debtinMlos al uso do toda claso de personos; al contrario de lo que acontecia con los primeros, reservados ÍL llls iglesias, al roy y á los graudes señores. Algunos han creÍllo que no estaba aquí la diferencia entre ambas clases, sino enque los paños sarracenos eran aterciopelados, de dibujo geométrico y sin figura,; pero nb es cierto . F . Michel cita un tariz sal'razinois entretejido de oro, vendido en 1389 por un tapicero de Arras _y cuyo asunto era lo. historia de Carlomagno . Acabamos de citar la más famosa loca.lidad en la fa.búol1cióIl que nos ocupa:


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Arras. Aunque á fines del siglo XIII contaba ya Paris veinticuatro tapicerías, no fué allí donde por entonces floreció este arte, sino en floCluella ilustre ciudad flamenca, cuyo renombre era tal, que casi se confundia con el de los tapices mismos. Así, en Italia, se llamaba á estos a1Tazzi; y entre nosotros, ~paño:; de Ras» significa muohas v~ces cuo.lesquiela obras de esta clase, no solo las producidas en la célebre ciudad, cuyos maravlllo"o.3 protluctos se extienden por doquiel'i1, aDule todo, dUl·a.nte los siglos XIV y X. V. En la hermosa colección del Palacio Real de Ma.drid., pueden admirarse muchos de estos pailos, como también en algunas de nuestras catedrales : v. gr. las de Burgos y Zamora. Espvcialísima m ención merecen los llamados do Ji icios ~I v i?·tL~de¡; , pertenecientes á aquel y alguna de cuyas composiciones se debe ,Í, Bogelio Van del' Weyden. No se conserva., sin embargo, á lo que parece, tapiz alguno anterior al eiglo XV: los de Bayeux y Gerona (1), correspondíen(1) En el Museo de Kensiugton he visto una r~producción (no recuerdo por qué procedimiento) del de Bayeux. El de Gerona ha sido publicado por el Sr. Riaño en sus A1'tes indus. triales espaii()las (inglés), pá¡. 226.


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tea al Xl, no son tapices, sino bordados. El aspecto de estos paños de Arras concuerda perfectamente con el de las viil.rieras de las iglesias y las mitliaturas de 108 códices, mús bien que con las pintmas mu - . rales, cuya perspectiva y composición se hallaban ya tan adelantadas como cabe juzgar por los frescos de Signorelli, Pel'ugino ó el Campo Santo <1.e Pisa. Por el con. trario, estos tapices, y áun en general el aro to flamenco, guardan un ce.rlÍcter más tr~­ dicional y a,rcáico, lo cual se nota. en ellos mayormente, tal vez, por la circunstancia de ser distintos el autor de la composición y el artífice que la ejecuta, circunstancia. que contribuye ó. cliticultar la ado1)ció:.l de un nuevo estilo . Adem)j.s, el apogeo de la tapicería debe colocarso hacia .fines del siglo xv, m ís bien que- cuando pretende imitar In. pintura. moderna. Los famosos arl'azzi tejidos E;ln Bruselas por los cartones (1) de Rafael, conservados en el Vaticano y cuyrus reproduccion8s pueden verse eñ Palacio, distan sin embargo mucho, con ser admirables, de lo que podríamos llamar (1) Estos cartones so conservan hoy también en l{ensington.


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el ideal de hi tapicería, como distan todavía má.s todos n.qnellos tapices en que se ha querillo copiar cu tdros del mismo y ue otros a.rtistas, cuya:; obras no han sido hecLas con el intento ele que les sirviesen de modelo, ni teniendo en cuenta, por tanto, las condiciones peculiares de la tapicería, siempre üJferior á la pintura, cuando sale de sn círculo y se empeña en competir con ella, AventUl'ada paree e la aserción relativa á la superioridad de los tapices flamencos del siglo xv y principios el·l XVI respecto de los posteriores, tratándose de composiciones cuya, perspectiva es tan defectuocla y cuyo modo de distribuirhs figuras, sin sujeción á uua acción central, ofrectl cierta. anarqula y como sequeda.d geométrica . Pero, de una, parte, esos tapices conservan con mayor fidelidad su cal'ácter de tales, principa.lmonte do~orn.ti vo y suntua,rio, esto es, son t(tpices, no cl¿arl,'os teji(los indepelHlientes; y además, nada, como no sea la contemplación de tan admirables obras, pnede clar idea de la riqueza y armonía que ofrecen, Klta armonía pl'Oviene de la. franqueza de. los colores empleados (de ellos suele excluirse el negro), en cada uno de los c11:1los se distinguen tres ó cuatro tonos ó grados


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de intensidad, á más del blanco con gue se aclaran á veces . ASÍ, por ejemplo, eu los r ostros, un rosa vivo perfila la, nariz, la boca, 108 ojos; otro, más vivo aún, colora las m ejillas; y otro más p'l lido indica las lucea. L as sombras están señala 'las por un color pardo claro; los puntos m~s brillantes del verde, por toques amarillos; los más oscuros, por un azul iutenso, y el oro Sl) entremezcla frecuentemente, sobre todo (;n los roj os . E:¡tos tapices, que á difer encia. de la'! alfombras (tapis de pietl) aterciopeln.das tí. la oriental. Son rasos, se dividen en dos clases, según el procedimiento de su fabricación: tapices de «alto lizo II (hrwte lite, hautt li,~SIl) y de «bajo lizo ll (ba.s lice, ba;,se lisse). J..Jos primeros son mlÍs eostosos y difíciles que los segundos. Con efecto, en estos, el telar se halla colocctdo ho rL~ontal­ mento como el de un t ejenor cn:ll'luÍera; los hilos que forman la urdimbre, sujetos á los dos cilindros que constit nyen las cabezas del bastidor, ocultan el modelo, pl1esto debajo de ellos, y el obrero va tejiendo encima y por el revés (que es como siompre se t eje), una especie de calco do aquel, invertido al modo de la imagen que da un j


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espejo . Por el contrario, el telar de alto lizo es vertical, y el artífice, situaao enfrente de él, tiene á su del'ellha el modelo; necesitando mayor habilidad pam esta co pia libre que para la del otro procedimieuto: además, es mucho más hmto, por tener que separar el obraro los hilos con una mano mientras tej e con la otra, lo cual no acoutece en el bn.jo lizo, donae dicha separación se verifica por medio de pe:l.ales . Finalmente, la mayor ó menor finura de la lana, la de lu. trama y lo apretado de esta, decicIen la calidad de la. obra. Las alfombras representan el grado inferior en esta jerarquía y los tapices rasos, de grano fino, doude á la lana se mezclan á veces la seda y el oro, el superior. Ambas cln.ses de ta,pices; de alto y b::j ) lizo, se fabricaban en A.rras, y en general en toda Flandes . La ruina de Arras y del puro estilo fi:¡,menco de gUS obras coipcidió con la de la, casa de Borgoña. A.l irse formando las nuúvas nacionalidades, el estilo italiano las coronaba con los esplendores del Renacimiento; y cuando la preponderancia de la Casa da Austl'ia volvió á estimular la tapicería en 108 Paises Bajos, no fury ya Arras, sino Bruselas (hel'edera tambien de Brujas en


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la pintura), el principal centro de esia industria artística; ni 103 modtllos do la antigua escuola los que sirvieron IÍ sus compusiciones, sino otros, diseñados por los pint ores italianos y sus discípulos flamencos. C~ncuenta años bootaron para esta trasformación.

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¿Qué aconteció entonces en Fl'lmcia? Al'l'ltstmda en la corriente de las nuevas formas al'tí::¡ticR.'3, como en la de las nuevas ideas políticas y sociales, la tapicería dOl Renacimiento tenia gUtIl hallar, pOl' necesidad., su foco l)r!ncipal de acción cerca de la cor to. En la Edad l\I edin., lfb int1ushia habia te ni{10 cierto catlLC ter público, p.:'ro inc'lep n (liente: los gl'tllnio::¡ hn.bian sido instituciones sociales,sustan;tivas, con vida propia y robusta. Ahora, la industria y el arte, como todo, inín pordiendo esa \fída propia, y se convertirán , á medias ó por entero, en depen Llencias del E stado, .que las redimirá

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de la "servidumbrc gremial para despertar las energías individuales : estas traerán luego (todavía la aguarda nuestro siglo) una organización corporativa más completa y libre. El primer ensayo para establecer por cl Estado una fábrica de tapices en la nación vecina, corresponde á Francisco l. Era esta empresa cosa natural en tiempos en que las nuevas monarquías centralizadas propenden, no solo á extender su tutela sobre todos los órdenes sociales, de acuerdg con la tendencia y necesidad de la época, sino á considerarse como las supremas dispensadoras y fuente casi única de todo bien: iniciando esa función de providencia gubernamental Y administrativa, que Luis XIV, la Oonvencion y el Imperio habrán de lü;var á su apogeo, y cuya tradición tauto cuesta desarraigar aún, á pesar de las constituciones Y libertanes de la vida política moderna" Además, era dificil decorar con tapices dans le vie¡¿-.z; style los nuevos palacios construidos en el gusto del Renacimiento italiano; y necesario por tanto coutar con artistas y obreros educados (tá la moderna» y capaces de ejecutar obras adecuadas á las formas que comenzaban


:u R1NCJIA doquiera á prevalecer. Los literatos y artistas de la corte creyeron, sin duda, que esta modificación del estilo no entraria, ó entrada tarde, en la tapicería, si el rey no ponía mano en eUa: y de esta creencia na· ció en 1543 la manufactura rea,l de Fontai· nebleau. Por su parte, Enrique II fundó otra nueva fábrica en el hospital de la Trinidad, donde se tejió en tiempo de Catalina de Médicis la célebre tapicería con la historia de Mausolo y Artemisa, cuyos 39 di seños ó cartones, obra de Lérambert, pueden verse aún en la Biblioteca Nacional de Paris y entre los dibujos del Loune. Tonrs alcanzó también su parte de favor en los reinados siguientes, y algunas de sus producciones, conservadas en el museo de Cluny, dan testimonio de la habilidad á que llegaron sus adífices. Pero Enrique IV, tr8Jyendo obreros italianos y flamencos, principalmente para los trabajos con 01'0 y seda; estableciéndolos, primero, en casa de los expulsados jesuitas, y después, en las mismas galerías del Louvre; otorgándoles ciertos privilegios; fundando en la Savonnerie otra manufactura de tapices (10.1 estilo turco» (esto es, ora alfombras aterciopeladas y de dibujo puramente ornamental


