El Candil

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A P U N T E DESCRIPTIVO ARQUEOLÓGICO ^

DEDICADO AL

DIRECTORIO MILITAR POR

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1925 S U C E S O R E S D E R I V A D E N E Y R A ( s . A .) P aseo de San V iceore, mSni. 20

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APUNTE DESCRIPTIVO ARQUEOLÓGICO DEDICADO AL

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EL AUTOR DE LAS

CAUSERIES BROUETTIQUES 1925 ■SUCESORES D E R I V A D E N E Y R A ( s . A .) P aseo de San V icen te, núm. 20.

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El ejército es el brazo. En tesis gene­ ral, el brazo no debe de hacer de cabe­ za..... pero cuando ésta falta ó no rige, ó si el capitán ó el piloto faltan, ó si dan evidentes muestras de incapacidad, y si, además de todo, la tripulación se ha indiscipiinado ¿no es natural que el pasa­ jero que tiene valor, brios y conocimien­ tos naúticos se imponga y se apodere del mando de la nave? Soldados son los soldados; pero también son hombres y ciudadanos.

en el candil y en aquellos, que santa Gloria hayan, á quienes lo había visto manejar, acabé por decirme, y hasta por creér­ melo, que de no poner yo el recuerdo de este aparato á la altura que se merece, nadie lo haría ya. Como he escrito y dado á la imprenta lo que acerca del candil se me ha ocurrido en los días felices, tan propicios para el estudio y el trabajo ó para mero y capri­ choso entretenimiento candilesco, con los que nos ha favorecido la Divina Providencia, valién­ dose del Directorio Militar, á Este dedico mi folleto. EN SAN D O

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También el candil, con mayor ó mejor inten­ sidad de luz (todo es relativo en este mundo), ha disipado tinieblas y los fantasíacos engendros de éstas. Gigantes parecían á Don Quijote aqué­ llos bultos que cuando lució un candil resultaron vulgares pellejos de vino común. Aunque no fuese más que por habernos li­ brado de la tan estéril, como tan frecuentemente desagradable, faena de tener que leer, en extrac­ to ó detalladamente, las actas de las Sesiones de Cortes y las salidas ofensivas para nuestros res­ petos y afectos de ciertos diputados (que sólo así pueden distinguirse y tener cómplices elec­ torales), ¡cuánto agradecimiento no merece el Directorio Militar! Una estatua, cuando menos, habría de ser eri­ gida en honor del inventor del candil, si aquél llegase á ser conocido. Seguramente era hombre de sentido común. Si acerca del sufragio univer­ sal y del voto popular y parlamentario le hu­ biese sido pedida su opinión, ésta probable­ mente hubiese sido la misma que la del cono­ cido sabio que contestó que jamás había sido resuelto ningún problema científico por el sis­ tema de los votos. ¿Cómo había de haber admi­ tido aquel inventor del candil, de cuya sana ló­ gica es reflejo su invento, que porque son más


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los borregos que el pastor, vale más el instintode aquellos productores de lana que la inteli­ gencia ó industria de éste? ¿Cómo había de ha­ ber admitido aquel hombre de sano juicio, que sólo porque diez unidades de á cinco céntimos, son más unidades que una unidad peseta óduro, han de valer (electoralmente) diez veces más que éste ó que aquélla? Seguramente el inventor del candil se hubie­ se dado inmediatamente cuenta de que la base matemática del edificio electoral-parlamentario es digna de lo que sustenta; base compuesta^ de los tres conocidos postulados: un voto es un-, hombre ó recíprocamente; se suman y restan los: votos; La Ley es el resultado de la diferencia,, muy grande ó muy pequeña (ley superior á todas, las leyes y, por supuesto, á la del monte Sinaí)., ¡Qué importa que para que haya suma sea in­ dispensable que las unidades de los sumandos, sean homogéneas! ¡Sí! ¡Sí! Vaya usted con homogeneidad á-, aquellos á quienes conviene que los 6 votos,, acerca de la política y de la administración, deFernando el Católico, del cardenal Jiménez Cisneros, de Richelieu, de Colbert, de Cavour y de Bismarck, valgan 17 veces menos que los de 102 danzantes, ó 170 veces menos que los de 1.020; incompetentes.