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y geométrico, ora t:1.mbién con figuras pero

al gusto orienta\, do que lo.~ f1!tmenoos se habian sep'll'ado con 811 estilo original y propio); ub,enciou(l.udo y favoreciendo la fáb.6cn, particular ol'galliz:~dlL eu Paris mismo por LOilln,ns, y prohibiumI0, en fin, hasta la introclllccion en t'rancia de tapices eXTra ljel'OS, aió otro llUSO, Ó mejor, muchos }"L80S m'Íos, en el 0l'l'flUO ct~mino que los V ~lojs iniciaron; no sin hallar porfiada resistencia por parte oe Sully, que se ven- . gaba á. su modo d-e esta. contrariedad, re trasando bastante el pa;o de la~ cuentas . Desnnés de mil viciRituc1es y reinando Luis XIII, la ÍJ.bl'ic,t roal de tapices flamen cos se estableció definitivamente en su lo .. cal actual, en la ca'Sa dos siglos antes fundr.da por la famUia de los Gobelin, de gran fama como tintoreros (dehian., según In. leyenda, Bea á las ngn:.s de q"o RO servían, sea á. oh'os úxp3die IteR menos limpios) y qne COUSOl'VU. on u inlIu trh parti(lUlar allano de la oficial reciente. Con eRtn, manufactura de los Gobelino3 (empleando el nom bre españolizado), ya oran cuatro nn,da menos las que la corona, en todo ó en gran parte, sostenía en la. capital pOl: este tiempo.


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Luis XIV, como era lógico, dada. su repl'O:iolltn,rión llistóric:1, concentró, en tiempo (le Uolbert, toun.'> o,:1S [luricas , con otl'a:i industrias sun' nal'iu.s, crear do la célebro Mnnu,f wt llJ'a ?'(1(tl de los 1il/lt'bles rle 1n co)'ona (do vida tan c:fímem como todas las . telltati us de e~ta clase) , A todas dlÓ hospítnlil'lad en los Gobelinos, cuya casa adfluirió con otro s imnerliaLas, en un precio equiva.lenl6 lÍ unos dos rnülones y medio de r,)tlltls de nncstm monedn. n.ch al; colo !:lndolo todo, por último, bajo la, inmediata (lil'ección del pintol' Lebrun, ele quien 1)0, ee el Louvn 1.400 (libujos hechos pa' "J el nuevo e~tn,blecim' to. Este comprendía hm )iéu una escue a, donde 60 aprendiües so erlucn,0ltn ell distintos tallerEls, autol'iz í ndolos, t -i'min'1.<lo qne fuera, su apreudLmje y tiempo de nervicio ( liolí años on to,lo) , p 1', p-st, blecersl3 p ) . su cuenta eu cualquieL' p~r­ te 11 1 re in , M'l gl'¡tu<lo,.¡ fmn(!uicias . J..Ja3 ohms so fj cutabH.l1 po: contntft, no por administl'(l,ción, y con &lTBglo tÍ Uilo. tarifa variable según su mérito y d' fivurtades . No contentó esta. l'efÓJ:ma. á todo el mundo, 'y 'fué' inel1bstOl' el'igu' también en fLiJl'Ica r~a.l in. de Boauvais, cuyos Ütpí ces de bajo lizo, y por ta.nto de un precip más eCOll?"


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mico, llegaron á la perfección de los Gobelinos, merced á los numerosos pedidos de la corte. Esta última circunstancia es tan im¡,>ortante, cuanto que por haber faltado á Aubu8son, no obstante su rango de manu~actura régia también, impidió la mejora de los productos de esta fábriea, reducida, como 1:1 de FeJletin, á la clientela de las iglesias y vecinos de las comarcas próximas. Lebrun, además de pintar los techos del palacio, dibujaba ó dirigía el dibujo de 109 tapices, como de la decoración mural, puertas, cortinajes y portieres, mueble':3, momí,icos , bronces y orfebre .'0" que los artistas nacionales y E)xtranjel'os ( e la manufactura luego ejecutaban. Esta fué la edad de oro dG los Gobelinos. Durante los veintitres auos que duró la dirección de TJebl'un, fahricarou, empleando 250 obreros, 19 grandes tapices de alto lizo y 34 de bajo lizo, Sus principales asunto.'! fneron, ya inventados por Cameille ó Lebrun, Lél'umbert Ó Van der Meulen, Poussin ó Mignard, ya tomados de cu&dros de Rafael, ó de sus EstCftncias. La mayor parte de estos tapices están realzados con oro; oscilan (mtl'e las doa tendencias, decorativa y pictórica,


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pero dominando por lo común esta última. A fin de obtener la mayor perfección posible, muchas veces los cartones ó patrones eran obra de varios n.rtistas, respectivamente encargados, según su especialidnd, de pintar el paisaje, los adornos, las flores, los animales, las figuras pl'incipales, las pequeñas, etc . A Lebrun sucedió el no menos famoBO Mignard, que, á pesar de que se dice no llegó siquiera á visit!l.r la manufactura , durante los nueve años que permaneció al frente de ella, fundó en su seno una esct161a de dibujo; y en su tiempo, bajo el influjo de Mad. de JlJaintenon, que hacía cubrir las «(desnudeces) de los cartones, como habia hecho disimular las de las estatuas de l\fady, la decadencia de la fábrica es rápida. por falta de encargos y de gusto, continuando, con algunas alternativas, bajo la dirección de sus sucesores el Cotte, Oudry y Boucher. Además, en la tapicería se venía por entonces operando una trasformación desastrosa . A medida que le. pintura, perdiendo su independencia, I U severidad, y oaei podría decine IU dignidad, ii conver-


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LA TAPWERÍA

tia más y más en mera decoración, ha!=¡ta concluir en las compo:3icio'1Gs afecta das, afeminadas, n~1.caradas y lleutntS del último artista citado, el gusto reclamaba, al contrario, que la. tapic81'ía abandollf"Lsc ya por completo su carácter, renunciase á su 1i bcrtad de interpretar 103 pa.trones con BUS tonos francos v oDte¡'OS y se r edujoso ú. una copia so;vil , esforzánüose por convel'tirse--en (1 piñtnm tcj iihl. (, segím la expresión del tiempo, La resistoncia de los int.eligentes obreros, en quienes no se habia bon'aClo aún. toda .hne11a de' la sana t radición flamenca, era impotente para luchar contra los pintores, y cOntra la torpe pl'eténsión de una sociedad tan decaida en el arte estético como en todas las cosas. Da l a obediencia <Í, la modn¡, resultaban obras frias, cuadros peores que 108 nriginn.1esCll) os colores pardos el'an difiei ísimos de imitar-y que ad, 'lIlh !'le decoloraban tan rápid,lmente, que á los seil:! años, algunos estabm ya ~ si por completo borrados y' perdjdo" . Los. E'sftle¡~o el!) Neilson y ce . otros M,biles empleados de la manufactl1l'a, por dar m:LyOl" pertiistencia á los tintes, mejorar los télares de bajo lizo, á fin de aumentar la importancia de este pl'ocedi-


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miento, restablecer el antiguo seminario de aprendices y satisf;lcer las jUl;tas exigenciall de los obreros en punto á su :remuneración , lograron cuanto se lJodia logl'r~r, men9s dar vida ó. un arte que vaoilaba y tanteaba MciH. todos lados; sin volver á hallar su verdad0l'0 camino " No hay pam. qué decir cu'Íl seria la suede de las fabricng l"eales de tapices durante la. Revolución. Revisión escrupulosa de los modelos, ó. fin ne retÍl"ar y ¡tun suspender la ejecución de aquellos que , por su asunto ó por ciertos pormenore·s (blasones, cifras, fiores de lis y hasta las coronas de los personajes mitológicos), podian conservar ({las huellas de i leas anti -repuhlioanasl) , ó ((consagrar errores y supersticiories;)) elección de otros cua,uros , desgra.ciadamente paro. el a "te, tAll insiguificn.ntescomo los antiguo ..¡; supresión ddl estudio rld modelo vivo en la- esclleh do dibl'jo; prohibición de i"epresentar la ficiura humann. en muebles ni alfombras, (Ipara que no so la pisotease en tiempos de un gobierno quo acababa de rocordar su dignidad al hombre)) . ". ". nada faltó de lo <}'1e es costumbr.c en esta clase de movimientos : ni siquiera la quema. de algunos tapices, llevada tÍ. cabo al pié del


186 árbol de (Ila libertad)) el 30 de Noviembre ele 1193. Poco á poco, calmada la primera efervescencia, se introdujeron algunas reformas útiles; pero el pésimo prurito de la copia servil de cuale quiera cuadros, en vez de modelos hechos all ¡¿oc, lejos de corregirse bajo el influjo de los pintores populares, Vincent, David y sus discípulos Gél'nrd, Gros, Gil'odet, etc. , siguió en aumento, á pesar de la resistencia de los artífices; ó, al ménos, se sostuvo con tltntos otros vicios del antiguo régimen. El imperio exagtlró todavia esa exigencia ; la Rcstauración fundó en los Gobalinos una escnela de tapices y alfombras y un curso de química aplicada á la tintorería, desde 1824, confiado al ilustre Chevreul, cuya gloriosa longevidad celebraba bá poco (1882) la ciencia franccs&; refundió 1ft fábrica de la Savonnel'ie en la de los GobeJinos, trasladando los telares de bajo lizo de esta última á Beanvais ... y sustituyó por la iniCial de Luis XVIII la N dQ los tapices y portieres del primer imperio! La monarquía de Orléans, la segunda república y el gobierno de Napoleón UI separaron, unieron, reorganizaron estas diversas manufaoturas.


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Ora se copia á Rafael, Guido, C0l't'egio, Tiziano, 1!'elipa de Champaña, Rubens y su escuela; Ol'ft fí Lesueur, Le Bmn ó Boulogno; ora á Doyen, Lemonniet', Vernet, Ran9')U, Callet, Alaux y Wintel'haltel'; introdúcense progresos de mayor ó menor importancia bajo el puuto de vista técnico; aumóntRS3 la fa,bl'i ación , . . Pero, hasta el momento preseute, narla hay que reempla~ ce al sentimiento acertado do los buenos tiempos, ni indique el comienzo de una re· generación, por extremo dificil. Actnalm(\nte, las fábricas de los Gobelinos y de Be::mvais continúan dependiendo del Estado y forman, con la de pOI'celana de Senes, las tres únicas manufacturas al'tístict1su<lcionaleH. La primera está dirigiaa por M. Darcel, y la segunda por M. Diéterlé.


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LAS CUSTODIAS. DE NUESTRAS IGLESIAS



LAS CUSTODIAS DE NUESTRAS IGLESIAS

España es uno de los pueblos donde menos se ha hecho por recoger, ni conservar al menos, las obras de platería y joyería, gue tanta importancia tienen sin embargo para la historia de la civilización, Aun descontanrto la vetgiienz:t lle lo sucedid.o con las coromts de Guarrazw, y sin la pretenúón de comparar ll1s humildes colecciones ne alhaja y objetos preciosos de nuestros museos con las de otros más afortunados, bastará notar que no conozco ningnno de aquellos que pueda siquiera presentar una colección de las joyas españolas contemporáneas, que usan nuestras clases _ populares, Para estudiarb.s l'eunidas, y 1'e-


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LAS dUSTODIMI

coger los muchos datos quo ele este. e~tuclio eleben sacarse, hay que hacer, nada menos, . q\le un viaje á Londres, cuyo Museo de K~~l\sington las ha a.d.luirido y tiene expuesta,s ( ·1 año 1884, en la sucursal del barrio HO Bethnal Gl'een): como las tieue de nuestra cerámica ol'climtria actual, algunos- de , ell) os tipos, quince años después de forma da dicha colecuión, es y~ casi imposible encontrar en España. Ya se comprende ln. caus[\.: nuestro atraso y la ignorancia de la mayor parte de las personas dedicadas á la arqueología y que tienen ¡¡ su cargo los museog; no, como suele decirse (cómo da excusa) nuestra falta de medios, Y ¡á qué recordar mís hondos contratiempos aún: v. g., nu.estros m'Í.d opulentos magnate" y prelaios, ven' it.;lldo cálices, tapices, viriles, etc. ate .! .. . y sin embargo ¡cu:í.nto queda todavía! Los te.:: 'i'OS de 111$ catedralos de Ovie ' 0, Seqma y Toledo (nara no mencionar sino las de m'1S impo1·tancit¡, en eabe r especto), expoliadas y saql1e~das po,' propios y extrañ os como están, no tieuen quizí. hoy touavía' rivales en los de ninguna otrA. nación. Para su e3uudio no hace fitlta en verdad que el EB~a.do (IBe incaute» de ellos, Bino que los


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DE NUESTRAS IGLESIAS

mismos cabildos los cataloguen y expongan con mayor holgura y mejores condiciones, sin perjuicio por esto de los fines religiosos, confiándolos siempre á persona perita, que podria ser, bien un capitular, bien otro empleado dependiente de la corporación y nombrado por ella. Si para el efecto hace falta que el Estado los auxilie con medios pecuniarios. y quizá hasta con una guardia en ocasiones, hágalo sin demora, pero á esto debe limitarse su intervención. Y basta. No todas nuestras ca.tedrales poseen tElsoros tan ricos y abundantes como las mencionadas; pero casi todas, y áun muchas iglesias de menor importancia, conservan una Oustodia de mérito arqueológico. Sabido es que este nombre designa. una alhaja casi peculiar á nuestro país (1): el templete destinado á albergar el viril ú ostensorio, donde se expone la Sagrada Forma, especialmente, para llevarla en procesión en la fiesta del Corpus. Estos templetes, ó más

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(1) En Italia las hay, pero de forma de viril: por ejemplo, la de la catedral de Padua, que on aquella nación se tiene por la mejor.

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LA.S (JUSTODIAS

.bien séries de templet~s sobrepuestos en figura de pirámide escalonada, son, ya de oro, ya de plata al natural, ó sobredorada, y están adornados con nielas. esmaltes y áun ?edrería; su estilo es el último gótico, el del Renacimiento. ó el plateresco, combinación de entrambos y que de estas y otras alhajas pasó tal vez á la arquitectura monumental, dando nombre á sus obras de este tipo. Su origen, por tanto"(al menos, no se conserva res~o ni mención de anterior fecha.) data del siglo XV, perteneciendo á esta época los más importantes ejemplares que han logrado sobrevivir á las guerras, revoluciones, desórdenes, hurtos y rapiñas. A veces, se ha añadido á las custodias, ya unas andas de plata también, y hasta un baldaquino completo, como en Palencia, ya un carro de madera dotada y plateada, á fin dellevarlaen procesión; pero estas adiciones, algunas de ellas tan ricas como las de Cádiz ó Zamora, son por lo común muy posteriores, churriguerescas casi siempre y de escaso interés artístiC<>o Contemporáneas de las andas, ó áun más moderp.as, suelen ser las campanillas con que, siguiendo el perverso guato que p~so eatos adminículos de moda,


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se ha estropeado frecuentemente los mĂĄs hermosos ejemplares de este gĂŠnero. No dejari~ por cierto de tener utilidad el estudio de esta moda.


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1 OUST0DIAS GÓTICAS

Las custodias góticas y las platerescas pueden bien comprenderse en un solo grupo, atendiendo á que en uuas y otras preponderan las formas ojivales, hasta el punto de que á veces el prim~r aspecto es idéntico en ambos tipos y solo una observación más atenta revela que, por ejemplo, los que nos parecían pináculos, son flameros, y que los motivos de las cresterías, doseletes y portadas, combínados al modo ojival, están sin embargo, tomados del gusto clásico. Las estatuillas que las decoran correspon.den generalmente en su tipo al estilo fla.menco, característico del último perioclo de la escultura góticfl entre nosotros, y representado por Gil de Siloe y Endque Egas; ya


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LAS CJUSTOD1AS

veremos después cómo las custodias de la región oriental son excepción de esta l'egla , E u este grupo, las más importantes que se cOU3et'Van son 10.'3 de T ledo, Córdoba , Sanagún, Cj,diz, Si1lamanca, Zamora , Toro, Bilrceloua, Gerona , Vich, Palma de Mallorca y otras de Cataluña y Valen cia . (1), La de Toledo es, entre las góticas, la más importante, salvo quizl.la. de Córdoba; aunque esta parece también mas fina por ser de plata al natural, mientras que aquella está (1 ) Casi todas las custodias enumeradas en estos artículos he tenido la fortuna de verlas en mis excursiones con los alumnos de la b tstitltción libre de emeñrznza. Las personas qüe quieran tener id ea de ellas, pueden ~cuclir, además de Cean Bermuclez, d el li bro del Sr. Riaño sobre las Artes industriales españoltrs (inglés), 18 79, y á la N otice {es pr incijJ<lltX olf l ures espagllo/s, del barón Davilliers (1 879), á las foto grafías, desgraciadamen te sin escala, que ha }'ublicado el Sr. L aurent de las de Palencia, Se'l 'illa, Cádiz, Sahagún, Zara~oza, Jaen, Avila y Ccrdoba. De algunas de las demás se han hecho también, pero en menor tamaño, en las

respectivas localidades.


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sobredorada. No lo estuvo primitivamente, sino desde 1595, en que Valdi~ieso y Merino la doraron por encargo del arzob,ispo Quíroga (en concurso con dos proyectos d\:l otros dos extranjeros, Oopín y Juan de Borgoña), dejando solo en blanco algunas partes, incluso el plint9, que aiiadieron entonces. Mandó hacer la obra el cardenal Oisneros, eligiendo el diseño de EOl'ique de Ade, el famoso platero alemán, venid') á España á. fiues del siglo XV y fundador de la gloriosa dinastía de loa Arfes, connaturalizada luego en León. Trabajó aquel desde 1517 á 1525, auxiliándolo 'Lainez para las piezas de oro y pedrería: v. g. el viril, que-como en tantas otras pai'tes-se ~ice hecho con «(el primer 01'0 quevin9de América)) yla hermosa cruz del remate (1). Es de estilo gótico conopial, de planta exagonal, casi 5 m de altura y tres cuerpos, sobre un zócalo, enriquecido con relieves. El primero de estos cuerpos guarda el viril; el segundo, la imá· gen del Salvador resucitado; y tal es la de(1) Riaño, ob. cit. p. 26 etc. Es de lamentar que la casa Laurent no haya publicado esta custodia; pero 51 el fotógrafo de Toledo, Sr. Al. guacil.


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LAS dUSTODIAS

licadeza de sus 260 estátuas, de sus arcos, cresterías, pilares, contrafuertes y pináclllos, que parece imposible compongan un peso total de 19:2 kilógramos, 178 de plata y de 01'0 el resto. La custodia de Córdoba, del mismo antor, es algo más antigua (de 1513), de plata en blanco, según antes va dicho, y completamente análoga en su disposición y estilo. Las principales diferencias están en el segundo cuerpo, cuya estátua central (de gusto barroco) representa la Asuncióndela Virgen en lugar del Salvador, que á su vez corona aquí la obra entera, en ve~ de la cruz que remata la de Toledo. El influjo del Renacimiento se advierte .:lll algunos moti vos y estatuillas; aunque las más de estas conesponden todavía al último gótico, que entre nosoh'os tiene generalmente, conforme se ha indicado, carácter flamenco. El riquísimo zócalo y pedestal sobre que descansa es admirable. La de León" que desgraciadamente no existe, fuá la primera, según parece, que hizo Enrique de Arie, pues consta. que en 1506 . trabajaba ya en ella (1), (1)

Cean, Diccionario, t.


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Del mismo platero es tambien la del an tiguo monasterio de San Benito de Sahagún, conservada todavía en dicha ciudad. Se le atribuye, tal vez sin razón, la 1de Zamora. Al propio estilo correspondon otl'ftS dos.-Es la primera, la de Cfídiz, que lleva "el nombre de Oogollo y se coloca en lugar del viril de costumbre, dentro de otra cusbodia greco ·romana de aquella catedral: algún arqueólogo la ha tomado , á despecho de sus formas y por más inverosímil que parezca, nada menos que por contemporánea y donación del Rey Sábio.-La gegunda es la ele Salamanca, más pequeña que las anteriores; con ser estas asÍmismo de mucho menor tamaño que las de Córdoba y Toledo. De las cuatro, la más auténtica, la de Sahagún, no es quizá la más importante (1). Pertenece al mismo ti.po que la de Córdoba, está en blanco también como ella yes de tres cuerpos; pero en planta cuadrada. Su estructura, Dll1chomenos graciosa y proporcionarla, y su poca esbeltez y altura en r elación con el ancho del basa(1) Fu~ hecha para el famoso monasterio de Benedictinos, del ellal la adqui rió el Ayull tamiento en la cantidad de 2 .500 pesetas.