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Claro está que cosa tan absurda no se ocur­ rió al pueblo; al pueblo, cuya sensatez no había sido aún trastornada con engañosas teorías. Fué invento de los ambiciosos sin condiciones ni mé­ ritos. Para ser lo que apetecían, convirtieron á las masas en fuentes de votos con el fin de po­ der flotar y subir; fuentes monstruosas que, si llegan á desbordarse, cuando el sofisma haya logrado obscurecer ó borrar la moral del Decá­ logo, y, por tanto, la noción de lo bueno y de lo malo, podrán producir—legal, pero injustamen­ te—el naufragio de la civilización y destructo­ ras inundaciones y catástrofes, de cuyo horror pueden dar idea las sistemáticas matanzas, las profanaciones, los saqueos, los despojos, la mofa del pudor y demás azotes de Rusia. El árbol se juzga por su fruto. Inmenso es el número de nuestros políticos parlamentarios; contemporáneos, históricos, olvidados, existen­ tes ó difuntos. Los más son ó fueron inteligen­ tes, elocuentes, ilustrados, laboriosos y amantes de su patria. ¿Qué luz han dado a España y qué gloria á ésta, en el mundo, tantas lumbreras? El sistema ha hecho perder una cantidad prodi­ giosa de tiempo á sus ilusos adoradores y ha esterilizado otra cantidad inmensa de talento y de buena voluntad. ¡Qué no hubiese producido la fuerza que representa esta cantidad, si el no-


’venta por ciento de aquéllos se hubiese dejado <ie meterse á querer dirigir y hubiese obedecido á una buena dirección! * Así como aquel ¡filósofo demostró el movi­ miento dando unos pasos, andando, el Directo­ rio Militar, con el hecho indiscutible de la sus­ pensión ó supresión de ciertas cosas aparatosas, ha puesto en evidencia el valor ilusorio de las mismas y de su cacareada indispensabilidad. 'Cien años de elecciones, de discusiones y de 'votaciones parlamentarias, no hubiesen llegado á producir una demostración tan clara é irrefu­ table. ¡Dios se lo tenga en cuenta! El desatino ■del sistema parlamentario, tal cual venía funcio­ nando, era una constante ofensa á lo más her­ moso que tiene el hombre: á la inteligencia, á la razón que el Creador le dió después de haberla hecho parecida á la Suya. Porque se ha apartado de tan funesto sistema, y principalmente de resultas de este alejamien* do, han ido al Directorio Militar tantas y tan sa­ nas simpatías, hijas del sentido común y hasta del instinto de la conservación. Si no se modifica el sistema aludido, después -que el Directorio haya dado por terminada su misión, hemos de 'Oír, proferida por muchos y

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buenos, con alusión al actual régimen militar,, esta melancólica expresión de sentimiento y de anhelo, nunca oída después de ninguna situa­ ción política, conservadora ó liberal, anterior: «¡Haga Dios que vuelvan los días aquellos!»


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que tiene en la mano el personaje del di­ seño que enca­ beza este escri­ to, es el mismo que cuelga de la adjunta letra C. Este diseño (níwiero ha sido tomado de una estampa dibujada por Carnicero y gra­ bada por el famoso Carmona para la mag­ nífica edición del Quijote, llamada de la Academia. La estampa está en su tomo II (página 209). Representa la alborotada lle:gada de los de la posada al aposento'^'en que D. Quijote dá sangría suelta á los ipellejos •de vino tinto. El ventero de Carnicero iluA N D ÍL ,