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LAS O'USTODI,tS

mento, la hacen muy inferior á aquella; no su mayor sencillez y menores dimensiones. Sin embargo, la faja de la base, ' compuesta con follaje· y figuxas ya casi enteramente dentro del Renacimhmto, está perfectamente tratada, y las estátuas en corto número que, por el contrario, conservan t.odavía cierto purismo 3óti" co, son exceleutes , sobre todo la del Salvador, q ne corona la custodia. En el segundo cuerpo, se ostenta. una de la Virgen en el mismo estilo. Por cierto que, á pesar del inequívoco testimonio que de su legítimo autor, 6 al menos de su época y gusto; dl11a obra mis· ma y de la noticia concorde de Oean (1), en en el zócalo de esta pieza se ha grabado , en la fecha que indica su segnnoa parte, la inscripción siguiente: J oannes de rÍ1'phe fecit An. 1441. A . S. Factmrli, R. D. Ped1'O de Medina.-Josephus Sen'ano refeci~ (1) DicciO?t. 1, p. 58: «No ceden en delicadeza y mérito ... las otras custodias que trabajó · (Enrique Arfe) para las éatedrales de León y Córdoga y para el monasterio de los benedicti· nos de Sahagun. La de Sahagun, aunque más peque 3a , está muy guarnecida de adornos y torrecillas. .


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Ann. de 1772. Antisti te R. D. F. Anselm o Albarez de Mel1dieta. Pero, ni esta custodia podía ser de Juan de Arfe, precisamente uno de los más efi caces agentes de la introducción del clasi cismo en mi:!paña, ni este artista ejecutó la obra en J.441, tiempo en el cual no había n!i.cidos (1). La inscripción es pues á todas luces inexac ta; probablemente, la inmensa. fama de Juan de Ada había oscurecido la de su abuelo en la época en que se grabó . Aunque mucho mayor que ésta, queda por bajo de ella la da Zamora, en blanco tambien, salvo algunos relieves y estatuillas doradas; sus proporciones, muy poco graciosas, nada ganaron COll el cuerpo inferio r barro. co que posteriormente le fué añadido y cuyo gusto es análogo al altar de pla,ta repujada, de 1598, sobre que se la expone en las solemnidades. (1) Nació en León en 1535; y murió, no se sabe si en Madrid ó en Segovia, entrado ya el siglo XVII, según Cean. A ser exacta la ref!1rencia de este, la custodia, si es obra: de Enrique, tampoc o puede ser de 1441, como asegura la inscripción, pues aquel debió nacer en Alemania entre 1470 y 1480.


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No es menos barroco, sino de peor estilo aún, el pedestal agregado al Cogollo de Cádiz.-Esta custodia, en cambio, presenta las más b ellas formas. Tiene dos cuerpos; esM, dorada y la corona una cruz de ama. tistas, de fecha posterior; las estatuillas ofre. cen menos cariícter que las de Sahagún, indudablemente supeliores. La de Salamanca, casi toda sobredorada, es de planta octogonal, de un metro de altura, distribuído en cuatro cuerpos, y una de las que presentan menos fundidos entre sí los dos estilos, gótico y clásico, hus. ta el punto de q ne, á primera vista, el cuel'o po inferior, perteneciente al último, con sus columnas balaustradas y su coronamiento de bichas y medallones, podría parecer casi una adición posterior á los otros tres. En éstos, dominan por el contrario las formas ojiva18s flamencas, visibles sobre todo en las ocho estatuillas adosadas al primero de los tres, bajo sus doseletes. En el templete inferior, cuya altura (más de O, m 60) excecle á la de los otros tres sumada, se coloca la Sagra(la Forma; y la obra toda lleva poI' coronamiento el jarron de aZ¡llcenas, emblema usual de nuestras cate~


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drales, pero que en ninguna de las otl' as oustodias a pa rece (1). La Colegiata de Toro, que tan profundo interés encierra para la historia de nuestra pintura, así como de uno de los más impol'tantesciclos de nuestra arquitecturael formado alrededor de la catedral vieja de Salamanca,-nos ofrece tambien su excelente custodia, obra de Juan Gayo, en 1538, y que es un ejemplar de los más característicos para estudiar la transición del estilo góbico al del Renacimiento; también tiene BUS andas churriguerescas de plata repujada. Está en blanco.

(1) Aunquo he visto esta custodia varias ve ces, uo tenía notas de ella, ni se hallan en Ceán, ni áun en la reciente Guia del Sr. Araujo; hab;éndome servido para completar mis recuerdos de las notas que han tenido la bondad de facilitarme el erudito cronista de Salamanca D. Manuel Villar y Macias y el Sr. sacristán mayor de aquella catedral) y que publico casi literalmente.



n. dUSTODIAS 66TIdAS DE LEVANTE

Ya se dijo en el artículo anterior que nuestras custodias de la l'egión de Levante oonstituían una excepción en lo l'elativo al caráctel' de su estructura y ornato. Ahora, antes de dal' alguna suinarísima noticia de las principales, puede añadirse que, no sólo en aquel sentido, sino en otros que in<;licaré, forman un grupo perfectamente distinto de las del resto de España, merced á ciertos caraeté.res comunes. Las que pa·recen más interesantes son cuatro, dé estilo plateresco y doradas todas ellas, á saber: las de Barcelona, Gerona, Vich y Pal. ma de Mallorca. Sería de desear poder comparar con ellas lll.s del reino de Valencia, de que solo puedo citar alguna.. ·Las dos primeras, únicas que he tenid0 ocasión de ver, son las más importantes! á juzgar por las fotografías y refererrcias de las otras.-La más fina de todas es la de Barcelona. Forma un templete gótico de dos cuerpos y una aguja, que remata en


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LAS (jUSTO nIAS

una cruz, todo ello de 01'0; y un pedestal de plata dorada y gusto algo inferior, y en figura de columna, como el tallo de los viriles ordinarios. Ofrece la pfLrticularidad de estar cerrada podo dos lados, abriéndose Bolo por delante con un", puerta de tram pilla, para mostrar el Sacramento. Su decoración es muy fina y puramente ornamental, es deci.r, sin una estátua, pues cuatro querubines que tiene, con cabezas esmaltadas y las alas de diamantes, pertenecen al estilo del XVII. La adornan muUitud de joyas antiguas ymodernas; algunas de las primeras parecen florentinas(aunque tal vez sean catalanas), y entre ellas el famoso collar del Toisón de Carlos V, al cual falta la insignia y que tambien pertenece al tipo del Renacimiento italiano; susesmaltes rlon blancos y l'OjOS traslúcidos. Por último, se halla colocada sobre el magnífico trono gótico del XV, de plata dorada, llamado del Rey D. Martín (1), cuyos brazos (1) El Sr. D. VicenlC ¡]n La Fu.!nte dice que esta silla fué regalo dt: l u~ Concesleses á D. Juan n, que no la quiso usar.-La proceSi01Z del Corpus en La Ilustracio1t Artlslca, de Barcelona, de :u de Junio de 1886.


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DE NUESTRaS IGLESiaS

son dos soberbias bichas y de cuyo respaldo, terminado por tres gabletes, arrancan dos varas modernas, á modo de pescante y de mal gusto, que sostienen dos hermosas coronas gótical:l, con las que se ha querido formar una especie de dosel. La inferior de estas tiene la figura de un aro torcido en espiral á la manera de las coronas de espinas de los Oristos de su tiempo, y una inscripción de esmalte azul; la snperior, con hojas ya, y menos caracter, es muy interesante, con todo. El peso de la custodia, con sus joyas y trono, es de 180 kilógtamos y de 260 con las andas que posteriormente se le añadieron para llevarla en procesión. Según parece, en la iglesia del Pino, de la misma ciudad, se conserva otra custodia gótica del propio tiempo; pero no la conozco, ni he podido hallar de ella informes suficientes. La catedral de Gerona es famo!Ja en la historia de la platería española por el magnífico altar y baldaquino del siglo XIV, únicos en España . Pero su custodia, menos fina que la de la ciudad condal y la más alta quizá entre todas las de este grupo, tiene una disposición análoga á la de aquella , salvo que laplaIlta es prolongada y que l~


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LA.S OUSTODIAS

está abierta por todos lados. Consta igualmente de dos ouerpos, sobre un pié de columna tambien, y la corona una esbelta aguja que remata en una cruz. Es de oro, con profusióu de piedras. finas. Tiene doce estatuas, seis en cada cuerp0, con má3, dos ángeles en el interior del primero, adorando la Forma, colocada en el viril de costumbre; las cabezas y manos de estas figuras estan pintadas. Afean el conjunto, de muy bella proporción, algunas adiciones modernas, y en particular dos borlones barrocos de oro y pedrería, añadidos pocos años ha. Por último, está hecha á mediados del XV por Franc~sco Artau, platero gerundense. y pesa más de 120 kilógramoB. La de Vich, más modesta que las precedentes, tiene sobre ellas la cualidad da ser quizá. la más antigua que se conserva hoy, pues ya estaba hecha en 1413, época en que la donó á la catedral el canónigo Despujol (1). Es de plata dorada y corres(1) Debo este dato á la bondad del capitular Sr. D. Jaime Collell, entusiasta favorecedor de la arqueología. No he podido ver la custodia, y sí únicamente su foto grafía, en el pequeño, pero muy interesante Museo de la Sociedad Arqueológica de aquella ciudad.


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ponde al mismo tipo y planta que la de Gerona; pero tiene un solo cuerpo, abierto, colocado sobre un pedestal análogo al de las otras y termina en una aguja que lleva por remate una cruz. En dos contrafuertes laterales, se halla u las estatuillas de San Pedro y San Pablo, bajo doseletes de que arrancan dos botareles que sostienen la aguj3. . . La de Palma de Mallorca pertenece al mismo orden y estructura; un pié gótico moderno la sostiene y carece de está tUlts.

Hay que añadir á eetas custodias, to davía, lns de las iglesias siguientes: la da Santa Cntalina, de Valencia; Nuestra Seño ra del Pino, de Barcelona; Monistrol de Monserrat. Corbaira, San Cucufate del Vallés (relicario?), Piorola y Las Esplugas del Llobregat. Las cinco últimas han sido fotografiadas (sin escala) en el Alburn correspondiente de la Exposición de Barcelona de 18B8. Respecto de los c:1l'actéres diferenciales entre este grupo, oriental, y los del tipo que podríamos llamar castellano, sólo disponiendo de más tiempo y de mayor conocimiento de este arte y su historia será dado


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L.!!l OU!lT01H....!l

dsterminarlos eon seguridad. Sin estos elementos, poco puede decirse. Cabe única.mente indicar que las custodias de esta región parecen guardar mayor afinidad con la escultura italiana, y ser por tanto rr.ás clásicas, según acontece también con los monumentos de . su arquitectura; en lugar de seguir las huellas del ,estilo flamenco, preponderante, q l1izá sin ex('epción alguna, en el último gótico de Castilla., en el cual puede afirmarse, por ejemplo, que Enrique Arfe es en la platería lo que en la estatuaria Gil de Síloe, el afamado artista. de la. Cartuja de Miraflores. Entrando en otros pormenores, tal vez se podría citar, como rasgos comunes, los siguientes: 1.' La disposición general del templete, que descansa sobre un pié en forma de vástago, al modo de los ostentorios y viriles, difiere de la estructura más arquitectónica, por decirlo aSÍ, de las demás, colocadas so"bre un simple zócalo ó basamento, más ó menos rico, que mantiene mejor el carác ter constructivo de la obra. 2." Su planta, umalmente, se halla determinada por dos ejes desiguales, re-


DE NU.msTIU.S íGLJl8U S

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sultand o da asta suarte prolongad~, con excepción de la de Barcelona. 3.° La decoración, quizá más menud a que la de las castell anas, aunque no por esto más fina que las de Oórdoba y Tolado, por ejemplo, corresponde más bien al tipo del bajo relieve, con muy escaso realce, que al de la filigrana, á que se aproximan las líneas, cOl'dones, hojas y demás elementos delicados, pero de bulto, que presentan las de Oastilla. 4, o La frecuencia de carnaciones pintadas en las figuras, nueva señal tal vez del influjo de Italia, recuerda las estatui llas con cabezas esmalt adas de aquella península, á imitación de las cuales se pintaro n acaso las cat!l.lanas. Estas observaciones, sin embargo, pueden ser inexactas y son de seguro por demás deficientes. De todos modos, lo qne cabe asegUl'ar es que el tipo de nuestr as custod ias levl1ntinas, como el de todo el arte de esta región, obedece marca damen te ál influjo clásico· italian o. Visible es también en las obras del Mediodía de Franci a; pero tal vez fué más prepon derant e aún entre nosotros, donde halló escasa resistenoia en loa ~lementos localei, mien-


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LAS OUSTODUS

tras que el em puj e del grandioso arte románico.ojival de nues\ros vecinos no pUllo menos de contrarrestar aquella acción y contenerla en más estrechos líOli\es. Así, por ejemplo, se obF'.erva que la arquitectura y la escultura de la Edad Media en nuestra costa oriental presentan un caracter extraordinariamente clásico, muy diverso de los tipos genuinos medioevales que en Toledo, en Burgos, en León, en Santiago, en Avila, por ejemplo, se ofremm. Para un templo como la maravillosa catedral vieja de Lérida (de la.s más hermosas de Europa y convertida para vergüenza é ignominia nuestra en cuartel) , que pertenezca de lleno al puro estilo románico-ojí val, dentro de lflo corriente general de su tiempo, y aún esto no sin ciertos elementos clásicos en sus incomparabes capiteles, la mayoría de los edificios catalanes y valencianos de los siglos XI al xm corresponden á un género peculiar (1), que (1) h.n los resúmenes que de las interesan· tes conferencias sobre Dart romanich á Catalimya, dadas en la importante Y benemérita Associació catalani'ta d' excursúms cientljicas por D. Joaquín Olivó, publicó DExcU1'siollisfa en 18 83, pueden hallarse algunas pru ebas de lista w.rmación.


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vacila entre los dos factores y rara. ve¡ acepta con franqueza los principios del arte medioevaJ., ni en la estructura, ni en la ornamentación. Esculturas hay del XII, y hasta del XIV, que parecen obras de la decadencia latina; las pinturas son más giotescas que bn el resto de España, y de la romántica y noble catedral de Barcelona, puede quizá decirse, aunqne de otra manera, lo que de los h ermosos monumentos góticos de la Italia cent.ral: que son muy hermosos, pero que no son góticos (1). Parece como si hubiese también en el genio mediterráneo de nuestra zona oriental un sello más potente é indómito de clasicismo que en el resto de la Península. Las catedrales de Santiago y León son más francesas que españolas y responden á los más puros tipos de sus estilos respectivos; Toledo y Avila son más nacionales; los monumentos del E ., más italia.nos, á pesar del influjo incontrovertible de los elementos locales y franceses.

(1) ftsí, es tan de extrañar que algún académico en su discurso la haya presentado como dechado de la arquitectura gótical


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LA.S ClUSTOD!AS

Por este orden de ideas, una vez concienz,udamente aquilatadas y aplicadas con inteligencia á la orfebrería de aquella risueña é industriosa región, podrá explicarse la diferencia entre sus custodias góticas y las de otras comarcas de nuestro pueblo, por fortuna tan rico todavía en variedad y espíritu provinoialista, á pesar de la centralización 'lUi en vano ha pretendido ahogarlos.


III CUSTODIAS OLÁSICAS

Ahora toca la vez á las custodias que poseeemos pertenecientes al tipo clásico ó del Renacimiento, entre las cuales descuellan las de Avila, Sevilla, Valladolid, Palencia, Jaen, Madrid, Zaragoza, Alarcón, Segovia, Santiago y la grande de Oádizciudad que tiene dos, por consiguiente: ésta y lo. gótica, apellidada «el Oogollo,» de que ya ante"i se dió cuenta. Llts tres primeras son obra del más célebre platero que trabajó eu este gusto, á saber: Juan de Arfe, nieto del ya mencionado Enrique, fundador de su dinastía y


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LAS cJUSTODIAS

autor de las custodias góticas de Sahagún, Córdoba y Toledo, como de tantas otras piezas de orfebrería eclesiástica. A BU padre Antonio, también celebérrimo, atribuye Coán Bermudez (1) haber sido ((el primero que usó en España, en las piezas de plata, de la arquitectura greco-romana, deflterrando la gótica ... aunq e la usó con columnas ualaustradas y con excesivos adOl'nos, que es la que llamaron plateresca» (2). Por desgracia, de todas las obras que á Antonio dieron fama, sólo parece haberse con· servado la hermosa custodia de Santiago (1554). Es ésta de plata sobredorada, tiene 1m 50 de altura y consta de cuatro cuerpos, sllstentados cada uno por seis columnas y adornados con estátuas. En el primero, un angel sostiene el vi(r) Diccionario, 1. p. 54. (2) Este término hoy va mudando de sentido, aplicándose más bien al arte que combina el elemento gótico con el delRenacimieutoj en vez de entec.derse por él, tanto las formas de un tipo, como de otro, con tal que presente riqueza excesiva de adornos.


DE NUESTRAS I GLESIAS

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ríl; ocupa el segnndo la imígen del Apostal de Compostela; el t ercero, la del Buen Pa,stor; y el li bro de los Siete SelloB, el cuarto; sobre euya cubi~rta, probablemente á causa de haberse perdido 01 remate, suelen colocar un ramo de flores naturales, al exponerla y llevarla en procasión (1) . Por el carácter general de las obras de este artífice, corresponde su custodia al tipo de las de Zaragoza y Palencia, más que al de las de Avila, Valladolid y Sevilla, debidas á sn hijo . Respecto de éste, nada hay que decir, siendo el mlÍs céldbre entre todos nuestros plateros del Renacimiento. Fuera de su arte, S6 le deben también otros trabn,jos de mérito, ya de escultura en bronce, como las est;í.tuas de los Duques de Lerma, hoy en el Museo de Valladolid y hasta hace poco a.trilmídas á Pompeyo Leoni; ya de grabado, como las estampas de El Caballero (2) Completo mis ligeras notas personales cou los datos que ha tenido la bondad de facilital me el diligt!ute catedrático del Seminario de Santiago, presbitero D. Emilio Villolga.


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LA.S OUI!!TODUI!!

determina.do ó el retrato de Ercilla j ya por último , de ciencia, como BUB tratado s de El q1¿ilatado1' de oro, plata y piedra, ó el tan celebrado de la Varia comensMración para la escl¿lttL?'a y arqtLitectwra, El número de las custndiaB, bustos, cruces, portapaces y demás alhajas que Arie hizo fué e~traordinario; y su fama tal, que no hay pieza de platerí a de estilo greco-romano que no se le haya atribui do, con tal que tuviese algún mérito (1). Ciñéndonos á las custodias, á él se debieron-p or lo menos -las de Avila (15641571), Sevilla (1580- 1587), Burgos (concluida en 1588), Valladolid (concluida en 1590), Osma y San Martín de Madrid, Da ellas, por desgracia, se han perdido la de Burgos y las dos última s (2). (1) Buen ejemplo de esto es la inscripción apócrifa de la custodi a de Sahagún, de quo ya se ha hablado . (1) En la parroqu ia de San Martín se conserva un pequeñ o y sencillo templet e de dos cuerpos, de bronce dorado , montad o sobro un pié en forma de vástago, que sale de una de esas urnas ó jarrone s, tan usuales á fines del siglo XVI y en todo el XVII, al cual parece per-


La de Avila, que le encargó el cabildo cuando apenas conto.ba 25 años, tiene CGrCI1 de 2 m de altura; seis cuerpos, a.lterno.ndo los exagonales con los cilíndricos, sobre un basamento muy alto, yprofusiónde estátuas. En el templete inferior, de gusto jónico, el gmpo del sacrificio de Abraham; el viril, en el segundo, de orden corintiG; en el tercero, compuesto, la Trasfiguración; la Asunción de la Virgen, en el cuarto; do la bóveda del quinto pande la acostumbrada campana; y el sexto es una linterna, rematada por una cruz. El zócalo, los pedestales, los frisos, las enjutas, los fustes de las columnas: todo está lleilo de relie'fes. La estructma, completamente clásica, es muy esbelta: sólo la. afean las pirámides terminadas por bolas, que por entonces entran á sustituir á los piná.culos góticos. Pesa más de 55 kilógramos y costó 14.022 posetas. La de Valladolid, donde ha.bitualmente residía el artista leonés, es de la misma altura y muy semejante á la anterior, inclutenecer. Estos caractéres han hecho pensar á algunos si dicho templete serfa la custodia de Arre; pero basta verlo para convencerse de lo contrario.