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mina la escena con un candil, de forma dis­ tinta de la actualmente conocida, y, aun, corriente en algunas regiones de España. En efecto, además de otras diferencias, el candil de la venta no tiene más que un re­ cipiente para el combustible. ¿Dibujaría, Carnicero, su aparato de memoria? ¿Había candiles del tipo del de Carnicero en 1779, fecha de la estampa? L a edición de la. Academia es de 1780. Falta, pues, al candil de Antonio Carni­ cero, aquello de lo que resulta mayor dife­ rencia entre los candiles de hierro forjado que hemos conocido y conocemos y las lámparas griegas y romanas. En éstas el combustible y la torcida frecuentemente es­ tán en vasos, de barro ó de bronce, cubier­ tos; sin más entradas que las necesarias, para el paso y para la alimentación de la torcida. Nuestro candil tiene dos recipien­ tes, sin tapa. Ninguno de éstos puede en­ trar en el otro; por más que la parte baja, del recipiente superior encaja en el vasoinferior; pero sólo lo suficiente para que, descansando sobre éste, no pueda correrse;


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lateralmente aquél. Si entrase un vaso en otro no cabría en el inferior lo que cae del primero, al ser llenado éste, ó por otra causa y, además, al separarlos, el superior saldría chorreando ó goteando. E l fondo del vaso superior queda, pues, en el aire, digámoslo así, separado, verticalmente, del fondo del inferior por una distancia de unos dos centímetros. El recipiente superior es de quita y pon. Este vaso contiene el combustible líquido y la torcida. Como queda indicado, el objeto del de abajo es el de recibir el aceite que ha rebosado del encimero ó el que gotea de la torcida, aceite que se perdería, cayen­ do al suelo, cuando la inclinación del vaso superior es mayor de la precisa, si no tu­ viese para recogerlo el dicho vaso inferior. Todos los candiles de dos vasos que he­ mos visto son de hierro dulce forjado.


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^RACiAS á una cremallera, con dientes escalonados, crema­ llera reguladora, de forma e s p e c ia l, que sostiene el mango del vaso superior, se puede dar á éste mayor ó menor inclinación hacia la torcida ó en sentido opues­ to. Con tan sencillo mecanismo se consi­ gue que el líquido bañe más ó menos abun­ dantemente la mecha ó que ésta reciba en la punta que arde hasta la última gota del combustible, cuando éste va escaseando.

O por haberlo manejado ó por haberlo visto usar hace cuarenta ó cincuenta años todos conocían-el candil y sus virtudes. Hi­ laridad burlona hubiese producido ver á un alter ego de entonces tomar la pluma para dar noticia de cosa tan sabida; por más que, en aquel tiempo, ocurriría con el candil lo que, por ejemplo, actualmente sucede con el reloj. A muchos de los que, con perfec-


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ción, le dan cuerda y leen sus indicaciones importa menos que un bledo saber su ori­ gen y cómo funciona. El caso es que tal vez hasta la misma arqueología tenga que acu­ dir mañana á esta noticia (que antaño hu­ biese parecido una panfilada), para darse cuenta aproximada de lo que es y vale el candil. En efecto, el candil va siendo un objeto buscado, que se halla ya en las tiendas de cosas antiguas y curiosas, en algunas regio­ nes en cuyas casas, cocinas ó cuadras abun­ daban los candiles hace pocos años. De estos aparatos de tan robusta constitución no queda en muchos de los lugares aludidos ni señal. Hasta sus mismos restos han pere­ cido. Otro tanto ocurrió á Troya. Ipsae periere ruinae, dice el poeta; pero Troya no era de hierro.


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Varilla de suspen­ sión del candil á la que tiene como remate un gan­ cho de forma típica. Esta viene á ser, en miniatura, la de la cabeza férrea de un bichero de marina ó más bien, y por fundada razón, la de un arpón. En todos los detalles del candil se refleja el ingenio y acertado estudio de su inven­ tor. Por ejemplo: la parte del gancho-arpón, la que mira hacia abajo cuando la extremi­ dad de aquél mira hacia arriba, no está ter­ minada, como ésta, en punta. L a limita un corte como el de una cuña ó el de un cin­ cel, lo que dificulta, cuando el aparato des­ cansa sobre dicho corte, que el candil gire sobre sí. En cambio, el remate puntiagudo de forma piramidal tiene punta, porque unas veces, cuando la varilla hace de pun­ tal, conviene que no se escurra y otras tiene que penetrar en los resquicios de las pie<lras de los muros y en agujeros, en los que AM AREM O S

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tiene mejor asiento y agarre que si dicho remate fuese de forma cónica. Al mismo orden de estudiadas soluciones pertenece la razón por la cual la unión del gancho, de sección rectangular, y de la va­ rilla forma un ángulo muy agudo en el que •queda atenazado, verbigratia^ por muy del­ gado que sea, un clavo, horizontalmente clavado, del que puede estar colgado el candil. Este así no gira, lo que no ocurriría si el garfio tuviese forma arqueada seme­ jante á la del bichero. * * de la varilla de suspensión opuesto al de la punta piramidal, tiene for­ ma de ojo de hembrilla, del que cuelga una especie de clavo torcido, en forma también de ojo, en su par­ te opuesta á la de la cabe­ za (condenada, ésta, á es­ tar generalmente cabeza abajo). Este clavo ó eje atraviesa, por aguEXTREM O


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jero holgado, la parte más corta de un codillo ó de una escuadra en la que termina el mango del re­ cipiente inferior del can­ dil. L a cabe­ za del c la ­ vo (que re­ e m p la z a b a c u a n d o se rompía uno v e rd a d e ro ) so stie n e la p a rte in fe ­ rior de dicho b razo corto de la e s ­ cuadra. El tal cla­ vo constitu­ ye, pues, un elemento de enlace entre la varilla y el recipiente inferior, sujeta ambas pie­ zas una á otra, pero dejándoles el juego y la rela­ tiva independencia, por ejemplo, de dos eslabones

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de una cadena. L a varilla de suspensión tiene unosdiecinueve centímetros de largo. L a parte inferior del gancho(del de for­ ma de arpón} se a p a r t a u n o s trescentím etros de la varilla, de que e s p a rt e in t e ­ g ra n te . L a sec ci ón deésta, en los dos terciossuperiores de su longi­ tud es cua­ drada con la­ dos de unos cinco milí­ m etro s de largo. El grueso de la varilla de suspensión dismi­ nuye ligera y progresivamente desde el principia de su último tercio hasta el ojo ó gancho cerrada


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que la enlaza con el clavo. Este último trozo está retorcido sobre sí como lo está, por ejemplo, el cuerno del unicornio. No creo que exista ningún candil completo sin este retorcido, como no hay violín sin las ele­ gantes volutas que rematan su parte su­ perior. E l secreto del arte consiste ó está en la adición á lo indispensable de algún toque, ó ribete, prácticamente inútil, que atraen, aunque no sea más que durante breves ins­ tantes, sobre el objeto decorado, al usarlo, la caricia de los ojos; siendo en general éste, al parecer, supérfluo añadido, no la expresión del arte, sino el arte mismo. Pero sea de esto lo que fuere, el caso es que el retorcido salomónico de la varilla, el re­ mate en forma de sol del mango del reci­ piente de la torcida, la forma agradable de éste y del inferior, de la que tomaron nom­ bre algunos sombreros, contribuyen á dar al candil cierto aspecto que no deja de ser artístico. Resulta, pues, que un aparato al parecer tan humilde, ha tenido y tal vez ■ tiene, sus pretensiones de elegancia; aun-


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•que, naturalmente, más disimuladas y mo­ destas, é incomparablemente menos justifi­ cadas. que las de muchas de las lámparas, por ejemplo, de Pompeya y de Herculano. * Para espabilar la torcida, para dar a ■ ésta mayor ó menor saliente, muchos candi­ les están provistos de un espetonaito de alambre, que cuelga de un trocito de cade­ na, también de alambre, sujeta al mango del vaso superior. Porque nunca lo tuvieron, ó por haberse perdido, muchos candiles ca­ recen de esta cadena y de su espetoncillo, que, afortunadamente, no es indispensable. «Para mí», decía Napoleón I (que no de­ bió calentarse los sesos para la concepción y la emisión de la idea)... «Para mí el peor diseño, en los casos que lo admiten, tiene más valor que la mejor explicación». Lo cierto es que, con esto, Bonaparte indicaba claramente á los de su despacho que, en obsequio de la brevedad y de la claridad, ■ debían, siempre que fuese posible, reempla­