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LAS CUSTODIAS

so en el pElSO (de más de 66 kilógs.) y el precio de 11.16:2 peseta'3; pero 01 conjunto es menos eleganto. Consta de sólo cUlltro cuerpos, altel'llativamentJ exa,C(ollalef! y Yedond()s t,tmbién. En el primero de ellos, se hallan Adán y Eva; en el segundn, 01 viril; en 01 tercero, la Concepci6n, y la rotonda que forma el cuarto termina por una piní.mi.de, coronada por su corresponlliente esfera, RO bre la cunl se alza la cruz . La disposici.ón do In. de Sevilla, sin duda la mlís imnol'tante do tOllas las de .T uan de ArIe, el cual la repu ta POLo «la mayor y me· jOl' pieza. de plata que d.e este género se sabe» (1), varía de las anteriores. Todos sus cuotro cuerpos son cilíndricos. Dentro del primero, puso el artista la estátua Mutada de la Fé, sustituida desdo 1668 por una imágen ele la Concepción, obra de Juan de Segura y de gnsto bastante inferior y menos puro que el de las restantes del pri mitivo artífice. Muchas de estas rodean ese primer cuerpo, coronallo por una ba laustrada, sobre cuyos machones, co1'1'es(1) En la descripción que, al acabar Sil obra, en 1587, hizo de ella al cabildo, y que publica Cean (Diccioll. I, 60 Y sigs., nota.)


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pondientes á las columnas jónicas que las sostienen, se ofrecían «doce ángeles niños, con las insignias dela Pasión v (1), sustituidos 110y por otros tantos «áügeles mancebos)) que dice Ceán, bastante barrocos. El segundo cuerpo, corintio, 9'!tá ocupado por el vi ril. en medio de las :figuras y signos de los evangelistas; en el tercero, se alberga el Cordero Pascual, y la Trinidad en el cuarto, de orden compuesto, como el anterior, y cerrado por una cúpula, sobre la que se ele· va una linterna, coronada por la estátua de 11-1. Fé: esta obra, también de Segura, reem· plaza á la cruz que Arfe puso, y ha dfls:figurado con su excesiva mole la elegancia que debió nar al conjunto la terminaeión primitiva. Por último, la altura total de la ftí,· brica es de 3 m 34, y su peso. tal como hoy se encuentra, de unos 4.35 ki\(Jgmmos. No S0 construyó esta obra sin grandes cuestiones. En primer lugar, para ello so deshizo la antigua custodia de Mateo y Nicolao Alemán, de 1515: acto de vandalismo, tal vez más frecuente todavía por aquellos tiempos que en los nuestros, pero que con razón promovió disturbios entre los capitu(I) Id. id.


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LAS CUBTOJ)!AS

lares. Además, para elegir el proyecto de la nueva alhajft, se a.brió concurso, según la. costumbre , entre varios plateros, siendo uno de ellos el fa.moso Francisco Merino, autor de la. custodia de Baeza y de las urnas de Santa Leocadia y San Eugenio, en la catedral de Toledo; en atención á la nombradía de Merino, y á pesar de haber sido preferida la traza de Arie, el cabildo, á buen componer, le concedió una recompensa. de 2.500 pta . por su trabajo. La de Burgos, perdida. y sustituida. hoy por una modema de metal, se componia solo de dos cuerpos, jónico, el inferior, como de costumbre, y corintio el de encima; pega'J1, 110 kilogramos y costó 58.916 peseta ' . En ella, como en la de Osma,.- (1), perdid,. también, y en la ya citada de la Herm n.ndad del Santísimo de la parroquia de San Martin, de Madrid, ayudó á Arfe su yerno Lesmes Fernannez del Moral. Era la última, de tres cuerpos exagonales, ooncluyendo también con linterna y cruz, te. (1) V. la Descripción histórica del Obispado de Osma, por D. Juan Loperraez Corvalán.-Ma· drid, 1788; 3 vol.


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DE NUESTIU.S IGLESiA!!

niendo 26 kilógramos de pla.ta y habiendo costado sólo de hechuras 4.203 pesetas. A otros distintos artífices, y á. muy diverso estilo, dentro del clásico (sa.lvo la de Palencia), pertenecen las principales CUItodias de este gusto, de que todavía. debe hacerse particular mención . . El Elstilo de ArIe tiene, en efecto, su 0"'rácter propio. De los dos tipos que el RenlLcimiento en España reviste, á saber, el rico, decora.tivo y suntuoso, cuyo original más antiguo se halla quizá en Italia, en la. Cartuja. de Pavia, y el rígido, aU\liero, sóbúo, oe San Pedro de Roma ó da la. Sacristla nueva. de San LoniUzo de Flo. rencia (tipos amboa qne tienen su expresión respectiva después entre noso\r08 en la. Universida.d de Salamanea ~enla80bras de Herrera), prefiere Juan de ArIe el segundo, subyugado por el prestigio del Escorial; como su padre habia. preferido el primero. ÉL mismo lo confiosa cuando, al ha.blar de este ~mal"avilloso templo», que «(iguala en suntuosidad, perfección y grander;a. al loa más célebres edificios que hicieron lo! asianos, griegos y romanos u , aplttude con entusiasmo deje «por vanas y de ningún momento las menudencias de resal1illoB, tití-

1i


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LAS OUSTODIAS

pites, mutilos, cartelas y otras burlerías)) «(flamencas y francesas)) (1) y se refiera á la tradición de Vitrubio. Sus obr!",., así pues, son la traducción del estilo de Herrera á la platería t aunque algo más rico por exigencia del material, siempre influyente en el arte, sobre todo, en los frisos, pedestales y fustes. Pero, á pesar de esta mayor riqueza, difícil seria hallar en sus custodias columnas balaustradas, doseletes Y otros elementos de esa ornamentación profusa, cuya censura acaba de leerse . Podríamos quizá sorprender en ellas ciertos comienzos de cburriguerismo en otro órden, v. g., en las cúpulas abiertas, ó en el abuso de la vid y el -racimo, que nuestros decoradores tomaron de los orientales y que luego ofrecerá. un siglo después los horrores del retablo mayor de San Esteban de Salamanca: porque no obstante sn intención de guardar en todo «significAodoll, ósea lo que hoy diríamos ~sinceridad constl'uctivall, esta era empresa por completo imposible para la arquitectura del Rellaci(1)

Documento citado, publicado p0r Ceán'


DE NUESTRAS IGL1lI9US

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miento, y de consiguiente para las artes de eUn. derivadas. Se habia roto el vínculo entre la estética, y la estructura de los edi ficios' cuyos miembros decorativos son tan f<l,lso~ ya en manos de Arfe como despilés en las de Ohnrriguera. En la custodia de Palencia, obra de Jua.n de Benavente (1582), contemporán eo de Arftl, es tal vez enla que más domina el gusto greco-romano y la que mayol' analogía guarda con las del último. Sin embargo, au n descontando las adiciones pORteriores, siempre sus líneas presentan a.lgún más movimiento :r descomposición en el conjuuto . D" sus dos cuerpos, de orden corintio a.mbos (contra la regla general) , el inferio1" contiene el viril y el superior la estMua de San Antolín, patrono de la ciudad; len ntándol:le sobre una falsa cúpula la linterna, terminada por una pirámide, que corona la indispensable esfera . Es muy de notar que las estatuas de esta custodia preliontan todavía eit)rto pmismo gótico, que pu die ra deeir!Je, muy c1 istinto sin duda. del eameter arquitectónico de la obra, Gn cuyo conjuuto se muestran de esia suerte tres eso tilos diversos .

l' !1:' l'

,


LAS auSTODIU

Es la. ciudaddeCuanca tan famosa casi co· mola de León, por la familiadepll1ter08 que con eJ apellido de Becerril dió al arte de Oastilla, y entre los cuales sobresalieron Alon· so y Francisco, hermanos, y Cristoba.l l hijo del segundo. Sobre quién de los primeros fué el verdadero autor de la. custodia de dicha ciudad (1528-1573), ha habido distintos pareceres, &unque la inscripción la atrio buia. á Francisco: según Cean, pudo haberla comenzado Alonso y concluido éste. Por la. deliicripción que hace de ella (pues se perdió, como siempre se dice, Clcuando los franceseiu), pesaba nnOi 123 kilógl'amOl y constaba de tres cuerpos, coronados por un cimborrio con su linterna, lobre la cual le Itlzaba la imágen del Sa.lvador; tenía quizá. mayor número de e~tátnas que ninguna d~ las demás. El viril ocupaba el segundo cuerpo, y en los otros dos, en vez de las figuras aisladas que usualmente Tan en 01 centro, ofrecía dos grandes composiciones de escultura (en el primero, la Cena y eu el tercero la Resurrección): peculiaridad esta que, junta con IU extremada riqueza de ornamentación, debió dar á la custodia de Cuenca la fama á que alude el mismo Juan de Arfe, el cual añade que traba.jaron en


DE NVESTRAS

la LESUS

g29

ella «todos los hombres que eu España. sabían en aquella. sazón) (1), POl: fortuna , se conserva aún 6tra custodía. de este grupo, la de Alarcón (Ouenca), ejecuta::la por Oristobal Becerril para la. parroquia de San Juan de dicha villa y tI.C~­ bada en 1575. Oonsta de tres cuerpos, terminados por una cúpula. , Los dQs primeros son de planta cuadra da, corintio el inferi9r, y jónico el segundo, decorados ambos con profusión de estátua s de santos, evangelistas, cabezas, etc.; en el tercero, octógono, lleva un apostolado; la cúpula estáeostenida. por unos dragones, y el viril.por cua-, tro ángeles en el centro (2). Bé aquí 1/1. inscripción que tiene esta obra. «Esta custodia mandó hacer D.. Gaspa r Quiroga, obispo de Ouenca, de la fábrica de la iglesia de la. villa. de Alareó p, siendo obispo el IlustrÍ simo Sr . D, Oosme Zapata y Oura O. D. Gómez, el Liceneiaclo Juan de Avila, Fernando Espa.ña, Diego la l\fOl'ena, Gregorio de Alcaráz, Melchor Granero y J. 00(1) (3) Ce~n