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zar las explicaciones literarias con las grá­ ficas y que, así, además, le complacerían. También nosotros opinamos que una mi­ rada dedicada al dibujo número 7 de la lámina número i enterará, sin la necesidad de un discurso, al lector que ignore la ma­ nera de que se valió ó se vale el espetonador que recurre á la varilla de suspensión para el arreglo de la torcida. También nos parece que los dibujos 4, 4 ” , 4 ” ’, 4 ” ” , 5, 5’, de la citada lámina, dan suficiente idea de los modos, tan va­ riados como adecuados a su objeto, median­ te los cuales el candil tiene una de suspen­ siones, que puede casi competir en calidad, con la de los cronómetros y demás apara­ tos marinos á los que han sido aplicados los anillos de Car daño. Dicha suspensión, sin alterar ni compro­ meter el invariable, pero leve, declive del fondo de los vasos hácia el canal de la tor­ cida, gracias á su acertada disposición y buena colocación del centro de gravedad del aparato, permite dar solución á todos los problemas prácticos, que, para colgar el


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■ candil, pueden ofrecerse en la cocina ó en la cuadra ó en otro lugar. Un clavo, un listón horizontal, el borde de una mesa ó de una tabla, un agujero de ésta, el ojo de una cerradura, la rendija del muro, etc., son bastantes para que el candil halle seguro punto de apoyo. Esto, tratán­ dose de suspensión, porque, por lo demás, el candil tiene también, como diría Cervantes, sus posaderas, á las que Sancho hubiese dado, es probable, otro nombre, casi exclu­ sivamente empleado en los pueblos, cuando se trata del polígono de sustentación de los vasos ó de otros objetos de mesa ó cocina de uso corriente. Los dibujos que corresponden á los nú­ meros 6 y 6 ’ de la referida lámina número i representan al candil sentado, y el del nú­ mero 6, sentado y apoyado en la varilla de suspensión que muchas veces hace de se­ guro y muy útil puntal.


— 24 En las regiones oliveras y en las que no están apartadas de éstas el único combusti­ ble del candil ha sido el aceite de oliva. En otras partes se empleaba el aceite de lina­ za, el de nueces, y el de ballena. Este era el que daba peor olor y más humo. Los arrieros llevaban, en pellejos, estos líquidos combustibles á los pueblos más apartados. Las velas, el aceite mineral, la esencia de petróleo, precursores del alumbrado eléc­ trico, la electricidad, sobre todo, han pro­ ducido la tan rápida desaparición del candil. Ignoramos, por no haber estudiado este punto, de fácil averiguación, el número de horas durante las cuales puede, sin ser renovado el combustible, lucir un candil y la relación entre el tiempo de su combus­ tión y al consumo de aceite, consumo que, naturalmente, depende, además del tamaño del vaso superior, del mayor ó menor grado de capilaridad, de la torcida, del diámetro y del mayor ó menor saliente de ésta fuera


- 25 — del vaso, etc., etc. Es lástima que el dato alusivo al gasto del candil, de la siguiente copla, no sea suficientemente preciso y científico. Parece algo exagerado. E l can­ tar, sin embargo, es andaluz; Una vieja y un candil Son perdición de la casa: La vieja, por lo que gruñe] Y el candil, por lo que gasta.

Tampoco sabemos, ni lo hemos tratado de averiguar, desde cuándo fué conocido en nuestro país el candil de hierro dos va­ sos; ni si se fabricaba en España; ni en qué punto de ésta; ni si es, como nos halagaría que lo fuese, invento español; ni si el aludi­ do tipo de candil fué usado en otras regio­ nes de Europa. El caso es que los vasos son de mayor ó menor capacidad en unos candiles que en otros, pero que el aspecto de todos es idéntico. No parece sino que han salido de una fábrica en la que han sido forjados y repujados con arreglo á un modelo único..


toria lección á nuestra ignorancia; pero, antes de ceder á los arqueólogos y demás sabios la palabi'a ó la pluma, y antes de des­ pedirnos del candil no podemos dejar de re­ ferir un dicho contemporáneo de los días en que aquél lucía en toda España. Entonces, como ocurrirá actualmente en donde aun alumbra, la distracción, la imprevisión infan­ til ú otra causa imprevista lo volcaba ó lo dejaba caer al suelo, no sin derrame, más ó menos abundante, del líquido de los recipien­ tes. Al proferir, en tal caso (el amo ó el ama de la casa, el padre ó el abuelo) una exclama■ ción producida por la vista ó el ruido del estropicio; para tratar de desminuir la in­ tensidad de la tormenta, el autor ó autora


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de la catástrofe (criada, dependiente, óniño de la casa, por ejemplo), excusándose, tratando de reducir á la mínima importan­ cia el alcance de lo que no ponía negar, no dejaba de decir, anticipándose á los gritos ó en medio de éstos: «¡Pero amo! ó ¡Pero señor! ó ¡Pero padre! ¡si no tenía gota!,. salida de la que nació, siendo después re­ petida en las casas de los gotosos, la meláncolica aspiración, henchida de envidia,, que contienen las siguientes cinco palabras:. « ¡Q U I É N F U E R A CO M O E L C A N D Í l !»


SUPLEMENTO 3 spuÉs de haber escrito esta reseña se nos ocurrió con­ sultar el diccionario enci­ clopédico de Espasa. No la hubiésemos impreso ni dado á conocer si nos hu­ biésemos éncontrado con que la forma únicamente establece diferencia entre nuestra noticia y el artícu­ lo dedicado al candil de la Utilísima y magnífica en­ ciclopedia. Puede decirse que poco ó nada de lo que habíamos escrito acerca de este aparato se halla en tan importante diccionario, que sólo dedica á la parte descrip­ tiva y explicativa del candil cinco líneas de una de sus columnas. Estas dicen: «Utensilio para alumbrar, compuesto de dos vasos de hierro ó de hojalata, cada cual con un pico y que encajan el uno en el otro. En su interior se ponen el aceite y la torcida ó mecha, y el exterior tiene un gancho


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¡para colgarlo.-» El resto del artículo se refiere á refranes y dichos inspirados por el candil, no figurando el de no tenía gota. Prescindiendo de Ja redacción del texto á que corresponden las palabras citadas, éstas, á las que acompañan dos •estampitas que representan dos modelos de can­ dil, aunque no de los más conocidos, bastan para dar una idea suficiente de lo que viene á ser el significado de la voz candil; pero no pue­ den iniciar al lector en los secretos del aparato ni hacerle admirar sus detalles y conjunto. Se ve, en efecto, que el autor del artículo no ha lle.gado á darse cuenta de la ingeniosidad y del mérito á que ha debido el candil tan largos años de vida, en regiones tan distintas. . A primera vista parece, verbigrafía, que, como dice el autor del artículo aludido, uno de los re­ cipientes del candil encaja en el otro. No es así, sin embargo. Cuando el mango del recipiente superior descansa, por ejemplo, sobre el diente más alto de la cremallera, dicho vaso superior no tiene contacto más que con dicha cremallera, con el mango del vaso inferior y con algo de la parte exterior de la extremidad del canal de la forcida.


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El artículo del mismo diccionario Espasa acerca de las lámparas es extenso y lo amenizan muchas y curiosas estampas. Entre éstas hay una que representa un vaso de lámpara antigua sos­ tenido por la horquilla de una varilla rígida, cuyo extremo libre tiene, como lo tiene la varilla de suspensión de nuestro candil, un gancho con dos puntas. Este recuerda, por su forma, aún más que el del candil, el gárfio de un bichero, como puede verse en la figura, suficientemente exacta, del aparato que forma parte de la letra capital que encabeza á este Suplemento. El letrero, puesto al pie de la estampita del diccionario Espasa, nos dice que lo representado es un «Candil del Museo Británico». Y nada más. Se conoce que no habiendo sido puesta esta estam­ pa en el artículo candil , el autor, tal vez el mis­ mo del de lám para , no quiso dejar de publicar aquélla. Verdad es que el Candil del Museo Británico viene á ser una lámpara romana, con suspensión que no deja de parecerse á la de nuestro candil; pero la unión de la horquilla de la varilla con el vaso recuerda la del asa de ciertos calderetes, cubos y calderos con éstos. Interesante es, pues, la imagen de un objeto cuya historia desconocemos, pero que no lo dudamos, debe ser auténtico y romano. La va­ rilla del aparato y su gancho pudo sugerir la