Citado pór Cean, 1 p. II6. No he visto esta custodia. Extracto á y las noticias que deboáD .,E. Castellanos,


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LAS dUSTGDllS

16.s Poves de Becerril, platero, vecino de Cuenca, y acabóse en XX de Junio de M.D.L.XXXV. » La custodia de Segoviaflléhecha porel to16danoRafael González , comenzac1aen 20 de Setiembre de 1654, concluida en 28 de Abril de lEl56, é inferior sin duda á lo que habría sido en caso de haherse llevado á cabo' el encargo que para hacerla recibiera del cabildo en 1588 Juan de ArIe, 01 cua.! llegó á presentar el proyecto, quedando en tal estado. La obra de González tiene fl09 cuerpos, en el segundo de los cuales ,an por ciedo ocultas, en la especie de bnharchlIa que viene á formarse entre el cielo raso y la cúpula, las campanillas de ordenanza. Su planta es octogomü, de lados desigua les abajo é iguales en el cuerpo de encima, cuya linterna r emata en una perinola de forma poco agraciada. En el primer t omplete se halla albergado el viril, dorado, de escaso gusto y qlle repres n ta el ave mística, en cuyo corazón se coloca la Sagrada. Forma; la estñ.tua de la Fé oCllpa la capilla superior. estátua que, como las restantes, carece de importancia. En cuanto :.í. BU estilo, puede en cierto modo referirse al de Juan de Ade, cosa por lo de)ll~s explicable, pueij


11 DE NUESTRAS IGLESIAS

231

es sabido que, de los dos tipos de Renaci· miento que aquí prosperan, el greco-rom[l¡ DO preponderó al cabo, hasta abogar por completo tÍ. an rival, con sor tan espléndido y suntuoso _ A esto queda r educida la semejanzft entre la obra. de González y las del J)latero leonés, de cuya gracia sería difícil hallltr el menor vostigio en sus adomos, más bien que sóbrios, pobres (que, cierto, e, muy otra cosa), y en sus repujados de muy vago carácter, como lo es la· decoración goneral del XVII, entre nosotros; hasta que SI:) acentúa el barroquismo, visible ya en lLuchas partes de esta pieza . Las otras custodi.as que merecen sel" cita· daa son las de Jaen y Zaragoza y la grande de C:íeliz. ¡ne autor de la, primera Juan Ruiz, an o daluz, discípulo ele Eurique Arfe, mientras eu Córd.oba trabajaba la de aquella cate d-al, pero que optú desde luego por el nnev estilo (lde 1ft arquitectura l'esta111'ada,)) cQmenzando su obra en 1533 y dándola P)l' concluida en cnatro años. Pesa 80 kil.5gramos de plata; tiene más ele dos metros lb altura y consta de seis cuerpos, el pri. nero de los cuales contiene el viril, 8ostelicIo por nnos ángeles¡ llevando en 1:>8 de ..


.'.

LAs ~USTODUIiI

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más gran número de estatuas, una de ellfl$ la de la Concepción, dentro del tercero, y coronándolo todo la. del Salvador. Sus proporciones son por extremo esbeltas, recordando la forma general de las góticas de Córdo.ba. y Toledo; y su estilo el diametralmente opuesto al de Juan de Arfe, es decir, el más rico yprofuso. Templetillos, hornac:nas y doseletes, columnas, balaustradas, fiameros, y una superabundancia. de estatuillas, relieves y filigranas tal, que no hay faja, pilastra, 15ócalo, enjuta, en suma, 81:perncie a.lguna., por pequeña. que sea, que no esté decorada do espléndida maner", ofrecen un conjunto cuya primera. aparimcia más recuerd't en verdad el último esti10 gótico, que la severidad y sequedad ~'e­ co-romana. En este género del primer :tenacimiento suntuoso, es la custodia de Ruiz la mejor tal vez ttue poseemos. Las proporciones de las de Zaragoza y' Cádiz son muy inferiores á las de ella, amque por diversa ra:?ión: llt de la Seo ar~g:J­ nesa, por dem'as.iado ancha en sus cuel'p:ls inferiores, en relación con los altos; la le Cádiz, por éxcesivamente estrecha é igral en tod.os ellos, que parecen ca~i del mislfo

diámetro,

,


DE liIUESTRAS IGLESIAS

23&

La primer a (l),cuy o a.utor füéPedro L~­ maison, se concluyó en 1537, siendo hecha . de 111 plato. que dejó para ella. el arzobispo D. Alonso de Aragón, hijo del rey Católico. Tiene cuatro cuerpos y pesa 200 kilógra.mos. En el primero de aquellos, se halla la imagen de Santo Tomás de Aquino; en el segundo, el viril; el Salvador (título de la iglesia), en el t ercero; terminando por un remate extl'aordinJiriamente }?rolongado, subdividido en tramos, y cuya forma récuerda la de laa macolla! góticas de los siglos XV YXVI. El ntímero de SU3 columnaa, templetes, eatatui llas, relieves, cresterías y adornos de toda.s cla.ses, es verdaderamente enorme, hasta hacer de esta. riquísima pieza, en 131\ género, la más Iluntuo saquizá denueatros tesoros eclesiásticos. Por lo m ¡amo, resulta recargada hasta el extremo; defocto que, (1) Todos los datos relativo s á la historia de esta rica obra (que he podido en mas de una ocasión admirar, y cuya fotografía, por Laurent, tengo delante) los debo exclusivamente á la bondad del erudito corone l de artillería D. Mario de la Sala. Cean Bermudez nada dice de ella. En cuanto al apellid o Lamaison, no.. ofrece mucho carácte r nacional; pero la obra,

resueltamente lo, tiene.


/

234

LA.FJ aUFJTODIA9

ubido á las excesivas dimensiones de los dos cuerpos inferiores y de sus magníficos contrafuertes, por relación á las de la parte superior, impiden que su estructurn. sea de tan delicado gU8tO como el de otrad, por más que el pormenor ofrezca verdaderas mo.ravillas de finura. Bjl basamento y otras adiciones, como son las estatuitas de los cuatro doctores sobre la comisa del primer cuerpo, son obra de Dal'gallo, á. prin. cipios del siglo XVIII. En cuanto á la "de Cádiz, es de An· tonio Suarez, que la principió en 1648, acabánclola en 1664. Sll planta es exagonal, y su altura excede de cuatro metros, distribuidos en tres cuerpos, sobre los cua· les, y la cúpula cerrada que los termina, se alza la estatua de la Fé. En el cuerpo inferior, se coloca, como viril, el »Cogollo,) de que ya queda hecho mérito y que se recordará. es por sí mismo una custodia. completa, particularidad que quizá no se ofrezca en otra alguna; en el segundo cuerpo, se halla la imagen del Salvador resucitado, yen el tercero, una cruz. A pesar de la época, todavía conserva en su estructura y ornamentación el estilo del Renaci. miento afili6FA.nado, ta;n entero,menbe dia.


DE NUEST1U~ IGLESiAS

235

tintivo é imposible de confundir, 8.sí con el de Juan de Arie, como con los dosval'Íos posteriores. En las estatuas y relieves, y en alguna alteración quo expel'imentó en 1698, parece haber tenido parte Bernardo Cientolini, italiano y autor quizá de los cuatro grandes faroles que decoran el cano, aunque no de éste, completamente churrigueresco y obrn.de Juan Pastor, en1740 .Ya se ha dicho cu{ü sea BH capital defecto; por lo demás, presenta sumo interés. No lo tendrían menor tantas otras que se han perdido. Cuando los aficionados á. ver estos productos del arte llegamos á un templo y nos enseñan 108 estuches vacíos donde se guardaron la fabulosa cantidadcle alhajas, relicarios y joyas, cuyos últimos restos hacen, sin embargo, que hoy mismo nueiltnts catedrales no tengan probablemente rival en el extranjero; cuando sobre todo vemos las enormes cajas de las custodias, hoy desapq,recidas; cuando se pien:la en nuestras turbulencias, guerras, calamidn.des, y sobretodo en nuestl'O atraso, cauaa la mAs grave da todas y la m'Í.s lenta de remediar, un sentimiento de dolor profundo se apodera del espíritu, al ver lo que hom,:,s sido, lo que todavía, podríamos aer."

y lo q\1e somosl


!j'

,

.

. .


--.

IV. LA .CUSTODIA DEL

AYUNTAMIENTO

DE NADlUD

En medio de lal! riquezas artísticlts acumulad:1s on el Museo del Prado y en otros centros de la corte, llama la atención la pobreza de sus templos en objetos antiguos de los destinados al culto, como relicarios, viriles. cálice!, alhajas, ornamentos, 'e tcétera. Por esto intereso. estudiar uua de las poquísimas obras de orfl3bl'ería. religiosa que posee la capital, á sabor: ]0. custodia, propiedad del Ayuntamiento, y sobre cuyo autor nada sabe, ni puede decir el de estas líneas. Es de plata, y sin dnda una de ]as mayores (1, 60 hasta la cabeza del Sal vador) y no do las menos importantes, en el grupo de lils que tenemos de estilo del ReIn


238

LAS OUSTODIA!

nacimiento . Consta de dos cuerpos, y por su composición y traza no de merece de las mejores; pero el desempeño del pormenor, ell'epujado y el cincelado, distan mucho dEl la corrección, fuerza y energía de las de Sevilla, Valladolid, Avila y demás de Jmm de Ada, maestro principal de las de este tipo. Presenta una novedad sobra el sistema usualmente seguido: y es que, en realidad, esta custodia, más bien son dos, una dentro de otra, reproduciendo la menor (en sus lín.eas generales) la forma de la exterior que la cobija. Ya se ha visto que en Cádiz el «Cogollo)) es también una custodi.a completa, que sirve de viril y se coloca dentro de la mayor; paro corresponde á muy otro tiempo y por tant01a combinación es fruto del azar, no de una composición calculada de autemano. Eu la de Madrid, ambas constan de dos cuerpos, de planta cuadradn. el primero y circular el segundo. En la mayor, el inferior de estos dos cuerpos est<i constituído por cuatro columnas, que sostienen cuatro arcos rebajados, oerrando una bóveda de casquete esférico. Las columnas tienen un capitel compues-