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idea de la forma del suyo al inventor de nuestro 'Candil; por más que, en punto á inventos, las coincidencias son frecuentes. Necesidades pare•cidas y problemas idénticos han engendrado, muchas veces, á inventores que nada sabían mnos de otros, y sugerido, simultánea y aisla­ damente, soluciones é inventos semejantes. Ade­ más no podemos dejar de tener en cuenta que, salvo la obra del Creador, no existe nada abso­ lutamente original en el mundo. En todo in­ vento hay elementos debidos á alguien ó á algo: lo que no obsta para que exista lo que llamamos invención y originalidad. Ésta, la bue­ na, la verdadera, consiste en que su obra, más bien que diferente, sea superior á las existentes del mismo género. *

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Nuestro admirable candil tiene, en el variado conjunto de sus piezas principales y accesorias, una unidad y armonía que parecen indicar que no es obra de sucesivos retoques debidos á mo­ dificaciones y mejoras; pero que fué imaginado ó perfeccionado de una asentada. Aun cuando el inventor del candil hubiese conocido el del Mu­ seo Británico ú otro parecido, la diferencia en­ tre el romano y el nuestro y la superioridad de éste son tales que, en mi opinión, puede con■■siderarse á quien ideó el último como autor de un


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invento tan completo y práctico como origina El diccionario Espasa dice que en Francia el nombre del candil es lampe ó crasset. Esta pa­ labra tiene aspecto francés. No la conocíamos;, lo que, por supuesto, no quiere decir que no exista. Ahora bien; si crasseí es voz sinónima de lámpara, crasset no debe de querer decir can­ dil. Lo que llamamos en España candil no es ni una lámpara, ni un velón, ni una candileja.' Es un aparato para alumbrar, cuyo nombre trae exclusivamente á la imaginación la imagen del objeto que corresponde á tal nombre. Del Diccio­ nario; Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias Orosco. Madrid, 1674. Candil.... Este se ceba con aceite y la lumbre de la mecha ó torcida. Cuando el aceite es bueno conforta, la cabeza y no estraga la vista; pero si es malo, mata su olor. Escoger una cosa con candil se dijo particular­ mente por los huevos que, mirados a la vizluinbre, se conoce si son frescos ó añejos.... Algunos candiles se han hallado en sepulturas....en la de Raíante, hijo del' Rey Euandro.... ardió á su cabecera dos mil y doscien­ tos y diez años.... Si fué por causa natural ó por magia dispútenlo otros. Lo mesmo se escribe de la luz que se halló en el se­ pulcro de Tulla....Dicen que estaba dentro de un globo de vidrio y la causa de no apagarse era estar dentro del vaso el fuego y el aire, con tal proporción, que lo que se gastaba de uno se convertía en otro....». y como lo abrie­ ron, por entrar más aire que la proporción pedía, se ex­ tinguió. Del diccionario de la Academia llamado de Auíorida-


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des (siglo XVIII) Candil: Especie de velón con una asa» arriba.... = .... los usan mucho en las casas de trato para darles luz de noche y poder vender cada uno su géne­ ro.... Autoridad «Pragmática de Cass, Año 1607, fol. 34>:Candiles grandes de azófar con varillas de hierro con su óvalo ó media naranja, ocho ducados. Candil: Especie de vaso de hierro abarquillado quetiene delante una canal pequeña y detrás se levanta un hierro de cuyo extremo se pende una varilla de hierro con un garabato de lo mismo. Dentro de aquel vaso se pone otro más pequeño en la misma forma, pero sin ga- rabato, que se llama candilejo en que se echa el aceite ó manteca derretida que moja la torcida de algodón ó lienzo cuya punta sale por la canalita de delante y es la­ que arde hasta que el aceite se acaba. (¡!) .................... Cervantes: «Acabó en esto de encender el candil el cua­ drillero. Así como le vió entrar Sancho, en camisa— y candil en la mano.... » Quevedo: Tenia.... condenados á barras de oro las sar­ tenes.... y candites.................................................................. Escogido d moco de candil. Se dice de las cosas que sebuscan cuidadosamente.... Quevedo: «era gente honrada escogida á moco de can­ dil.... » «Arder en un candil.» Se dice del vino generoso porque arde en el estómago y porque en su crasitud separece al aceite. Quevedo: «.... alegó leyes tan torcidas. que pudieran arder en un candil....................................... . Lope. El mejor mozo de España, «Hacia cuando ha­ blaba—Ciertos candiles muy bellos.» Entiéndese según Diccionario de Autoridades, en este caso, por cándil*


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«el arco que se hace con los labios cuando se frunce la boca.» ♦Metafóricamente», dice el mismo diccionario, candil significa «el bollo ü naranja del sombrero, y también la desigualdad en las sayas de las mujeres: que uno y otro hace unas canales como las que tiene el candil para po~ . ner la mecha.’’

La gran expansión del uso del candil y su vul, garización, refléjase claramente, según nos pa­ rece, en estas y otras expresiones de nuestra lengua en las que tanto figura, metafóricamente, •este casi olvidado lucífero cuya histórica im­ portancia justifica, en nuestra opinión, la exis­ tencia de esta (harto incompleta) monografía. Como se habrá observado, el Diccionario de Autoridades (1726-1739) de la Academia afirma ■que se llamaba entonces candileja al vaso su­ perior del candil. En ediciones contemporáneas nuestras del Diccionario de la Academia (que probablemente, sin estudiar la cosa, han copiado la afirmación del Diccionario de Autoridades) también se dice que la candileja es el vaso para el aceite y la torcida que se mete «dentro del candil de garabato» (1884). Es posible que sea tan inexacto todo lo relativo á la candileja como lo de que un vaso del candil se mete en el otro. Nunca hemos oído aplicar la palabra candileja -al recipiente superior del candil, que ni entra, ni «debe, ni puede entrar en el otro. El objeto lia-


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mado candileja que hemos conocido era una lamparita portátil, de hoja de lata laqueada que servía de palmatoria. Su platillo circular, de unos once centímetros de diámetro, tenía un asa de forma de anillo, como el de muchas palmatorias. Una columnita cilindrica, de unos dos centíme­ tros de altura, unida al platillo, sostenía al reci­ piente en que estaban el aceite y la torcida, cuya punta, la de la luz, salla verticalmente del vaso, atravesando un tubito que la sostenía. La forma del vaso venía á ser esférica. El hemisferio in­ ferior de aquél, desde luego, era esférico. Su diá­ metro tendría unos seis centímetros de diámetro. Ondulaciones, horizontales, paralelas adornaban el hemisferio superior, algo achatado. Se daba al utensilio, indistintamente, el nombre de candile­ ja o el de capuchina, debido éste al apagador de forma cónica, unido al vaso por medio de una bisagrita, apagador que recordaba la capucha del hábito de ciertos frailes. Con bastante clari­ dad, en pocas palabras, el Diccionario de la Academia define la capuch ina «Lámpara portá­ til de metal con apagador de forma de capucha». Pero ¡cuánto más preciso sería lo que esta defi­ nición trae á la imaginación, si la acompañase una figura, aunque ésta fuese tan imperfecta como la que es remate de este folleto!


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Librerías; Editorial Madrid (S. A.), Gran Vía, 8; de Francisco Beltrán, Príncipe, 16; de Fernando Fe, Puerta del Sol, 13, M adrid.—Precio: 3 pesetas.



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