DE NUESTRAS IGLESIAS

"

239

to, bastardo; por bajo del collarín, una guirnalda; la rpitad inferior ele los fustes, decorada en un estilo poco artístico, que presiente ya el churrigueresco de lA, segunda mitad del XVII, y basamentos y pedestale:! greco-romanos con relieves en las ca · ras. Las archivoltas de los arcos están decor<1das con querubines; el intradós, ador nado también, y las enjlltas olJupadas por bichas. La b.Jveda, que figura casetones octogonales, osti apoyada, en cuatro pechinas y con nn colgante en el centro; esta oonstrucción se halla adem,ís contrarrestada por otras cuatro columnas adoaadaH por fuera á 103 án~ulos de la planta, ~í modo de contrafuertes, y coronadas por las estc1.tuiHas (le los cnat:·") Evangelistas, sobre ménsulas de mncho carácter greco-romano. Termi.na este primer cuerp en una cot"lli~ a, docoro.da. en los ángulos, por cuatro jarr ncillos, y en los frentes, encima de 108 arcos, por los cuatro doctores de la iglesia, á cada. lu.do de los cnales hay un án~el. Dentro de e,te primer cuerpo es donde se coloca la otra. custodia más pequeña. El segundo cuerpo, algo reduci~o en proporción al primero, es una rotonda formada por ocho columnas pareadas, COil


240

LAS OUSTOIH AS

iodo el fuste adornado, sobre las cuales corr8 una cornisa, que por adorno, en vez de -crestería, lleva ocho ángeles: cuatro, colocados de mudo que corresponden á los cuatro frentes del cuerpo inferior y otros cuatro más pequeños en los extremos . Dentro de esta rotonda, cuya cúpula casi pln.na está, decora.da también por casetones, so halla el Cordero místico, con su banderola; terminando la obra todf4 por la estátua del $alvador, vestido de túnica y con el globo on la mano. Por último, la custodia se encuentra colocada sobre un zócalo general CtlyOS cuatro ángulos decoran otras tantas pirámides. Vengamos á la segunda custodia, la menor, colocada, como ya se ha dicho, dentro de la primera. Su cuerpo inferior es análogo al de esto.; pero 6iI adintelada, en voz de arqueada, la estructura de los cuatro huecos que fo rman sus frentes y . que terminan por otros tantos f:ontones rotor, ; ,,1 ('sntro de cada uno de ellos lo ocupa un gnLil -2\ -+('1 con letreros alusivos. Las ocho columnas que sostienen estos frontone¡=; 89 hallan empl~adns fuera de la planta, dos en cada frente, cu-


241

DE NUESTRA.S IGLESIAB

yos ingresos resultan por tanto más estrechos, en comparación, que los de la custodia grande. Este templete de:~cansa tftmbien sobre un zócalo bastante alto pura llevar en sus cuatro lados otros tantos relieves que representau la Oración en el Rue.d o, el La vaiorio, la Oena y cl Espolio. Dentro de él se coloca el viril para la Sagrada Forma, en medio de cuatro ángeles, adorando, con sacras y letreros en ellas, y que son una da las partes de la obra, donde má.s se presiente el churrigu~rismo. Este viril es dorado, ya completamente churrigueresco, posterior (creo que de principios del siglo) y de poca importancia. El cuerpo alto de esta segunda custodia, según ya se ha indicado, es también como el de la grande, una rotonda, con la diferoncia de que llls columnas que la forman, en vez de ser pareadas, estlln colocada s equidistantes en la circunferencia de la planta; en el interior de llste cuorpo se halla otra imágen del Salvador. Los pedestales de las columnas llevan figurados en relieve apóstoles, santos y Padres de la Iglesia. La custodia se expone y lleva en procesión sobre unas andRs de madel'a, que pa-

16


241

LAS .U8TODIA8

recen del mismo gusto neoclásico de las cuatro pirámides de plata que decoran BUS ángulos y los ocho jarrones del propio metal que sostienen ramos de flores de cera bla,nca en sus cuatro frentes. Todo ello se con¡¡¡ena en lita Casas Consistoriales.


ÍNDICE

PÁGINAS .

Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El mobiliario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los mueblos en la erlad antigua . .. " Tiempos primitivos . . . . . . . . . . . . . Antiguo oriente . . . . . . . . . . . . . . . . Grecia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Roma.......... . ... . . . ....... . El mobiliario de la Odisea.. . . . . . . El mobiliario europeo desde el siglo VI al XII.-Periodo bizantino . . Periodo román ico .. . . . . . . . . . . . . Mobiliario del siglo XL . . . . . . . Mobiliario del siglo XlI. . . . . . . La tapicería en Francia . . . . . . . . . . . .

5 11

29 33 39

5r 73 99 107 Ir 3

135 143 J 69


íNDICE PÁGINAS.

Las custodias de nuestras iglesias.. . . Custodias góticas. . . . . . . . . . .. .. Custódias góticas ele Le\'antc. . . . . Custodias clásicas. . . . . . . . . . . . . . La custodia del Ayuntamiento ele Madrid. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

191 197 207 217

237


OBRAS DE FONDO

Calles de k'!adrid (Las), Revista cómico· lírico· fantástica, extraordinariamento aplaudida, silbada y prohibida en el teatro Circo de Price. Madrid, 1888, 8.° mayor, 1 pta. Cflll:óer ollse. Elementos de GeometIia analitica, traducidos por C. Sebastián. Madrid, 18 7 2 ; 4:, láminas plegadas, 8 ptas. Callollge (F.) Historia militar contemporánea (18 54 r871) , traducida por J. Prats y Jime- . no. Madrid, ] 885; '2 ts. 8:, 4 ptas. GOllzález Callejo (A.) Lecciones de artes mecélnicas, procedimientos industriales y meta. lurgía especial. Madrid , 1890; 4:, con grao bados, ó ptas. Cortés y Afor a/es (D. Balbino.) Tesoro de la salud. Novísimo tratado de longevidad hu· mana ó el más eficaz s istema para alargar la vida, con el especílic o más simplc, saludable y barato que existe, compuesto scgún


la~ doctrinas y precoptos de los eminentes doctores en Medicina Sres. Burggraeve y

li

nuestro F errer Gorráiz. Madrid, 18 75, 8.° 1,5°. Corradi (D. Fernando.) Lecciones de Oratoria pronun ciadas en el Ateneo científico y literario de Madrid. 2. n edición . . Madrid, 188 2, 4.° 3 ptas. Duran (Baltasar M.) Poesías. Madrid, 1882, 8.', 1 pta. Gallard (T.) Lecciones de clínica médica del Hospital de la Piedad de París, vertidas al castellano por Ricardo MarUnez Esteban. Madrid, 1880; 4.°, con grabados, 4 ptas. H idalg o. Diccionario general de Bibliografía española. Madrid, 1862-7 r: 7 tomos 4·°, 60 pesetas. López (D. Enlogio A.) Lecciones de qtúmica orgánica, redactadas en vista del programa para ingreso en el cuerpo de empleados de Aduanas. Madrid, 1888; 1 t., 4:, con grabados, 6 ptas. R egnautt (M. V.) Curso elemental de química, traducido, aumentado y publicado con la anuencia y cooperación del autor, por el teniente coronel D. Gregario Verdú. Ma.drid, 0 18 53; t.IV.-Química orgánica, 8. , 4 pesetas. Novísimo tratado de Derecho militar, por la redacción de la Cornspolldmcia .Militar. Se· gunda edición. Madrid, 1891, 2 tomos 4.°, 16 pesetas. Rubini. Teoría de las formas en general, y


principalmente de las binarias, traducida por D. E. Márquez y VilIarroel. Parte primera. Sevilla, 1885; 4.°, 7 ptas. Ruiz Aguilcra (V.) La Arcadia moderna. Eglo/las é idilios realistas y epigramas. Madrid 1867; 8.° 1'50 ptas. -Poesías. :r;:cos nacionales. Madrid, 1854; 2 tomos en uno, 8.° 1,50 pts. Saco Tratado elemental ele química agrícola. Ensefíanza teórico práctica de la formación, composición, análisis y clasificación de las tierras, cuidados especiales de las plantas, cosechas y animales domésticos, etc. Versión castellana de D. Balbino Cortés y Morales. Madrid, 1883; r tomo 4.°,5 pesetas. Sales y Ferré (M). Historia general. Madrid, 188 4; 4.° menor, 5,50 pesetas. Saldoni (B). Diccionario biográfico-bibliográlico de efemérides de músicos españoles. Madrid 1868·81; 4 tomos 4.°, 12 pesetas. Srmcl¡ez de las lJ:latas (D. Epifanio) . Novísimo diccionario de legislación y jurisprudencia. Madrid, 1833; 4.' 8 pesetas. Socias (M). Ordenanzas de S. M. para el régimen, disciplina, etc.; adicionadas con las disposiciones vigentes. Madrid, 1882 -85; 3 tomos 4·0, 24 pesetas. Tajeas y alcantarillas (Model os de) para las carreteras, formados por la Comisión de ingenieros de caminos, canales y puertos nom. brada en 30 ele Agosto de I858.-Primera parte en fol., 15 pesetas. Tltad<eray. Segunda parte de Ivanhoe, traduc-

.t''''i


ció n del inglés por M. Juderias Bénder. 1\1:1. drid, 1882 8.°, una pesota. ri!la/bu y Riqudllll' (C). Lecciones de Geogra· fía ut~iversal. ~Iat~rid, 188-4-; 4 . °. menor, hiali· nas plegadas "".50 pesetas. JT'llamartin (F.) Obras selecta", con la bioé/a-' fía de: :llltor, por don Luis Vidart, y un ap":¡tdice á las noci01lc~ del arté militar, pOI don Arturo Cotarelo. \[adrid, 1883; 4: m" ¡,ami· nas plegadas, 10 pesetas. Xilllemz de SaJ/doz'a/. Batalla ne Aljllbarrota: monografía histórica y estudio crítico mili· tar. Madrid, r~i2; 4.·, láminas y planos pIe· gados, 6 pesetas.






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